Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 3: El Sueño de los Pixies
“Y entonces,” contaba Myriah, “se tiró sobre ella.”
—«¿Drey se tiró sobre ella?» exclamó Livon, agarrando la lágrima con expresión incrédula.
Sirih dejó de sondear los barrotes y se giró con su luz armónica. Esta era tenue como la luz de una vela.
—«¿La atacó?» preguntó Zélif.
—«¡Bien hecho!» aprobó Naylah. «¡Ya está bien que me roben a Astera continuamente!»
Sanaytay escuchaba, acurrucada, echando de menos su flauta roja. Tchag se rascó las dos orejas. Myriah resopló.
“Tuve que decirle a Tchag que no mirase por la rendija y se marchase.”
Livon agrandó los ojos.
—«¿Tan terrible fue? No puede ser. Si ella también es un Pixie, me extrañaría que Kala le haya dejado a Drey…»
“¿Es que no lo entiendes, muchacho?” lo cortó Myriah con indignación. “Ese amigo tuyo que me metió en esta lágrima… Ese hombre… no oyó lo que es la etiqueta arlamkesa. ¡Y pensar que dormí con él en casa de los Zandra! El muchacho la devoró…”
—«¿La devoró?» exclamó Livon cada vez más patidifuso.
“Y ella a él.”
Hubo un silencio. Sanaytay se puso roja como un zorfo. Entonces, Saoko, recostado en el muro, dentro de la celda, masculló:
—«Qué fastidio. Sois idiotas, ¿o qué?» Sus ojos rojos de drow estaban medio abiertos por su sempiterno hastío. «Los muchachos se quieren, y punto.»
La sangre subió a la cara de Sirih, Livon y Naylah. Zélif arrugó la frente y se sentó con lentitud sobre la piedra fría de la celda, agarrándose un mechón rubio, perdida en sus pensamientos.
—«¿Se… quieren?» repitió Livon.
“¡No es una razón para comportarse de esa forma!” protestó Myriah. “En mis tiempos, se requería una distancia de dos metros lo menos durante el primer año de cortejo, y aun luego…”
Sanaytay dejó de escuchar. Ignoró las palabras de Myriah, se abrazó las rodillas y se envolvió en una burbuja de silencio. Hubiera querido estar sola por un momento…
Se cruzó con la mirada de Sirih y desvió la suya, nerviosa. Recordó una conversación que había tenido con ella hacía no tanto tiempo, en Firasa. “¿Por qué te gusta ese subterraniense?” le había preguntado Sirih, siempre directa. Ni siquiera le había preguntado si le gustaba. ¿Tan obvio era? Sanaytay se había azorado y no había sabido responder entonces. Y ahora, incluso después de haberlo oído hablar en el puesto fronterizo de la Punta y haber sido conmovida por su confesión y sus palabras, seguía sin saber por qué.
De pronto, la luz armónica se apagó y surgieron protestas, pero Sirih no volvió a encender. Sanaytay la sintió entrar en su burbuja de silencio y agacharse junto a ella. En la oscuridad total, la ilusionista posó los codos sobre las rodillas de su hermana.
—«Cuando tu burbuja de silencio es tan pequeña, es que estás particularmente nerviosa, Sanay. ¿Crees que no me he dado cuenta? Estás celosa.»
—«No lo estoy,» protestó Sanaytay.
—«¿Entonces por qué estabas roja como el moigat?»
—«Yo…» farfulló la flautista. Agachó la cabeza en la oscuridad completa. «Drey no haría algo así. Fue Kala.»
—«¿Kala?» Dejando escapar un suspiro paciente, Sirih se sentó con la espalda contra el muro como ella. «Asumiendo la historia esa de los Pixies, que sea Kala o Drey, están en un mismo cuerpo.»
Sanaytay se puso roja otra vez. Sirih tenía razón… Esta agregó:
—«Aunque, ya sabes, Myriah es de la vieja escuela: exagera probablemente. Sólo los ha visto abrazarse. No significa nada. Sólo que Drey tiene poca vergüenza. Seguramente habrá hecho alguna promesa y como los Arunaeh siempre cumplen sus promesas y tal… Tah, que trague ahora con sus principios.»
Sanaytay hizo una mueca. Si Kala y Rao mantenían de verdad ese tipo de relación, prefería no imaginarse qué pensaría Drey de ello… De pronto, rompió el silencio:
—«Drey… Su voz… es sincera y sensible como pocas.»
—«Ya. Livon también es sincero y sensible,» se burló Sirih. «Oye, ¿tienes bien puesta la burbuja, eh? No quiero que me oiga decir bobadas…»
Sanaytay esbozó una débil sonrisa.
—«Está puesta,» aseguró.
—«Tâ. Siempre estás analizando las voces,» agregó Sirih. «Pero una voz no lo dice todo, Sanay. Los actos hablan mejor por sí solos.»
Sanaytay asintió con la cabeza inútilmente en esa oscuridad. Y sonrió.
—«Sirih. De veras que estoy bien. No te preocupes por mí.»
—«¿Preocuparme, yo, por ti?» resopló su hermana. «Si eres la más inflexible de las dos. Sé que, si Drey nos deja aquí metidos, irás a cantarle la bolenata hasta dejarlo sordo…»
—«Sirih…» protestó Sanaytay, riendo ya. Y meneó la cabeza antes de murmurar: «Sé que Drey nos sacará de aquí.»
—«Más le vale.»
Sanaytay pinchó la burbuja de silencio. Los demás habían dejado de hablar de Drey, y Naylah mascullaba:
—«Sirih, al menos podrías contestar…»
Livon reía:
—«¡Tranquila, Nayu! He sacado mi cubo de números. ¿Qué te apuestas a que consigo resolverlo en la oscuridad?»
—«¿A eso juegas ahora?» se impresionó Naylah. «¿No te lo quitaron?»
—«¿No oíste? Le pedí a la arquera que me lo dejase y me lo dejó. No son tan mala gente, os digo…»
—«Qué fastidio,» lanzó Saoko sin razón aparente.
—«Venga, Sirih, ¡la luz!» refunfuñó Naylah.
Sirih emitió una risita y masculló:
—«¡Ya va, ya va!»
Creó de nuevo luz armónica, para gran alivio de Naylah. Zélif había estado meditando golpeteando su dedo contra sus labios sin inmutarse. Livon dejó escapar una protesta con el cubo entre las manos, en medio de una rotación, miró el resultado y sonrió.
—«¿No os lo dije?» Alzó el cubo y señaló dos casillas. «¡He conseguido poner dos números bien!»
—«Vaya logro,» se burló Sirih. «A este paso lo conseguirás antes de quedarte calvo.»
Livon se quejó, Saoko, al otro lado de la celda, suspiró mirándose las uñas, y Zélif alzó la cabeza mordisqueándose el labio.
—«Tan mala gente no son, dices, Livon. Espero que tengas razón. Aunque, si es que son los mismos… los Cuchillos Rojos son una banda de asesinos de élite que trabajaban para el anterior gobierno de Dágovil, hace más de treinta años.»
Los Ragasakis se helaron y Sanaytay sintió un escalofrío. ¿Asesinos? Le vino en mente la imagen de un encapuchado corriendo por una callejuela de Daer, agarrando una daga ensangrentada… Zélif agregó:
—«Rao es brejista. No sabemos de qué es capaz. Y si Drey no viene a sacarnos de aquí… es que el Drey que conocemos ha dejado de existir.»
Su voz, observó Sanaytay, vibraba de una emoción inhabitual en la líder de los Ragasakis. En cuanto a sus ojos, ardían de determinación.
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Nota del Autor: ¡Fin del tomo 3! Espero que hayas disfrutado con la lectura. Para mantenerte al corriente de las nuevas publicaciones, puedes seguirme en amazon o echar un vistazo al sitio web del proyecto donde podrás encontrar mapas, imágenes de personajes y más documentación.
Tomo siguiente: Destrucción