Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 8: Nubes de hielo

17 Ahishu

Inspiré entrecortadamente y me giré hacia atrás. Los demás subían la colina, medio corriendo medio andando. Estaban todos sin aliento.

“El ruido se aleja”, comenté, agudizando el oído.

Entonces me invadió un trueno de estornudos y solté una maldición.

“¡Frundis!”

El bastón rió y Syu dejó escapar una risita, divertido.

“Mmpf”, dije, exasperada. “Lo de los estornudos no tiene gracia.”

“Me lo vas a decir a mí”, replicó Frundis, canturreando. “Yo, cuando tenía cabeza, siempre estaba acatarrado. Estornudaba más que tú con tus hojas-espuma”, afirmó con ánimo de consolarme.

Cuando los demás me alcanzaron, Maoleth levantó una mano, jadeante.

—Creo… que ya hemos corrido… bastante —declaró, con la respiración entrecortada—. Si viene otra manada de antílopes, yo no me muevo de aquí.

—El gran cazador rendido por unos antílopes —se burló Askaldo—. Pues yo creo que si seguimos a este ritmo llegamos a los lindes del bosque dentro de un par de horas —anunció, echando un vistazo hacia el bosque lejano.

—Si quieres adelantarte y correr como un antílope, adelante —lo invitó Maoleth, gruñendo y respirando ruidosamente.

Desde la alta colina donde nos encontrábamos, se extendía aún todo un mar revuelto de cerros y dudaba de que la estimación de Askaldo fuese correcta. Desde el valle, el Bosque de Hilos me había parecido más cercano… Pero los Oteros de Seplin-shol, como se denominaba aquel lugar, parecían ahora interminables. Y a Laygra y a Murri no se los veía por ninguna parte.

Tras una pausa bien merecida, seguimos andando, sabiendo que los antílopes no se habían puesto a correr sin razón: a lo mejor alguna banda de escama-nefandos había decidido emigrar hacia el Bosque de Hilos… Pasamos unas cuantas colinas antes de que el cielo empezase a oscurecerse.

Aquella noche, después de una cena algo frugal y una partida de cartas, me envolví en mi manta echando ojeadas inquietas hacia las colinas vecinas. Por un lado, me hubiera gustado volver a ver a Laygra y a Murri, pero por otro lado sabía de sobra que ninguno de mis compañeros iba a acogerlos con los brazos abiertos. Y menos si los veían con un nakrús. Los demonios veneraban la Vida. Los muertos vivientes, para los demonios en general, eran los peores engendros del mundo, incluso peores que los kandaks. Hasta Spaw, que era un demonio de espíritu bastante abierto, había quedado horrorizado cuando le conté que poseía una parte de la filacteria de Jaixel. Y no estuvo menos aterrado cuando le dije que en Dathrun había conocido a un nakrús profesor de una academia celmista. No quería ni imaginarme qué pensaría Kwayat de todo aquello… Con estos pensamientos agitados en mente, tardé horas en conciliar por fin el sueño.

Llegamos al Bosque de Hilos al día siguiente, cuando el sol estaba casi en su cénit. Pasados los Oteros de Seplin-shol, tuvimos que subir un pequeño barranco rocoso y, una vez arriba, nos encontramos frente a una barrera de vegetación frondosa y salvaje que enseguida me inspiró respeto y aprensión.

Spaw silbó entre dientes, impresionado.

—¿Seguro que te quieres meter ahí, Askaldo? —preguntó con una mueca poco convencida.

—No os preocupéis —replicó el elfocano, con aire seguro—. Conozco el bosque como si fuera mi propia Sreda… —Hizo una mueca al oírse a sí mismo y enseguida rectificó—: Quiero decir que la conozco todavía mejor que mi Sreda. La he explorado numerosas veces —añadió, por si aún no nos había dejado claro que era un experto conocedor del Bosque de Hilos.

—Perfecto —dijo Chayl, mirando con admiración la muralla de árboles—. Si es cierto lo que dices, primo, entonces adelante.

Askaldo empezó a dirigirse hacia el bosque pero entonces se detuvo y agregó:

—Lo olvidaba. Intentad no tocar nada. Hay plantas y árboles peligrosos.

—No me digas —masculló Spaw, sarcástico.

Le di un codazo al joven humano, socarrona, mientras Askaldo abría la marcha, seguido de Kwayat y Chayl.

—¿No te gustaban las experiencias? —inquirí.

Spaw puso los ojos en blanco.

—Una cosa es hacer una experiencia, y otra meterse en un bosque de experimentos —argumentó, muy razonable—. Quién sabe lo que habrá ahí dentro… —Se encogió de hombros, esbozó una sonrisa y declamó con tono resignado—: ¡Confiemos todos en Askaldo!

Meneé la cabeza, divertida, y eché una última ojeada escrutadora hacia las colinas antes de dejarme tragar por la vegetación.

* * *

Pese a los avisos de Askaldo, Syu enseguida saltó a las ramas de los árboles para explorar los alrededores y descubrir un mundo nuevo. Cada vez que encontraba una planta extraña, se apartaba prudentemente de ella y me llamaba, entusiasmado, para que la examinase y le preguntase a Askaldo si era una planta inofensiva o no. La mitad de las veces Askaldo contestaba a mis preguntas con una precisión impresionante, y la otra mitad gruñía, exasperado, eludiendo mi pregunta y pretextando que no estábamos en una lección de botánica. Y acto seguido, le daba un tajo de espada a algunas zarzas para seguir avanzando.

Frundis había decidido enseñarme una sinfonía que había compuesto hacía aproximadamente dos siglos cuando uno de sus antiguos portadores lo había llevado como yo hasta el Bosque de Hilos. Mezclaba una cantidad increíble de instrumentos, cantos extraños de pájaros y de otros animales. Acabó con un restallido eterno semejante al de un martillazo contra una placa de metal.

“¡Jojó!”, exclamó, con un orgullo evidente. “¿Qué os ha parecido mi obra maestra?”

Reprimí una ancha sonrisa.

“Exactamente eso: una obra maestra”, repliqué, aprobadora. “Realmente impresionante.”

“Confirmo”, intervino el gawalt, desde alguna rama cercana. “Aunque el final es algo escalofriante.”

Frundis, que canturreaba alegremente, se paró al oírlo.

“¿Escalofriante? ¡Pues claro! Una música no sólo tiene que ser encantadora. Tiene que ser potente, asfixiante, terrible, estremecedora…”

Puse los ojos en blanco mientras el bastón seguía enumerando adjetivos cada vez más hiperbólicos. Pero poco después Spaw se puso a canturrear una versión improvisada de una canción burlesca conocida en Aefna, y Frundis se detuvo en seco para oírlo y poder criticarlo debidamente.

¿Qué buscará en esta selva
nuestro héroe salvador?
¿Una bruja? ¿Algún dragón?
O alguna hermosa princesa.
¡Oh, misterios del amor!

Spaw me dedicó una amplia sonrisa mientras Askaldo, que nos llevaba como unos veinte metros, hacía como que no había oído y avanzaba incansablemente.

“Eso sí que no era potente”, apuntó Frundis, resoplando. “Aunque algo asfixiante sí que ha sido.”

Lo cierto era que el silencio de Askaldo empezaba a exasperarme: ¿acaso se suponía que teníamos que seguirlo por ser el hijo de Ashbinkhai, sin saber ni siquiera hacia dónde nos dirigíamos? Además, otro pensamiento más preocupante me rondaba la mente desde la víspera: Márevor Helith era capaz de seguirme gracias a las Trillizas, y eso significaba que si no tomaba una decisión, y rápido, Laygra y Murri se meterían en el Bosque de Hilos y acabarían encontrándome. ¿Cuál era la decisión correcta que tenía que tomar? ¿Tirar las Trillizas entre el musgo del Bosque de Hilos? Palidecí nada más pensar en esa posibilidad. Según Drakvian, las Trillizas eran una obra del maestro Helith. No podía abandonarlas tan vulgarmente. Reprimí un suspiro contrariado. ¿Por qué demonios Márevor Helith quería siempre darme sus mágaras?

Durante las tres noches siguientes, apenas pude dormir. Había tantos ruidos en el bosque, que me sobresaltaba cada minuto, convencida de que, no muy lejos de nuestro campamento, pasaban subrepticiamente criaturas de todo tipo. Los demás, en comparación, parecían dormir mucho mejor, salvo Chayl, quien se quejó de tener pesadillas horribles y extrañas.

—Eso sólo te pasa a ti —le replicó Askaldo al tercer día, burlón, mientras desayunábamos—. Os daré una buena noticia, ya debemos de estar cerca de donde quería llegar.

—¡Ah! —dijo Maoleth, enarcando una ceja—. No sé por qué, empezaba a creer que lo de las Cataratas Eternas no era ninguna broma.

El elfocano puso los ojos en blanco y se levantó.

—Sé menos impaciente, Maoleth. Sobre todo que, antes que nada, tendré que hablar con él a solas y tendréis que esperar fuera de su territorio.

Agrandé los ojos al oírlo.

—Su territorio —repitió Kwayat—. Eso significa que es el capataz de algún pueblo.

—Nada más lejos de la verdad —repuso Askaldo—. Vive solo. Pero no confía en los extraños.

—Estupendo —refunfuñó Maoleth—, vamos a ver a un ser que vive solo en medio de la nada y ese ser, según cuentas, nos va a ayudar a sacar a Seyrum de la Isla Coja… ¡qué maravilla de plan! Eres un genio, Askaldo: has conseguido intrigarme. Y sí, la paciencia es una virtud, pero deberías saber que avanzar a ciegas es una estupidez. Hemos estado siguiéndote hasta aquí con una paciencia infinita. Ahora te toca a ti explicarnos quién es esa persona.

El joven elfocano hizo una mueca y suspiró.

—Es un saijit —dijo. Esa simple información dejó atónitos a Kwayat, Maoleth y Chayl—. Un tiyano. Y lo conocí un día en que exploraba una región más al norte. Le había mordido una serpiente. Y yo lo salvé con un antídoto que llevaba. Y… —Se encogió de hombros—. No os diré más por ahora. Antes tengo que saber si está dispuesto a recibiros.

—¿Y si no quiere recibirnos? —solté, mientras los demás asimilaban las palabras de Askaldo.

Él se encogió de hombros.

—Entonces tomaremos rumbo al sur e iremos directamente a Ombay.

Kwayat meneó la cabeza, meditativo, pero no dijo nada.

—Yo dudo de que esa persona nos pueda ayudar en algo —intervino Chayl, expresando las reservas de todos.

—Duda todo lo que quieras, primo —replicó Askaldo—. Pero es una bella oportunidad para pedirle ayuda y no voy a malgastarla.

Lo miramos todos, dubitativos e intrigados, pero no replicamos: ya que Askaldo nos había llevado hasta ahí, no íbamos a dar media vuelta sin averiguar quién era ese extraño misterioso.

Así que nos pusimos de nuevo en marcha. El bosque fue haciéndose menos denso, poblándose de barrancos y de pequeños montículos rocosos. Syu tuvo que abandonar los árboles para seguir nuestro ritmo y se puso a trenzarme el pelo al son de los violines del bastón. En un momento, vi aparecer, entre dos enormes rocas, una muralla de cañas que debían de medir unos tres metros por lo menos. Y más allá asomaban grandes troncos, con ramas y más ramas… Askaldo se detuvo a unos cien metros de la muralla. Parecía nervioso.

—Bueno —dijo—. Voy a ir a ver si sigue ahí.

Chayl, al advertir la aprensión de su primo, sonrió con todos sus dientes.

—Si gritas, iremos a rescatarte, querido primo.

Askaldo lo miró con aire escéptico.

—¿Tú, te atreverías a entrar ahí? —Soltó una carcajada sarcástica y le dio un empellón amistoso a su primo—. Ahora me toca ser el héroe salvador —añadió, guiñándole un ojo a Spaw.

Y sin más palabras, se dirigió hacia el bosque de cañas. Saltó ágilmente por un pequeño barranco, rodeó un pequeño arroyo y, sin aparente miedo, apartó las primeras cañas y desapareció entre ellas.

Spaw suspiró.

—El héroe salvador —repitió—. Seguramente no encontrará más que el esqueleto de ese salvaje descerebrado.

Hice una mueca al oírlo. Chayl se encogió de hombros, confesando:

—Aunque me duela decirlo, mi primo suele tener buenas ideas. Tal vez realmente nos sea de ayuda ese saijit.

Hubo un silencio en el que agudizamos el oído, atentos al mínimo ruido. Maoleth meneó la cabeza, sonriente.

—Tal vez —dijo—. Tal vez resulte que aquel saijit es un gran amante de los demonios y un poderoso celmista capaz de liberar a Seyrum desde su humilde cañaveral.

Una sonrisa flotó levemente en los labios de Kwayat.

—Es una posibilidad —coincidió, con tono poco convencido.

Estuvimos largo rato esperando sentados, con la mirada clavada en el lugar donde Askaldo había desaparecido. En un momento, Maoleth quiso mandar a Lieta de centinela, pero nos opusimos todos, menos Syu, claro. No era plan de enfadar al saijit no siguiendo una de las pocas reglas que nos había dado Askaldo.

Así que seguimos aguardando, cada vez más preocupados. Estábamos preparándonos para ir a buscar al elfocano, cuando se empezaron a agitar las cañas. Askaldo surgió unos segundos después de la maleza.

—Parece contento —observé.

—A lo mejor no ha encontrado ningún esqueleto —concluyó Spaw.

Maoleth y Kwayat avanzaron hacia Askaldo y los seguimos, impacientes. Askaldo subió por el barranco y se quitó el velo, mostrándonos una sonrisita satisfecha.

—Todo arreglado —declaró.

Spaw enarcó una ceja burlona.

—¿Ya has liberado a Seyrum? Qué rapidez…

—He hablado con él —lo cortó Askaldo—. Con Ahishu. El tiyano. Va a recibiros uno por uno. Y yo seré el último.

Nos quedamos mirándolo, admirados.

—¿Que nos va a recibir uno por uno? —repitió Maoleth, con aire sombrío—. Un momento, Askaldo. Ese Ahishu… ¿sabe que eres un demon…?

—Sí —lo interrumpió Askaldo, cruzándose de brazos—. No es tan terrible —protestó—. Ni se le ocurriría denunciarme. Hace como diez años que no tiene casi contacto con los demás saijits. Antaño, fue un aventurero celmista. Ahora se ha asentado pero sigue siendo un magarista. Yo simplemente le he explicado que necesitaba ayuda para ir a liberar a un alquimista de una isla, y él me ha dicho que nos dará a cada uno una mágara que nos ayude en nuestra tarea. Os aseguro que no son mágaras de pacotilla.

Todos resoplaron, asombrados, y yo suspiré, exasperada. Otra mágara…

—¿Y nos va a dar una mágara de esas tan estupendas, y a cada uno, porque tú le salvaste la vida? —preguntó Maoleth, incrédulo.

Askaldo puso cara pensativa y ladeó la cabeza.

—No. No exactamente. Además de devolverme el favor, hemos cerrado otro trato. Del todo razonable —precisó—, y a vosotros no os obliga a nada. Por otro lado, no nos va a dar esas mágaras. Simplemente nos las presta. Bueno, ¿quién pasa antes?

—¡Yo! —exclamó Chayl, desafiante. Observé sin embargo que se aseguraba de que tenía bien ajustada su espada en su cinturón…

—Qué valiente —notó Askaldo—. Por cierto, me pidió que no llevarais armas…

—Iré yo —zanjó Maoleth, decidido. A pesar de su gran valentía, Chayl no protestó pero apuntó:

—Yo iré después.

El elfo oscuro posó su vieja espada sobre una piedra, se quitó el arco y el carcaj y, tras un instante de vacilación, retiró una daga de su bota.

—Más te vale que no me pase nada —le gruñó entonces a Askaldo.

El joven elfocano tuvo una media sonrisa.

—No se cree nadie que te has deshecho de todas tus armas, Maoleth —dijo. Se encogió de hombros y añadió antes de que el cazador replicase algo—: Sigue todo recto, a través de las cañas, hasta que desemboques en un pequeño camino de arena. Entonces, vas hacia la izquierda. Encontrarás su casa fácilmente. Y… sé respetuoso, ¿eh? Es un anciano, y un gran magarista. Por cierto, ¿hay alguno de vosotros que no sepa hablar naidrasio? Él no sabe ni una palabra de abrianés.

Nos miramos, interrogantes. Maoleth se encogió de hombros.

—No es que lo hable muy bien, pero intentaré comunicar —contestó.

Spaw carraspeó.

—Yo, aparte de decir buenos días, no voy a poder comunicar mucho más, me temo —confesó.

Solté una carcajada, imaginándome ya su conversación con el magarista.

—Te dejaría a Frundis, para que te tradujese —le dije—. Desgraciadamente no podemos llevar armas.

A Spaw se le había iluminado el rostro de golpe.

—¡Esa es una gran idea! —aprobó—. Bah. Frundis es ante todo un compositor.

Enseguida una melodía de coros triunfales resonó en mi cabeza. Aquel piropo le había sentado a Frundis como si le hubiese rascado el pétalo azul, observé, burlona.

—Estad atentos al bosque que os rodea —nos aconsejó Maoleth, soltando una ojeada a su alrededor. Entonces su mirada se detuvo sobre el cañaveral y suspiró—. Quédate aquí, Lieta —ordenó a la drizsha. Esta maulló, como protestando, pero no lo siguió cuando él se alejó—. Qué ideas —añadió el elfo mascullando, antes desaparecer detrás de la vegetación.

A continuación, acribillamos a Askaldo a preguntas, pero el elfocano las eludió y alzó una mano.

—¡Paciencia! —nos instó, sonriente—. Con deciros que Ahishu es una persona que tiene todo mi respeto debería bastaros.

Y diciendo eso, se sentó en una roca, bajo el cielo soleado, dando por terminadas nuestras preguntas. Me encogí de hombros y me senté contra un árbol, fijando mi mirada sobre el cañaveral. ¿Quién podía ser aquel Ahishu?, me pregunté, pensativa. ¿Por qué razón un aventurero magarista había decidido meterse en lo más profundo del Bosque de Hilos? ¿Y por qué Askaldo pensaba que sus mágaras podían ayudarnos a liberar a Seyrum?, añadí, más que dubitativa.

Recostada mullidamente contra el tronco, acabé por quedarme dormida. Tuve un sueño muy extraño. Soñé que era un gran árbol, rodeado de otros semejantes, y sentía mi entorno apacible, sumida en una paz interior absoluta. Trinaban los pájaros; pasaba una columna de hormigas por una de mis ramas; saltaba una ardilla por otra, haciendo estremecerse levemente las hojas… El árbol pareció sonreír antes de que un brusco movimiento me sacase de mi sueño. ¡Había sido todo tan real!, me dije, abriendo los ojos, maravillada.

Miré mis manos para comprobar que no seguía siendo un árbol y al verlas de color madera me llevé un susto de muerte antes de acordarme de mi mutación. Resoplé, aliviada, y sólo entonces me fijé en que Maoleth ya estaba de vuelta, y al parecer desde hacía buen rato, porque en aquel instante Chayl acababa de soltar una exclamación, saliendo del cañaveral a todo correr, con una gran sonrisa feliz. Llevaba en sus manos una especie de varita.

Me levanté risueña, con la sensación de haber dormido durante doce horas seguidas.

—¡Una varita de sombras! —proclamaba el dedrin, alcanzándonos—. ¡Es una verdadera maravilla! Me ha enseñado el saijit cómo utilizarla. ¡Qué maravilla! —repitió. Sonreía de oreja a oreja, mostrándonos su varita.

La observamos con curiosidad, sin tocarla. Medía como medio metro, y era negra como el carbón. Mientras los demás comentaban el objeto, le pregunté al elfo oscuro:

—¿Y a ti, Maoleth? ¿Qué mágara ha elegido Ahishu para ti?

El elfo oscuro sonrió.

—Es verdad que estabas durmiendo cuando he vuelto. —Hizo un leve movimiento, cogió una punta de su capa negra y me la enseñó—. El peludo me ha dado una nueva capa. Ligera y resistente como una armadura, según dice.

—Como le comentaba, menos mal que no me la ha dado a mí —soltó Spaw—. No es ni de color verde. ¡Bueno! Voy a ver qué me da el generoso Ahishu.

Vi un destello de aprensión en sus ojos cuando se deshizo de sus armas. Tardó unos segundos en abandonar su daga roja. Le propuse que se llevase a Frundis de intérprete, pero el humano negó con la cabeza y finalmente se adentró entre las cañas con paso prudente. Me giré entonces hacia Maoleth con una ceja enarcada.

—¿El peludo?

Maoleth le echó a Askaldo una ojeada y soltó una carcajada.

—Está todo lleno de pelos —me reveló—. Él no, su casa. Aunque él no es precisamente imberbe. —Se carcajeó otra vez, muy divertido—. Jamás había visto tanto pelo. Creo que el viejo me ha dicho algo al respecto, pero no le he entendido bien. Askaldo dice que es pelo suyo y que crece muy rápido gracias a una cinta mágara que tiene, alrededor de la cabeza. Jamás había visto algo tan raro e impresionante a la vez —confesó.

—Toda su casa es una mezcla de pelos y de mágaras —se rió Chayl, con la mirada fija sobre su varita negra.

Vaya, pensé, intentando representarme la escena. De pronto un peso cayó sobre mi hombro y solté un gruñido, sobresaltada.

“¡He encontrado unas bayas venenosas!”, declaró Syu. “Y también he visto una serpiente. Era más fea que Lieta, fíjate tú, y ha querido atacarme”, me contó.

“¡Una serpiente!”, repetí, espantada.

“Sí”, aprobó pacientemente. “Pero ya sabes que los gawalts somos más listos. ¡Le he dado el esquinazo tirándole una baya venenosa en plena boca!”

Y entonces se me puso a narrar su gran batalla y nos reímos, divertidos, él al recordar a la serpiente escupiendo la baya, aturdida, y yo al imaginarme la escena.

Como Maoleth se había alejado para explorar la zona y Askaldo estaba medio dormido, aprovechando el sol del día, y al ver que Kwayat parecía muy ocupado pensando como para darme una lección sobre el sryho, le propuse a Chayl echar una partida de cartas. Sin embargo, este negó con la cabeza, empeñado en entender el trazado energético de su varita. Al oírlo hablar con tanta tranquilidad de trazados energéticos, deduje con cierta sorpresa que el dedrin tenía conocimientos celmistas. ¿Acaso el propio Ashbinkhai era celmista?, me pregunté, con cierta curiosidad.

Finalmente, me puse a jugar a cartas con Syu, y como sólo estábamos nosotros dos, nos permitimos alegremente hacer nuestras trampas favoritas, engañándonos con sortilegios armónicos.

Estábamos planeando echar una carrera, cuando volvió Spaw. Llevaba un sombrero verde en la mano. Un sombrero verde, me repetí. Y solté una risotada, muy divertida. El joven demonio subió por el barranco y puso los ojos en blanco al verme reír.

—Yo no le he dicho nada —soltó—. Pero, viendo mi capa verde, se habrá dicho que conjuntaba bastante. Mira que yo nunca he llevado ningún sombrero… Claro que en los Subterráneos no suelen tener mucha utilidad.

—¿Para qué sirve? —preguntó Chayl, desinteresándose de su varita un momento.

—¿Que para qué sirve? —replicó Spaw con una media sonrisa—. Pues para cubrirse la cabeza, querido primo.

—No soy tu primo —gruñó el dedrin.

—¿Y de qué sirve además de cubrir la cabeza? —inquirió Askaldo, desperezándose.

Spaw hizo una mueca y carraspeó, como molesto.

—Lo cierto es que no lo sé —confesó—. Me lo habrá explicado. Pero no he entendido ni una palabra de lo que me ha dicho. —Al ver que lo mirábamos, atónitos, se defendió—: ¡Hablaba demasiado rápido! De todas formas, era ridículo que me estuviese hablando. Estaba claro por las caras que le ponía que no entendía nada.

Mientras Askaldo, Chayl y yo nos echábamos a reír, muy divertidos al saber que Spaw se había llevado un sombrero verde sin conocer sus propiedades, Kwayat se levantó y tendió una mano para coger la mágara.

—Shaedra —dijo, mientras giraba la prenda entre sus manos—. Deberías ir a ver a Ahishu. Cuanto menos nos atrasemos en este lugar, mejor será —añadió.

Eché otro vistazo curioso al sombrero antes de asentir con la cabeza. Dejé a Frundis junto a mi saco, diciéndole que compusiese bien, y me dirigí hacia el cañaveral. Entonces me detuve, volví hasta mi saco, y saqué de mi bota una daga que me había regalado Maoleth antes de salir del Mausoleo de Akras. Tras dirigirles a los demás una sonrisilla molesta, volví a la altura de las cañas y me metí en el territorio de Ahishu.