Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 3: El Sueño de los Pixies

28 La diosa

Cinco días, pensé.

Según el acuerdo, le había prometido a Kala cinco días sin intervenciones una vez encontrásemos a Rao… No caía en el mejor momento, pero yo mismo tenía curiosidad por conocerla.

Cuando Kala recogió su mochila y fue a subir las escaleras detrás de Rao, me fijé en que esta estaba curiosamente ligera y entendí que Tchag se había marchado. ¿Desde cuándo? No lo sabía. Si andaba en la casa… más le valía ser prudente con los Cuchillos Rojos.

Llegamos a una habitación con una gran alfombra, una cama y un escritorio. De refilón, vi un cuadro que representaba a un gato de pelaje gris estirándose con todo su cuerpo. Se parecía un poco al Ciclón que habíamos rescatado Yánika y yo en la isla, pensé. Sobre la alfombra, bien reales, dormían nada menos que tres gatos, uno pelirrojo, otro negro como la tinta, el tercero de color bayo. Apenas se movieron cuando entramos pero, al igual que Kala, sus ojos estaban puestos únicamente en Rao.

Esta se detuvo con ligereza señalando:

«Os presento a Brasa, Samba y Rô. ¡Son mis compañeros de cuarto desde hace varios años! Samba, el negro, es el más viejo. ¡Pero sentaos, sentaos!»

Nos tomó las manos a Jiyari y a mí para invitarnos a sentarnos sobre la alfombra diciendo alegremente:

«¡Tenemos tanto que contarnos!»

Kala no acertaba a decir nada. Jiyari sonreía con las mejillas aún empapadas. Farfulló:

«Esto es… un sueño que se hace realidad. Somos reales de veras.»

«¡Pues claro que somos reales!»

Rao se sentó de cuclillas ante nosotros. Kala la devoraba con los ojos. Aproveché para detallarla con curiosidad: nariz pequeña, labios negros, tez gris, su frente medio oculta por unos mechones malvas, sus manos finas y de apariencia tan suave… Er, ¿suave? ¿En qué estaba pensando pues? El corazón del Golem de Acero latía tan fuerte que alcanzaba mis oídos, tanto que me atreví a murmurar, burlón:

“Nos vas a matar de un ataque al corazón, Kala…”

Me ignoró tan bien que me sentí ninguneado, pero no protesté. Él, al fin y al cabo, había estado mucho tiempo sin intervenir en anteriores acontecimientos —quitando los ataques de rabia interiores— y no se había tirado sobre el Príncipe Anciano —salvo la primera vez… En definitiva, se había portado mejor de lo esperado. Le debía esto. Además, un Arunaeh nunca rompía sus promesas y daba el ejemplo.

Bruscamente, Kala se inclinó, espantando a los tres gatos, y tendió una mano hacia la mejilla de Rao. Todo su cuerpo, mi cuerpo, temblaba de emociones encontradas: placer, miedo, alegría y expectación… La Pixie se tragó la sorpresa y sonrió con dulzura.

«A través de tu piel metálica nunca me sentías como yo te sentía a ti, ¿verdad, Kala? Ahora, después de tantos años… tienes de nuevo tu voz, yo tengo de nuevo mis ojos. Somos al fin saijits.»

Kala se tensó y la miró con fijeza.

«¿Saijits?» repitió. Retiró la mano. «¿Qué quieres decir con que somos saijits?»

Rao parpadeó y Jiyari emitió un carraspeo confesando:

«Kala sigue obsesionado contra los saijits y no quiere aceptar que lo seamos.»

«¿Eeh? ¿En serio? ¿Después de todo el tiempo que ha pasado?» silbó Rao, impresionada.

Kala los fulminó con la mirada y, cruzando piernas y brazos, refunfuñó:

«¿Qué queréis? ¿Que les perdone?»

Rao inspiró una bocanada de aire y su expresión divertida se cerró.

«¿A los del laboratorio? Nunca,» afirmó. «Pero esos eran monstruos saijits. Hay una diferencia.»

«¿Y cómo se ve esa diferencia?» gruñó Kala.

Rao sonrió y, para sorpresa de Kala, le empujó la cabeza como en su infancia diciendo:

«Tontorrón. La reencarnación no te ha hecho más listo, ¿eh? Verás: la diferencia está en que hay saijits que merecen vivir y otros que merecen morir.»

Sus palabras me dieron un escalofrío mental… ¿Qué clase de explicación era esa? Kala, sin embargo, se ensimismó y, sin replicar, preguntó:

«¿Por qué no viniste antes? Sabías que vivía en el Templo del Viento… ¿Por qué…?»

«No recordabas quién eras, Kala. Estabas dormido, pensando que eras Drey y únicamente Drey.»

«Nunca he sido Drey. Y él sigue ahí,» refunfuñó Kala.

Rao agrandó los ojos.

«¿Qué quieres decir? ¿No os fusionasteis?»

Sentí la ligera satisfacción de Kala y entendí que le hacía gracia que, por una vez, fuera él el que explicara y yo el que callara. Contó:

«Cuando llegué a la cima del Sello de los Arunaeh, Madre… la Selladora me selló con los recuerdos… y no desperté del todo hasta que Drey volviera a la isla hace unas semanas y los brejistas se nos metiesen en la cabeza. Desde entonces, somos dos en este cuerpo.»

Rao me miraba, anonadada.

«¿Dos? ¿Drey no desapareció? ¿Te habla?»

«Y me roba el cuerpo,» masculló Kala. «Pero prometió que el día en que me encontraría contigo me dejaría cinco días en paz.»

Rao estaba cada vez más impactada. Tendió una mano hacia mi rostro, lo tocó para gran placer de Kala y sentí energía bréjica pasearse por la barrera del Datsu antes de oír:

“¿Me oyes?”

“Te oigo,” confirmé. “Ya que me hablas así, me tomaré la libertad para añadir una pequeña corrección a lo que ha dicho mi compañero de cuerpo: nuestra madre no lo selló entero.”

Rao parpadeó, meditó mis palabras y murmuró:

“¿Entonces quién eres?”

“Drey Arunaeh.”

Rao asintió para sí y nos miró a los ojos.

«Supongo que no debería sorprenderme de que una Selladora Arunaeh fuera capaz de sellar una mente. Kala. Dime. ¿Te molesta ese Drey?»

«Mucho.»

¡¿Queeé?! Entonces, Kala sonrió:

«Pero él también tiene derecho a vivir.»

Resoplé para mis adentros. Era exactamente lo que yo le había dicho al Príncipe Anciano cuando este me había hablado de la posibilidad de «quitar» a Kala de mi mente. Ese Pixie me estaba vacilando.

«Entonces, lo dejaremos como está de momento,» sonrió Rao. Alternó su mirada entre Jiyari y Kala y agregó: «Ha sido una suerte encontraros tan rápido.»

«¿Cómo lo hiciste?» preguntó Jiyari.

«Gracias a Lústogan Arunaeh. Mandó un mercenario en mi busca. Me encontró y él me contó que ambos estabais juntos y que os habíais metido en una cofradía de la Superficie. Los Ragasakis.»

Sus ojos azules centellearon. Yo hacía esfuerzos por no intervenir. Ese mercenario… ¿no sería Saoko? ¿Pero por qué se había empeñado Lúst en buscar a Rao? La Pixie retomó:

«El mercenario regresó días después informándome de que te habías marchado de la capital de Kozera hacia el noreste con unos Ragasakis, en busca de una cofrade capturada por los dokohis. Estaba esperando el regreso de Melzar cuando un Cuchillo Rojo dijo haber visto a un Arunaeh con piel gris en la frontera dagovilesa de la Punta, ¡tan cerca de Arhum!» sonrió. «Luego me enteré de que habían llegado Ragasakis a Arhum, pero que tú no estabas con ellos. Entonces, mandé a alguien a invitarlos a una pensión que no existe, los atrapamos y los interrogamos.»

Agrandé los ojos. ¿In-terrogar? Kala me espetó:

“¿Cálmate, quieres? Prometiste.”

Me entró complejo de Kala, pero no duró: mi Datsu se desató y me atrincheré en mi rincón. Kala masculló:

«Rao… Esos Ragasakis son mis amigos.»

Ella se encogió de hombros acariciando la cabeza del gato pelirrojo.

«No les he hecho daño. Les hemos tomado prestada la ropa a dos de ellos para disfrazar a dos Cuchillos. Entraron en La Piedra de Luna a avisar de que los Ragasakis se hospedaban en el barrio bajo en la pensión Maravilla.» Me dedicó una sonrisa burlona. «Y ahora que lo pienso, has dicho que son tus amigos, Kala: amigos saijits. No me irás a decir que los Ragasakis no son saijits.»

Kala resopló de lado.

«¿Dónde están ahora?»

«¿Los Ragasakis?» Señaló el suelo. «Ahí abajo, en el sótano, con Saoko.»

De modo que el ‘mercenario’ realmente era Saoko. Pero ¿por qué mi hermano deseaba que me encontrara con Rao? Kala tenía el ceño fruncido.

«No quiero que los trates mal. Sácalos de ahí…»

Rao posó una mano sobre la mía con suavidad.

«Lo haré,» prometió. «De verdad que no los he tratado mal. No me compares con los carceleros del laboratorio, Kala…»

«¡No lo hago!» se alteró Kala.

«Lo sé. Verás… Lo que pasa es que una de las Ragasakis, la líder, parece ser que era la hija de unos cartógrafos que murieron un poco por mi culpa y… no sé qué decirle.»

Attah… Palidecí, recordando. Dieciocho años atrás, Zélif de Eryoran había perdido a sus padres mientras estos ayudaban a Rao a buscar la raíz del Sello de los Arunaeh. ¿Cómo habría reaccionado Zélif encontrándose a la mujer que le había alterado los recuerdos? Aunque con apariencia distinta, seguía siendo Rao. Sintiendo mi inquietud, Kala preguntó:

«¿Qué le hiciste, Rao?»

La Pixie meneó la cabeza.

«Hace ya mucho tiempo… Contraté a unos cartógrafos para buscar la raíz del Sello para fusionarte, Kala. Estábamos ya de regreso, no muy lejos de la ciudad de Djaborka, cuando nos atacaron unas mílfidas aladas. Los padres de Zélif estaban recorriendo un pequeño túnel que no venía en sus mapas… Apenas se alejaron pero los dos Estabilizadores que nos habían acompañado no llegaron a tiempo. Cuando espantaron a las mílfidas… los padres de la muchacha ya estaban agonizando. Lo único que pudieron hacer fue ahorrarles el sufrimiento.»

Hubo un silencio pesado. Retomó:

«Zélif sufrió un profundo trauma al ver a sus padres en ese estado. Temí que no lo aguantase. Así que le borré algunos recuerdos para que no sufriera tanto y… le borré todo lo relativo al Sello y a mí, por supuesto.»

«Y la dejaste en Donaportela con la recompensa, sola y confusa,» murmuró Kala.

Rao hizo una mueca.

«¿Qué querías que hiciera? ¿Que la adoptara? Mi cuerpo estaba tan enfermo que apenas podía cuidarme yo sola. Esa maldita raíz del Sello estaba más lejos que la Luna y no sabes cuánto me costó llegar hasta ahí, Kala. De no haber ido ahí, los cartógrafos no se hubieran muerto, es cierto, pero… ¿qué querías que hiciera?» repitió.

Su mano, sobre la de Kala, temblaba un poco. Parecía sincera y profundamente turbada. Kala le apartó entonces un mechón malva de su rostro y sonrió.

«No tienes la culpa. Lo hiciste por nosotros. Háblale a Zélif y díselo. Dile la verdad y estoy seguro de que lo entenderá. Porque lo hiciste por nosotros.»

Los labios negros de Rao se curvaron, vacilantes.

«Quisiera poder ver las cosas de manera tan simple como tú, Kala.»

Apretó nuestra mano con calidez y el corazón de Kala volvió a acelerarse. Nos acercamos mientras él murmuraba:

«Rao. Cuánto deseaba verte. Tocarte. Sentirte. Quería verte desde hace tanto tiempo…»

«Yo también…»

Sus —o nuestros— labios se encontraron y pareció de pronto como si Kala me barriese con sus emociones. Mi Datsu se desató aún más. Jiyari ahogó a medias un carraspeo al ver cómo sus mayores se abrazaban y se desataban delante de sus ojos y se levantó para salir de la habitación. Yo, en mi rincón, estaba emocionado pese al Datsu, no tanto por las oleadas de placer, alegría y sorpresa de Kala, como por haber descubierto que finalmente ese amor pasional del que hablaban los libros existía realmente. Kala me lo acababa de demostrar: su amor era tan profundo que mareaba.

Cuando Kala empezó a desabrocharle la ropa con frenesí, sin embargo, Rao se hizo más reservada y finalmente puso una mano entre nosotros. ¿Su tez gris no se había sonrojado un poco? Meneó la cabeza.

«Lo siento pero no sé si…»

«¿No sabes qué?» se sorprendió Kala.

Rao se turbó, sin apartarse, ensimismada.

«Di… ¿Realmente soy como la Rao que recuerdas, Kala?»

Kala se quedó mirándola, confuso.

«¿Eh? Eres Rao. Claro que eres como te recuerdo…»

«He cambiado de rostro.»

«¿Y eso qué importa? No te quería por tus bigotes de gato ni por tus bellos ojos de vampiro, ¿sabes?»

Rao se echó a reír.

«Ah, ¡olvídalo!» dijo agitando una mano. «Es sólo que… a veces me pregunto si sigo siendo realmente la misma después de tanto tiempo. La gente cambia. Y yo me he reencarnado ya dos veces, dos veces me he fusionado con otra mente. Por eso, ya que tú me conociste en mi primera vida, quería saber… si te parece que he cambiado.»

Kala frunció el ceño y posó ambas manos sobre nuestras rodillas, inusualmente serio.

«Rao. ¿No recuerdas la promesa? En la Superficie, a la luz de las estrellas, tú y yo tumbados… Yo te describía las estrellas en silencio dibujándolas con el dedo sobre tu frente porque no podías verlas. Aquella noche, me dijiste: cuando nos meta Padre en las lágrimas, tal vez pase mucho tiempo antes de que podamos reencarnarnos, pero te prometo que, pase lo que pase, estaremos juntos de nuevo, un día, y entonces estaremos juntos para siempre. Ese día ha llegado, Rao. Como decía Lotus, una promesa de verdad siempre se cumple.» Nuestra voz tembló de emoción. Contuve mal las ganas de resoplar de incredulidad. ¿Una promesa de verdad, decía? Así que él se saltaba alegremente nuestros acuerdos: debía de pensar que eran promesas de mentira o algo así… El Pixie afirmó con solemnidad: «El tiempo no cambia una promesa. A la que quiero es a la valiente Rao que nos dio coraje a todos, la que me guió por la vida y me ayudó a reencarnarme, la que me empuja la cabeza y se burla de mí, la que siempre entiende las cosas antes y mejor que yo. Y esa… sigues siendo tú.»

Rao permaneció en silencio unos instantes, enmudecida. Entonces, sonrió con cariño.

«Tú sí que no has cambiado.» Ladeó la cabeza y su sonrisa se ensanchó. «¿Sabes? Estos días, estuve imaginándome cómo sería nuestro encuentro. Me imaginaba cómo nos abrazábamos el uno al otro y nos murmurábamos promesas, como cuando éramos niños. Pero…» bajó la vista hacia sus manos, aún sonriente, «supongo que soy demasiado vieja ya para ser tan impulsiva. Lo siento,» rió, tumbándose en la alfombra con las manos detrás de la cabeza.

Kala se relajó y sonrió a su vez, tumbándose junto a ella.

«No importa. Ahora que estamos juntos, podremos aprender otra vez a hablarnos, abrazarnos y amarnos todo lo que queramos. Para eso los Pixies seguimos viviendo: para cumplir nuestros sueños. Y uno de los míos era amarte para siempre. También era el tuyo, ¿verdad?»

Los ojos azules de Rao nos observaron, emocionados.

«Verdad.»

Tras contemplar unos instantes el techo de la habitación, se apoyó en la alfombra sobre un codo y pasó suavemente una mano por nuestra camisa desabrochada. Tocó el colgante con la piedra de juramento del Viento.

«Al final… ¿aprendiste bréjica?» preguntó.

La sonrisa de Kala desapareció.

«No. Apenas. Y la órica no la controlo bien… Es Drey el que se ocupa de eso.»

Rao rió por lo bajo.

«Los planes así no siempre salen bien. Te lo dije.» Me acarició el pecho cubierto de tatuajes murmurando: «No hace falta que aprendas, Kala. Yo seré brejista por ti.»

«Y yo convenceré a Drey para que sea destructor por ti.»

La besó y Rao rió.

«Estoy segura de que lo conseguirás. Si tiene una parte de Kala en su mente, se enamorará de mí igual que tú.»

Kala enarcó las cejas y, por un momento, sentí su conflicto interior. Aún no había aceptado completamente la idea de que él no fuera del todo Kala y que yo también formaba parte de este. Tuvo que llegar a algún consenso consigo mismo porque se relajó y asintió.

«Sin duda. Si realmente tiene parte mía en él… se enamorará perdidamente de ti, Rao.»

Ella rió otra vez y me cogió la mano para inspeccionar mi anillo de Nashtag.

«No es de casamiento, ¿eh?»

«¿Qué dices? Lo usa Drey de reloj.»

«¿De verdad? ¿Con Nashtag? ¿Y eso es preciso? Los destructores son increíbles. ¿Qué hora es?»

Kala esperó y yo suspiré diciendo:

“La una.”

«La una,» transmitió Kala.

«¿La una? ¿Tan tarde?» se alborotó Rao. «Les dije a mis compañeros que no se preocuparan pero…»

Quiso enderezarse y Kala se lo impidió.

«¿Tus compañeros son los Cuchillos Rojos?»

Rao asintió.

«Los mismos. Son una cofradía pequeña… pero conocida. ¿Nunca has oído hablar de ellos? Yo me reencarné en la nieta de la líder y me crié con ellos.»

«¿Esa bruja?» exclamó Kala.

Rao se carcajeó ruidosamente y echó un vistazo a los tres gatos que dormitaban en el otro lado de la alfombra explicando:

«Se llama Nema, y es mi abuela. Melzar es mi hermano pequeño y también pertenece a los Cuchillos Rojos. Nos tienen mucho respeto por ser quienes somos. Y me ayudaron a fundar el grupo de los Yaraga…»

«¿Los fanáticos de Doz?» se sorprendió Kala conmigo. «¿Los de las Gemas de Yarae? Entonces, el dios Lotus…»

«Soy yo,» dijo Rao. «Y ellos no son fanáticos, Kala. Aunque hay gente entre ellos a la que le falta un poco de raciocinio. A decir verdad, no pretendía crear un grupo de ese tipo. Se me fue un poco de las manos y… En realidad, se me fue totalmente de las manos,» rectificó. Sonrió como si aquello ya no importase y reconoció: «Me reencarné en el cuerpo de una niña que tenía ya cuatro años pero… quería tener más o menos la misma edad que tú.»

Kala puso los ojos en blanco.

«Lo planeaste todo.»

Suspiré mentalmente. A Kala no se le ocurrió preguntarle a Rao por qué diablos se hacía pasar por un dios, por qué diablos había creado esa secta, por qué diablos se había reencarnado en la nieta de la líder de un grupo de criminales «supervivientes». ¿Es que no le molestaba en absoluto que su amada se hubiera reencarnado en una niña de cuatro años? Rao ladeó la cabeza.

«¿Drey tiene algún problema?»

«Siempre tiene algún problema,» gruñó Kala.

Rao sonrió.

“¿Y cuál es?”

Pensé en varias réplicas. ¿Mi problema? Que tenía a mis amigos encerrados en el sótano de esa casa, que Orih estaba en manos del Gremio los dioses sabían dónde y… Con el Datsu desatado, ordené mis pensamientos y me centré en lo que podía hacer de momento. Sólo me quedaba una promesa que podía cumplir ahora mismo. Lancé:

“Prometí a una amiga que iría a ver con ella esta tarde a un ministro en la parte alta de Arhum… Y los Arunaeh siempre cumplimos con nuestras promesas.”

Kala resopló. Rao enarcó las cejas.

“¿En serio?”

«Dice bobadas,» graznó Kala en alto. «¿A quién le importan los ministros?»

Rao rió y dijo:

«Te acompaño.»

Me quedé paralizado en mi rincón. ¿Qué? Kala agrandó mucho los ojos. Y se le olvidó toda protesta. Adiviné su pensamiento: si significaba ir con Rao, iría a cualquier parte, hasta a hablar con ministros.

* * *

Andábamos por los callejones de la parte baja de Arhum en silencio. Rao había revestido un elegante vestido como los que llevaban las doncellas de buena cuna en Dágovil. “Con esa gente, cuanto más a la moda vas, menos destacas, ” había afirmado con tono de profesional. Empezaba a entender que las artes de camuflaje no era cosa baladí entre los Cuchillos Rojos.

Kala bajó la vista hacia nuestra propia ropa. Rao le había pedido que trocase el uniforme de destructor, “sucio, desgarrado y apestoso”, por un traje más acorde con el que llevarían los dagovileses de la corte del Gremio. El Pixie, aunque algo reacio a los grandes cambios, le había hecho caso. Cuando pasamos por una plaza con una pequeña fuente y vi nuestro reflejo en el agua, resoplé mentalmente. Lústogan se habría reído de mí. Parecíamos un demonio disfrazado de cortesano. No me burlé de Kala porque adiviné que él mismo se burlaba de sí mismo… y de todas formas burlarse de su apariencia significaba burlarse de la mía.

Aun así, empezaba a darme cuenta de hasta qué punto Kala pensaba de manera distinta a mí. En cuanto Rao le había asegurado que los Ragasakis estaban bien, dejó de preocuparse por ellos.

“¿Y si están asustados?” lo pinché mientras avanzábamos. “¿Y si tienen hambre o pasan frío?”

Se inquietó. Me alegró comprobar que no estaba tan tranquilo como había dejado suponer. Pero enseguida rezongó:

“Eres tú el que quiere ver al ministro para cumplir tu promesa. En cuanto volvamos, le pediré a Rao que los saque. Si tan irrompibles son tus promesas, deja de hacerlas tan a menudo.” Ahí marcaba un punto. Sus labios se torcieron en una sonrisa. “Y ahora no seas pesado y deja de hablarme.”

No me echó en cara que no estaba respetando el trato, porque él no lo había respetado, adiviné, burlón. Suspiré y me contuve de preguntarle lo que pensaría el ministro Azergaich al encontrarse con un destructor Arunaeh en compañía de una mujer desconocida… Los rumores volarían. Aunque, al menos, resultaba que Rao conseguía controlar la mutación de piel gris a voluntad así como los círculos de Sheyra, y no llamaría la atención por ello. Decía que era brúlica implantada con bréjica y que, con un poco de tiempo, podría enseñarme a hacer lo mismo. Pero Kala le había dicho que no le interesaba: estaba orgulloso de llevar la marca de los Pixies del Caos. Que se lo llevase el viento… Por lo visto a Kala nuestra apariencia de demonio gris le importaba una drimi. Es más, se diría que le gustaba.

Una vez fuera del barrio, sentí que nuestra discreta escolta se dispersaba. Esos Cuchillos Rojos… de verdad parecían querer proteger a Rao costase lo que costase.

Jiyari caminaba junto a nosotros en silencio. Su traje rojo y blanco casi lo hacía parecer adulto, me fijé. Tenía cara ausente y, dándose cuenta de ello, Rao se preocupó:

«¿Jiyari? ¿Estás bien?»

El Pixie rubio alzó la cabeza, sobresaltado.

«¿Yo? Sí. Estoy bien… Estoy…»

De pronto se detuvo temblando y con los ojos brillantes y Kala y Rao lo cercaron, inquietos.

«¿Jiyari? ¿Qué te pasa?» lanzó Kala.

“¿Crees que lo hemos ignorado demasiado?” se preocupó Rao por vía bréjica.

Kala se sintió mal… Y Jiyari se sorbió la nariz.

«N-nada, Gran Chamán. Es sólo que… estoy tan feliz.»

Nos miró y su voz se quebró cuando pasó un brazo sobre los hombros de ambos exclamando:

«¡Estoy tan feliz!»

La emoción los embargó a todos… Y yo reprimí un suspiro. Diablos. Un Pixie emotivo ya era difícil de controlar, pero ya iban tres, y pronto cuatro según Rao, pues Melzar, su hermano pequeño, no tardaría en regresar a Arhum…

Entonces, tal vez percibiendo mi impaciencia, Kala carraspeó.

«Bueno, todos estamos felices… Será mejor que sigamos.»

Jiyari asintió enérgicamente y rió empujándonos hacia delante y diciendo:

«¡Lo siento! Soy un sentimental, no me hagáis caso. Pero, ¿sabéis?» añadió mientras seguíamos andando, «me alegro mucho… Sólo vernos así juntos me llena el corazón.»

Rao lo miró y, con mi órica, percibí un extraño suspiro que se mezcló a una sonrisa cariñosa.

«Jiyari. Has estado hablando con mi abuela, ¿verdad? Me ha dicho que eres un muchacho encantador.»

Jiyari enarcó una ceja y le dedicó una sonrisa burlona.

«¿En serio? Tu abuela también es… encantadora.»

«Será por dentro,» resopló Kala.

Se carcajearon y siguieron andando. Me sentía un poco ninguneado… y ligero al mismo tiempo.

Cuando alcanzamos La Piedra de Luna, busqué de refilón a Reik con la mirada pensando que estaría aguardándonos. Nada. No había vuelto. ¿Adónde se habría ido ese Zorkia? Sharozza nos esperaba sentada a una mesa de la taberna. Sonrió anchamente al verme.

«¡Si será que te has puesto elegante y todo!» Dejó los guantes de destructor en la mesa diciendo: «Cuarto número veinticinco.»

Kala miró los guantes con fijeza.

“Drey. ¿Cómo sabías que iba a pagarnos el cuarto y comprarnos guantes?”

Sonreí mentalmente.

“Porque Sharozza es así.”

La Exterminadora se había quedado observando a mi bella compañera. Ladeó la cabeza.

«¿Una Ragasaki?»

Kala sonrió anchamente.

«No. Es mi diosa.»

Sharozza pestañeó, tardó en entender… y entonces se quedó boquiabierta.