Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 3: El Sueño de los Pixies
«Imponer o dejar hacer… tal es el juego de los saijits. Por más que queramos quedarnos en las sombras, los inquisidores somos peones de la sociedad.»
Yodah Arunaeh
* * *
Cuando desperté, a la mañana siguiente, me encontré sobre la alfombra del cuarto de Jiyari mientras este dormía a pata suelta en la cama. Reprimí un gruñido. Me pasaba toda la noche consolándolo y así me lo pagaba: tirándome de la cama. Al menos, le había robado la manta.
Me enderecé, recoloqué la manta sobre el Pixie y me quedé observándolo mientras dormía. Sus mechones rubios caían desordenadamente sobre su rostro de tez bronceada. Tenía una expresión sosegada.
“Parece que ya no está histérico,” dije mentalmente.
“Vuelve a llamarlo histérico y te hago la vida imposible,” replicó Kala. “Jiyari es sensible, eso es todo.”
Lo defendía con uñas y dientes, sonreí. No repliqué porque en ese momento me encontré con los ojos negros de Jiyari.
—«Estás… cambiado,» murmuró.
—«Al contrario que tú,» lancé con ligereza. «Ahora que lo pienso, ¿tu piel no debería ser gris todo el tiempo?»
Se enderezó, estirándose mientras confesaba:
—«No lo sé. Di… ¿Qué haces en mi cuarto?»
Lo contemplé con los ojos gran abiertos.
—«¿No lo recuerdas?»
—«Pues no.» Jiyari pestañeó, confuso. «Recuerdo que estaba bebiendo un vaso de licor en casa de Kormer cuando me sacaron dos niños de ahí y… te encontré. Es verdad,» añadió, sonriente. «Recuerdo haber reído un rato porque llevabas una máscara ridícula. Y luego… diablos, te prometí que no bebería nunca más, ¿verdad?»
“Diez kétalos para mí,” se burló Kala.
Puse los ojos en blanco.
—«Cierto.» Supuse que, si no recordaba nada de su crisis de aquella noche, era mejor así. Me dirigí hacia la puerta soltando: «Prepárate. Nos vamos de viaje.»
—«¿En serio?» se emocionó Jiyari. «¿Voy contigo? Espera… Hay un problema,» se ensombreció.
—«¿Cuál?» me sorprendí.
—«El maestro Jok,» explicó el rubio. «Le tenía que llevar una carta de otro escribano de Kozera con la copia de un manuscrito…» Rebuscó en los bolsillos de su túnica gris y sacó los papeles. «Aquí están.»
—«Nos pasaremos por tu Escuela Sabia,» lo tranquilicé. «Ven. Vayamos a desayunar.»
Cuando salimos, todos estaban ya despiertos y desayunando en una de las pequeñas terrazas elevadas dentro de la taberna. Zélif estaba tumbada en un sillón balanceando su pie vendado mientras sorbía un zumo de zorfos, Yeren hablaba del desayuno idealmente equilibrado aunque apenas comía y Reik mascaba a dos carrillos. Los saludé con ánimo:
—«¡Buen rigú a todos!»
Me senté en los cojines, cómodamente recostado, y me puse a rellenar mi plato mientras preguntaba:
—«¿Habéis dormido bien?»
Los tres intercambiaron miradas.
—«Yo como un oso lebrín,» dijo el Zorkia con voz profunda. «Aunque oí jadeos en el cuarto vecino a las tantas.»
Había oído a Jiyari llorar, entendí. Yeren se había sonrojado levemente y se aclaró la garganta mientras señalaba los tugrines a la plancha.
—«Están especialmente buenos.»
Sonreí.
—«Sí, ¡mi desayuno favorito!» Agarré con las pinzas unos cuantos tugrines y, de paso, le serví a Jiyari también antes de agregar: «¿Todavía tenemos tiempo antes de que salga la caravana, no? Sale a las nueve, si no me equivoco, ¿verdad? Jiyari tiene que entregar algo a su maestro y supongo que recoger alguna pertenencia…»
—«Claro, tenéis tiempo de sobra,» aseguró Zélif.
La pequeña faingal alzó entonces la cabeza y la giró hacia las escaleras que subían hasta la pequeña terraza. Vi a Yodah, pero fue el percibir un aura muy familiar lo que me hizo levantarme con el corazón acelerado. ¿Podía ser…?
—«¡Hermano!»
“¡Hermana!” murmuró Kala mentalmente, incrédulo. “Es nuestra hermana, ¿verdad?”
¿Acaso no la reconocía?
—«Yánika,» resollé.
En un remolino de trenzas rosas, mi hermana adelantó al hijo-heredero y se detuvo ante mí, contemplándome con intensidad. Posé una mano enguantada sobre su cabeza, desconcertado.
—«Vaya, Yani… ¿Te has hecho todo el viaje sólo para verme?»
—«Insistió,» dijo Yodah, alcanzándonos. «De hecho, insistió en pasarse toda la noche en vela para terminar con su trabajo y poder acompañarte.»
Parpadeé. ¿Acompañarme? El aura de Yánika estaba cansada y a la vez hervía de alegría.
—«¡Les puse los Datsus!» dijo. «Me ayudó Madre… pero se los puse yo.»
Dejando que el Datsu se tragara mi sorpresa, entendí que el Sello había sido reparado lo suficiente como para aplicar el Datsu de nuevo. Sin embargo, Yani había hablado en plural. ¿Quién…? Agrandé los ojos. Claro. Mi prima Alissa no era la única en carecer de Datsu: la pequeña Suri también lo necesitaba. Teniendo en cuenta que ambas eran hijas de Rafda, el buen barquero debía de estar feliz. Todos debían de estarlo.
Miré a mi hermana con una mezcla de incredulidad y admiración.
—«Eres la salvadora del clan, Yani,» sonreí. «¿En serio repa…?»
—«Drey,» me cortó Yodah a tiempo. Había estado a punto de hablar del Sello ante gente extranjera al clan. Hice una mueca y murmuré una disculpa. Ignorándola, el hijo-heredero mostró una sonrisilla gratamente sorprendida. «Por Sheyra, ¡pero si tengo aquí a dos antiguos pacientes!»
Miró a Jiyari y me fijé en que el Pixie fruncía el ceño, tratando de recordar… Miró a Reik. Este no se había puesto aún la máscara y pude ver el brillo asesino en sus ojos clavados sobre el hijo-heredero.
—«Sucia sanguijuela mental,» tonó el Zorkia por lo bajo. «Lo pagarás algún día.»
Yodah suspiró. De modo que no sólo había interrogado a Jiyari… Yo que había participado en el interrogatorio de un Arunaeh me hice una idea clara de qué era lo que Yodah les había hecho a Reik y a sus compañeros apenas unos días atrás, cuando habían caído entre las manos de los guardias kozereños.
—«¿No te gustó?» se extrañó Yodah. «Fui particularmente suave, ¿sabes? Cuanto más dolorosa y violenta ha sido la vida de mi paciente, más suave soy y más estimulo el placer, la impotencia y el amor. Quisiste confesarme todos tus crímenes, ¿o no? Tranquilo,» añadió alzando las manos al ver que Reik se levantaba bufando. «No suelo hablar de mis sesiones con los pacientes. Siento curiosidad por saber cuál fue tu impresión, eso es todo. Me sorprendería que la calificaras de desagradable.»
—«Yodah,» intervine. «Creo que no es el momento.»
Con el rostro frío como el hielo, Reik se giró bruscamente hacia mí.
—«¿Qué significa esto, Kaladrey? ¿Por qué está aquí ese demonio…?»
Yodah se carcajeó.
—«¿Kaladrey?» repitió.
—«¿No te gusta?» sonreí y traté de borrar mi sonrisa porque Reik podía malinterpretarla. Le dije: «Disculpa. Olvidé que Yodah y tú ya os conocíais. Por eso pienso, Yodah, que si sigues con tu idea de acompañarnos…»
—«Ciertamente, me asusta un poco ese hombre,» me cortó Yodah, burlón, «pero no me acobardaré. Piénsalo, mercenario,» agregó con súbita gravedad, «tú hiciste tu trabajo en tu compañía, y yo hago el mío en las cárceles. No hay nada personal.» El comandante Zorkia seguía rezumando veneno por doquier, pero se quedó inhabitualmente mudo. ¿Bréjica?, me dije. ¿Le habría dicho algo por bréjica? El hijo-heredero asentía, satisfecho. «Bueno, creo que ya conozco a todo el mundo. Un placer volver a encontrarnos tan pronto, Zélif de Eryoran. He decidido acompañar a mis jóvenes parientes aquí presentes para vigilarlos. ¿Vais para el oeste, no? Espero que no os moleste que os acompañe.»
Como si te importase, resoplé para mis adentros. No podía creer que Liyen le hubiese dado el visto bueno. Si quería vigilarme, podría haber mandado a cualquier otro Arunaeh, que no al mismísimo hijo-heredero. Pero… tampoco me imaginaba a Liyen prohibiéndole nada rotundamente a su hijo. Al fin y al cabo, cada Arunaeh elegía su senda…
Mis ojos se movieron solos hacia Jiyari. Attah… Kala se preocupaba por él, vale, ¡pero no era una razón para romper el acuerdo a cada instante! Sin embargo, olvidé el detalle cuando vi que el humano rubio había palidecido.
—«¿Estás bien, Jiyari?» le murmuré mientras Zélif y Yodah hablaban de la ruta que recorreríamos.
Yánika también se interesó por el curioso comportamiento de Jiyari. Entonces, este retrocedió un paso, nervioso.
—«Lo he recordado.»
—«¿Tu interrogatorio con Yodah?» me inquieté.
El Pixie rubio meneó la cabeza.
—«No… El por qué has pasado la noche conmigo.»
Me tragué un bloque de aire súbito. Yánika ladeó la cabeza, intrigada.
—«¿Habéis pasado la noche juntos?»
Hice una mueca.
—«Ar… ¡No! Bueno, sí, pero es que él estaba…»
—«No sabía que os quisierais así,» comentó Yánika.
Sonreía ampliamente, con su aura llena de diversión. Agrandé los ojos.
—«¿Qué?» me atraganté. «¡No! Yo sólo entré porque…»
—«Lo noto,» aseguró Yánika. «Te lo dije. Sé que él y tú os queréis mucho.»
—«Con locura,» mascullé, burlón. «Pero no malinterpretes las cosas, Yani. Y tú, Campeón, ¿de qué te ríes?»
Jiyari reía con su habitual despreocupación y me pasó un brazo por los hombros diciendo:
—«Venga, Gran Chamán, no seas tímido. Quién sabe lo que es nuestro amor, en realidad. ¿Un amor entre hermanos? ¿Un amor entre amantes?»
—«Algo más fuerte,» dijo de pronto Kala.
El que faltaba… Rechiné los dientes mentalmente.
“Kala, los dos días y medio, ¿los recuerdas? Para qué haré acuerdos contigo…”
Jiyari enarcó una ceja y sonrió anchamente.
—«¿Un amor que ningún saijit puede entender, entonces?» propuso. Y me soltó al fin diciendo con serena franqueza: «Gracias, Drey. Te debo una por lo de esta noche.»
Su sinceridad era tal que me calmé de golpe y dije con parquedad:
—«De nada. Es lo que hacen los amigos.»
Insistí bien en la palabra y, consciente de que ahora todos me miraban, me froté vigorosamente la cara, me senté ante mi desayuno y mascullé:
—«¡Attah…! No puede uno desayunar tranquilo.»
Y me puse a engullir los tugrines a la plancha con hambre.
* * *
Tras llevar a Neybi del establo a la plaza de caravanas y dejar que los demás colocasen sus trastos sobre ella, Yánika y yo acompañamos a Jiyari hasta la Escuela Sabia para que este entregase el encargo y se despidiera de su maestro. De camino, mi hermana se puso a contarme su estancia en la isla.
—«No tuve tiempo de visitar mucho el lugar,» confesó, «pero el abuelo Rayp insistió para que subiéramos hasta la cima de la colina. Me dijo que antes solía subir contigo.»
—«Mm… Las vistas son hermosas, ¿eh?» sonreí.
—«¡Maravillosas! Bueno, no se ve mucho aparte de las luces pero… me gusta el Mar de Afáh.» Sus ojos centellearon al decirlo. Me agarró del brazo mientras añadía con ánimo: «¡También me hice amiga de Alissa! No sabía que tuviera una prima de mi edad, ¿por qué no me lo dijiste? ¡Es tan dulce! La persona más dulce que conozco. Apenas se atrevía a hablar, y tan tranquila… La tía Sasali dice que siempre ha sido así y que al menos no parecía necesitar el Datsu tanto como otros. No era del todo cierto pero… ¿Sabes? Le he prometido que le llevaré una flor de soredrip de Firasa cuando vuelva. A ella también le gusta el blanco.»
Siguió hablando de su prima hasta que notó mi turbación y preguntó:
—«¿Qué pasa?»
Meneé la cabeza.
—«Nada. Me alegro de que te haya gustado la isla. ¿Estás segura de que no quieres volver?»
Yánika hizo un mohín absorto.
—«Volveré, pero más tarde. Mi trabajo ya estaba casi terminado y Madre me dijo que ya no estaba obligada a quedarme. Ella… me ha ayudado mucho, ¿sabes? En unas semanas, he entendido muchísimas cosas sobre el Datsu. Pero… también quiero ayudar a los Ragasakis. Y ayudarte a ti.»
Suspiré. Yánika quería ayudarme. Yodah también. ¿Acaso les había pedido auxilio? No. Sin embargo… Ahora que estaba a su lado, me daba cuenta de lo mucho que la había echado de menos y de lo mucho que su aura me influenciaba. Con ella, tenía la impresión de ser más saijit. Y de estar más vivo también. Pasé una mano fraternal por sus hombros.
—«Gracias, Yani. Por venir.»
Yánika me devolvió una sonrisa con los labios apretados. Murmuró:
—«Los Arunaeh son buena gente, pese a todo… pero tú eres mi mejor familia.»
Ante sus palabras, sentí un impulso de cariño.
—«Lo mismo digo,» dije con suavidad. Caminamos un instante en silencio. Entonces, solté: «Una pregunta. Madre no intentó cambiarte el Datsu, ¿verdad?»
Para alivio mío, Yánika negó con la cabeza.
—«Ella no es así, Drey. Pero, de todas formas, no podría. No es mi Datsu el que provoca el aura: soy yo. El Datsu sólo provocó la mutación. Aunque… como no era tan eficaz contra las intrusiones bréjicas como los demás, Madre y yo intentamos cambiarlo un poco para hacerlo más resistente al miasma,» confesó.
Una mutación. No lo sabía. Sin duda, revertirla quedaba fuera de las capacidades de un brejista. La miré. No parecía entristecerse por ello: había asumido su poder desde hacía tiempo y su estancia en la isla no iba a cambiarlo. Sonreí interiormente y meneé la cabeza.
—«Creía que el concepto del Datsu no te convencía. ¿Por qué les has puesto uno a Alissa y a Suri entonces?»
El aura de Yánika vaciló.
—«Bueno. Es cierto que no sé muy bien qué pensar del Datsu. Pero Alissa se sentía muy triste porque no lo tenía. No lo decía, porque no quería molestar a los demás, pero se sentía tremendamente triste incluso con la protección que le pusieron contra el miasma… Cuando desapareció el miasma, lo noté claramente. Madre dijo que los Arunaeh necesitaban el Datsu. Incluso yo tengo uno, aunque no funcione igual. Creo… que hice bien poniéndoselos.»
Una ligera duda flotaba en su aura decidida. Sonreí y asentí.
—«Ya sabemos quién será la próxima Selladora del clan.»
El aura cambió de pronto, resplandeciente de orgullo, y la vi sonreír con todos sus dientes, riéndose por lo bajo.
—«¡Eso mismo me dijo Lústogan!»
Ralenticé de golpe. ¿Lústogan? Mmpf. Me burlé:
—«Supongo que después de verlo coger almejas con el abuelo no te dará tanto miedo.»
Yánika resopló, divertida.
—«Mm… Es igual de seco que siempre. Pero hemos cenado todos juntos casi todos los días y creo que empiezo a entenderlo mejor. En realidad, piensa mucho en su familia.»
—«Sin duda, mucho. Y ahora, por lo visto, tú has entrado en ella.» Intercambiamos una mirada pensativa y apunté, bromista: «Ya le ha costado.»
Resoplamos de risa. Jiyari, que iba caminando delante, se detuvo en ese momento señalando un gran portal que conducía a un ancho edificio en madera de tawmán.
—«Aquí es,» dijo. «Seré rápido.»
Asentí y, tras verlo empujar el portal y entrar, me recosté contra el muro de piedra que rodeaba la Escuela Sabia de los Escribanos de Kozera.
—«¿De modo que el miasma desapareció por completo?» pregunté tras un silencio.
Yánika asintió.
—«Sí. Según Madre, el Sello todavía no está como antes, pero ahora es posible crear Datsus por lo menos.»
—«Bueno, es la razón de ser del Sello, ¿no?»
Yánika hizo una mueca y sentí su aura reservada.
—«¿Hay otra razón?» me extrañé.
Nunca se me había ocurrido que el Sello pudiera servir para otra cosa que para poner Datsus. Yánika se mordió un labio y se cruzó de brazos pensativa.
—«La hay. Pero… no puedo decírtela.»
Su aura sólo podía impulsar mi curiosidad. Adivinándola, Yánika se incomodó… Desaté conscientemente mi Datsu para aplacar mi indiscreción.
—«Entonces no me digas nada,» la tranquilicé. «Para ser Selladora, saber guardar secretos es un deber.»
Yánika sonrió, aliviada al ver que la entendía. Nos sentamos contra el muro, viendo la gente pasar. Un drow forzudo transportaba varias sillas; un niño humano que iba con un anobo cargado de cántaros hacía sonar una campanita para que todos supieran que el lechero estaba pasando por la calle; poco después, cinco aprendices escribanos entraron por el portal sin reparar en nosotros, murmurando entre sí. De pronto, mi hermana sonrió y preguntó:
—«¿No te recuerda algo? Aquel día, en Dágovil, cuando jugamos al cuenta-humanos y que yo no sabía reconocer a los caitos.»
Me reí.
—«Sí. ¿Te acuerdas? En aquella época, medías poco más que esto,» dije, apartando la mano del suelo de unos centímetros.
Yánika me dio un codazo.
—«¡Eso no es posible!»
—«Poco más,» aseguré. «Eras un renacuajo.»
Yánika se carcajeó, protestando, y me burlé de ella hasta que nos sumimos en otro silencio sereno. Entonces, murmuró:
—«Aquel día, también vimos a la niña gris que te dio la lágrima dracónida.»
Inspiré y asentí.
—«Cierto. Y ahora yo tengo las mismas pintas que ella, ¿verdad?»
Yánika me miró de reojo.
—«¿Qué tal lo llevas? Ya sabes,» añadió, «Yodah me dijo que probablemente Kala y tú…»
Asentí.
—«Habla como un cotorro, no nos ponemos de acuerdo y tenemos intereses distintos… pero vamos tirando. ¿A que sí, Kala?» añadí, burlón.
Kala resopló.
—«Tan mal acompasados no estamos,» matizó en voz alta.
—«No, pero me prometiste que me dejarías el cuerpo hasta las tres de la tarde, te recuerdo,» mascullé entre dientes.
Para sorpresa mía, Yánika ahogó una risa detrás de su mano.
—«No… ¿En serio es así?» preguntó.
¿Le hacía gracia? Suspiré con una leve sonrisa.
—«Como lo ves. Lo peor es que Kala es más ingenuo que un niño. En realidad, cuando se metió en la lágrima, tenía mi edad y el cuento de los setenta años es falso como que dos más dos son cinco. Y considerando que él ha vivido tantos años encerrado, huyendo y sufriendo, no sabe leer y no sabe nada del mundo. Odia a los saijits salvo a los Arunaeh, e ignora que él es un saijit…»
—«Y me llamas cotorro a mí,» replicó Kala.
Yánika volvió a resoplar de risa. Kala y yo suspiramos al mismo tiempo. Entonces, alcé la cabeza.
—«¿No está tardando demasiado?»
Llevábamos ya un buen rato ahí sentados. Me levanté y me acerqué al portal. Vacilé. Y le dije a Yani:
—«Voy a entrar. Espera aquí, ¿quieres?»
Yánika asintió agarrando los barrotes del portal.
—«¿Crees que le ha pasado algo?» se inquietó.
Me encogí de hombros en signo de ignorancia y pasé el portal. Anduve por el camino terroso. Al ver que ahí no había ni jardines ni flores, recordé cómo Jiyari se había emocionado ante la perspectiva de vivir en una casa florida. ¿Por qué no habría sembrado ahí algunas semillas? El trozo de tierra era estrecho, pero probablemente hubieran crecido bien. ¿Se lo habría prohibido ese tal maestro Jok?
Subí hasta la veranda del edificio, donde me interceptó un humano escribano con sotana blanca.
—«¡Hey! Lo siento pero no se puede entrar ahí sin permiso. ¿A qué vienes?»
—«A por Jiyari,» repliqué. «¿Lo conoces?»
El escribano arqueó las cejas, detallando mi rostro con prudencia.
—«¿Jiyari? No, nunca he oído ese nombre. Por favor…»
Me señalaba la salida justo cuando oí una exclamación:
—«¡Mensig! ¿Adónde te crees que vas?»
Me erguí. Mensig, me repetí. Es verdad. Ese era el nombre que llevaba oficialmente Jiyari desde que se había transvasado a ese cuerpo. Ignorando las protestas del escribano, rodeé el edificio y vi a Jiyari en la veranda, despatarrado en el suelo con numerosos cuadernos desparramados a su alrededor. Ante él, se erguía un kadaelfo furibundo con la mano alzada.
—«¡Estoy harto de tu comportamiento!» tonó controlando mal su cólera. «¿Quieres irte otra vez a codearte con criminales? ¡Ya te trajo hace unos días la guardia de Kozera y cubriste a toda la Escuela de vergüenza! He sido siempre demasiado clemente contigo. Te veía como a un niño trastornado, pero ahora me doy cuenta de que eres un maldito pícaro que se aprovecha de la generosidad de los demás.»
—«Maestro Jok,» balbuceó Jiyari, alzando las manos. «¡Lo siento un montón, pero tengo que ir!»
El maestro Jok lo asesinó con la mirada y se adelantó para agacharse y agarrarlo del cuello de su camisa siseando:
—«¿Cuántas veces te has disculpado, niño borracho? Ya ni las cuento. Pero se acabó. Esta vez de verdad. Si quieres marcharte, vete, pero no vuelvas nunca. Nunca perteneciste a esta escuela, nunca te recogimos. Fue el mayor error de mi vida.»
Lo soltó. Kala temblaba de rabia. Pese a mí y pese a las súplicas del humano escribano que me había seguido, se adelantó hacia ellos rugiendo con voz envenenada:
—«Eso es: no lo mires, no le hables. Olvídalo, sucio saijit.»
El maestro Jok se quedó helado, mirándome, mientras Kala ardía por dentro y por fuera de una ira apenas contenida. Por más que yo le gruñía, Kala me ignoró. Su rabia era más fuerte que mi razón y mi cuerpo ya no me obedecía. Se agachó para ayudar a Jiyari a recuperar los cuadernos de dibujos que había ido acumulando durante años y, bajo la mirada suspensa del rubio, Kala graznó:
—«Vamos.»
Ya nos alejábamos cuando el maestro Jok lanzó, inquieto:
—«¿Quién demonios es ese hombre, Mensig?»
Jiyari se detuvo un instante en la esquina del edificio y le dedicó una sonrisa extrañamente tímida.
—«Es mi hermano. Gracias, maestro. Por todo lo que me has enseñado. Tienes razón, nunca fui un buen aprendiz, pero ya no te preocupes por mí: no volveré a causarte problemas.»
Se inclinó ante el escribano anonadado y se apresuró a seguirnos afuera a Kala y a mí.
—«Al fin libre,» lo oí murmurar.
Kala sonrió. Yánika nos vio llegar, aliviada.
—«¡Vamos!» dijo. «La caravana estará a punto de salir.»
Habíamos tardado más de lo previsto, reconocí. Retomando mi cuerpo, asentí y los tres nos pusimos a andar con rapidez.
—«¿Era necesario llevarte tantos cuadernos?» pregunté.
Jiyari hizo una mueca que se transformó en una sonrisa divertida.
—«Lo siento. Son recuerdos.»
Y no había nada tan importante para una mente que lo olvidaba todo como los recuerdos bien materiales, entendí. Puse los ojos en blanco sin contestar.
Cuando llegamos a la plaza de las caravanas, la nuestra ya estaba saliendo y Zélif, Yeren, Reik y Yodah nos esperaban con impaciencia. Nos disculpamos por la tardanza y nos apresuramos a ponernos en marcha. Zélif y Yánika lograron una plaza en un carromato, la una porque Yeren le prohibía andar con la herida en el pie, la otra porque, tras pasarse toda la noche lanzando sortilegios bréjicos, se caía ya de cansancio y amenazaba con hacernos caer a nosotros. Enseguida me enteré cuando se sumió en un sueño profundo.
La caravana salió rápidamente de Kozera y tomó una ruta por la que yo sólo había ido una vez, para construir un canal con mi hermano. Mientras avanzaba junto a Neybi, pude ver que la caravana iba mejor escoltada que entonces: no había menos de una quincena de guardias vigilando la procesión desde distintos puntos.
—«El jefe de la caravana me ha dicho que el viaje costaba sesenta kétalos por persona,» me informó Yodah desde atrás. «Ha subido desde la última vez.»
Me dejé alcanzar y pregunté:
—«¿Pagaste tú por nosotros?»
—«Por Yánika y por ti. No por el dandi, ni por el destructor.»
Destructor, me repetí, echando una mirada burlona a Reik, quien guiaba a Neybi por las riendas. El Zorkia llevaba la máscara. Yo había decidido que era mejor no llevarla. Al fin y al cabo, mi mutación no parecía ser pasajera, así que de nada servía ocultarla.
—«Pues qué lástima,» dije entonces, «porque no tengo bastantes kétalos. ¿Te importaría?»
Hubo un silencio. El hijo-heredero se encogió de hombros, descolgó su bolsa de kétalos y me la dio.
—«Quédatela. Pero, a cambio, tú te encargas del dinero.»
Su confianza no me sorprendió. Y, aunque su encargo no me agradó, llevaba demasiado tiempo ocupándome yo de las transacciones para protestar. Acepté la bolsa y me la até al cinturón diciendo:
—«Hablaré con el jefe de la caravana durante la pausa.»
—«Mm,» aprobó Yodah, sonriente. «Por cierto, ahora que lo pienso, Lústogan me pidió que te dijera algo.»
—«¿Lúst? ¿El qué?» me intrigué.
El joven inquisidor citó:
—«Como no la hayas roto en dos meses, lamentaré no haberla usado para los dos millones.»
Agrandé los ojos. El diamante de Kron… Casi lo había olvidado. Es decir, sabía que estaba ahí y lo guardaba con empeño pero llevaba semanas sin intentar buscar sus puntos flojos. Conociéndome bien, Lústogan había decidido recordarme el desafío y me daba un plazo para meterme presión. Sonreí y hundí mis manos en los bolsillos agarrando con una el diamante.
—«No lo lamentarás,» murmuré.