Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 3: El Sueño de los Pixies
«La primera vez que la vi, sentí su sinceridad a espuertas… Temí volver a mirarla.»
Yodah Arunaeh
* * *
Durante el principio del viaje, atravesamos campos agrícolas, rodeamos enormes estalagmitas y columnas y pasamos ante granjas y pequeñas aldeas sin detenernos. No logré hablar con el jefe de la caravana durante la pausa y tuve que esperar al o-rianshu para verlo. Los carromatos formaron un círculo y, a medida que la luz de las piedras de luna de la gran caverna se volvía más apagada, se fue iluminando el campamento de más linternas. El ambiente estaba tranquilo y, en los pequeños corros de viajeros que se fueron creando para la cena, se charlaba amenamente o se guardaba silencio. Viejos, niños, enfermos y peregrinos de todas las razas estaban ahí, casi todos con destino al Sanatorio de la Doncella de la Vida. Pasé por en medio del círculo hasta donde se encontraba el carromato de cabeza de fila. Los caravaneros ya estaban sentados alrededor de una placa metálica con un puchero humeante. Alcé una mano.
—«Disculpad. ¿Alguno de vosotros es el jefe? Es que tengo a dos compañeros a los que todavía no he pagado la travesía.»
Las miradas convergieron hacia un nurón vestido de manera colorida y excéntrica. Parecía un vidente. Recogió su ancha cola a su lado y se pasó una mano por su barbilla observándome con evidente interés.
—«¿Dos viajeros? ¿Y se me han colado sin que me dé cuenta, eh?» Fulminó a sus compañeros y suspiró. «Me estoy haciendo viejo. Gracias por tu honestidad,» añadió, aceptando los ciento veinte kétalos.
Dejó que un colega suyo los contara y me dijo:
—«Espera. ¿Eres del grupo del Arunaeh, verdad? Deja que te invite a un trago de algayaga.»
No podía rechazar tal invitación. Me incliné.
—«Siempre y cuando no le echéis alcohol, acepto con placer.»
El nurón se levantó tendiendo su larga mano empalmada.
—«Soy Mag'yohi Robelawt.»
—«Drey Arunaeh,» contesté, estrechándole la mano.
Era la primera vez en mi vida que se la estrechaba a un nurón. Sentí que esta se tensaba y él me miraba con más detenimiento.
—«¿Arunaeh? Pero el aspecto…»
Los demás caravaneros me contemplaban igual de enfriados… Puse los ojos en blanco.
—«Soy destructor de roca, no brejista,» dije, como si eso lo explicase todo. «Mi pariente de ahí, en cambio, es un experto cocinador de mentes: las manipula, las tritura, las cocina a fuego lento… Pero sólo se ocupa de los criminales. Podéis estar tranquilos.»
Hubo un silencio en el que tan sólo se oyeron los resoplidos suaves de los anobos y las voces de los demás corros. Entonces, Mag'yohi Robelawt sonrió con una de esas sonrisas nuronas que enseñaban todos los dientes hasta las muelas.
—«Reitero mi invitación. Perdón por mi reacción. Fue la sorpresa. Ponte cómodo.»
Me puse cómodo en el círculo y acepté la algayaga metida en un recipiente óseo que debía de haber pertenecido al caparazón de un corriacero. Ya había bebido algayaga con mi hermano, pero se decía que la verdadera, la que tomaban los nurones, era más amarga y viscosa. Bajo la mirada curiosa de los caravaneros, tomé un trago… Y el sabor me llenó toda la boca como si se me hubiera metido ahí alguna criatura viscosa y desagradable. Kala enseguida protestó. El acuerdo había acabado, pero esa no era una razón para hacerme escupirlo todo. Hubiera sido descortés. Tragué. Lo tragué todo sin poder contener una mueca de asco. Tras elegir las palabras alcancé a decir:
—«Qué brevaje.»
No se me pasaron las sonrisas reprimidas de los caravaneros. Mag'yohi Robelawt, él, sonreía ampliamente. Se tragó todo su cuenco óseo antes de decir:
—«¡Ah! No sé si sabrás, joven mahí, que quien comparte algayaga con un nurón sin vomitarla no ha de despreciar tampoco la cena. Ya debe de estar lista.»
Apartó la tapa del puchero, removió y me sirvió el primero. Un plato de cereales con pimientos y trozos de rowbi. Eso sí que fue un manjar y, mientras cenábamos, Mag'yohi Robelawt se puso a hablar con orgullo de las tradiciones culinarias nuronas. Uno de sus hombres lo cortó:
—«¡Pero vamos! Si este es un plato de lo más terrestre.»
—«Los nurones no somos sólo acuáticos, Belo. La prueba: casi toda mi familia vive en el sanatorio de la Cascada de la Muerte. Yo soy la oveja negra que no quería hacerse enfermero.»
—«Pero les llevas clientes,» apuntó un humano de tez oscura.
—«Es verdad…»
—«¡Y noticias!» intervino una elfa con una pose de lo más masculina. «Esta misma mañana, me he enterado de algo en el bazar de Kozera que te sacará ríos de lágrimas y te secará los ojos, jefe.»
La sequedad y la deshidratación eran problemas mayores para los nurones y esa parecía ser una expresión habitual que le arrancó a Mag'yohi Robelawt un ruido cómico de protesta. La elfa agitó la mano e informó haciéndose más seria:
—«Al parecer, unos ladrones entraron en la biblioteca de Donaportela y robaron el Cristal del Saber.»
—«¿El Cristal de qué?» lanzó un vecino suyo.
Por lo visto, era saber popular porque la elfa le propinó un golpe gruñendo:
—«¡Ignorante! Se dice que el Cristal del Saber contiene un saber enorme, con grandes secretos y un arma que podría acabar con el mundo de usarse mal.»
—«Bobadas,» dijo el tal Belo. «¿Y cómo es que dejaron que les robaran algo así?»
—«¿Se sabe quién lo hizo?» preguntó Mag'yohi Robelawt. El pronóstico de la elfa no estaba tan alejado de la realidad: los ojos del nurón brillaban de lágrimas, impactados. Empezaba a entender que esos caravaneros tenían una ligera vena teatral.
La elfa sacudió la cabeza.
—«No se sabe nada. Pero se sabe que eran dos los intrusos. ¿Os imagináis? ¡El fin del mundo!» Rió, sin duda lejos de créerselo, y agregó: «Otra cosa.»
—«¿Otro fin del mundo?» se burló Belo.
—«No, no. Esto no tiene nada que ver.»
—«Deberías haber sido pregonera, Sayla,» se burló el caito, el más forzudo de todos ellos.
—«Bah, bah. ¿Habéis oído lo que ha pasado en Doz con los Yaraga?»
Me erguí.
—«¿Qué ha pasado en Doz?» pregunté.
Estaba seguro de que, si le hubiese pasado algo a Pargwal de Isylavi, la noticia habría volado. Los ojos de la elfa chispearon de placer al convertirse en el centro de atención. Belo se le adelantó:
—«Eso lo sé. Al parecer, los Yaraga, esos chiflados, se han…»
—«¡Atrincherado en su templo y los dagovileses no se atreven a lanzar una ofensiva directa!» terminó Sayla. «Se dice que hay niños entre ellos, por eso quedaría mal acribillarlos con flechas. Además, al parecer, ningún Yaraga lleva armas, porque se lo tiene prohibido su Dios Único. ¿A que eso no lo sabías, Belo?»
Fruncí el ceño. Eso no concordaba con los enmascarados que habían entrado en tromba en La Medusa Gigante para amenazar a quien se atreviese a acercarse a sus Gemas de Yarae. Ellos llevaban dagas. Así que o bien el rumor era falso o bien esos tipos no eran Yaraga.
—«Doz es Dágovil,» gruñó el caito. «Que los problemas de Dágovil los resuelvan los de Dágovil. Si los Yaraga se nos meten en casa, los mandaremos de vuelta al norte. Lo mismo que esos Ojos Blancos de los que se habla últimamente.»
—«Esos son cuentos, Mulgar,» masculló Sayla con tono de advertencia.
—«¿Cuentos? Por algo contratamos a más guardias últimamente…»
—«Por favor, no preocupemos a los clientes,» los interrumpió Mag'yohi Robelawt alzando su cabeza azul y haciendo vibrar las branquias.
Cuando capté alguna mirada, entendí que hablaban de mí y los tranquilicé:
—«No estoy preocupado. En realidad, mis compañeros y yo andamos tras los Ojos Blancos. Capturaron a una amiga mía y puede que a alguno más que fue a buscarla.»
Mis palabras les arrancaron a todos muecas y comentarios incrédulos.
—«Ese es un destino arriesgado,» comentó Mag'yohi Robelawt, «pero un propósito noble.» Se cruzó de brazos asintiendo varias veces con su morro. «Nuestra caravana llegará al sanatorio mañana, pero luego seguiré subiendo hacia las aldeas que están más allá de la cascada. Cuenta unos cuatro días antes de que alcancemos nuestro destino, en los lindes del Bosque Ribol… He oído decir que esa zona es peligrosa últimamente y que no hay ninguna caravana que ha pasado por ahí en dos meses. Pero yo siempre he ayudado a los curanderos a alcanzar las aldeas más recónditas y no soy hombre que cambie fácilmente…» Me dedicó una pequeña sonrisa con la lengua medio sacada. «Prometo que al menos estaréis seguros hasta ahí. Más allá… no puedo prometeros nada.»
Me incliné con respeto, dejé el plato y me levanté diciendo:
—«Gracias por la protección, por la deliciosa cena… y por la algayaga.»
Les arranqué una sonrisa. Agregué:
—«Estad seguros de que, si alguna roca nos bloquea el camino, me encargaré de ella.»
—«Ese sin duda es un gran alivio,» reconoció el jefe de caravana con sinceridad.
Me incliné y finalmente me alejé para volver con los demás. Aún estaban cenando y me acogieron con miradas curiosas.
—«¿Qué tanto te han dicho los caravaneros?» preguntó Yánika, curiosa.
Les resumí la conversación y Yodah apartó su plato con una mueca pensativa y hasta inhabitualmente preocupada. ¿Estaría pensando en los Yaraga y su conexión con un pretendido Lotus? ¿En el Cristal del Saber? ¿O en los Ojos Blancos?
—«Arpías andantes,» dejó entonces escapar. «Si yo hubiese ido con los ciento veinte kétalos, ese nurón se habría inclinado muy bajo pero no me habría invitado a beber nada. ¿Cómo lo haces?»
Entorné un ojo. ¿Eso era lo que lo inquietaba? Le dediqué una sonrisa traviesa.
—«Es una cuestión de estilo, Yodah. Yánika me ha enseñado mucho.»
El aura de esta se sobrecogió.
—«¿Yo?» se sorprendió Yánika.
—«Tú, hermana,» afirmé, levantándome. «En fin, creo que voy a irme a dormir. Con tanta caminata, estoy molido. Pásame la mochila, ¿quieres?»
Nos acomodamos lo mejor que pudimos para pasar el o-rianshu mientras los demás corros hacían lo mismo. Zélif se encontró un pequeño rincón cubierto de musgo, Yeren, siempre previsor, desplegó nada menos que una colchoneta, Jiyari se tendió en la hierba azul y se quedó dormido en unos segundos y Reik se recostó contra Neybi, como si no le molestase dormirse medio sentado y se sintiese más seguro con un anobo al lado. Yodah había traído unas grandes mantas mullidas de la isla y me tumbé encima bostezando:
—«Como dirían en la Superficie, buenas noches.»
Yánika sonrió y cerró los ojos acurrucándose.
—«Buenas noches, hermano. Buenas noches, Yodah.»
El hijo-heredero bajó unos ojos sonrientes, igual de negros que los de ella.
—«Dulces sueños, familia.»
No me dormí enseguida. Durante el día, me había pasado horas examinando de nuevo el diamante de Kron sin conseguir nada pero ahora tenía la impresión de que, si buscaba un poco más, encontraría un punto flojo. Sólo un poco más y…
“Tu hermano,” murmuró Yodah por bréjica tras un largo silencio, “me pidió que os protegiera a los dos.”
Olvidé mi diamante de Kron y giré la cabeza hacia él. Yánika estaba tumbada entre nosotros y comprobé que ya se había quedado dormida. No contesté. Yodah agregó en un susurro mental:
“Yánika… fue por mucho tiempo un desequilibrio en la balanza. Nadie sabía qué opinar sobre ella. Pero tú nunca la abandonaste. Y tenías razón.”
Fruncí el ceño. ¿Qué quería decirme con eso? ¿Que Yánika había sido al fin aceptada por su clan porque había sido capaz de ayudar a la Selladora?
“Ahora que os resulta útil, la aceptáis,” dije. “¿No es así? Incluso tú la ignoraste al principio.”
Yodah no contestó de inmediato. Entonces, reconoció:
“Me equivoqué. Ella no es ningún desequilibrio. Es el caos en el Equilibrio. Si fuera sacerdote, diría que fue un regalo de Sheyra. Yánika es… un alma maravillosa.”
Me quedé suspenso. ¿Un alma maravillosa? Sin duda… debía de serlo. Para mí, Yánika era una luz brillante y constante que me alegraba los días. Sin embargo, hubiera creído que Yodah hablaría de sus capacidades de Selladora, de lo útil que podía resultar para el clan… pero no. Yodah no era así. A él lo que le interesaban eran las mentes. Y la mente de Yánika le había parecido maravillosa.
“Si algún día… No,” se corrigió Yodah de súbito. En la conexión bréjica noté un suave impulso de alegría cuando declaró: “Sin duda alguna, desearía que algún día ella fuera la madre del próximo hijo-heredero.”
Creí haberme tragado otro vaso de algayaga. Tumbado boca arriba en el silencio interrumpido por carraspeos y toses, pensé en las uniones que llevaban a cabo los Arunaeh. Diferían de las uniones típicas de los Pueblos del Agua en que un hombre y una mujer fundaban una familia. En el clan, el caso de mis padres era poco común: muchos hermanos eran en realidad hermanastros, con el fin de evitar consaguinidades demasiado próximas y porque, no habiendo celos ni pasiones, un sistema así no suponía ningún problema. Sin embargo, ahora Yodah estaba proponiendo algo que no había pasado en generaciones: que un hijo-heredero se uniera a la heredera de la Selladora. Aun así, no lo hacía por eso, ni por cuestiones prácticas sino porque… pensaba que Yánika era maravillosa.
Resoplé y me retuve de hablar en voz alta.
“Yodah. Ella no tiene edad para decidir aún si…”
“Lo sé,” me interrumpió él con calma. “Esperaré a que cumpla los dieciocho. Incluso puedo esperar más. Sé que no será fácil porque ella no piensa como un Arunaeh normal. Se asustará tal vez, pensará que no la amo lo suficiente, tendrá dudas… Pero haré que me ame. Sin trampas. Sin mentiras. Sé lo importante que es para ella la honestidad.”
Attah, inspiré. Su idea me sorprendía. Nunca se me había ocurrido que un día alguien de mi clan, el hijo-heredero en persona, fuera a ponerse un desafío de ese calibre. Y no me quedaba duda de que, en este caso, Yodah no estaba jugando: iba completamente en serio.
“Bueno…” murmuré al fin. “Si, en ese momento, ella acepta, habrás ganado. Pero te advierto, Yodah.” Me apoyé sobre un codo para mirarlo a los ojos. No supe entonces si fue Kala o fui yo el que habló y dijo: “No sólo debes amarla. También tendrás que protegerla y hacerla feliz. Si no lo aguantas, ríndete.”
Yodah sonrió con decisión.
“Se dice que los Arunaeh del linaje principal somos más tozudos que el resto.”
Cerró los ojos con desenfado y murmuró:
“Simplemente, no olvides que aquí hay otro Arunaeh que desea protegerla como sea y aceptarla tal y como es. Que duermas bien, Kaladrey,” bromeó.
Rompió la conexión bréjica y suspiré, volviendo a tumbarme. Dioses. Prefería no pensar demasiado en las palabras de Yodah. Aunque, en el fondo, me sentía aliviado. Yánika ya no era una paria de su familia. ¿Cuántas veces, de pequeña, me había preguntado por qué no podía ir a la isla? ¿Que por qué no podía ver a Madre? Que por qué Padre y Lústogan la despreciaban… Que por qué su poder asustaba tanto a la gente.
Pero ahora era diferente. Yánika había seducido a su insensible familia. Había aprendido a ser respetada. E incluso admirada.
Cerré los ojos escuchando el aura apacible de mi hermana. Y una sonrisa burlona estiró lentamente mis labios.
Yodah… pensé. No sabes en qué lío te has metido.