Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento
—Qué vergüenza —decía una voz desconocida—. Espero que no estén muertos o lo lamentarás.
Oí la puerta de la jaula abrirse y alguien se aproximó a mí. Tendida en el suelo, haciéndome la muerta, me hubiera gustado abrir los ojos para ver qué pasaba a mi alrededor, pero hubiera sido chafar los planes de Spaw. Alguien posó una mano en mi cuello y suspiró.
—Aún respira. ¿Qué les has hecho?
—Yo… —farfulló la voz del elfo oscuro que nos había traído el zumo de ortigas azules—. Yo… Padre, no quería… Sólo quería…
—Buaj, déjalo. No eres más que un patán que no sabe diferenciar la ilusión de la realidad. ¿Y si estos muchachos son hijos de Sombríos importantes? Eres un…
Por lo visto, el padre no encontró la palabra adecuada o bien no consiguió pronunciarla por causa del enojo.
—¡Esa ternian es una demonio! —protestó el elfo oscuro, intentando justificarse.
—Una demonio y todo lo que tú quieras, pero es también una Sombría, y eso es todo lo que debería importarte si fueras mínimamente sensato. Se nota que no escuchaste nunca lo que te decía yo, cuando eras un niño. Y ahora, como el más completo imbécil de la Tierra Baya, te has metido en la cabeza que eras un cazademonios, ¡y secuestras a dos jóvenes que no te han hecho nada, como el más basto de los criminales! Y encima intentas justificar tus locuras, ¡por Nagray! Siento decirte que, pese a todos mis esfuerzos, has acabado siendo un niño consentido que nunca ha pensado en todo lo que podría hacer por su padre y por su familia en vez de estar pateándote la ciudad buscando a hipotéticos monstruos con unos amigos irresponsables que te siguen la corriente como buenos fanáticos bobos y atolondrados…
—Padre…
—¡No me interrumpas! —soltó el padre—. Deja ya de marearme o te mando a los Subterráneos, con las arpías, los trolls y todos los monstruitos que a ti tanto parecen gustarte, para que dejes en paz a tu familia, que ya nos tienes hartos a todos, sobre todo a tu madre.
—No le irás a contar esto a mamá… —farfulló el elfo oscuro.
—¡Ni en sueños! Y ahora déjate de protestas y ayúdame a despertar a esta muchacha.
—¿Realmente está viva?
Noté una pizca de temor en su pregunta.
—Imbécil, pues claro que está viva. ¿Acaso te creías ese cuento de las ortigas azules? Venga, échame una mano y saquemos a estas pobres almas de aquí antes de que nos vea alguien y piensen que los Clark no son tan respetables como lo han parecido siempre. Qué vergüenza —repitió—. Si vuelves a ver a esos amigos, te aseguro que no vuelves a cruzar el umbral de mi casa hasta que mi cuerpo sea ceniza.
Alguien me cogió y me levantó sin esfuerzo aparente. Y, justo en ese momento, Syu soltó una exclamación de sorpresa. Solté un suspiro y abrí un ojo.
—Han sido mis tripas —dije con total naturalidad, al ver que el gran elfo oscuro que me sostenía en sus brazos me miraba fijamente, asustado.
“Lo siento”, murmuró Syu, escondido debajo de mi capa.
“No importa”, le aseguré.
Salté al suelo, miré a los dos elfos oscuros durante una fracción de segundo, y de pronto cogí a Frundis y me abalancé hacia la puerta abierta de la jaula, pasando junto al hijo de los Clark que se había quedado con la cara pasmada. Como si nunca hubiese visto a un demonio en acción, pensé divertida.
—¡Espera! —me dijo el elfo más viejo—. Quisiera disculparme por el tremendo error. Mi hijo no pretendía secuestraros.
Y, diciendo esto, soltó una mirada elocuente a su hijo, quien asintió enérgicamente.
—Por supuesto que no —afirmó.
Una vez fuera de la jaula, intenté serenarme y reflexionar correctamente. El elfo oscuro más viejo parecía querer hacer todo para contentarme. Según la conversación que había oído, creía que yo era una Sombría… probablemente porque había leído las cartas. En aquel momento agrandé los ojos, aterrada. Me alejé ligeramente de las escaleras y miré a padre e hijo, con los ojos entornados. Había momentos para correr y momentos para actuar e interpretar un papel.
—Me alegra saberlo —dije, intentando parecer segura de mí misma—. En ese caso, ¿por qué mi compañero sigue en esa jaula?
—Porque mi hijo aún no ha tenido tiempo de liberarlo, jovencita —contestó el padre.
El joven elfo oscuro, bajo la mirada imperante de su padre, se precipitó hacia la jaula de Spaw, sacó el llavero y la abrió. Spaw aún seguía haciéndose el muerto y me pregunté por qué.
Vi las llaves en la cerradura y, por un momento, se me ocurrió empujar a los dos elfos oscuros dentro de la jaula y cerrarla… Pero, dentro, también estaba Spaw, recordé.
—Está inconsciente —constató entonces el padre.
Seguí la mirada del joven y palidecí. El vaso con el zumo de ortigas azules no estaba lleno. Pero ¿cómo había podido beber de eso cuando él mismo había dicho que no bebería…?
—¿Qué tenía ese vaso, aparte de zumo de ortigas azules? —preguntó el padre a su hijo, fulminándolo con la mirada.
—¡Nada! —exclamó el elfo oscuro, retrocediendo en la jaula. Su rostro mostraba claramente su turbación.
El padre lo observó durante unos segundos y luego se giró hacia mí.
—Siento este contratiempo. Supongo que andarás con prisas para entregar los dos mensajes.
—¿Los ha leído? —gruñí, fingiendo enfado cuando en realidad estaba cada vez más preocupada por Spaw. ¿Qué podía haber en ese vaso para que Spaw se hubiera desmayado? El elfo hizo una mueca.
—No era mi intención abrir las cartas de los Sombríos —aseguró, prudentemente—. Pero de todas formas me he quedado en la primera frase, ya que lo demás está todo encriptado y la primera frase ya ha satisfecho toda mi curiosidad. Mira, te propongo algo: te devolvemos las cartas y salís los dos de aquí discretamente sin comentar nada de lo ocurrido, ¿qué te parece?
La idea de estar hablando con un Sombrío parecía ponerlo nervioso. Ciertamente, si los Sombríos la tomaban con él creyendo que los Clark actuaban en contra de sus intereses, iba a tener problemas. No podía saber que yo no era ni una persona importante ni una Sombría y que lo único que quería era salir de Aefna.
“Sólo soy una humilde demonio”, pensé divertida. Percibí la sonrisa mental de Syu.
—Me parece correcto —contesté—, siempre y cuando me sean devueltas esas cartas. Sin olvidar la mochila naranja —añadí, mordiéndome el labio—, le tengo mucho aprecio.
—Bien, pues adelante —dijo él—. Coge a tu amigo y sube estas escaleras. Mi hijo y yo te esperaremos arriba. Vas a lamentarlo —le siseó a su hijo por lo bajo.
Los miré pasar junto a mí, atónita. ¿No iban a ayudarme a sacar a Spaw de la jaula? Empecé a dudar de que realmente quisiesen liberarnos y se me ocurrió interponerme y exigirles que me explicasen sus intenciones. Noté que Frundis había empezado a vibrar, ansiando otra vez mostrar lo que valía como luchador y sacudí la cabeza.
“Ahora no”, le dije al bastón. “Quiero saber cómo está Spaw.”
Lo primero que hice fue arrastrar a Spaw fuera de la jaula. Al menos habíamos conseguido dar un paso hacia la libertad, me dije, optimista.
—Spaw —murmuré—, ya no hace falta que finjas.
Pero Spaw seguía inconsciente. Syu subió prudentemente sobre su tórax y lo examinó detenidamente.
“Los demonios son los seres más vivos que existen”, pronunció, imitando el tono solemne de Kwayat.
No pude reprimir una sonrisa pero enseguida me puse seria.
“Syu, no bromees con esas cosas, quizá sea algo grave.”
Le di a Spaw unas palmaditas contra la mejilla. Le di una torta más fuerte. Nada. No había manera.
—¡Spaw! —solté.
Empezaba a estar verdaderamente preocupada. ¿Y si el elfo oscuro había acertado y las ortigas azules mataban realmente a los demonios? Con el miedo en las entrañas, intenté cogerlo por la talla para subirlo por las escaleras, a sabiendas de que no iba a ser evidente.
Resoplando, llegué al tercer peldaño cuando perdí el equilibrio. Solté un bufido. La escalera tenía al menos veinte peldaños más. En ese momento, Spaw abrió los ojos y se me quedó mirando con las comisuras de los labios levantadas.
—Maravilloso —murmuró.
—¿Spaw? —pregunté, temiendo que se desmayase otra vez—. ¿Estás bien?
—¡Maravilloso! —exclamó entonces, levantándose de un bote—. ¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo hemos salido de la jaula?
—Oh. El padre del cazademonios nos ha liberado después de haberle echado una buena bronca a su hijo por haber secuestrado a dos Sombríos —expliqué—. Sólo tenemos que subir estas escaleras y salir de la casa y estaremos del todo libres.
Spaw me miró como si estuviese intentando adivinar si lo que afirmaba era cierto.
—Venga, salgamos de aquí —le dije—. ¿Puedes caminar?
Él enarcó una ceja y replicó, burlón:
—¿Y tú?