Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento
El verano se acercaba y el sol empezaba a levantarse antes que la mayoría de la gente. La plaza estaba desierta y en paz. Dejé caer el cubo en el pozo y lo subí de nuevo, lleno de agua. Los pájaros cantaban en los árboles alegremente y los gatos, tumbados en la piedra de los umbrales, se distraían mirándome, indolentes.
Llené el segundo cántaro que me había dado Lu y sacié mi sed con el agua que quedaba en el cubo del pozo. Syu, entonces, se metió de lleno, salpicándome, y me puse a reír al verlo tan feliz chapoteando en lo que quedaba de agua. Sus bigotes mojados se alzaron, desafiantes.
“¿Qué? No es porque tú no puedas caber en un cubo que yo no pueda meterme”, razonó.
Le di toda la razón pero agregué:
“Creía que no te gustaba el agua cuando había demasiada.”
“Bah. Te equivocas. Esto es lo ideal”, me aseguró el mono, dando vueltas en el agua, muy contento.
Soplaba un viento cálido y pensé que a mí también me hubiera gustado poder meterme en un cubo de agua. Pero de todas formas ya era hora de llevar los cántaros de Lu a casa. Aquel día iba a ser un día atareado: tenía que buscar a Srakhi, pedirle disculpas y salir de Aefna. Y, si me daba tiempo, hablar con Suminaria y pedirle disculpas a ella también por no haberme presentado el día anterior en su casa.
Después de haber convencido a Syu de que se le iba a arrugar la piel de tanto estar en el agua, recogí el cubo y lo vacié donde crecía un matorral de flores preciosas.
Syu se subió a mí, inundándome el hombro.
“¿Por qué miras esa planta?”, me preguntó, interesado.
Me di cuenta de que me había pasado más tiempo de la cuenta contemplando el arbusto, pensativa, y espabilé.
“Estaba pensando en lo hermosa que es la naturaleza”, le expliqué.
Syu ladeó la cabeza y miró más atentamente las flores. Al cabo, asintió.
“Coincido”, dijo. Y giró hacia mí una cara burlona. “Los gawalts somos una prueba de ello.”
Puse los ojos en blanco.
“Y los ternians”, repliqué. “Pero, sin flores, no habría plátanos, ni manzanas, ni nada de eso que tanto te gusta”, observé.
Esas palabras dejaron a Syu muy pensativo. Cogiendo los dos cántaros de Lu, me dirigí hacia la callejuela. Cuando llegué a casa de Lunawin, encontré a Spaw en la cocina, sentado a la mesa con un cuchillo y tres puerros. Tenía el pelo violeta recogido en una coleta y desde luego no parecía haber pasado una noche terrible, como yo sabía que la había pasado.
—Buenos días —le dije, mirándolo con curiosidad—. ¿Qué estás haciendo?
—Sopa —me explicó, sonriente.
—¿A estas horas? —me extrañé.
—A Lu le gusta desayunar sopa. Pero como está muy ocupada con sus experimentos, siempre se olvida de hacerla.
Lo miré fijamente y sonreí, divertida.
—¿Qué tal estás? —pregunté, sentándome a la mesa.
—Mejor. Las pociones de Lu son bastante eficaces cuando funcionan.
Hice una mueca al oír sus últimas palabras. Pero, claro, que un alquimista metiese la pata de cuando en cuando era de lo más natural, reflexioné.
—He estado pensando —dijo de pronto Spaw, cortando los puerros con rapidez—. Me dijiste que ayer debiste haber salido de Aefna, y me parece una muy buena idea. ¿Con quién dijiste que tenías que irte?
Enarqué una ceja.
—No lo dije.
Spaw se detuvo en pleno movimiento.
—¿No irás a marcharte sola?
—¿Y por qué no? —solté, sintiendo una sonrisa dibujarse en mi rostro—. Soy una har-karista demonio con mono gawalt y bastón compositor, ¿quién podría hacerme daño?
Spaw puso los ojos en blanco.
—¿Bastón compositor? —repitió.
—Ahá —asentí, con desenfado.
—¿Tu bastón es una mágara, eh? Me lo suponía. ¿Emite música?
—No es una mágara —le aseguré—. Es un amigo.
El demonio tuvo una media sonrisa incrédula y volvió a sus puerros suspirando:
—Dudo que la música pueda salvarte de una panda de bandidos.
—Dudo que unos bandidos se interesen por una ternian sin un kétalo —repuse—. Pero de todas formas, Srakhi me acompañará. Es un amigo de mi tío.
—Ah —dijo entonces Spaw, sacudiendo la cabeza—. Es… ¿un Sombrío?
—No, no lo es. Pero le debe la vida a mi tío Lénisu. Y ahora, como le ha prometido que cuidaría de mí… Voy a reunirme con Lénisu —expliqué.
—Y… ¿eso queda lejos? —preguntó Spaw.
Enarqué una ceja.
—¿Por qué quieres saberlo?
El demonio me miró, sorprendido.
—Pues… es natural. Después de todo, estoy aquí para protegerte.
Me quedé en suspenso un momento. Los ojos negros de Spaw brillaron, sonrientes, y me atraganté con la saliva, entendiendo.
—Trabajas para Zaix.
Spaw asintió.
—Creía que lo sabías. —Sonrió—. Al fin y al cabo, eres su nueva criatura.
Y se levantó para poner a hervir en la cazuela el agua, las patatas, los puerros y otro ingrediente que me recordaba algo que no supe identificar.
—Demonios —resoplé, impresionada—. Eso significa que… ¿Zaix me protege?
Spaw hizo una mueca.
—Eso significa que yo te protejo. Zaix… recompensa.
Lo miré, ultrajada.
—¿Así que todo lo del collar, los cazademonios y todo… fue por una recompensa?
Cuando él volvió a su silla y se sentó, noté en sus movimientos cierto cansancio que, sin embargo, conseguía borrar de su expresión.
—No me interpretes mal —contestó—. Yo no soy ningún cazarrecompensas. Mira, diré las cosas claramente. Zaix es como un padre para mí. Se ocupó de mí desde que era un niño. Y los demás demonios de la comunidad me han dado todo lo que necesitaba. Es totalmente normal que ahora me toque a mí ayudar a los demás, ¿no crees?
Lo miré con súbita desconfianza.
—Er… ¿de qué comunidad estás hablando? ¿Zaix tiene una comunidad? —Él asintió tranquilamente—. Y ¿sois muchos?
Spaw soltó una carcajada, divertido.
—Somos cinco —dijo simplemente—. Pero ahora apenas nos vemos.
Asentí para mí. Las comunidades de los Demonios Mayores reagrupaban cientos de demonios. En comparación, la comunidad de Zaix era más bien reducida.
“Suficiente, si son gawalts”, intervino Syu con una seriedad burlona.
“¿Tú crees que hay demonios gawalts?”, le pregunté, divertida.
—Supongo que te preguntarás por qué no te he hablado de Zaix antes —prosiguió Spaw—. Pero comprenderás que una persona que trabaja para el Demonio Encadenado está muy mal vista. Y no quiero que se entere todo el mundo de que sigo trabajando para él.
—¿Kwayat lo sabe? —pregunté.
—Sabe que Zaix me educó. Pero cree que estoy trabajando para Ashbinkhai. Lo cual es cierto también.
Lo miré, perdida.
—Spaw… ¿me estás diciendo que trabajas para dos demonios a la vez?
Spaw suspiró.
—Te seré sincero, como siempre lo soy —carraspeó e inspiró hondo antes de decir—: Verás… soy un templario.
Lo miré durante un momento, esperando a que añadiera algo, pero él parecía más entretenido observando mi reacción.
—Vale —dije con impaciencia—, ¿qué es un templario? Supongo que no tiene nada que ver con esos guerreros antiguos que se tiraban de los acantilados para huir de sus terribles enemigos —dije, recordando una escena histórica que nos había contado el maestro Tawb en Dathrun.
—Nada que ver con eso que tú dices —confirmó él—. Entre los demonios, un templario es algo así como un mercenario que hace de espía, mensajero y tal. Lu siempre me ha reprochado que eligiese ese trabajo —suspiró—. Y tiene toda la razón, pero, lo creas o no, es menos peligroso que ser alquimista. En fin, como comprenderás mi trabajo requiere cierta apariencia de neutralidad. Y si supiesen mis clientes que sigo guardando lealtad a Zaix, quizá no se fiarían tanto de mí. Por simple superstición: la gente sigue pensando que Zaix es un traidor.
—¿Porque robó las Cadenas de Azbhel?
—Exacto —sonrió—. Bueno, ahora que te he contado mi apasionante vida, dime, ¿adónde piensas ir con ese amigo de tu tío?
No contesté de inmediato, pensativa.
—Espera un momento —dije—. Aún no me has dicho por qué trabajas para Ashbinkhai.
—Oh, eso es un detalle —me aseguró Spaw—. Ashbinkhai me pidió que encontrase a su hijo Askaldo y lo vigilase, porque últimamente está muy rebelde. —Me dedicó una sonrisa torva—. Me enteré de que había mandado a uno de sus amiguetes a Aefna y entendí que, si te encontraba, podía resultar algo desagradable.
—¿Quieres decir que ha enviado a alguien a Aefna y ese alguien va a vengarse de mí? —resoplé, aterrada.
—Bueno, Askaldo no es una persona violenta, según su padre —me consoló Spaw—. Pero Ashbinkhai se preocupa por él, lo cual es normal, es su único hijo. Y te recuerdo que “ese alguien” ya intentó vengarse de ti.
—Si realmente fue Askaldo quien contrató a esos cazademonios —dije pausadamente— entonces la poción que bebiste…
—Ya, ya, no me lo recuerdes —me cortó Spaw, carraspeando—. Cuando se lo diga a Zaix, se va a reír de mí. Pero bueno, al menos tú no la probaste. Porque probablemente entonces Lu no habría podido salvarte, porque desconoce totalmente tu Sreda, y habrías acabado los dioses saben cómo.
—Mmpf —solté—. De modo que lo de que no es una “persona violenta” es bastante relativo.
Spaw abrió la boca, hizo una mueca y asintió.
—Er… De hecho, lo es. Supongo que lo que quiso decirme Ashbinkhai era que Askaldo no iba apuñalando a la gente y esas cosas. De todas formas, no me cuesta creerlo, dado que su familia, normalmente, siempre ha destacado por su paciencia y su amabilidad.
—Mm —reflexioné—. ¿Y no trabajas para más gente?
Los ojos oscuros de Spaw destellaron de diversión.
—Ahora mismo, no —me dijo—. Entiendo tu desconfianza. Zaix ya me ha explicado que una persona que trabaja en ese tipo de cosas para mucha gente da que pensar sobre su fiabilidad y su honradez. Pero en mi opinión, soy una persona honrada. Siempre digo la verdad —me aseguró—, o casi. Y no tomo partido por nadie. Menos en los asuntos de Zaix, por supuesto —agregó.
Sonreí. Ese demonio empezaba a caerme bien.
—Está bien —dije—. Por lo que has dicho, parece que eres un demonio de altos principios. Así que… ¿tienes pensado acompañarnos a Srakhi y a mí?
Spaw carraspeó.
—Ahí está el problema. Aún no estoy del todo curado. Necesitaré varios días para restablecerme. —Al oír eso, asentí, turbada, y Spaw prosiguió—: Pero, si piensas que ese Srakhi es de fiar, te aconsejo salir de Aefna lo antes posible. Creo… que no deberías esperar más.
Levanté la cabeza, sorprendida.
—¿Crees que el demonio enviado por Askaldo volverá a intentar algo? —pregunté, algo asustada.
—El problema es que… es más que probable.
—Eso es un problema —aprobé, reprimiendo una sonrisa burlona—. Bien. Entonces me voy ahora mismo a buscar a Srakhi. Nos dirigiremos hacia Kaendra.
Spaw asintió con la cabeza, pensativo.
—¿No quieres esperar a que esté la sopa? —preguntó entonces.
Enarqué una ceja, divertida.
—De acuerdo. Pero dime, Spaw, esa receta… ¿de dónde la has sacado?
—¿Por qué lo preguntas? —se extrañó Spaw.
—Porque… jamás vi una sopa hecha con anémonas blancas y raíces de tugrín. Pero mi tío me comentó que era muy típica en el lago Turrils. En los Subterráneos —especifiqué.
Spaw agrandó los ojos, sorprendido, y luego rió.
—Tienes razón, sólo faltan los puerros negros —dijo—. ¿De modo que tu tío es un conocedor de los Subterráneos, eh?
Puse los ojos en blanco.
—Dijiste que siempre decías la verdad —le reproché.
—¿He dicho alguna mentira? —retrucó él, con toda la tranquilidad del mundo.
El mono resopló. “Este saijit no sabe lo que dice”, comentó. No podía más que estar de acuerdo con él. Spaw era demasiado sincero y misterioso a la vez como para que pudiera fiarme de él. Pero aun así, me había contado verdades. Y, sobre todo, me había dicho que me protegería. Sin embargo, al percibir un rastro de cansancio en su expresión, pensé que podía empezar protegiéndose a sí mismo.
* * *
Me había marchado cargada con mi mochila naranja y acompañada de Frundis y Syu, después de haberme despedido de Spaw y Lu, diciéndole hasta luego al uno y agradeciéndole su hospitalidad a la otra. Y ahora me dirigía, casi corriendo, hacia el Santuario. Spaw me decía que era una tontería, pero yo no podía soportar la idea de que estaba robándole un libro a la Niña-Dios. Era totalmente normal que le devolviese el poemario Shirel de la montaña. Pero se me podría haber ocurrido antes, me repetí, cruzando la Plaza de Laya.
Estaba pasando por una calle menos transitada cuando de pronto alguien se paró en seco ante mí. Me empotré contra él y levanté la mirada, temiéndome lo peor…
—¡Maestro! —exclamé, como en un sueño.
—Shaedra, vaya —soltó el maestro Dinyú, con una gran sonrisa—. Precisamente volvía del Santuario. Pero me dijeron que te fuiste anteayer.
Asentí, conmocionada.
—Sí. La Niña-Dios y yo no congeniábamos muy bien. Soltaron a Lénisu y Aryes y ella me lo encubrió divinamente. ¿Qué hace por Aefna? —pregunté, sintiendo la alegría invadirme.
—Oh, bueno —empezó Dinyú—. Ya te dije que no me quedaría en Ató. Me quedé un mes más, hasta que el Dáilerrin encontrase un nuevo maestro. De todos modos, sólo estoy de paso. Tenía unos asuntos que resolver con la Pagoda. Y quería saber si estabas bien. Pero ahora veo que las cosas se arreglan. ¿Así que Lénisu y Aryes están libres ya?
—Bueno… Las cosas son más complicadas —dije, con una mueca—. Pero al menos ya no están exiliados. Me voy de Aefna hoy mismo.
—Oh, ¿y adónde?
—A Kaendra.
Y entonces le expliqué que iría con el gnomo say-guetrán que una vez había visto en la entrada de la Pagoda de los Vientos. Y él me contó qué tal estaban los demás kals de Ató.
—Galgarrios estaba muy preocupado por ti —me dijo—. Y Sotkins no ha parado de preguntarme si sabía por qué te habías quedado en Aefna —sonrió—. Creo que pensaba que te habías quedado estudiando en la Gran Pagoda o algo así.
Le devolví la sonrisa imaginándome la envidia de Sotkins.
—¿Y Kirlens? —pregunté entonces.
Su rostro se ensombreció.
—Por lo que oído, Kirlens está… hecho un lío. Hace unas semanas, volvió su hijo y se fue casi enseguida. Al parecer, discutieron.
Lo miré, con los ojos agrandados. ¡Kahisso había vuelto a Ató! Al menos, eso significaba que estaba vivo. Que hubiesen discutido no me sorprendía mucho: Kirlens y Kahisso siempre habían sido muy dados a los dramas. El rostro del maestro Dinyú se aclaró.
—En fin, me alegra saber que no te vas a pasar la vida en el Santuario —declaró, burlón.
Poco después, quizá notando mis prisas o porque las tenía él, el maestro Dinyú se despidió de mí y me deseó buen viaje. Lo miré un instante, teniendo la triste sensación de que no volvería a ver a mi maestro de har-kar.
“¿Quién es el adivino aquí?”, se burló Syu.
“Un buen tipo, ese maestro Dinyú”, comentó a su vez Frundis, con una música de cascabeles y zampoña. “Es más prudente que tú. Y no me usaría como palo de escoba. Podría ser un mejor portador…”, insinuó maliciosamente.
“¡Frundis!”, me indigné.
Oí una risita divertida.
“Estaba bromeando”, protestó. “Tranquila, él no creo que aprecie tanto mi música como tú. Y… no creo que me soportase tan bien”, añadió, pensativo. “¿Ves? Sé reconocer mis defectos y tus cualidades”, apuntó, contento. “No soy tan egocéntrico como pareces pensarlo a veces.”
Su tono reflejaba todo menos humildad. Reprimí una risa.
“Me alegra comprobar que has sabido elegir al portador acertado”, solté teatralmente.
Estaba llegando al Anillo cuando apareció de pronto Wanli delante de mí, con las manos en jarras y una expresión de claro enojo que no auguraba nada bueno.
—Shaedra, eres un desastre —declaró.
Y Frundis soltó otra vez una risita divertida.