Si bien no hay que olvidar que el poema se enmarca en el siglo XIX al que corresponde, muchas ideas que transmite son intemporales. Espero que disfrutéis al leer estos versos tanto como yo.
(Álbum de un loco, «introducción y prospecto», III)
Paso por los prospectos y los prólogos,
ya en diálogos se escriban o en monólogos;
mas por lo que no paso ni con bueyes,
con lo que no estaré jamás conforme,
por más que mi opinión sea falta enorme
que a quien me lea enoje o atribule,
es con que el escritor, al dar informe
de su obra, servil se congratule
antes con el lector, que disimule
con su palabra lo que trae en mente;
que le dé excusas; que taimadamente
le engañe, y sobre todo que le adule.
¿A qué empezar con tal hipocresía,
de piropos llenándole y de flores,
y vendiendo modestia y cortesía,
cuando el autor más bárbaro confía
en que su libro encante a los lectores?
¿A qué dar a quien lee nombres bonitos,
y fingirle amistad y hacerle honores,
que no han de mejorar nuestros escritos?
–Carísimo lector– esto es mentira:
el autor casi nunca le conoce,
y maldito el cariño que le inspira,
ni se le importa de que rabie o goce.
–Respetable lector– esto es bajeza,
miedo a que le critique o le destroce
con satírica lengua. –Lector sabio–
esto es una sandez, una torpeza
del corazón servil, a quien el labio
traición hace imprudente. Por de pronto
puede el que abre su libro ser un tonto;
puede ser, además, un hombre bueno,
leal, de buena fe, de orgullo ajeno,
que se conozca bien y tome a agravio
tal vez, o a burla, que le llamen sabio;
y, al leer, con justísimo desprecio,
diga del escritor: –¡Valiente necio!
–Benévolo lector, lector preclaro,
lector benigno– esto es pedir amparo,
indulgencia, perdón: y para eso,
vale más que el que escribe diga claro
que se mete a escribir porque es avaro
o pobre, y que va a ver si gana un peso.
Porque el hombre de fe, conciencia y seso,
que la verdad expone, o que critica
el vicio torpe, o que al social progreso
cree que con sus escritos contribuye,
no se excusa, no adula, no suplica,
no en siervo del lector se constituye,
no pide indulto, ni perdón, ni amparo,
como si cometiera algún exceso;
si dice la verdad, dígala claro;
su libro haga en conciencia y sin reparo;
en lo que diga en él téngase tieso.
El que tema la crítica, que viva
siempre en la oscuridad y que no escriba;
pero si escribe con razón, que tenga
fe en ella; que a la luz su libro arroje
y a soportar la crítica se avenga
del que juzgar su libro se le antoje.
Al que tiene talento verdadero
no le ahoga la crítica: le venga
de la mordacidad, de la malicia,
de la envidia de un Zoilo el mundo entero:
y la posteridad le hace justicia.
Si se funda la crítica en razones,
corríjase juicioso y reconozca
la exactitud de tales correcciones.
Ninguno es infalible; mas si al paso
le salen con mezquinas objeciones
o con indecorosas invectivas,
ni de éstas ni de aquéllas haga caso.
La sátira mordaz, las diatribas
prueban claro que aquel que las escribe,
las hace con rencor o con envidia;
y quien con odio o con envidia vive,
él la pena mayor es quien recibe,
pues con sus viles sentimientos lidia;
y el que de nimiedades se apercibe,
muestra, a más de que al público fastidia,
su mezquindad y sus instintos bajos,
y que, en su instinto ruin, mordiendo, vive,
a los que van delante, los zancajos;
gozque que, con risible impertinencia,
sale audaz a ladrar la diligencia.
Así se piensa ya en el siglo nuestro;
que, a los pasados sin hacer agravio,
por ser más viejo que ellos, es más sabio
y en verdades sociales más maestro;
y en él comienzan a saber los hombres
que Dios a los nacidos hizo iguales;
que la excelencia no consiste en nombres,
ni uniformes, ni títulos banales,
sino en la rectitud de la conciencia.
La dignidad la da la inteligencia,
los pensamientos nobles, los servicios
prestados del común de los mortales
a la existencia universal, la ciencia,
la humanidad, el celo y la creencia,
que contribuyen a extirpar los vicios
y a mejorar del hombre la existencia.
En este siglo liberal, los hombres
que no abren su alma a sentimiento bajo,
no buscan más Mecenas que el trabajo;
no se abaten a títulos, ni a nombres;
no se echan, como turcos, boca abajo.
El hombre de pudor, el hombre digno,
si no sabe hacer más, suda en el tajo;
que, hecho con fe y honor, nada hay indigno;
pero no se envilece, no se humilla,
ni ante ídolos mortales se arrodilla,
ni se arrastra a los pies del poderoso,
ni adula al que gobierna y al que manda,
ni se aviene a servicio vergonzoso
por oro, por favor, bastón, ni banda.
El trabajo da pan, si no riqueza;
y como presta honor, y honor demanda,
más vale pan ganado con nobleza,
lecho de paja y choza de corteza,
que palacio dorado, cama blanda
y millones logrados con bajeza.