Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre

14 La fuente del dragón

El salón del capitán Calbaderca era amplio y austero. Había una mesa de madera gruesa, unas sillas, dos escudos fijados al muro y otro, muy usado, reposaba contra un armario cuyas puertas abiertas dejaban ver filas enteras de armas cortantes.

De pie, junto a una estufa, el capitán nos contemplaba con una expresión severa. En su rostro de ternian, brillaban unos ojos verdes fríos.

—Espero que tengáis una buena razón para llegar más de una hora tarde —dijo, sin darnos bienvenida alguna.

Me mordí el labio, aprensiva.

—Verá, capitán… —empezó a decir Kaota.

Pero el ternian la fulminó con la mirada.

—Guardia, no te he pedido que hables. ¿Y bien? —nos preguntó a Aryes y a mí.

Intercambié una mirada rápida con Aryes. Tomó la palabra él:

—Sentimos mucho llegar tan tarde —dijo con humildad—, y te pedimos disculpas por ello. Nos gustaría saber cómo podemos enmendar nuestro error.

A veces la diplomacia de Aryes me maravillaba. La expresión del capitán se relajó.

—Podéis empezar por sentaros.

Asentimos y tomamos asiento a la mesa, obedientes y expectantes. Kaota y Kitari, en cambio, permanecieron de pie, como dos perfectos guardias. Echándoles una ojeada curiosa, pensé que, sin duda, me iba a costar acostumbrarme a ellos.

El capitán Calbaderca, con las manos a la espalda, dio unos pasos en silencio, se detuvo delante de nosotros y declaró:

—Espero que este retraso no vuelva a ocurrir. La puntualidad es ley de vida, al menos para los viejos guardias como yo, y os aseguro que no hago ningún tipo de favoritismo sea cual sea el título que ostenten mis alumnos.

Sonreí a medias y luego enarqué una ceja.

—¿Quieres decir, capitán, que vas a ser nuestro profesor?

—Exacto. Creí que lo sabíais ya —se sorprendió.

—En cierto modo, sí. Fladia Leymush nos dijo que nos aconsejarías y que nos enseñarías a comportarnos correctamente —expliqué.

—Sí. Aunque supongo que en Ajensoldra las maneras no son tan distintas de las de aquí. Por lo que sé, la puntualidad también se considera mucho en esa región. No creo que Ató se libre. Si he entendido bien, venís de ahí, ¿verdad?

—Así es —contesté.

—Estuve ahí hace muchos años —asintió él—. Cuando aún era un Espada Negra. Si bien recuerdo, en Ajensoldra seguís una educación hasta los doce años en una Pagoda.

—Sí —aprobé—. En realidad, a partir de los doce años, la mayoría se convierten en snorís de los gremios. Nosotros, en cambio, seguimos estudiando en la Pagoda hasta… hasta que nos fuimos de Ató, hace unos meses.

El capitán ladeó la cabeza, pensativo.

—¿Qué edad tenéis?

—Quince años —contestó Aryes.

—Y ¿qué habéis estudiado en la Pagoda Azul? Supongo que muchas cosas. Las Pagodas tienen muy buena reputación —afirmó, examinándonos con curiosidad mientras se sentaba en una silla, delante de nosotros.

—Bueno, estudiamos un poco de todo —respondí—. En el último año Aryes estuvo estudiando bréjica y yo har-kar.

—Bréjica y har-kar —repitió el capitán, meneando la cabeza—. Esas son competencias muy distintas. En Dumblor, los brejistas son muy respetados, salvo los Mentistas, que siempre han tenido una extraña inquina contra los pueblos subterráneos. La bréjica es una energía muy difícil de controlar realmente. En cuanto al har-kar… —Vaciló y sonrió—. Muy pocos guardias lo toman en serio. Aquí lo llamamos el combate del artista. —Enarqué una ceja divertida y él agitó el dedo índice añadiendo—: Pero yo no creo que sea un arte tan inútil como piensan algunos. Hace unos años vi a un har-karista luchar como un demonio, y me dejó impresionado. Quizá hayas oído hablar de él, es bastante joven. Su nombre era Pyen Farkinfar.

Me eché a reír.

—¡Por supuesto que lo conozco! Hace unos meses, hubo un torneo en Aefna, y Farkinfar luchó contra Smandjí. Fue un combate absolutamente increíble. Aunque ganó Smandjí —apunté.

—Así que ha vuelto a la Superficie —dedujo, sumido en sus recuerdos—. La primera vez que lo vi, estaba luchando contra unos orquillos. Se movía a una velocidad alucinante. Incluso le propuse un puesto como profesor de jaipú. Pero al de unos meses se marchó y no había vuelto a oír hablar de él… hasta ahora. Me alegra saber que está vivo. —Golpeó la mesa con el puño, como para despertarnos—. Volvamos al tema de vuestra educación. Hoy tan sólo vamos a intentar conocernos mejor. Necesito saber cuáles son vuestras capacidades. ¿Preparados? —Ambos nos encogimos de hombros y asentimos—. Entonces, comencemos.

* * *

Salí de las habitaciones de Djowil Calbaderca con la impresión de haber hecho un veloz y brutal repaso de todo lo que había aprendido en la Pagoda Azul. El capitán había intentado sonsacarnos todos nuestros conocimientos geográficos e históricos, nos había propuesto algunos ejercicios matemáticos sencillos a los que yo ya no estaba para nada acostumbrada, nos había hecho mil preguntas sobre el jaipú y las energías para finalmente reconocer que, sobre ese tema, sabíamos más que él.

Entendí que el capitán era un apasionado de Historia. Me pilló incluso con una pregunta sobre cierto personaje histórico de Ató del que se me había olvidado hasta el nombre. Casi creí oír mentalmente el suspiro decepcionado del maestro Yinur.

Comimos con él y seguimos hablando y, durante todo ese tiempo, Kaota y Kitari no se movieron. Yo les había propuesto que se tomasen un descanso, pero el capitán Calbaderca se lo había negado, diciendo que no podían descansar el primer día en que empezaban a servir al fin a una persona. Por sus palabras, supe que el capitán había sido profesor de ambos belarcos y, por ser casi como un padre para ellos, no toleraría ni el más mínimo desliz de su parte.

Después de cinco horas hablando con el capitán, salimos todos con ganas de desentumecernos las piernas y de cambiarnos las ideas. En cuanto hubimos pasado la puerta, pude ver cómo las expresiones graves de Kaota y Kitari se relajaban e incluso oí un leve pero largo suspiro.

—Por Nagray —resoplé, masajeándome la cabeza—. Tengo la impresión de que están saltando fechas y ecuaciones por mi cabeza.

—Me he sorprendido a mí mismo —intervino Aryes, con entusiasmo—. Me he acordado de cosas que creía haber olvidado. A veces no tengo tan mala memoria.

—Mejor que la mía —afirmé—. Mira que yo ni me acordaba de cuándo había muerto Shílberin… —Resoplé y añadí—: Propongo que vayamos a ver a Kyisse. Espero que hoy no la atormenten con tantas clases. Er… —Me giré hacia nuestros jóvenes guardaespaldas—. ¿Puedo preguntaros algo? ¿Cuántas horas al día tenéis que trabajar?

Kitari reprimió a medias su sonrisa y contestó:

—Veinticuatro.

Lo miré, incrédula.

—Es imposible —protesté—. No tiene sentido que trabajéis tanto. En algún momento tenéis que dormir.

Kaota asintió.

—Cuando durmáis vosotros, nos turnaremos. Así es como funciona la Guardia Negra.

—¿Pero a qué se debe tanta dedicación? ¿De veras pensáis que va a venir algún dragón y que nos va a secuestrar? —pregunté, sin entender.

—Somos Espadas Negras —replicó Kaota, más seria—. Tenemos nuestras reglas. Y si servimos a alguien, lo hacemos de verdad.

—Desde luego —dije—. No quería insultaros, pero, francamente, ¿a vosotros no os parece un poco exagerado? Nadie tiene interés en matarnos. No es que no quiera que nos sigáis pero ¿no creéis que deberíais descansar un poco, después de tantas horas de pie?

—Nosotros no opinamos —retrucó la Espada Negra, lacónica—. Aplicamos nuestro juramento.

Ambos hermanos parecían algo molestos por mis palabras y no insistí.

—Está bien. Aplicad vuestro juramento como queráis —suspiré.

Aryes me soltó una mirada elocuente y nos dirigimos hacia el cuarto de Kyisse mientras Kaota y Kitari nos pisaban los talones.

Encontramos a la pequeña dibujando letras en una hoja bajo la supervisión de una tal Almesné que, sentada en una butaca, hacía costura y se concentraba en el dobladillo de un pequeño vestido.

—¡Aryes, Shaeda! —exclamó Kyisse, levantándose de un bote.

Se abalanzó hacia nosotros con una gran sonrisa. Empezaba a pronunciar la “d” con cierta soltura. Ahora sólo le faltaba añadirle la “r”, pensé, orgullosa de sus progresos.

—¿Qué tal el día? —preguntó Aryes, cogiéndole la nariz. Se trataba de una costumbre que ambos habían adoptado y Kyisse contestó con una voz nasalizada:

—¡Berfectamente!

Ambos se echaron a reír, divertidos. Puse los ojos en blanco y declaré, teatral:

—A veces no sé quién es el más niño de los dos.

—¿Si tú o yo? —replicó Aryes, alzando las cejas.

Le di un codazo, protestando, con una sonrisa traviesa y entonces Kyisse me cogió de la mano.

—Mirad, escribo —declaró, feliz.

Nos enseñó sus hojas, alabamos su escritura y los dibujos que había añadido alrededor y luego le propusimos ir a pasearnos por los jardines del palacio. Almesné, aunque reacia, accedió a que nos la lleváramos, tranquilizada sin duda por la presencia de los Espadas Negras.

Fue un paseo muy tranquilo y revitalizador. Los jardines detrás del palacio eran amplios e iluminados perpetuamente por el muro de piedra de luna. Cuando pasábamos por un camino bordeado de unas flores blancas que brillaban tenuemente como estrellas lejanas, apareció de pronto una sombra y antes de que yo pudiera decir nada, Kyisse exclamó:

—¡Syu!

El mono gawalt, muy contento de ser de pronto el centro de atención, saltó sobre el hombro de la niña y me dedicó una sonrisa de payaso.

“¿Adivina lo que he hecho?”

Enarqué una ceja, intrigada.

“¿Qué has hecho?”

Syu se cruzó de brazos y dijo:

“Si ganas la carrera hasta la fuente de dragones, te lo cuento.”

Una sonrisa empezó a flotar por mis labios.

“¿Y si no gano?”

El mono saltó del hombro de Kyisse al mío.

“Entonces tendrás que prometerme que volveremos a ver el sol.”

Lo observé un momento y luego asentí con la cabeza.

—El mono y yo vamos a hacer una carrera hasta la fuente de los dragones —informé—. ¿Quién se apunta?

Kaota y Kitari nos miraron, estupefactos, mientras Aryes, Kyisse, Syu y yo nos poníamos en línea. La fuente se situaba a unos cien metros de distancia. Había que subir una pequeña colina de hierba azul, cruzar un puente de piedra y recorrer los últimos metros hasta tocar con la mano el hocico del dragón de piedra roja.

—Preparados. Uno. Dos. ¡Tres! —grité, y salimos disparados.

El jaipú se arremolinaba en mi interior facilitándome los movimientos. Subí la colina, di una voltereta artística al ver que el mono, Aryes y Kyisse se quedaban atrás, llegué al puente y lo crucé… Syu apareció, emitiendo un grito eufórico de mono. Tomó impulsó contra el tronco de un roble blanco y siguió corriendo a toda prisa… Entonces, tendí la mano pero no frené a tiempo y, no solamente me empotré contra el dragón, sino que caí en el agua, salpicando y soltando un grito de sorpresa. La fuente era bastante profunda y volví a la superficie nadando, entre carcajadas. ¡Todo aquello me recordaba tanto a Roca Grande! Contemplé, embelesada, las caras de los distintos dragones que me rodeaban. Sobre uno de ellos, apareció de pronto Syu, y me sacó la lengua.

“Gané”, solté, triunfal.

“Ha sido suerte”, replicó el gawalt.

Entonces oí otro chapuzón y vi a Kyisse caer al agua, junto a mí, soltando un grito de guerra.

—¡Mil brujas sagradas! —exclamé, atrapándola con mis manos—. ¿Alguna vez has nadado?

Kyisse negó con la cabeza y resoplé, alucinada por su inconsciencia. Aunque, constaté enseguida que sabía flotar instintivamente. En ese momento, Aryes llegaba con parsimonia.

—¿Estás bien, Shaedra? —preguntó—. Te has dado un señor golpe contra ese dragón rojo.

—Estoy bien —aseguré—. ¿Sabes? Kyisse va a aprender a nadar.

Aryes se sentó en el pretil de piedra y juntó las manos con calma, apoyándose contra el dragón.

—Si os ahogáis, me dais un grito —dijo, bostezando—. Voy a descansar un poco, mientras tanto. Esta carrera ha sido mortal.

Kyisse y yo intercambiamos una mirada y sonreímos, malignas. Nos abalanzamos las dos hacia Aryes y lo lanzamos al agua entre exclamaciones y risas.

—¡Demonios! —exclamó él, hundido—. Está bien, os lo habéis buscado. Por menores infamias se han declarado guerras.

Y empezamos a acribillarnos con olas de agua hasta que, en un momento, vi a los Espadas Negras mirarnos con expresión burlona y divertida. Entonces, me rasqué la mejilla, ruborizada, y carraspeé:

—A lo mejor los Salvadores y la última Klanez no deberían estar haciendo esto.

Aryes, que acababa de atrapar a Kyisse, ladeó la cabeza y murmuró:

—Técnicamente, no deberíamos.

Nos echamos a reír, sacamos a Kyisse y salimos de la fuente, completamente hundidos. En ese momento, Syu se tiró de la cabeza del dragón, se zambulló en el agua y reapareció, subiéndose al muro de la fuente con una ancha sonrisa de mono.

“Al final acabarás nadando como un pez”, me burlé. “¿Qué tenías que decirme?”

“Bueno… No es nada excepcional. He conseguido hablar con Drakvian”, me reveló, saltando a mi hombro mientras nos acercábamos a los Espadas Negras.

Traté de no inmutarme, pero me fue difícil.

“¿Has hablado con Drakvian?”, exclamé mentalmente.

“Bueno, he comunicado”, rectificó. “Me la he encontrado entre las columnas con telarañas, fuera de Dumblor. Y me ha dicho que estaba bien aunque bebía demasiado. Cuando me ha preguntado si tú estabas bien, yo le he dicho que sí, asintiendo con la cabeza, como hacéis los saijits normalmente. Y luego, la vampira se ha exasperado, ha repetido preguntas, ha intentado hablarme con bréjica, pero no lo ha conseguido, así que al final me he aburrido y me he marchado. Ya está”, declaró.

Asimilé la escasa información rápidamente. Lo esencial, a fin de cuentas, era saber que Drakvian estaba bien. Giré una mirada inquisitiva hacia el mono y alcé una mano para rascarle la barbilla antes de preguntarle:

“Dime una cosa, Syu, si hubieses ganado la carrera, ¿no me lo habrías contado?”

El mono hizo una mueca cómica.

“Tal vez después de un par de carreras más”, confesó.

Puse los ojos en blanco. En ese momento, llegábamos a la altura del puente, donde se habían parado los Espadas Negras para dejarnos cierta intimidad en nuestro juego poco serio. Aryes carraspeó.

—La verdad es que me siento algo ridículo al ser observado por dos Espadas Negras tan serios como vosotros.

Kaota tomó una expresión burlona.

—Bonita carrera —comentó.

—Y bonito chapuzón —agregó Kitari, apoyando su mano sobre la empuñadura de su espada.

Sin lugar a duda, nuestros guardaespaldas se estaban burlando de nosotros. La verdad es que no les estábamos dando una imagen muy legendaria de los Salvadores de la última Klanez.

—Er… —Carraspeé y vacilé—. Bueno. Espero que no estuviese prohibido bañarse en esa fuente.

—En absoluto —aseguró Kaota. Su voz seguía teniendo un deje burlón—. Aunque normalmente la gente no se baña con toda la ropa y se va a las fuentes calientes, que están del otro lado de ese muro de setos. Por cierto, se te ha caído esto durante la carrera —me dijo, tendiéndome el aro de metal que había sostenido mis trenzas y la bola de papel masificada que había sido carta de Asten aquella misma mañana.

Puse cara inocente y cogí ambos objetos, fijándome en que la bola de papel estaba ya haciéndose migajas.

—Gracias —dije, sonrojándome—. Deberían pagaros más por ocuparos de tres críos como nosotros. A partir de ahora tendremos que ser más serios.

Otra leve sonrisa apareció en el rostro de ambos.

—No estamos aquí para juzgaros —afirmó Kaota.

Aunque quizá sí para espiarnos, completé, pensativa.

* * *

Aquella noche, me enteré de que efectivamente nuestros guardaespaldas no solamente nos iban a seguir durante el día, sino que se quedarían a dormir en nuestra habitación. Alguien había dispuesto unas cortinas durante nuestra ausencia, pero aun así era difícil ignorar la presencia de ambos Espadas Negras. A pesar de parecer simpáticos, la idea de que eran unos posibles espías me incomodaba sumamente. No lograba entender por qué la Fogatina y sus amigos mostraban tanto interés en asegurarse de que no huiríamos. Al fin y al cabo, habíamos hecho un trato, recordé. Aunque yo, obviamente, no pensaba respetarlo: desde que Fladia nos había dicho exactamente las zonas que había que cruzar para llegar al castillo de Klanez, se me habían esfumado las ganas de acompañar a Kyisse y sus adoradores. Por no hablar de que, al parecer, el castillo no estaba habitado y atraía todos los años a varios grupos de exploradores que, sin éxito, intentaban alcanzarlo y sacar todas las presuntas riquezas que encerraba. Hasta ahora, muy poca gente había conseguido regresar con la cabeza cuerda.

En cualquier caso, esa hipotética expedición que tenía planeada la Fogatina no tendría lugar hasta pasado un tiempo y yo estaba segura de que Lénisu y Asten lograrían encontrar alguna manera de huir de Dumblor cuanto antes.

—No te preocupes —murmuró Aryes, tapándose con su manta. Parecía haber adivinado la línea de mis pensamientos—. De momento, no nos va mal la cosa.

Sí. Eso era cierto. Comíamos como reyes, dormíamos como osos lebrines e incluso teníamos guardaespaldas. Tuve una sonrisa irónica.

—Como diría Lénisu, será lo que los dioses quieran —dije, repitiendo unas palabras suyas.

Me tumbé y oí a Kaota susurrarle algo a Kitari. Sin lógica alguna, Kitari se había sentado en una silla y se quedaría ahí durante la primera mitad de la noche hasta que su hermana tomase el relevo. Ya les había explicado yo que ni nos iban a atacar espectros ni nos íbamos a ir nosotros del cuarto, pero ambos resultaron ser más tozudos que Wigy: el juramento tenía sus reglas y no había más que hablar. No discutí y supuse que con el tiempo serían más receptivos a la razón.

Un silencio tranquilo llenó el cuarto. Bostecé y me arrebujé contra mi manta. Syu vino a hacerse una bola junto a mí y cerró los ojos, cansado después de un día lleno de aventuras. Imitándolo, me sumí poco a poco en un sueño profundo.