Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 1: Los Ragasakis
Casi estática, la niebla envolvía el ancho valle, enredándose en las ramas de los árboles, rozando la hierba húmeda y flotando sobre las aguas del lago Lur, oscuras y silenciosas. Eché un vistazo hacia atrás al llegar a una curva del camino. El peñasco de Skabra hacía tiempo que había dejado de divisarse a través de esa persistente niebla. Llevábamos ya un par de horas andando.
Rozzy abría la marcha, encapuchado, presto y decidido. Según Yeren, seguíamos la ruta de Nyuri, que bordeaba el lago hacia el oeste y se adentraba luego en las montañas para unir, tras interminables curvas y túneles, la capital del Goli. Sin embargo, nosotros no nos dirigíamos ahí: tras otra hora de marcha en que la niebla se levantó al fin, dejamos el lago y remontamos el río que desembocaba en este, alejándonos de la ruta por el norte.
—«Disculpa, Protector,» soltó Yeren cortésmente. «¿Está aún lejos ese guía al que contrataste?»
Rozzy ni siquiera giró la cabeza cuando respondió:
—«No falta mucho, pero tendremos que cruzar el río. Hay un vado un poco más lejos.»
—«¿No se puede hacer una pausa?» se quejó Orih. «Llevamos todo el día andando…»
—«Acabamos de salir hace tres horas, Orih,» la corrigió Sanaytay con una sonrisilla de disculpa.
La mirol puso cara sufrida y refunfuñó algo ininteligible. Sin girarse aún y sin una palabra, Rozzy cerró el puño nerviosamente y apretó el paso.
—«Creo que el járdico se ha mosqueado,» murmuró Sirih.
Sin duda, confirmé mentalmente. La impaciencia del tal Rozzy por encontrar a su amigo gurú era tan evidente que me costaba creer que lo hubiera traicionado… pero entonces, ¿por qué el gobernador de Skabra, que parecía conocerlo mejor, sospechaba de él?
Cuando alcanzamos el dicho vado en el río, el día se había aclarado, el viento se había levantado y los rayos de sol conseguían infiltrarse de cuando en cuando entre las nubes. Al acercarnos al río, vi a Tchag descolgarse a medias de la mochila de Livon para recoger una flor de un amarillo pálido. Lo vi darle vueltas a su hallazgo y respirar su aroma… Puse los ojos en blancos. Aquella noche, en el albergue del Manantial, Yani y yo habíamos compartido cuarto con Livon y Naylah, y había temido que el imp nos diera la noche convirtiéndose en espectro. Lo habíamos atado con cadena y todo… Pero el imp había dormido plácidamente hasta el alba. Para sorpresa de Livon. Yo empezaba a sospechar que el poder de Yánika tenía algo que ver en ello.
Rozzy saltó sobre una roca y repitió el proceso hasta alcanzar la otra ribera. El río era poco profundo, pero caía con fuerza. Me giré hacia Yánika.
—«Ten cuidado,» la avisé.
Nos pusimos a cruzar el río uno tras otro con precaución. Estaba posando los pies en la ribera justo detrás de Yánika cuando de pronto me encontré de vuelta en la otra orilla. Rozzy, que me había visto desaparecer, se había quedado atónito. Yo sentí mis ojos encenderse como fuegos y exclamé:
—«¡Livon, serás vago!»
El aludido, que había permutado conmigo para cruzar el río, se echó a reír ruidosamente. Las mochilas no habían permutado y, a mis espaldas, advertí que Tchag me echaba una ojeada curiosa sin parecer demasiado sorprendido. Mar-haï, Livon… Cuando lo alcancé, el maldito aún se estaba riendo. Le dediqué una sonrisa maligna y lo despeiné con una violenta ráfaga de aire mientras Tchag saltaba hasta el suelo.
—«Gracias, Livon,» le solté mientras continuaba tras los demás, río arriba, sin pararme, «mi mochila pesa más que la tuya. Se agradece andar ligero.»
Livon echó un gruñido al percatarse.
—«¿Qué llevas aquí dentro? ¿Piedras?»
—«Bueno, el uniforme de destructor está hecho con fibra de roca,» concedí. «Pero lo que más pesa ahí son los tres libros favoritos de mi hermana.»
El aura de Yánika se llenó de vergüenza. Le sonreí a Livon y cité:
—«Los últimos favores de un muerto de Nikata Worios, Romances turescos de la conocida ajensoldresa Amsalia Ruverg y Vida diaria de los pescadores de Kozera en el siglo cincuenta y cinco de… ¿de quién era Yani?»
—«De Valdas Kan Bókmanon,» me ayudó mi hermana.
—«Vaya, es verdad, el anobo blanco de la familia más aristocrática y reputada de Kozera. A los Arunaeh los Bókmanon nos tienen una manía ancestral,» aclaré. «Pero ese Valdas parece buen tipo, lo vimos una vez, ¿te acuerdas, Yani? Nunca he logrado leerme su libro, pero a Yánika le encanta, así que ni se te ocurra aligerar la mochila, Livon, porque entonces sí que te suelto una ráfaga que te manda no a la otra orilla sino a Firasa.»
Livon me alcanzó y resopló.
—«Tengo la impresión de que el máximo responsable aquí es el libro de ese Valdas…»
Le sonreí con todos mis dientes.
—«La sabiduría pesa. Qué ligera es tu mochila, en comparación.»
—«¡No me lo restriegues!» protestó.
—«¿Ya resoplas?»
—«¿Yo? ¡Esto no es nada!» aseguró.
Agarrando las correas, me adelantó al trote. Yánika se mordió un labio y murmuró:
—«Tal vez debería haber dejado a Valdas en la caja fuerte.»
Imaginándome al viejo erudito Bókmanon en persona en nuestra caja fuerte de Firasa me carcajeé.
—«Si haces eso, los Bókmanon nos declararán la guerra, Yani.»
Sólo entonces Yánika cayó en la cuenta y rió tan fuerte que el aura nos afectó a todos. Hasta vi a Rozzy reprimir una sonrisa algo torcida que borró en cuanto se detuvo. El elfo declaró:
—«Es aquí. Aquí hablé ayer con el guía. Ya debería haber llegado.»
El elfo pasó una mirada penetrante por los árboles y arbustos que crecían junto a la orilla. Sanaytay ladeó la cabeza al de un silencio.
—«Oigo una respiración. Creo… que ahí,» señaló.
Enarqué una ceja. ¿Sería alguna criatura del bosque? ¿O por algún motivo el guía se estaba escondiendo de nosotros? Hice recorrer mi órica hacia la dirección indicada reforzándola. Todos oímos un jadeo de sorpresa al ver súbitamente tanta hoja arremolinarse y enseguida apareció la silueta de un mirol vestido más bien ligero, con numerosos collares alrededor del cuello, y numerosas trenzas. Rozzy alzó una mano.
—«Buenos días, Merek, somos todos amigos,» articuló.
Por la forma en la que hablaba, daba la impresión de que consideraba a Merek como a un salvaje medio tonto. Merek frunció el ceño. Por lo visto, la presencia de tantas personas lo había alarmado. Sin embargo, se acercó. Nos observó… y agrandó muchos los ojos al ver a Orih. Qué extraño… Orih Hissa parecía haberlo reconocido a él también. ¿Ese Merek era acaso un miembro de su pueblo de montaraces?
—«Merek…»
Orih había pronunciado el nombre en un murmullo ahogado. Sus ojos se habían vuelto brillantes.
—«No es… posible,» farfulló.
No había visto aún a Orih tan turbada, y por cómo la miraron los demás adiviné que ellos tampoco. Desde luego no parecía ser un reencuentro feliz, ni para ella ni para el otro: el tal Merek se había vuelto tan pálido como la caliza. Sentí la tensión propagarse en el ambiente, y esta no venía sólo de Yánika.
Mar-haï… Esos dos se miraban como si hubieran visto un fantasma.
Un fantasma del que no querían acordarse.
* * *
El bosque, al otro lado del río, era más denso y salvaje, y también más animado. Nos acogía un trino casi continuo de pájaros desde la copa de los árboles, las ramas muertas crujían bajo nuestros pasos y, mientras avanzábamos, oí regularmente las patas de algún animal rozar hojas en su precipitada huida. Tanto ruido, más que asustar a Sanaytay, parecía acunarla y deleitarla de tal forma que a veces se paraba sin darse cuenta para aguzar el oído y su hermana tenía que agarrarla del brazo para que continuara andando.
El misterio de Merek y Orih seguía pesando sobre nosotros. Durante el encuentro, ninguno de los dos había añadido nada e, impaciente, Rozzy había roto el silencio pidiéndole al mirol que se diera prisas para seguir el rastro del gurú. Merek había asentido sin una palabra y ahora nos guiaba a través de una maraña de madera. Jamás había visto un bosque tan enorme. En los Subterráneos, el tamaño de las cavernas siempre imponía ciertos límites; aquel bosque, sin embargo, era interminable, o me lo hubiera parecido de no haber tenido el mapa de Rosehack en mente.
Como no acabábamos de fiarnos ni de Rozzy, ni de Merek, cada tantos pasos Sirih se envolvía en armonías y se ocupaba de marcar nuestro camino en el tronco de los árboles con su puñal, lo más discretamente posible. Me alegró saber que, pese a las apariencias, los Ragasakis sabían tomar precauciones.
Yánika caminaba junto a mí echando frecuentes ojeadas inquietas a Orih. Se preocupaba por ella. Normal: la mirol estaba pálida y silenciosa y avanzaba con más torpeza aún de la habitual. Livon le había impedido tropezarse con una raíz ya dos veces.
Cuando llegamos a una grieta en la cuesta que estábamos subiendo y Merek se adentró en esta, Rozzy marcó una pausa.
—«¿Realmente Aruss fue por aquí?» preguntó.
El mirol se detuvo en la brecha, echó un vistazo hacia él, tan pálido como antes, y afirmó con la cabeza. No solamente no había dicho aún ni una sola palabra, sino que parecía estar cada vez más nervioso. ¿Sería por la presencia de Orih? ¿O por otra razón? Con intenciones de averiguarlo, intervine:
—«¿Cómo sabes que pasó por aquí?»
Merek frunció el ceño. Y, para irritación mía, me dio la espalda y se metió en el túnel sin contestarme. Intercambié una mirada con Yánika; a ella también le parecía sospechoso el comportamiento de Merek.
—«Nos esconde algo,» dejé escapar.
Mis palabras le arrancaron una mueca inquieta a Rozzy, pero el elfo meneó la cabeza.
—«Es la única pista que tenemos. Y, si de verdad nos engaña y nos tiende alguna trampa, eso os dará la posibilidad de ser un poco útiles en vez de hacer el gamberro,» dijo con tono mordaz.
Le eché una mirada glacial.
—«¿Gamberro?»
—«¿No vais a por Aruss vosotros también?» retrucó Rozzy con sequedad. «Entonces, deja de hablar y no perdamos tiempo.»
El elfo se adentró en el túnel y lo miré con más preocupación que exasperación. ¿Qué estaba tramando ese mirol? ¿Rozzy estaría conchabado con él? Resoplé de lado. Mar-háï. Odiaba las intrigas.
Livon asomó la cabeza por la brecha un instante y se giró.
—«Orih. Conoces a Merek, ¿no? ¿Es fiable?»
Orih Hissa parpadeó, como si la hubiesen sacado de un pozo de recuerdos.
—«Merek,» repitió. «Él… era mi mejor amigo. No sé qué diablos hace aquí. Mi pueblo estaba bastante más al este… Estaba…» Calló, apretando los labios.
Livon ladeó la cabeza, meditativo, pero pareció llegar a una conclusión cuando afirmó:
—«Si era amigo tuyo, ¡seguro que no es mal tipo! Vamos, Drey,» me animó.
Con qué facilidad resuelves los problemas de confianza, Livon… Pese a mí, sonreí con diversión y asentí. Le oí mascullar a Saoko unos metros atrás:
—«Qué fastidio…»
Nos adentramos en el túnel. No fue necesario casi que Sirih nos iluminara el camino con su luz armónica: nada más alejarnos de la entrada, ya veíamos la luz de la salida. Desembocamos en una especie de gran barranco boscoso rodeado de altas paredes de roca. El agua de un manantial brotaba gorgoteante a unos pocos pasos del túnel. No me gustó la situación. Si ese valle tan sólo tenía una salida… ¿adónde habría ido a parar el Gurú del Fuego?
—«Por cierto,» solté, «¿por qué se le llama el Gurú del Fuego?»
Rozzy me echó una mirada poco amigable pero contestó con solemnidad:
—«Aruss es el Superviviente del incendio del Santuario de Skabra.»
Arqueé las cejas interrogante y, ante mi ignorancia, resopló:
—«Tsk… ¿Quién no ha oído hablar del incendio del Santuario?»
Tomándose la pregunta al pie de la letra, Livon alzó una mano. Adiviné por las muecas que hicieron Orih, Sirih y Sanaytay, que ellas tampoco habían oído hablar de ello. Bueno, en el caso de Livon, probablemente lo hubiera olvidado… Yeren, en cambio, puso cara complacida ante la perspectiva de darnos explicaciones, pero Rozzy se le adelantó y contó con parquedad:
—«Hace dieciséis años, el Santuario Járdico que hay en las montañas de Skabra se incendió y todos los aprendices y monjes sagrados murieron. Sólo sobrevivió Aruss. Por eso lo llaman el Gurú del Fuego.»
—«Oh-oh,» dijo Livon, interesado y a la vez ensombrecido. «Es un triste pasado. Perder así a todos sus conocidos… debió de ser duro.» El rostro de Rozzy se había vuelto de mármol. Livon meditó: «Ese Aruss… ¿es resistente al fuego? Dicen que algunos gnomos lo son, ¿verdad, Yeren?»
—«Aruss no es un gnomo,» lo cortó Rozzy con impaciencia. «Es un sibilio. Y sí, su piel tiene cierta resistencia al fuego, pero no se salvó por eso. Lo salvé yo.»
Apretó los dientes de inmediato, como si lamentara sus palabras.
—«Olvidadlo.» Y se giró hacia nuestro guía con renacida energía. «¿Así que Aruss acabó en este valle? ¿Hacia dónde va su rastro?»
Merek llevaba toda la conversación agachado junto a la tierra del suelo, buscando la pista. Giró un rostro lívido hacia nosotros.
—«Está temblando,» observó Sirih, sorprendida. «¿Te encuentras bien?»
El mirol agitó la cabeza y empezaba a preguntarme si, al fin y al cabo, era mudo cuando dejó escapar:
—«L-lo siento.»
Intercambiamos miradas suspensas.
—«¿Lo sientes?» se extrañó Naylah. «¿Has perdido el rastro? No es tan grave, ¿sabes? No te vamos a comer.»
—«Sólo las orejas,» bromeó Sirih.
Merek se estremeció. Cabizbajo, inspiró y pareció recobrarse.
—«Lo siento. Pero… creo adivinar dónde se encuentra.»
Nos dio la espalda y señaló algo en el bosque. Entorné un ojo, sorprendido de no haber reparado antes en el edificio blanco que se alzaba entre los árboles.
—«Tal vez… sea mejor dar media vuelta,» agregó Merek. «Podría ser peligroso.»
—«No tienes por qué venir con nosotros,» aseguró Naylah.
Fruncí el ceño. Merek no parecía aliviado por ello… pero que se librara así de nosotros me molestó aún más.
—«Ni hablar,» zanjó entonces Rozzy. «No le daré el dinero hasta que haya encontrado a Aruss. Vas a venir con nosotros.»
Ahí, Merek se tensó pero asintió sin protestar.
—«¿Podemos hacer una pausa?» preguntó Orih con esperanza. «Tengo hambre…»
La intervención le arrancó a Rozzy una mueca exasperada pero los demás mostraron su acuerdo, alegrándose de que al fin Orih actuara otra vez como siempre. Livon razonó:
—«Si hay gente en esa casa, será mejor que exploremos la zona antes de intentar cualquier cosa. Como dice Merek, podría ser peligroso.»
Dánnelah… a veces olvidaba que Livon también sabía ser prudente, me impresioné. Así, tras comer rápidamente, Livon, Rozzy y Naylah se fueron a explorar la zona mientras los demás guardábamos la salida y nos empachábamos con las empanadas de Kali. Cuando Sanaytay le propuso tímidamente una a Saoko, este, que se había quedado apoyado junto a la boca del túnel apartándose deliberadamente de nosotros, le devolvió una expresión de hastío y soltó un «qué fastidio» antes de aceptar lo que le tendía la flautista. Se lo comió todo casi en un abrir y cerrar de ojos. Mar-háï, pensé de pronto. Ahora que lo recordaba, el drow de pelo pincho nos había seguido desde Firasa sin siquiera prepararse para el viaje, no lo había visto comer la víspera, no había querido pagar un cuarto en el albergue, ni tampoco había cenado, ni desayunado… ¿Tan mal lo recompensaba mi hermano que no podía permitirse pagarse la comida?
Meneé la cabeza y decidí por enésima vez no preocuparme por ese mercenario.
Todos estábamos ocupados. Yánika había sacado su pequeño peine y le desenmarañaba la melena blanca a Tchag, Sirih echaba la siesta, Sanaytay se había alejado hacia el bosque a escuchar la melodía del valle… En cuanto a mí, estaba contemplando las nubes preguntándome cuánto tiempo esos tres pensaban estar explorando la zona cuando constaté que Merek se había movido, acercándose a Orih. Esta estaba sentada con las piernas cruzadas, tan perdida en sus pensamientos que ni se fijó.
—«Orih…» murmuró el mirol. «¿Puedo hablar contigo?»
Orih se sobresaltó, lo miró, y negó con la cabeza.
—«¿Para qué? ¿Para preguntarme si soy una bruja de verdad?» Merek nos echó una ojeada a los demás, molesto. Orih resopló. «No soy una bruja, ni tampoco lo era mi madre. Las artes que me enseñó son artes celmistas. No tienen nada de divino ni de maligno. ¿Lo recuerdas? Os ayudábamos a remover la tierra en los campos y asustábamos a los monstruos con nuestras explosiones. Y pese a todo nadie nos ayudó cuando los hombres de Farog se llevaron a mi madre. No, sí, tú me ayudaste a esconderme,» lanzó con cierto sarcasmo. «Y luego regresaste a la cueva diciendo que mi madre había muerto y que yo era un demonio como ella. Y me gritaste que me fuese para siempre.»
Merek agrandó los ojos.
—«Orih…»
—«¿Acaso me lo invento?» replicó ella. «Mi madre amaba a su pueblo. Y este la abandonó el día en que Farog…»
Se interrumpió cuando Merek cayó de rodillas ante ella, temblando.
—«Lo siento, Orih. Eras tan joven… Te juro que nunca pensé que fueras una bruja, ni un demonio, ni un monstruo. Si te dije todo eso… fue porque algunos sabían que te estaba escondiendo y tenías que marcharte. Lo hice para protegerte. Para que no volvieras al pueblo…» Orih se había quedado mirándolo, anonadada. Merek meneó la cabeza con tristeza. «No conoces toda la historia, Orih. Cuando la acusaron Farog y su gente de brujería y la encerraron, tu madre amenazó con explotar todo su alrededor si alguien te hacía daño. Al parecer un tonto le dijo como que te estaban buscando y que ibas a ser quemada con ella… Se volvió loca. Estoy seguro de que no quería activar la explosión de verdad. Pero gritó tanto que algunos se asustaron y… y… bueno, como ya sabes, murió.»
Orih inspiró y pestañeó varias veces. Mar-háï. Con lo alegre que era normalmente, ¿quién hubiera imaginado que tuviera un pasado tan dramático? Recompuse la historia mentalmente. Loca de horror al creer que su hija estaba en peligro de muerte, la madre de Orih había amenazado con usar sus sortilegios de destrucción en plena aldea y la habían matado sin que ella causara ningún daño…
—«Todo eso es pasado,» añadió Merek con voz ahogada. «Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Después de eso, Farog se volvió cada vez más ambicioso y violento. Se relacionaba con grupos de bandidos y los invitaba al pueblo… Un día, antes de que volviera de una de sus “expediciones”, los Ancianos nos hicieron descender la montaña.»
Orih inspiró.
—«¿Quieres decir que el resto del pueblo está contigo? ¿Aquí, en este cráter?»
Merek se rebulló, nos echó otra ojeada a los demás y, tras cruzar mi mirada, desvió los ojos de nuevo hacia Orih diciendo:
—«Tengo que hablar contigo a solas. Por favor.»
Tendió una mano hacia ella y Orih puso cara a la vez sorprendida y curiosa, pero enseguida frunció el ceño y replicó:
—«Cuanto quieras decirme, puedes decirlo ante mis amigos. Confío completamente en ellos.»
Lo dijo con evidente tono acusador y Merek palideció aún más si cabe.
—«¿Son… tus amigos?»
El brillo colérico en los ojos de Orih se desvaneció y la vi sonreír con un leve suspiro.
—«Cuando huí, no tenía adónde ir, Merek. Pensé que, porque conocía las artes celmistas, todos me llamarían bruja y me echarían como vosotros. Pero los Ragasakis son diferentes. Muchos de ellos también son celmistas. En Firasa, son respetados. Zélif fue la que me encontró. Es la líder de la cofradía. Me dio un hogar fabuloso, Merek. Y soy feliz con todos ellos. Como dices, el resto es pasado…» Su sonrisa tembló y alzó bruscamente la cabeza. «Tal vez tú realmente hayas querido protegerme. Pero no olvidaré que fue la estupidez de mi pueblo la que mató a mi madre. Y su cobardía.» Marcó una pausa y se cruzó de brazos. «No tengo nada más que añadir.»
Merek parecía haber recibido algún golpe duro. Aún arrodillado, paseó una mirada trémula por todos nosotros. Tras un largo silencio, lo oí murmurar:
—«Me alegro. Me alegro de que hayas conocido a gente que sea capaz de entenderte. Yo siempre… te consideré como a una hermana pequeña, Orih. Siempre pensé que podría protegerte, pero al final… sólo pude decirte que corrieras, y ahora… también.» Para asombro mío, soltó un sollozo y hundió su faz en la tierra exclamando: «¡Ni las Llamas del mundo podrán perdonarme!»
Pues vaya tragedia… Resoplé, algo molesto de ser espectador de esa conversación. Pensé que lo mejor que podía hacer era ir en busca de Livon, Naylah y Rozzy. Esos tres estaban tardando demasiado en volver. Me enderecé e iba a levantarme cuando Merek farfulló:
—«Os he… ¡Os he vendido a todos!»
Agrandé los ojos. Y, de pronto, oí una carcajada llana viniendo de detrás de una roca. Sin pensarlo, me levanté de un bote, acercándome a Yánika, mientras una voz rayada decía:
—«No hacía falta alarmarlos tan pronto, Merek…»
Vi aparecer a una figura delgada, vestida con ropa verde holgada y armada de un arco. A su lado, apareció otra. Y otra más a la derecha. Y otra acababa de salir del túnel y tenía una flecha preparada apuntándole a Saoko. Cuatro. Eran cuatro. ¿O había alguno más? Sondeé los alrededores envolviéndome en órica. Incluso a esa corta distancia, estaba seguro de ser capaz de desviar una flecha… pero no las que apuntaban a los demás. Yánika se aferró a mí y sentí un miedo agudo penetrar todos mis sentidos. Mientras reparaba en los rostros pálidos, los cabellos coloridos y los colmillos, me pareció que estos se hacían más grandes, que aquellos se movían solos como serpientes y que las expresiones se volvían monstruosas.
Se me desató el Datsu. Cuando creí que ya el miedo de Yánika se había propagado por toda la zona agarrotándolos a todos, Saoko asesinó con la mirada al arquero que lo apuntaba y escupió sin una pizca de aprensión:
—«Vampiros.»