Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 3: El Sueño de los Pixies
Kala dejó dos simellas cortadas en un vaso de agua junto a la mesilla de Yánika. A mi hermana le gustaban mucho, porque eran blancas y bonitas. Y los pequeños placeres, como me había recordado un día, también eran importantes.
Sonreí e inspiré, hinchando el torso. Estaba limpio. Por toda la suciedad que había dejado atrás en el baño, parecía que me había rebozado en un lago de lodo. Incluso había podido verme en un espejo. Por primera vez había examinado con precisión mi piel gris cubierta de tatuajes negros y rojos. No tenía aspecto de Arunaeh. Más bien de demonio.
La ropa que me habían facilitado para la cena era cómoda y blanca como las simellas que acababa de traerle a Yánika. Al igual que mi chaleco, el jubón, a la moda dagovilesa, no ocultaba los tatuajes de los brazos, pero ¿para qué ocultarlos? Era mi Datsu. Un Datsu no se ocultaba.
Me giré hacia Jiyari, tumbado en el jergón con su cuaderno de dibujo en mano. Los guardias lo habían dejado entrar conmigo después de que yo declarase que respondía de él. En cuanto a Reik… Lo miré, sentado contra el muro. No había cambiado su posición desde que lo había dejado, horas atrás. Igual de taciturno, igual de tenebroso. Le sonreí, burlón.
—«Vamos, comandante, ¡no te desanimes! Unos días más y podremos salir de aquí.»
—«¿Y tus compañeros? ¿También podrán?» replicó.
—«Me las arreglaré para que puedan,» aseguré.
El Zorkia me miró, pensativo. De pronto, sentí que el aura de Yánika cambiaba y me giré. La vi parpadear. Me senté en el borde de la cama.
—«Yani. ¿Estás despierta?»
Mi hermana abrió al fin los ojos en grande.
—«¿Hermano? ¿Dónde estamos?»
—«En el puesto fronterizo de la Punta de Dágovil,» contesté. «Te ha atendido el curandero del gran comandante Zombra, Zenfroz Norgalah-Odali, cuya existencia acabo de descubrir hoy.» Sonreí. «¿Qué tal te encuentras?»
Yánika se enderezó lentamente bostezando.
—«Con sueño.» Se llevó una mano hacia la frente y, cuando tocó el vendaje, frunció el ceño. «¿Qué me ha pasado? ¿Me he caído?»
Tardé unos pestañeos en entender. Parecía que Yánika no recordaba nada de lo sucedido en la caverna. Aparté un mechón rosa de su rostro diciendo:
—«Esto… Bueno. Sí, te caíste, pero…»
Mi hermana frunció aún más el ceño.
—«Lo último que recuerdo es… cuando saliste de Loeria y… No, espera, todo está muy confuso. Nos encontramos con Sharozza, ¿no? ¿Ahí me caí? ¿Cómo me caí? ¿Desde cuándo estoy aquí? ¿Hermano?»
Su aura se cargaba de confusión. Le tomé la mano y sonreí.
—«Tranquila. No ha pasado nada grave: todos estamos bien. Estás aquí desde hace unas ocho horas nada más. En unos días, tu herida se cerrará, se quitarán los puntos y no se hablará más de ello.»
De ser una Arunaeh normal, le habría dicho la verdad. De ser una Arunaeh normal con un Datsu que la protegiera, no habría temido su reacción al saber que, porque se había desmayado, habíamos estado todos en peligro y habían muerto siete saijits. Pero a Yánika nada la protegía. Por más que ella me repitiera que con voluntad uno podía volverse fuerte… no la creía.
Sin embargo, la mirada que me echó Yánika en ese momento me arrancó una mueca culpable. Desvié la mirada… y la conversación.
—«¡Ah, Yani! ¿Has visto? Te he traído simellas.» Se las enseñé, rebosantes de frescura. «¡En esta caverna crecen como setas! ¿Te gustan?»
Yánika entornó los ojos.
—«Hermano, conmigo no funcionan esos trucos: estás nervioso como una trucha.»
—«¿Como una trucha?» me carcajeé con franqueza. «Es la primera vez que lo oigo. ¿No querrás decir como una anguila?»
—«El caso es que no me estás escuchando.»
—«Yo siempre te escucho, hermana.»
—«Pero me estás dando largas.»
Callamos cuando la puerta se abrió y Yodah asomó la cabeza. El inquisidor sonrió de oreja a oreja.
—«¡Estás despierta! Me alegro.» Cerró detrás de sí. «¿Cómo te sientes?»
Yánika olvidó un momento su exasperación, halagada de ser el centro de atención.
—«Estoy bien.»
Calló inspirando de sorpresa cuando Yodah se acercó y le colocó una flor, una simella cortada, entre el cabello. El inquisidor sonreía.
—«Le pedí a esta flor que curase tu herida y que cuidara de ti y por eso creció alta, hermosa y fuerte, a imagen de su paciente.»
¿Ahora se volvía poeta? Yánika se sonrojó de placer. Yo resoplé.
—«Mar-háï. Yánika, si vieses los poemas que escribe normalmente este hombre… Una verdadera tortura…»
—«Ya se los enseñé,» me cortó Yodah con paciencia. «Dijo que no estaban tan mal. Al contrario que tú, ella también es poeta.»
Eso me hizo recordar el cuaderno de Yánika que había acabado en manos del Príncipe Anciano y que había recuperado. No pude evitar lanzar una mirada curiosa a mi hermana.
—«Es verdad. Y bien que lo escondes, Yani. ¿Tan mal escribes que no te atreves a leerme un poema tuyo?»
Su aura súbitamente ofendida y tímida me arrancó una amplia sonrisa. Yánika me dedicó un mohín cómicamente refunfuñón y se encogió de hombros.
—«Si tanto quieres que te lea algo, entonces sé sincero y dime lo que pasó. Tú también Yodah, por favor. No recuerdo nada.»
Hubo un silencio. Entonces, Yodah declaró con suavidad:
—«Es normal, Yani. Bloqueé tus recuerdos recientes.»
Kala y yo nos quedamos atónitos.
—«¿Los bloqueaste?» repitió Yánika, sobrecogida.
Yodah asintió con calma.
—«Sí. Tal y como acordamos.»
—«Tal y como acordamos,» repitió Yánika, ensimismada.
Yo pensaba que se iba a enfadar, que le iba a obligar a Yodah a desatar todo su Datsu… pero no. Alzó la cabeza e inspiró.
—«De acuerdo. Entonces, de momento, es mejor así, ¿verdad?»
Yodah se encogió de hombros.
—«Tú decides.»
Yánika se mordió un labio y murmuró:
—«Lo sé.»
De algún modo los dos se habían puesto de acuerdo. No veía cómo Yánika podía aceptar tan fácilmente que alguien se metiera en su mente y le bloqueara recuerdos… pero era por su bien y por el bien de todos, así que yo tampoco emití queja alguna. Kala no fue tan comprensivo.
—«Yodah, un momento. ¿Te has metido en la mente de mi hermana? ¿En serio lo has hecho?»
—«En serio.»
—«Hermano,» intervino Yánika mientras Kala se levantaba con los puños cerrados. «Por favor… no te metas en esto.»
La miramos los dos con sorpresa, Kala y yo. Su tono desvelaba una fuerte resolución. Sentía cómo el Datsu se ataba a marchas forzadas y me dejé caer en la silla.
—«Por Sheyra. Yodah…»
—«Hablemos fuera,» dijo este. Se inclinó hacia Yánika. «Por favor, descansa. He sido invitado a cenar con Zenfroz Norgalah-Odali, pero si necesitas algo no dudes en pedírmelo. Haré que te suban la cena.»
Yánika asintió en silencio. Salimos al pasillo. Un paje pasaba por este y aceleró el ritmo, algo tenso, al vernos mirarlo con descaro. Cuando se alejó, lancé:
—«No sé qué acuerdo tenéis entre vosotros, sé que no me concierne y que lo hacéis por una buena razón: no voy a meterme en esto.»
—«Me alegro,» replicó Yodah. «El zapatero a sus zapatos y el pescador a su pescado, como dicen.»
Agregó mentalmente:
“Has ido a hablarle a Zenfroz, ¿verdad?”
¿Es que ese brejista me espiaba?
“Quería pedirle que liberase a Orih y a los demás Ragasakis,” confesé. “Pero se disculpó antes de que pudiera hablarle de ello.”
“Ya veo. ¿De qué manera pensabas pedírselo?”
Estaba curioso. Carraspeé.
“Algunos del Gremio tienen buenos tratos comerciales con Rosehack, ¿no? Pensaba decirle que Firasa no perdonaba a los que perjudicaban a su gente y… pensaba decirle que los Ragasakis tenían el… apoyo… de los Arunaeh.”
Tragué saliva bajo la mirada enfriada del hijo-heredero. Sabía que inventarme un apoyo inexistente estaba mal pero…
“Piénsalo,” insistí. “Ellos saben todo acerca de los Pixies…”
“Porque tú se lo dijiste,” afirmó Yodah. Se apoyó contra la pared irregular con los brazos cruzados. “Tú decidiste decirles la verdad y ahora estás a punto de recoger la tempestad: si no logramos sacar a los Ragasakis del calabozo, si creen que los has abandonado, hablarán de tus secretos, el Gremio amenazará con condenar de nuevo a los Arunaeh al odio público y eso es algo que nuestro clan no permitirá. A partir de ahora sabrás que no hay que hablar más de la cuenta ni con tus ‘amigos’. Espero que lo recuerdes.”
Guardé silencio. Sin duda lo recordaría pero… si Yodah estaba dispuesto a sacar a los Ragasakis del calabozo, ¿cómo podría negar que los Arunaeh no los apoyaban? Él era el hijo-heredero…
“Quitarles los recuerdos es una opción,” retomó Yodah. “Pero no es tan fácil como eliminar unos recuerdos recientes como he hecho con los ex-dokohis.”
Agrandé los ojos. De modo que esa tarde no sólo había ido a por informaciones acerca de los dokohis… había ido a borrarlas.
“Pero ellos no sabían nada de los Pixies,” murmuré mentalmente.
“Sabían. Livon y Jiyari hablaron del tema anteayer y por lo visto fueron varios los que los oyeron y los tomaron en serio. No he indagado mucho, sin embargo,” confesó. “Para la mayoría, me he contentado con borrar la memoria más reciente sin examinarla con precisión. No creo que la vayan a echar en falta.”
“No lo creo,” concedí. “¿No has aprendido nada sobre Zyro?”
Yodah se encogió de hombros.
“Lo de siempre. Tienen metido en la cabeza recuerdos confusos. Estos en especial, fueron capturados mientras cazaban, entrenaron con armas durante un tiempo, secuestraron y mataron cazadores de su propio pueblo, robaron un convoy al norte de aquí, saquearon dos aldeas en la zona neutra norteña de los Nomes y, últimamente, habían recibido la orden de no dejar a nadie vivo.”
Fruncí el ceño, sombrío.
“De modo que es cierto: han agotado sus collares.”
“Eso parece. Pero Zyro sigue buscando a Liireth para resucitarlo. En uno de los loerianos, encontré una imagen relativamente precisa de ese hombre. Mira.”
Me envió la imagen por bréjica. Era difusa. El lugar parecía ser el de un gran templo con columnas, la piedra… ¿sería de basalto? No podía adivinarlo. En primer plano, se erguía un hombre enorme, de rostro oscurecido por las sombras, fuerte como un troll. Tenía barba.
“¿Un humano?”
“Eso parece,” afirmó Yodah. “La imagen está obviamente alterada por la impresión que le dio al loeriano que lo vio. No creo que sea tan grande en la realidad. Lo que está claro es que le inspiró terror. Por eso… me pregunto si el vínculo de lealtad que existe en el collar realmente funciona. De funcionar, Zyro no tendría que recurrir al terror para organizar a sus súbditos.”
Lo cual le complicaría la tarea, deduje. Meneé la cabeza.
“Eso no tiene importancia ahora. Ni se te ocurra meterte en la mente de los Ragasakis, Yodah: ellos no me traicionarán. Sé que…”
“No tienen Datsu,” me cortó Yodah. “Y nosotros no somos los únicos brejistas de los que dispone el Gremio. Somos los mejores, pero no los únicos. No lo olvides, Drey: cualquier información que les des puede ser arrancada a la fuerza.”
—«No lo olvido,» mascullé por lo bajo en el pasillo silencioso.
El hijo-heredero puso los ojos en blanco.
“No te preocupes. Zenfroz los sacará del calabozo,” aseguró. “No tiene ningún sentido tenerlos encerrados más tiempo y no voy a meterme en sus mentes de no ser necesario. En cuanto a la mirol… tengo un favor que pedirte.”
Alcé la cabeza, sorprendido.
“¿Un favor?”
“Sí.” Yodah se despegó del muro y me miró a los ojos. “Tchag está en mi habitación. Sal de aquí con él mañana a la mañana y ve a Dágovil. Averigua dónde están los collares del Gremio y, si puedes, destrúyelos.”
Me quedé un momento suspenso. Destruir los collares del Gremio…
“Es un trabajo de destructor,” retomó Yodah. “Sólo que este lo harás por el bien de tu familia. Cuando estés ahí… ponte en contacto con Varivak y cuéntale todo. Él sabrá qué hacer.”
Asentí, pensativo. Mi tío Varivak sin duda podría ayudarme.
“¿Has averiguado para qué usan esos collares?”
Yodah se encogió de hombros.
“¿No es evidente? Son collares que fuerzan un programa en una mente ayudándose de un espectro. No sé yo mismo muy bien cómo funcionan… pero si el Gremio busca usarlos, es que han conseguido cambiar el programa según su voluntad.”
Lo que significaba que, con la tecnología que Lotus Arunaeh había inventado, el Gremio de las Sombras de Dágovil estaba creando sus propios dokohis, sus propios esclavos.
“¿Y Orih?” pregunté. “Si la encuentro, la salvaré. ¿Supone algún problema?”
Yodah sonrió.
“Ninguno, al contrario. Siempre y cuando destruyas todos los collares. Bueno, si crees que no puedes hacerlo… no lo hagas. Pero supongo que decirle a un Arunaeh como yo que sea prudente es inútil.”
“Lo es.”
Yodah sonrió y dijo en voz alta:
—«Bueno. Creo que ya es hora de que vaya a cenar o llegaré tarde. Transmitiré tus disculpas al nahó.»
Yodah no quería que fuera a la cena, probablemente porque deseaba negociar personalmente sin intervenciones mías. Tenía razón: si a Kala le daba de pronto por decir algo, podíamos liarla.
—«Yodah.»
El inquisidor se detuvo junto a las escaleras sin girarse.
“¿Qué, Drey?”
“Dijiste… que el clan sabía algo importante sobre Lotus. El Príncipe Anciano me dijo que espió el laboratorio sacando información, que el Gremio usó a tres Arunaeh como chivos expiatorios hace sesenta años y que Lotus… desobedeció a su clan. ¿Es cierto?”
Yodah tampoco se giró en ese momento.
“Es cierto.”
Hubo un silencio.
“Y hay más,” reconoció. “En vuestra primera tentativa de fuga del laboratorio, sólo Rao y Boki pudieron evadirse antes de que los científicos se dieran cuenta de que algo andaba mal, la evasión de los demás falló y, al interrogaros, descubrieron que el traidor no era otro que Lotus. Entonces fue cuando sus experimentos se les fueron de las manos, ¿verdad, Kala? Alteraron las mentes de los Pixies, los hundieron en el dolor… Incluida la de Lotus. De no ser porque esos estudiosos trataron de sacarle información sobre nuestra familia, de no ser porque intentaron entender el funcionamiento del Datsu, este no se habría quebrado, Lotus no se habría obsesionado con vosotros y no habría engañado a su clan robándole las lágrimas dracónidas.”
Tragué saliva. Lo del Datsu estropeado coincidía con la historia del Príncipe Anciano pero… ¿que Lotus había robado las lágrimas a su propia familia? ¿En serio era eso posible?
“Años más tarde, regresó a la isla pidiendo ayuda,” retomó el hijo-heredero girándose con un mohín. “Por desgracia, su Datsu estaba tan alterado que reparar el estropicio que hicieron esos carniceros fue imposible. Lotus se volvió loco sin que la Selladora, tu abuela, pudiera hacer nada. Lo siento, Kala: es la verdad. Huyó de la isla y se unió a la Guerra de la Contra-Balanza a pesar de las órdenes de nuestro clan, por venganza, por odio, para protegeros a vosotros, los Pixies. Y hay más,” repitió. “El Gremio sabía que Liireth y Lotus Arunaeh eran la misma persona, por supuesto. Cuando la balanza de la guerra le fue favorable al Gremio, nuestro clan negoció y pidió que Lotus fuera devuelto a la isla en silencio a cambio de una colaboración duradera de los Arunaeh.”
Kala agrandó mucho los ojos. Dánnelah, ¿eso quería decir que Lotus se encontraba en…?
“El Gremio se negó. Accedió a esconder la verdadera identidad de Liireth y nos mandó una nota de condolencias cuando lo quemaron. Y nada más.”
Me dio de nuevo la espalda añadiendo:
“El Gremio creó un desequilibrio en sus laboratorios. Lotus creó un desequilibrio con los collares. Ha llegado la hora de equilibrar la balanza, ¿no crees?”
Sentí su sonrisa mental.
“Esta no es una venganza: es la voluntad de Sheyra.”
Puse los ojos en blanco. Por supuesto. Los Arunaeh nunca se vengaban: equilibraban.
“Sin duda Sheyra está atareada últimamente,” me burlé. Hundí las manos en los bolsillos, fijé mi mirada en la espalda del inquisidor, y solté: “Está bien. No sé lo que pretendes pero haré lo que pueda.”
“Cuento contigo.”
Ya estaba bajando los peldaños. Recordé algo y, antes de que cortase la conexión bréjica, me apresuré a preguntar:
“Por cierto, ¿no sabrás lo que me ha pasado en el calabozo? Se me ha desatado el Datsu y no consigo atarlo. ¿Crees… que el despertar de Kala podría estar rompiendo el sello de mi Datsu o algo?”
Intenté no mostrar mi inquietud. Para sorpresa mía, Yodah se rió por lo bajo con diversión.
“¿Conque eso crees? Ya me parecía a mí que no lo habías entendido. Tu Datsu está perfectamente, Drey. Te pusiste nervioso en el calabozo, eso es todo. Si tu Datsu estaba tan desatado…” Apuntó con una pizca de burla: “¿Será porque te sientes culpable?”
Lo vi desaparecer por las escaleras con una ceja enarcada. ¿Qué diablos quería decir con eso? ¿Culpable? ¿De qué? Culpable de haber olvidado quitarle el collar a Orih… Tragué saliva sintiendo que el Datsu se me desataba otra vez. Mar-háï. No tenía sentido sentirse culpable por un error que no había dependido realmente de mí. ¿Pero acaso me sentía culpable sólo por eso? No. También era porque les había mentido, entendí. Había mentido a los Ragasakis diciéndoles que Orih estaba bien… cuando no tenía ni idea de si era cierto.
Meneé la cabeza y aparté de mi mente esos pensamientos. Gracias a Yodah, sabía que mi Datsu actuaba normalmente. No tenía por qué preocuparme. El Datsu se ocuparía de mis sentimientos. Estaba para eso: para moderarlos cuando hacía falta. Ahora sólo tenía que ocuparme de lo que realmente podía hacer: salvar a Orih y destruir los collares. Acabaría de una maldita vez con esos collares. Con los del Gremio y con los de Zyro.
—«Por los Arunaeh, lo juro,» murmuré.
Y regresé al cuarto de Yánika. La encontré sentada junto con Jiyari, mirando los dibujos de este con interés. Rebusqué en mi mochila y saqué de esta el pequeño saco de Yánika. Si me marchaba mañana, no podía llevármelo. El saco estaba abierto y mi mirada se posó enseguida en el cuaderno. Lo recogí.
—«Hey, Yani. ¿Puedo abrirlo?»
—«¡No!»
Sonreí mientras Yánika me lo arrebataba de las manos.
—«En serio, seguro que a Yodah le has recitado algún poema,» protesté. «¿O es que están reservados sólo para él? Cuidado, Yani, tu hermano se morirá de celos desconsolado si sigues tratándolo así…»
Me dio un golpe en la cabeza con el cuaderno, riendo.
—«¡Si me has dicho más de una vez que no sabrías cómo estar celoso! Y luego le dices a Orih que no lees libros románticos… ¡Mentiroso!»
—«Está bien, está bien, hagamos un trato,» le dije. «Te recito un poema mío y tú me recitas uno tuyo.»
Los ojos de Yánika se abrieron de par en par.
—«¡¿Escribes poemas, hermano?!» exclamó.
Sonreí.
—«Escribí uno una vez de niño en honor al Gran Monje. ¿No te lo dije? Lo grabé en piedra y todo. Fue divertido. A ver, cómo era… Sí. Escucha esto, hermana.»
Me aclaré la garganta y dije:
El abuelo destructor
calvo como el mármol es
y su cabeza tan dura es
que diamante parece que es.
Yánika, Jiyari y hasta Reik me miraron, boquiabiertos. Y se carcajearon. Yánika reía la más fuerte. Su aura vibraba al ritmo de sus carcajadas. Attah… Tampoco era para tanto. Esbocé una sonrisa.
—«El Gran Monje me dijo que, la próxima vez, variara la rima pero… no hubo próxima vez. Me contenté con alisar el suelo donde lo grabé, porque estaba en la entrada del templo.» Rieron más fuerte. Puse los ojos en blanco, divertido. «Creo que el Gran Monje fue uno de los pocos en entender que mis versos no tenían mala intención. En fin, ahora ya no te entrará vergüenza, espero.»
Le dediqué una mirada alentadora hacia el cuaderno. El aura de Yánika se hizo algo más reservada pero mi hermana no abandonó su sonrisa cuando abrió su cuaderno y buscó algo que leernos. Lo encontró. Y carraspeó.
—«Esto es profundo así que no os riáis, ¿eh?»
—«¿Y lo dices después de haberte reído de mí con tantas ganas?» me burlé. Puse los ojos en blanco ante su mueca inflexible y prometí alzando el puño: «De acuerdo, no me reiré. Palabra de Arunaeh.»
Yánika aspiró aire para prepararse a la gran tarea de leerle un poema a su hermano. Y se lanzó:
—«Se titula: la deconstrucción. Fue inspirado por ti, hermano.»
Promete, le dije a Kala.
Me puse cómodo, nos pusimos todos cómodos, y Yánika comenzó.
Invisibles seres son,
que tienen dobles imágenes,
aspectos de orcos gigantes,
ninfas con luces de albor.
Los siento vivir muriendo.
Y yo no sé quiénes son.
Son humo en nuestra existencia.
Mundo marino sin agua
donde nadie, si hubo nadie,
sabe si lo respiró.
No son de este tiempo y eran
del mañana que hay en hoy.
Entienden lo que no entienden,
y lo que nadie entendió.
No se sabe si ya vienen,
o si su ruta cruzó
esos largos hilos rotos
de ese día que pasó.
Se oye latir al unísono
el enorme corazón
que los une en un gran río
que la corriente subió.
Tienen el rostro escondido,
pero los siento en mi voz,
los siento en cada palabra,
pero no sé quiénes son.
Alzó sus ojos negros, aspirando porque se había quedado sin aire. Lo había dicho casi todo de un trecho. Me miró. Y entonces oímos el sollozo de Jiyari y nos giramos con súbita inquietud. El Pixie rubio tenía las mejillas empapadas. ¿Qué diablos…? Tragó saliva.
—«Es… hermoso,» hipó, sorbiéndose la nariz.
Entorné un ojo. ¿Por eso lloraba? Kala se rascó una sien, sin entender, pero sonrió enseguida afirmando:
—«Claro que es hermoso: es mi hermana la que lo ha compuesto.»
Su orgullo era evidente. Puse los ojos en blanco retomando el control del cuerpo y saqué un pañuelo de mi bolsillo para tendérselo a Jiyari.
—«Vamos, Campeón, no nos pegues esos sustos. Que yo sepa, el poema de Yani no era ninguna tragedia.»
—«Lo sé…»
Meneé la cabeza al ver a Jiyari tan emocionado. El aura de Yánika se fue cargando de un sentimiento de profunda gratitud y amor propio.
—«¡Gracias, Jiyari! Y Kala. A Yodah también le encantó,» dijo mi hermana con una gran sonrisa. «¿Y a ti, Drey? Ya ha hablado Kala, pero tú no has dicho nada. Sé sincero. ¿Te gustó?»
—«Cómo no me va a gustar,» repliqué. «Tu poema es mejor que el mío y el mío ya me gustaba. Bromeo,» sonreí anchamente alzando las manos. «A mí también me ha encantado, Yani. Pero no he entendido en qué el poema estaba inspirado de mí… Tal vez puedas releérnoslo a ver si me entero más esta vez. Jiyari se ha emocionado tanto… ¿Te importa?»
Los ojos negros de Yánika se iluminaron y sacudió la cabeza.
—«Mm-mm. ¡Os lo leo otra vez!»
Jiyari fue a devolverme el pañuelo. Resoplé.
—«Quédatelo. Vas a necesitarlo más que yo.»