Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 8: Nubes de hielo

9 Media vuelta

Refunfuñé, malhumorada, mientras salía de la cocina. Apenas había dormido, y mi sueño había sido agitado. Primero, había estado el Dáilorilh asegurándome que se avecinaba un Ciclo de la Bondad mientras Kyisse me estiraba de la manga, diciéndome “Klanezjará”. Luego había estado corriendo con Syu por los bosques de Ató en busca de una caja con plátanos. Pero resultaba que los plátanos hablaban y ni Syu ni yo nos atrevíamos a comerlos. Con tanto sueño, tenía la sensación de no haber dormido nada. No conforme con eso, Kaota me había despertado en un sobresalto llamando a mi puerta y diciéndome que en un cuarto de hora salíamos de Ató. Y al fin, para rematarlo todo, a Frundis le había dado por darnos los buenos días con una música espantosa que, por lo visto, lo tenía entusiasmado desde hacía horas. Apenas tuve tiempo de vestirme, robarle un panecillo a Wigy y despedirme de Kirlens a toda prisa.

Le pegué un mordisco al panecillo de Wigy y me dirigí hacia la mesa donde estaban los Espadas Negras, listos para el viaje. Las demás mesas estaban todas vacías.

—¿Dónde están Srakhi, Dashlari y Mártida? —preguntó el capitán, con el ceño fruncido.

Nadie lo sabía. Menos yo, claro. Lénisu se los había llevado aquella misma noche para ir a buscar a Hilo. Cuando le había recordado, burlona, la promesa que le había hecho a Fahr Landew, mi tío había replicado que cada cosa se hacía en su tiempo. Por supuesto. Hilo pasaba antes.

Cuando Kitari volvió de los cuartos vacíos de Srakhi, Dashlari y Mártida, el capitán Calbaderca se levantó.

—En marcha —declaró simplemente.

Mientras nos dirigíamos hacia la puerta, levanté una mano de saludo hacia Kirlens. El tabernero me contestó con un movimiento grave de cabeza. Como no había tenido tiempo de ocultar otra vez la caja de tránmur, se la había dado a él, diciéndole que se trataba de un regalo importante para mí. Lamentaba tener que despedirme de él de manera tan precipitada. Sin embargo, me dije, más animada, iba a volver más pronto de lo que Kirlens esperaba. ¿Dónde andarían Spaw y Kyisse?, me pregunté. Tal vez a la altura de Belyac… O más allá. Quién sabía cuánto tiempo había tardado Zaix para hablarme.

Miré la calle. Estaba totalmente nevada. Y el cielo apenas empezaba a iluminarse.

“Al menos se ilumina”, dijo Syu, sobre mi hombro.

“Cierto”, convine. “Y además está despejado.”

Subimos por el Corredor, pasamos por la Transversal y bajamos por la calle del Sueño, que desembocaba en la ruta hacia Belyac y Aefna. Avanzábamos en silencio. Manchow, curiosamente, estaba sombrío, como si la idea de volver a Aefna lo desanimase un poco. Aedyn, en cambio, rebosaba de energía y caminaba delante con paso firme. Shelbooth avanzaba, medio dormido, y Ashli, Kaota y Kitari parecían contentos, mirando su entorno como para grabar Ató en su memoria. Cuando llegamos abajo de la calle fruncí el ceño, extrañada.

—¿Dónde está Aryes? —pregunté.

Al capitán se le escapó un suspiro irritado.

—Se supone que debería estar aquí.

Observé, divertida, cómo Shelbooth levantaba los ojos hacia el cielo. Ni que Aryes estuviese siempre levitando, pensé.

—Va a ser que a él también lo hemos perdido —observó Ashli alegremente—. ¿Vamos a buscarlo a su casa?

Ashli, desde que habíamos salido a la Superficie, estaba todavía más animada que de costumbre.

—Ya voy yo —declaré.

Finalmente, me acompañaron Kaota y Kitari. Cuando llegamos ante la carpintería Dómerath, ya se oían los ruidos de la sierra contra la madera. El padre, desde luego, era madrugador.

No quería despertar al resto de la familia, así que subí por los tejados hasta el cuarto de Aryes. Miré por la ventana y fruncí el ceño. La cama estaba hecha, el cuarto estaba ordenado y no había ni rastro de Aryes.

“Y yo que pensaba que debía de estar en la Quinta Esfera”, les dije a Syu y a Frundis, algo perpleja.

Finalmente, decidimos preguntar. Llamé a la puerta de la carpintería y Radboldis Dómerath abrió. Puso cara sorprendida al vernos.

—Buenos días y perdón por interrumpir su trabajo —le dije, con un saludo respetuoso—. Estamos buscando a Aryes. ¿Por casualidad no sabrá dónde se ha metido?

—¿Aryes? —repitió él, con el ceño fruncido—. Hace como media hora que se ha ido. Creía que ya estaríais fuera de Ató.

—Er… Entonces a lo mejor nos hemos cruzado sin vernos —le dije, dedicándole una sonrisa inocente, y junté las manos en un saludo—. Gracias.

Me alejé con Kaota y Kitari y suspiré. Era imposible que nos hubiésemos cruzado: hacía menos de un cuarto de hora que llevábamos buscándolo.

—Regresemos adonde el capitán —propuso Kaota—. Tal vez haya llegado de mientras.

Asentí y nos dirigimos otra vez hacia la calle del Sueño. Cuando el capitán nos vio aparecer sin Aryes, su rostro se ensombreció… para aclararse unos segundos después. Sus ojos miraban un punto a mis espaldas. Intrigada, me giré y solté una carcajada al ver que Aryes y Spaw bajaban la calle.

—¡Aquí me tenéis! —exclamó el demonio con una ancha sonrisa—. Y con una capa nueva —apuntó, mostrándola con evidente satisfacción.

Sonreí. A su capa verde le faltaban los desgarrones y los parches, pero, por lo demás, era exactamente igual que la anterior.

—¡Spaw! Qué alegría volver a verte —rió Manchow, con entusiasmo, mientras le daba un abrazo efusivo. Reprimí una carcajada. Así era Manchow.

—Lo mismo digo —replicó Spaw, con una mueca cómica, mientras le devolvía el abrazo con cierta torpeza.

En ese momento, Shelbooth se repuso de su asombro.

—¿Cómo demonios es que estás en Ató cuando Shaedra nos decía que estabas en Aefna? —preguntó.

—Er… —contestó Spaw.

Pero el capitán Calbaderca no lo dejó continuar.

—¿Dónde está Kyisse? —inquirió.

—Oh, durmiendo como el agua en un lago, pero viva como una gacela blanca —contestó Spaw, con aire poético—. Llegamos anoche, muy tarde, y como no sabía que estabais en Ató, fuimos a un albergue. —Se giró hacia mí—. El lugar se llama la Mantícora peluda, creía que era el albergue donde vivías, pero al parecer me he equivocado, ¿verdad?

Me golpeé la frente con el puño.

—La Mantícora peluda no tiene nada que ver con el Ciervo alado —me reí—. ¿En serio entraste en ese sitio?

—Ese albergue tiene mala reputación —explicó Aryes.

—¿Oh? —se sorprendió Spaw e hizo una mueca mascullando—: Pues no era precisamente barato.

—¿Dónde está ese albergue? —preguntó el capitán Calbaderca.

—En la calle Transversal —contesté.

Mientras el capitán Calbaderca y los demás daban media vuelta, ansiosos de comprobar que efectivamente la Flor del Norte estaba viva y tan cerca, Spaw clavó sus ojos negros en los míos y percibí un leve destello que me intrigó.

—Finalmente, todo parece arreglarse —observé.

—Desgraciadamente, no todo —replicó él. Y miró al grupo—. ¿Dónde está Lénisu?

Le dediqué una sonrisa burlona, intercambié una mirada con Aryes y, sin contestar, comenté:

—Bonita capa.

“Bah. No tan bonita como la mía”, opinó Syu con tono objetivo.

* * *

Cuando aparecí, media hora más tarde, en el Ciervo alado, Kirlens se quedó naturalmente muy sorprendido. En la taberna ya había algún que otro cliente que venía a desayunar pero dejó de atenderlos para precipitarse hacia nosotros.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó.

Me contenté con sonreírle y apartarme para dejarle ver a Kyisse.

—Te presento a la Flor del Norte.

Kirlens miró a la niña, que estaba muy seria, y su rostro se enterneció. Kyisse todavía no había dicho ni una palabra y me preocupaba un poco su estado, aunque Spaw afirmaba que no se había vuelto muda y que su comportamiento se debía simplemente a la conmoción que le había producido ver el cielo.

—Hola —le dijo Kirlens, agachándose para estar más a su altura.

La niña, sin una palabra, ladeó la cabeza con interés y tendió una mano para cogerle la barba al buen tabernero. Enseguida uno de sus amigos parroquianos soltó una mofa pero Kirlens sonrió, cogiendo a la niña en brazos.

—Así que tú eres la pequeña Kyisse legendaria, ¿eh? ¿Pero a que no habías visto una barba como la mía?

Entonces Kyisse se echó a reír y Spaw resopló.

—Yo que hice todas las payasadas del mundo para intentar hacerla reír un poco, y llega ese grandullón y…

Masculló entre dientes y no acabó la frase.

Desde la aparición de Spaw y Kyisse, el capitán Calbaderca se había relajado a ojos vistas. Nos sentamos todos a una mesa a festejar la buena noticia y Kirlens nos invitó, diciendo que los dioses le habían devuelto a su hija más pronto de lo previsto. Me sonrojé levemente, emocionada, al oírlo llamarme hija.

Desayunamos como reyes y charlamos alegremente, sin preocuparnos de leyendas, ni de abuelos, ni de nada. Poco a poco, la mesa se fue vaciando. Aedyn y Ashli se fueron de compras al mercado; Manchow quiso ir a dar un paseo, pero como nadie se apuntó se marchó solo; y Shelbooth, que no había dormido en toda la noche, se fue a su cuarto arrastrando los pies. Me dio cierta envidia, pero sabía que aún no era el momento de descansar. Primero tenía que hablar con Spaw. Este, sentado en una esquina de la mesa, había permanecido callado durante casi todo el rato, escuchando atentamente las conversaciones y sonriendo a cada observación de Manchow.

Me levanté para recoger los platos y Aryes y Spaw me ayudaron. Kyisse se deslizó hasta nosotros y apareció por la cocina, dando brincos felices. Soltó en tisekwa:

—Me gusta este mundo.

Sonreí. En ese momento, Wigy apareció por las escaleras con una escoba entre las manos. Detalló con la mirada a Spaw y a Kyisse y soltó un gruñido.

—Veamos, ¿quién se ha ocupado de la niña? —preguntó.

Spaw se designó con el pulgar.

—Yo.

Wigy lo fulminó con la mirada e hice una mueca compasiva.

—¡Ah! —dijo, con una voz no muy agradable—. Pues podrías haberla lavado un poco. Tiene toda la cara sucia. Ven —le ordenó a Kyisse.

La niña me miró, aprensiva, pero le sonreí, alentadora.

—No te preocupes, Kyisse. Wigy también me perseguía con la jaboneta a mí, y sobreviví. —Le eché una mirada burlona a mi hermana—. A duras penas, eso sí.

—¡Shaedra! —gruñó Wigy—. Deberías tener más respeto y dar el ejemplo.

Kyisse intervino, señalando su vestido inmaculado.

—Estoy limpia —dijo, con una vocecita convencida.

Wigy suspiró, se avanzó con su escoba y tendió una mano, cogiendo el largo pelo negro de Kyisse.

—¿Y esto está limpio también? —inquirió, escéptica.

La niña le dedicó una sonrisa inocente. Unos instantes después Wigy estaba calentando agua para llenar la bañera, mientras Spaw, Aryes y yo salíamos por el patio de los soredrips con el corazón ligero. Frundis estaba componiendo y sonaban en mi mente unas trompas poco enérgicas.

“Hoy estás de capa caída”, observé.

“¿Yo?”, se indignó Frundis. “Imposible. Lo que pasa es que estoy ensayando simplemente un trozo de una sinfonía magistral”, explicó con aire profesional. “Pero si prefieres oírla entera…”

Y entonces dio rienda suelta a su sinfonía magistral, que nos entusiasmó tanto a Syu como a mí.

Spaw, Aryes y yo estuvimos charlando tranquilamente, empezamos hablando del tiempo, y acabamos alabando el talento extraordinario de Frundis, el cual, al oírnos, se animó tanto que empezó su orquesta de rocarreina y me pidió que lo tendiese a Spaw para que la escuchase.

Pasamos por el mercado y nos cruzamos con Ashli, quien acababa de comprarse un pañuelo azul con encajes por cinco kétalos… Saludamos a Deria y le presenté a Spaw, prometiéndole que pronto llevaría a Kyisse a casa de Dol. Luego, mientras Spaw escuchaba la composición de Frundis, fuimos hasta la casa de Aryes, para que este informase a su familia que aún seguía en Ató. Y finalmente, bajamos los tres el Corredor hasta el puente de piedra.

—¡Auténtica sinfonía! —exclamó Spaw, entusiasmado—. Frundis es un verdadero genio. —Me tendió otra vez el bastón—. Por cierto, ¿todavía no ha aparecido Drakvian?

Hice una mueca y negué con la cabeza. En el Bosque de Piedra-Luna, Drakvian nos había dicho que no nos preocupásemos por ella; sin embargo, me hubiera gustado saber si había salido ya de los Subterráneos.

—Esa vampira es dura de roer —me aseguró Spaw, tranquilizador. Despejó de nieve un pequeño espacio del pretil y se sentó ágilmente. Echó un vistazo hacia el Trueno e hizo una mueca—. Las aguas estas están más agitadas que el Aluer —dijo, refiriéndose al río que hacía de frontera entre Ajensoldra e Iskamangra.

Sonreí y me senté también.

—En Ató decimos siempre: «No existe el juego en el Trueno».

—Por eso tú jugabas todos los días en Roca Grande —replicó Aryes burlón.

Pasaron tres guardias por el puente y callamos, observando la colina de Ató y las aguas que se arremolinaban, oscuras y frías. Entonces, cuando estuvimos otra vez solos, Spaw soltó:

—No sé si recordarás, Shaedra, aquel simpático Askaldo que quiso hacerte beber ese zumo de ortigas azules un día de primavera.

Sonreí y luego fruncí el ceño.

—¿Él es quien te persigue? —pregunté—. Creía que me perseguía a mí, por lo de la poción de Seyrum.

—¿Te ha hecho algo ese demonio? —inquirió Aryes, al ver que Spaw permanecía pensativo.

—A mí no, no le he dejado —dijo, sonriente. Su sonrisa se borró y preguntó—: ¿Shaedra te contó todo sobre Askaldo, verdad?

Aryes enarcó una ceja hacia mí y yo asentí.

—Todo lo que sé —aprobé.

—Bien. Pues como sabéis, Askaldo está muy enojado con su cuerpo mutado. No logra aceptarse y cree que es posible volver a curarse con otra poción. Ha estado buscando a un demonio alquimista para encargarle una poción de esas.

Palidecí al oír su tono sombrío.

—¿Lunawin? —pronuncié, con la boca seca.

Spaw asintió.

—Mandó a uno de sus esbirros a casa de Lu. Y ella le contestó que con sus años ya no era capaz de hacer una poción tan compleja. No sé si será verdad, pero en todo caso Askaldo se lo tomó mal y no la creyó. —Hizo una mueca—. Entonces, yo llegué con Kyisse de los Subterráneos. Lu se ocupó de ella y la curó. Entretanto, me explicó su problema con Askaldo. Y una noche, se me presentó un sirviente de Ashbinkhai. —Suspiró—. Es lo que tiene Aefna, hay demasiados demonios al tanto, y Ashbinkhai enseguida se enteró de que yo había vuelto. El Demonio Mayor me mandó uno de sus sirvientes para regañarme, diciéndome que había incumplido el trato y que quería verme. Estaba claro que yo, como templario, había incumplido mi trabajo. Cómo no lo iba a saber yo. —Meneó la cabeza con una sonrisa irónica—. No podía estar vigilando a Askaldo desde los Subterráneos —razonó con un gesto de impotencia.

Parpadeé, sobrecogida.

—¿Y finalmente fuiste a ver a Ashbinkhai? —pregunté.

—Pues claro. Un templario tiene que atender a sus clientes insatisfechos —sonrió—. Desgraciadamente, cuando fui a verlo, también estaba su hijo. Ashbinkhai me soltó un sermón, yo me disculpé, y entonces me perdonó a cambio de que aceptase un nuevo trato: que ayudase a Askaldo a encontrar un método para quitarle esos horribles pinchos que le han salido por la cara. Al parecer, han estado creciendo mucho estos últimos meses y Askaldo está desesperado. Hasta me dio un poco de pena —confesó.

Hice una mueca y me sentí algo culpable. Ojalá Zoria y Zalén jamás me hubiesen hecho beber aquella botella de «zumo míldico» en Dathrun…

—¿No aceptaste, verdad? —interrogó Aryes.

Spaw hizo una mueca y carraspeó.

—Acepté. Acepté ayudarlo para quitarle esos pinchos. No me quedaba otra si quería que Ashbinkhai siguiera reclamando mis servicios. Pero entonces Ashbinkhai, que sabe muy bien que Lunawin fue mi instructora y que me hospeda cuando voy a Aefna, me pidió que la convenciese de que hiciera una poción para su hijo. Me negué. Persuadir a la gente que haga algo no entra en mis competencias, y menos si se trata de mi abuela —refunfuñó—. Si Lu no quiere hacer esa poción, es que debe de tener buenas razones.

Sonreí. Cuanto más conocía a Spaw, mejor me caía.

“Tiene principios”, aprobó Syu. “Eso es esencial en un gawalt.” Y entonces el mono se bajó de mi hombro. “Voy a ver el bosque, a ver si ha cambiado”, me dijo.

Le deseé un buen paseo y escuché las palabras de Aryes:

—Supongo que a Ashbinkhai no le gustó tu respuesta.

—Bueno. Respetó mi rechazo —contestó Spaw, tras una ligera vacilación—. Pero me dijo que Lu ya había creado pociones del estilo y que si Lu seguía negándose y los pinchos de su hijo no se iban, tomaría una decisión.

Enarqué una ceja.

—¿Cuál?

Spaw se encogió de hombros.

—No lo dijo, pero su tono me dejó claro que había tomado el partido de su hijo. Lo cual es normal, se está convirtiendo en un verdadero engendro.

—Tremendo… —resopló Aryes, tratando de imaginarse seguramente el aspecto de Askaldo.

Spaw puso los ojos en blanco.

—El problema es que Askaldo se empeñó entonces en acosar a Lunawin para que le preparase la maldita poción. Cada día, mandaba a uno de sus esbirros para intentar convencerla, pero yo no le abría la puerta. —Hizo una mueca incómoda—. Entonces las cosas se torcieron. Una noche, Askaldo mandó a varios mercenarios para llevarse a Lu y forzaron la entrada. Yo intenté cortarles el paso y herí a varios de esos canallas con mi daga… Se enfurecieron mucho. —Hice una mueca al tratar de imaginarme la escena—. Entonces… Kyisse salió de la cocina. En realidad, creo que fue lo que vio ahí lo que la hizo enmudecer, y no tanto el cielo —confesó, sombrío.

—¿Qué pasó luego? —lo animé, mordiéndome el labio por la tensión.

—Kyisse soltó un sortilegio de luz. Empezó a brillar de tal manera que ya ninguno veíamos nada. Yo corrí hacia ella para apartarla de ahí pero entonces oí varios ruidos de cristales rotos. Fue idea de Lu. Tiró unas de sus botellas de sansil. Las reconocí de inmediato, y ya sabéis, una vez que se respira eso… Me metí en la cocina a toda prisa con Kyisse y Lunawin. —Inspiró hondo y terminó diciendo rápidamente—: Luego saqué a Kyisse y a Lu por la ventana y salimos los tres de Aefna. Y Lu me insistió para que la acompañase hasta la casa de un amigo suyo cerca de Ató.

De pronto, se ruborizó, nos miró y resopló.

—Vaya. Perdón por haberos metido todo este rollo.

“¿Rollo? ¡Es una historia fascinante!”, dijo Frundis, listo a halagar a quien había halagado tanto su orquesta rocarreina.

—¿Qué ocurrió con los que os atacaron? —pregunté tímidamente.

Spaw se encogió de hombros, con la mirada fija en las aguas del Trueno.

—Lu dijo que, con toda probabilidad, se pasarían horas durmiendo en la Quinta Esfera.

Enarqué una ceja. Definitivamente el sansil era un producto muy fuerte, me dije, sorprendida.

—Hubiera podido ser peor —relativizó Aryes.

Spaw asintió.

—Sí, pero aun así será mejor que me marche hoy mismo. No quiero atraeros problemas. A veces, cuando un protector tiene enemigos, mejor que esté lejos de su protegida —añadió, sonriente. Suspiró—. En fin. Al menos Kyisse estará a salvo con vosotros.

—¿Por qué no le contaste todo esto a Zaix? —pregunté. Aún no salía de mi asombro.

Spaw agrandó los ojos y me miró como si me hubiera vuelto loca.

—¿Contarle esto a Zaix? Ni se te ocurra. No, todo esto no tiene nada que ver con él. Y con vosotros tampoco, en realidad, pero vosotros sois…

—Amigos —completé, con una sonrisa sincera, al verlo vacilar.

Spaw esbozó una sonrisa.

—Y mira que conoceré a gente a la que he llamado amiga —dijo—, pero, es curioso, sé que en vosotros puedo confiar más que en cualquiera. —Se pasó una mano por la cabeza, molesto por su franqueza—. Esto… Voy a marcharme de aquí en cuanto haya comido algo digno de un demonio.

Solté una risita burlona.

—Entonces, volvamos al Ciervo alado. Wigy y Kirlens han alimentado a un demonio desde hace tiempo y nunca he pasado hambre.

Spaw puso los ojos en blanco.

—No sabes la suerte que tienes —me aseguró—. Sakuni y Zaix son unos cocineros desastrosos. Menos mal que yo aprendí rápido a hacer sopas de puerros negros. Me salen exquisitas.

—Pues espero que te salgan mejor que tu plato extraño de zanahorias con berenjenas —carraspeó Aryes.

Nos echamos a reír y nos levantamos del puente para dirigirnos otra vez hacia Ató. Frundis, a mi espalda, estaba adormilándose entre flautas y murmullos de agua.

—Por cierto —dijo Spaw—. Todavía no te he dicho. Se supone que ahora soy tu instructor, Shaedra. —Di un respingo, atónita, y él puntualizó—: Bueno, tu instructor provisional. Hasta que Zaix encuentre a otro instructor… o hasta que Kwayat recapacite y cambie de idea. En fin, de todas formas, ya le dije a Zaix que era muy probable que por el momento no tuviese tiempo para lecciones.

Meneé la cabeza, sorprendida.

—Bueno. Siempre es reconfortante tener a un instructor —dije, burlona.

Spaw enarcó una ceja.

—¿Aun si se marcha justo después de haberte dicho que lo era?

No pude evitar sonreír.

—Aun así —afirmé.

Seguimos andando un rato en silencio y entonces Aryes tomó la palabra.

—Dime, Spaw, ¿adónde piensas ir?

El demonio se pasó una mano por su capa, quitándole un poco de nieve, antes de contestar:

—A buscar un libro titulado Cremdel-elmin nárajath.