Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 3: El Sueño de los Pixies
«Los saijits dejan de vivir cuando se dan cuenta de que ya han vivido.»
Sirigasa Moa, El dragón equivocó su presa
* * *
No pude ver a la abuela de Waïspo porque los vigilantes tenían orden de no dejarme salir y la abuela no quería moverse de su casa. Así que pasé las horas siguientes charlando con su nieto de sus libros, de los saijits y vampiros, de todo y de nada; Kala se animó al principio hasta que protestó diciendo que él no entendía de qué estábamos hablando.
—«Hablemos de otros libros, entonces,» propuso Waïspo. «¿Qué libros has leído, Kala?»
El Pixie se quedó un instante pensativo. Ninguno, pensé. No había leído ninguno. Y, sin embargo, Kala seguía cavilando hasta que declaró:
—«Una vez, en la Superficie, Lotus nos propuso enseñarnos a leer. Rao aprendió. Pero yo no pude.»
Waïspo parpadeó.
—«¿No pudiste?»
Kala se encogió de hombros.
—«Lo intenté, pero no pude. Jiyari tenía problemas también, pero era diferente. Él se quedaba dormido y lo olvidaba todo. Yo… veo las letras, las conozco, veo lo mismo que Drey, pero no entiendo las palabras. ¿Por qué me miras así?» gruñó. «Lotus dijo que no era nada grave.»
El vampiro alzó las manos con cara de disculpa.
—«Claro. No es nada grave. ¿Supongo… que algo tendrá que ver con los experimentos?»
Me miraba a mí. Nos miraba a ambos, porque teníamos el mismo cuerpo, pero por alguna razón supe que me miraba a mí. Asentí.
—«Probablemente.»
De nuevo, alguien llamó a la puerta, pero esta vez no sólo estaba Limbel. Entró el Príncipe Anciano con su séquito. Había notado más movimiento en los pasillos desde hacía un rato. ¿Estarían preparando algo? Sólo esperaba que no fuera un festín de sangre saijit…
Traté de no mirar al Príncipe Anciano para tranquilizar a Kala. Limbel se adelantó y dejó caer un saco a mis pies. Era mi mochila. Alcé la mirada, esperanzado.
—«¿Me liberáis?»
El Príncipe Anciano asintió con las manos detrás de la espalda:
—«Pensaba compartir más charlas contigo, pero no me habías dicho que tus compañeros andarían buscándote con tanto ahínco.»
Agrandé los ojos como platos. ¿Mis compañeros?
—«Están fuera de las puertas de Loeria,» explicó el Príncipe Anciano. «Y son una treintena, todos bien armados, pidiendo que te liberemos. He cruzado unas palabras con el hijo-heredero de tu clan. Parece ser un tipo razonable.»
Como todos los Arunaeh, quise decirle. Resoplé interiormente. Una treintena de gente armada… Pues sí que habían pasado cosas mientras yo discutía sobre literatura.
Me agaché y revisé mis pertenencias. No estaba mi camisa ni mi chaleco. Esos los habían abandonado los cazadores en la caverna de la aórgona tras registrarme. Donde yo mismo había dejado mi diamante de Kron. El resto, sin embargo, estaba ahí, incluido el cuaderno de Yánika. Me puse el colgante del Templo del Viento alrededor del cuello así como el anillo de Nashtag en mi mano derecha. Metía la máscara en la mochila cuando el Príncipe Anciano interrogó con calma:
—«¿No te preocupas por los loerianos que siguen en el pueblo?»
Suspendí mi movimiento y alcé la vista con cara fruncida.
—«¿Vais a matarlos?»
El Príncipe Anciano se encogió de hombros.
—«Eso lo decide mi nieto. El ajrob decidió mantenerlos con vida hasta que cambiemos de lugar. Entonces, los loerianos recuperarán su pueblo.»
Y poco a poco recuperarían la sangre perdida, completé. Pero no recuperarían a los loerianos muertos. No comenté nada y me levanté poniéndome la mochila a cuestas. Salimos todos de la casa y caminamos por la calle principal. Vi los ojos de los vampiros del clan seguir la pequeña procesión. Tres niños que jugaban a un lado se levantaron y uno clamó en abrianés:
—«¡Es el Pixie de acero!»
Los otros dos se emocionaron enseñando sus colmillos y repitieron en coro siguiendo la procesión:
—«¡Es el Pixie de acero! ¡El Pixie de acero!»
El primero quiso aproximarse y, pese a que Waïspo lo detuvo con una mano paciente, llegó a tocarme con un dedo el brazo gris cubierto de tatuajes. Exclamó algo sorprendido en su lengua. Sin dejar de avanzar, Waïspo resopló:
—«Pues claro que está caliente: resucitó y ahora tiene sangre.»
—«¡Tiene sangre!» repitió el niño vampiro.
Parecía que le extrañaba más que tuviera sangre que que hubiese resucitado. Alcanzamos las puertas y me detuve mientras los vampiros abrían un batiente. Eché un vistazo al Príncipe Anciano, fielmente rodeado, y a Dakoz, que escuchaba el informe de uno de sus hombres, algo más lejos.
—«Me pediste que te contara mi pasado, abuelo,» dije sin mirarlo. «Lo resumiré en una frase: soy un Arunaeh destructor que sigue el camino de Sheyra.» Marqué una pausa. «¿Puedo hacerte una pregunta?»
—«A cambio, te haré otra yo,» me previno, burlón, el Príncipe Anciano.
Me giré hacia él sin mirarlo a los ojos. Había entendido que el contacto visual con el viejo vampiro empeoraba el estado de ánimo de Kala.
—«Los collares de los dokohis… ¿estás seguro de que los hizo Lotus?»
De reojo vi al Príncipe Anciano enarcar unas cejas blancas. La estrella negra de tres puntas en su frente se arrugó.
—«¿Kala no está seguro? Mm… El propio Lotus me confesó que él había inventado el mecanismo. No sé si fue él el que fabricó todos los collares, pero trabajaba para los celmistas de la Contra-Balanza sabiendo para qué usaban sus técnicas… La realidad, Kala, hay que mirarla con los ojos abiertos.»
Noté la turbación de Kala. Hice una mueca y añadí:
—«¿Sabes, anciano? Me molesta no conocer tus intenciones acerca de los Pixies.»
El Príncipe Anciano sonrió con esa sonrisa misteriosa que parecía saberlo todo.
—«He decidido que no iba a entrometerme contigo. Mientras Zyro y sus Shigan no se conviertan en tus aliados… podremos seguir hablando amigablemente, espero.»
Echó un vistazo más allá de la puerta y dio media vuelta añadiendo:
—«Y aquí va mi pregunta. ¿Hasta qué punto, Drey Arunaeh, estás dispuesto a compartir el destino de Kala?»
Se alejó con su séquito sin esperar mi respuesta. Porque esa respuesta sólo me incumbía a mí.
—«La puerta está abierta.»
Me sobresalté y me giré hacia Dakoz. El ajrob se había acercado a mí y me miraba, expectante. No supe muy bien si agradecerle la hospitalidad, dado que me había atrapado creyendo que era un demonio y habían usado mi sangre como regalo de cumpleaños pero… me incliné.
—«Hasta la vista, ajrob.»
—«Mm… Espera. Antes, por favor, extiende el brazo.» Lo miré y él explicó: «Sólo un vaso, y te dejaré tranquilo. Mi hijo tiene apenas dos meses de edad, tiene una sed insaciable y una sangre como la tuya lo volverá fuerte. Piensa que podrías haber salido peor parado, Pixie. Tu regalo me honrará.»
Mar-háï… Alcé los ojos hacia el techo y tendí la mano. El ajrob sonrió. Era la primera vez que lo veía sonreír así. Cuando se llenó el pequeño vaso, lancé:
—«Que le aproveche a tu hijo.»
Y me alejé, acercándome a la puerta. Eché un último vistazo a los vampiros y crucé el umbral. La caverna estaba apenas iluminada por alguna piedra luminosa incrustada en el suelo y al principio no vi a nadie. ¿Nos habrían engañado? No tendría sentido mandarnos fuera a morir a mano de los dokohis: eso hubiera sido echar a perder mi sangre.
Entonces, avisté un movimiento entre las rocas. Un vampiro. Un centinela, entendí. Agazapado en su escondite, me miró pasar sin pestañear. Vi el brillo de sus ojos que me seguían hasta que lo perdí de vista. Saqué la piedra de luna. Antes siquiera de acostumbrarme a la luz tenue y azulada, oí un grito.
—«¡Hermano!»
Mi corazón dio un bote y miré hacia mi izquierda. Ahí, entre varias estalagmitas alumbradas por pequeños guijarros luminosos, había un grupo de no menos de treinta personas, como bien me había informado el Príncipe Anciano. Vi a Yodah levantarse y tender una mano hacia Yánika para impedir que corriera hacia mí. Fruncí el ceño y me acerqué, analizando la situación.
“¿Quiénes son esos?” preguntó Kala.
“¿Y cómo voy a saberlo?” repliqué.
No los conocía. Aun así, debían de ser aliados porque estaban Reik, Yánika, Yodah, y… Cuando vi a una mirol de pelo verde con mechas rojas y a un kadaelfo de pelo azul, jadeé.
—«¡Orih! ¿Livon?»
—«¡Drey!» exclamó el permutador, sonriente. «¡Por mis cabras, estás vivo!»
Sonreí a mi vez con todos mis dientes. Entonces Livon permutó conmigo y me encontré de súbito en medio de todo el grupo. ¿Qué…?
—«¡Hermano!»
Yánika me abrazó con un aura tan aliviada que me abrumó. La mirol miraba mi torso desnudo con fijeza.
—«Oye… ¿no estás más decorado que normalmente?» preguntó Orih entornando los ojos. «Estás raro.»
Eché un vistazo a mis tatuajes y mi piel gris y confesé:
—«Un poco. Es una mutación. Attah, es verdad… perdí mi chaleco de destructor cuando los vampiros me registraron, y también tiré mi diamante de Kron. Tendré que ir a recuperarlos. Pero antes… decidme cómo demonios ha pasado todo esto. ¿Quiénes son esos? ¿Y cómo te encontraron?» le pregunté a Orih.
Livon llegaba corriendo desde el lugar donde me había permutado y aseguró:
—«Todos estamos bien. Bueno, Naylah ha sido arrestada por los Zombras en la frontera, pero Zélif, Sanay y Sirih están con ella, así que supongo que entre las cuatro arreglarán el problema… ¡No sabes qué lío!» dijo, frenando ante mí.
Naylah, ¿arrestada por los Zombras? Livon frunció de pronto la nariz y se la tapó.
—«Diablos, Drey. Hueles que apesta a vampiro.»
Era cierto. Hasta yo lo olía pese a empezar a acostumbrarme. Pero era difícil acostumbrarse a un olor tan nauseabundo como aquel. Sonreí con ironía.
—«Pues los vampiros, ellos, no me hacían ascos,» repliqué.
Yodah se giró hacia mí con una expresión burlona.
—«Así que chismeando con un viejo vampiro mientras nosotros nos preocupábamos por ti, ¿eh, joven primo? Hasta hemos traído refuerzos para rescatarte.» Ante mi mirada cargada de preguntas, sonrió. «Será mejor que nos alejemos de aquí antes de dar explicaciones. Gente. Andando.»
Los saijits desconocidos se levantaron obedientemente. Llevaban armas, pero iban harapientos como mendigos. Permanecieron muy juntos incluso cuando nos metimos en el túnel más próximo, guiados por Yodah.
—«¿Estás bien, Drey?» preguntó Yánika. «¿Los vampiros…?»
—«No me hicieron nada,» aseguré. «Por los dioses, me alegro de que estéis todos vivos. Pero… ¿quiénes son estos? ¿Mercenarios?» pregunté en voz baja.
Yánika hizo una mueca y, mientras seguíamos andando, murmuró:
—«Dokohis.»
Tanto Kala como yo nos quedamos sin habla. Posé una mirada incrédula en los cuellos de los saijits.
¿Dokohis?
* * *
Llegamos a lo que parecía haber servido de puesto de caza para los loerianos y nos instalamos sobre las tablas de una plataforma mientras Orih y Livon comenzaban a explicarme lo sucedido.
Lo primero que recordaba Orih después de haber sido envenenada por los dokohis que la tiraron por el Pozo de la Nada era una gran sala llena de saijits encadenados. Había esperado durante largos días su turno para que le colocaran un collar de espectro.
—«No podía explotar nada habiendo tanto saijit y no pudiendo moverme,» explicó Orih, sentada con las piernas cruzadas. Sus ojos de fuego chispearon. «Pero, cuando me pusieron el collar, me dejaron libre y olvidaron comprobar que el collar funcionara. De alguna forma…» Desabrochó su chaqueta de lana, desvelando el collar de dokohi que llevaba, pero no fue eso lo que tocó con sus manos: agarró el colgante de plata que le había regalado el abuelo Dalorio de su pueblo de montaraces hacía unos meses. «Esta reliquia me protegió,» aseguró. «Tu primo dice que tiene sortilegios bréjicos dentro.»
Me giré hacia Yodah, sorprendido, y este asintió, como distraído. Livon apoyó alegremente:
—«Yodah dice que Dalorio no exageró cuando lo llamó reliquia. Al parecer, el espectro del collar no ha logrado ni crear vínculos bréjicos con su mente. Así que, si se lo quitas, no debería ni desmayarse.»
—«Mis ancestros me protegieron,» concluyó Orih, sin soltar su amuleto. «Así que yo tomé mi revancha. Robé un anobo y salí cabalgando hacia… Bueno, no sé hacia dónde, al parecer fui hacia el norte. Me perseguían, así que les corté el paso haciendo explotar una caverna entera… Casi me muero,» admitió, alzando su brazo vendado. Prosiguió: «Me metí en un bosque. Tu primo dice que en el Bosque de Ribol probablemente, puede ser, era un bosque como nunca había visto: denso, oscuro, húmedo, con vida por todas partes. No me faltaba agua, pero tampoco bichos. Habré vivido toda mi infancia en los bosques pero… esto fue diferente. Fue una pesadilla. Mi anobo se quedó atascado por una especie de lodo vivo que lo atrapó y lo mató.»
—«¿Lodo vivo?» repetí. Nunca había oído hablar de eso.
—«Serpientes de lodo,» dejó escapar Yodah. «Con toda probabilidad. Se enrollan alrededor de las patas, desequilibran su víctima, la tiran al suelo y la matan por asfixia.»
Kala tragó saliva y yo comenté:
—«No sabía que fueras un gran conocedor de la fauna de Ribol.»
El hijo-heredero perdió su expresión absorta y sus ojos negros sonrieron.
—«No lo soy, pero sé de un criminal que domaba serpientes de lodo para estrangular a sus víctimas dormidas. ¡Hasta les enseñaba a robar las llaves! Era un profesional. Lo llamaban la Serpiente Asesina. Fue famoso. Pocos son los pacientes que me han resistido tanto como esa serpiente.»
Me giré hacia Yánika. Había temido que al pronunciar la simple palabra «serpiente» se pusiese nerviosa, pero su aura apenas se alteró. ¿Tan buenas eran las lecciones bréjicas que le dispensaba Yodah? ¿O es que había superado su trauma? En cuanto a los demás… Percibí las muecas algo incómodas de Orih y Livon y la expresión mortífera de Reik. Carraspeé. Las fuentes de conocimiento de Yodah eran sin duda especiales. Los Ragasakis iban poco a poco entendiendo a qué clase de familia pertenecían dos de sus miembros…
—«Ya veo. ¿Cómo saliste de Ribol?» le pregunté a Orih.
Esta suspiró.
—«No salí de ahí como esperaba. Me atraparon unos tipos que llevaban tatuajes verdosos por todo el cuerpo…»
—«Koobeldas,» dijo Yánika.
Por su tono sabio, adiviné que conocía esos detalles por los libros. La mirol se encogió de hombros.
—«Serían, pero no se presentaron: me preguntaron si quería vivir o morir, y yo les dije que vivir, por supuesto. Me curaron el brazo y unas cuantas picaduras de insectos, y luego me echaron de su bosque…» Echó un vistazo a su mano izquierda, aún hinchada por picaduras. «Así que seguí andando. Y en un momento…»
Volvió a ensombrecerse y fue Livon quien completó la frase:
—«Tuvo que acercarse a la frontera de Dágovil porque se topó con unos guardias vestidos de negro que intentaron matarla. Yodah dice que serían Zombras. La tomarían por un dokohi. Nosotros entonces ya estábamos en el país de Lédek y fue una suerte que diéramos media vuelta hacia Kozera porque, si no, no nos habríamos encontrado ayer con Zélif y los demás, ni luego hoy con Orih… Bueno, suerte no tanta. Dimos media vuelta porque nos topamos con un grupo de dokohis. Estos dokohis,» precisó señalando a los saijits que, instalados también en la plataforma, seguían la conversación con cierto nerviosismo.
Al ver tanto dokohi, Naylah, Sirih y Livon habían dado media vuelta para huir de ellos, entendí. Adiviné:
—«Y huyendo, os encontrasteis con nuestro grupo y Yánika calmó a los dokohis, ¿verdad?»
—«Ajá, aunque ella no estaba particularmente calmada,» masculló Reik.
Mi hermana estaba sonrojada. Me turbé, entendiendo. Tras verme sacrificarme para salvarlos bloqueando el pasadizo, había debido de causar una conmoción en todo el grupo. Me giré hacia Yodah. ¿Acaso no había podido ayudarla con sus artes bréjicas? Adivinando mi pregunta, este asintió.
—«Hice lo que pude. Aunque era la primera vez que veía algo así…»
“Y la primera vez que se me desataba tanto el Datsu,” agregó por vía mental.
Su voz ligera distaba tanto de la gravedad con que me habló mentalmente que lo observé con detenimiento. ¿El poder de Yánika lo habría asustado? ¿Habría cambiado de opinión sobre…? Yodah sonrió.
—«Pero al final todo salió bien. Cuando salimos del pasadizo, nos encontramos con los demás Ragasakis perseguidos por los dokohis. De no ser por Yánika, nos habrían hecho picadillo. Por supuesto, ellos no recuerdan nada,» añadió, girándose hacia los saijits con collares.
Los ojos de estos no eran blancos. El aura de Yánika mantenía a raya a los espectros. Eran veintiocho, los conté. Mi hermana estaba calmando a veintiocho espectros. Era… impresionante.
Entonces, mi mirada se topó con un humano forzudo al que reconocí y rectifiqué: veintisiete dokohis.
—«Tú,» dije, sorprendido. «¿No eres uno de los que ha salido huyendo de Loeria esta mañana?»
Sin duda, era el que me había salvado la vida, había recogido el bastón metálico y había devuelto la moral a los fugitivos. El humano se encogió de hombros con una extraña timidez.
—«Gracias… por haber abierto la puerta,» dijo. Se aclaró la garganta. «Estos hombres a los que llamáis dokohis… la mayoría son cazadores de nuestro pueblo que cayeron en manos de los Ojos Blancos. Tus compañeros me han dicho que tú… que tú serías capaz de salvarlos.»
Enarqué una ceja, entendiendo al fin por qué esa gente me miraba con un brillo de esperanza en los ojos. Un hombre de edad madura que llevaba un hacha a la espalda se inclinó uniendo las manos y suplicando en voz baja:
—«Por piedad, quitadnos la maldición para que podamos salvar a nuestras familias. Mis hijos estaban en Loeria… Os lo suplico, mahis.»
El humano forzudo lo imitó apretando su bastón metálico con fuerza.
—«¡Por favor, ayúdalos, mahí!»
Los miré, suspenso. Ahora, había más desesperación y angustia que esperanza en los ojos de los dokohis. Según Yodah no recordaban sus acciones de cuando habían sido controlados por los espectros… pero la imaginación saijit a veces era una hoja de doble filo. ¿Qué habrán hecho mis manos durante tanto tiempo?, debían de preguntarse. ¿Cuántos horrores habré perpetrado? ¿Habremos matado a gente de nuestro pueblo…?
El malestar de todos era latente. Livon intervino, explicando:
—«De camino, nos hemos topado con unos cuantos loerianos evadidos y, gracias a ellos, nos hemos enterado de lo ocurrido: los vampiros, el incendio y el misterioso desconocido que ha roto las cadenas de las puertas para facilitarles la fuga…» El permutador sonrió. «¡Ya sabía yo que nuestro Drey estaría sano y salvo!» ¿“Nuestro” Drey?, me repetí, parpadeando. «Así que…» prosiguió señalando al humano forzudo con un ademán, «lo que hemos hecho ha sido pedirle a Ordabat que nos guiara hasta Loeria para ir a rescatarte y, de paso, rescatar también a la centena de personas que sigue con los vampiros. Ordabat es herrero y dice que los vampiros están usando sus armas. Por fortuna, parece que no vamos a tener que luchar para salvar a los loerianos. Yodah ha conseguido hablar con el Príncipe Anciano. Jamás habría imaginado que un vampiro honesto y pacífico como él sería capaz de juntarse con unos asaltadores de pueblos pero… bueno, es un vampiro, al fin y al cabo,» murmuró, rascándose la cabeza. «En fin, esto puede sonar un poco confuso para ti, Drey. Han pasado tantas cosas… ¿Me olvido de algo?»
—«¡No has contado cómo nos hemos reencontrado!» refunfuñó Orih con los brazos cruzados.
—«¡Es verdad! Nos encontramos con Orih poco después de separarnos de Zélif, Nayou, Sanay y Sirih. Las cuatro se han ido con los loerianos evadidos hasta el puesto fronterizo dagovilés que hay al norte. La Pinta, lo llaman.»
—«La Punta,» lo corregí.
—«Eso. A nosotros, nos ha tocado la tarea de quedarnos con los dokohis y negociar con los vampiros,» concluyó Livon. «Y estábamos de camino a Loeria cuando Reik ha oído un ruido en una encrucijada de túneles y…»
—«¡Zas!» sonrió Orih. «Era yo.»
—«Se cayó corriendo,» explicó Livon.
—«¡Pero no me he hecho daño!» ¿Se jactaba de ello? «Y a los Zombras, les he dado el esquinazo como una profesional.»
—«Como son mercenarios del Gremio, no tienen derecho a traspasar las fronteras con Lédek y Kozera,» apuntó Yodah con tono amable. «Por eso dejaron de perseguirte.»
—«Mmpf. Sea como sea, ¡al fin os encuentro!»
La mirol sonrió con todos sus dientes recordando tal vez el tremendo alivio que había sentido al encontrarse con sus compañeros. Sus grandes orejas se agitaban de contento. Suspiré yo mismo de alivio pensando: así que todos siguen vivos…
“¿Y Jiyari?” preguntó Kala, turbado. “Mi hermano, ¿por qué nadie habla de él? ¿Eh?”
Fruncí el ceño, inquieto.
—«Entonces, Zélif, Naylah, Sanay y Sirih…» dije. «Antes habéis dicho que Naylah ha sido arrestada…»
—«Por los Zombras,» carraspeó Orih.
Livon aclaró:
—«Como he dicho, Zélif y las demás han escoltado a los loerianos supervivientes hasta la frontera. Parece ser que los Zombras, al principio, se han negado a dejarlos pasar y Naylah se ha enfadado. La han neutralizado y la han metido en el calabozo. Pero nada muy grave. Eso sí, si Zélif pensaba recibir ayuda de los Zombras para desocupar Loeria, dadas las circunstancias, me temo…»
Dejó el final de la frase en vilo. Entorné los ojos y le eché una mirada a Yánika antes de preguntar con un mal presentimiento:
—«¿Y quién diablos os ha contado eso si estabais ya separados? ¿Dónde está Jiyari?» encadené.
El silencio me respondió. Sentí mi corazón helarse.
—«¿Dónde está Jiyari?» repetí.
Yodah se levantó.
—«¿Puedo hablar contigo un momento, Drey?»
Nos alejamos de la plataforma y fulminé al hijo-heredero con el cuerpo tembloroso. Kala se rehusaba a perder los nervios del todo hasta que no le hubiesen explicado la situación.
—«Mi hermano,» gruñó el Pixie. «¿Dónde está?»
—«Corrió hasta la puerta de Loeria sin consultarnos pidiendo que te soltasen,» declaró Yodah.
Jadeé de sorpresa. Jiyari… ¿se había entregado a los vampiros?
—«¡No!» graznó Kala. «El Príncipe Anciano, ese sucio saijit, ¿qué va a hacerle a mi hermano?»
Yodah posó una mano apaciguadora sobre mi hombro.
—«Nada. Le hará unas preguntas y nada más. Hablé con el Príncipe Anciano, Kala. Ha prometido liberarte a cambio de poder hablar con Jiyari.»
Entendí que sólo el imaginarse a Jiyari en manos del Príncipe Anciano pusiese a Kala rabioso. Bufó y, para asombro mío, agarró a Yodah y lo sacudió como un racimo de zorfos.
—«¡Aceptaste! ¿Por qué aceptaste? Jiyari… estará muerto de miedo. Él no tiene a otra persona en la mente para tranquilizarlo, no tiene a nadie, sólo me tiene a mí…»
Yodah gritó:
—«¡No te acerques, Yánika!» Kala paró de zarandearlo, sorprendido. El hijo-heredero tenía la cabeza girada hacia Yánika. Articuló: «No te alejes de los dokohis.»
Ciertamente, si se alejaba mi hermana de los veintisiete dokohis, los espectros retomarían el control. Y quién sabe lo que harían entonces con sus armas… Yánika se alejó precipitadamente del borde de la plataforma hasta los demás. Reik tenía la mano sobre la empuñadura. Livon se acercó, extrañado.
—«Drey… ¿qué ocurre? Nunca te había visto en ese estado.»
Kala entornó los ojos… Y yo resoplé interiormente. ¿No les habían dicho nada a Livon y a Orih sobre los Pixies todavía? Retomé el control del cuerpo mascullando:
—«Di, Livon. Te habrás fijado en que no tengo las mismas pintas de antes, ¿no?»
El permutador ladeó la cabeza, me miró… y se quedó boquiabierto.
—«¡Es verdad! Tienes rayas rojas en tu Datsu.»
Me carcajeé de incredulidad.
—«¿Sólo eso?» Me adelanté enseñándole bien mi brazo con la piedra de luna. «Mírame bien, Livon. Estoy cubierto de tatuajes. Y dime, somos los dos kadaelfos, ¿no? Pues compara.»
Mientras él comparaba y se daba cuenta de la diferencia, yo resoplé, riendo:
—«Tú sí que sabes mirar más allá de las apariencias, Livon. Ni siquiera las ves.»
“Siempre ha sido así,” intervino mentalmente Myriah desde la lágrima dracónida. “Reconocía a sus cabras más por su olor, sus gestos y sus balidos que por su aspecto.”
—«No os ríais,» protestó Livon llevándose una mano al pendiente. «Hey, tampoco ha cambiado tanto.»
Pero del olor a vampiros sí que se había fijado, sonreí. Meneé la cabeza y, sintiendo la urgencia de Kala, recobré mi seriedad y dije:
—«Lo siento, Yodah, pero iré a por Jiyari.»
Ya me alejaba hacia el túnel. Yodah resopló.
“Drey. El Príncipe Anciano prometió que lo liberaría en unas horas. Es un vampiro pacifista, ¿recuerdas?”
“Pero lo deleita la sangre de Pixie,” repliqué sin detenerme. “Y habla con engaños. No dejaré a Jiyari en sus manos ni una hora más.”
Recibí un suspiro paciente como respuesta y me giré a medias fulminando a Yodah con la mirada.
“¿No irás a ordenarme que me pare?”
Yodah hizo una mueca.
“Se diría que lees mis pensamientos, Drey. En serio. No pienso que Jiyari esté sufriendo. Si quieres, puedes ir a esperarlo junto a la puerta. Pero no entres.”
Le di la espalda apretando los labios en una sonrisa sarcástica.
“¿Y esos dokohis y el herrero?” repliqué. “Han pedido ayuda para liberar a sus familias…”
“Y llegué a un acuerdo con el Príncipe Anciano y su nieto para que no los mataran.”
Las palabras de Yodah me arrancaron un escalofrío.
“¿Un acuerdo?” repetí. “¿Qué tipo de acuerdo?”
“Nada que te moleste. Acordé que el hijo-heredero de los Arunaeh se ocuparía de los Pixies y que detendría a Zyro.”
Me detuve en seco y me giré, jadeante.
—«¡¿Qué?!»
¿Yodah iba a detener a Zyro, el dirigente de los dokohis? ¿Y cómo pretendía conseguirlo? Los demás nos observaban, murmurando entre sí. Livon tenía el ceño fruncido. Nadie había oído nuestra conversación bréjica, pero mi interjección los había inquietado.
—«Hermano,» intervino entonces Yánika desde la plataforma. «Jiyari… estaba decidido a hablar con el Príncipe Anciano. Él lo decidió. Saldrá vivo. Al fin y al cabo, el Príncipe Anciano no es un monstruo.»
Kala no opinaba lo mismo, pero mi lógica me decía que, efectivamente, el Príncipe Anciano no era de los que actuaban de manera precipitada ni insensata. Chasqueé la lengua.
—«Iré a vigilar la puerta de todos modos. Perdón, Yani,» murmuré echando un vistazo a los saijits con collar. «Los liberaré en cuanto pueda.»
—«De todas formas hacerlo ahora nos dejaría con un montón de gente desmayada para varios días,» razonó Livon, adelantándose. «Tchag se quedó a vigilar la puerta, pero si de verdad vas a ir… te acompaño.»
Enarqué una ceja. Tchag. Me había olvidado completamente del imp. Cuando nos alejamos por el túnel, le pregunté:
—«¿Sigue sin poder hablar?»
Livon meneó la cabeza.
—«Mm… Sigue confuso. Myriah logró hablar con él por vía bréjica. Pensé que no debería haberle hablado de lo de su cuerpo… pero Myriah dice que no es sólo eso. En mi opinión, está recordando algo de su pasado pero… no es muy explícito. A Myriah sólo le dijo: pero la bruja Lul me quiere.»
“Me lo repitió varias veces,” suspiró la jugadora arlamkesa.
La bruja Lul… Era la única persona a la que Tchag siempre recordaba haber conocido. ¿Quién diablos sería esa bruja? Guardé silencio sin embargo. Kala estaba demasiado preocupado por Jiyari para dejar que me preocupase por nadie más.
Pronto desembocamos en el ancho túnel, no muy lejos de las puertas de Loeria. Desde ahí, se veía una débil luz y entendí que, si las puertas se abrían, nos enteraríamos enseguida. Pese a todo, Kala siguió andando.
“Kala, no es razonable. ¿Qué vas a hacer? El Príncipe Anciano hablará con Jiyari todo lo que quiera y lo dejará ir. Pronto se dará cuenta de que Jiyari lo olvida todo fácilmente y renunciará…”
—«Cállate,» gruñó Kala.
Livon se giró hacia mí, sorprendido.
—«Esto… No he dicho nada.»
Suspiré.
—«No te lo decía a ti.»
Trepé por una roca elevada y me senté sobre esta para tener una buena vista sobre las puertas. Kala las fulminaba con la mirada cuando Livon, sentado a mi lado, rompió el silencio diciendo:
—«Drey. Hay algo que tengo que decirte.»
—«¿En serio? Yo también,» admití pensando en los Pixies. Lo miré con curiosidad a la luz de la piedra de luna. «¿De qué se trata?»
Livon hizo una mueca y se quitó el pendiente para observar la lágrima dracónida. Esta centelleó. Adivinando lo que me iba a decir, resoplé:
—«En serio, te dije que podías quedártela mientras Myriah estuviera ahí dentro. No te repitas.»
Livon sonrió alzando la vista hacia las estalagmitas ambarinas que brillaban suavemente en la oscuridad.
—«Lo sé. No era eso lo que quería decirte.»
—«Pues dispara,» le dijo Kala.
Inspiré con paciencia.
“Kala, sé más educado: es mi amigo.”
“También es el mío,” replicó Kala.
Chasqueé la lengua y lo ignoré. Casi era mejor que se concentrase en la conversación y no en las puertas. Livon se rascó el cuello.
—«Verás… Se trata de Jiyari. Sucede que, al despertarme hoy, lo vi tan deprimido y preocupado por ti que fui a levantarle los ánimos y él… dijo cosas muy raras.»
—«¿Algo sobre los Pixies?» pregunté con calma.
Livon me miró con expresión concentrada.
—«Sí. No les he dicho nada a los demás porque me ha parecido que era muy personal.»
Sonreí.
—«Gracias, Livon. Pero ya se lo dije todo a Zélif y a Yeren. Ellos se lo tomaron… más o menos bien. Déjame que te lo cuente mientras esperamos.»
Con voz ligera, le conté todo: el laboratorio, los Pixies, Liireth, las lágrimas y mis encontronazos con Kala. Empezaba a tener práctica y soltura para hablar de ello. Aunque me prometí que no volvería a sacar el tema con más gente a la ligera. Los Ragasakis eran compañeros, pero sabía que no aceptarían cualquier cosa. Por ejemplo, no aceptarían que Kala perdiera de nuevo el control como antaño y fuera destruyendo cavernas a su paso. Desde el momento en que me volviese un peligro para los saijits, tratarían de neutralizarme, como era normal. Yo lo entendía. Pero Kala… ¿acaso era capaz de entenderlo?
—«No sé si acabo de pillarlo,» carraspeó Livon tras un silencio ensimismado.
“Y tanto,” intervino Myriah. “Dos mentes en un cuerpo… ¿Cómo es posible? Quiero decir, entiendo que si una mente se ha fundido con otra recién nacida el cambio sea mínimo, como para Jiyari, pero… ¿Y tú? Dices que los recuerdos de Kala fueron sellados pero, ¿y su mente? ¿Parte de él se fusionó con la mente original?”
Mientras la arlamkesa hablaba por vía mental, tratando de entender, el permutador se sostuvo la cabeza resoplando como si todo aquello lo superase. Sonreí, burlón.
—«Qué lío, ¿eh? Pues sí, parte de él se fusionó, con lo que ahora, ni soy realmente el Drey que nació ni tampoco el Kala de antes, si ves lo que quiero decir.» Ante la mirada perdida de Livon, simplifiqué: «Yo soy mucho más normal que Kala.»
Kala se mofó:
—«Tss. Habló el que a la mínima se queda sin sentimientos y se basa en los libros para entender a los saijits.»
—«¿Y? Tú pierdes los papeles a la mínima…»
—«¿A la mínima? Eres tan insensible que ni te das cuenta…»
—«No lo soy,» lo corté.
—«¿Te molesta que te trate de insensible?» rió Kala.
Harto de tanto intercambio, no contesté. Livon parpadeaba admirando los cambios de expresión en mi rostro. Se impresionó.
—«¡Caray! Estaba intentando comparar lo tuyo a como cuando Myriah y yo estamos hablando pero… ¡esto es todavía más caótico!» Rió posando una mano sobre mi hombro diciendo: «Me alegra ver que os lleváis bien.»
Me quedé mirándolo fijamente. ¿Cómo había podido deducir de nuestro intercambio que nos llevábamos bien? Kala, sin embargo, estaba contento. Y yo me preguntaba cómo Livon había podido tragarse toda esa historia tan fácilmente sin dudar un segundo de que no me había vuelto loco. Recordando mi conversación con Yodah sobre la admiración, pensé:
No son la pertinacia ni las acciones imprudentes lo que admiro en ti, Livon. Sonreí. Es tu confianza.
De pronto, oí un crujido y una luz invadió parte de la caverna. Kala se levantó bruscamente para ver una figura salir de Loeria.
“¿Es él?” preguntó Kala, ansioso.
“¿Y cómo quieres que te conteste si vemos exactamente lo mismo?” repliqué.
Pero, sin duda, tenía que ser él porque, instantes después, nos llegó Tchag de entre las rocas y se subió a Livon asintiendo con la cabeza en silencio. Sus grandes ojos me miraban y me sonrió… con una sonrisa menos inocente e ingenua que antaño. O eso me pareció, pero cuando lo vi señalarme con el dedo y agitar la mano ante su narizota fruncida con aire burlón, puse los ojos en blanco. No había cambiado tanto.
—«Ahora que lo pienso,» dijo Livon, «no te di las gracias por habernos liberado de los collares, en Firasa. Estoy seguro de que Tchag también quiere agradecértelo.»
Tchag me observó y asintió otra vez con la cabeza. Me encogí de hombros.
—«Es natural. Vosotros también habéis venido a rescatarme. Somos Ragasakis, ¿no? Nos ayudamos entre amigos.»
Livon se giró hacia mí con expresión suspensa y una sonrisa franca estiró lentamente sus labios.
—«Claro. Es lo natural.»
Cuando Jiyari se acercó lo suficiente adonde estábamos, pude reconocer su mata de pelos rubia. Impetuoso, Kala se abalanzó hacia él llamando:
—«¡Jiyari!»
Con el corazón acelerado, aterrizó abajo de la roca y siguió corriendo hasta que se encontró ante un Jiyari con los ojos anegados de lágrimas. Kala se inquietó.
—«¿Jiyari? ¿Te hicieron daño? ¡Ese maldito príncipe! ¿Bebió tu sangre?»
—«N-no,» balbuceó el rubio. Se sorbió la nariz y, para sorpresa mía, rió mientras sollozaba. «No,» repitió. «Es sólo que temí tanto que te hubieran matado, Gran Chamán… Estoy bien,» aseguró alzando las manos. «Estoy bien. El Príncipe Anciano sólo me hizo unas preguntas… algunas a las que no pude contestar. Es un buen vampiro.»
¡Un buen vampiro, decía! Su rostro era un mar de agua salada pero lo que retuvo mi atención en ese momento fue el color de sus ojos. Eran rojos. Y su piel era gris, más oscura que la mía. Tendí una mano.
—«¿Puedo comprobar algo?»
Le levanté la camisa. Ante la mirada sobrecogida de Jiyari, alumbré con mi piedra de luna y vi los círculos de Sheyra con las tres líneas, brillantes en su pecho izquierdo. Tal vez porque Jiyari era el que sentía más, Lotus se los había puesto en el lugar del corazón. Mmpf. Simbólico y previsible.
—«¿Drey?» preguntó Jiyari con un tono desconcertado.
No sé por qué en ese momento recordé que Jiyari había sido una niña en su anterior cuerpo, me sonrojé y carraspeé, soltando la camisa.
—«Sólo comprobaba.»
“¿Temías que Lotus se fuera a equivocar poniendo los círculos?” se extrañó Kala.
Tosí quedamente y, sin contestar, alcé la vista hacia el rostro brillante de lágrimas de Jiyari y le lancé una pequeña ráfaga de aire para secárselo. Él dio un respingo con el pelo rubio alborotado. Sonreí.
—«En marcha, Campeón. Tengo un diamante que recoger.»
Nos pusimos en marcha hacia el túnel y alcanzamos a Livon, Myriah y Tchag. Al bajarse de la roca, el permutador miró a Jiyari y se detuvo, anonadado.
—«¡Jiyari! ¡Pero si tienes los iris rojos como Saoko! ¡y el ojo negro como la noche! ¿Qué significa eso?»
Dánnelah, murmuré para mí. Me giré hacia el permutador y clavé una mirada incrédula en la suya.
—«¿En serio no te has dado cuenta de que los tengo igual que él?»
Livon pestañeó, atónito. Dedicándole una mueca socarrona, volteé y me puse a andar hacia el túnel a buen ritmo.
“Por Sheyra, Kala,” me burlé mentalmente, “si nos salen cuernos multicolores, a lo mejor ni se entera.”