Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre

23 Leyendas y plegarias

El interior del Templo era austero y, si se quitaba la gran sala de oraciones y el refectorio, apenas había cuartos suficientes para alojar a todos. Los ilfahrs se ocuparon enseguida de los heridos, con la ayuda de Nimos Wel y, como Aryes y yo propusimos nuestra ayuda, un ilfahr nos mandó coger agua en el pequeño jardín de detrás del Templo, donde corría, fría y pura, el agua surgida de un manantial.

Kaota y Kitari, agotados, habían querido seguirnos pero, cuando les dijimos que simplemente íbamos a rellenar cántaros de agua, se dejaron convencer y se fueron a dormir.

Cuando regresamos al jardín a rellenar nuestros cántaros de agua por segunda vez, nos encontramos a Spaw balanceando tranquilamente sus piernas en el pretil natural de la fuente. Tan sólo el murmullo del agua rompía el silencio del lugar. Me di cuenta entonces de que hacía tiempo que no estábamos los tres solos y tranquilos, sin oídos indiscretos a nuestro alrededor, y decidí aprovechar la oportunidad para hablar con toda libertad.

—¡Demonios! Menudo día. Primero las mílfidas, y luego lo de Lénisu y Kyisse… —Resoplé y dejé el cántaro en el suelo—. ¿Qué pensáis que va a hacer el capitán Calbaderca ahora? —pregunté, sentándome junto a Spaw.

—Bueno. Si encuentra a Kyisse, el viaje seguirá como se había planificado —contestó Aryes, sentándose a su vez.

—¿Y si no la encuentra? —pregunté.

—Si no la encuentra, entonces no creo que sigamos hasta el castillo —reflexionó el kadaelfo—. Sería una locura, ¿no? La expedición se basaba en que Kyisse nos abriría el camino.

—Tiene que ser posible entrar en el castillo hasta sin Kyisse —dijo de pronto Spaw, meditabundo.

Lo miré con cierta sorpresa.

—De modo que… ¿sigues pensando que la mágara para quitarle las cadenas a Zaix se encuentra ahí?

—En realidad, no soy el único que piensa que es posible —replicó Spaw—. Tengo un amigo que lleva años buscando ese objeto. Aunque no está seguro de que sea el que realmente buscamos, ni que esté realmente en ese castillo.

Lo miré con fijeza, con una súbita sospecha.

—Ese amigo…

Spaw puso los ojos en blanco.

—Sí. Es uno de los seis de la comunidad. Y Zaix confía plenamente en él.

—¿Seis? —me extrañé—. ¿No dijiste que erais cinco?

—Te estaba contando a ti —replicó.

Hice una mueca y asentí.

—Está bien. Así que tú quieres ir a coger el objeto ese. Yo quiero ir a la Superficie y asegurarme de que Kyisse está bien y… ¿Y tú qué quieres, Aryes?

El kadaelfo esbozó una sonrisa.

—Sinceramente, no lo sé. Estoy tan harto de los Subterráneos como tú o más. Pero si la expedición encuentra a Kyisse, no tendremos más remedio que seguir con el viaje. Aunque… a lo mejor no es la peor de las soluciones —concluyó.

—Está bien, entonces todo está decidido —dijo Spaw, animado—. En el caso de que encontremos a Kyisse, continuamos hacia el castillo. Si no la encontramos, nos escabullimos y vamos a la Superficie. Os vais a casa y me dejáis buscar a mí a la Klanez para que pueda entrar en el castillo.

—¡Spaw! —protesté, ofendida—. ¿No estarás proponiendo que te dejemos ir solo con Kyisse al castillo de Klanez?

—No sé si es imprescindible que esté ella —confesó—, pero la Historia ha demostrado que nadie es capaz de entrar ahí sin la ayuda de los Klanez y… la verdad, prefiero no tentar la suerte… —El demonio sonrió al ver mi mueca poco convencida—. ¿Tienes una idea mejor? Yo nunca abandonaré a Zaix.

Lo contemplé, algo impresionada.

—Zaix parece ser una persona a la que admiras mucho —observé.

El humano asintió con un breve gesto de cabeza. Por una vez, su rostro se había vuelto más serio de lo habitual. Recordé en ese instante unas palabras de Zaix: “es como si fuera mi propio hijo”, me había dicho. Era de lo más normal que Spaw quisiese ayudarlo, en tal caso.

—Tu plan no me gusta —dije, sin embargo—. No dejaré que te vayas con Kyisse hasta el castillo. No solo.

—Nos estamos adelantando —intervino Aryes—. Os veo algo acelerados. Todavía puede que encontremos a Kyisse con el capitán Calbaderca. Es inútil construir planes en el aire.

—Tienes razón —aprobé—. Sin embargo, Lénisu es bastante hábil cuando se trata de huir —añadí, burlona—. Yo no veo tan remoto que consiga escapar.

—Mm. —Spaw había fruncido el ceño, meditativo—. Dime, Shaedra. ¿Qué objetivo crees que tenía Lénisu robando a Kyisse?

—No lo sé —reconocí—. Probablemente interrumpir la expedición.

—Así que… en ningún momento has pensado que él también podría querer ir al castillo, pero solito, ¿verdad? —inquirió el demonio.

Lo fulminé con la mirada.

—¿Qué insinúas? Lénisu no es un cazarrecompensas ni nada de eso. El botín de un viejo castillo le trae sin cuidado.

—Oh —soltó Spaw, fingiendo aprobación.

—Mmpf. Además, siempre me dio la impresión de que no se creía esas historias de Klanez —proseguí—. No. Lénisu está intentando impedir que el capitán nos lleve hasta el castillo. Tal vez porque precisamente no cree en las leyendas —razoné.

Callé, dubitativa. En realidad, estaba hablando sin saber. Quizá el Nohistrá de Dumblor le hubiese pedido que actuase de esa manera o… Sonreí a medias. Quizá Lénisu se hubiese vuelto de repente un gran creyente y pensase que Kyisse le iba a otorgar protección divina. Solté un suspiro, resignada.

—Esperemos que el capitán Calbaderca sea clemente con Lénisu en el caso de que lo encontremos —declaré.

—Desgraciadamente, la clemencia no es una cualidad muy común entre los Espadas Negras —replicó Spaw—. He oído más de una historia sobre esa guardia. Tienen fama de hacer pasar antes el deber que los sentimientos.

Tuve una risita irónica.

—¿Y tú? —le dije—. Acabas de decir que utilizarías a Kyisse para encontrar esa mágara absorbente.

Spaw levantó los ojos hacia el techo de la caverna.

—Kyisse quiere ir al castillo y yo también: eso no es utilizar, es colaborar —argumentó.

—Er —intervino Aryes, levantando el dedo índice, tras un silencio—. Si me permitís, creo que estamos razonando fuera del tiesto. Nosotros, dada nuestra situación, poco podemos hacer aparte de interponernos entre Lénisu y el capitán para que no ocurra nada malo. En todo caso, lo que no podemos hacer es alejarnos del capitán cuando acabamos de ser atacados por unas mílfidas sanguinarias que por poco nos matan. Tengamos planes coherentes.

Spaw y yo asentimos con la cabeza y el humano puntualizó:

—Es cierto que estamos cerca de un portal funesto y ahí normalmente siempre está todo más movido.

—Eso es lo peor. Si a fin de cuentas decidimos volver a la Superficie… lo vamos a tener muy difícil —comentó Aryes.

Spaw frunció el ceño, pasando una mano distraída por el arroyuelo del manantial.

—Resulta que hay un grave problema —dijo. Y nos miró a ambos, vacilante—. En realidad… existe un pasaje bastante seguro para salir a la Superficie. Yo normalmente paso por ahí.

—¡Eso es una buena noticia! —exclamé, con una sonrisa radiante—. Pero ¿por qué dices que es un problema?

—Porque… —Carraspeó, molesto—. Porque para llegar a esas escaleras hay que pasar por donde vive Zaix.

Fruncí el ceño.

—¿Y?

Spaw suspiró, paciente.

—Que Aryes no puede pasar por ahí. No es un demonio.

Resoplé, incrédula, y luego sonreí y repliqué:

—No veo dónde está el problema. Aryes se hace pasar por un demonio y ya está. Venga, Spaw, ¿no me digas que no vas a dejarle pasar a Aryes porque no sea un demonio? Es ridículo.

Spaw soltó una carcajada, divertido.

—¡Lo ridículo es lo que propones! —Se rió—. ¿Hacer creer a Zaix que Aryes es un demonio? ¡Por favor!

—Shaedra —intervino Aryes, alucinado, mientras Spaw sonreía anchamente—. Yo, francamente, no me metería en un antro lleno de demonios…

—¿Lleno? Pero si ya has oído a Spaw, no serían más que tres —protesté—. Más Zaix. Y… bueno, también se les podría explicar amablemente que tú no tienes nada contra los demonios y…

Spaw se cubrió la cara con una mano y Aryes negó con la cabeza categóricamente.

—No paso por eso. Lo siento.

Suspiré, paciente.

—Y entiendo perfectamente tus reservas. Pero a lo mejor es más peligroso pasar por un portal funesto lleno de mílfidas y de trolls que por unos pocos demonios que además tienen toda la pinta de ser simpáticos —argumenté.

—De hecho, lo son —asintió Spaw—. Sin embargo, son demonios. Y dos de ellos no han visto a un saijit desde hace años. Creo que aún no has entendido lo importante que es para un demonio que los saijits no sepan que lo es. Es… quizá una tradición, pero está muy bien anclada y… la verdad que bastante justificada. La Historia habla por mí.

Me encogí de hombros y me deslicé hasta el suelo para coger el cántaro.

—Está bien —dije, mientras rellenaba el cántaro de agua—. Entonces, resumiendo, seguimos al capitán Calbaderca y si encontramos a Kyisse…

Me interrumpí al oír un ruido de pasos por el corredor que llevaba a la fuente.

—Listo —declaré, sosteniendo el pesado cántaro entre mis brazos.

Aryes acababa de llenar su cántaro cuando apareció por el pasillo una Espada Negra. Se llamaba Ashli. Su rostro joven de sibilia reflejaba cierto cansancio pero su andar se asemejaba al de una bailarina. Se detuvo, se pasó la mano por la cara, apartando una mecha de su cabello gris estriado de escarlata, y declaró:

—El capitán Calbaderca quiere hablaros, antes de partir.

Me sobresalté y salpicó agua del cántaro.

—¿Cómo que antes de partir? —pregunté, con los ojos agrandados.

Ashli hizo una mueca. No parecía muy contenta.

—Se va en busca de la Flor del Norte.

—¿Ya?

—Cuanto más espere, más difícil será encontrar el rastro de los raptores —explicó Ashli.

—Demonios —resoplé.

Nos precipitamos Aryes y yo por el corredor, cargando con nuestros cántaros, mientras Spaw y Ashli nos seguían con más tranquilidad.

—Al final van a romper el cántaro —comentó el demonio, suspirando.

Me giré con los ojos entornados y advertí la sonrisa divertida de Ashli.

—No quiero que el capitán Calbaderca se vaya sin mí —repliqué.

—Pues me temo que no lo vas a convencer —respondió Ashli—. Incluso me deja a mí.

—¿Qué? —se extrañó Aryes—. Pero si eres una Espada Negra.

—Sí. Pero me quiere dejar a mí a cargo de los heridos, con Kaota y Kitari —explicó. Por su tono y su expresión, deduje que le costaba resignarse a la idea de quedarse atrás, mientras que su capitán seguía adelante.

Ya me imaginaba al capitán encontrando a Kyisse y matando a sus raptores por traidores… Si consiguiese acompañar al capitán, podría interponerme. Al fin y al cabo era la Salvadora. No me podían matar, ¿verdad?

De camino, me encontré con Syu, que salía del refectorio a toda velocidad, frenó al verme y saltó sobre mi hombro.

“¿Qué estabas haciendo?”, pregunté, sospechando.

El gawalt puso cara inocente.

“Observando cómo cocinan en este lugar frío y siniestro”, replicó.

Tuve una media sonrisa.

“Tienes los bigotes morados”, señalé. “Será por el frío.”

“¿Qué? Oh.” Syu cogió un poco de agua del cántaro y se frotó enérgicamente los bigotes para quitar el rastro de las bayas que había comido. “Estaban riquísimas”, me confesó, contento.

“¿No te las habrás comido todas?”, inquirí, burlona.

“Aún quedan. Pero no sé si le convienen a un saijit”, replicó, fingiendo seriedad. Enarqué una ceja, divertida.

Djowil Calbaderca estaba de pie, junto a las puertas del Templo, supervisando los últimos preparativos. A su alrededor aguardaban los Espadas Negras y los aventureros que no habían sufrido grandes heridas durante la batalla contra las mílfidas aladas.

—Salvadores —dijo el capitán, al vernos—. Venid aquí. —Posamos los cántaros junto a un muro y nos acercamos—. Quiero que recéis por nosotros para que llevemos a la Última Klanez de vuelta a este templo. Haced una plegaria mañana y noche y podéis estar seguros que volveremos.

Sus palabras me dejaron atónita. ¿Que rezásemos para que volvieran?

—Esto… Se supone que somos los Salvadores —apuntó Aryes—. Técnicamente, deberíamos acompañarte.

—Tenemos que salvar a Kyisse —apoyé, con convicción.

El capitán sonrió y negó con la cabeza.

—La pequeña estaba bajo mi protección. Es mi deber ir a buscarla. Pero vuestra misión no es menos ardua: rezad y curad a los heridos. Y no salgáis del Templo bajo ningún concepto. Ya habéis visto qué peligrosos son los Subterráneos. Y ahora deseadnos buen viaje.

Percibí su tono paternalista y reprimí un suspiro exasperado. Al verlo, parecía que estaba hablando con dos niños incapaces de hacer otra cosa que rezar para que todo fuese bien.

—Buen viaje y gracias por pedirnos nuestra opinión tantas veces —gruñí.

Mi réplica generó unos comentarios burlones por parte de algunos aventureros y los fulminé con la mirada. Los observé salir del Templo en silencio. El sonido de los sonajeros empezó a oírse en el jardín de Igara.

—Que recemos —siseé entonces—. ¡Mil brujas sagradas! ¿Qué se ha creído ese…?

Me crucé con la mirada penetrante de la ilfahr.

—Capitán —acabé por decir, controlándome. Retrocedí y di media vuelta, nerviosa. Había recorrido a grandes zancadas coléricas unos cuantos metros cuando me acordé del cántaro y di la vuelta para a ir a recogerlo bajo la mirada divertida de Aryes—. No tiene gracia —dije, con una mueca. Señalé la puerta con la mano, exasperada—. Se ha marchado sin nosotros. Y nos pide que recemos por él… Más que ridículo, es hipócrita —refunfuñé, terminante—. Los verdaderos gawalts no actúan así.

—Técnicamente, el capitán no es un mono gawalt —me hizo notar Aryes.

Aryes y yo intercambiamos una mirada y soltamos una enorme carcajada. Se me escapó el cántaro de las manos, lo recogí in extremis antes de que cayera al suelo y me hundí toda la camisa. Mi hilaridad se descontroló completamente y Aryes soltó una risa aguda mientras Syu se apartaba de nosotros, soltando un suspirito.

—¿Ya eran así cuando los conociste? —preguntó Ashli a Spaw, rascándose la mejilla.

—Oh —dijo Spaw, observándonos como a dos criaturas exóticas mientras nosotros armábamos un escándalo de risas por el pasillo—. Me temo que esto va empeorando.

Soplé varias veces, arrodillada en el suelo, mientras me sostenía las costillas dolorosas.

—Ayayay —dije, jadeante—. Esto es terriiiible.

Aryes y yo nos sonreímos pero tratamos de recobrarnos.

—Por Nagray, no reía tanto desde hace años —reconoció Aryes, levantándose y pasándose la manga de su camisa sobre sus ojos—. Desahoga, después de tanta mílfida y tanta emoción.

“Saijits”, suspiró el gawalt.

Ashli carraspeó.

—Tenéis una curiosa manera de rezar —observó—. Creo saber que sois eriónicos.

Hice una mueca, tratando de recuperar mi seriedad.

—Sí. Pero normalmente los pagodistas no rezamos mucho.

—Eso es un error —dijo entonces una voz.

Giré los ojos hacia la ilfahr y me recorrió un escalofrío. De su rostro, tan sólo se veían unos grandes ojos azules que me examinaban como si pudiese leer mi mente. Se movió y pasó delante de nosotros.

—Seguidme —declaró—. Os voy a presentar a Fahr Landew, el prior del Templo.

* * *

Después de una hora entera escuchando a Fahr Landew, me preguntaba cómo una persona tan alegre y buena podía haber elegido vivir en un lugar tan apartado como el Templo de Igara.

La ilfahr nos había conducido hasta la cima de la única torre del templo, a la que llamaban kelmet, que significaba, según ella, «refugio para el espíritu» en el dialecto de los dioses. Ahí, Ashli, Spaw, Aryes y yo habíamos sido presentados a un mediano de nariz gorda y ojos sagaces y marrones que nos había dado la bienvenida al kelmet y al Templo. Nos había preguntado por los heridos y le habíamos contestado que, al parecer, ninguno estaba en riesgo de muerte, salvo Ushyela. Luego habíamos filosofado sobre la vida y sobre otros temas muy espirituales, de modo que llegué a preguntarme si los ilfahrs rezaban debatiendo tranquilamente sobre conceptos elevados. En tal caso, los sacerdotes etíseos debían de tener conversaciones animadas durante las comidas, pensé.

Y así lo comprobé poco después de que nos hubiésemos sentado a comer en el refectorio. La mesa era muy grande, con largos bancos donde tomaron asiento todos los aventureros que se sentían con ánimo de participar en el dals, como llamaban aquella comida: lo cierto era que la mayoría se habían ido a dormir y a mí me hubiera gustado imitarlos, si no fuera porque tenía curiosidad por ver cómo vivían aquellos sacerdotes.

—¡No hay nada como una buena sopa de verduras! —exclamó Fahr Landew, con una gran sonrisa, mientras se sentaba a la mesa—. Hermanos, recemos para que los dioses devuelvan la salud a nuestros huéspedes. Servíos y rindamos gracias a los dioses por esta excelente comida, sin olvidarnos de nuestro cocinero Fahr Deunal, ¡por supuesto!

Los ilfahrs nos dejaron servirnos con el cazo antes de servirse ellos mismos y advertí que alguno contemplaba con cierta consternación al mirol Dabal Niwikap mientras este engullía un plato lleno a rebosar. Pero claro, Dabal era toda una fortaleza y necesitaba energías para curarse de sus heridas, pensé, alegre de verlo comer con tantas ganas.

Cuando Fahr Landew alejó su plato, los demás ilfahrs hicieron lo mismo y los imitamos todos. El prior nos dedicó una sonrisa que ocupó toda su cara.

—Acostumbramos, en los dals, escuchar una historia de uno de nuestros compañeros. Ayer Fahr Arruchil nos habló de la leyenda de la Piedra del Fuego. —Enarqué una ceja al acordarme de la polémica de Suminaria y Aleria sobre si aquella piedra existía o no—. Hoy, para que no penséis que contamos siempre historias viejas de miles de años, os contaré yo la historia de Nawmiria Klanez, la abuela de la pequeña niña con la que habéis viajado.

Todos lo miramos con asombro. Dado el número de leyendas que se contaban sobre los Klanez, yo aún no había podido formarme una idea precisa sobre aquella mítica familia. Por eso me llamaba la atención que de pronto un ilfahr fuese a hablarnos de la abuela de Kyisse. A lo mejor hasta estaba viva, pensé, mordiéndome el labio, intrigada.

—Supongo que muchos de vosotros habréis oído decenas de leyendas sobre la familia Klanez —dijo Fahr Landew, posando con calma las manos sobre la mesa—. Algunos de vosotros sois de Dumblor y sin duda sabréis que el abuelo de la pequeña a la que protegéis fue dumblorano.

—Hasta que oyó el canto de Nawmiria y se enamoró perdidamente de ella —asintió Kuavors, el escritor.

Los aventureros mascullaron para hacerlo callar y el caito levantó las manos en signo de inocencia.

Fahr Landew sonrió.

—Esa es efectivamente una de las versiones de la historia que se convirtió en leyenda. Pero ahora, por favor, os pido que no me interrumpáis.

Bajó la cabeza, como rezando, y tras un minuto de silencio expectante, la levantó y contó:

—Nawmiria Klanez vivía feliz rodeada de sus padres en el castillo de Klanez. No había un saijit en kilómetros a la redonda. Ella tenía el cabello tan blanco como la nieve, los ojos dorados como dos kérejats y un rostro dulce y alegre. Pasaba sus días corriendo en la playa del Mar del Norte, andando sobre las almenas y el adarve de la muralla, cruzando salas repletas de objetos extraños y muy antiguos, leyendo libros, pintando… Era sin duda la máxima alegría de sus padres, que la veían crecer día tras día.

El mediano meneó la cabeza sombríamente.

—Pero un día, los padres desaparecieron y la alegría se trocó en tristeza, el amor, en desesperación y la niñez, en una lucha por la supervivencia. Nawmiria salió del castillo. Cruzó los Espejos de la Verdad, aquellos que no lograron nunca cruzar las tantísimas expediciones que se hacían ya desde entonces. Caminó durante días y entonces topó con los lindes del Bosque de Sangre.

Algunos ilfahrs se cruzaron las manos, como para protegerse de ese terrible nombre.

—Ya conocéis las historias —prosiguió Fahr Landew—. El Bosque de Sangre es inextricable y muy oscuro y viven en él criaturas horribles que no nombraré aquí. La joven Klanez entró en el bosque. Tenía hambre y había visto unas bayas que le habían devuelto la esperanza. Vivió días enteros en aquel bosque. Nadie sabe cómo lo consiguió. Tal vez con magia, como aseguran algunos. Sin embargo, un día, sus trucos de magia no le fueron de ninguna ayuda. Uno de los monstruos la vio y se abalanzó sobre ella. Nawmiria corrió y corrió, pero esta vez sabía que iba a morir. Ocurrió entonces algo con lo que no había contado. Apareció un humano. Un humano, joven, armado con dos espadas, en pleno Bosque de Sangre. Mató a la criatura y salvó a Nawmiria Klanez. Su nombre era Sib Euselys.

“Ese sí que era un Salvador”, le comenté a Syu, aprobadora. El mono, en algún lugar de la sala, asintió mentalmente. Volví a centrarme en la leyenda, embelesada por la voz teatral y solemne de Fahr Landew.

Contó entonces cómo Nawmiria y Sib habían vuelto al castillo de Klanez, cómo Sib había descubierto los secretos de la familia y cómo ambos se habían enamorado el uno del otro.

—Sib le prometió a Nawmiria que verían un día el cielo de la Superficie. Nawmiria no quería ver el sol. Ella quería ver las estrellas. Esas pequeñas luces que brillan en el firmamento de la Superficie y que están a una distancia enorme del suelo —explicó—. Y un día, salieron del castillo y fueron a verlas. Y ahí se acaba la verdadera historia de Nawmiria Klanez, ya que desconozco lo que pasó después, pero os puedo asegurar que Nawmiria llegó a ver las estrellas —terminó por decir—. Os propongo, hermanos, que mañana debatamos sobre los sueños que cada individuo se asigna.

En cuanto se hubo callado, los ilfahrs juntaron las manos, dedicaron unas plegarias a los dioses y se levantaron. Fahr Landew salió del refectorio deseándonos buenas noches, sonriendo quizá al ver que nos había dejado con mil preguntas en mente.

—Curiosa historia —comentó Aryes mientras nos encaminábamos hacia los cuartos.

Asentí con la cabeza. Mis ojos se me cerraban de cansancio. Spaw carraspeó.

—Yo me pregunto: ¿qué fondo de verdad puede haber en todo esto? La Fogatina os dijo que existían decenas de versiones sobre la familia Klanez. Me extrañaría que casualidad hayamos escuchado la verdadera.

Bostecé y asentí.

—Esto es tremendo. Nadie sabe la verdad sobre nada. Pero tampoco es muy importante. —Bostecé otra vez—. Simplemente espero que Kyisse esté bien.

Aryes sonrió y realizó un saludo típico de Ató.

—Durmamos y recuperemos fuerzas —dijo—. Buenas noches, Shaedra.

—Buenas noches —contesté—. No soñéis con mílfidas.

Aryes abrió el cuarto que le habían asignado los ilfahrs a él y a Spaw junto a Kitari, Dabal, Walti, Chamik y Yelin. Se metieron Aryes y Spaw y yo seguí por el pasillo con Kaota, hasta nuestro cuarto, donde encontramos a Ashli y Helwa preparándose para irse a dormir. Contra el muro, reposaba Frundis en el mismo sitio donde lo había colocado yo hacía unas horas.

En cuanto vi mi cama, me dirigí hacia ella sin una palabra, me desabroché torpemente la capa y me metí entre las mantas, agotada. Entonces murmuré entre un bostezo:

—Buenas noches a todas.

Syu vino a hacerse una bolita entre mis brazos y me dijo:

“Yo también quiero ver las estrellas.”

“Y las verás”, le prometí con convicción, antes de sumirme en un profundo sueño. No sé cómo, alcancé aún a oír las suaves palabras de Kaota:

—Que Amzis vele por ti en tus sueños, Salvadora.