Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento

26 El ojo del asesino

Los días pasaban, tranquilos y serenos, y Aryes y yo empezábamos a darnos cuenta de que estábamos demasiado felices como para emprender el viaje hasta Ató cruzando caminos peligrosos. Además, Darosh parecía estar contento de que le hiciésemos un poco de compañía. Cuando nos enteramos de que, pese a su juventud, ya había estado casado pero se había quedado viudo muy pronto, empecé a entender mejor que tomara de cuando en cuando un aire abstraído. Sin embargo, no quiso contarnos lo que le había ocurrido a su esposa y era evidente que seguía muy afectado por su pérdida.

Acabamos conociéndonos toda Kaendra. Durante los primeros días, Spaw prefirió quedarse en casa y me explicó que aún notaba su Sreda algo inestable y prefería descansar para reponerse antes de que saliéramos “a matar dragones”. Así que Aryes nos enseñó la ciudad primero a Frundis, a Syu y a mí. Había pocas tabernas, y sólo en una entraban los extranjeros. En las demás, nos miraron con recelo, como preguntándose qué demonios se nos había perdido en su sitio querido. Los parques eran preciosos pero una de las cosas que más me impresionaron fueron los talleres de cerámica. Kaendra estaba llena de alfareros. Que si vasijas, jarrones, cántaros, con tal forma de boca, con tal pie, con tal asa… Las conversaciones entre los alfareros eran especialmente violentas y reinaba un ambiente de competición animada y activa.

Habían pasado ya dos semanas y una tarde en que estábamos todos sentados en el taller de cestería, trabajando pese al calor, le dije al Sombrío:

—Agradecemos mucho tu hospitalidad, Darosh. Es… toda una prueba de generosidad.

—Es natural. Tan sólo sois unos muchachos. Además, no soy tan generoso, sé que Lénisu me devolverá el favor —añadió con una sonrisa burlona.

“Ya está”, anunció Syu. Me dio su cesta acabada y corté el mimbre que sobraba con unas tijeras.

—Hemos estado pensando —proseguí, al de un rato, mientras seguía la labor—. Srakhi nos ha dejado atrás. Y no tenemos otra que volver a Ató.

—Me suponía que llegarías a esa conclusión —contestó Darosh—. Bien, me ocuparé de daros los víveres suficientes para vuestro viaje. —Bostezó y se estiró—. Y ahora, creo que será mejor dejar esto por hoy, gracias por ayudarme. Voy a ir a hacer unas compras. Mientras tanto, ¿qué os parece si preparáis la cena? Desde que estáis aquí tengo la impresión de que todo lo que cocinaba antes eran huesos del diablo.

Aryes y yo cruzamos una mirada divertida y esperamos a que Darosh se marchase para empezar a discutir sobre qué íbamos a cenar. Estábamos dudando entre tres platos cuando Spaw intervino:

—Por si a alguien le interesa mi opinión, yo voto por las zanahorias con berenjenas. Hay muchas en la despensa.

—¿Zanahorias con berenjenas? —explotamos Aryes y yo al mismo tiempo, horrorizados.

—¿De dónde demonios sacas ese plato? —pregunté, con una mueca.

—Con eso, nos despertaremos con hambre —me apoyó Aryes.

—Por cierto, ¿a que no sabéis en qué consiste el trabajo de Sombrío de Darosh? —preguntó Spaw, con tono inocente.

La pregunta me pilló desprevenida.

—¿Cómo dices?

—Está escondiendo a alguien en uno de los cuartos de su bonita casa —continuó—. ¿A que no sabéis a quién?

Aryes y yo lo fulminamos con la mirada, impacientes.

—¿A quién? —preguntó Aryes.

—A alguien que conoces, Shaedra: a Flan. —Spaw sonrió de oreja a oreja al ver mi cara estupefacta—. ¿Zanahorias con berenjena?

—Prepáralo tú si eres capaz de hacer algo comestible con eso —repliqué—. Pero ¿qué hace Flan en casa de Darosh? ¿Y cómo te has enterado?

—Nada más sencillo. Lo seguí una noche y… los oí hablar.

—Los espiaste, quieres decir —lo corregí—. ¿Y qué se dijeron?

Spaw puso cara pensativa.

—Nada muy interesante. Aunque lo que está claro es que Flan tiene graves problemas. Y no dudo de que Darosh nos contara la verdad.

—Darosh es un buen tipo —asintió Aryes—. Desde luego, no cualquiera mete en su casa a un Sombrío perseguido por los ashro-nyns.

¿De veras?, pensé. ¿Aunque se lo pidiese el Nohistrá? Por lo que había podido ver, algunos Nohistrás incluso llegaban a acuerdos con los Ashar. No debía de ser fácil vivir tranquilamente siendo un Sombrío. Los seguí a ambos a la cocina, pensativa. Syu, subido sobre mi hombro, bostezó.

“¿Entonces nos iremos dentro de poco a casa?”, inquirió.

Asentí.

“Me parece lo más razonable.”

Por no decir que echaba de menos a Kirlens y a Wigy. Percibí la risita del gawalt.

“Me alegro de que por una vez seas razonable”, comentó, burlón.

Falsamente ultrajada, le estiré la cola y el mono protestó, indignado.

“En cambio, sólo un insensato estiraría la cola a un gawalt”, me previno, sentencioso.

Puse los ojos en blanco.

“Porque actúe una vez de manera razonable no significa que no sea una insensata”, medité con naturalidad.

Aquella noche, después de haber estrenado las zanahorias con berenjenas cocidas, fritas luego en la sartén, no pude dormir, pensando en el viaje próximo. El cuarto en el que estaba era pequeño, con una ventana que daba a un patio interior. La casa de Darosh era grande y estaba claro que en un principio el Sombrío había querido fundar ahí una familia. Syu estaba sumido en un sueño agradable y Frundis se adormecía acompasadamente con la melodía antiquísima de una canción de cuna.

Incapaz de dormir, me acerqué a la ventana para observar el cielo nocturno. Aquella noche estaba despejada y, junto a la luz de la Luna, brillaban las estrellas, desperdigadas en la oscuridad.

Estaba absorta en unos pensamientos casi filosóficos cuando, por el rabillo del ojo, divisé un movimiento en el tejado. La silueta andaba agachada, armada con un arco. Se me heló la sangre en las venas. No sé por qué tenía la desagradable sensación de que aquella sombra era la de un ashro-nyn, más precisamente, la de Dekela, la mujer que había estado apuntando a Pflansket en su carreta.

Esas eran malas nuevas. Sobre todo para Flan, pensé, alejándome prudentemente de la ventana. Con sigilo, salí de mi cuarto y me acerqué al de Darosh. Llamé a la puerta tres veces, rápidamente. Volví a llamar. Nada. Empecé a sentirme algo acongojada. ¿Y si, de pronto, aparecía Dekela por los pasillos…? Pasé por la cocina y cogí lo primero que encontré: un gran rodillo de buena madera. Se me ocurrió coger un cuchillo, pero me daba grima nada más ver aquel enorme filo cortante. No iba a pasar nada, me repetí.

Estaba recorriendo un pasillo cuando oí un ruido sordo en el tejado y un grito de dolor. Pálida, me puse a correr. Desemboqué en un cuarto con, junto a la puerta, Darosh, retorciéndose de dolor en el suelo. Tenía una flecha hincada en el hombro.

—¡Ascuas, duele! —masculló entre dientes.

—Voy a matar a esa bruja —dijo una voz en el interior del cuarto.

Reconocí a Flan cuando lo vi pasar por la ventana. Me precipité hacia el herido.

—¡Darosh! —jadeé—. ¿Cómo te encuentras? ¿Qué ha pasado?

—Oh, eres tú. Si me pudieses hacer un favor: impide que ese inconsciente llegue hasta la ashro-nyn —soltó él, con una mueca—. Se supone que no debe morir.

—Allá voy —asentí, infundiéndome valor.

Darosh mostró de pronto una sonrisa sorprendida y levantó su brazo no herido.

—Espera un momento, la ashro-nyn no se amasa con un rodillo, toma.

Me tendió su daga pero conservé mi rodillo en la otra mano.

—Es para distraer —me justifiqué.

Salí por la ventana y seguí los pasos de Flan. Bajé hasta la planta baja por el tejado, crucé un parque y al fin lo alcancé: estaba doblegado en dos, cansadísimo.

—Flan, Darosh te pide que vuelvas a casa. Por favor. Ella es arquera. Parece que se ha marchado, pero podría estar rodeándonos, quizá esté apuntándonos en este mismo instante, quién sabe…

—Cállate —siseó el humano—. No podré seguir viviendo si no mato a esa asesina.

Reconocí el estado del hombre: estaba cegado por el odio y las prisas. No iba a ser fácil convencerlo de que renunciara a su inútil empresa. Intenté formular una frase convincente pero una voz intervino antes:

—No vais a armar escándalo. Si contestáis a mis preguntas, no os haremos daño.

La mujer de pelo largo y negro apareció entre la oscuridad de los árboles.

—Dekela —gruñó Flan, irguiéndose—. Jamás he conocido a una persona tan odiosa como tú.

La ashro-nyn sonrió.

—Hace apenas unas semanas, me parecía que opinabas todo lo contrario.

—Eso es por culpa de tu lengua de serpiente insidiosa —escupió Flan.

—¿Insidiosa? —replicó Dekela. Lentamente, tensó su arco—. Tú eres el mentiroso. Eres un Sombrío. Siempre nos has estado engañando.

—No lo niego.

—Nos has traicionado.

—No me arrepiento.

—Entonces, morirás —decretó ella.

—¡Esperad un momento! —solté con premura—. ¿Qué historias son éstas? No tengo ni idea de por qué os lleváis tan mal los Sombríos y los ashro-nyns, pero por favor, comportaos de manera civilizada. Estamos dentro de una ciudad…

Callé al percibir la mirada fría de Dekela sobre mí.

—Una pregunta —pronunció ella—. Flan. Dime dónde está el anillo de Azeshka.

—¿Qué importa que te lo diga? Me matarás de todas formas.

—Eso depende. Puedo dejarte un respiro. Puedo prometerte que no volveré a intentar nada en Kaendra, ¿qué te parece? —preguntó ella con una sonrisa torva.

Flan estaba pálido como la muerte, pero noté en él cierta determinación y supe que no le iba a decir nada. ¿Por qué Darosh me habría mandado que lo trajese de vuelta si el condenado no quería ni seguir viviendo?

—Me parece correcto.

Agrandé los ojos y suspiré aliviada. Flan no estaba tan loco como parecía.

—Entonces trato hecho —dijo la mujer—. A menos que decidas entretanto revelar nuestros secretos. En ese caso, nos volveremos a ver antes.

—Sabes perfectamente que no conozco tanto como tú a los ashro-nyns.

—Eres despreciable. Hablas de los ashro-nyns como si tú no fueras uno de ellos. Pero tú eras uno de los nuestros. Traidor. Ningún código de ninguna cofradía dejaría vivo a un traidor.

—Me extraña que hayas leído otros códigos, querida —replicó Flan.

—Responde. El anillo.

—No lo tengo yo. Se lo di al Nohistrá de Kaendra. Ahora estará de camino a Aefna. Como sabrás, el anillo de Azeshka pertenece a la familia Éhetayn.

—Tristes van a ser los últimos días de esa familia —sentenció Dekela. Un escalofrío de miedo me recorrió. Esa mujer no tenía corazón—. Pero, me extraña que no estés al corriente. La familia Éhetayn no vive en Aefna desde hace años.

Flan se encogió de hombros.

—Eso ya no forma parte de mi misión como Sombrío.

Dekela soltó una risita.

—Tú nunca formarás parte de ninguna cofradía. Y acabarás pidiendo pan a tu familia y la arruinarás por tu estupidez.

Observé que Flan temblaba de rabia.

—No le harás daño a mi familia, Dekela, o te perseguiré hasta en los mismísimos infiernos. Tu espíritu, si es que lo tienes, no volverá a pisar este mundo.

—¡Qué lindas palabras! —se emocionó falsamente ella—. Pero basta de maldiciones. Necesito más información.

—Siento interrumpir —dijo de pronto una voz.

Detrás de Dekela, apareció Spaw, con una daga en la mano.

—Sólo puedes matar a una persona antes de que yo te degüelle —informó tranquilamente—. Sería un tremendo error actuar con precipitación y te aconsejo que te retires dejándonos tu arco y tus bonitas flechas.

—¿Pero por qué os metéis en este asunto? —masculló la mujer, con fastidio. Pese a su tono, advertí que se había puesto lívida—. La muchacha y tú podéis marcharos. Sólo necesito a Flan.

—Oh —dijo Spaw—. Por mí vale. Pero creo que a la patrulla de guardias que se está acercando no le gustará ver un espectáculo como el vuestro. Reitero lo dicho: deja ese arco y márchate.

A veces, Spaw, cuando se ponía serio, me dejaba impresionada. Dekela suspiró.

—Está bien.

Y, dicho esto, disparó. La flecha fue a clavarse en el vientre de Flan, Spaw le plantó la daga a la asesina y yo le di un buen golpe con el rodillo. Ella sacó su daga y empezó a dar tajos con desesperación, le di una patada, su daga me rozó el tobillo y me aparté, aterrada, mientras Spaw le quitaba la daga y le pegaba en las narices un trapo. Dekela se desplomó hasta el suelo y quedó inmóvil.

—Idiota —pronunció Flan, los ojos fijos en la mujer inconsciente—. Y decir que yo la amaba…

Se desmayó.

—Menudo desastre —resoplé. El corazón me latía a toda prisa y sentía que se me empañaban los ojos de lágrimas.

Spaw recogió su daga, se acercó a Flan y cortó el astil de la flecha.

—Odio estas escenas absurdas —suspiró, molesto. Y luego se giró hacia mí—. ¿Estás bien? —Asentí y me dedicó una sonrisa—. Finalmente, tampoco soy tan mal protector.

—Gracias… por salvarme —dije, aún conmocionada.

Él enarcó una ceja.

—Es mi trabajo.

—¿Y la patrulla? —pregunté, mirando a mi alrededor.

—Era un truco —explicó Spaw, mirando la escena con una mueca de desagrado—. Pero quizá no una mentira. Podríamos haber despertado a algún vecino, aunque todos hemos sido bastante silenciosos. No sé por qué, me esperaba que gritaras de horror.

Lo fulminé con la mirada e intenté recobrar cierta compostura, aunque el pánico seguía amenazando con invadirme.

—¿Qué hacemos? —pregunté.

—Sinceramente, no lo sé. No podemos llevar a Flan a casa. No es que sea especialmente gordo, pero pesa sus kilos.

—No podemos dejarlo aquí —protesté.

—¿Y qué quieres que hagamos? Si ven esto, como mucho pensarán en un duelo ilegal…

—Venga ya —repliqué, irónica—. Volvamos a casa. Tal vez Darosh tenga una idea.

—Tal vez.

Pero cuando volvimos a casa, encontramos a Darosh en su cama, sudando y tiritando mientras Aryes, un trapo mojado en la mano, intentaba sonsacarle adónde habíamos ido.

—¡Por todos los dioses! —exclamó el kadaelfo al vernos entrar por la ventana—. ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está Flan?

Sin previo aviso, al ver el estado de Darosh, llegué a mi límite y solté un sollozo.

—Está muerto. O casi —contesté.

—He intentado detenerlos, pero su sangre estaba destinada a nutrir la tierra kaéndrana —contó Spaw, elocuente.

—¿La ashro-nyn también está muerta? —preguntó Darosh, agrandando unos ojos vidriosos y febriles.

—No —lo tranquilizó Spaw—. Pero casi. Están los dos muy mal, ella ha disparado y luego Shaedra le ha dado un golpe a la moza que la ha dejado inconsciente.

Explicó un poco lo sucedido y me fijé en que no comentó en ningún momento el trapo blanco que había sumido definitivamente en la inconsciencia a la asesina. Al fin y al cabo, era un demonio templario, pensé. Hacia el final del relato, sin embargo, Darosh cerró los ojos.

—¿Por qué Darosh está tan mal? —pregunté, preocupada, observando la flecha en su brazo.

Aryes dirigió hacia mí sus ojos azules y contestó:

—Creo que la flecha estaba envenenada.

Lo contemplé, atónita y entonces me percaté de un leve fluido intruso que subía por mis venas.

—Oh, no —murmuré, echando un vistazo a la pequeña herida que me había causado la daga de Dekela en el tobillo—. ¡Maldita ashro-nyn!