Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 3: El Sueño de los Pixies
«Al nacer, vio la luz del mundo y rió.»
Sisela Dradzahín, El gorrión de la luna
* * *
La casa del ministro era una gran mansión de piedra color arena. Resultó que Azergaich estaba con catarro y nos invitó a su cuarto para que le presentáramos nuestros respetos. Al entrar en la imponente estancia, Sharozza se inclinó muy bajo ateniéndose a la fórmula:
—«Que el Lotus Negro vele sobre ti y tu familia y te aporte salud, nahó.»
Kala se inclinó hacia la cama con baldaquines diciendo:
—«Igualmente.»
Me esforcé por no reírme. Dioses… ¿Igualmente? Sharozza, ella, no pudo evitarlo y se carcajeó. Por algo decía que no se le daban bien esas cosas… Azergaich estornudó.
—«Un placer, un placer,» dijo. «Me dijo Tarmyn Lexer que vendrían unos destructores del Viento a visitar… Y he aquí a la Gran Bloqueadora de Dágovil, ni más ni menos. Es un honor. Y…»
Miró en mi dirección y Kala abrió la boca para presentarse:
—«Ka…»
Lo atraganté a propósito.
“Lo siento, pero piénsatelo dos veces antes de decir una tontería.”
Kala carraspeó, de malhumor, pero dijo:
—«Soy Drey Arunaeh, mahó.»
“Nahó,” lo corregí con burla. “Es mahí para nosotros, nahó para los ministros…”
“Piérdete.”
Sonreí para mis adentros pero callé. Me llamó la atención el rostro kadaelfo del ministro Azergaich. Estaba convencido de que lo había visto en algún sitio y él me aclaró la duda enderezándose en sus cojines y diciendo:
—«¡Drey Arunaeh! ¿El mismísimo Drey Arunaeh? Recuerdo que sacaste sobresalientes en los exámenes de destructor. Te apodaban el Pequeño Genio del Viento.»
Caí al fin en la cuenta. Esos bigotes grises, esos ojos de un rojo pálido… era el ministro que me había entregado el premio con el colgante en forma de lotus negro cuando tenía doce años. Kala no contestó pero el ministro no se extrañó. Al fin y al cabo, era un Arunaeh y los Arunaeh tenían fama de muermos. Cuanto menos abriese la boca, mejor.
—«Ahora eres todo un hombre,» sonrió el ministro. Y estornudó varias veces.
Sharozza aprovechó el momento para decir:
—«No vamos a abusar de tu tiempo, nahó. Los catarros se curan mejor descansando que hablando.»
Azergaich hizo una mueca reacia.
—«Ah… Tienes toda la razón, Sharozza de Veyli. Tengo más trabajo que un jornalero… pero será mejor que descanse. ¿Quiénes son los otros dos muchachos que os acompañan?»
Kala se giró. Los Pixies se inclinaron y Rao dijo:
—«Somos amigos de Drey Arunaeh.»
El ministro la escudriñó sobre todo a ella pero no comentó nada: hizo un gesto de cabeza, estornudó otra vez y tomamos esa señal como permiso para retirarnos. Nos dirigíamos fuera de la mansión a buen paso cuando sentí que Rao establecía una conexión bréjica y observé:
“Has sido rápida.”
Kala frunció el ceño pero no pudo evitar preguntar:
“¿De qué hablas?”
“De Rao. ¿No te has fijado? Ha tomado el molde de la cerradura de varias puertas, incluida la principal, y se las ha ingeniado para que nadie la vea. No me dijiste que Rao era una ladrona.”
Kala se ofendió.
“¿Cómo te atreves?”
Sentí la diversión de Rao.
“Déjalo, Kala. Tiene razón. No soy una ladrona pero… a veces esos métodos funcionan mejor que los ataques directos. Tú no lo entenderías.”
Pasamos el umbral. Kala fruncía el ceño mientras Sharozza, fingiendo hablar con Jiyari, nos echaba repetidas miradas curiosas por encima del hombro. Desde que Kala había evidenciado su relación con Rao, estaba inaguantable.
“¿A qué te refieres con ataques directos?” pregunté. “Lo siento, Kala, pero es que no preguntas nada. ¿No estarás planeando atacar al ministro, Rao?”
Rao se detuvo en plena calle y me sonrió diciendo:
“¿Al ministro? No. Planeo destruir el Gremio de las Sombras.”
Me quedé asombrado. ¿Iba en serio? Kala, ajeno a las consecuencias, sin pensárselo dos veces tal vez porque, como decía Rao, era un poco tonto, le dedicó una sonrisa torcida.
—«Entonces hagámoslo,» murmuró.
Y la besó en la calle, a plena vista de todos. Sharozza de Veyli volvió a quedarse con la boca abierta. Se leía un ligero brillo de envidia en sus ojos. Adiviné su pensamiento: ojalá su relación con Lústogan hubiera sido tan sencilla… y tan ardiente.
Attah, me dije. Una cosa era infiltrarse en el Gremio y destruir los collares de dokohis y otra muy distinta echar abajo el Gremio. ¿Qué era lo que Rao pretendía? ¿Acaso intentaba completar la venganza de Lotus? ¿O bien llevar a cabo la suya propia?
“¿Qué hay de Lotus?” pregunté mientras reanudábamos la marcha.
Rao sonreía.
“¿No es obvio? Lo rescataremos.”
Mi corazón dio un bote… y gracias a mi reacción Kala cayó en la cuenta casi tan rápido como yo.
—«¿Quieres decir que él…?» jadeó.
Rao asintió suavemente sin ensombrecerse.
“Lo pillaron esos monstruos. No lo mataron, estoy segura de ello. Por eso…” Se detuvo otra vez y me atravesó con una mirada que ardía de un fuego muy distinto al de antes. “Volveremos a ser los Ocho Pixies del Caos… hasta que se acabe todo esto.”
Kala estaba ahogado por la furia. Imaginarse a Lotus en manos de los monstruos del Gremio lo hacía rabiar… rabiar como un alma poseída. Se estaba descontrolando, entendí, asustado. Mi Datsu se desató, pero no lograba ayudarlo a él, y su furia crecía, crecía tanto que temí que fuera a explotar.
Unos dedos suaves se posaron sobre mis labios y los ojos azules de Rao encadenaron a Kala por un instante. Su cólera se apagó y su dolor con ella. Como la llama de una vela.
—«Confiad en mí,» nos murmuró.
Nos había hablado a los dos, me sorprendí. Esperaba que yo también confiara en ella. Esperaba que yo también… la entendiera. ¿Acaso esperaba que yo también la amara?
Kala inspiró y reanudó la marcha diciendo:
—«Yo siempre he confiado en ti. Y confío en las personas en quienes Drey confía. Él hará lo mismo por mí.»
Y lo decía con una seguridad… Arpías andantes, había que reconocer algo: en un par de semanas desde que Kala había despertado, nuestra relación había evolucionado como un relámpago. Si él hacía tonterías, yo lo hacía entrar en razón y viceversa. Él quemaba y yo lo enfriaba… Éramos un buen equipo. La convivencia, en definitiva, no se hacía tan terrible como me había imaginado al principio. Era cierto que yo había puesto buena disposición antes que él pero… Kala también había hecho esfuerzos.
Sonreí mentalmente al verme tan positivo.
“Tú eres el primero que quería compartirlo todo,” dije. “No voy a quedarme atrás. Si confías en ella… yo también confiaré. Al menos mientras no me dé motivos para no hacerlo.”
Tomando en cuenta que éramos dos espíritus en un mismo cuerpo… era la mejor manera de resolver el problema.
Cuando nos despedimos de Sharozza en La Piedra de Luna, Kala le dijo a esta:
—«En cuanto tenga kétalos, te pagaré el cuarto que me has reservado inútilmente.»
La Monja del Viento resopló y se rió.
—«¡No te preocupes! Ya le has oído al ministro: soy la Gran Bloqueadora de Dágovil. Anularé la reserva y ya está.» Mientras Rao y Jiyari se alejaban un poco por la calle, Sharozza bajó la voz. «Oye, Drey. ¿Puedo hablarle a Lústogan sobre ella?»
Kala notó mi diversión y sonrió ampliamente.
—«Puedes. La volví a encontrar gracias a él.» Se inclinó teatralmente ante los ojos redondos de Sharozza y añadió: «Cuídate.»
—«Lo mismo digo, Drey. Sólo déjame decirte una cosa: esa ropa no te va para nada. Pareces un espantavampiros con traje.»
Kala se sonrojó y estuve a punto de recordarle que Sharozza era así de directa con todo el mundo cuando, tranquilizándose, replicó, bromista:
—«Pues qué mal entonces que no fuera vestido así en Kozera. Los vampiros me habrían dejado tranquilo.»
Sharozza rió con ganas y alzó la mano diciendo:
—«¡No tardes mucho en volver al Templo del Viento o el Gran Monje se preocupará!»
Cuando desapareció adentro de la taberna, Rao preguntó:
—«¿Vampiros?»
Kala asintió, reanudando la marcha hacia la parte baja de Arhum.
—«Me atraparon en Loeria… y me encontré con el Príncipe Anciano.»
Rao agrandó mucho los ojos.
—«Ese vampiro,» gruñó.
Kala estaba extrañamente tranquilo. Volvió a asentir.
—«Me contó lo que pasó. Sigo odiándolo pero… Rao, creo que de verdad intentó ayudarlo. A su manera… pero Lotus no dejó nunca de ser su amigo.»
Al parecer, eso era lo más importante para él. Rao no estaba tan convencida. Ella, al fin y al cabo, había vivido esos tiempos. Su rencor, aunque más controlado, estaba mejor anclado. Inspiró con decisión.
—«Bien. Tenéis muchas cosas que contarme. Y yo a vosotros. Volvamos a casa.»
Quién sabe por qué esas últimas palabras le impactaron a Kala. El Pixie murmuró:
—«A casa.»
—«A casa de los Cuchillos Rojos,» apuntó Rao con ligereza. «Ahora también es vuestra casa. ¿O no?»
Jiyari y Kala intercambiaron una mirada. Y sonrieron.
—«Nuestra casa…» comenzó Jiyari.
—«Eres tú,» completó Kala.
Los ojos de Rao brillaron. Hasta yo me emocioné. Porque esa réplica parecía sacada de la boca del mismísimo Varandil enamorado de la triste Felisa. Medio alegrándose, medio burlándose, Rao agarró a ambos Pixies de un brazo y los arrastró animadamente hacia la oscuridad del barrio bajo, hacia su casa.
Eran tres Pixies legendarios, torturados más allá de la razón, fugitivos y solitarios, que, tras despedirse cincuenta años atrás y ser encerrados en unas lágrimas, volvían a encontrarse. La alegría los envolvía como un manto, tan fuerte como el aura de Yánika, tan contagiosa que hasta yo, en mi rincón, me sentí parte de ello. Me sentí Pixie.