Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 2: El Relámpago de la Rabia

16 La prueba

En los días siguientes estuve vagando por la academia, perdiéndome en ella y admirando las salas que encontraba. De día, todos tenían que ir a clase y como yo aún no había pasado la prueba, pues no podía asistir a ninguna. Había llegado a Dathrun un Lubas, con lo que normalmente sólo tendría que haber esperado un día para poder volver a hablar con el maestro Helith. Sin embargo, cuando al fin encontré su despacho, estaba cerrado y contrariamente a los despachos de otros profesores no estaban estampado junto a la puerta los horarios en los que el maestro Helith estaría en su despacho. Menudo desastre de profesor, pensé después de haber llamado tres veces a la puerta. Márevor Helith había dicho que sólo daba clases los Lubas y los Ventiscas, y que en los demás días no estaba nunca en el despacho. Perfecto. Me salvaba la vida y se desentendía de mí como de un caracol salvado y olvidado poco después.

A la noche, me volvía a encontrar con Steyra y las gemelas y las discusiones entre estas dos acabaron por hartarme en poco tiempo. ¿Cómo podía la enana soportarlas tan plácidamente? Steyra era una persona tranquila con un rostro redondo y rosáceo del que emanaba ternura y dulzura. Zoria y Zalén eran unas moscas zumbonas a las que les encantaba el teatro y que adoptaban todo tipo de papeles, aunque, eso sí, siempre, en algún momento, encontraban algún motivo para discutir e insultarse risiblemente. Un día, Zoria y Zalén discutían porque ninguna de las dos quería contar una historia para dormir, ambas queriendo dormir antes que la otra, de manera que para hacerlas callar les propuse contarles algún cuento. Aceptaron, sorprendidas por mi intromisión, y les gustó tanto mi historia que a partir de ahí me pedían que les contara algo todas las noches, cosa que yo hacía encantada. Steyra hasta me lo agradeció diciendo que se alegraba de que Zoria y Zalén dejasen de discutir a la noche:

—Yo ya intenté contarles alguna historia —me confesó la enana—. Pero yo soy muy mala para esas cosas y Zoria y Zalén empezaban a cuestionar la lógica de mi cuento, a comentarlo diciendo que tal cosa era imposible y me volvían loca.

La mayoría de las historias las sacaba de las que Sain me había enseñado, aunque algunas veces me las inventaba y en una ocasión saqué un cuento sobre un hombre que se había convertido en un lich y que odiaba los esqueletos, y conté que el lich, enamorado de las setas, iba buscando por todo el mundo una seta violeta que le diera otra vez la mortalidad y la vida de un saijit. El cuento terminaba bien, por supuesto, el lich se convertía en un príncipe ternian muy hermoso que hizo el bien mientras vivió. Fue uno de los pocos cuentos en los que las gemelas tuvieron que discutir acerca de por qué el príncipe era un ternian y no un humano o un bello elfo, diciendo que ningún ternian podía ser hermoso, aunque fuese príncipe. Aquella noche, les dejé discutir y me fui a la cama gruñendo que un ternian no era un reptil aunque tuviese sangre de dragón. Francamente, la primera impresión que tuve de Zoria y Zalén fue que vivían en otro mundo.

Pocos días después de mi llegada, la noticia de que un grupo de nadros rojos había atacado a varios viajeros cerca de Tenap dio la vuelta por toda la academia, y cada vez que oía a alguien hablar del tema me alejaba cuanto podía, pero tendía la oreja, esperando oír noticias tranquilizadoras, pero tan sólo aprendí que finalmente una veintena de mercenarios había conseguido matar a unos cuantos nadros rojos y ahuyentar al resto, conduciéndolos lejos de las regiones habitadas.

Cuantos más días pasaban, más me convencía de que no volvería a ver jamás a Aleria y a Akín. ¿Cómo podría volver a verlos si yo no sabía dónde estaban y ellos ignoraban dónde estaba yo? De acuerdo, el maestro Helith nos había salvado la vida. Agradecía el detalle, pero no toleraba las consecuencias de una separación así. ¿Por qué no enviarnos todos a Dathrun? Habríamos estado todos juntos y habríamos podido pedir ayuda para buscar a la madre de Aleria y para obtener más información sobre la Hija del Viento… Rumiaba estos pensamientos amargos durante mis horas solitarias, y acabé enojándome de que Murri y Laygra pasasen tan poco tiempo conmigo aun cuando decían ellos mismos que pronto nos veríamos más porque dentro de pocos días empezaban las vacaciones. Pero para mí las vacaciones sólo significaban que Márevor Helith no pisaría la academia hasta después de un buen rato.

El Lubas siguiente, me tocaba ir a pasar la prueba de entrada en la academia. Murri y Laygra no pararon de animarme durante el día anterior y Steyra y las gemelas me desearon buena suerte después del desayuno. Todos parecían estar más nerviosos que yo. En mi caso, ignoraba lo que deseaba más, pasar la prueba para tranquilizar a mis hermanos o fallarla para tener un pretexto para irme de Dathrun. En mi vida habría imaginado encontrarme con mis hermanos en una situación tan molesta. No quería obligar a Murri y a Laygra a dejar Dathrun por mis amigos, ni tampoco quería dejarlos yo atrás. Era problemático y me di cuenta, al dirigirme hacia el anfiteatro de Pruebas, que nunca había estado tan agitada y nerviosa por un problema que no tenía remedio.

Sobre la ropa de Srakhi, llevaba la túnica gris de los aspirantes a entrar en la academia como estudiantes. Cuando llegué a la antesala del anfiteatro, ya había ahí dos personas, la una lejos de la otra y rehuyéndose de la mirada, sumidas en el nerviosismo habitual.

En aquel momento recordé un consejo que me había dado Murri la víspera: “No te olvides de comportarte humildemente pero mostrando que sabes de lo que hablas. Los profesores tienden a aceptarte cuando les haces pensar en la mayoría de estudiantes que conocen.” Y había añadido que ocurría a veces que unos jóvenes muy listos eran rechazados por ser demasiado imprudentes. Ignoraba lo que me iban a preguntar, pero desde luego, no pensaba sacarles cien mil títulos de libros, como haría Aleria, ni pensaba tampoco que iba a lucirme en nada. Después de todo, Dathrun era una de las más prestigiosas escuelas de la Tierra Baya.

—Buenos días —dije.

La humana carraspeó y el elfo saludó con un leve movimiento de cabeza. No parecían muy habladores así que me acerqué a una ventana y me subí al bordillo para esperar. Por la ventana, se podía ver una complicada red de escaleras exteriores bordeadas de arbustos que unían torres entre ellas. Por una de las escaleras, iba subiendo precipitadamente un elfo oscuro de unos quince años que parecía llegar tarde a clase. Cuando pasó el elfo, surgieron dos niñas rubias de un arbusto. Resoplé. ¡Eran Zoria y Zalén! ¿Qué hacían detrás de un arbusto? Las observé que bajaban la escalera prudentemente, mirando hacia sus alrededores, como si quisiesen pasar desapercibidas. Curioso.

Un ruido de botas me hizo girarme hacia el interior de la antesala. En el marco de la puerta apareció un gnomo adulto aunque joven que nos saludó alegremente mientras pasaba adentro.

—Buen día, muchachos. ¿Listos para la prueba?

Al principio creímos que era un profesor, pero resultó ser el cuarto candidato para entrar en la academia.

—Vengo de más allá de los Reinos de la Noche —nos contó—. Pasé mi infancia junto a las Cataratas Eternas. Un lugar precioso. ¿Alguna vez las habéis visto?

—Pues claro —contestó el elfo—. Yo vengo de Mythrindash. Y visité las Cataratas de pequeño. Guardo un recuerdo muy nítido de ese lugar.

—Dicen que las aguas de esas cataratas están encantadas —terció la humana con una vocecita.

—Y lo están —aseguró el gnomo—. La gente viene de toda la Tierra Baya a rellenar sus barriles de agua porque piensan que está bendita. Eso ya es cuestión de fe. Las Cataratas son un muro de roca cubierta de agua y nadie sabe de dónde sale el agua.

—Yo leí una vez que había un depósito de agua abajo y que funcionaba como una fuente —intervine—. Supongo que ahora, con el Ciclo del Pantano que se nos viene encima, se rellenará para años y años.

El gnomo me miró con una mueca divertida.

—Si te interesa cómo funcionan las Cataratas, puedes leerte Explicaciones científicas de lugares famosos encantados, ahí te lo explican todo. Está en la biblioteca, lo he comprobado. En cuanto al Ciclo del Pantano, yo no estaría tan seguro de que sea lo que nos espera estos años. A veces tarda hasta un año en estabilizarse el Ciclo. Personalmente, yo apostaría por un Ciclo de la Bondad.

Y entonces se puso a explicar por qué pensaba que tendríamos un Ciclo de la Bondad, hablando de no sé qué sabio que había predicho hasta entonces todos los Ciclos con exactitud. Desde luego no podía estar refiriéndose al Dailorilh de Ató, que siempre metía la pata.

El elfo, sumido en sus pensamientos, movía las manos frenéticamente, deshaciendo y rehaciendo un botón de su manga. La humana parecía escuchar al gnomo muy atentamente, con lo ojos abiertos, pero más bien creo que trataba de no pensar en lo que le esperaba. Al lado de ellos, el gnomo destacaba por su serenidad y trataba de rellenar el silencio.

Cuando oí unos pasos en las escaleras, me bajé del borde de la ventana e inspiré hondo. Asomó la nariz el caito más delgado que había visto en mi vida.

—Buenos días, ¿estáis todos presentes? —preguntó retóricamente, repasando su lista—. Mm, perfecto. El consejo ya está instalado, os iré llamando por vuestro nombre… Neyl Dosin.

—Allá voy —dijo el gnomo—. Buena suerte a todos.

—Igualmente —contesté con una media sonrisa, mientras el caito delgadísimo abría la puerta y dejaba pasar a Neyl.

El caito desapareció detrás de él, cerrando la puerta y nos quedamos tres. Di la vuelta a la antesala, contemplando uno a uno los cuadros de la pared. En uno se dibujaba una batalla, en otro el triste destino del rey Djaiel el Valiente. Vi un cuadro donde se pintaban a unos marineros pescando un enorme pez y me quedé mirándolo, embelesada.

Al cabo, se volvió a abrir la puerta y llamaron a Lhyi Terdingal. El elfo, aun más pálido que antes, se besó el puño que llevó hasta el pecho y, tras esta muda plegaria, entró en el anfiteatro.

Aburrida de los cuadros, me volví a sentar en el bordecillo de la ventana y me divertí mirando a la gente que pasaba por las escaleras, preguntándome otra vez por qué las gemelas se habían escondido detrás de un arbusto como ladronas. Estaba claro que eran muy extrañas. Quizá estuviesen solamente actuando, desempeñando el papel de unas aventureras en medio de un bosque de orcos, ¿quién sabe?

No sé en qué me puse a pensar, el caso es que cuando volvió a aparecer el caito, solté un gruñido asustado.

—Shaedra Úcrinalm —dijo el caito mirándome con extrañeza.

Me dejé caer sobre el suelo con presteza.

—Soy yo.

Le seguí al interior echando una última mirada a la humana, que me observaba con los ojos agrandados por el nerviosismo. Parecía estar a punto de sufrir un ataque de nervios.

El anfiteatro era grande, con varios cientos de asientos de madera. En el fondo, abajo, estaba sentado el consejo en una enorme mesa y detrás había una cristalera que daba a una terraza y al mar.

—Por aquí —me guió el caito, señalándome las escaleras, impaciente.

Al bajar las escaleras aproveché para examinar a los profesores del consejo. Eran cinco. La del medio era una elfocana y destacaba por su altura y su palidez y tenía una túnica roja. Al lado, había un sibilio de pelo y ojos azules con la habitual piel grisácea. A su izquierda había una elfa oscura y del otro lado estaba un elfo oscuro de aspecto diferente de los que yo conocía. Y a su derecha, había un ternian de pelo muy blanco y ojos muy rasgados que me observaban tranquilamente. Llegué abajo y me coloqué delante del consejo con cierta aprensión.

—Hola —les dije.

Me dieron todos los buenos días con afabilidad, con lo cual me tranquilicé considerablemente. La elfocana carraspeó.

—Shaedra Úcrinalm Háreldin es tu nombre entero, ¿verdad?

—Así es.

—Me suena ese apellido. Si mal no recuerdo ya tenemos a dos estudiantes con ese apellido en nuestra academia, ¿no es así?

—Efectivamente —contestó el sibilio con jovialidad—. Los tengo a ambos como alumnos. Unos jóvenes encantadores.

—Ah, sí —dijo la elfa oscura observándome con tranquilidad—. Son los protegidos de Márevor Helith.

Su expresión me dio un escalofrío. Así que estos profesores sabían perfectamente que mis hermanos y yo no proveníamos de ninguna familia rica al pie de las montañas de las Hordas. No estaba de menos saberlo.

—Bien —dijo la elfocana, volviendo a mirarme—. ¿Por qué razones deseas estudiar en la academia de Dathrun?

No contesté de inmediato porque no esperaba ni remotamente esa pregunta. ¿Por qué razones quería entrar en Dathrun? ¿Para quedarme con mis hermanos? Eso no era la razón que querrían oír. Además, no era yo quien había pedido la entrada en la academia. Era Murri quien se había encargado de todo eso…

—Yo… —contesté, azorada—. Bueno… ¿Hace falta una razón para querer entrar en la más prestigiosa de las academias de la Tierra Baya? —dije con una ancha sonrisa—. Quiero estudiar aquí con el deseo de aprender.

—¿Tienes alguna rama en la que desearías especializarte? —preguntó la elfocana.

No entendía por qué Murri había insistido en que me metiese a faunista. El faunismo y los animales nunca habían sido mi especialidad. Suspiré para mis adentros.

—Quisiera ser faunista —contesté en voz alta.

La elfocana asintió con la cabeza.

—Vamos a hacerte unas cuantas preguntas y si contestas correctamente te daremos la túnica verde de los faunistas para una duración de un mes al cabo del cual pasarías unos exámenes, como todos los estudiantes. ¿He sido clara?

—Perfectamente —asentí.

—Pues toma asiento. La profesora Drashia te hará la primera pregunta. ¿Hayma?

Me senté en uno de los asientos de primera fila, ante el púlpito, y alcé la vista hacia la elfa oscura.

—Una pregunta fácil. ¿Qué son las energías dársicas?

La miré con cara sorprendida y empecé a explicarle tranquilamente que existían tres energías dársicas. Me daba la impresión de estar dando una lección a Deria, con la única diferencia de que Hayma Drashia no me miraba con el interés animado de Deria. Sin asentir a nada de lo que le decía, encadenó con otra pregunta:

—Dame una definición de cada energía asdrónica.

Se las di sin vacilar, asombrada de lo fácil que estaba resultando la prueba por el momento.

—Exacto —me dijo entonces, cuando acabé explicando la energía órica—. Última pregunta, ¿cuál es la particularidad del arte de invocación?

—¿La particularidad? —repetí—. Bueno… la invocación… ¿qué quiere decir con su particularidad? La invocación tiene muchas particularidades. —Hayma enarcó una ceja sin contestar—. Bueno… Alguien me dijo un día que la invocación es una de las artes más difíciles.

Intenté recordar con rapidez lo que me había enseñado Suminaria de la invocación e me rememoré los ejercicios que me había enseñado a practicar.

—Requiere un gran control de las energías —continué, fingiendo tranquilidad— y no utiliza directamente el jaipú ni el morjás, aunque luego inevitablemente tiene que mezclarse con estas energías. El tiempo que dura la invocación depende de cómo se ha creado el nudo de la red de invocación. Para que dure más, la red tiene que ser flexible y el nudo fuerte. Si se añade morjás o jaipú en la invocación, se desequilibra todo y la invocación dura mucho menos porque…

—Es suficiente —interrumpió Hayma—. Gracias. ¿Zeerath?

El sibilio, que en todo ese tiempo había estado consultando un libro, alzó los ojos hacia la elfa oscura y sonrió amigablemente.

—Gracias, Hayma. Te haré tres preguntas yo también. —Al hablar, me contemplaba fijamente con sus ojos azules—. Mis especialidades son la química y las hierbas medicinales. ¿Lista?

Asentí. Jamás me había sonreído y mirado un sibilio tan directamente y tener que contemplar fijamente su rostro gris y sus grandes ojos azules resultó una experiencia novedosa para mí.

—Bien. Dame cinco ejemplos de plantas o flores que puedan provocar vómitos y detengan la digestión.

Al oír su pregunta, enseguida me pareció que su sonrisa no era tan amable como lo era un momento antes. Pasaron unos segundos en silencio mientras pensaba frenéticamente. Se suponía que yo era la mejor preparada para esta pregunta de toda la clase de Ató, si se exceptuaba a Kajert. Siempre había sabido impresionar a Aleria con mi saber sobre las plantas. ¿Por qué entonces tenía la impresión de haber olvidado todo lo que había aprendido?

—Que provoquen vómitos y detengan la digestión —repetí—. Estoy segura de que puedo contestarle, señor Zeerath. Conozco muchas plantas, y hay una que la tengo delante de los ojos, y sólo tengo que recordar el nombre y…

—No hace falta contarnos tus pensamientos —intervino la elfocana.

—Oh, perdón. Espera, ¡ya la tengo! —me exclamé, muy contenta, levantándome de un bote—. La kasvarria provoca vómitos y se les da a la gente que ha comido algo intoxicado o venenoso.

—La kasvarria —asintió Zeerath—. Eso es un nombre poco usado por aquí. Se habla más de la flor de Ladnis. ¿Alguna otra?

—Sí —dije, teniendo la impresión de recibir flujos violentos llenos de nombres de flores con su lista de propiedades—. El desenvón y el azjorbo. Son más instantáneos que la kasvarria pero también más peligrosos.

—Cierto. Te faltan dos ejemplos.

Me mordí el labio, intentando pensar. Mi mirada se perdió en el mar que se veía detrás de la cristalera. ¿A qué esperaba el profesor Zeerath para decirme que había fallado y que no era admitida en la academia? Lo peor es que me venían muchísimos nombres de plantas que por desgracia no provocaban ningún tipo de vómitos…

—Sólo te hace falta decir paso y pasar a la siguiente pregunta —dijo entonces Zeerath.

—Claro… er… —suspiré, resignada y asintiendo, sintiendo el pánico invadirme—. No me viene ninguna… —de pronto me sobresalté, ¡Jirio!—. ¿Las algas cenetriformes? —dije con un tono vacilante.

Vi al ternian y a la elfocana enarcar unas cejas sorprendidas.

—Correcto —contestó el sibilio—. Poca gente conoce las algas cenetriformes. ¿Alguna vez has visto alguna?

—No.

Por nada del mundo le diría que la primera vez que había oído el nombre de esas algas era por Jirio al hablar de arañas gigantes y recetas de cocina.

—Me lo imaginaba. Suelen esconderse en lagos muy embarrados y en algunas ensenadas muy poco accesibles. Son muy caras y poseen unas cuantas propiedades muy particulares… Hum —carraspeó, mirando de reojo a los demás profesores—. ¿Tienes algún otro ejemplo?

Resoplé de alivio al saber que había dicho cuatro ejemplos de cinco y que sólo me faltaba uno. Sin embargo no me venía ningún otro. Entonces, entorné los ojos.

—Bueno… —empecé, rezando para que no fuese acogida con mala uva mi última respuesta—, supongo que si te bebes un vaso de cekartrosia vomitas enseguida. Te mueres al de unos minutos así que la digestión se detiene. ¿Verdad? —pregunté con un tono preocupado.

Zeerath empezó a sonreír y de pronto soltó una carcajada breve pero sincera.

—Verdad —aprobó entonces. El alivio me invadió y sonreí levemente, volviéndome a sentar—. Pero no es aconsejable probarlo —negué con la cabeza resoplando—. Bien, segunda pregunta. Tengo una probeta graduada con cincuenta mililitros de agua. Echo diez miligramos de yerocinina pura y la solución empieza a volverse rojiza. ¿Qué reacción tengo?

Agrandé los ojos, impresionada por la pregunta. Pensé un poco. El maestro Áynorin nunca nos había dejado hacer prácticas de química, se conoce que no le gustaban las reacciones químicas. El maestro Yinur sí que nos había enseñado a hacer alguna cosilla de química, pero generalmente los que se interesaban por la química se iban al gremio de los alquimistas y no iban a la Pagoda Azul. Con lo que estaba bastante desarmada en todo lo que se refería a la química, de ahí que en mi vida hubiese oído hablar de yerocinina.

—¿Una reacción cromática? —contesté tontamente—. No, espere, no he dicho nada. ¿Yerocinina con agua, eh? —Callé un momento—. Pues no tengo ni idea, profesor.

Zeerath se encogió de hombros.

—No importa. Tercera pregunta: ¿qué propiedades tiene la flor del olmo temblón?

Me quedé sin habla durante unos segundos. Junté las manos, fruncí el ceño y, sin querer, interiormente, me hizo gracia mi situación. ¿Quién habría imaginado, unos días antes, que estaría de pronto frente a unos profesores pasando un examen que no quería pasar? Suspiré y una leve sonrisa se dibujó en mi rostro sin que me diese cuenta.

—El olmo temblón —pronuncié—. Las flores son blancas y no son venenosas —dije, recordando que una vez Galgarrios se había comido tres por perder en una apuesta, a menos que fuesen de otro tipo de olmo… Sacudí la cabeza—. Dan frutos. Y ya está.

Zeerath me sonrió de tal modo que me dio la impresión de que se estaba burlando de mí.

—Muchas gracias. He terminado.

La elfocana carraspeó y se giró hacia el elfo oscuro a su derecha.

—¿Profesor Erkaloth?

El elfo oscuro tenía un rostro escalofriante y seco que me recordó algunas pinturas que había en la biblioteca de la Pagoda Azul y… sí, quizá a las pinturas de drows. ¿Sería acaso algún drow? En cualquier caso, tenía toda la pinta de serlo y no dejaba augurar nada bueno.

El profesor Erkaloth juntó las manos y, sin mirarme, pronunció:

—Escucha con atención porque sólo te pediré una cosa. —Enarqué una ceja y le escuché atentamente—. ¿Cómo te las arreglarías para invocar un cuchillo? Explícame las etapas que seguirías.

Au, pensé como dolorida, deseando que Aleria o Suminaria estuviesen junto a mí para ayudarme. ¿Cómo se empezaba una invocación? Inspiré hondo y reflexioné con detenimiento un buen rato.

—Primero —dije al fin, la mirada fija en el mar y en el hilo brillante de una telaraña que se encontraba en la terraza—, hay que convencerse de que uno es capaz de invocar el cuchillo —hice una mueca al oír en qué consistía mi primera etapa de invocación y luego continué—: En segundo lugar, hay que utilizar la energía aríkbeta y combinarla a las que necesitemos, en este caso… si se desea sólo crear un cuchillo visible, se pueden utilizar las armonías y crear una ilusión. Si realmente se quiere invocar un cuchillo sólido… er… quizá se necesite algo más —pensé con rapidez, rememorándome todas las etapas que el maestro Áynorin nos había hecho seguir más de una vez—. Sí, se necesita morjás, sino el cuchillo se desintegraría. Es probable que se necesite energía esenciática, a menos que se necesite energía brúlica —carraspeé, algo confusa. El profesor Erkaloth, sin haberme dedicado aún una mirada siquiera, parecía profundamente aburrido y mientras le estaba explicando torpemente mis teorías, sentí mi impaciencia crecer rápidamente. ¡Si tan sólo pudiese rememorarme correctamente las etapas de la invocación! Cerré los ojos un momento, con la intención de fingir una invocación para impulsar un poco mis recuerdos… El resultado fue totalmente diferente del que yo esperaba.

Oí de pronto unos murmullos delante de mí y abrí los ojos, aturdida, justo cuando un cuchillo deforme venía a hincarse junto a mis pies, cayendo verticalmente. Cuando tocó el suelo, comenzó a disgregarse. Me quedé mirándolo boquiabierta mientras algunos profesores se inclinaban para ver mejor. Al de unos segundos, el cuchillo desapareció. Alcé los ojos y vi que los cinco profesores se habían vuelto a incorporar y hablaban entre ellos. Me sentía muy pálida y aún no me había recuperado del susto cuando el maestro Erkaloth dijo:

—Bonita actuación. No tengo más preguntas. —Lo miré con estupefacción. Había estado a punto de matarme a mí misma ¿y no tenía preguntas?, ¡por todos los dioses!—. Profesor Tawb —añadió—, si eres tan amable de continuar.

La elfocana echó una mirada a su izquierda y Zeerath y Hayma detuvieron su charla y se concentraron en lo que pasó a continuación.

El ternian inclinó la cabeza hacia sus compañeros y se giró hacia mí. Intentando tranquilizar los latidos de mi corazón y despegar mis ojos del lugar donde había desaparecido mi cuchillo, escuché la siguiente pregunta.

—Joven Shaedra, ¿quién fue el inventor del papel de botrillo que ahora utilizamos la mayor parte del tiempo y cuándo lo inventó?

—Fue Nart Ejorelt —contesté de inmediato, recordando que Nart, el kal que había sido amigo mío en Ató, solía hacer bromas muy malas sobre su tocayo—. Y lo inventó el siglo pasado en… cinco mil quinientos cincuenta y… no, sesenta y… ¿sesenta y dos?

—Sesenta y cinco —me corrigió el ternian con bondad.

Me mordí el labio. Vaya.

—¿Cuántos son 135 por 7?

Desde luego no me esperaba un cálculo y en ese momento pensé en Galgarrios y sus problemas calculatorios. Medité un rato: treinta y cinco, veintiuno, doscientos cuarenta y cinco…

—Novecientos cuarenta y cinco —contesté serenamente.

—Correcto. ¿Qué tipo de ciclo había en cinco mil cuatrocientos noventa?

Reflexioné unos instantes. 5490. Esta fecha me sonaba muchísimo…

—En esas fechas ocurrió la Gran Guerra del Hielo —murmuré—. Y el ciclo del Hielo de esas fechas duró mucho y entró en la historia de los ciclos más largos.

El profesor Tawb asintió.

—La Gran Guerra del Hielo tuvo lugar entre las ciudades de Ajensoldra y fue una época de un frío abominable. Última pregunta. ¿En qué partes se divide el jaipú?

Me remontó el ánimo acabar con una pregunta tan fácil.

—El jaipú está estructurado alrededor del Tágaro en el que se encuentra el corazón y el ensamblador energético. Es una energía interna, pero no es realmente material y se le puede dar cualquier forma mientras lo consienta.

—¿Mientras lo consienta? —repitió el profesor Tawb—, ¿qué quieres decir con eso?

Me imaginé en ese instante que Aleria y Akín llegaban bajando a todo correr los peldaños para protestar, diciéndome que el jaipú no tenía ninguna inteligencia independiente y sentí un nudo en la garganta al pensar que estaban seguramente a decenas de leguas de Dathrun. Pestañeé.

—Bueno, quiero decir que… esto… que al jaipú no se le puede pedir cualquier cosa, y que siempre hay límites, er… ¿se entiende lo que estoy explicando?

La pregunta me salió sola, sin previo aviso, antes de que la pudiese detener. Sólo después pensé que quizá un candidato debía comportarse un poco más formalmente. El profesor Tawb me contestó sinceramente:

—A medias. Pero no importa, sigue con las partes del jaipú.

Cuando hube acabado de contestarle, el ternian asintió y dijo que no tenía más preguntas. La elfocana, recogiendo unos papeles y echándoles un vistazo, retomó su tono ceremonioso al pronunciar:

—Shaedra Úcrinalm Háreldin, has recibido el consentimiento del grupo del consejo para entrar en nuestra academia por un precio de dos mil doscientos quince kétalos. Dirígete a la secretaría para la inscripción definitiva y bienvenida —añadió, guardando sus papeles.

Me quedé paralizada por la estupefacción. ¿Dos mil doscientos quince kétalos? Pero ¿qué era esto? ¿Un atraco? Laygra y Murri me habían avisado que las matrículas en Dathrun eran caras, pero esto… ¡Demonios! ¿De dónde podía sacar tanto dinero el maestro Helith? Aunque, sin duda, si pedían tanto era que Márevor Helith podría pagar esa cantidad y la pagaría.

Se suponía que ya había acabado la prueba, así que me levanté lentamente de mi asiento, les saludé a la manera de Ató y me fui con un:

—Que tengan un buen día.

Volví a subir las escaleras, el caito delgado me hizo pasar por otra puerta que cerró detrás de mí con lo que me quedé sola en el exterior del edificio, arriba de unas escaleras que bajaban y se reunían con más escaleras y edificios. Una brisa ligera me azotó el cabello y me devolvió a la realidad.

Espiré largamente y sonreí, feliz. ¡Lo había conseguido! ¿Acaso el maestro Áynorin habría pensado alguna vez que un alumno suyo sería capaz de tener el nivel de Dathrun? ¡Hoho! Bajé las escaleras canturreando una canción y haciendo piruetas y cabriolas como una niña.