Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento

25 Traición

Un paso más, un peldaño más. Inspiré hondo. Jadeé. Uno más…

—Venga, casi hemos llegado —me animó Aryes, unos metros delante.

—Fffff —resoplé, apoyándome sobre Frundis, agotada—. ¡Esto… es… mortal!

Aryes puso los ojos en blanco y, al llegar arriba, se sentó sobre una roca, para esperarme con paciencia. Syu, que durante todo el ascenso había estado tranquilamente sentado sobre mi hombro, saltó ágilmente y subió los últimos peldaños para reunirse con él.

“¡He ganado!”, exclamó, socarrón.

Lo miré con cara de pocos amigos y subí un peldaño más. Otro más. La música de tambores se aceleró al ver que estaba casi y solté un gruñido.

“Frundis, no te aceleres”, le supliqué.

Cuando llegué arriba, lo que vi fue un inmenso edificio con torres en forma de gigantescos pétalos blancos. Pero eso ya me lo había podido imaginar con las descripciones que había leído. En definitiva, la vista no me pareció tan maravillosa como para arriesgar la vida subiendo unas escaleras interminables y sin barandilla.

—¿Bonito, eh? —dijo Aryes, levantándose y contemplando la Pagoda de los Lagartos con las manos sobre las caderas.

Bien mirado, era más que bonito, pensé, admirando la pagoda. Una gran plaza pavimentada llevaba a la puerta principal, abierta de par en par.

“Da vértigo”, dijo Syu, echando un vistazo hacia atrás. Me giré y me quedé sin habla al ver, a lo lejos, la ciudad de Kaendra y el valle, todo estaba tan alto… Retrocedí hacia la Pagoda, aprensiva.

—Demonios —mascullé.

Aryes se carcajeó, divertido.

—¿No me digas que tienes vértigo, tú que vas siempre saltando de tejado en tejado?

—Eso no es cierto —protesté con una mueca testaruda—. Reconozco que es impresionante. Pero podrían haber puesto una barandilla en esas escaleras.

—Eso mismo pensé yo —aprobó Aryes—. Pero los pagodistas dicen que podría ser peligroso para el encantamiento de invisibilidad. Como si una reliquia de ese tamaño pudiese ser destruida por unas simples barandas —musitó, mirando de nuevo la Pagoda con aire embelesado. Se giró hacia mí—. Al parecer, los nerús no suben hasta aquí, estudian en la ciudad. Y los snorís y kals viven de manera muy distinta a los de Ató. Pasan la mayor parte del año en la Pagoda, sin ir a la ciudad. Así que dicen que los pagodistas de Kaendra pertenecen más a la Pagoda que a sus familias. Curioso cómo cambian las cosas según las regiones, ¿eh?

No pude reprimir una sonrisa divertida al verlo hablar con tanto entusiasmo. Pasamos toda la mañana visitando la Pagoda. Aryes me presentó al maestro Ákito y éste, al saber que era amiga de su hermano Akín, me preguntó si tenía noticias suyas. Me dolió el corazón al ver su rostro sombrío cuando le dije que no sabía nada desde hacía meses. Como tenía que dar una clase, tuvimos que despedirnos de él y salimos de la Pagoda. Afuera, el sol calentaba agradablemente la tierra y decidimos sentarnos en un banco, junto a las escaleras. Dejé a Frundis y me desperecé como un gato, a gusto, mientras Aryes se tapaba otra vez de los rayos con la capucha para proteger su piel. El viento soplaba suavemente y reinaba un silencio soporífico. En lontananza, las aguas de un río centelleaban como cubiertas de mil pequeñas estrellas atrapadas.

—Parece tan irreal —murmuré, contemplando el valle de Kaendra.

Aryes asintió levemente. Había cerrado los ojos como para echar la siesta y su rostro, oscurecido por la capucha negra, reflejaba una total serenidad.

Cuando pensaba que había permanecido un mes trabajando en una mina… Según él, había sido más aburrido que otra cosa y yo entendía que no quisiese hablar del tema, pero no podía dejar de imaginarme lo duro que debía de haber sido. Aunque, como bien había dicho él, al menos el sol no había sido un problema.

Cerré los ojos y poco a poco me dejé llevar por la música sosegada de Frundis mientras vagaban mis pensamientos…

—Shaedra —dijo de pronto Aryes, tocándome la mejilla con el índice hasta despertarme—. Ya es hora de ir a comer. Aún quedan restos del deándrano de manzanas.

—Vaya —resoplé, enderezándome en el banco y pestañeando. ¿Cuánto tiempo había dormido? Meneé la cabeza—. ¿Cómo he podido dormirme?

—No siempre se puede estar luchando contra bandidos —sonrió Aryes. Entonces frunció el ceño y añadió—: He estado pensando y… me gustaría saber. Se trata de Spaw. Es un demonio, ¿verdad?

La pregunta me pilló totalmente desprevenida.

—Vaya, has dado en el blanco. De hecho, Spaw es… mi demonio protector. Trabaja para Zaix —expliqué—. Según dice.

Aryes enarcó una ceja.

—Según dice —repitió—. ¿No te fías de él?

—Oh. Supongo que sí. Por el momento no me ha dado razones para no fiarme.

—Un día, hace tiempo, me dijiste que la confianza se construía con el tiempo —observó.

—Ya… Y es cierto —afirmé—. La verdad, no puedo dejar de pensar que Spaw me oculta algo. Algo que tiene que ver con Zaix. Aunque son sólo suposiciones. Por lo demás, le falta quizá prudencia, pero tiene buen corazón.

—Zaix —repitió Aryes—. ¿Sigue hablándote por vía mental?

—Apenas —le aseguré—. En este último mes, sólo lo he oído una vez y se contentó con decirme “buenos días” antes de marcharse. Parece como si sólo viniese para cerciorarse de que sigo viva. Es un poco desconcertante.

Entonces le conté a Aryes todo lo que me había ocurrido en Aefna, en especial el secuestro frustrado de los cazademonios aficionados.

—No debería contarte todo esto —dije al fin—. Podría atraerte problemas. Sobre todo no le digas a Spaw que sabes lo que es. Aún no lo conocemos lo suficiente como para saber cómo reaccionaría. Si es como Kwayat, que no creo, podría enfadarse.

—No sé cómo consigues meterte en tantos líos al mismo tiempo —se rió Aryes—. Es asombroso.

En aquel momento, oímos unos pasos detrás de nosotros y, al darme la vuelta, agrandé los ojos por la sorpresa.

—¡Ar-Yun!

El joven har-karista se detuvo en seco antes de emprender la bajada. Llevaba una elegante túnica blanca y amarilla con, bordado sobre el pecho, el símbolo de la Pagoda de los Lagartos: un dragón rojo encarcelado en un triángulo negro. Sonrió vacilante y pareció reconocerme.

—¿Peleé contra ti en el Torneo, verdad? —preguntó.

—Así es, soy Shaedra —contesté, levantándome y saludándolo debidamente—. Y este es mi amigo Aryes.

—Vaya —dijo Ar-Yun, pasándose la mano sobre su cabeza calva y observándonos con extrañeza. Sólo entonces me percaté de que no tenía que ser muy común ver a una ternian con un gawalt y un kadaelfo de pelo blanco encapuchado en un día radiante—. ¿Y qué hacen dos ciudadanos de Ató en Kaendra? —preguntó con tono afable.

—Oh. Estamos de paso —contesté—. Es una hermosa ciudad. Y la pagoda, desde luego, es más impresionante que la de Ató.

Ar-Yun asintió con ojos sonrientes.

—Lo sé —contestó con modestia—. Aunque es mucho menos práctica. Estas escaleras son la maldición de todos nosotros —aseguró.

Emprendimos juntos la bajada, hablando de las pagodas y del Torneo. Pese a que bajar esas escaleras fue todavía más peligroso que subirlas, se me hizo más corto y llegamos abajo sin que Aryes tuviese que utilizar sus sortilegios de levitación para salvarme de una caída mortal.

Inesperadamente, junto a las escaleras, tumbado sobre una roca plana, Spaw dormitaba tranquilamente bajo el sol. Al ver que nos acercábamos, sin embargo, se levantó. Ignoro por qué, tuve un mal presentimiento.

—¿Ha pasado algo? —pregunté.

—No, qué va. Estaba intentando reunir el suficiente valor para subir esas escaleras, eso es todo. Todo va bien —aseguró.

Habló con un tono demasiado tranquilo por lo que, cuando Ar-Yun se despidió de nosotros al entrar en la ciudad, no me sorprendió que rectificase:

—En realidad, no todo va bien. Había salido a decírtelo, cuando me he encontrado con esas escaleras de los infiernos y he decidido esperar abajo. Tampoco es nada urgente.

Puse los ojos en blanco, impaciente.

—¿Qué ocurre, Spaw?

—Srakhi se ha marchado —declaró—. Y me da a mí que el Sombrío estaba al corriente de algo, porque no parecía muy sorprendido.

Me quedé paralizada un momento, atónita. ¿Que Srakhi se había marchado? Eso no me lo esperaba. ¿No se suponía que tenía que llevarnos a Ató antes de marcharse a los Subterráneos?

—Esto sí que es asombroso —suspiré.

—No tanto —intervino Aryes—. Al fin y al cabo, Srakhi tiene una deuda moral que saldar con Lénisu. En las minas, Lénisu me explicó un poco la filosofía de los say-guetranes. Es muy estricta. Al parecer, si alguien le salva la vida, no puede deshacerse de la deuda hasta que le haya devuelto el favor con la misma moneda. Lénisu ya se la ha salvado dos veces. Quién sabe lo que significa eso para Srakhi.

—Lénisu debe de estar encantado —me reí, irónica.

Aryes sonrió.

—De hecho, dijo que era la última vez que salvaba la vida a un say-guetrán.

* * *

—Ya os lo he dicho. Al gnomo le ha entrado la neura y se ha marchado así, por las buenas —masculló Darosh, con las manos en los bolsillos.

Spaw, Aryes y yo, sentados los tres en su sofá, lo contemplamos en silencio.

—El caso es que no sé ya qué hacer de vosotros —prosiguió, con fastidio—. Supongo que Srakhi pensaría que yo os llevaría a Ató. Pero resulta que estoy demasiado ocupado con otro asunto. Soy uno de los pocos Sombríos de Kaendra y el Nohistrá de esta ciudad siempre acude a mí. Es totalmente imposible que salga de Kaendra ahora. Por no decir que no me apetece para nada darme toda la vuelta a Ajensoldra para pasar por el camino más seguro.

Marcó una pausa y suspiró.

—Si queréis, podéis quedaros en mi casa —añadió—. Personalmente, os desaconsejo salir en busca de Srakhi. Se dirigirá hacia el portal funesto y eso está plagado de monstruos. Supongo que intentará pactar con algunos mercenarios para pasar. En fin, si ese say-guetrán consigue encontrar a Lénisu solo y sin morir sería toda una sorpresa.

—Desde luego, podrá contratar a algún mercenario —comenté, con tono neutro—. Se ha llevado todo el dinero que teníamos.

Incluido el que nos había dado el señor Clark a Spaw y a mí, añadí para mis adentros. No había contado el dinero, pero no eran menos de trescientos kétalos… Srakhi, el honorable say-guetrán, se había convertido en un vulgar ladrón y traidor que ni siquiera se molestaba en decir adiós.

—Podría habernos consultado antes —coincidió Spaw—. Yo pensaba comprarme otra capa verde. Esta la tengo muy desgastada…

Aryes sacudió la cabeza.

—Aún no salgo de mi asombro —confesó—. Hace dos años Srakhi jamás habría actuado así. No se habría marchado robando el dinero y dejándonos en casa de una persona a la que apenas conoce. Perdón si te ofendo, Darosh.

—De ninguna manera, entiendo perfectamente lo que quieres decir. Aunque seguramente ese gnomo pensaba actuar correctamente. Al fin y al cabo, es un say-guetrán.

—A menos que le hubiese llegado una información urgente que desconocemos, está claro que Srakhi está obsesionado por recuperar su honor de say-guetrán —reflexioné.

—Cada uno con su honor —sonrió Aryes—. Los Sombríos también tienen su código, ¿verdad Darosh?

El hombre pálido asintió.

—De hecho, lo tenemos. Por eso algunos de nosotros hemos decidido ayudar a Lénisu, por ejemplo. El Nohistrá de Aefna olvidó una de las leyes esenciales de los Sombríos: un regalo nunca se roba.

—Entonces ¿es cierto que Hilo fue regalada a Lénisu por el Nohistrá de Agrilia? —pregunté.

—El antiguo Nohistrá, para ser exactos —precisó Darosh—. Según algunos, se la dio por haber salvado a su hija de un secuestro. Pero en realidad está claro que no fue esa la razón, ya que jamás se supo antes de ese día que el Nohistrá poseía la espada de Álingar. Todos pensaban que esa espada estaba metida en la Mazmorra de la Sabiduría.

Fruncí el ceño.

—De modo que…

—El Nohistrá se contentó con regalarle uno de los objetos a la persona que los encontró y que trabajaba para él —completó Darosh.

—Lénisu, obviamente —dedujo Aryes, admirativo—. ¿La Mazmorra de la Sabiduría? Increíble. Eso es uno de los lugares que cualquier saijit sensato evita.

—Recuerda, Aryes, que estamos hablando de mi tío —apunté con un tono ligero—. Que yo sepa, no tiene ningún atisbo de sensatez.

Oí el resoplido de Darosh y entendí que se acababa de reír.

—En cualquier caso —dijo este, retomando su seriedad—, tenéis un problema. O seguís a Srakhi, o volvéis a Ató, u os quedáis aquí. Elegid, pero sinceramente, la primera opción no os la recomiendo. En cuanto a la segunda, me parece la más lógica… si rodeáis los Extradios por el oeste, evidentemente: supongo que vosotros que habéis estudiado en la Pagoda conocéis mejor que yo todas las criaturas que podéis encontrar en la Insarida.

Me quedé pensándolo detenidamente. Seguir a Srakhi en medio de criaturas de todo tipo no me parecía del todo una buena idea, pero necesitaba más tiempo para aceptar volver a Ató. Sin embargo, no podía quedarme indefinidamente en Kaendra. ¿Por qué me había quedado en Aefna sirviendo a la Niña-Dios? Porque había encontrado una manera de ayudar a Lénisu y Aryes. Pero resultaba que ahora ambos estaban libres. Y si Lénisu no quería que fuese a los Subterráneos pues…

—Quedaos aquí unos días y pensadlo —declaró Darosh, interrumpiendo mis pensamientos—. Y ahora os tengo que dejar, el deber me llama.

—¿Los Sombríos? —interrogó Aryes.

—Las cestas —replicó Darosh, sonriente—. El asunto de los Sombríos requiere mi atención diariamente, pero no tanto tiempo como las cestas.

Enseguida propusimos ayudarlo en su negocio, ya que nos íbamos a quedar unos días, y Darosh, tras alguna reticencia, accedió a enseñarnos las bases del arte de cestería. Así fue como empezó el Sombrío a reconocer el valor inestimable de Syu. De hecho, el mono desatendió mis trenzas para enredar tiras de mimbre a diario, y corría a enseñarme su resultado con evidente orgullo.