Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 8: Nubes de hielo
Pasé todo el día siguiente jugando a cartas con Spaw y Chayl en el salón de Naé Ril-de-Ya. Que yo supiese, nadie me había visto salir y volver a entrar en casa de Naé, con excepción de esta última, pero todos sabían que, de alguna forma, había recuperado un bastón y un mono. Aun así, nadie hizo el más mínimo comentario, salvo Spaw, quien se divirtió soltando alguna frase suelta. Sin embargo, me fijé en que al decirlas el joven humano parecía más pendiente de las reacciones de los demás que de la mía.
—¡He ganado! —declaró Chayl.
—Enhorabuena —resopló Spaw, con un gesto teatralmente soberbio—. Yo he ganado las últimas cinco partidas.
—Y yo la primera —apunté—. Aunque, como decía el maestro Áynorin, “quien gana una vez no se sabe si es por habilidad o por suerte”.
Chayl se recostó contra el sofá, soltando una exclamación incrédula.
—¡Otro proverbio! Creo que ya es el octavo que sueltas en el día.
Hice una mueca inocente.
—Los proverbios reflejan la sabiduría del saijit… o del demonio —añadí, pensativa.
—¿Eso también es un proverbio? —preguntó Chayl.
Sentada en una butaca junto a la ventana Naé Ril-de-Ya sonrió mientras sus manos confeccionaban las pequeñas cajas para sus bálsamos. Llevaba ahí sentada toda la tarde, trabajando concienzudamente, y sólo se levantaba para alimentar el fuego de la chimenea.
—Casi —repliqué—. Y también se dice que el que gana la última partida lo gana todo así que… —Cogí todas las cartas y las barajé para empezar una nueva partida.
—¿Otra partida? —resopló Chayl—. Este juego me aburre.
Enarqué una ceja.
—Conozco otro juego de naipes. De los Subterráneos.
—¿Un juego de saijits? —inquirió el joven dedrin.
—Sí.
Un destello, mezcla de curiosidad y aprensión, pasó por sus ojos.
—¿Cómo se juega?
Spaw y yo le enseñamos las reglas del taonán, y estábamos haciendo una partida de pruebas cuando Kwayat y Askaldo aparecieron por la puerta, seguidos de Maoleth y de su felino, Lieta. Paramos de jugar y los miramos, expectantes, mientras tomaban asiento. Al ver a la gata, Syu soltó una exclamación de horror y se precipitó hacia mí, escondiéndose detrás de mis mechones.
“Oooh”, soltó el gawalt, asustado. “¡Creo que me ha visto!”
De hecho, Lieta se había detenido junto a la chimenea y sus ojos verdes me contemplaban insistentemente… o más bien contemplaban el escondite de Syu.
“No te preocupes”, le dije al mono. “Si se me acerca con malas intenciones, te prometo que le echaré un rayo fulminante y la mandaré a tomar vientos por nuevas riberas.”
Syu me contestó con un gruñido escéptico pero noté que se tranquilizaba ligeramente.
—Esta noche, cruzaremos el puente —declaró al fin Askaldo.
Percibí el leve movimiento de cabeza de Naé: no parecía alegrarle la noticia.
—¿Cuál es el plan? —inquirió Spaw, abanicándose con sus cartas.
—Hay dos —precisó Maoleth, mientras sacaba de su saco unas bolsitas de tela parda—. Primero, intentaremos hacernos pasar por simples viajeros.
—No os dejarán pasar —replicó Naé mientras se levantaba y se acercaba—. Os dirán que es demasiado peligroso. Y os pedirán que os identifiquéis.
Maoleth se encogió de hombros.
—Si no nos dejan pasar —continuó—, entonces damos media vuelta y nos vamos hacia el sur.
Hacia la Insarida, completé para mis adentros, poco entusiasta.
—Eso es una estupidez —dijo Askaldo—. No vamos a alargar nuestro viaje haciendo un rodeo tan grande simplemente por unos metros de agua.
—¿Y qué propones? —repuso Maoleth.
—¿Lanzarles zumos de ortigas azules, tal vez? —sugirió Spaw con ironía.
Askaldo meneó la cabeza.
—Propongo lo que ya le he propuesto a Maoleth antes: una distracción.
El elfo oscuro soltó una carcajada sarcástica.
—¡Una distracción! —repitió—. Askaldo quiere atraer a los guardias del puente y tenderles una trampa —nos explicó—. Subestimas a la Guardia de Ató si crees que son capaces de caer en algo tan típico —concluyó, dirigiéndose al elfocano con un tono más grave.
—Ya veo que los planes aún no están del todo definidos —observó Spaw—. Ya que opinamos todos… a mí no me convence tu primer plan, Maoleth. Y a Naé creo que tampoco —añadió, como argumento de peso.
Siguieron discurriendo sobre las distintas posibilidades y los escuché en silencio, al igual que Chayl. Antaño, cruzar el puente habría sido relativamente fácil, pero resultaba que desde que habían construido el puente de piedra de Léen con sus dos torres, el Mahir había decidido ir reforzando la guardia. Y con las hadas negras merodeando no muy lejos, los guardias tenían que estar más que atentos. De pronto, noté que Syu se aferraba a mi cuello y me levanté de un bote mientras el felino, que se había acercado subrepticiamente, protestaba, maullando y escrutando el mono detrás de mi cabello.
—¡Lieta! —la llamó Maoleth, impaciente, en medio de la conversación.
Lieta emitió un gruñido poco habitual para un gato pero volvió hacia el elfo oscuro. En un arranque de orgullo gawalt, Syu sacó la cabeza para enseñarle la lengua.
“¡Huye, cobarde!”, exclamó, con una risita vengativa.
Puse los ojos en blanco. Me acerqué a la chimenea para volver a meter las brasas que habían rodado fuera, escuchando la conversación de los demás con una oreja: no se ponían de acuerdo.
—Tengo una idea —anuncié de pronto, sentándome otra vez en mi silla. Todos se volvieron hacia mí interrogantes y me sentí súbitamente algo intimidada—. Esto… Es una simple idea —agregué.
—Adelante, no te cortes —me animó Spaw, con un interés sincero—. Seguramente será una mejor idea que el de cargar contra los guardias a lo bestia.
Esbocé una sonrisa. Si la cuerda de ithil podía soportar un dragón rojo, podría soportar a cinco demonios, razoné. Entonces, les expuse mi plan.
* * *
La noche había caído ya desde hacía unas horas cuando salimos de casa de Naé Ril-de-Ya. Recorrimos la ribera del Trueno hacia el sur, hundiéndonos profundamente en la nieve a cada paso. Los guié más allá de Roca Grande y de la pequeña cascada, hasta el lugar donde más de un año atrás había concluido un pacto con Drakvian.
—Ya hemos llegado —declaré, girándome hacia los demás. Me deshice de mi saco y se lo tendí a Maoleth. Tras una vacilación, le entregué Frundis a Spaw.
—No me gusta tu plan —masculló Spaw, por la enésima vez. Sin embargo, cogió el bastón.
—Sé prudente —me dijo Kwayat con gravedad.
—Y, sobre todo, que no te vean —comentó Askaldo.
Sabía que Askaldo no se preocupaba realmente por mí, sino por lo que pensarían unos saijits al ver aparecer de pronto un ser mutante en plena noche… Los saludé con la mano, como hacían los demonios.
—En un par de horas como mucho estaré del otro lado —solté, antes de dar media vuelta y de volver hacia Ató.
Finalmente los demás habían decidido que mi plan era el más realizable de todos. Realizable… pero todo se basaba en que yo sería capaz de pasar el puente sin que nadie me viese. Al principio, todos se habían burlado de mí y Askaldo hasta me había preguntado en tono mofa si tenía alguna poción de invisibilidad en mi saco. Sin embargo, cuando les hice una demostración de mis armonías, quedaron asombrados y enseguida vieron mi plan con ojos más favorables. Tanta confianza en mis dotes de sigilo me dejó algo preocupada. ¿Y si todo salía mal? Maoleth, previendo esa eventualidad, me había enseñado algunos trucos para que los guardias perdieran mi rastro durante mi huida.
“¿Por qué siempre tienes que pensar que te va a salir todo mal?”, suspiró Syu, mientras llegábamos a los lindes del bosque.
Me mordí el labio, pensativa, mientras miraba las luces de Ató.
—Un gawalt actúa bien y rápido —pronuncié en voz baja, recordando las palabras que un día me había dicho Syu.
Me envolví con armonías de oscuridad y de silencio, me levanté y salí de mi escondite. Percibí otro suspiro del mono. Aunque no lo formulase, su pensamiento estaba claro: ¿para qué complicarse la vida y no volver al Ciervo alado con Dol, Deria, Aryes, Kyisse y los demás? Meneé la cabeza.
“Syu, ningún saijit normal cambia de color de piel”, expliqué con paciencia. “Creerían que soy algún monstruo. Un hada negra. Un saïnal. O… o un demonio”, sonreí con ironía. “Y no estarían tan alejados de la realidad”, agregué.
Syu meneó la cabeza, incrédulo. “Saijits”, se contentó con soltar, elocuente.
Sonreí. Ojalá todos los saijits tuviesen la clarividencia de Syu, pensé. Acabé de reforzar las armonías y me dirigí silenciosamente hacia Ató. Cinco demonios contaban conmigo para cruzar el Trueno y no quería defraudarlos.
* * *
Había en total dos guardias a cada extremidad del puente. Más los que estaban en las torres, recordé. No había que olvidarlos.
Después de reptar un tiempo considerable entre la nieve, estaba ahora escondida debajo del primer arco del puente. Procurando no resbalar tontamente hasta el Trueno, me acerqué a la torre contigua y eché un vistazo prudente. Los dos guardias hablaban en voz baja, echando ojeadas a su alrededor.
—Mira que ayer se os escapó de las manos —suspiraba uno—. Tanto nadro y tanto escama-nefando, pero luego no somos capaces de parar a un hada negra.
—No hables a la ligera de esos seres —lo previno su compañero—. La gente piensa que tienen poderes oscuros, pero lo que realmente tienen oscuro es el corazón. Y eso es más terrible que la nigromancia, créeme.
—Mi buen Sílidrin —se rió el otro por lo bajo—, siempre tan poético. Lo del oscuro corazón lo arreglo yo con un tajo de espada. No son más resistentes que nosotros. A fin de cuentas, son saijits.
—Yo no estaría tan seguro —replicó el llamado Sílidrin.
Se oyó un estornudo. Los guardias callaron súbitamente.
—¿Qué ha sido eso?
Reprimí un gruñido exasperado.
“Syu…”
“No he podido evitarlo”, se disculpó el mono, tapándose la nariz con la cola.
De pronto, la brisa se levantó y se oyó el silbido del viento entre los árboles.
—Ha sido el viento —dijo al cabo Sílidrin. Espiré suavemente, aliviada—. O tal vez no —añadió el guardia, en un murmullo casi inaudible.
Por prudencia, esperé quizá un cuarto de hora debajo del puente hasta que los guardias retomasen un tono tranquilo de conversación. Al cabo, salí de mi escondite rodeada de armonías, parándome junto a la torre. Había hecho unos agujeros en mis guantes para poder sacar mis garras, y me di cuenta de que, efectivamente, había sido una muy buena idea: la piedra de Léen era muy poco apta para la escalada. Aun con las garras sería imposible subir aquello sin resbalar… tomé una inspiración, cogí carrerilla y trepé a toda prisa por la torre. Subí unos dos metros y, antes de que volviese a caer, tomé impulso y salté sobre el pretil del puente. El leve crujido que emití al aterrizar me dejó inmóvil durante unos instantes, convencida de que había despertado a todos los guardias de Ató. Oí la risa ahogada de uno de los guardias y me relajé. Ahora sólo cabía esperar que no mirasen hacia atrás…
“Esto es una locura”, le declaré a Syu, mientras reforzaba otra vez mis armonías. Sin embargo, no era el mejor momento para echarse atrás.
Lista para echar a correr en caso de que alguien diese la alarma, avancé progresivamente por el puente, con una lentitud irritante pero necesaria. Llegaba a la otra extremidad del puente cuando uno de los guardias que vigilaban la parte este empezó a girarse, como notando una presencia… Pero no pudo ver nada porque yo ya había salido del andén y avanzaba los últimos metros por un saliente exterior del puente. Cuando llegué a tocar el suelo de la otra orilla, por poco no solté una exclamación triunfal. ¡Lo había conseguido!
“Syu, ¡ha sido impresionante!”, exclamé mentalmente, tapándome la boca para reprimir una carcajada.
“Has sido impresionante”, me corrigió, divertido.
Sonriendo anchamente, me senté en una piedra y respiré profundamente varias veces para calmarme. Fruncí el ceño, tratando de restarle importancia a mi proeza. “Quien gana una vez no se sabe si es por habilidad o por suerte”, me repetí, implacable. No podía permitirme relajarme todavía: antes tenía que alejarme del puente sin que nadie me viera.
Estaba con estas reflexiones cuando oí un grito estridente desgarrar el aire nocturno. Me levanté muy lentamente, aterrada.
—¡Nadros rojos! —exclamó alguien.
Se oían ruidos de botas precipitadas por el puente y por las escaleras de las torres. Una voz autoritaria dio órdenes. La capacidad de organización de los guardias de Ató era bastante impresionante, reconocí, al echar un vistazo hacia el grupo que se alejaba hacia el bosque.
El viento helado se infiltraba por los arcos del puente, como pidiéndome que me marchara. Me envolví otra vez en armonías, salí a descubierto y me puse a recorrer la orilla con prudencia. Resoplé silenciosamente. Nadros rojos. Recordaba haber oído que ese invierno los nadros rojos de las Hordas estaban más agitados que otros años. Con aquel frío, no era de extrañar que bajasen de las montañas.
“No hay ni un maldito arbusto”, refunfuñé, mientras avanzaba con cautela. Una hilera de antorchas bailaba por el camino del sureste, hacia la parte menos frondosa del bosque. Sumida como estaba en las sombras, era poco probable que me viesen los guardias, razoné. Aceleré el ritmo y alcancé la primera fila de árboles.
La verdad era que mi plan me parecía cada vez menos acertado. Si los guardias empezaban a peinar a fondo el sotobosque en busca de nadros rojos… podía ser un gran inconveniente. Tal vez fuese mejor esperar una hora más a que todo se calmase. Tal vez. Sin embargo, deseché tal opción: mis compañeros no sabrían por qué tardaba tanto en aparecer y quién sabe qué decidirían hacer.
Syu se removió sobre mi hombro.
“¿Y entonces qué hacemos?”, preguntó.
“Vamos a hacerlos cruzar”, decidí.
Me mantuve cerca de la orilla y seguí avanzando con rapidez. Pasé por la pequeña cascada. Di un rodeo para evitar un barranco lleno de nieve. Y llegué finalmente al lugar acordado. En la lejanía, oí unos rumores de batalla. Los guardias habían acabado por encontrarse con los nadros rojos, pensé, mientras me acercaba a la ribera. No se veía nada en la otra orilla: estaba todo ahogado en las tinieblas. Creé una esfera armónica de luz, la dejé flotar y desaparecer. Entonces trepé a un árbol enorme y dibujé rápidamente una marca luminosa y armónica en un hueco del tronco. Me aparté prudentemente y esperé. Poco después oí el silbido de una flecha y un ¡pop! ensordecido por el ruido del Trueno. Volví a trepar por el árbol y encontré los restos energéticos de la marca luminosa. Hice lo posible para borrar el rastro energético y agarré la cuerda de ithil que pasaba a unos centímetros por encima de mi cabeza.
“¿Y la flecha?”, me pregunté mentalmente.
“¡Aquí!”, dijo Syu.
Lo seguí por encima de unas ramas gruesas y espanté a una ardilla que soltó un chillido de protesta. La flecha colgaba del otro lado del árbol. Enarqué una ceja. Me sorprendía la poca puntería del tiro. A lo mejor Maoleth no era tan buen cazador como me había dejado suponer. Recogí prudentemente la cuerda hasta llegar a la flecha, deshice el nudo y me dirigí hacia la rama más baja y resistente que encontré. Una vez atada la cuerda, estiré fuerte para comprobar que nadie se caería al agua por mi culpa y di varios tirones para que mis compañeros entendiesen que, de mi lado, todo estaba listo.
Un par de minutos después, la cuerda se puso a vibrar. Spaw aterrizó en la orilla este, con Frundis atado a la espalda.
—Ya pensaba que te habían raptado las hadas negras —bromeó, al llegar. Se inclinó y dio dos tirones a la cuerda para significar a los demás que podían seguir cruzando.
—Hadas negras, no sé, pero los guardias están peleando ahora mismo contra unos nadros rojos —lo informé, mientras él me tendía a Frundis. El bastón exultaba.
“¡Menuda travesía!”, exclamó, encantado. Por lo visto, en su larga vida, nunca ningún portador le había hecho pasar por encima de un río mediante una cuerda.
—Oh, así que eran nadros —respondía el demonio, ladeando la cabeza, como agudizando el oído—. Esperemos que no vengan por aquí. Además, tendremos que esperar a que vuelva Maoleth antes de alejarnos de este lugar. Te ha seguido hasta el puente, para ver cómo te las arreglabas.
Enarqué una ceja, preguntándome con curiosidad qué hubiera hecho Maoleth de haberme pillado los guardias.
—Espero que no lo pillen a él —resoplé, con una mueca burlona—. Pero si Maoleth me ha seguido, ¿quién ha lanzado la flecha? —inquirí.
Spaw soltó una carcajada silenciosa.
—Chayl. Maoleth le había dado el arco a Askaldo, pero luego los primos se han puesto a discutir. Que si Askaldo no sabía manejar un arco, que si a Chayl le faltaba fuerza para darle al árbol… —Suspiró, divertido—. Finalmente, les he propuesto jugar una partida de cartas para zanjar el asunto. Y ha ganado Chayl. ¡Menudo par!
Sonreí en la oscuridad.
—Una suerte que la flecha no haya acabado en el agua —apunté.
Recogimos el primer saco que pusieron sobre la cuerda y volvimos a dar dos tirones. Se oyeron murmullos en la otra orilla.
—Tengo curiosidad —dijo entonces Spaw, rompiendo el silencio—. Cuando fuiste a recuperar a Syu y a Frundis, ¿te encontraste con Aryes, verdad?
Hice una mueca al oírlo abordar el tema.
—Me lo encontré —asentí, expectante.
—Ah. —Spaw puso cara pensativa—. Supongo que se habrá sorprendido al verte tan colorida como un atrapa-colores —comentó con desenfado, retomando el apodo que me había dado Maoleth—. Y supongo que le habrás contado todo sobre Driik, Askaldo, la poción y todo eso…
Me encogí de hombros mientras observaba cómo se acercaba el siguiente saco.
—Le conté todo lo que me ha pasado en el Mausoleo de Akras —repliqué.
Percibí la media sonrisa de Spaw.
—¿No le dijiste adónde ibas?
Reprimí un suspiro exasperado. A veces, Spaw era demasiado curioso.
—Le dije que iba a buscar una poción para curar mi mutación —contesté simplemente. Cogí el saco y le di dos tirones a la cuerda, recordando mi conversación de la noche anterior.
Después de salir de casa de Dol, le había contado brevemente al kadaelfo lo que me había ocurrido. Con cada palabra que pronunciaba, su rostro había ido ensombreciéndose. Primero, se quedó impresionado al entender la naturaleza de mi piel cambiante y luego se mostró aterrado al saber que viajaba con nada menos que Askaldo para ir a liberar a un alquimista de las garras de un demonio renegado. Aryes enseguida había entendido que no podría acompañarme en este viaje. Al fin y al cabo, ningún saijit lo suficientemente cuerdo se metería en los asuntos personales de los demonios. Tratando de relajar el ambiente, me había recordado algunos consejos gawalts del maestro Dinyú y había observado que, si a pesar de todos nuestros esfuerzos mis compañeros y yo no encontrábamos a Seyrum, tampoco se acababa el mundo.
Reprimí una sonrisa al recordar la escena. Debía reconocer que Aryes había aceptado mi mutación con una facilidad asombrosa. Eso ya era todo un mérito, pensé.
De pronto, Spaw se dio la vuelta con brusquedad. Despertando de mis pensamientos, lo imité, frunciendo el ceño.
—¿Qué…?
El humano me cogió del brazo, imponiéndome silencio con un silbido entre dientes. Retrocedimos unos pasos y él dio varios tirones a la cuerda de ithil para advertir que habíamos visto algo y que detuviesen la travesía.
Agudicé el oído y seguí su mirada, pero no alcancé a ver nada entre tanta oscuridad. Unos minutos más tarde, Spaw se incorporó.
—Voy a explorar un poco la zona —declaró en voz baja—. Vuelve a decir a los demás que sigan cruzando.
—Mm —asentí. Lo vi desaparecer entre los árboles en silencio y agité la cuerda antes de retomar mi puesto de observación. Realmente no se veía nada, me dije. Y dudaba de que hubiera visto mejor si hubiese estado a campo abierto: el cielo estaba totalmente cubierto de nubes que apenas dejaban adivinar las formas difusas de la Vela y la Luna.
En un momento, algo se movió a mi izquierda y Syu se agitó asustado, notando mi tensión. Escudriñé la oscuridad, inquieta. ¿Y si algún monstruo estaba acechándome con la intención de desayunar una ternian mutante? ¿Acaso podía ser un nadro rojo? ¿O un lobo?
“A lo mejor es un gawalt”, replicó Syu, con una risita nerviosa.
Sonreí a medias pero di un bote hacia atrás cuando vi surgir una sombra de entre unos arbustos. Solté un resoplido de alivio. Era Spaw.
—Nada —me anunció, al reunirse conmigo—. He visto el rastro reciente de unas botas —añadió, en voz muy baja—. Alguien nos espía.
Traté de no inmutarme y seguimos ocupándonos de la travesía de los demás. El siguiente fue Chayl, luego Askaldo y, poco después, llegó Maoleth, acompañado de una Lieta aterrorizada. Kwayat fue el último en cruzar. Aterrizó algo violentamente contra el árbol y todos se burlaron, divertidos, mientras yo me percataba de un pequeño fallo en mi plan tan genial: ¿cómo iba a recuperar la cuerda de ithil? En el mismo instante en el que llegaba tristemente a la conclusión de que tendría que abandonarla, noté que la cuerda se aflojaba y caía al agua.
—Naé —explicó Maoleth con una sonrisa al advertir mi sorpresa.
Enrollé mi cuerda y la guardé con precaución en mi saco. Y decir que tan sólo llevaba un día en mi posesión y ya nos había servido para cruzar el Trueno…
“¿No te estarás encariñando de una cuerda?”, se burló Frundis, a mi espalda, suspendiendo por un momento su melodía de guitarra.
Puse los ojos en blanco y seguí a los demás hacia el interior del bosque.
“Ya me he encariñado de un bastón compositor, ¿qué tiene de malo encariñarse con una cuerda?”, pregunté, socarrona, mientras andaba.
“¿He dicho yo que fuese malo?”, replicó el bastón con una risita teatral. “Las cuerdas son una de las bases de la música, me parece estupendo que aprendas a congeniar con ellas. Mira cuántas cuerdas hay en los instrumentos. Las cuerdas de la guitarra. Las cuerdas del violín…”
“Las cuerdas vocales”, completé, divertida, viendo que Frundis empezaba a delirar. El bastón, tras enumerar unos cuantos instrumentos más, se puso a improvisar una mezcla experimental que nos dejó a Syu y a mí bastante impresionados.
Nos alejamos rápidamente de la orilla y seguimos hacia el sur, evitando los caminos y los claros. La persona que nos espiaba no había vuelto a mostrar signos de vida. Pero claro, ¿quién podía estar seguro de que no nos seguía? Tal vez fuese algún espía de Ató. O algún demonio, sirviente de Driikasinwat. O un hada negra. A menos que fuese simplemente un granjero del vecindario que había salido a pasear en plena noche y al oír el ruido de la batalla contra los nadros rojos hubiese huido prudentemente… Pero era poco probable. Después de darle vueltas al asunto durante largo rato, me aburrí y dejé que Frundis animara mis pasos. Tiempo más tarde, Maoleth se giró hacia mí y me dijo sonriente:
—Por cierto, Shaedra, tu travesía del puente me ha dejado impresionado. Me pregunto de dónde has sacado esa habilidad.
Sonreí anchamente.
—La verdad es que a mí también me ha dejado bastante impresionada —repliqué simplemente. Y solté una risita puerilmente satisfecha mientras Syu se burlaba de mi orgullo gawalt.