Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre

25 Bosque de Piedra-Luna

En cuanto pasamos por la trampilla, empecé a darme cuenta de que, a pesar de saber que no había otra mejor forma de actuar, me dolía tener que dejar a Kaota y a Kitari sin haberlos avisado. Pero claro, si los hubiésemos avisado, en aquel momento estarían cubriéndonos las espaldas o quizá atándonos las manos para que no se nos ocurriese huir del capitán antes de que este volviera.

Anduvimos mucho tiempo en silencio, alerta a lo que nos rodeaba. Lénisu caminaba delante y pensé alcanzarlo para preguntarle qué le había ocurrido durante todo ese tiempo. ¿Habría encontrado las mandelkinias que le había mandado buscar el Nohistrá? ¿Cómo nos había encontrado? ¿Desde cuándo nos estaba siguiendo, esperando una oportunidad para interrumpir la expedición? Y, por último, ¿cómo pensaba salir de los Subterráneos?

Al de unas horas, desembocamos en un espacio más amplio y Lénisu se giró hacia el enano.

—Estamos llegando a la caverna del Bosque de Piedra-Luna, ¿no, Dash?

—Sí. Un poco más al este está la Ruta del Arzli. Yo propongo que la evitemos por el momento.

Lénisu asintió.

—Deberías pasar el primero —le pidió—. Conoces mil veces mejor este lugar que yo.

Ambos parecían conocerse bien, observé, mientras seguíamos, subiendo y bajando entre las rocas irregulares. Estábamos pasando entre dos enormes rocas cuando Shelbooth soltó:

—¿Cuántos días créeis que faltan para salir a la Superficie?

—Días —replicó Mártida, la elfocana—. ¿Puedo preguntarte algo? ¿Por qué te apetece tanto ir a la Superficie?

El joven se encogió de hombros, vaciló y contestó:

—Dicen que la vida ahí es más fácil.

—¡Ah! —dijo Lénisu, burlón, parándose un momento al final del estrecho pasaje—. Así que el valiente Shelbooth ha decidido que no valía la pena ser un héroe, ¿eh?

—Tú mismo dijiste un día que los héroes solían serlo por casualidad —intervino Manchow Lorent, con un tono cómico.

Reprimí una sonrisa. El hijo del Nohistrá de Aefna por el momento no había demostrado más que entusiasmo con todo lo que sucedía. A pesar de tener veintiún años, según me había contado Lénisu, era un imprudente y un completo desastre cuando se le asignaba una misión. Me preguntaba cómo había acabado en los Subterráneos cuando Lénisu me había afirmado que lo había dejado con el Nohistrá de Dumblor. Quién sabía todo lo que les había podido pasar mientras Aryes y yo dábamos día tras día ceremonias aburridas sobre la Última Klanez.

Sin embargo, aquel no era momento para largas charlas así que guardaba silencio pacientemente, al igual que Aryes. Anduvimos todavía largo rato, oyendo ruidos extraños de criaturas entre las rocas y en los túneles. Vimos hasta a una forma alada pasar muy arriba, entre las sombras, que soltó un grito agudo muy desagradable y que me recordó a algo que en el momento no logré identificar.

—Una arpía —explicó Shelbooth en un murmullo, al notar mi sobresalto.

Hice una mueca de desagrado y Miyuki, la elfa oscura, escupió:

—Odio las arpías.

El enano, en ese momento, se giró hacia nosotros.

—Vamos a entrar en una zona de rocarreinas. Cualquier mínimo ruido resuena como un martillo. A partir de ahí, tendremos que guardar un silencio absoluto.

—¿No se puede pasar por otro sitio? —preguntó Srakhi.

Dashlari meneó negativamente la cabeza.

—Deberíamos dar un rodeo de un día de marcha para evitarlo.

Cuando entramos en la zona de rocarreinas, el enano nos lo hizo saber levantando una mano. Nos lanzó una mirada de advertencia y empezó a bajar por la cuesta muy lentamente.

Era una larguísima cuesta poblada de rocas de un color azulado. No crecía entre ellas ni el más mínimo arbusto subterráneo. Nada más empezar la bajada, Dash pisó demasiado fuerte y resonó un ruido semejante al de un martillo chocando contra la hoja de una espada. Nos detuvimos todos, reteniendo la respiración. El enano puso cara de disculpa y continuamos.

Estábamos por la mitad de la bajada cuando, de pronto, se oyó una ráfaga de martilleos. Kyisse acababa de tropezarse a pesar de que Aryes la cogiese de la mano. Consciente de que acababa de meter la pata, estuvo a punto de llorar y la miré, agitando las manos, y sonriéndole con aire aterrado. Entonces, Manchow Lorent soltó una carcajada y, aunque se tapó enseguida la boca, resonó su risa por toda la bajada, confundiéndose casi con el chillido de una arpïeta.

Vi a los demás esforzarse para reprimir cualquier tipo de comentario. En cambio, Frundis no se privó.

“¡Shaedra!”, exclamó, entusiasmado. “Imagínate un concierto en este lugar. Llenaría la caverna entera de sonidos de violines, trompetas, guitarras, pianos…”

“Has olvidado las flautas”, le repliqué, socarrona.

“Y el arpa”, apuntó Syu, sentado sobre mi hombro.

“Seguro que en un lugar con rocarreina como esta tu composición sonaría como un concierto celestial acompasado con gritos de arpías”, aprobé.

“¡La rocarreina!”, exultó el bastón, muy feliz, soltando sonidos de violines triunfales en mi cabeza. “Creo que esto va a ser un gran invento. A menos que exista ya. ¿Te imaginas? Yo, Frundis, el inventor de la orquesta rocarreina, ¡qué gran idea!”

Syu y yo reímos mentalmente, divertidos por tanto entusiasmo.

Tardamos quizá media hora en llegar al lugar donde la rocarreina dejaba paso a unas rocas negras menos traicioneras. Nos encontrábamos en una pequeña explanada muy en altura con respecto al resto de la caverna y se extendía ahora delante de nuestros ojos un vasto panorama de la inmensa cueva, iluminada por las piedras de luna. Era una vista impresionante.

—El Bosque de Piedra-Luna —dijo Lénisu, señalándomelo con el dedo índice.

En la lejanía, se delineaba la forma intrincada de un bosque de donde centelleaban luces como estrellas atrapadas entre los árboles.

—Esperemos que nadie se haya fijado en el estruendo que hemos metido —comentó Dash, mirando con precaución a su alrededor—. Adelante.

Seguimos bajando, esta vez por una especie de rampa que me recordó a la del Acantilado de Acaraus, en más salvaje. Acabamos todos agotados por la bajada y, al ver que Dash pretendía seguir, me atreví a soltar:

—Esto… ¿No creéis que estaría bien hacer una pausa? —sugerí.

—Excelente idea —aprobó Aryes.

—Sí —asintió Kyisse, sobre los hombros de éste, y bostezó ruidosamente.

Enseguida Spaw, Shelbooth, Manchow, Miyuki y Mártida apoyaron la propuesta y Lénisu sonrió, con las manos en los bolsillos.

—Dash, ya sabemos que tú continuarías así durante horas, pero creo que estamos todos agotados. La verdad es que yo no me atrevía a decirlo, porque parecíais estar todos con ganas de seguir menos yo. Gracias, Shaedra —añadió, guiñándome un ojo.

Enarqué una ceja, burlona. Al ver bostezar a Kyisse, Lénisu la imitó y todos nos pusimos a bostezar. Nos instalamos en un pequeño recoveco donde la roca era bastante lisa y comimos tranquilamente unas galletas de fruta seca, regalo de Fahr Deunal. A pesar de tener ganas de cerrar los ojos y dormir, mi curiosidad me empujaba a hacer preguntas. ¿Pero cómo hacerlas si no sabía de qué estaban al corriente Manchow, Shelbooth y los demás? Tampoco quería meter la pata.

Crucé la mirada de Drakvian e hice una mueca, meditativa. Esta soltó un ruido parecido al de un carraspeo.

—Lénisu, creo que habría que explicarles todo lo ocurrido a Shaedra, Aryes y Spaw —dijo entonces—. Yo, desde luego, no me habría aguantado tanto.

Mi tío suspiró y asintió.

—Sí.

Calló y le eché una mirada exasperada.

—¿Y bien? —dije—. Como dice Drakvian, hemos sido pacientes. Ahora te toca a ti explicar qué es todo esto… quiénes son las personas con las que viajamos y por qué nos ayudan y…

—Vale —me cortó Lénisu, rascándose una ceja con una mano distraída. Paseó una mirada por nuestros rostros, acabó por clavar sus ojos en los míos e inspiró—. Por una vez, vayamos por orden cronológico. Cuando el Nohistrá me liberó de la prisión, me encontré con Srakhi, que esperaba pacientemente mi llegada, ansiando verme ya en peligro de muerte. —Le echó una mirada burlona al gnomo y levantó una mano para hacerlo callar—. Lo sé, no debería burlarme de un say-guetrán, retiro lo dicho. Bien. Mientras que vosotros pasabais a palacio y os cubrían de regalos, yo pasaba mis días aburriéndome con conversaciones contraproducentes, aunque también estuve buscando a Dash, el mismo al que andaba buscando desde que llegamos a Dumblor. Resulta que al final lo encontré —dijo, haciendo un leve gesto hacia el enano—. Y tan activo y enérgico como antaño. Un amigo de los de verdad —aseguró, dándole un puñetazo contra el hombro a Dash. Retiró su mano con una mueca—. Y resistente como la piedra —añadió, mientras el enano ponía los ojos en blanco y sonreía—. Luego, me encontré con Manchow Lorent, que acababa de llegar de la Superficie huyendo de su malvado padre.

—Jamás dije que mi padre era malvado —intervino pausadamente el joven humano con la voz distraída.

—Y finalmente —contó Lénisu—, me encontré con Miyuki. —Señaló la elfa oscura de rostro amigable—. A la que conozco también desde hace tiempo. A decir verdad, desde hace más tiempo todavía que a Dash, que ya es decir. Y entonces me mandó llamar el Nohistrá —suspiró, teatral—. Desde siempre me ha estado atormentando con misiones descabelladas. —Meneó la cabeza, como pensativo.

—Según me dijo Shaedra, fuiste a buscar perlas de dragón —dijo Aryes, para animarlo a continuar.

Lénisu soltó un breve resoplido que se asemejaba a una risa.

—Sí. Perlas de dragón, pero no de las verdaderas —replicó—. Dash, Miyuki, Srakhi y Manchow me acompañaron. Y fuimos hacia el sur, siguiendo una ruta de traficantes de esclavos.

—Sí —se rió Manchow—. Y Dash aprovechó para arrasar un pueblo entero de esclavistas. Bueno, casi. Me dejó espantado. Aunque desde luego no voy a sentir lástima por…

Lénisu y Miyuki carraspearon ruidosamente.

—Manchow, ¿cuántas veces te he explicado que ese tema es delicado para nuestro amigo Dash? —le preguntó mi tío.

De hecho, el rostro del enano se había ensombrecido y brillaba en sus ojos un destello inquietante.

—Retomemos —propuso Lénisu—. ¿Dónde me había quedado?

—En tu misión con el Nohistrá —le recordé.

—¡Ah! Sí. La misión consistía en sustraer unos objetos en el clan de unos fanáticos totalmente pirados que viven no muy lejos de la Superficie y de paso tenía que intentar averiguar sus actuaciones. No sacamos nada muy interesante, pero nos llevó mucho tiempo salir de ahí sin que nos viesen. Y luego, para colmo, cuando regresé, el Nohistrá no pudo recibirme y me quedé sin los cuatro mil kétalos porque, en cuanto me enteré de que te habías ido al castillo de Klanez, me marché de Dumblor. No iba a esperar a que ese sinvergüenza me pagase.

—Que se quede con su maldito dinero —aprobó Shelbooth—. Ese hombre es un avaro malnacido.

Lénisu esbozó una sonrisa.

—Y por cierto, me iba a olvidar de ti, Shelbooth. Cuando fui a ver a Asten, me contó más o menos todo lo que había ocurrido durante mi ausencia. Fue entonces cuando supe que Spaw estaba con vosotros. Asten me consiguió la ruta que seguiría la expedición y decidí partir de inmediato. Y Shelbooth quiso acompañarnos. Os ahorro la bronca entre padre e hijo —añadió, dedicándole al joven elfo una amplia sonrisa que lo puso molesto.

—¿Y Drakvian? —inquirí, curiosa—. ¿Cómo la encontrasteis?

—Buaj. Fácilmente —replicó la vampira—. Me dejé encontrar. Estuve siguiendo la expedición y luego, cuando vi a Lénisu que os seguía…

—Venga ya —la interrumpió Lénisu, irónico—. Te pillamos por sorpresa, admítelo. No esperabas encontrarme. Además, Dash casi te confunde con una gacela blanca —añadió, con una risita sarcástica.

Drakvian gruñó.

—Bah, bah. No seas exagerado. Dash no me habría atrapado.

—¿Que no? —replicó el enano, con una ceja enarcada—. Si estabas arrinconada contra el muro.

—Ya, pero…

—Admítelo, no te mueves tan silenciosamente como creías —la cortó Lénisu, divertido.

La vampira soltó un gran suspiro y se encogió de hombros, recolocando su velo que se había deslizado ligeramente.

—Decid lo que queráis, pero yo sé que habría sido capaz de huir. Bueno, ¿ya has acabado tu historia, Lénisu?

—Sí, y aunque no estuviese acabada, creo que lo mejor va a ser que descansemos y pronto retomemos la marcha antes de que nos encuentren los Espadas Negras.

—Haré el primer turno de guardia —propuso Miyuki, levantándose—. Descansad todos.

Me envolví dentro de mi capa y me tumbé, cogiendo a Frundis entre mis manos. Con los ojos cerrados, los ruidos inquietantes de la caverna se percibían todavía mejor. Sin embargo, estaba tan agotada que, mientras Frundis componía en secreto su orquesta rocarreina, concilié muy rápidamente el sueño.

* * *

Subía y subía una escalera muy oscura. Los demás iban muy por delante de mí y yo avanzaba como si estuviese arrastrando un saco de piedras. Oía a Kyisse llamarme a lo lejos y vi que una criatura horrible la perseguía. Echaba a correr y entonces todo cambió: la escalera se abrió y un cielo azul y primaveral apareció sobre mi cabeza. Pasó volando un dragón que resultó ser Naura… Oí unos chasquidos de lengua y una risa que fue haciéndose cada vez más real.

“Hola.”

Desperté, sobresaltada.

“¿Zaix?”

“El mismo”, contestó el Demonio Encadenado. “Estás muy cerca. Me alegra saberlo. Mm… podrías venir a visitarme. Te daremos una acogida fenomenal”, añadió alegremente.

“Gracias y… lo siento, pero no puedo”, dije, incómoda. “Estoy con varios compañeros saijits. Y Spaw me dijo que era una mala idea pasar a verte con ellos…”

“¡Naturalmente que es una mala idea!”, exclamó Zaix, con un deje de sorpresa. “¿A qué esperáis Spaw y tú para dejar a esos saijits? De verdad que no lo entiendo. Es arriesgarse para nada. Deberías huir de esas criaturas.”

“¿Esas criaturas?”, repetí. “Mi tío no es una criatura, es mi tío.”

“Lo que temía”, suspiró Zaix. “Le pido a Kwayat que no te saque bruscamente de tu vida saijit y ahora compruebo que sigues metida plenamente en ella. No es un problema mayor, pero deberías aprender a ser más precavida con los saijits. Debes hacerte a la idea de que son diferentes.”

Emití un resoplido mental.

“¿Y Spaw? También está con saijits.”

“Te está protegiendo”, replicó el demonio. Ese día parecía estar más cuerdo que otras veces, noté. “Y además, yo no digo que no vivas entre saijits. Simplemente digo que no te forjes demasiados vínculos con ellos. A Spaw una vez se lo tuve que recordar. Bueno, ¿vas a venir o no? Al fin y al cabo perteneces a la comunidad desde hace más de dos años y todavía no has venido”, añadió, con tono de reproche.

“Er…” Vacilé. “Bueno. Tal vez”, dije, poco convencida sin embargo.

Oí el gruñido de Zaix.

“Parece que Spaw te ha pegado sus tal veces y quizases. Bueno. Procura mantenerte en vida, pequeña demonio.”

Estaba casi yéndose cuando le pregunté:

“¿Vives en el Bosque de Piedra-Luna?”

Percibí la sonrisa mental de Zaix.

“Quizá.”

Cuando dejé de notar la presencia del demonio abrí los ojos y me enderecé. Dashlari, sentado sobre una roca, vigilaba los alrededores. Lénisu, con la piedra luna en su regazo, trataba de coser un desgarrón de su pantalón. Kyisse, Miyuki, Aryes, Shelbooth y Manchow dormían profundamente. Mártida estaba comiendo unas galletas y Srakhi estaba en plena meditación con la Paz. Recostado contra una piedra, Spaw acababa de alzar los ojos al verme despierta y me soltó una mirada elocuente, dándome a entender que sabía que Zaix me había hablado.

Hice una mueca y paseé la mirada a mi alrededor.

—¿Dónde está Drakvian? —pregunté en un murmullo, para no despertar a los demás.

—Cazando —contestó Lénisu. Estiró la aguja y siseó—. Ya está… —gruñó.

Se le había escapado el hilo del ojo de la aguja. Reprimí una risa burlona y mi tío me miró con los ojos entornados antes de intentar enhebrar la aguja aproximándola a la piedra de luna para ver bien.

Se me había escapado Frundis mientras dormía y lo rocé con la mano para ver cómo estaba. Oí un canto de flautas traveseras y un gruñido de desagrado seguido de otras notas de flautas. Estaba en plena composición y parecía abstraerse totalmente de lo que ocurría a su alrededor. De pronto, Syu aterrizó ante mí, cayendo de alguna roca con ligereza.

“Frundis ahora se enfada contra sus flautas”, se rió el mono.

“Y tú pareces haberte familiarizado con las rocas más que con los árboles”, observé.

“Bah, entre una roca y un árbol no hay comparación”, suspiró Syu, y subió a la roca donde estaba sentado Dashlari, sin duda para contemplar el Bosque de Piedra-Luna con ojos curiosos.

Entonces, Manchow se incorporó, me miró, sonrió y exclamó:

—¡Buenos días! ¿Qué tal habéis dormido?

Oí el suspiro de Lénisu mientras conseguía al fin enhebrar su aguja. Manchow no era precisamente muy discreto, pensé, esbozando una sonrisa. Los demás despertaron enseguida y no tardamos en ponernos en marcha. Cruzamos un paisaje de roca bastante desértico antes de llegar a un terreno irregular de colinas llenas de hierba azul y trozos de roca.

Estábamos subiendo una de esas colinas cuando apareció Drakvian dando saltos muy contentos.

—¡He cazado dos animales que se parecen a liebres! —exclamó, agarrando en ambas manos unas liebres por las orejas. Nos dedicó una gran sonrisa llena de sangre y posó sus presas ante nosotros.

Me quedé helada, intercambié una mirada aterrada con Aryes y me giré hacia los demás para ver sus reacciones… En el instante en que Drakvian soltaba un «ups», Shelbooth siseaba entre dientes.

—Al menos podrías intentar disimular un poco —soltó el elfo.

Drakvian, que se estaba limpiando la boca con el dorso de la mano, lo fulminó con la mirada. Ambos se lanzaron ojeadas asesinas y Lénisu intervino:

—¡Ey! ¿Otra vez estáis con las mismas? Creía que habíais llegado a un acuerdo.

—Yo no hago acuerdos con vampiros —escupió Shelbooth.

Drakvian soltó de pronto un ruido gutural y tiró al suelo el velo que pendía alrededor de su cuello.

—Y yo ya estoy harta de ese acuerdo absurdo —declaró—. No veo por qué debería esconderme.

El elfo hizo una mueca de desagrado, con la mirada fija en los dientes de la vampira.

—Arreglaos entre vosotros —masculló Lénisu, alejándose ya mientras se tapaba la nariz. Lo vi tambalearse ligeramente y me precipité hacia él.

—¿Lénisu? ¿Estás bien?

—Es el olor a sangre lo que lo marea —explicó Miyuki con calma al llegar junto a nosotros—. Siempre le ha ocurrido, no te preocupes.

Lénisu meneó la cabeza como para recuperarse y se giró hacia el enano, soltando:

—Por todos los dioses, no nos detengamos. Cualquiera podría vernos en este lugar. Ah, por cierto, Drakvian, recoge ese velo. Ya dejamos bastantes rastros como para ir dejando muestras más vistosas.

—Ya —gruñó Drakvian, siguiendo su consejo—. Pero no me lo pondré más. Que Shelbooth me denuncie, si quiere, o que me mire mal, no me importa.

—Que conste que lo del velo esta vez no ha sido idea mía —apuntó Lénisu—. En marcha.

—Gracias por las liebres, Drakvian —añadió Mártida, recogiéndolos. La elfocana por poco no se relamía los labios.

Continuamos andando durante un buen rato. Según Lénisu, íbamos a rodear el bosque para dirigirnos luego hacia el oeste, en dirección del portal funesto. En un momento, me encontré andando junto a Mártida y, empujada por la curiosidad, me decidí a hablarle.

—Ayer, cuando Lénisu contó lo de su misión, no te mencionó —dije—. ¿Tú también eres una antigua amiga de mi tío?

La elfocana sonrió.

—No. Lo conozco desde apenas unas semanas —contestó—. Le propuse ayudarlo en su empresa y aquí estoy.

Fruncí el ceño.

—Eso significa, supongo, que te ha prometido algo en contrapartida.

Mártida rió.

—Cierto —admitió—. Pero él sólo me devolverá el favor cuando lleguemos a la Superficie.

—Mm —dije, pensativa. No insistí más en aquel tema pero seguimos hablando de otros y me di cuenta de que la elfocana era una persona agradable y llena de ingenio. Hablaba con soltura y amenidad y me impresionó todo lo que sabía sobre la Superficie. Sin embargo, cuando le pregunté de dónde era, eludió la pregunta, mostrándome una faceta más misteriosa que me intrigó. Pero no era lo suficientemente entrometida como para preguntarle nada que no quisiera desvelar y traté de evitar todas las preguntas que pudieran incomodarla.

Drakvian había recuperado su buen humor y hablaba animadamente con Spaw y Aryes mientras Shelbooth cerraba la marcha con Manchow, el uno sombrío y el otro admirando la caverna como si estuviese en algún palacio lleno de maravillas.

Rodeamos el Bosque de Piedra-Luna sin adentrarnos en él. En una pausa Syu y yo hicimos una carrera hasta la cima de una colina y finalmente el mono tuvo que reconocer:

“Estas carreras de suelo son injustas. Un gawalt no debería correr en estas condiciones”, pronunció.

Reí suavemente y me tumbé sobre la hierba, viendo a un lado el bosque iluminado de luces azules y al otro al grupo que charlaba tranquilamente y descansaba mientras se asaban las liebres en un pequeño fuego. Cerré los ojos y agudicé el oído.

“¡Syu!”, exclamé después de un momento, abriendo los ojos, emocionada. “¿Oyes los cantos de los pájaros?”

El mono se puso sobre dos patas durante unos segundos y luego asintió con la cabeza.

“Los oigo. Si hay pájaros, tal vez también haya plátanos”, reflexionó.

Solté una risita burlona.

“Ya te expliqué que los plátanos venían de las flores y las plantas, no de los pájaros. Qué ideas tienes.”

El gawalt me dedicó una mueca escéptica.

“Pues yo recuerdo muy bien, en la otra vida, lo que me explicaban los demás gawalts. Sin pájaros no habría frutas”, me aseguró.

Puse los ojos en blanco pero no repliqué. En ese momento me di cuenta de que Spaw había subido la colina y recorría los últimos metros.

—¿Puedo? —preguntó. Asentí con la cabeza y se sentó junto a mí.

Contemplamos un instante el bosque y entonces rompí el silencio.

—Zaix me despertó pidiéndome que lo visitase. —Hice una pausa y pregunté—: ¿Dónde vive exactamente?

Spaw esbozó una sonrisa.

—No puedo decírtelo.

Enarqué una ceja.

—Y entonces, ¿cómo quieres que vaya a visitarlo?

—No puedo decírtelo, pero puedo enseñártelo —explicó sencillamente el demonio.

Inspiré, imaginándome entrar en alguna cueva secreta donde se escondía Zaix. Siempre me lo había representado como un ser sobrenatural, con unas enormes cadenas, sentado en algún trono de roca y pasando sus días conversando mentalmente con sus conocidos.

—Es ridículo estar tan cerca de su hogar y no ir a verlo —reconocí.

Spaw no contestó, como esperando la respuesta a una pregunta que no había formulado pero que flotaba pendiente entre nosotros dos.

—Pero no puedo ir ahí con Lénisu, Aryes y los demás —añadí—. Y francamente no voy a abandonarlos mientras yo subo a la Superficie tranquilamente por el pasaje del que hablaste.

Spaw seguía mirando el Bosque de Piedra-Luna, esperando con paciencia. Suspiré.

—Siempre podríamos volver otro día, por la entrada de la Superficie —concluí.

El demonio, al fin, perdió su aire grave y me sonrió.

—Podríamos —concedió—. Es curioso, pero creo que Zaix no te ha contado todo. Kwayat está con él. Al parecer, te andaba buscando.

Me quedé un momento suspensa y luego agité la cabeza.

—Kwayat es tremendo. Me deja tirada por una dragona y luego me abandona antes incluso de la reunión con los Comunitarios porque tiene otros asuntos más importantes. —Me eché a reír por lo bajo—. Pensándolo bien, me sorprende el simple hecho de que me esté buscando. —Hubo un silencio y entonces me maldije cien veces antes de decir—: Le pediré a Lénisu un día para ir a ver a Zaix. ¿Será suficiente, no? Todos me van a odiar porque no lo van a entender pero… siento que le debo esto a Zaix.

Spaw pareció alegrarse de mi súbita decisión.

—Puedes estar segura de que Zaix estará muy contento de verte.

Acaricié distraídamente al mono, que empezó a ronronear como Frundis cuando le rascaba el pétalo azul.

—Spaw —dije entonces—. Es curioso pero… Zaix no me ha mencionado en ningún momento aquel objeto que podría liberarlo de sus cadenas. Me parece extraño que no lo haya comentado, ¿no crees?

Spaw hizo una mueca.

—Él no sabe lo de la mágara absorbente del castillo de Klanez. Mejor no se lo menciones o nos pediría que fuésemos todos directamente al castillo sin reflexionar. Y a lo mejor se llevaría otra enorme decepción.

¿Otra?, me dije, mientras oía a Lénisu que nos llamaba desde abajo de la colina diciéndonos que nos íbamos a perder las liebres si no nos dábamos prisa. Nos levantamos y comenzamos a bajar.

—¿Cómo se llama ese amigo que descubrió la mágara absorbente? —pregunté.

Spaw me miró de reojo y pareció pensarlo antes de contestar:

—Modori. Es un docto.

—¿Y quiénes son los otros dos?

—Bueno. Te hablaré de ellos cuando vayamos a verlos, ¿qué te parece? —replicó, con una sonrisilla.

Carraspeé, asentí e hice una mueca nerviosa.

—Ahora sólo falta convencer a Lénisu de que me dé un día.