Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre
Pasamos una semana tranquila y divertida en Meykadria. Yelin nos enseñó un juego que me recordó al Erlun y nos aficionamos a jugar con él después de la cena. Me admiraba constatar que, pese a llevar una vida totalmente diferente a los habitantes de la Superficie, aquel pueblo minero conservaba costumbres y palabras que heredaban de cuando los elfos oscuros habían colonizado aquellas tierras. Por ejemplo, se llamaba «cena» a la última comida del día, como en Ajensoldra. Sin embargo, también se notaban muchas diferencias.
En cuanto a su acento, hablaban el abrianés de manera totalmente comprensible. En comparación, los habitantes de Agrilia tenían un acento muchísimo más pronunciado.
Como Yelin trabajaba en la taberna y no podía estar libre todo el rato, Aryes, Drakvian, Spaw, Kyisse y yo nos paseábamos por el pueblo y por los alrededores. En las afueras, encontramos bosquecillos, plantas y flores de todo tipo pero, ante mis preguntas curiosas, Spaw tuvo que confesar:
—No tengo ni idea de cómo se llaman esas flores y plantas. No soy ningún experto en herbología. En cambio esos árboles son robles blancos —añadió, señalando unos árboles de troncos enormes con corteza pálida—. En mi tierra, eran considerados como árboles sagrados.
—¿Y esos? —preguntó Kyisse, apuntando de un dedo decidido unos árboles cuyo tronco y cuyas ramas trepaban por la pared rocosa hasta muy arriba.
—Esos son… —Spaw frunció el ceño y entonces su rostro se iluminó—. Zorfos. Me acuerdo porque hay un… er… un tipo que conocí al que apodaban Zorfos. —Al advertir mi mirada interrogante, asintió, confirmando mis sospechas—: Era un demonio. Bastante simpático. Y un escalador nato…
—¡Demonios! —resopló Aryes entonces—. ¿Eso es un alejiris o un tawmán?
Nos giramos hacia el árbol que señalaba y Spaw hizo una mueca.
—Eso es un alejiris. Mejor no lo toquéis, o empezaréis a descomponeros. No sabía yo que podían crecer solos así.
—Lo extraño es que nadie lo haya cortado —dije.
Spaw resopló, divertido.
—¿Cortarlo? Para eso necesitas un equipo profesional y dudo de que en Meykadria lo haya. No os acerquéis.
—Y ese producto corrosivo que suelta… ¿podría estar en el suelo? —preguntó Aryes, inquieto.
Palidecí al pensar que Kyisse y yo íbamos descalzas… pero Spaw negó con la cabeza.
—Por lo que sé, el producto se descompone rápidamente una vez que pierde el contacto con la corteza o la piel. Pero como ya os he dicho, no soy ningún herborista y a lo mejor me equivoco.
Desde luego, el hecho de que la flora cambiase totalmente en los Subterráneos era más que inquietante. A lo mejor Kajert sabría reconocer todas las plantas, me dije, recordando cómo el caito había impresionado hasta a los maestros por sus dotes en herbología. Seguro que se había leído algún libro sobre plantas subterráneas.
La víspera de nuestra partida, vino Asten a recordarnos la hora en que la caravana marcharía rumbo a Dumblor. Su hijo Shelbooth y él cenaron con nosotros y vino un bardo llamado Darshyl, que formaría parte de la caravana, a ambientar la taberna con sus cantos y su laúd. Frundis quedó aterrado y, cuando fui a cogerlo, para ir a dormir, me invadió una ráfaga violenta de tambores y voces graves.
“Si tuviera dos piernas y dos brazos, le haría tragar a ese asesino de la música su laúd y su voz de renodonte”, profirió Frundis con vehemencia, intentando sin embargo calmar su fogosa música a medida que subíamos las escaleras.
“Venga, sólo trataba de animar un poco el ambiente”, repliqué, divertida.
“Pues vaya que lo ha animado. Todos cantando desacompasadamente, sin ningún orden. Qué vergüenza”, declaró, suspirando.
“Si no pesaras tanto, te habría llevado conmigo”, dijo Syu, apareciendo de pronto a mi lado. “He estado inspeccionando los champiñones que hay afuera. Mirad”, añadió. Sacó el sombrero de una seta y se lo puso en la cabeza, sonriendo como un mono gawalt orgulloso de su hallazgo.
Puse los ojos en blanco.
“¿Y si esa seta es mortalmente venenosa?”, pregunté, con tranquilidad.
El mono gruñó.
“Yelin dijo que eran sagradas, no venenosas.”
“O no lo especificó”, apunté, con una media sonrisa. “De todas formas, si son sagradas, mejor no vayas ostentando ese sombrero o alguien te confundirá con una seta y te volverá a plantar entre las otras.”
El gawalt se subió a la cama cuando entramos en el cuarto. Drakvian seguía tumbada, leyendo mis libros con aire aburrido.
—El cancionero estaba bien, pero estos poemas de Limisur… —comentó, dejando la frase en suspenso.
—Te lo advertí —dije, dejando a Frundis contra el muro y sentándome en mi cama, cansada—. La Niña-Dios tiene gustos muy enrevesados.
—¿Qué tal la fiesta? —preguntó la vampira—. Se oye el barullo desde aquí.
Era cierto. Aún se oían las voces de los guardias que iban a participar en el viaje. Al parecer, no todos los días salía una caravana de Meykadria.
—Bien. Por lo visto, a Kyisse no le ha molestado el ruido —observé, viéndola sumida en un profundo sueño.
—No sé cómo —suspiró Drakvian—. Ella ha estado acostumbrada al silencio incluso más que yo.
Me tumbé en la cama y asentí, meditativa.
—Viendo la vida que ha llevado, me sorprende que sea tan alegre.
—Y confiada —añadió Drakvian al de un rato—. A mí siempre me pareció muy extraño que se atreviese a acercarse a nosotros. Y que nos llevase a su hogar.
Me encogí de hombros.
—Se daría cuenta de que no podía seguir viviendo sola. Y entre los medianos sangrientos y nosotros, supongo que no le quedaba mucha opción. De todas formas, lo importante es que nosotros no le fallemos. Es una niña encantadora y que confíe en nosotros es algo maravilloso.
Oí la risita irónica de Drakvian.
—Y porque confía en ti, tú quieres llevarla al castillo de Klanez, ¿verdad?
—No sé dónde está exactamente el castillo —admití—. Aunque sé que está lejos de aquí. Sería como hacer un viaje de Ombay a Enzalrei, más o menos.
—¿Y así y todo, te parece una buena idea? —insistió la vampira, curiosa.
—No lo sé. Pero esta niña… Hay algo mágico en ella… Tal vez sea realmente de ahí.
—Algo mágico —repitió la vampira, enderezándose bruscamente—. Tú, que eres celmista, ¿hablas de magia?
Puse los ojos en blanco.
—Es una forma de hablar. ¿Tú has visto ya a alguien aprender a controlar las energías leyendo libros? —Drakvian volvió a tumbarse, pensativa, y al de un silencio, agregué—: En fin, creo que voy a dormir. Mañana nos espera un día largo.
—Y con la cara tapada —masculló Drakvian por lo bajo, antes de girarse sobre la cama.
—Buenas noches —le dije, aunque sabía que no había ni noches ni días en la vida subterránea.
—Buenas noches, Shaedra —contestó la vampira.
Bostecé y acaricié la cabeza de Syu, que había venido a arrebujarse contra la almohada.
“¿Qué has hecho con tu sombrero?”, pregunté.
“Se lo he dejado a Frundis”, contestó el mono con naturalidad. Giré la cabeza y vi la seta sobre los pétalos del bastón.
“¡Syu…!”, protesté, sorprendida por su comportamiento.
“Estaba oscureciendo su espíritu con una música realmente infame así que lo he ayudado a pensar en otra cosa. Y, además, se ha enfadado conmigo”, suspiró con tono mártir.
Reprimí una sonrisa.
“Deberías quitarle esa seta, Syu. O se enfadará más.”
Con otro suspiro, el mono admitió que no quería viajar al día siguiente con un bastón infernal y fue a hacer las paces con Frundis.
Pasaba el tiempo, pero no conseguía dormir. Estaba agitada por tantos pensamientos. Entre que Spaw y Aryes se quejaban de que Lénisu hablaba de asesinos en sueños, que Drakvian estaba en una situación muy delicada y que íbamos a emprender un viaje hacia Dumblor, me sentía algo intranquila.
Al de un rato, me levanté y fui a sentarme junto a la ventana. Era una ventana con una entrada de piedra y podía meterme ahí sin dificultad, encerrándome entre las cortinas y las vidrieras. Afuera, se veía el círculo lleno de rocas y setas. Y más allá, contra las paredes, las piedras de luna iluminaban tenuemente las casas y los puentes colgantes.
En la calle, apenas pasaba alguna que otra sombra y casi todas las antorchas estaban apagadas. Meykadria descansaba en un silencio casi completo. No se oía ese continuo martilleo contra la roca que sonaba cuando los mineros trabajaban. En ese momento, todos dormían. Y yo debería seguir el ejemplo, pensé, frotándome los ojos, cansada.
Iba a incorporarme y volver a la cama cuando vi de pronto una silueta aparecer detrás de la cortina. Era Kyisse.
—Akaté —murmuró con dulzura.
Y entonces se giró hacia atrás. Seguí la mirada y me fijé en que, junto a la puerta entornada, estaba Lénisu.
Ladeé la cabeza, le cogí la mano a Kyisse y me acerqué a él. Pese a la penumbra, pude divisar su expresión grave. Quería hablarme.
—Duerme, Kyisse —le susurré a la niña, señalándole su cama.
Kyisse subió a su cama con formalidad. Sonreí. La tapé con las mantas, le besé la frente y me alejé.
—¿Shaeta? —la oí preguntar a mis espaldas.
Pero Lénisu y yo ya salíamos del cuarto. Mi tío tenía que querer decirme algo importante para que me condujera fuera del pueblo. Llegamos a los primeros árboles y vi que Lénisu no parecía querer detenerse.
—Déjame adivinarlo. Nos marchamos a Dumblor antes que todos, a hurtadillas, a modo de avanzadilla, ¿eh? A este ritmo, alcanzamos Dumblor en unas horas —solté, con ironía.
Mi tío se detuvo y puso los ojos en blanco.
—Bien. Creo que estamos suficientemente apartados.
—Sí. Sobre todo que no muy lejos de aquí hay un alejiris —apunté.
—¿En serio?
—Ajá. En fin, ¿qué quieres decirme? Parece algo grave.
—Grave —repitió Lénisu, pensativo—. Es decir… He estado pensando y he decidido avisarte de algo.
Su tono me alarmó y se me aceleró el corazón. Se me ocurrieron mil ideas disparatadas al momento, pero lo que dijo a continuación me dejó un amargo sabor en la boca.
—Os estoy metiendo en la boca del dragón y sería cruel de mi parte no decirte nada. Te habrás preguntado cómo conocí a Asten. Lo conocí cuando ambos trabajábamos como mercenarios. La mayor parte del tiempo patrullábamos los caminos entre Jurvoth y Dumblor. Pero un día Asten y yo decidimos aceptar un trabajo un tanto arriesgado, organizado por los Monjes de la Luz. Nos ofrecían una buena recompensa y yo sabía que eso significaba que podría volver a la Superficie. En aquella época, apenas ahorraba un kétalo con mi sueldo. Y ahora te preguntarás, ¿cuál era ese trabajo? —añadió con lentitud, sumido en sus pensamientos.
—De hecho, me lo pregunto —dije, con paciencia, al ver que no proseguía. Era inédito que Lénisu hubiese optado por hablarme de sus problemas y sus palabras me afectaban más de lo que podía admitir—. ¿En qué consistía ese trabajo? —pregunté al fin.
—En destituir al Nohistrá de Dumblor —contestó. Lo contemplé, estupefacta—. Podrá parecerte que estaba traicionando a los Sombríos. Sin embargo, hace más años todavía, trabajé con otros cofrades en contra del Nohistrá de Aefna. Y ahora éste me lo paga robándome a Hilo —gruñó—. Te seré franco. El único Nohistrá al que conocí y que me inspiraba cierto respeto fue Émariz —comentó.
—¿Émariz? —repetí, alucinada, recordando que había visto a aquella anciana postrada en su cama, en un cuchitril—. ¿Así que ella es la Nohistrá de Ató?
—Era —me corrigió tristemente Lénisu—. Murió poco antes de que yo me fuese a por Trikos, el año pasado. Seré uno de los pocos en echarla de menos. —Enarqué una ceja al recordar la conversación poco cordial entre Lénisu y Émariz. Lénisu carraspeó—. Bien. Estábamos hablando del trabajo que me propusieron los Monjes de la Luz. Admito que en aquel momento no entendí de inmediato que el hombre que me lo propuso era un Monje de la Luz —confesó, con una mueca molesta—. Así que volví a entrar al servicio del Nohistrá de Dumblor con el propósito de robar información que demostrase prácticas ilegales del Nohistrá. Todo eso pasó hace seis años.
—Espera un momento —dije, atónita—. ¿Has dicho que volviste a entrar al servicio del Nohistrá? ¿Quieres decir que ya trabajaste para él?
Lénisu me dedicó una amplia sonrisa culpable.
—Trabajé para él cuando era un muchacho. No te lo dije, porque tiene estrecha relación con la historia de tus padres.
Lo fulminé con la mirada.
—Jamás entenderé tu manera de sacar a luz las cosas a cuenta gota —mascullé en tono de reproche—. ¿Tanto te cuesta soltar todo ya de una vez?
—No cambiemos de tema —me advirtió Lénisu, mirándose las uñas.
—Por supuesto —repliqué con un resoplido—. De todas formas, creo que le das demasiada importancia al pasado. Dime ¿qué tiene que ver lo que hiciste hace seis años con el presente? Aparte de que te has encontrado con un amigo de aquella época…
—Precisamente. Mientras yo sacaba información comprometedora sobre el Nohistrá, Asten la proporcionaba a los Monjes de la Luz.
—¿Y conseguisteis echar al Nohistrá?
—Desgraciadamente, fui engañado como un imbécil —explicó—. Los Monjes de la Luz querían esas pruebas no para incriminarlo, sino para ejercer más presión sobre él para unos acuerdos comerciales con Kaendra. Y ahora Asten me está pidiendo que lo ayude para entrar en la caja fuerte del Nohistrá. El mayor problema es que resulta que Asten es ahora un Monje de la Luz. Y no tengo intenciones de ayudar a un Monje de la Luz, sea mi amigo o no.
Lo miré, incrédula.
—¿Asten, el guardia, quiere robar la caja fuerte del Nohistrá?
—Sí. Pero la caja fuerte del Nohistrá de Dumblor no es como la de cualquier posadero. Son cuartos enteros llenos de…
—Oro —dijo una voz—. Montañas de oro.
—Shelbooth —murmuró Lénisu, girándose tranquilamente hacia la silueta que acababa de aparecer—. Por lo que veo, a ti también te ha afectado la fiebre del oro. —Sus ojos violetas brillaban, entre las sombras de la caverna.
El hijo de Asten avanzó con un andar desenfadado hasta llegar a nuestra altura. Apartó un mechón gris de su rostro juvenil con un gesto distraído.
—Mi padre me lo contó todo —dijo, sin replicar a la pulla de Lénisu—. Y yo he querido vigilarte por si decidieses desaparecer antes de marcharnos a Dumblor.
—Nos has estado espiando, jovencito, y eso me ha decepcionado mucho —declaró mi tío, teatral.
—Tú has hecho cosas peores —retrucó Shelbooth.
—¿De verdad?
El joven nos miró alternadamente antes de soltar:
—Deberías estar contento de que mi padre te proponga algo así. No pareces estar adinerado. En Dumblor te morirás de hambre y tus compañeros contigo.
—Habla con más respeto, muchacho —le espetó Lénisu, frunciendo el ceño.
—Hablo con realismo —repuso Shelbooth—. Si el Nohistrá te desterró y nos condenó a Asten y a mí a vivir en Meykadria, deberíamos vengarnos.
—¡Amor inocente! —exclamó Lénisu, con una franca sonrisa—. ¿Estás hablando en serio?
—Más que nunca —afirmó él.
—Entonces, tendré que decirle a tu padre que intente darte lecciones morales. ¿No sabes que la venganza es un sentimiento odioso que no debería ocupar lugar alguno en los corazones? —preguntó, citando sin duda algún libro didáctico que había leído—. Dicho esto, te entiendo perfectamente y me encantaría que el Nohistrá de Dumblor tuviera menos kétalos de los que tiene, sin embargo tu padre pertenece a los Monjes de la Luz. Y yo no lo ayudaré.
—Somos Monjes de la Luz, pero el robo no tiene nada que ver con ellos —se exasperó Shelbooth, enérgico—. Tú conoces toda su casa y sus cajas fuertes.
Lénisu lo miró con atención y asintió con tranquilidad.
—Sí —contestó, lacónico.
Shelbooth resopló irritado.
—Has hecho cosas mil veces más peligrosas y con el dinero que ganaríamos no tendríamos que trabajar más en la vida… —Al advertir la mirada aburrida de Lénisu, meneó la cabeza, alucinado—. Te estoy hablando de robar a un ladrón peor que nosotros. Sería como impartir justicia ya que la legal no hace nada… Está bien —declaró—. Piénsalo durante el viaje.
—Lo pensaré detenidamente —le aseguró Lénisu, burlón—. Tanto que luego estaré convencido de que ya he saqueado veinte veces al simpático Derkot Neebensha. La imaginación hace milagros. Más que los robos estúpidos.
—No trates de insultarme —se ultrajó Shelbooth, susceptible. Se veía que el rechazo de Lénisu le había estropeado sus sueños de grandeza.
—No era mi intención. Es una pena que un chico tan fuerte y tan joven acabe con la soga al cuello —suspiró Lénisu, cruzándose de brazos.
Shelbooth sacudió la cabeza.
—No dejaré de soñar, digas lo que digas —afirmó—. Buenas noches, Lénisu.
—Buenas noches, muchacho. Y que sueñes bien.
Mientras la silueta de Shelbooth se alejaba hacia Meykadria, mi tío soltó un profundo suspiro.
—Mil brujas sagradas —masculló—. Van a acabar con mi paciencia. Por cierto, ese muchacho sabe ocultarse. ¿Crees que es capaz de utilizar armonías?
Me concentré y negué con la cabeza al de un rato.
—No noto ninguna turbación energética. El problema es que estábamos demasiado inmersos en nuestra conversación. —Esbocé una sonrisa y añadí—: Mira, por ejemplo, ahora, si alguien nos estuviese espiando, ¿serías capaz de percibirlo?
Lénisu enarcó una ceja y miró su alrededor. Soltó un gruñido y dijo algo en tisekwa que significaba algo así como:
—¿Qué demonios haces ahí, pequeña?
Kyisse, al ver que ya podía salir sin miedo, se acercó a nosotros, sonriente. Le desordené el cabello, divertida, mientras Syu, sobre su hombro, trataba de disculparse diciendo que al menos había intentado protegerla.
—Mañana no nos pidas que te llevemos en brazos, Kyisse —la avisé—. Y tú, Syu, vas a andar como un buen mono gawalt. Nada de descansar sobre mi hombro. Esta semana has comido demasiado y tienes que adelgazar —añadí, con tono mordaz.
Syu resopló.
“He comido lo justo, después de haber estado casi en ayunas durante días.”
Levanté la cabeza y advertí que Lénisu nos contemplaba con una sonrisilla. Carraspeé.
—Entonces, Asten y su hijo quieren robar el oro del Nohistrá de Dumblor —dije, para retomar la conversación.
—Así es. Todo el mundo sabe que Derkot Neebensha tiene dinero para dar y tomar. Y lo va acumulando en unas cámaras vigiladas por otros Sombríos. Y claro, como yo trabajé ahí de joven, lo conozco todo y mi ayuda le vendría de perlas a Asten. Cuando pienso que llevan más de dos años soñando con la caja fuerte de ese Nohistrá —suspiró, incrédulo—. En fin, Asten siempre ha sido un buen hombre, pero siempre ha brillado por su imprudencia.
Asentí lentamente.
—Así que… ¿era esto lo que querías contarme? Yo, personalmente, no veo ningún problema. Asten y su hijo no tienen ninguna manera de presionarte para que les ayudes.
—No, no la tienen —concedió Lénisu—. Pero… he estado pensando. Shelbooth tiene razón en una cosa. No tenemos dinero.
Solté una exclamación, atónita.
—¡Lénisu! ¿Estás diciéndome que estás aceptando…?
—No —negó Lénisu, alzando las manos para apaciguarme—. No lo estoy aceptando, simplemente, considerando. Bah, olvídalo, era una broma —soltó, al ver mi expresión alarmada—. Pero te advierto de que al llegar a Dumblor tendremos serios problemas de dinero.
—Trabajaremos —repliqué—. Y encontraremos el dinero suficiente para volver a la Superficie por un camino seguro.
Lénisu enarcó una ceja, burlón.
—¿No querías ir al castillo de Klanez?
—Klanezjará —asintió Kyisse, animándose al oír el nombre de su hogar.
Palidecí.
—Cierto.
—Repito que me extraña mucho que esta niña venga de ahí —dijo mi tío—. Habrá leído el nombre en un libro y se le habrá metido en la cabeza.
Yo sabía que no era así. Si no, ¿cómo había podido Kyisse dibujar armónicamente el castillo? Tenía que haberlo visto necesariamente.
—Otra cosa —dijo Lénisu, deteniéndose, cuando acabábamos de emprender el camino de regreso. Kyisse se paró gravemente entre nosotros dos y nos miró alternadamente—. Quisiera hablarte de algo que me turba un poco.
—¿El qué? —inquirí, preguntándome interiormente si no era aquello que llevaba queriéndome decir desde el principio. Al fin y al cabo, la historia del Nohistrá de Dumblor y de Asten no tenía nada que ver con nosotros… si Lénisu no le prestaba atención a este último, claro.
Lénisu inspiró y contestó:
—Los demonios. ¿Es cierto que los demonios tan sólo lo son por tener la Sreda despierta? Y esa Sreda… ¿no te ha cambiado el carácter? No sé… ¿no has notado nada raro en ti, como si te hubiese poseído un intruso?
Sus preguntas me tomaron totalmente desprevenida.
—Bueno… ¿He cambiado de carácter? Eso deberías saberlo tú también. —Le sonreí, burlona—. No lo sé. Es un poco como si otra energía además del jaipú vibrase en mi interior, pero no es un intruso. Tú también tienes Sreda, pero está dormida. Si no desato la Sreda, apenas la noto.
—Y… si la desatas, ¿en qué te conviertes?
—¿Realmente quieres saberlo?
Antes de que Lénisu pudiese decir nada, desaté la Sreda. Se suponía que ya nadie nos espiaba, pensé. De todas formas, había que estar muy cerca para ver las diferencias entre la penumbra. Lénisu se quedó mirándome, inmóvil como una estatua.
—¿Ves? —dije, enseñando mis dientes afilados—. Tampoco cambio tanto.
Recobrando la movilidad, mi tío tendió lentamente una mano y tocó una de mis marcas negras sobre la mejilla.
—Esto es increíble —susurró Lénisu, retirando la mano—. Y decir que yo pensaba que un demonio era uno de los peores monstruos que existen en este mundo.
—Bueno, hay demonios que piensan lo mismo de los saijits —repliqué con desenfado.
Retomé mi forma normal. Siempre requería más tiempo y concentración atar la Sreda que desatarla pero al de un minuto ya estaba como siempre.
“Parece que tu demostración lo ha afectado bastante”, observó Syu, instalado sobre mi hombro.
De hecho, Lénisu, con una mano inquieta en la frente, respiraba entrecortadamente.
—¿Qué ocurre? —pregunté, preocupada.
—Es… muy lejano. Hace muchos años, vi a un demonio con esas mismas marcas —contó, mientras yo iba palideciendo gradualmente—. Había caído en un agujero y no conseguía salir… Estaba muy mal y yo… lo abandoné. A pesar de sus súplicas. No dejo de pensar en ese chaval desde que me contaste todo esto de los demonios. Es como si lo hubiese asesinado a conciencia.
Lo contemplé, incrédula. ¿Acaso se estaba culpando por no haber ayudado a un demonio en un agujero cuando estaba convencido de que era un monstruo? Ahora entendía por qué había querido hablar conmigo: había ido en busca de consuelo.
“Nunca pensé que diría esto del tío Lénisu, pero necesita una buena dosis de lecciones”, me comunicó Syu con aire sabio.
Asentí.
—Lénisu, no tiene lógica que te culpes ahora —dije, con tono razonable, algo nerviosa al verlo tan afectado.
“¿Qué más puedo decirle?”, le pregunté a Syu, algo perdida.
“Pues, por ejemplo, que es ley de vida que haya gawalts que no sepan salir de agujeros”, contestó el mono.
“Eso no le va a tranquilizar la conciencia, Syu”, aseguré.
El mono se rascó la cabeza peluda.
“Entonces, dile que no piense más en eso y que, la próxima vez, sabrá actuar con mayor sabiduría.”
Repetí las palabras de Syu y otros consejos y consuelos hasta que Lénisu pareció recuperar su humor.
—¿Siempre sigues los consejos de Syu? —me preguntó.
—Creo que sí —afirmé, mientras Syu asentía con la cabeza.
—Entonces intentaré seguirlos yo también. —Inspiró hondo—. Aunque es imposible olvidar ese enorme error que cometí.
Sonreí.
—Syu dice que nunca hay que olvidar, pero sí perdonar.
Lénisu resopló, impresionado.
—¿Todos los monos gawalts son así de filosóficos?
“No. Syu es único”, contestó el gawalt, con una sonrisa de mono bien ancha. Le estiré la cola, burlona.
—Gracias, sobrina —me dijo Lénisu, con una sonrisa sincera e incómoda a la vez—. Siento mi arranque emocional, pero la imagen de aquel inocente me corroía por dentro. Aunque yo suelo guardar las cosas para mí.
—Para eso están las sobrinas. —Sonreí, burlona, y entonces fruncí el ceño—. Por cierto, creo que ahora entiendo por qué hablabas de un asesinato en tus sueños. Spaw y Aryes se preocupaban por ti.
Lénisu palideció.
—¿Queé? Ejem. Bueno, ya hemos hablado suficiente de demonios y robos —declaró—. A dormir, o acabaremos arrastrando los pies durante el viaje.
En ese momento, Kyisse me cogió la mano y, con sus ojos dorados interrogantes, preguntó:
—¿Qué es temonio?
Levanté la mirada hacia la oscuridad de la caverna y suspiré.
—Ya la hemos liado. Kyisse, será mejor que no pronuncies esa palabra nunca más.
—¿La palabra temonio?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque la gente me mataría.
Kyisse se quedó boquiabierta y luego asintió firmemente y soltó unas palabras en tisekwa. Crucé la mirada de Lénisu. Este sonrió.
—Esta pequeña me gusta.
—¿Qué ha dicho?
—“He visto tu corazón y sé que me quieres. La gente no se atreverá a hacerte daño”. Emocionante.
* * *
A la mañana siguiente, estábamos todos listos para el viaje. Una caravana de unas cuarenta mulas cargadas de piedra shim desfilaba delante de la taberna. Drakvian, Kyisse y yo habíamos sido las primeras en levantarnos.
Esperábamos afuera a Lénisu, Spaw y Aryes para ponernos en marcha. Drakvian y yo empezábamos ya a gruñir, impacientes, cuando, al fin, Spaw y Aryes salieron de la taberna, el primero examinando un desgarrón en su querida capa verde, el segundo estirándose, bostezando y pasándose una mano perezosa por su cabello blanco. Yo iba a comentar que eran más lentos que Laya cuando se preparaba en Aefna para el Torneo, cuando de pronto Yelin apareció corriendo junto a una mula.
—¡Ya sale la caravana! —exclamó, entusiasmado—. ¡La caravana hacia Dumblor!
Lo vimos desaparecer entre los viajeros a toda velocidad.
—Deberían contratarlo de heraldo —dijo Aryes, burlón.
—A lo mejor lo vamos a necesitar para sacar a Lénisu de la cama —intervino Spaw—. Sigue roncando. Y por una vez está callado como una piedra.
Esperamos un rato más, pero como Lénisu no aparecía, decidimos ir a despertarlo cantándole una serenata. Sin embargo, al entrar en la taberna, lo vimos sentado a una mesa, engullendo un plato con varios huevos fritos, una hogaza de pan y un filete de carne. Entre bocado y bocado, sonrió y explicó, a modo de excusa:
—Nunca hay que viajar con hambre.
Poco después, nos pusimos en marcha.