Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre

27 El sueño de la muerte

¿Por qué demonios habría decidido ir a ver a Zaix?, me pregunté, rabiando por dentro. Envueltos en una esfera armónica que podía fallar en cualquier momento, Spaw y yo observábamos la terrible escena que se desarrollaba a unos metros tan sólo de donde nos escondíamos.

Dash, Mártida, Lénisu, Manchow, Srakhi y Shelbooth, de pie, fulminaban a sus atacantes con miradas hostiles, cautelosas o desconfiadas. A sus pies, acababan de tirar sus armas, rendidos.

La expedición Klanez había acabado por alcanzarnos. Los más eran Espadas Negras y entre ellos estaba el capitán Calbaderca… junto a Kaota y Kitari. Todos, armas en mano, cercaban amenazantes a sus seis rivales.

Seis… Fruncí el ceño, inmóvil, detrás de unas ramas luminosas. ¿Dónde estaban Aryes, Drakvian, Miyuki y Kyisse…?

—En nombre de Dumblor y de los dioses etíseos, ¿quiénes sois? —les espetó el capitán Calbaderca con voz sonora.

—¿No iréis a matar a unos humildes aventureros? —replicó Lénisu con una sonrisa vacilante—. ¿Verdad?

—No sois unos humildes aventureros —retrucó el capitán—. Sabemos que habéis raptado a la niña.

—Ya la están buscando. No debe de andar muy lejos —comentó Felxer, a su lado.

—¿Para quiénes trabajáis? —prosiguió Djowil Calbaderca, al ver que los derrotados no contestaban.

—Yo nunca he raptado a nadie —aseguró Lénisu. A pesar de su desenfado, se notaba que pensaba frenéticamente en una manera de salir de esta.

—¿Para quiénes trabajáis? —insistió el capitán, acercándose a Lénisu y apuntándolo con la punta de la espada, para aumentar el nerviosismo.

—Esa es una pregunta fácil —dijo mi tío, sin inmutarse—. No trabajo para nadie. Al menos de momento.

El capitán siseó, impaciente.

—Mentiras.

—Por una vez que dice la verdad —gruñó Dashlari.

El enano taladraba a sus adversarios con sus ojos oscuros. Él también había tenido que tirar su hacha y, a juzgar por su expresión, eso le había herido profundamente el orgullo.

Durante unos segundos, el capitán escudriñó el rostro de cada uno. Entonces, bajó la espada.

—Atadlos —ordenó—. Ya nos encargaremos de ellos más tarde. Vayamos a buscar a la Flor del Norte.

Intercambié una mirada aterrada con Spaw. El demonio, con el ceño fruncido, permanecía inmóvil y en silencio, de cuclillas sobre la hierba azul.

Estaban maniatando a Shelbooth, Mártida, Dash, Manchow, Srakhi y Lénisu, cuando se oyó un ruido precipitado de botas. El capitán, que estaba eligiendo un nuevo grupo para rastrear el bosque en busca de Kyisse, se detuvo en seco.

—¡Capitán! —dijo una voz.

Aparecieron cuatro aventureros alocados de entre las ramas de un árbol, pisando fuerte contra la tierra mullida.

—Capitán —jadeó quien había gritado—. Hemos encontrado a la Última Klanez.

—Pero no está con vosotros —observó el capitán.

—No —dijo otro, con la respiración entrecortada por haber corrido—. Había una vampira —farfulló—. Hemos conseguido coger a dos de los que corrían, pero no a la niña. La niña…

—La niña está muerta —declaró otro aventurero, muy sombrío.

Al oír tal aseveración, se me cortó la respiración.

—No lo está —replicó otra voz, más tenue. Era la voz de Aryes. Volví a respirar. Por un momento había temido que mi corazón dejase de latir.

El capitán Calbaderca, de espaldas a mí, se acercó a grandes zancadas a Aryes y me estremecí. Los ojos de Aryes brillaron de aprensión.

—Salvador —tronó el capitán—. Más vale que tengas razón. Xiuwi, llévanos hasta la niña.

Enseguida, todos se pusieron en marcha, los Espadas Negras empujando a sus prisioneros sin miramientos.

—¿Qué es esa historia de vampiros? —le preguntó Ashli a Hiito Abur, el primero que había gritado.

—La estaba apuntando con mi ballesta —explicó el joven caito, algo conmocionado—. Estaba inclinada sobre Kyisse, como si le estuviese bebiendo la sangre… Pero en el momento en que iba a disparar, el Salvador se interpuso y cuando los demás lo apartaron la vampira ya había desaparecido y, además… dejó un olor fétido insoportable —dijo.

—Saliva de vampiro —siseó Ácnaron, con asco. Sus palabras se perdieron en la lejanía y entre los murmullos de los demás.

Me giré hacia Spaw.

—¿Qué hacemos? —susurré.

Spaw inspiró, espiró y agitó la cabeza.

—Primero, dejar de temblar como lo haces —dijo—. No vaya a ser que me pegues un bastonazo por los nervios.

Sonreí y asentí, incorporándome.

—¿Y lo segundo? —lo animé.

—Lo segundo… Seguirlos y observar en silencio.

Volví a asentir.

—Pues adelante.

Volví a reforzar el sortilegio armónico y salimos de nuestro escondite. Como Spaw conocía el bosque, pasó delante y traté de proyectar el sortilegio para envolverlo, pero me pregunté si realmente era eficaz. Rodeamos ligeramente a los aventureros y entonces oí a Spaw sisear entre dientes. Por suerte, había mucho ruido de voces para que alguien lo oyese.

Olí antes de ver. El olor era francamente inaguantable. Lo reconocí sin dificultad: era el mismo que había olido cuando Drakvian me había querido enseñar lo bien que sabía escupir un líquido apestoso, como buena vampira que era. Olía a muerte y descomposición. Tapándonos la nariz y la boca, Spaw y yo rodeamos el lugar para buscar un escondite apropiado por el que se pudiera ver algo. Oíamos las voces del capitán, de Nimos Wel y de otros… Cuando al fin nos apostamos debajo de uno de los árboles más frondosos, logré ver a Kyisse. La niña estaba tumbada sobre la hierba azul, en medio de una avenida natural. Sus ojos estaban cerrados y parecía estar sumida en un sueño profundo. Demasiado profundo. Mi primer impulso fue levantarme y precipitarme hacia ella… Pero me contuve.

El capitán cogió a Kyisse en brazos con suma delicadeza y se alejó del círculo fétido que había dejado Drakvian para protegerla.

—Su respiración es muy débil —declaró Nimos Wel, tomándole el pulso.

Íbamos a seguir a los aventureros, que se alejaban del lugar con cierta precipitación, cuando oí el ruido quedo de unos pasos rozando la hierba y me giré bruscamente, lívida de espanto. Entonces vislumbré a Drakvian, entre los árboles, avanzando con sigilo.

Le cogí la manga a Spaw y le señalé a la vampira. Nos acercamos a ella.

—Drakvian —murmuré.

La vampira dio un brinco y soltó un resoplido de alivio al vernos.

—Shaedra, Spaw, ¿habéis visto? —susurró. Asentimos tristemente con la cabeza—. Odio tener que reconocerlo pero he sido tonta. Me despisté y le dejé a Kyisse un momento sola… Se comió una baya extraña. Y ahora está muriéndose —se lamentó, con el rostro deformado por la culpabilidad y la pena.

Sentí mis ojos humedecerse. Muriéndose, me repetí, sintiéndome impotente.

—¿Has dicho una baya? —preguntó Spaw. Enseguida se le habían iluminado los ojos—. ¿Qué tipo de baya?

—Una baya azul —contestó la vampira, estirándose, distraída, un tirabuzón verde—. No tengo ni idea de qué es. Cómo iba a pensar que Kyisse se iba a comer una baya…

—Llévanos adonde están esas bayas —dije, con esperanza, viendo que Spaw parecía menos desanimado al conocer la razón del estado de Kyisse.

La vampira inspiró hondo.

—Seguidme.

* * *

En los lindes del bosque, el capitán Calbaderca con su expedición se dirigía sin duda hacia Dumblor, en busca de algún remedio para salvar a la Última Klanez. Todos tenían unos rostros sombríos, convencidos de que la pequeña iba a morir. Sin embargo, la pena dejó paso al asombro cuando nos vieron a Spaw y a mí salir del bosque con un andar presto y decidido.

Unos murmullos se elevaron entre los aventureros. El capitán Calbaderca, que abría la marcha, se dio la vuelta y observó cómo nos acercábamos desde lo alto de la colina.

—¡Sabemos cómo salvar a Kyisse! —exclamé, para que nos oyeran. Una melodía rápida de violines acompañó mentalmente mis palabras.

Seguimos avanzando y, cuando llegamos ante el capitán, este preguntó gravemente:

—¿Cómo?

Me giré hacia Spaw y este explicó con total franqueza:

—Kyisse ha comido una seydramuerte. Esas bayas te sumen en un sueño del que nunca vuelves a despertar. Pero conozco a una persona que sería capaz de salvarla. Déjenme a Kyisse, la llevaré a esa persona y será curada. Lo juro por mis antepasados.

A nadie, creo, se le pasó por la cabeza que estuviese mintiendo: todo, en el tono y los gestos de Spaw, reflejaba sinceridad.

—Si lo que dices es verdad —dijo sin embargo Nimos Wel con tono pausado—, entonces dudo mucho de que alguien sea capaz de salvarla. No existe ningún antídoto contra el veneno de la seydramuerte.

—Sí que existe —afirmó Spaw.

—¿Quién es esa persona de la que hablas? —inquirió el capitán Calbaderca—. Ignoro cuánto tiempo puede sobrevivir en ese estado, pero no creo que mucho tiempo. Esa persona, ¿vive lejos?

—Algo —confesó—. Pero pienso que es factible si dejáis que me la lleve ya. De lo contrario, morirá.

Una sombra de duda veló los ojos del capitán por un instante.

—No pienso dejarla en tus manos. Llévanos adonde vive esa persona —sugirió.

—Imposible —rechazó Spaw categóricamente—. Es necesario que vaya solo.

El capitán Calbaderca lo escudriñó con la mirada, pasó a mirarme a mí y entonces negó con la cabeza y pronunció claramente un:

—No.

* * *

—Deja ya de mirarlo así, al pobre —suspiró Lénisu—. Su conciencia ya tiene suficiente con tener que soportar la muerte de una niña. No lo atosigues más.

Llevaba una hora echando miradas fulminantes al capitán Calbaderca pero mi rabia no se apaciguaba. El capitán sabía que Kyisse iba a morir. ¿Por qué rechazaba la oferta de Spaw? ¿Por orgullo? ¿Por desconfianza? No tenía nada que perder y era la única esperanza que nos quedaba.

—Asesino —siseé entre dientes.

A mi lado, Aryes avanzaba lentamente, maniatado como yo, con la cabeza gacha, apesadumbrado. Kaota y Kitari andaban no muy lejos. Aún no nos habían dirigido la palabra y cuando cruzaba la mirada de uno de ellos, leía en su expresión decepción, cólera y tristeza.

Estábamos llegando a las rocas cuando, de pronto, Kaota dio unas zancadas y se plantó delante de mí.

—Shaedra. Dime, ¿es cierto lo que dice Spaw? ¿Puede salvarla?

Me asombré al notar la emoción con que vibraba su voz. Lentamente, asentí.

—Es cierto.

—¿Y también es cierto que no podemos acompañarlo?

Asentí.

—Sí.

Los demás se habían parado, aguzando el oído.

—¿Por qué? —insistió la Espada Negra.

—Porque si fuéramos todos tendríamos que optar por un camino más largo —explicó Spaw, con tono misterioso, antes de que yo pudiera decir nada.

Kaota nos miró alternadamente y sus labios formaron una línea firme.

—Entonces, no hay más que hablar. Capitán Calbaderca —dijo la joven belarca—, no podemos dar la espalda a la última esperanza que nos queda para salvar a la Flor del Norte. Dejemos que Spaw se la lleve.

El capitán, que se había detenido y había escuchado la conversación en silencio, permaneció pensativo un largo rato.

—¿Capitán? —lo interpeló Nimos Wel, posando una mano sobre el brazo del ternian—. Su Espada Negra tiene razón. No sé cómo se las va a arreglar ese joven… pero parece sincero y es la única solución que nos queda.

El capitán asintió con la expresión sombría.

—Entonces, que así sea. Liberadlo.

Kitari se encargó de quitarle la cuerda a Spaw y este inclinó la cabeza hacia el capitán.

—Salvaré a la niña —prometió.

Se acercó a Dabal, quien llevaba a Kyisse. La cogió en sus brazos y retrocedió. El capitán soltó:

—¿Adónde la llevarás?

Spaw sonrió.

—A casa de mi abuela.

Mientras se alejaba, me vinieron unas palabras que me había dirigido Kyisse en tisekwa, durante la última noche que habíamos pasado en Meykadria: “He visto tu corazón y sé que me quieres. La gente no se atreverá a hacerte daño”. Se me humedecieron los ojos y deseé con toda la fuerza de mi corazón que Spaw llegase a tiempo a Aefna para que Lunawin salvara a la pequeña.

En ese instante, crucé la mirada de Kaota y, a falta de manos, realicé un gesto de profundo agradecimiento con la cabeza.