Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento
Caminaba rápidamente sobre el camino del sur, siguiendo a Srakhi y echando humos. Wanli no tenía ni idea de lo que me había pasado y, como obviamente no le iba yo a hablar de demonios, se había enojado conmigo, diciéndome que no me importaba lo que le pudiera pasar a mi tío. Desde luego, todos sus razonamientos absurdos eran fruto de su preocupación. Sus leves sonrisas tranquilas y amables de la última visita se habían trocado por mohines contrariados y exasperados.
Wanli no tardó en llevarme junto a Srakhi para que saliéramos ambos de Aefna sin más dilaciones. Estuvimos varias horas andando casi en silencio, salvo Frundis, que estaba exultante por volver a caminar por el campo. Sin embargo, cuando el sol acababa de pasar el cénit, el say-guetrán se giró hacia mí y soltó un suspiro, como indicando que, después de haber cavilado detenidamente, acababa de llegar a una conclusión.
—Definitivamente, eres igualita a Lénisu —me dijo—. Ya empiezas a guardar secretos. En fin, supongo que tenías que tener una buena razón para desaparecer durante un día entero.
—Tenía una buena razón —le aseguré, con una mueca—. De veras, siento este contratiempo. Pero no creo que un día de retraso sea tan grave como para que Wanli se pusiera tan… er… —Vacilé y luego solté—: Nerviosa.
Srakhi se encogió de hombros y puso cara pensativa.
—Admito que estoy intrigado. —Yo enarqué una ceja interrogante y Srakhi carraspeó, con una leve sonrisa divertida—. Tengo curiosidad por saber qué pensará Lénisu de todo esto —añadió y, mientras seguía avanzando, yo me quedé silenciosa, preguntándome sobre el significado exacto de sus palabras.
“Si quieres que te lo explique, me dices”, intervino Syu, mirándose las uñas con desenfado, sentado cómodamente sobre mi hombro.
“Oh”, solté, burlona. “Adelante.”
El mono me cogió una trenza y empezó a destrenzarla para volver a trenzarla, mientras me contestaba:
“Escucha atentamente, joven kal”, dijo, con un tono de maestro de Pagoda. Marcó una pausa y luego carraspeó y me enseñó todos sus dientes al sonreír socarronamente. “Iba a decir algo interesante, pero se me ha olvidado.”
Oímos la risita de Frundis.
“La memoria épica de los monos gawalts…”, comentó el bastón.
Syu gruñó.
“Buaj, la memoria no es lo más importante en la vida”, relativizó, filósofo.
Viendo venir el debate, Frundis entonó una canción muy antigua y bastante larga. Syu y yo la escuchamos con atención hasta que acabara y le pedimos que encadenase con otra. Al menos su música me daba ánimo para avanzar.
En un momento, Srakhi se detuvo y declaró que era la hora de comer. Comimos pan con queso y ahí le empecé a contar mi estancia en el Santuario aunque lo cierto era que no había mucho que contar. Luego Srakhi se puso a meditar durante media hora con lo que empecé a dudar de si realmente tenía prisas por ver a Lénisu. Cuando retomamos la marcha, me atreví al fin a preguntarle:
—Srakhi, quizá te sorprenda esta pregunta pero llevo haciéndomela desde hace tiempo… Pues bien, ¿cómo te salvó Lénisu de los Istrags?
La aventura de su secuestro por la cofradía de los Istrags, en Dathrun, hacía de eso casi dos años, siempre había sido un misterio para mí y no lograba entender por qué Srakhi no había vuelto junto a Lénisu, aquel día, en Ombay. Aunque recordaba que Lénisu me había dicho que había ido a esconder a algún sitio desconocido esos documentos tan codiciados que tantos problemas habían causado.
Tras un silencio, el gnomo se encogió de hombros.
—Es una pregunta algo comprometida. Le prometí a Lénisu no hablar del tema y no lo haré —me afirmó y entonces me dedicó una sonrisa divertida—. De todas formas, no veo por qué le contaría nada a una persona que no me dice toda la verdad.
Hice una mueca y asentí, contrariada.
—Es un círculo vicioso —suspiré—. Lénisu no cuenta nada. Yo no cuento nada y tú tampoco. Finalmente, con tanto afán por no complicar las cosas contando secretos, empiezo a preguntarme por qué tenemos tantos problemas.
Srakhi soltó una carcajada.
—Me temo que estamos lejos de tener tantos problemas como Lénisu —declaró.
Lo miré, dubitativa.
—Tal vez —dije—. Pero quizá no estemos tan lejos como parece.
“Aunque”, les dije a Syu y a Frundis, “creo que efectivamente mi tío tiene muchísima experiencia acarreándose problemas. Debe de ser de familia.”
“No me empieces a preocupar”, comentó Frundis. “Yo no quiero tener problemas.”
Me reí mentalmente.
“¿Quién dijo que yo los buscaba? Me temo, Frundis, que aquel día, en la cabaña de tu antiguo portador, tuviste una tremenda mala suerte.”
Frundis soltó una serie de sonidos de piano, resoplando.
“No te creas, mis últimos portadores han tenido una vida todavía más agitada que la tuya”, me aseguró. “Heilder, el último, era un imprudente. Una vez, casi me tira al mar por inclinarse demasiado por un acantilado. Sí”, dijo al adivinar mi asombro y me invadió el sonido de las olas furiosas embistiendo contra las rocas para que me representara bien la escena, “soy un sufrido”, declaró alegremente. “Pero aquí sigo.”
“Por el momento”, repuse.
Y sonreí, levantando mi mano libre para acariciarle el pétalo azul. Frundis, contento por mi marca de atención, dejó de pronto escapar una orquesta desacompasada de tambores, trompetas y otros instrumentos y no pude dejar de advertir la cara meditativa del mono, que debía de estar reflexionando acerca de las reacciones de los bastones saijits.
* * *
Estaba el sol desapareciendo por el horizonte cuando Srakhi declaró que era hora de detenernos a descansar. Durante el día, nos habíamos ido acercando a las Montañas de Acero que nos separaban del Macizo de los Extradios. Habíamos pasado delante de muchas granjas y terrenos de cultivo y frutales, pero llevábamos más de una hora cruzando un paisaje de hierba rala sembrado de árboles de poco follaje y de troncos retorcidos y no parecía haber muchos saijits viviendo por ahí. Y, de hecho, el gnomo aseguró que no encontraríamos ningún cobijo para pasar la noche.
—No conozco mucho Ajensoldra —confesó, sentándose sobre su manta y sacando comida de su saco—, pero pasé una vez por aquí y me pareció una zona poco acogedora. Me recuerda un poco a algunos sitios de la Insarida.
Lo miré, impresionada.
—¿Has estado en la Insarida? Conozco a algunos Centinelas que trabajan en la zona. Dicen que es un verdadero hervidero de bichos.
—Bueno, buena parte de las criaturas que salen de los Subterráneos bajan de las montañas pasando por esa zona —concedió Srakhi—. Pero no se quedan ahí, eso lo sabrás de sobra al vivir en Ató. —Hice una mueca afirmativa—. Es una zona bastante desértica —concluyó, tendiéndome un trozo de pastel de arroz y un puñado de frutos secos.
Charlamos tranquilamente mientras comíamos y, cuando hubimos terminado, Srakhi me dio una manta.
—Aunque ya estemos a finales de primavera, una manta no te vendrá mal.
—Gracias —dije con sinceridad—. Desde luego, eres más previsor que yo. Aunque las noches ya no son tan frías.
Sin embargo, no me quité la capa antes de recostarme, envuelta en mi manta.
“Buenas noches, Syu”, le dije al mono. Este se había hecho un hueco debajo de mi manta y se arrebujó contra mí.
“Me había olvidado de lo que significaba viajar”, bostezó, cansado.
“Entiendo que estar sentado casi todo el día encima de un hombro en movimiento debe de ser terriblemente agotador”, repliqué, con una compasión burlona.
El mono reprimió una sonrisa.
“No te burles tanto”, pronunció solemnemente. “Al fin y al cabo, ya eres la portadora de un bastón. Un gawalt pesa menos.”
Vibró un sonido de arpa del bastón.
“Haré caso omiso de tu insinuación”, soltó Frundis, magnánimo.
Reprimí una sonrisa y entonces observé que el gnomo, sentado y con los ojos cerrados, parecía estar otra vez meditando. Me mordí el labio, intrigada.
—¿Cuántas horas al día te pones a pensar tanto? —pregunté.
Srakhi sonrió anchamente y abrió los ojos.
—No pienso, simplemente reposo mi espíritu.
—¿Lo tienes atormentado por algo?
El gnomo puso los ojos en blanco.
—Lénisu es más comprensivo que tú. Reposar el espíritu es como entrar en una especie de trance. Me recuerdo todos mis principios y todas las promesas que he hecho y me digo que debo cumplirlas. Y luego me encomiendo a la Paz, que es como el conjunto de los dioses de este mundo. Y, normalmente, cuando no viajo, rezo cuatro horas al día.
Parpadeé, alucinada.
—¿Dices que Lénisu es más comprensivo que yo? —solté, y resoplé entre dientes, pensativa, apoyando la cabeza en una mano—. Bueno, yo soy bastante comprensiva, no creas. Después de todo, no es muy diferente a pasarse cuatro horas haciendo har-kar con el maestro Dinyú. Él siempre repite que el har-kar es más un arte para aprender concentración que otra cosa —sonreí.
—Aquel maestro parece sensato. ¿Es el que vi a la entrada de la Pagoda de los Vientos, verdad?
—Ajá, así es.
El gnomo sacudió la cabeza.
—Deberías dormir. Mañana tendremos que rodear las Montañas de Acero y será un día largo.
—Buenas noches, Srakhi —dije, cerrando los ojos y rápidamente me sumí en un sueño donde el maestro Dinyú paseaba por un jardín florido y me informaba tranquilamente que quien había ganado el Torneo de har-kar era un demonio que me andaba buscando con una rosa en la mano.
* * *
Desperté, sobresaltada, al oír un grito sofocado. En cuanto abrí los ojos, vi a Srakhi, espada en mano, amenazando a una sombra tirada en el suelo que jadeaba de miedo. Aún brillaba la Luna en el cielo oscuro.
—¿Quién eres? —inquirió el gnomo.
—¡Demonios! ¡Shaedra! —exclamó Spaw, aterrado.
—¡Srakhi! —solté, asustada, levantándome de un bote—, es Spaw, un amigo mío.
El say-guetrán retrocedió pero, desconfiado, no envainó aún la espada.
—¿Un amigo tuyo? —repitió, pidiendo más explicaciones.
—Sí —dije, azorada—. Er…
Spaw se levantó, arredrándose un poco por prudencia, sacudió su capa de polvo y habló al ver que yo vacilaba, sin saber muy bien cómo presentarlo.
—Me llamo Spaw Tay-Shual —declaró—. Y he venido a deciros que tenemos que irnos de aquí cuanto antes. Hay unos caballeros, no muy lejos de aquí, y tengo la impresión de que van a por vosotros. No me preguntéis por qué, no tengo ni idea. Pero me da a mí que no tenían buenas intenciones. Y conociéndole a… mi amiga, no me sorprende… Quiero decir que siempre te metes en líos —añadió diplomáticamente al verme fruncir el ceño—. La única palabra importante que pillé fue la palabra “Ashar”. —Observó nuestras reacciones y esbozó una sonrisa—. Tengo curiosidad: ¿de veras has conseguido tener problemas con una de las familias más influyentes de Ajensoldra?
Carraspeé, molesta. Todo esto daba que pensar…
Srakhi, sin embargo, y contrariamente a sus costumbres, se puso inmediatamente a agitarse a toda prisa, recogiendo mantas, escondiendo las brasas consumidas… Al cabo, reaccioné y le eché una mano.
—¿Dices que están cerca de aquí? —pregunté.
—Apenas unos kilómetros —asintió Spaw—. Eran tres. Es una suerte que hayan decidido pararse a dormir antes de encontraros.
Entrecerré los ojos, observándolo a través de la oscuridad.
—¿Realmente crees… que van a por nosotros?
—Podría ser —terció Srakhi—. Y ante todo, hay que ser prudente. Sigamos el camino durante un rato y luego cortaremos por el monte y pasaremos por las Montañas de Acero. Gracias por la información, muchacho —añadió.
Spaw sonrió con sinceridad.
—De nada.
Cogí a Frundis mientras Syu corría ya por el camino. El mono parecía haber recuperado toda su energía. Y Spaw también.
—No creí que te restablecerías tan pronto —le murmuré a Spaw.
El demonio se encogió de hombros.
—Tengo una salud endemoniadamente resistente —aseguró, divertido.
Nos pusimos en marcha. Srakhi no comentó nada sobre el hecho de que Spaw nos acompañase, aunque yo adivinaba que aún no confiaba en él.
Que tres personas relacionadas con los Ashar se dirigiesen hacia Kaendra no podía, en sí, alarmarme. Pero, aun si resultaba que no nos buscaban, no se perdía nada siendo prudente.
—¿Por qué piensas que van a por nosotros, Srakhi? —pregunté, mientras andábamos por el camino oscuro. El gnomo hizo una mueca pero no contestó y entendí que no se atrevía a hablar delante de Spaw—. No temas. Spaw ya sabe más de lo que crees. Sabe que mi tío es un Sombrío. ¿Y si nos dejamos de secretos por una vez?
Srakhi suspiró.
—Me preocupa que confíes demasiado en los desconocidos —dijo—. Porque creo que no me equivoco al suponer que conociste a este muchacho en Aefna, es decir, hace poco. Quizá se trate de un espía.
Me ruboricé al entender que ponía en duda mi capacidad para encontrar mis amigos. Pero no podía revelarle que Spaw era un templario demonio que me protegía por cuenta de Zaix. En realidad, Srakhi no erraba tanto al decir que Spaw podía ser un espía…
—Eso es un golpe bajo —comenté.
—No te preocupes —me dijo Spaw—. Estoy inmunizado contra los insultos. ¿Así que tú eres Srakhi? Un placer conocerte.
Con una expresión imperturbable, el gnomo miró la mano que le tendía Spaw mientras andábamos.
—No doy la mano a nadie en quien no confíe —replicó y Spaw, suspirando, dejó caer la mano.
—Es natural —le aseguró—. Muy poca gente confía en mí.
Crucé la mirada de Srakhi pero éste meneó la cabeza, dándome a entender que me reprochaba haber trabado amistad con ese extraño individuo.
—Tú confiaste en Lénisu sin problemas después de que te hubiese salvado la vida —intervine, mordaz.
El say-guetrán levantó los ojos al cielo, exasperado.
—Aceleremos el ritmo —declaró por toda respuesta mientras Frundis, poco a poco, se iba despertando de su sosegado sueño de flautas.