Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre

26 Ojo de lobo

Las hojas desprendían una luz bella y centelleante. Los troncos se ramificaban y se engarzaban entre ellos como fantasmas grises. Disponíamos sin embargo de un ancho espacio para desplazarnos cómodamente bajo las cúpulas luminosas.

“Como tardes más de seis horas, voy a buscarte”, me había recordado Lénisu varias veces. Me había alejado, siguiendo a Spaw, consciente de que los demás, salvo Drakvian, Lénisu y Aryes, no entendían qué íbamos a hacer en medio del Bosque de Piedra-Luna, que además tenía fama de ser un bosque extraño lleno de misterios.

Entre las ramas, se oían pájaros revolotear y trinar dulcemente.

—¿Qué tipo de animales viven aquí exactamente? —pregunté, aprensiva pese al paisaje ideal que nos rodeaba.

—Pájaros, conejos, ranas, algún que otro animal extraño que no sé ni cómo se llama… —Sonrió—. Nada que sea muy peligroso para nosotros, no te preocupes.

—¿Y entonces por qué tiene tan mala fama este bosque?

—Er… Bueno. Primero, porque es fácil perderse entre tanta rama. Y segundo, porque no todo el bosque es inofensivo. Pero allá donde vamos lo es, no te preocupes —repitió—. Venga, aceleremos el paso o cuando lleguemos tendremos que despedirnos.

“No me gusta mucho este bosque”, me dijo Syu, con el tono de quien llevaba reflexionando sobre el tema desde hacía un tiempo. “Es demasiado luminoso.”

“Cierto”, coincidí. Hasta me dolían los ojos a pesar de tener la mirada clavada en el suelo.

—¡Bueno! —dijo alegremente Spaw, cuando nos hubimos adentrado en las profundidades del bosque—. Como te decía, Modori es uno de la Comunidad de Zaix. Nos llamamos en broma la Comunidad Encadenada. Cuando conozcas a Modori, te va a parecer una persona poco comunicativa, pero si te quedases para conocerlo mejor, te aseguro que lo considerarías como a un amigo tanto como yo. Además de él están Sakuni y Nidako. Nidako no suele estar por aquí. Es un nurón, y hace años que está viviendo en los mares de la Superficie. Creo que ahora está viviendo en el archipiélago de las Anarfias. Pero Zaix y él siguen manteniendo una estrecha relación.

—¿Y Sakuni? —pregunté, escuchándolo con sumo interés.

—Sakuni es la máxima representación de la bondad y de la paciencia —contestó Spaw, animado—. En serio.

—¿Es joven?

—No especialmente. Tiene setenta y muchos años. Es la esposa de Zaix. —Agrandé los ojos, sorprendida, mientras él añadía con desenfado—: Los dos se soportan desde hace muchos años. Pero más aguanta Sakuni que Zaix —me aseguró—. Con decir que a mí incluso me cuesta aguantarlo por vía mental lo digo todo —bromeó—. Por lo demás, no creo que vayas a llevarte grandes sorpresas…

En ese momento oímos unos gritos y nos detuvimos en seco. Giré sobre mí misma, creyendo que iba suceder alguna catástrofe… Pero ningún monstruo apareció por entre las ramas. Aun así, ya no se oía ningún cantar de pájaros.

—¿Qué ha sido eso? —jadeé.

Spaw vigilaba los alrededores, alerta.

—Ni idea —confesó—. Sigamos.

Me vino una idea repentina y un miedo terrible me atenazó.

—No —murmuré—. ¿Crees que esos gritos han podido ser los de…?

Callé, sin atreverme a acabar de formular mi pensamiento. Spaw negó con la cabeza.

—No provenían exactamente de ahí —dijo. Sin embargo, su tono no sonaba del todo convencido.

Siguiendo por una vez el ejemplo de Stalius y el consejo del capitán Calbaderca, recé por que nuestro grupo estuviese a salvo.

—Démonos prisa, no hace falta que nos quedemos ahí mucho tiempo —dijo Spaw, reanudando la marcha y acelerando el paso—. Simplemente lo suficiente para que charles un poco con ellos.

Se oían ruidos nuevos en la caverna, me fijé. Se parecían a… De pronto resonó algo parecido a un trueno.

—Mil brujas sagradas —siseé—. Alguien está pasando por alguna zona de rocarreina.

Spaw se pasó una mano por la cabeza, sin parar de andar.

—De hecho, eso sólo puede ser un saijit. Los animales normales no pasan por ahí.

—Los Espadas Negras —pronuncié.

—Tal vez —replicó Spaw.

Otro trueno resonó, pero esta vez me invadió la cabeza.

“¡Frundis!”, protesté.

Oí el silbido burlón del bastón.

“¿Buena imitación, eh? Pero enseguida me callo. Por el momento mi concierto está a medio terminar. Pero va a ser una de mis mejores composiciones”, aseguró con un tono alegre. “Todavía mejor que la que me salió después de haber oído el rugido de aquel atroshás.”

Agrandé los ojos, impresionada.

“¿Una vez viste un atroshás?”

“Sí, o al menos lo oí. Fue espectacular. Pero ahora tengo más práctica y creo que este concierto me saldrá mejor. Y claro, cuando lo tenga acabado, os enseñaré el del atroshás y el nuevo y os dejaré a Syu y a ti decidir cuál de los dos preferís.”

“Sería un honor”, repliqué, divertida, mientras seguía a Spaw.

Caminaba un poco a tientas, cegada por la luz de las hojas, y me empotré contra el demonio cuando éste se detuvo.

—Hemos llegado —declaró.

Pestañeé, paseé la mirada a mi alrededor y junté las manos, carraspeando.

—Ahora lo entiendo. Se trata de una casa encantada visible sólo para los que saben verla, ¿eh?

Spaw puso los ojos en blanco, se agachó, apartó unas ramas con hojas luminosas y me hizo un gesto para que lo siguiera bajo la cúpula. Spaw volvió a recolocar las ramas en su sitio y me guió hacia las ramas del lado opuesto. Estas ocultaban una pequeña sala más o menos triangular.

—Curioso —dije, asombrada.

Recorrimos el estrecho pasaje y desembocamos en la sala. En ese instante Spaw señaló unas escaleras que subían.

—Por ahí.

—¿Quién vivía aquí, antes de Zaix? —pregunté, viendo figuras de todo tipo esculpidas en la roca.

—Una vez investigué sobre el tema —contestó, mientras subíamos—. Aquí vivía antes el pueblo de los Uzykantas. Pero sé poca cosa más. Sigamos, eso de los gritos no me ha dado buena espina. Cuanto menos tiempo estemos aquí, mejor será.

Enarqué una ceja, burlona.

—¿No eras tú el que tanto quería que fuese a ver a Zaix?

—¿Yo? Bah. Simplemente porque Zaix me lo repetía desde hacía meses —replicó el demonio, dedicándome una mirada cómica antes de seguir subiendo.

Pronto llegamos a una sala lujosamente empedrada con columnas esculpidas y viejas. Estaba totalmente vacía. Es decir, no había nadie ni nada. Tan sólo unos adoquines de colores apagados que formaban espirales y figuras de animales.

—Impresionante —dije—. ¿Esta era alguna sala importante?

—No sé si lo era, pero en todo caso hoy no lo es. Las habitaciones de Zaix están por ahí —señaló.

Cruzamos la sala y Syu y yo admiramos, curiosos, las figuras del suelo. Había un dragón rojo frente a una gacela, un puercoespín junto a una mantícora y un caito casi desnudo rodeado de mariposas multicolores. Todo era tan realista…

—¿Shaedra? —me llamó el demonio. Se giró y al ver mi expresión maravillada no pudo evitar sonreír—. Ya te dejaré curiosear mejor el lugar en otra ocasión, si quieres.

Asentí y me reuní con él rápidamente. Pasamos a una pequeña sala oscura llena de cestas grandes y pequeñas. Al fondo, en la penumbra, se delineaba el marco de una puerta.

Spaw se acercó y, en vez de abrirla, alzó la mano y dio varios toques. Enseguida sentí el nerviosismo invadirme, imaginándome a Zaix o a Sakuni o a Modori abrir la puerta… Spaw soltó un suspiro y volvió a llamar, esta vez con más fuerza.

—Siempre me pasa esto —dijo—. Deben de estar en otra habitación y no me oyen.

De pronto, como si hubiese pasado un fantasma, se me cayó una gran cesta encima y extendí las manos para volver a colocarla en su sitio.

—¿Qué demonios…?

“¡Shaedra!”, exclamó Syu, con una voz llena de pánico. Me di cuenta entonces de que el gawalt no estaba a mi alrededor y me asusté.

“Syu, ¿dónde estás?”

“Er… Ayúdame. Me he… me he caído en la cesta”, admitió.

Solté una gran carcajada y Spaw, que esperaba tranquilamente junto a la puerta entre la oscuridad, me dedicó una mirada interrogante.

—Es Syu —expliqué, posando lentamente la alta cesta donde se había metido. El mono salió con los bigotes algo caídos y cara de profunda vergüenza.

“No digas nada”, me advirtió.

“¿Y yo puedo decir algo?”, intervino Frundis con tono inocente. Oí su risita burlona cuando el mono contestó con un rotundo «no».

En ese momento, para alivio de Syu, se abría la puerta. La salita se bañó de una luz fulgente y entorné los ojos para intentar ver mejor…

—Hola, Spaw. Hola, Shaedra.

Reconocí la voz serena enseguida y, con una gran sonrisa, avancé hacia la puerta.

—Cuánto tiempo, Kwayat.

—Sí —reconoció mi instructor—. Lo cierto es que no pensaba que iba a ser tanto. Y tampoco pensaba que vendríais.

Spaw sonrió.

—Yo tampoco —contestó.

Pasamos por la puerta y, mientras Kwayat y yo hablábamos de Naura la Manzanona, cruzamos una sala llena de cojines hasta un pasillo.

—La he cambiado de sitio —decía Kwayat, con aire grave—. No estaba del todo segura en las Montañas de Acero. Me costó convencerla, así y todo, no quería apartarse de un determinado árbol. Un árbol muy extraño. Se le caía la savia por la corteza y ardía como el fuego. Lo pude comprobar yo mismo desgraciadamente —añadió y cuando enseñó su mano quemada solté un resoplido de sorpresa—. La dragona dormía siempre bajo ese árbol. Hace unos días Modori me explicó que sin lugar a dudas ese era el Árbol de Jadán. Ni siquiera sabía que existía realmente.

El Árbol de Jadán, me repetí. Conocía leyendas sobre aquel árbol, y recordaba alguna anécdota contada por el maestro Yinur.

—¡Spaw! —exclamó de pronto una voz.

En el fondo del pasillo había aparecido la silueta pequeña de una mirol que enseñaba sus dientes puntiagudos, feliz. Se avanzó hacia el humano, lo miró con una sonrisa y le dio un abrazo.

—Siempre te vas, pero afortunadamente siempre vuelves sano y salvo —le dijo.

Spaw correspondió a su abrazo, emocionado. No sé por qué, en ese instante sentí nostalgia de Ató y del Ciervo alado. Cuando los ojos risueños de Sakuni se posaron sobre mí, la saludé con la cabeza pero ella se adelantó y cogió mi mano libre para apretarla con dulzura.

—Bienvenida, Shaedra. —Se puso de puntillas y posó un beso en mi frente como una madre bendiciendo a su hija—. Soy Sakuni. Hacía tiempo que quería conocerte. Ven, Zaix está impaciente por verte.

Nos guió hasta el final del pasillo y a cada paso que daba me sentía cada vez más insegura.

“¿Estás asustada?”, me preguntó Syu, aprensivo.

Negué levemente la cabeza.

“No…”, contesté. Frundis empezó a tocar una música tranquila con el amable objetivo de sosegarme.

Sentado sobre un sofá, aguardando pacientemente nuestra llegada, estaba el Demonio Encadenado. Me quedé plantada, detallándolo con la mirada. Estaba transformado en demonio y sus ojos, rojos, brillaban en su rostro levemente azulado marcado con rayas negras. Se levantó al vernos y se oyó un terrible sonido metálico: sus manos arrastraban unas pesadas cadenas grisáceas que vibraban de una energía extraña y muy densa.

—¡Ah! —exclamaba, con una sonrisa—. ¡Qué agradable sorpresa! Creía que al final no vendríais y pensaba pedirle a Kwayat que nos echase una mano para convencerte de que nos visitases, Shaedra. Vaya, vaya —se rió—. ¡Spaw, chico! ¿Qué tal te va la vida? Y tú, Shaedra, ¿qué nos cuentas? Pero sentaos, sentaos. Yo al menos vuelvo a sentarme: estas malditas cadenas pesan una tonelada —se disculpó—. ¿Queréis tomar algo? ¿Cuánto tiempo vais a quedaros aquí?

Frente al aluvión de preguntas, eché una mirada incómoda a Spaw, quien carraspeó y tomó asiento sobre una butaca después de hacerme un gesto para que me sentase yo también.

—Er… Bueno, que qué tal me va la vida —empezó a decir—, pues fenomenal. Cuando me pediste que me convirtiese en el protector de Shaedra, pensé que iba a aburrirme como una ostra, pero es más bien todo lo contrario. Shaedra tiene un don para no aburrir a nadie. En cuanto a lo de cuánto tiempo nos vamos a quedar…

—Lo sabía, tan sólo venís aquí a saludarnos, ¿eh? —replicó Zaix, con un ruidoso suspiro.

—Es que hemos dejado a nuestros compañeros de viaje en los lindes del bosque —explicó Spaw—. Y el tío de Shaedra nos ha dado menos de seis horas para volver.

Zaix soltó una ojeada elocuente hacia Sakuni, quien se había sentado junto a él.

—¿No te lo dije? Los saijits siempre están con sus limitaciones de tiempo. —Giró hacia mí sus ojos—. Todavía no has dicho ni una palabra —observó.

Me mordí el labio, nerviosa.

—Esto… La verdad, no sé qué decir.

—Por ejemplo podrías empezar diciendo «buenos días» —me sugirió el Demonio Encadenado con una sonrisa.

Me sonrojé.

—Buenos días —dije educadamente—. Bonita casa.

Zaix me observó mientras su sonrisa se ensanchaba.

—¿Verdad? Hasta tenemos una bellísima biblioteca. ¡Tiene más de tres mil volúmenes! Impresionante, tienes que verlo, Shaedra. Yo una vez los conté todos. Por cierto, le acabo de decir a Modori que habéis llegado pero está muy metido en su lectura. Es un tipo terriblemente huraño, no se lo tengáis en cuenta.

—Descuida, pasaré a molestarlo cuando nos vayamos, si no viene antes —le aseguró Spaw—. Hace un mes, cuando vine, tuve que sacudirlo de su silla para que se despegase de ella —bromeó.

—El Doctor Modori —dijo Zaix, levantando los ojos hacia el techo—. Trabaja como un saijit.

Empezaron a conversar tranquilamente y Spaw les contó todo lo ocurrido desde la última vez que los había visto. Habló de Dumblor y entonces yo narré mi estadía como Salvadora en el palacio del Consejo. Cuando Spaw habló de nuestro viaje en la expedición, no mencionó en ningún momento la batalla de las mílfidas. ¿Acaso no quería alarmarlos?, me pregunté, intrigada.

Kwayat, sentado sobre una silla, con manos y pies cruzados, guardaba un silencio profundo y ni siquiera parecía estar escuchándonos. Sakuni, en cambio, escuchaba con interés y soltaba proverbios, expresiones y anécdotas curiosas. Zaix, por su parte, era una persona amena aunque extraña, que cambiaba de temas con facilidad y a veces no pillaba siempre el significado de sus observaciones. En un momento, Sakuni nos trajo unas infusiones a todos y seguimos charlando. Hablamos del mundo de los demonios, de la Sreda y del sryho. Cuando supo Zaix que Kwayat no me había enseñado aún todo lo debido, una chispa de contrariedad destelló en sus ojos rojos.

—Kwayat, ¿qué es esto? ¿Cómo es que no sabe aún utilizar el sryho? ¿Mm?

Mi instructor, sin perder su calma, tomó un sorbo de su infusión, volvió a posar su bol y sólo entonces contestó con firmeza:

—Una instrucción exhaustiva se hace con tiempo y voluntad. No hago milagros.

—El milagro es que yo siga considerándote instructor de Shaedra cuando hace meses que no la veías —replicó Zaix, entornando los ojos y haciendo chirriar sus cadenas—. ¿Qué tanto has estado haciendo, Kwayat? Tan sólo te preocupas de Shaedra ahora, después de tanto tiempo. ¿Acaso actúan así los instructores de las demás comunidades?

El rostro de Kwayat se endureció.

—No eres quien para darme lecciones, Zaix. Pero que sepas que tengo aún la intención de seguir con la instrucción si tú sigues dispuesto a respetar nuestro acuerdo inicial. Yo no pertenezco a ninguna comunidad, no tengo respaldo alguno, pero sé velar por mis intereses y no pienso gastar tiempo instruyendo a nadie con vagas promesas.

—El acuerdo inicial —repitió Zaix, con aire burlesco—. Ya te he dicho que no he sido capaz de encontrar a ese tal Safrow. Soy un buen brejista pero no un dios. Si no me das una pista…

Kwayat, sombrío, negó con la cabeza.

—Entonces no hay acuerdo. Seguiré buscando por mi lado.

—¿De qué acuerdo estáis hablando? —pregunté—. ¿Quién es ese Safrow?

—Ese asunto no te concierne —afirmó Kwayat.

Resoplé, asombrada.

—¿Estáis hablando de si vas a seguir instruyéndome o no y dices que no me concierne?

A Zaix se le escapó una risa irónica.

—Yo le pregunté lo mismo. ¿Quién es Safrow? Pero tu instructor es más tozudo que un anubo.

—Un anobo —lo corrigió amablemente Sakuni.

—Eso —aprobó Zaix.

Reprimí una sonrisa. El anobo era un animal pacífico de cuatro patas terminadas en garras al que la gente de los Subterráneos solía utilizar como a los caballos en la Superficie. Sin embargo, Kwayat no se inmutó al verse comparado con un anobo.

—Safrow fue… —Calló. Un extraño brillo pasó brevemente por sus ojos—. Un amigo —dijo finalmente, clavando sus ojos en los míos—. Y Zaix me prometió que lo encontraría por vía bréjica pero no lo ha hecho.

El Demonio Encadenado agitó furiosamente la cabeza.

—¡Kwayat! —bramó—. No te prometí nada. Te dije que lo intentaría. Buaj. Cambiemos de conversación. Ya le pediré a Spaw que le enseñe sryho.

La consternación se reflejó en el rostro de Kwayat al oírlo.

—Imposible —replicó—. Spaw no es un instructor. El sryho es algo muy difícil de enseñar.

—Ya, ya, eso es lo que dicen los instructores. Pero el chico es muy capaz, ¿verdad, hijo?

Spaw se había quedado azorado.

—¿Yo, instructor de Shaedra? —articuló—. Er…

—Ya —lo interrumpió Zaix, poniendo los ojos en blanco—. Es demasiado pedirte, lo sé. Encontraré a otro instructor. ¡No pasa nada!

Spaw carraspeó.

—Zaix, yo…

—Cambiemos de tema —lo cortó, impaciente—. Mira, retomemos la conversación que tenía hace unas horas con Kwayat. Era una conversación muy interesante. Hablábamos sobre el concepto de la libertad.

Y entonces nos soltó todo un discurso y nos olvidamos del tema de Safrow y del extraño trato al que habían llegado Kwayat y Zaix para instruirme. Lo cierto era que Zaix, además de ser entusiasta, inestable y no siempre muy correcto, era una persona entrañable. Sakuni rezumaba tanta bondad como me había dicho Spaw y me reí varias veces con sus inocentes bromas. Mientras hablaban, me imaginaba a un Spaw niño viviendo y creciendo junto a esos dos demonios. Su infancia no debía de haber sido mala, pensé, aunque extraña sin duda.

Tiempo después, Zaix se levantó y nos guió hasta la biblioteca, arrastrando sus enormes cadenas, que tenía atadas a una especie de carrito con ruedas para que no metiera tanto ruido y no le pesara tanto. La biblioteca me dejó boquiabierta en cuanto entré. La sala era circular, y en medio, había otros círculos con estanterías llenas de libros y objetos curiosos.

—Cada vez que veo esto se me humedecen los ojos —admitió Zaix.

—Por el polvo, sin duda —dijo Sakuni, con la nariz fruncida—. Modori y yo tendríamos que limpiar otra vez todas estas mesas.

—Ni que fuese el polvo una maldición —gruñó Zaix—. Peor son mis cadenas, creo que voy a volver al sofá.

Mientras Zaix y Sakuni salían de la sala, miré a mi alrededor y no vi a Kwayat por ningún sitio.

—¿Dónde se ha metido Kwayat?

Syu estornudó y Spaw se encogió de hombros.

—Creo que se quedó en la otra sala. ¿Quieres echar un vistazo a la biblioteca? ¿O quieres que te presente ya a Modori?

Me mordí el labio, busqué en mi bolsillo y saqué la piedra del Nashtag. Evalué la hora…

—Deberíamos volver cuanto antes —dije, molesta—. Preséntame a Modori. Y luego nos vamos.

Spaw asintió con la cabeza.

—Está bien. Entonces sígueme.

Me condujo hasta el fondo de la sala y frunció el entrecejo.

—Normalmente debería estar ahí —dijo, señalando una mesa llena de pergaminos y de libros iluminados por una gran lámpara. Nos acercamos y Spaw echó una ojeada a los pergaminos—. Vaya. Una extraña máquina —observó, cogiendo un pergamino con esquemas y cálculos varios.

—No es una máquina —replicó una voz, a nuestra derecha.

Me giré y vi a un humano junto a una estantería, de pie sobre un barril. En ese momento saltaba ágilmente hasta el suelo con un libro azul entre las manos.

—Es un ofjarve, una especie de catalejo —explicó, acercándose.

Pese a su cabello negro canoso, tenía un rostro con rasgos aún infantiles, y me resultó imposible darle una edad. Llevaba una túnica negra y una bufanda roja.

—Pero un catalejo muy potente —añadió—. Para contemplar las estrellas y los planetas del universo.

Spaw enarcó una ceja.

—¿Ahora investigas sobre el cielo? Pero si hace años que no lo ves.

Modori le quitó el pergamino de las manos y lo dejó en el mismo lugar donde lo había cogido Spaw.

—Se trata de una investigación especial que tiene que ver con las rocas —replicó, con aire grave—. Por cierto, bienvenido a casa.

Spaw sonrió.

—Desgraciadamente, no nos quedaremos mucho tiempo. Te presento a Shaedra. Mi protegida —especificó.

Modori puso los ojos en blanco mientras rodeaba su escritorio para ir a sentarse.

—Lo suponía —contestó simplemente.

Me sorprendió su comportamiento pero Spaw, con una simple mirada, me hizo entender que en Modori eso era totalmente normal.

—Spaw, si vas a la Superficie, ¿podrías hacerme un favor? —retomó Modori, abriendo su libro azul—. ¿Podrías traerme un libro titulado Cremdel-elmin nárajath?

—Será un placer —replicó Spaw—. Por curiosidad, ¿tiene algo que ver con tu ofjarve y tus estrellas?

—En cierto modo, sí. Tiene que ver con el culto al cielo de algunas tribus de los Reinos de la Noche.

—Oh. Pareces muy atareado últimamente —observó.

Modori alzó su mirada del libro y nos miró a ambos.

—Siempre lo estoy —dijo con sencillez.

Spaw soltó un suspiro exagerado.

—Entonces te dejaremos en paz. Ah, y espero que no hayas olvidado que le prometiste a Lunawin un estudio en profundidad sobre las propiedades de la kefurda.

Modori, por primera vez, esbozó una sonrisa.

—Sí. Lo tengo casi acabado. Ha sido un trabajo interesante.

Abstrayéndose entonces de nosotros, clavó su mirada sobre el libro y Spaw me hizo un gesto para que nos fuéramos de ahí. Realicé un saludo hacia el Doctor Modori.

—Un placer —dije, antes de alejarme.

Estábamos yéndonos cuando Spaw se detuvo, dio media vuelta y preguntó:

—¿Cremdel qué?

Cremdel-elmin nárajath —dijo Modori; alzó una mano para detenernos, cogió el borde de un pergamino, escribió las palabras y se lo tendió a Spaw—. Así no se te olvidará.

Spaw hizo una mueca y asintió.

—¿Me llevo el pergamino entero? —preguntó—. Pero si tiene cálculos y cosas.

Modori se encogió de hombros.

—Es simplemente uno de tantos borradores que tengo. Puedes llevártelo. ¿Te marchas ya? —Spaw asintió—. Entonces, buen viaje.

Y diciendo esto, volvió a su concienzudo estudio.

—Es algo raro —me confesó Spaw, mientras cruzábamos el pasillo, hacia el salón—, pero en realidad tiene buen corazón. Y tiene varias bibliotecas dentro de su cabeza. Un tipo impresionante.

Cuando desembocamos en el salón, Zaix estaba perorando contra un pueblo que vivía junto al Bosque de Piedra-Luna.

—No hacen más que incordiar. Rompen piedras. Cortan árboles. Menos mal que la naturaleza se rebela de vez en cuando y les enseña que el bosque no es tan inocente. —Alzó los ojos al vernos aparecer y sonrió—. ¡Ah! ¿Hermosa biblioteca, eh?

—Maravillosa —asentí.

—¿Habéis visto a Modori? —preguntó Sakuni.

—Tan acogedor como siempre —contestó Spaw, y cogió su capa verde de la butaca—. Nos vamos, padre. No podemos hacerles esperar más.

—No sabes cuánto lo siento —gruñó Zaix, levantándose—. ¡Sed prudentes! Y no os creáis todo lo que os cuentan —añadió, con una ancha sonrisa.

Spaw y él se dieron un torpe abrazo, mientras chirriaban las cadenas, y Sakuni me volvió a coger la mano con las suyas.

—Te deseo suerte, Shaedra. Y vuelve a visitarnos cuando puedas.

—Lo haré —le prometí.

“¿En serio?”, preguntó Syu, rascándose la cabeza, escéptico.

“Yo cuando hago promesas normalmente las cumplo”, repliqué. “Para que no las cumpla o se me tienen que olvidar o me tiene que pasar por encima una manada de dragones de tierra.”

“Pues a mí me prometiste que volveríamos a ver el sol y todavía no lo hemos visto”, replicó el mono con tono mordaz.

“No. Pero hemos visto árboles luminosos”, lo consolé.

Syu meneó la cabeza y acabó por aceptar mi argumento. Me crucé entonces con los ojos rojos de Zaix. Me miraba con aire grave.

—Ahora que te conozco mejor, creo que no me equivoqué eligiéndote y estoy seguro de que mereces estar con nosotros. —Sonrió, burlón, abandonando su aire solemne—. Que las apariencias no te engañen: yo soy una persona muy inteligente y sé elegir a mis hijos.

—Sólo falta saber educarlos —intervino Kwayat, aparte.

Zaix soltó un inmenso suspiro.

—Hay una tremenda diferencia entre educar y enseñar —replicó, girándose hacia él—. Y yo no puedo enseñarle a Shaedra cómo controlar el sryho por vía mental. Por no mencionar que yo nunca he enseñado sryho a nadie.

—Entonces Spaw tampoco sabrá hacerlo —dijo Kwayat, con total serenidad.

Zaix se encogió de hombros.

—No me eches en cara algo que tú podrías solucionar muy fácilmente. —Nos miró a Spaw y a mí y realizó un saludo con la cabeza—. Kwayat, si eres tan amable de acompañarlos hasta la puerta…

Spaw me cogió del brazo para que lo siguiese y nos adentramos en el pasillo que llevaba a la sala con las cestas.

“Hasta la próxima.” Oí resonar las palabras de Zaix en mi mente. Spaw me sonrió.

—Siempre se despide así.

Una vez en la puerta, nos despedimos de Kwayat y por un momento creí que este no iba a contestar nada. Sin embargo, cuando Spaw ya estaba dándole la espalda, me soltó con tono pausado:

—No quiero que te sientas herida por lo que le he dicho a Zaix. No se trata de querer instruirte o no. Eres una buena alumna, de hecho una de las mejores que he tenido. Pero yo siempre he instruido a cambio de algo. Así me gano la vida. Sin embargo… he decidido hacer una excepción. Si un día te decides a abandonar a tu familia saijit, te prometo que te enseñaré todo lo que sé sobre la energía de los demonios. Incluso más de lo que saben muchos.

Lo contemplé, sin poder pronunciar palabra, y luego asentí.

—Lo tendré en cuenta. Gracias… por decir que soy una buena alumna. No suelo oírlo muy a menudo —expliqué con una media sonrisa.

Estuve a punto de preguntarle otra vez quién era ese Safrow y por qué parecía tan importante para él, pero el respeto que le tenía me lo impidió.

—Buen viaje —me dijo.

Realicé un viejo saludo de los demonios que me había enseñado Kwayat. Este sonrió y cerró la puerta. Una música de flautas sonaba, apacible, en mi cabeza. Frundis parecía haber decidido hacer una pausa después de tantas horas componiendo y gruñendo contra sus instrumentos.

Spaw y yo cruzamos la sala con las figuras de animales pero no nos detuvimos para admirarlas. Bajamos las escaleras, salimos de la sala triangular y aparecimos otra vez en el Bosque de Piedra-Luna.

Ignoraba por qué, pero tenía un mal presentimiento. Spaw me guiaba entre el laberíntico bosque, hasta los lindes. Cuando estábamos casi llegando, oímos un choque de espadas y unos gritos muy lejanos. Aryes, pensé. Un súbito terror me paralizó de golpe.