Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento

18 Disensiones

La casa de los Clark no era una casa cualquiera. Desde luego, no parecían ser mucho más pobres que Amrit Daverg Mauhilver en Dathrun, pensé, admirando la sala en la que aparecimos, Spaw, Frundis, Syu y yo después de haber subido las escaleras a toda prisa. Renové mi esfera armónica de luz para aumentar la claridad y vi que nos rodeaban por todas partes esculturas y otros objetos que debían de valer una fortuna.

—Un lugar curioso para esconder una puerta hacia un calabozo —comentó Spaw.

—Es la recompensa para quien consigue salir de aquí vivo —dije con un tono teatralmente misterioso.

Encontré unas cortinas enormes y las corrí ligeramente, descubriendo una ventana.

—Es de noche —observé. Aquel día había sido un fracaso total. No solamente no había ido a visitar a Suminaria sino que además Srakhi me habría estado esperando en las afueras de la ciudad, sin verme aparecer. Al menos el padre de ese cazademonios neófito no había tardado nada en averiguar las maquinaciones de su hijo, pensé.

Por la ventana, se veía una terraza y un jardín por el que se paseaban siluetas difuminadas entre la oscuridad nocturna. Sólo entonces se me ocurrió que quizá no fuese una buena idea salir a la ventana con una esfera de luz y deshice el sortilegio con un gesto de mano precipitado.

Me giré hacia Spaw y lo vi examinar el busto de un saijit que compartía ciertos rasgos con los Clark que acabábamos de ver.

—Curioso —dijo Spaw, tocando la nariz de la escultura y frunciendo su propia nariz—. Es mármol de Lisia.

—Spaw —intervine, acercándome a la escultura y echándole un rápido vistazo antes de hacer la pregunta que me importaba—. Dime que no has bebido zumo de ortigas azules.

Spaw pestañeó, me miró y sonrió.

—No he bebido zumo de ortigas azules —repitió—. ¿Sabes? Aún no te había mentido pero acabo de hacerlo —declaró con un fruncimiento de ceño—. Bueno, eso creo.

Agrandé los ojos y sentí que se me bloqueaba la respiración.

“Tranquila”, me dijo Syu. “Igual es que le gustaba el zumo.”

“¿Y si tenía veneno o cualquier otra cosa?”, repuse enérgicamente.

“Parece que eso que tú dices ya le está afectando”, comentó el mono.

De hecho, Spaw se paseaba por la sala andando de manera totalmente desenfadada y observando todos los objetos sin preocuparse por encontrar la salida.

—¿Spaw, estás seguro de que estás bien? —aventuré, siguiéndolo.

—¿Me hablas a mí? —preguntó, fijando sus ojos negros en los míos—. Pues claro que estoy bien. Algo afectado, eso sí, pero no puedo quejarme al tener tantas cosas bonitas a mi alrededor.

Me ruboricé al notar su mirada directa, carraspeé y le estiré del brazo.

—Spaw, creo que la salida está… er… por ahí.

En ese momento, la puerta que estaba señalando se abrió y una luz brillante bañó toda la entrada. Entrecerré los ojos y advertí el rostro del elfo oscuro con túnica verde que nos había secuestrado.

—No toquéis nada —nos dijo, nervioso—. Venid. Os llevaré hasta la salida. Aquí tenéis vuestras pertenencias, con… con las cartas de los Sombríos.

Nos aproximamos a él y resoplé de alivio al ver mi mochila naranja. Dentro, tenía un juego de naipes, tres libros, ropa de recambio y… las cartas para Lénisu, comprobé.

Bajo la mirada atenta del elfo oscuro, las guardé en un bolsillo interior de mi túnica y asentí.

—Te seguimos.

Spaw, que había recuperado su capa verde, caminaba cada vez menos recto y tuve que cogerle del brazo para ayudarle.

“Me estoy mareando sólo con verlo andar de esa manera”, se quejó Frundis, que siempre había andado muy recto.

El hijo de los Clark nos hizo pasar por unas escaleras desiertas y nos llevó hasta una puerta de servicio por la que no debía de pasar mucha gente.

—Aquí os dejo —nos declaró fríamente.

A lo lejos, se oían ruidos de voces y risas. Todo indicaba que aquella noche había una fiesta en la morada de los Clark.

—Os pido disculpas por este error —prosiguió el elfo. Parecía que cada palabra le ardiera en la boca—. Y os doy esta bolsa de dinero como muestra de respeto a los Sombríos.

Ahogando la sorpresa que me invadía, cogí la bolsa de dinero y realicé un saludo de agradecimiento.

—No se hable más del incidente —dije.

—Una sola pregunta —intervino Spaw. Parecía haber recobrado cierto aplomo. Lo oí inspirar hondo y me señaló—. ¿Quién os ha pagado por encontrarla? y —marcó una pausa— ¿quién os ha dado esa botella?

—Nadie nos ha pagado —replicó el elfo oscuro, tomando un tono desdeñoso—. Por mucho que digáis, yo sé que no sois saijits normales.

—¿Quién es normal en los tiempos que corren? —repliqué, burlona.

Entonces ocurrió algo que no me esperaba ver: en un segundo, vi a Spaw saltar sobre el elfo oscuro, tirarlo al suelo y apuntar su cuello con una especie de daga puntiaguda.

—Si gritas, no volverás a respirar —le avisó.

El elfo oscuro y yo lo miramos con los ojos dilatados y la respiración entrecortada.

“¡Se ha vuelto loco!”, exclamó Syu, aferrándose a mi cuello y escondiendo la cabeza detrás de mi pelo para no mirar.

—Ahora, contesta —dijo tranquilamente Spaw—. ¿Quién te dio esa botella? Contesta —repitió, al ver que el elfo respiraba con un ritmo entrecortado pero no hablaba.

—Yo… no quiero… morir —jadeó el elfo.

La sonrisa que le dedicó Spaw a su víctima me heló la sangre en las venas.

—¿No? Entonces sólo tienes que decirme un nombre.

—No lo conozco. Fue Chimath quien habló con él. Mi amigo ternian. Yo no sé nada.

—El nombre —insistió el joven humano.

—Eres un demonio —bramó el elfo, con el rostro deformado por el odio y el miedo.

—¿Dónde está Chimath? —preguntó entonces Spaw.

—No te lo diré nunca.

—¡Ah! ¿Y qué dirías si ese desconocido fuese en realidad un enemigo nuestro que se ha aprovechado de vuestra credulidad para cazarnos gratuitamente diciéndoos que somos unos demonios? ¿Eh?

El elfo oscuro lo observó y negó con la cabeza.

—No te creo. Y ahora deja de hincarme ese cacharro o acabarás haciéndome daño.

—¿Crees que me importa? —replicó Spaw.

Sin embargo, se levantó de un bote y retrocedió hacia la puerta. Lo agarré antes de que se estampase. Parecía haber vuelto a su estado de aturdimiento.

—Bueno —dije, abriendo la puerta precipitadamente—. Creo que nos vamos a ir. Buenas noches.

Y salimos de ahí lo más rápido que pudimos.

—¿Qué mosca te ha picado atacando a ese elfo? ¿De dónde has sacado esa daga? —pregunté, resoplando.

—De la sala de esculturas —contestó él.

Bajamos torpemente las escaleras y nos dirigimos directamente hacia el muro que rodeaba la casa. Spaw caminaba más decididamente que antes, pero aun así noté que la bebida seguía afectándolo.

—¿Por qué demonios bebiste lo que había en ese vaso? —refunfuñé, cuando llegamos al pie del muro.

—Era… un experimento —explicó Spaw, apoyando un pie en una piedra.

—Un… ¿experimento? —repetí. No podía creerlo—. ¿Así que has bebido por simple curiosidad, para saber si ibas a morir o a perder la cabeza? —pregunté, alucinada—. Bueno… la cabeza ya pareces haberla perdido.

Spaw tomó otro apoyo, se subió al muro, me echó una mirada pensativa pero pasó del otro lado sin contestarme. Syu lo siguió con agilidad y yo me pasé a Frundis a la espalda para subir cómodamente.

Aterricé en una calle al norte del Palacio Real.

—Por aquí —me dijo Spaw, señalándome una callejuela.

—No tengo tiempo que perder —dije—. Tengo que irme de Aefna.

—¿Te vas de Aefna, eh? Mm… quizá sea una buena idea —aprobó Spaw. Se paró al principio de la callejuela y se giró hacia mí—. ¿Puedo preguntarte qué relación tienes tú con los Sombríos?

—¡Ja! Me temo que te he preguntado yo algo antes que tú. Sabes algo sobre esos cazademonios. ¿Crees realmente que alguien les dio esa botella y les pidió que nos secuestrasen? ¿No te parece un poco exagerado?

—Bueno, reconozco que tuve mis dudas y no hubiese estado seguro si Zaix no me hubiese hablado —reconoció Spaw.

Me quedé mirándolo fijamente y solté una carcajada.

—¿Zaix? —repetí, incrédula y con una ancha sonrisa—. ¿Y qué te ha dicho?

—Que probablemente la botella que tenía el jovenzuelo rico ese entre las manos contenía algo malo. Y, como dijo, ¿quién sino Askaldo querría vengarse de ti?

—Askaldo —susurré, frunciendo el ceño—. Oh. Askaldo. Claro.

“¿Quién es Askaldo?”, preguntó Syu.

“Lo cierto es que no me acuerdo”, contesté. “Pero me suena mucho.”

—Y, por lo visto, Zaix tenía razón —prosiguió Spaw—. Este “zumo” no podría hacerlo alguien que no conoce a los demonios y a la Sreda. Me siento… como si tuviese diez mil hormigas dentro correteando y… —soltó un sonido gutural— creo que voy a vomitar…

—¡Askaldo! —exclamé entonces. ¡Por supuesto!, me dije. Era el hijo de Ashbinkhai. Aquel que había sufrido alteraciones irremediables después de no haber recibido la poción para estabilizar su Sreda a tiempo… y todo eso por mi culpa. Y por culpa de Zoria y Zalén, recordé con pesadumbre.

Spaw se había inclinado hacia delante, sosteniéndose en el bordecillo de un muro, pero no parecía decidirse a vomitar, así que lo agarré del brazo, diciéndole:

—Alejémonos de aquí y vayamos a un sitio en el que puedas descansar tranquilamente.

Se me ocurrió llevarlo al escondrijo de Lénisu, junto al Anillo. Pero estaba demasiado lejos, al otro lado de la ciudad.

—Estoy mejor —dijo Spaw, irguiéndose e inspirando hondo.

—¿Crees que los efectos van y vienen? —pregunté.

—Esto no me gusta nada —resopló—. Los experimentos de Zaix acabarán por matarme algún día —sonrió—. Pero no será hoy —y entonces señaló una calle—. Por aquí.

Entramos en un patio rodeado de casas y Spaw comenzó a subir escaleras en silencio.

—No quiero ser pesimista —empecé—, pero la última vez que bebí una poción, las consecuencias no fueron del todo nimias. Aunque no quisiera alarmarte.

Spaw se giró hacia mí y soltó una risita irónica.

—No te preocupes —me aseguró—. De todas formas, ya estoy alarmado.

De hecho, sus ojos negros reflejaban algo muy parecido al miedo. Sentí un escalofrío recorrerme por todo el cuerpo al percatarme de ello. ¿Y si resultaba que el zumo contenía veneno que mataba poco a poco? Al fin y al cabo, Askaldo quizá hubiese sufrido tanto por sus mutaciones indeseadas que se había vuelto loco. Lo más absurdo había sido que, a pesar de la torpeza con que nos habían dado el zumo aquellos cazademonios, Spaw había conseguido beberlo. Desde luego, ese joven humano no destacaba por su prudencia.

Spaw se paró frente a una puerta, cogió una llave de encima del marco y abrió. Tuve que abalanzarme sobre él para impedir que cayera de cabeza en el suelo de la habitación.

Avancé, sosteniéndolo como podía, dejé caer a Frundis al suelo y senté a Spaw en una butaca.

—¿Cómo te sientes? —pregunté.

Soltó un resoplido por toda respuesta, con los párpados caídos. Fui a cerrar la puerta, recogí a Frundis y acababa de invocar una esfera de luz en el instante en el que apareció, por el marco de una puerta a mi izquierda, una silueta con una especie de machete en la mano.

—Er… —solté, agrandando los ojos por el susto. “¿Dónde demonios nos ha metido Spaw?”, les pregunté a Frundis y a Syu, aprensiva.

La linterna que llevaba la silueta en su otra mano iluminó toda la habitación y, al acostumbrarme a la luz, vi a una elfocana viejísima cuyo rostro arrugado me recordó a la vieja Émariz de Ató.

—¿Spaw? —dijo entonces, soltando el machete y aproximándose al humano con precipitación. A medio camino, se detuvo y sus ojos incoloros se fijaron en mí—. ¿Quién eres?

—¿Yo? Oh… Er… una amiga de Spaw —contesté, sorprendida de que resultase que, finalmente, Spaw no se había equivocado de puerta—. ¿Y usted?

La anciana, sin contestar, se acercó a la butaca donde estaba Spaw, medio inconsciente, y posó una mano blanquísima sobre la frente del demonio. Éste abrió los ojos al contacto y murmuró algo tan bajito que no oí nada.

“¿Quién será esta anciana?”, comenté con curiosidad. Conocía a Spaw, me dije. ¿Y si era una demonio?

El mono, sobre mi hombro, observaba la escena con un interés relativo. El pobre apenas había dormido en la jaula y ahora le costaba mantenerse despierto.

—¿Cree que está grave? —pregunté, paseando la mirada por la habitación. Había una ventana grande con contraventanas, una chimenea condenada, una silla y, pegado en el muro, un papel con el dibujo a lápiz de un conejo y una niña pequeña jugando en el campo.

Me había acercado para mirar el dibujo pero me giré cuando oí la honda inspiración de Spaw.

—Estoy bien —dijo—. Simplemente necesito una de tus pociones, Lu. Es la Sreda, está hecha un lío.

—Entiendo —respondió entonces la anciana—. No te preocupes. Tengo de todo.

Spaw sonrió anchamente y luego espiró y volvió a recostar su cabeza contra el respaldo de la butaca, exhausto. La anciana me miró e hizo un gesto.

—Procura no acercarte a Spaw —me avisó—. Está inestable.

—¿Y eso es contagioso? —pregunté, incrédula.

La anciana simplemente volvió a hacer un gesto de cabeza, con una mueca grave, y desapareció por el marco por el que había aparecido.

—Esto no me gusta —comenté—. ¿Quién es esta Lu, Spaw? ¿Sabe realmente quién eres tú?

—Hmpf —sonrió débilmente—. Lu es mi abuela. Bueno, biológicamente hablando no lo es pero así la considero.

Me quedé a cuadros.

—Ah.

Me senté en la silla, tratando de poner orden en mi mente confusa.

—¿Así que lo de los demonios ya lo sabe?

—Sí —suspiró Spaw, abriendo un ojo—. Fue ella quien acabó mi instrucción de demonio, para tu información. ¡Demonios! —exclamó entonces, dando un respingo—. Tengo la impresión de estar ardiendo. Voy a por agua.

—No, no te muevas, déjame a mí —le dije, levantándome y haciendo un gesto apaciguador.

—No vas a saber dónde encontrar el agua —negó Spaw— y si entras en el laboratorio de Lu… No te lo aconsejo.

—Tonterías —repliqué—. Ya sé reconocer una cocina de un laboratorio. Y lo cierto es que tengo una sed terrible —me percaté.

Spaw pareció rendirse porque dejó de intentar levantarse y soltó:

—Y yo tengo sed y hambre.

—También intentaré arreglar eso —sonreí.

Y me adentré en las profundidas de la casa de Lu. Bueno, en realidad sólo había un pasillo con tres entradas. Dos de ellas tenían puertas y la tercera daba a la cocina. Lo cierto es que tardé un buen rato en encontrar el agua. Finalmente, hallé una jarra con muy poca agua. La eché en un bol e hice un esfuerzo considerable para no beberla.

“Syu”, le avisé, al ver que el mono se relamía, con los labios secos.

Con la mirada, busqué comida, pero tan sólo encontré unas patatas y unos puerros y no me iba a poner a cocinar en ese momento.

Le llevé el agua a Spaw y él se la bebió de un trago.

—Gracias —murmuró—. Es curioso cómo a veces parece que de pronto todo se estabiliza y, entonces, cuando todo va bien, se vuelve a estropear.

—Aún no entiendo cómo has podido beberte esa poción —suspiré, incrédula.

Spaw se encogió de hombros.

—Ya te lo he dicho. Soy más curioso que prudente.

—Pues con esas vas a acabar matando de un susto a tu abuela —repliqué, tomando un tono muy cercano al de Wigy cuando me regañaba.

—Te aseguro que me ha visto en peores estados.

Inspiró de pronto hondo emitiendo un ruido gutural y agrandando los ojos y sentí que el corazón se me aceleraba de miedo. Pero afortunadamente, Spaw se calmó.

—Aunque esto podría llegar a ser uno de los peores —recapacitó.

—¿Va a tardar mucho tu abuela? —me inquieté.

—Preparar ese tipo de brebajes no se hace enseguida. En todo caso, si me pasa algo grave, recuérdale lo que le he dicho siempre, que la culpa de lo que me pasa es sólo mía.

Sus palabras me llenaron de pavor.

—No te pongas dramático —repliqué, sintiendo el pánico invadirme—. Ya se te pasará.

No alcanzaba entender muy bien qué le estaba pasando a Spaw. Supuse que no debía de ser muy diferente de lo que yo había sentido cuando me había convertido en una demonio. Después de todo, era una desestabilización de la Sreda. Claro que quizá una Sreda despierta desestabilizada podía ser más peligroso, reflexioné.

—¿No me digas que ha sido Zaix quien te lo ha pedido? —solté entonces, después de estar cavilando un rato.

Spaw abrió los ojos. Su frente estaba sudorosa y empecé a preguntarme si, además de la Sreda desestabilizada, no estaba sufriendo las consecuencias de algún veneno o de alguna gripe.

—¿Hablas del zumo? —Asentí y él negó con la cabeza—. No me lo pidió. Me lo sugirió.

Enarqué una ceja, sorprendida. ¿Era acaso posible que Spaw fuese capaz de hacer experimentos con su propia persona de una manera tan alegre? Pensé en la vez en que había aparecido colgado en un árbol, junto a mí, sin arredrarse ante unos cazademonios y empecé a dudar de la cordura de aquel joven humano.

—Es una locura —sacudí la cabeza—. Pero, dime, ¿de qué conoces a Zaix?

—Aha. —Sacudió el índice, sonriendo—. Contéstame tú antes a mi pregunta. ¿Eres una Sombrío, sí o no?

Lo miré, atónita al ver brillar en sus ojos la curiosidad, y solté una carcajada.

—No. En mi vida se me ocurriría entrar en ninguna cofradía.

—Sin embargo, tienes en tu poder dos cartas escritas por Sombríos, si he entendido bien.

—Son para mi tío —expliqué—. Él, al parecer, es un Sombrío, aunque de eso me enteré hace poco. Lénisu siempre anda con secretillos. No sé cómo no se arma un lío.

Spaw soltó un gruñido y se levantó a medias, tirando el bol vacío al suelo.

—¿Spaw? —solté, precipitándome hacia él.

—Arggg —dijo él por toda respuesta. Con una mano en el pecho y los ojos cerrados, parecía estar intentando sobrellevar una nueva racha de energías inestables.

Si hubiesen sido energías normales, podría haber intentado soltar sortilegios de estabilización, con la energía brúlica, pero no solamente yo no era una experta en esa rama específica sino que además la deserranza no se utilizaba dentro de un ser vivo. Y tal vez hubiera empeorado las cosas. Definitivamente, no era una buena idea.

—¿Quieres que vaya a decirle a Lu que necesitas una ayuda urgente? —pregunté—. Quizá…

—No… no, déjala tranquila —resopló él—. Necesita estar concentrada. Menuda idea que he tenido.

Con un esfuerzo y con mi ayuda, volvió a sentarse en la butaca.

—Estoy bien —me dijo—. Quiero decir, me repondré. Mientras la Sreda siga inestable y no me pase nada, todo va bien. Lo peor es si decide cambiar. Bueno, tú ya me entiendes.

Lo miré fijamente.

—No, no te entiendo. Lo cierto es que Kwayat me ha hablado mucho de la Sreda, pero no me habló mucho de cuando se desestabilizaba. Según él, nunca pasaba o casi nunca.

Spaw soltó una risita irónica.

—Ya, claro. Al gran Kwayat nunca le pasa nada malo.

—Supongo que no irá bebiéndose cualquier cosa por ahí —comenté. Syu emitió una risita y tuve una media sonrisa al recordar que mi frase se había parecido mucho a la que había soltado Seyrum, aquel día, en Dathrun, cuando yo me había bebido una poción creyendo que era zumo míldico.

Spaw hizo una mueca de protesta.

—Ey, era un experimento. Ahora sabemos que los cazademonios esos han sido contratados por un demonio.

—¿Estás seguro?

—¿Quién, si no, sería capaz de desestabilizar la Sreda tan eficazmente? —replicó.

Fruncí el ceño, pensativa.

—¿Y crees que ese Askaldo…?

—No se puede saber.

—Bueno. —Me encogí de hombros y sonreí anchamente—. Sólo hace falta ir a preguntárselo. ¿Dónde vive?

Spaw se me quedó mirando, como si me hubiese vuelto loca.

—Askaldo no vive en Aefna.

—Oh, y entonces, ¿dónde? ¿En algún recóndito lugar de los Subterráneos, incubando su venganza?

El joven humano puso los ojos en blanco.

—Estuvo viviendo en Mythrindash, hasta que mutó. Entonces, desapareció. Los Comunitarios no saben dónde está. Y Zaix está convencido de que quiere vengarse de ti. Y de él, por haberte protegido. En cuanto se siente un poco amenazado, Zaix se siente el centro del mundo y le gusta. Tiene un pequeño problema de personalidad.

Agrandé los ojos. Se me había ocurrido una idea absolutamente inédita.

—¿Conoces a Zaix?

Spaw hizo una mueca, exasperada.

—Pues claro que lo conozco, te estoy hablando de él.

—No, no, quiero decir, ¿lo has visto alguna vez?

—Oh. Sí. Claro que lo he visto. Su paradero es algo secreto, pero si algún día quieres ir a verlo, te acompañaré. Es más, deberías ir algún día, por cortesía al menos. Entonces… tu tío es un Sombrío, ¿eh? Eso es una información interesante. —Su expresión se deformó y resopló—. Hubiera preferido que aquel niñato grande me clavase un puñal. Ese Askaldo ya me cae mal.

—Bueno, no hablemos demasiado rápido. Quizá Askaldo no haya tenido nada que ver. Un mono gawalt actúa bien y rápido pero no sin pensar.

Apenas hube dicho esto último, me ruboricé, azorada.

—Quiero decir… —solté precipitadamente— un demonio…

Spaw tuvo una media sonrisa, divertido.

—Tú sí que tienes un problema de personalidad.

Carraspeé pero no contesté. En aquel momento, oí unos pasos en el corredor y me giré justo a tiempo para ver entrar a la anciana Lu en la habitación, llevando una bandeja con dos boles, una botella y un queso y pan. Enarqué una ceja. Debía de tener la comida bien escondida para que Syu no la hubiese encontrado.

“Si hubiese habido algo comible, lo habría olido”, se defendió el mono, echando un vistazo de desagrado hacia el queso.

Di las gracias a la anciana y observé cómo le hacía beber un bol entero a Spaw, lleno de un líquido negro pegajoso. Cuando el bol estaba medio lleno, me dispuse a preocuparme por mis propios asuntos y abrí la botella. Fruncí la nariz. Era vino.

La anciana sonrió al percibir mi aire reacio, me cogió la botella de las manos y me rellenó el bol entero.

—Gracias por haber ayudado a Spaw a llegar hasta aquí —me dijo, agradecida.

Al fin parecía más dispuesta a hablar, pensé. Sin embargo, no me apetecía acabar borracha.

—Er… gracias. No es por nada pero… ¿no tendrás agua?

La anciana negó con la cabeza.

—Hay que ir al pozo, para eso. Y no voy todos los días.

—Oh, entiendo.

Realmente tenía mucha sed, me dije, mirando el vino con aire afligido. Alcé la cabeza hacia el rostro risueño de la anciana y me dije que si estaba tan tranquila significaba que confiaba en que Spaw se recuperaría después de haber bebido su poción.

—¿Eres alquimista? —pregunté.

La vieja elfocana se encogió de hombros.

—Me limito a hacer sedantes y estabilizadores de Sreda. ¿Y tú, de dónde vienes?

—De Ató —contesté—. Bueno, er… aunque hace más de un mes que estoy en Aefna. Me llamo Shaedra.

La anciana sonrió cómicamente.

—Yo soy Lunawin, pero todos me llaman Lu.