Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre

24 Luz de sombra

Cuando desperté, no había ya nadie en el cuarto y, por la puerta entreabierta, se filtraban ruidos de voces lejanas que provenían del refectorio acompañados de una luz de tono rojizo.

Syu se desperezó y lo imité, enderezándome sobre mi cama.

“¡Buenos días, Syu!”, dije alegremente, levantándome y abrochándome la capa que alguien había recogido del suelo y colocado al pie de la cama. Hacía frío y me froté las manos, estremeciéndome.

Entonces, toqué a Frundis. El bastón estaba en plena composición así que Syu y yo lo dejamos tranquilo y nos encaminamos hacia el refectorio para comer algo.

Me crucé con Aryes, en el corredor.

—Vaya, iba a ver si seguías en la Quinta Esfera, como dice Spaw —declaró, burlón—. Pero ahora que te has despertado, ven rápido o se acabarán las tortas de miel blanca con frambuesas doradas.

—¿Tortas de miel blanca con frambuesas doradas? —repetí, boquiabierta.

—Están riquísimas —afirmó él, cogiéndome la mano para que lo acompañase.

Cuando entramos en el refectorio, no había ni un sólo ilfahr, en cambio estaban Yelin, Chamik, Xiuwi, Dabal y Hiito jugando a cartas y charlando tranquilamente. Sentado en una esquina de la mesa, Spaw, con un lápiz, dibujaba sobre un cuaderno. Me acerqué a él, intrigada.

—¿Qué estás dibujando? —le pregunté, curiosa.

El demonio levantó la cabeza y sonrió.

—El sol poniente —contestó con sencillez—. El mismo que vimos justo antes de que nos atacasen los trasgos, en el monte. Fue un atardecer precioso y quisiera que en este templo hubiese al menos un dibujo del cielo.

—Es una gran idea —aprobé, devolviéndole la sonrisa—. ¿Dónde están las tortas?

—Se las ha llevado un ilfahr a la cocina —respondió Yelin, desde la otra punta de la mesa—. Consideró que si las dejaba aquí Dabal acabaría con ellas.

—Yelin… —protestó Chamik, invitándolo a ser más respetuoso.

Pero Dabal, el enorme mirol, soltó una carcajada y dijo:

—Anda, muchacho, te toca jugar.

Los dejé ahí y me fui con Aryes a la cocina. Syu ya se relamía los labios, hambriento. Desayuné como una reina, charlando tranquilamente con Aryes. Estábamos en plena conversación filosófica sobre el ciclo de la vida y sobre por qué existían carnívoros y herbívoros cuando Fahr Landew apareció por la cocina y, al vernos, se llevó las manos a la cintura, suspirando.

—Buenos días —dijo—. ¿Qué tal habéis dormido, jóvenes Salvadores?

Al pronunciar la palabra «Salvadores», noté en su voz un deje de ironía y entorné ligeramente los ojos, extrañada. ¿Acaso creía que éramos unos impostores y que Kyisse no era la verdadera Flor del Norte?

—Estupendamente, Fahr Landew —contestó Aryes.

—Como un oso lebrín —agregué—. ¿Y usted, Fahr Landew?

—Como Amzis en persona —replicó él, divertido—. Quisiera hablar contigo, joven Salvadora, si me lo permites, muchacho.

Aryes y yo intercambiamos una rápida mirada aprensiva y me levanté. Seguí al ilfahr por los pasillos y acabamos desembocando en el jardín del manantial. Era el mejor sitio para hablar sin que nadie nos oyera, observé. ¿Qué querría decirme el prior que fuese tan importante?

El mediano se giró brevemente hacia mí, me sonrió, y sin una palabra, se avanzó hacia un rincón de la roca y… corrió la superficie rocosa como una cortina, descubriendo un gran agujero.

“Demonios”, resoplé.

“Demonios”, asintió Syu, tan boquiabierto como yo.

—Adelante, Salvadora —me animó el prior.

—Er… Esto… ¿Qué se supone que es ese agujero? —pregunté.

—Un túnel —explicó, paciente—. Te aseguro que te llevarás una buena sorpresa.

Clavé mis ojos desconfiados en su expresión bondadosa y suspiré.

—Me alegro de que sea una buena sorpresa, ¿pero en qué consiste exactamente…?

Callé, carraspeando, y entonces se oyó hablar una voz desde el túnel.

—Shaedra, deja de parlotear y entra ya.

Me quedé paralizada de asombro. Aquella era la voz de Lénisu. Al principio, quise huir del pequeño jardín, creyendo, ilógicamente, que el ilfahr había despertado algún espíritu para engañarme… Pero no, me dije. El eco deformaba la voz, pero la que acababa de oír era la suya, sin lugar a dudas.

Solté una risita vacilante, turbada.

—Esto sí que es una buena sorpresa —aprobé, mientras me metía en el túnel, seguida de Fahr Landew.

Mil preguntas se arremolinaban en mi mente. Pero, ante todo, quería cerciorarme de que Lénisu estaba ahí… y con Kyisse. Cuando el prior hubo corrido otra vez la cortina color de piedra, todo se volvió oscuro y silencioso, como si aquella tela aislase del ruido como cinco metros de piedra. Entonces, distinguí una luz tenue: la piedra de luna de Lénisu, entendí.

—¿Lénisu? —murmuré, mientras avanzaba por el túnel.

Poco a poco, su rostro se fue delineando entre la penumbra. Sus ojos violetas me observaban, inquietos.

—Buenas otra vez, sobrina —me dijo—. Hola, Syu —añadió, mientras el mono saltaba a su hombro para saludarlo. Con su mano libre, me cogió un hombro y me dio un abrazo—. ¿Qué tal estás? Siento haberte abandonado durante la batalla, pero los demás aventureros estaban volviendo y habría sido imposible coger a Kyisse y huir si hubiésemos esperado más. Supuse que saldríais con vida. ¿Qué tal estás? —repitió.

—Bien. —Vacilé—. ¿Y tú? ¿Dónde está Kyisse?

—Más abajo, en el túnel, con los demás. —Su mirada se posó sobre el mediano de nariz gorda y realizó un breve gesto de cabeza—. Hola, Fahr Landew. Mil gracias otra vez por lo que estáis haciendo.

—De nada, joven aventurero —respondió el prior, risueño—. Tan sólo intento salvaguardar el castillo de Klanez de los curiosos.

—Y no se preocupe, mientras Kyisse esté conmigo, no iremos al castillo —le prometió mi tío.

Los observé alternadamente.

—¿Podéis explicarme algo, si no es demasiado pedir? —pregunté, mordiéndome el labio.

—Preguntar es bueno —replicó el mediano.

—Uyuyuy, amigo —dijo Lénisu con aire teatral—. Te advierto de que a veces mi sobrina hace preguntas que incomodarían hasta a un dragón.

Lo fulminé con la mirada y me lancé:

—Primero, ¿qué tiene que ver usted con el castillo de Klanez, Fahr Landew?

—Oh —sonrió el prior—. Supongo que te acordarás de la historia que conté durante el último dal. Esa historia la oí en boca de la propia Nawmiria. —Enarqué una ceja, estupefacta, y él asintió—: Sí, conocí personalmente a Nawmiria Klanez. Y a Sib Euselys. Ahora viven en la Superficie. O al menos vivían. En fin, yo creo que siguen vivos —afirmó, con fe—. Nawmiria era más joven que yo. Le he encargado a tu tío que los busque y que lleve a Kyisse a sus abuelos, ya que no se sabe qué ha ocurrido con sus padres.

—Sí —carraspeó Lénisu, al notar mi sorpresa—. No suelo meterme en ese tipo de historias, ocuparme de devolver niños no es lo mío, pero era la mejor manera de ponernos a salvo de esos Espadas Negras chiflados que nos persiguen. —Soltó una risita—. Y ahora estarán los diablos saben dónde, entre túneles y más túneles, buscando a Kyisse.

—Pues quedan cuatro Espadas Negras en el Templo, por si no lo sabías —lo informé, para consolarlo—. ¿Qué vamos a hacer ahora?

—Irnos de aquí, por supuesto —contestó Lénisu—. En cuanto Fahr Landew crea conveniente.

—Lo hemos organizado todo para las plegarias del melem —declaró este—. Saldréis del templo por un entramado de túneles secretos, guiados por Fahr Neydé.

—¿Y las plegarias del melem cuándo son exactamente? —inquirió humildemente Lénisu.

—Dentro de tres horas —especificó el mediano—. Y ahora tenemos que volver o pensarán que nos han raptado a nosotros también —bromeó.

—Entonces está decidido —concluyó Lénisu—. Vuelvo a agradecerle todo lo que hace por nosotros. No todos los días se encuentran a personas dispuestas a ayudar a los demás.

—¿No? —replicó el prior, sonriente—. Todos tenemos bondad en nuestro ser. Tan sólo haría falta que cada uno demostrase que la tiene.

Se inclinó solemnemente, dio media vuelta y se alejó.

—Shaedra —me dijo Lénisu, con un suspiro teatral—. Hay que ver en qué líos te metes.

—¿Qué? —me indigné—. Yo no les he pedido que me nombren Salvadora. Y mira quién habló. No eres precisamente un ejemplo para llevar una vida sosegada y tranquila.

Lénisu puso los ojos en blanco y, mientras Syu volvía a instalarse sobre mi hombro, me hizo un gesto con la cabeza.

—Creo que Fahr Landew está deseando salir de aquí. Sé prudente y sigue sus órdenes a rajatabla, ¿vale? A ver si por una vez nos sale algo bien y conseguimos llegar a la Superficie sin percances.

Le sonreí.

—Estaría bien que así fuera —contesté con esperanza, antes de seguir al prior hasta el manantial.

* * *

Tres horas después, los ilfahrs empezaron las plegarias del melem, en las que participaron todos los aventureros etíseos que podían levantarse, Kaota y Kitari incluidos, aunque yo los vi algo molestos al dejarnos en el cuarto, solos. Durante el cuarto de hora de que disponía antes de que viniesen a buscarnos, les expliqué a Spaw y a Aryes nuestra inminente evasión.

—Ya os notaba a Syu y a ti como más nerviosos —observó Aryes, pasándose la mano por la barbilla, divertido—. Tu tío no dejará nunca de sorprenderme.

—Tendré que dejar mi dibujo inacabado —suspiró Spaw, algo fastidiado—. Y eso que me estaba quedando bien. Supongo que son cosas que pasan.

—Y entre los mejores artistas —le aseguré con aire grandilocuente—. Ahora que lo pienso, una vez Frundis me cantó una balada bastante graciosa sobre la vida de un pintor itinerante. El caso es que este pintor iba dando pinceladas a su cuadro mientras andaba y vendía sus obras de pueblo en pueblo. Y un día alguien le regalaba unas botas mágicas de celeridad y el pobre pintor llegaba a los pueblos antes de hora, con la obra sin acabar. Total que al final el pintor le regalaba las botas a una liebre que pasaba, huyendo de un cazador, y volvía a su vida de siempre. Si bien recuerdo, los últimos versos eran estos:

¡Oh, tiempo de ilusiones!
¿quién quiso acelerar tus movimientos?
Mal pese a aquel que no oye tus relojes
y ve pasar la vida como el viento.

—Le pediré a Frundis que me cante esa canción para que me quite las penas —dijo Spaw, burlón.

Poco después, alguien llamó a la puerta y fui a abrir. Una tiyana, Fahr Neydé, en toda lógica, nos saludó en silencio.

—¿Estáis todos? —preguntó en voz baja.

Asentí, fui a coger mi saco y agarré a Frundis. Una vez listos, Spaw, Aryes y yo seguimos a Fahr Neydé. Entramos en el pequeño jardín, nos metimos en el túnel y la ilfahr recogió una linterna que alguien había dejado ahí para la ocasión y la encendió.

Nos adentramos en el túnel, que empezó a bajar, y finalmente, Fahr Neydé se detuvo en pleno camino y llamó a una pequeña puerta que se confundía muy bien con la roca pero que sonaba a madera. De pronto, se oyó un leve chirrido cuando la puerta se abrió, dejando ver la cara de Lénisu.

—Pasad —nos dijo.

—¡Shaeda, Aryes, Spaw! —gritó Kyisse al vernos, y se abalanzó hacia nosotros, riendo, feliz de vernos otra vez.

Le desordoné el cabello, sonriendo, y miré a los demás presentes. La sala, pequeña, tenía unos jergones, una silla y una especie de estufa que calentaba el ambiente. De pie, con una capa clara con capucha, estaba Shelbooth, el hijo de Asten, que nos observaba, expectante. ¿Qué hacía él ahí?, me pregunté, asombrada. A su lado, nos contemplaba con expresión prudente una elfocana de ojos muy verdes a la que no conocía. En cambio, sí conocía a aquel gnomo de capa parda y ojos claros.

—¡Srakhi! —resopló Aryes—. Menuda sorpresa.

“El que nos robó la bolsa de dinero”, observé, divertida, contenta de verlo sin embargo.

“Bah”, dijo Syu. “Como dice Frundis, el dinero vale menos que una nota de música.”

Frundis bajó un poco el tono de su melodía de piano para comentar:

“Syu, no sabes cuánto me alegra que cites uno de los mejores proverbios que existen y que sea además de mi propia cosecha.” Se rió.

El gnomo nos saludó calurosamente, pero no comentó en ningún momento el día en que nos había abandonado en Kaendra.

Lénisu nos presentó entonces a Manchow Lorent, el hijo del Nohistrá de Aefna, a quien Aryes ya conocía. Era un joven humano de pelo largo, castaño y rizado, que nos saludó con mucho entusiasmo. La elfocana de ojos verdes se llamaba Mártida, el enano se llamaba Dashlari, la elfa oscura era una tal Miyuki y… cuando Lénisu se giró hacia la última silueta, carraspeó.

—A esta ya la conocéis.

Su rostro estaba casi todo tapado por un velo negro, salvo sus ojos azules… Y salía de su capucha un mechón verde rebelde.

—¡Mil demonios enjaulados! —exclamé—. ¿Drakvian?

La vampira soltó su risita característica detrás de su velo.

—Cuánto tiempo. Ya pensaba que no volvería a veros y que tendría que abandonaros para buscar mi propio camino. Pero lo cierto es que esto se está poniendo muy interesante. No se encuentran todos los días Flores del Norte.

En ese instante me pregunté si los demás sabían que tenían a una vampira tan cerca.

—¡Bueno! —exclamó Lénisu—. Ahora que todos nos conocemos, no hay razón para quedarnos aquí más tiempo.

Con estas palabras, salimos de la habitación y seguimos a Fahr Neydé. Caminamos durante quizá otro cuarto de hora antes de que la ilfahr señalase unas escaleras y una trampilla.

—Desembocaréis en una pequeña caverna. A partir de aquí no puedo ayudaros más, sino rezar a los dioses que guíen vuestros pasos hacia el camino correcto.

—Gracias por todo —aseguró Lénisu.

Le dimos las gracias los demás también y la tiyana añadió, antes de dar media vuelta:

—No olvidéis cumplir vuestra palabra.

—Descuida —replicó Lénisu, posando ya el primer pie en la escalera de piedra—. Lénisu Háreldin siempre cumple con su palabra.