Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 2: El Relámpago de la Rabia
Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fueron dos cabezas rubias idénticas de niñas humanas cuyos ojos parpadeantes me observaban desde arriba, una perspectiva a la que no estaba acostumbrada y que me dejó paralizada durante unos segundos. Al fin, parpadeé y me enderecé y di un salto fuera de mi cama, sacudiendo la cabeza, intentando recordar dónde estaba… Ah. Ya. Estaba en la academia de Dathrun, y más exactamente en el dormitorio número 12 de la torre de la Fauna.
Sabiendo esto, me dispuse a mirar a mis compañeras de dormitorio con más tranquilidad.
—Buenos días —les dije.
Las dos humanas eran gemelas tan idénticas que me daba la sensación de ver doble. Ambas tenían un camisón blanco bordado con hilo verde que les llegaba hasta el tobillo y tenían recogido el cabello en un peinado complicado que me hizo pensar en los peinados de Marelta. La enana pelirroja, sentada en su cama, se abrochaba la capa del vestido verde de los faunistas, pues así llamaban a los que estudiaban las energías relativas a la fauna, según aprendí poco después.
—Vaya, parece que tenemos a una nueva en el dormitorio —apuntó una de las gemelas sin contestarme.
—Parece que acaba de salir de una porquería —añadió la otra—. Apuesto a que hace más de un mes que no se ha lavado.
Ambas rieron y las contemplé con cara aburrida. ¿Así que estas eran mis compañeras? Pues perfecto. Con un suspiro cogí la túnica gris y me la puse.
—Oh, no eres faunista aún, ¿verdad, escama verde? No has pasado la prueba de entrada, ¿verdad? —preguntó una de las gemelas.
—Estoy convencida de que no lo ha hecho —soltó su hermana—, y seguro que mañana no la volvemos a ver.
—No les hagas caso —terció la enana pelirroja—. Lo que quieren preguntarte en realidad es si te apetece venir con nosotras a desayunar, ¿qué te parece?
Las dos gemelas intercambiaron una mirada cruel entre ellas y luego se encogieron de hombros.
—Parece que a Steyra le has caído bien —dijo una gemela—. Y aunque no has hablado mucho, si le caes bien a Steyra, nos caes bien a nosotras. Mi nombre es Zoria.
—Yo soy Zalén —se presentó alegremente su hermana.
Parpadeé, atónita, observando el cambio de carácter. Detrás de las gemelas, Steyra puso los ojos en blanco.
—No te preocupes, Zoria y Zalén pueden ser simpáticas cuando quieren. Lo que pasa es que les encanta actuar y no se dan cuenta de que pueden herir los sentimientos de la gente —añadió, dirigiéndose a sus amigas con una mirada elocuente.
—Entiendo —dije con lentitud—. Bueno, cada uno con su personalidad. Mi nombre es Shaedra y estaría encantada de desayunar con vosotras. Tengo un hambre de mil demonios.
Steyra sonrió anchamente.
—Entonces adelante.
—¿Eres nueva nueva? —preguntó una de las gemelas mientras se vestía.
—Llegué ayer a la academia, pero tengo aquí a un hermano y a una hermana estudiando —contesté simplemente, esperando que no me preguntasen nada más—. ¿Vosotras lleváis aquí mucho tiempo?
—Yo llegué aquí hace dos años —contestó Steyra.
Las dos gemelas contestaron que habían llegado pocos meses después que Steyra y que desde entonces se habían convertido en las mejores amigas del mundo. Sonreí.
—Pues me alegro.
Salimos del dormitorio y las seguí hasta el comedor. En el camino, Zalén y Zoria se pusieron a insultarse de una manera tan tranquila y educada que me quedé boquiabierta hasta que oí la risa de la enana, Steyra.
—Son algo raras —me dijo aparte—, pero son realmente encantadoras cuando quieren. Eso sí, todas las personas susceptibles de esta torre las odian a muerte. Pero cuando las conoces realmente, por nada del mundo te apetecería perderlas.
—¡Perdona, fanfarrona petulante! —decía una de ellas.
—Te juro que es verdad —protestaba la otra cruzándose de brazos—. Y si no me crees, es que no eres más que un asno malcarado.
—¿Ah? —replicaba la otra, soltándole otras flores realmente ridículas.
—¿Siempre están así? —le pregunté a Steyra.
—A la mañana sí. A la tarde están más tranquilas. Pero a mí nunca me sueltan ninguna grosería, bueno, al menos no suelen hacerlo, a veces se les escapa por… por…
—¿Costumbre? —le ayudé.
—Eso. Por costumbre. A mí me sorprendieron mucho cuando las conocí. Mi familia nunca dice insultos. Pero Zalén y Zoria… tienen otra educación.
Por la manera con que dijo esto deduje que Zalén y Zoria no venían de un ámbito social donde la cortesía fuese muy relevante. Así y todo, los insultos que se soltaban entre ellas eran a veces tan ridículos y rimbombantes que no las imaginaba pertenecientes a una familia humilde.
Steyra era una enana simpática que me cayó bien enseguida. A veces, parecía comportarse como una madre cuando hablaba con las gemelas, las cuales en escasos momentos se comportaban de manera más o menos normal. Desayunamos en el comedor, con otros faunistas. Todos llevaban una túnica verde aunque algunos las habían adornado profusamente y apenas se podía advertir que eran túnicas de estudiante.
En la Sala Derretida, me despedí de las tres y ellas se dirigieron a su clase de endarsía mientras me encaminaba yo hacia la enfermería Azul, donde Laygra me había dicho que me esperaría. Como no sabía por dónde caía eso, me detuve junto a una pared no muy lejos de la Sala Derretida, para contemplar un plano de la academia. Señalaba el número de las aulas con cifras negras, las enfermerías aparecían bajo formas de pirámides coloreadas. Había también círculos de diferentes colores. Los más numerosos eran los azules que, según la leyenda, eran descargadores. A saber lo que eran los descargadores. Suspiré, buscando la pirámide azul en el inmenso plano. La encontré no muy lejos de la salida de la academia, hacia el este.
—¡Shaedra! —dijo de pronto una voz, mientras me daba media vuelta.
Entre los grupos de estudiantes que iban y venían, metiendo escándalo, apareció un rostro conocido. Fruncí el ceño, intentando recordar.
—Jirio —dije entonces, contenta de encontrarme a un rostro familiar—. ¿Ya has salido de la enfermería?
El muchacho se acercó a mí con una gran sonrisa, un libro viejo debajo del brazo.
—Sí, y por lo que veo tú también. ¿Así que eres nueva aquí, eh? —observó, mirando mi túnica gris.
—Er… sí, y estoy un poco perdida.
—Me encantaría ayudarte, pero ahora tengo clase de endarsía y llego tarde —dijo con un suspiro resignado—. ¿Adónde tienes que ir?
—A la enfermería Azul. En el plano pone que hay que ir hacia el este, pero… —resoplé, indicando el plano lleno de numeritos y círculos.
—Ya, esos planos son desastrosos —acordó—, bah, ¿sabes lo que te digo? Te voy a enseñar el camino, total llego demasiado tarde a clase me parece y no sería la primera vez que me perdería una clase de endarsía, es mortalmente aburrida.
—No, no perderás ninguna clase por culpa mía —repliqué. Pero insistió, y no tuve más remedio que aceptar.
—Ya veo que recuperaste el libro —comenté, de camino a la enfermería.
—Oh, este libro no es, es el libro de tercer grado de endarsía. Pero el otro lo recuperé y lo guardo en mi cajón, sano y salvo.
—Ah, me alegro. Pareces tenerle mucho aprecio.
—¡Y lo tengo! Es un libro de Rulpad el Cocinero, ¿lo conocerás, no? Las barbas blancas del saber es un libro increíble. Utiliza ingredientes de todo tipo. Dicen que Rulpad fue capaz de domar una araña gigante sólo con darle un plato de roedor aromatizado con algas cenetriformes y jugo de violeta.
—¿No me digas? —solté, con una mueca divertida—. Eso parece veneno puro.
—¡Qué va! Bueno, las algas cenetriformes no serían buenas para nosotros. Estropean la digestión. Pero a la araña le pareció delicioso. Y luego Rulpad vivió con su araña durante varios años. Por eso se le conoce tanto.
—No creo que mucha gente se acercara a él con una compañera así —observé, riéndome.
—Bueno… pues a mí ya me gustaría conocerlo. Una pena que haya muerto ya. Por aquí —dijo, señalando unas escaleras que bajaban.
Siguió hablándome de recetas de cocina y de las aventuras de Rulpad durante todo el camino y yo le escuchaba a medias mientras admiraba los lugares que atravesábamos. Desde luego, ya me había imaginado a veces enormes torreones con salas inmensas y miles de torres alzándose hacia el cielo como agujas, y jardines colgantes y galerías majestuosas. Pero siempre tenían esas habitaciones algo de familiaridad con la Pagoda Azul. En la Pagoda, los suelos eran de madera, los tapices multicolores… en Dathrun, todo era de piedra dura y en vez de tapices había columnas adornadas y unas plazoletas rodeadas de balcones. La academia era muy diferente de lo que yo había visto en toda mi vida.
—Hoho.
La voz de Jirio me sacó de mis pensamientos en el momento en el que colisionaba contra una materia blanda y pringosa.
—¿Pero qué…? —tendí la mano y otra vez choqué contra esa materia transparente. Intenté retroceder, en vano: mis pies parecían como pegados. Me giré hacia Jirio, pasmada.
—Una atrapadora —me explicó Jirio—. Los que la han puesto ahí son unos malditos bromistas. Siempre hay que andarse con cuidado o caes en una trampa. Dame la mano, te voy a sacar de ahí.
Sin entender muy bien lo que pretendía hacer, le di la mano y él me estiró con fuerza para liberarme de aquella masa transparente, en vano.
—Bej, voy a tener que utilizar un sortilegio. No te muevas.
Me soltó la mano y puso cara de concentración. Lo miré, inquieta. ¿Estaba seguro de lo que hacía? Esperé un rato, y al cabo creí que no conseguiría nada y empecé a pensar en varias posibilidades para sacarme de ahí yo sola. No era muy complicado, podía soltar un relámpago brúlico y carbonizar aquel chicle, aunque un sortilegio de autoexpulsión también funcionaría, lo malo es que la caída iba a ser dura y además no controlaba ese sortilegio tan bien como Akín, que curiosamente lo conseguía más o menos siempre. Quizá Aryes conseguiría despegarse inmiscuyendo aire entre la atrapadora y yo. Y Aleria podría citarme otras cien posibilidades sacadas de los libros más raros de Ató.
Tiramos el hechizo al mismo tiempo. Jirio me echó una descarga que me dejó tiesa y yo abrasé la atrapadora que emitió un ruido quejoso al desintegrarse.
Las piernas flaqueantes, me apoyé contra el borde de la galería, temiendo desplomarme. Inspiré varias veces antes de preocuparme por lo que me rodeaba. Jirio, de pie junto a mí, se agitaba por intermitencias, como atravesado por descargas eléctricas repentinas. Se había quedado de nuevo con el pelo electrificado y sus ojos estaban abiertos como platos.
—¡Jirio! ¡Oh! ¿Me oyes? —acerqué una mano prudente y le toqué el brazo. Lo retiré inmediatamente, sintiendo un relámpago recorrerme hasta la planta de los pies—. Jirio, tienes que descargarte…
Lo vi moverse poco a poco hacia la esquina, muy rígido, los labios tensos. Fue entonces cuando me fijé en un pequeño atril de piedra con un círculo azul dibujado en su centro. Los descargadores. En ese momento entendí lo que pretendía hacer Jirio y corrí hacia él, nerviosa. Cuando llegué junto a él, ya alzaba una mano y tocaba el círculo azul. Saltaron chispas. Enseguida Jirio se distendió y serenó.
—Uf, caramba, colega, jamás me había pasado que toda la energía se vuelva contra mí. No entiendo ni cómo ha desaparecido la atrapadora si no le he hecho nada, me lo he tragado todo yo, es como si hubiese rebotado todo, ¡diantres!
Carraspeé. Ignoraba si mi hechizo había rebotado el suyo o no, pero decidí que era mejor no hablar de ello ahora.
—¿Te sientes mejor?
—Pues… sí —contestó, sonriéndome y agitando la cabeza—, creo que sí. ¿Y tú?
—Perfectamente —dije—. ¿Qué era eso exactamente?
—Una atrapadora. Hay tantos corredores en esta academia que pueden permanecer trampas de este tipo durante varios días. Generalmente es la gente la que pone estas trampas, para reírse un rato, aunque a veces también hay inestabilidades energéticas porque, como por aquí se hacen tantos hechizos, se desestabiliza el morjás y pueden ocurrir cosas extrañas. Pero esto, lo había puesto alguien, estoy seguro de ello, se venden atrapadoras parecidas en Dathrun. Los últimos que han salido son transparentes, es la nueva moda. La gente de por aquí tiene extrañas aficiones, ¿eh?
Asentí con el ceño fruncido y señalé el círculo azul.
—Y esto, ¿es para descargarse?
—Sí. Es un descargador. Los verás un poco por todas partes en la academia. Van recogiendo las inestabilidades y también pueden servir de descarga de energías cuando hay accidentes energéticos.
—Oh. Así que suele haber accidentes con las energías.
—Muchísimos. Y curiosamente los peores son los que llevan más años estudiando. Pierden el control y se descuajaringa su jaipú. La mayor parte de las veces, suelen ser accidentes tontos y en unas horas se recuperan, pero hay estudiantes que han sufrido secuelas para toda la vida. Por eso este año han impuesto algunas reglas más de seguridad contra el uso abusivo de las energías.
—¿Quieres decir que algunos sufrieron apatismo? —dije, horrorizada.
Jirio asintió con cara sombría.
—Sí, y más de uno. Este mismo año hubo uno que estaba trabajando en un proyecto de reacción química, no sabría decirte de qué se trataba exactamente pero resulta que utilizó demasiada energía y su tallo se consumió totalmente. Tenía veinticinco años.
—Pues vaya —solté.
—Cada uno es responsable de lo que hace —dijo Jirio, encogiéndose de hombros—. Las energías son peligrosas.
—Pues claro que son peligrosas —repliqué—. Más vale que acabes de descargarte, todavía siento que estás electrificado.
Jirio acabó de descargarse en el círculo azul y seguimos el camino. Llegamos poco después frente a la enfermería Azul. ¿Estaría esperándome Laygra?
—Bueno, pues aquí te dejo —soltó Jirio—. Si algún día necesitas a un amigo, aquí estaré yo.
—Gracias, Jirio —dije, con una media sonrisa.
Y sin pensarlo, hice el saludo típico de Ató, juntando las manos y llevándolas a la frente. Jirio parpadeó, sorprendido.
—¿Y ese saludo?
—Oh. Así se saluda de donde vengo yo —expliqué—. ¿Cómo se hace por aquí?
Jirio se encogió de hombros, sorprendido de que se lo preguntase.
—Pues… pues así —dijo, tendiendo la mano.
Sonreí, divertida, y le apreté la mano.
—De donde vengo yo, ese gesto significa que has hecho un trato con alguien y que prometes respetarlo.
Jirio sonrió.
—Bueno, hay otra versión en la que se escupe en la mano antes de tenderla. Creo que esta tiene el mismo significado que tú le das.
Hice una mueca y puse los ojos en blanco. Cuando entré en la enfermería Azul, me quedé deslumbrada por la luz. El lugar era una enorme sala con varias estradas anchas que subían y en el centro se veía un pequeño jardín interior. El techo, desde el que salía un bosque de columnas labradas, estaba compuesto de cristales y la luz de la mañana entraba iluminándolo todo.
En las estradas, se habían dispuesto pabellones de tela gruesa y parda que dividía la enfermería en diferentes espacios. No tenía ni idea de dónde podía estar Laygra así que fui vagabundeando entre los tabiques de tela y de madera. Me crucé con dos enfermeras, una que iba corriendo precipitadamente y otra que estaba sentada junto al depósito de agua, consultando un libro y atendiendo a una joven elfa oscura que se quejaba de tener dolor de cabeza desde hacía dos semanas. Pasé junto a ellas sin que me miraran siquiera.
Desemboqué finalmente en un lugar que me sorprendió. No era común que en una enfermería se encontraran varios árboles de tamaño respetable, ni que se guardaran animales. Me crucé con un loro encaramado en una pequeña rama que se puso a decirme de pronto: «¡Mentira, mentira!» Luego vi a un niño de unos diez años acurrucado contra un tronco con una ardilla sobre las rodillas. Cuando ambos me vieron, salieron corriendo por los árboles y desaparecieron a una velocidad espeluznante.
—¡Syu, no! —dijo de pronto una voz alarmada.
“¡Sí!”, dijo algo que llegó a mi mente.
De pronto hubo un ruido en el follaje del árbol que estaba rodeando y una criatura llena de brazos y piernas me atacó soltando un ruido parecido a una risa. Cayó encima de mi cabeza, me arrancó varios pelos al estirarlos y desapareció debajo de mi cabello, rodeándome el cuello, gimiendo. Era un mono gawalt.
Apareció entonces una cara entre las hojas de los árboles y Laygra soltó una exclamación de indignación.
—¡Syu! Shaedra, perdónalo, está muy perturbado por lo que pasó. No le hagas daño. Y tú tampoco le hagas daño, Syu, suéltala.
Se dejó caer ágilmente del árbol. Tenía unas pintas de salvaje, con el pelo revuelto y varios zarpazos en la cara. Agrandé los ojos aterrada.
—¡Laygra! Esto… ¿Qué te ha pasado en la cara?
—Oh, no es nada, esto se va en un día con la pomada que me dio Nuhey. Syu se ha puesto nervioso cuando he querido bañarlo.
“Es una mona traidora”, decía Syu, sin separarse de mi cuello. “No necesito su asquerosa agua que ahoga.”
Gruñía mentalmente mientras gemía y respiraba precipitadamente. Mi cuello empezaba a sudar bajo la calurosa piel del mono. Sonreí a medias, divertida, recordando que había tenido a veces las mismas reacciones cuando Wigy insistía para que me bañara.
—Pues parece que no le gusta el baño —dije.
—En cambio, tú pareces caerle bien —comentó Laygra con el ceño fruncido.
“Se equivoca, tú no me caes bien”, me dijo el mono gawalt con tono orgulloso. “Sois todos iguales. ¡Ahogadores!”
Intenté quitármelo de encima delicadamente, pero me mordió el dedo y salió disparado hacia las ramas más altas del árbol soltando gritos de indignación.
—¡Syu! —exclamó Laygra con una expresión de decepción en el rostro.
El mono, invisible desde donde estábamos, contestó con un gruñido testarudo. Laygra suspiró, resignada.
—¿Qué tal has dormido? —me preguntó.
—De un solo trecho —contesté, sentándome en una raíz—. He soñado con un burro y me he despertado rodeada de dos gemelas de lo más peculiares. Laygra, ¿qué significa eso de la prueba de entrada?
—Ya te dije ayer que Murri y yo tuvimos que pasar una prueba. No es nada del otro mundo. Podrás pasarla sin ningún problema. Murri ha ido esta mañana a preguntar cuándo son las próximas sesiones de pruebas.
—No —repliqué, rotundamente—. No voy a pasar ninguna prueba, Laygra, ¿entiendes? No me voy a quedar en Dathrun. Tengo que encontrar a los demás. Deria me necesita.
Laygra se quedó mirándome con la boca abierta.
—¡Pero no sabes dónde están! El maestro Helith decía que ignoraba adónde los había mandado.
—No le creo —dije simplemente.
Mi hermana agrandó los ojos.
—¿Por qué estaría mintiendo?
—No me fío de él. Me estuvo espiando desde que cogí aquel maldito collar.
—¿Collar? ¿Qué collar? —Parecía confundida. ¿Así que el maestro Helith no les había contado nada sobre el Amuleto de la Muerte?
Le conté entonces todo lo que sabía sobre el amuleto que había estado llevando durante años y terminé diciendo:
—La primera que vez que me lo puse, estoy casi segura de que el rostro que vi era el suyo.
Alcé la cabeza y vi que Laygra había palidecido inquietantemente. Entonces pensé que quizá tener ese tipo de visiones no era precisamente una cosa que pasase con frecuencia.
—¿Estás segura? —preguntó al de un rato de silencio.
—Pues… se parecen mucho —contesté—. De todas maneras eso no es el problema. El problema está en que no sabemos dónde están mis amigos. Pienso irme cuanto antes sea posible. Quizá las desviaciones hayan sido débiles y ellos estén todavía cerca de Tenap.
Laygra se levantó de un bote.
—No puedes salir de aquí tan rápidamente. Por lo que me ha contado él mismo, Murri se pasó años buscándote hasta aprender por casualidad en nuestro mismo pueblo que estabas en Ató. Nos encontramos con Márevor Helith, nos prometió ayudarnos y enseñarnos a defendernos y cuando desapareciste de Ató el maestro Helith nos prometió que te encontraría, y al fin te encontramos ayer, volvimos a estar juntos por fin, ¿y quieres irte así sin apenas intentar conocernos? Creí que me considerabas como a una hermana. Entiendo que quieras volver a ver a tus amigos pero… sólo tienes trece años y no permitiré que te separes de mí otra vez.
Me quedé sin habla. Sus palabras me habían parecido como puñaladas hirientes y entrañables a la vez. Llevada por un impulso, le di un fuerte abrazo al que ella respondió bajando la cabeza y dándome un beso sobre la cabeza.
—No me iré si tú no quieres que me vaya, hermana —le dije, apartándome—. Lo que pasa es que me preocupo por los demás. Akín y Aleria son mis amigos desde que éramos pequeños. A Dol lo conozco desde hace más de un año, es raro, pero por nada del mundo desearía que le hubiese pasado algo. Aryes es amigo mío y Deria no tiene a nadie más que yo y la quiero como a una hermana pequeña aunque no la conozca desde hace mucho. —Me mordí el labio pensativa—. Siempre podemos ir juntos a buscarlos —sugerí con un tono inocente.
Laygra me miró con los ojos entornados.
—¿Juntos? Pero si no sabemos dónde están, Shaedra, y no creo que el maestro Helith nos haya mentido en eso. Es curioso, pero pese a que sea un nakrús, confío en él más que en la mayoría de personas de Dathrun. Te prometeré algo, Shaedra. Si descubrimos el paradero de uno de tus amigos, iremos juntas en su búsqueda. Y Murri irá con nosotras, por supuesto.
Nos miramos un instante en silencio. Yo con asombro y ella con determinación.
—Empezaré por presionar al maestro Helith con preguntas —dije, meditativa.
“¿Uvas?”, preguntó de pronto el mono gawalt, apareciendo en una rama, dejándose sujetar por su cola. Era un mono pequeño, de pelaje pardo y claro y ojos estirados y grandes.
Laygra, con una mueca divertida, sacó unas uvas verdes de una bolsa que guardaba en la cintura. Syu se dejó caer al suelo e hizo varias cabriolas alegres antes de que Laygra le tirase la primera uva, que el mono pilló al vuelo con una mano rápida.
—¡Es rápido! —comenté.
“Tú eres más lenta”, añadió Syu mientras iba engullendo las uvas que le daba Laygra.
—Eso no es cierto —repliqué—, yo también soy rápida.
Laygra se sobresaltó y me miró con sorpresa.
—¿Tú también puedes oír sus pensamientos?
—Pues… sí —contesté sorprendida—. En algún libro leí que los monos gawalts eran más habladores con los saijits que los demás monos. No recuerdo en qué libro, por cierto.
—Pero no todos pueden oír lo que dice Syu. Yo sí puedo, y el doctor Bazundir también. Al parecer se necesita tener mucha práctica en diálogo mental para poder oír los pensamientos de los que no son saijits o criaturas de mentes similares…
Soltó un grito cuando Syu, al haber acabado las uvas, saltó hacia ella y luego hacia mí, diciendo:
“Vosotros sois lentos, yo soy rápido. Más rápido que tú”, me dijo, mirándome a los ojos y moviendo la cabeza orgullosamente.
—Hagamos una carrera —le propuse.
—Uy, Shaedra, no te recomiendo que hagas eso…
—Tengo curiosidad por ver hasta qué punto es orgulloso el mono este —dije, entretenida por la próxima carrera.
“¿Hacia dónde?”, preguntó Syu.
—A la cima de este árbol, pero espera, saldremos al mismo tiempo.
“Syu no es tonto”, replicó. “Ya sé jugar.”
—Perfecto. —Me quité las botas y nos pusimos en posición—. A la de tres. Uno… dos… ¡tres!
Salimos disparados. Sin ayudarme de las ramas, iba hincando mis garras en el árbol sin apenas dejar marcas. En un momento, me impulsé con el pie en una rama y seguí subiendo a toda velocidad.
“¡He ganado, he ganado! Soy más rápido que tú”, decía el mono, mientras yo seguía subiendo y ponía los ojos en blanco.
—Muy bien —resoplé, con la respiración entrecortada, cuando llegué a la cima—. Tú ganas. Eres más rápido.
“Eres más rápida que la Ahogadora. Buena carrera”, dijo Syu, y volvió a bajar ágilmente. Me quedé un momento arriba, contemplando la enfermería desde un punto de vista que ninguno en la enfermería habría tenido jamás y cuando me hube repuesto un poco, volví a bajar con tranquilidad.
Laygra me esperaba abajo, con las manos cruzadas en el pecho.
—Syu ha ganado —anuncié.
—Me lo suponía —gruñó mi hermana, fulminándome con la mirada.
—¿Qué te pasa? —pregunté, sorprendida.
—¿Que qué me pasa? ¡Que eso que has hecho ha sido muy peligroso! Es un árbol grande, si te caes puedes…
—En mi vida me he caído de un árbol —le interrumpí y luego hice una mueca—. Bueno sí, alguna vez, pero nunca me hice daño porque siempre caía al río.
—Mm —dijo, y su sonrisa se fue ensanchando mientras añadía—: ¿Sabes, Shaedra? Sigues siendo la misma de antes. La misma que iba saltando imprudentemente sobre el techo del almacén y que jugaba haciendo el mono en las alturas. Hasta recuerdo que ibas tirando escamas de pescado a las gallinas…
Se echó a reír y le dediqué una sonrisa vacilante.
—Bueno, no me parece tan extraño. Además, a Syu le ha gustado la carrera, ¿verdad, Syu?
Lo busqué con la mirada y no lo encontré, hasta que el mono gawalt cayó pesadamente y sin aviso sobre mi hombro izquierdo.
“Buena para ser con una dos patas”, asintió Syu. “Pero mala si fueses gawalt.”
—Oh —solté al torcer el cuello para mirarlo—. ¿Quién te ha dicho que te podías poner encima de mi hombro?
Syu se encogió de hombros como un saijit y me dedicó una gran sonrisa de mono soltando una serie de ruidos que dejaban claramente entender que le importaba muy poco lo que yo pudiese pensar.
—Jamás había conocido a un mono tan arrogante —le comenté más tarde a Laygra cuando salimos de la enfermería, varias horas más tarde.
—Murri habrá salido de clase —dijo mi hermana—. Vayamos a comer con él.