Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento

29 La luz abierta

—Oooh… —musité, incómoda. Los ojos de Lénisu chispeaban pero su expresión reflejaba más apremio que otra cosa—. Todo lo que hice fue con la intención de salvarte. Además, recuperé la caja y… la escondí.

—¿Dónde? —insistió Lénisu—. Miré en tu refugio y no estaba. Entré en tu cuarto y nada. ¿Dónde la has metido? Estuve pateándome toda Ató evitando los vigías. ¿No la habrás perdido, eh? Todavía recuerdo lo del shuamir…

—¡No! —exclamé—. Ya sé lo que hice con ella. Te llevaré adonde la tengo guardada. Por cierto, ¿qué contiene esa caja?

Lénisu me miró de hito en hito, asombrado.

—¿No la has abierto? ¿En serio? Vaya, a veces me sorprendes, Shaedra. ¿De veras no…?

Me encogí de hombros.

—No. Era tu caja, no la mía.

—Por eso se la regalas a una vampira —replicó Lénisu, sarcástico.

—¡No se la regalé! —protesté, pasándome una mano por el pelo, molesta—. Bueno, ¿qué hay dentro?

—Te dejaré descubrirlo por ti misma, si sabes dónde está. ¡Espera un momento! —exclamó de pronto—. ¿No te la llevaste a Aefna, verdad?

—No, sigue en Ató —le aseguré. Percibí el alivio reflejado en su rostro—. Una noche me dio por esconderla más y la llevé arriba del tejado de la Pagoda Azul, en un resquicio.

Lénisu me contempló, incrédulo.

—¿En el tejado de la Pagoda?

—Ajá.

Lo dejé pensativo y recogí otra rama. De pronto, Syu apareció entre los árboles y cayó sobre mi hombro.

“¡Le he asustado a un pájaro rojo!”, exclamó. “Me miraba con malos ojos, con su pico largo y amarillo, yo le he enseñado los dientes y ¡él ha huido como un cobarde!”, me informó, emitiendo un ruido orgulloso de mono.

Sonreí.

“Deberías componer una canción con Frundis sobre tus batallas épicas”, le aconsejé.

“No es mala idea”, reconoció el gawalt, considerando la idea seriamente.

—Bueno —le dije a mi tío—. Creo que ya hemos recogido suficiente leña.

Lénisu asintió y tomamos el camino de regreso, charlando tranquilamente. Mi tío parecía estar más relajado que de costumbre y eso que, a mi parecer, tenía razones para no estarlo. Ciertamente no conocía tan bien como Lénisu la cofradía de los Sombríos, pero estaba segura de que el comportamiento de mi tío ante la autoridad del Nohistrá de Aefna podía generar ciertas tensiones.

Sin embargo, no me apetecía hablar del tema en ese momento, sino conversar tranquilamente, sin preocupaciones. Pero Lénisu se había quedado demasiado intrigado por mi encuentro con la dragona para no hacer preguntas.

—Bueno, Shaedra —dijo, cuando ya casi habíamos llegado junto a las dos grandes rocas, donde estaban sentados Drakvian, Aryes y Spaw—. Ahora que sabes que estas últimas semanas he dado vueltas como un pánfilo cojo, te toca hablar a ti. ¿Cómo así te encontraste con una dragona en las Hordas y luego en las Montañas de Acero? Dime, ¿no estarás pensando en amaestrar a un dragón para que te ayude a matar a Jaixel? —añadió, socarrón, pero curioso.

—Es una idea —aprobé, burlona, dejando la gavilla de leña junto al agujero que habían cavado los demás—. Pero no me veo enviando a una simpática dragona a luchar contra Jaixel. Naura es casi una amiga.

—¿Habéis dicho Jaixel? ¿El lich de Neermat? —intervino Spaw. Advertí un brillo intrigado en sus ojos. Lénisu me miró con el rabillo del ojo y se quedó en suspenso sin saber qué decir. Por lo visto, me dejaba a mí la libertad de decidir si contarle o no a Spaw la historia de la filacteria. Qué amable, pensé, irónica.

—El mismo —contesté con naturalidad—. Él y yo tenemos unos asuntos pendientes.

Le bastó a Spaw una mirada para entender que todos ahí sabíamos a qué me refería.

—Muy bien —dijo—, ¿estáis de broma, verdad? No creo que estemos hablando del mismo Jaixel. El lich del que hablo es un verdadero lich. Tiene más de quinientos años. Neermat es un pueblo subterráneo lleno de nigromantes. Y él es el jefe de la banda.

—Que yo sepa, eso no es exactamente cierto —intervino Drakvian—. Jaixel vive no muy lejos de Neermat, pero los nigromantes de ese pueblo se la tienen jurada al lich. Jaixel no es jefe de nada ni de nadie.

—Bueno, tal vez, esas historias tienen muchas versiones —replicó Spaw.

—Sin duda alguna —aprobó la vampira, jugueteando con un mechón verde de su cabello—. Pero mi versión es más directa.

Spaw enarcó una ceja, interesado. Ya no parecía tan espantado por la presencia de la vampira.

—¿Has estado en los Subterráneos? —interrogó.

—Algunas veces —confesó ella—. El maestro Helith, que es como un padre para mí, me llevó una vez al Lago Blanco, para que lo viese. Creo que en la vida había visto algo tan maravilloso.

Spaw meneó la cabeza, pensativo, al tiempo que Lénisu comentaba:

—Yo simplemente preguntaba por la dragona. Desde luego a mí me parece más fascinante un dragón rojo que el Lago Blanco, que está lleno de bichos asquerosos.

Se giró hacia mí, esperando una contestación. Me senté junto a los demás, sintiendo que el corazón se me aceleraba. O le contaba ahora lo de los demonios, o no se lo contaba nunca, pensé, tomando una inspiración.

—Te prometo, Lénisu, que por mí lo contaría todo. Pero antes Spaw tiene que decirme que no le importa que lo cuente.

El joven humano me fulminó con la mirada, adivinando mi propósito. Se levantó, caminó unos pasos con las manos en los bolsillos, nervioso.

—Shaedra, no te lo recomiendo.

—Spaw, aquí todos lo saben menos Lénisu —retruqué—. Es ridículo. Además, en contrapartida te prometo contarte todo lo relativo a Jaixel. Y si se chivan, te dejo vengarte como mejor te parezca, ¿qué dices?

Los demás seguían nuestro intercambio en silencio. Aryes y Drakvian habían adivinado sin dificultad el dilema de Spaw. En cuanto a Lénisu, encendía tranquilamente el fuego aguardando a que Spaw se decidiera a contestar.

—Digo que me parece un error —declaró al fin con gravedad—. Si todos hicieran lo mismo esto acabaría como antiguamente: cazadores y rastreadores por todos los lados. No exagero —me advirtió—. Existe un proverbio que dice: “derrama una gota de sangre y hallarás un mar”. Existen pocas reglas entre nosotros, pero las pocas que hay tienen mucho fundamento. Además, quiero que te des cuenta de que por cada persona a la que se lo digas estás obligándome a que confíe en ella. No te lo echo en cara y entiendo perfectamente que ya no puedas más con ese “secreto”. Yo nunca tuve que encubrirlo de esa manera, ya que nunca conocí a gente como ellos. En fin, cuéntale lo que creas conveniente, yo… yo voy a dar una vuelta.

Atónita y ruborizada, lo contemplé alejarse.

—Spaw tiene razón —suspiré, rompiendo el silencio—. Un secreto no lo es cuando se comparte, aunque sea con personas en quienes se confía. No debería haberlo dicho a nadie.

—A mí no me dijiste nada —replicó Aryes, sonriente.

—¡Mil brujas sagradas! —exclamó de pronto Lénisu, perdiendo su serenidad—. ¿Vais a explicarme algo, o no?

Me mordí el labio, meditativa. Spaw había hablado más de la cuenta delante de todos y ahora callarse hubiera sido irremediablemente insultante. Pero Lénisu no iba a defraudarme, del mismo modo que Aryes o Drakvian no lo habían hecho. Mi tío era un experto en guardar secretos, añadí para mis adentros. Era cierto que no tenía por qué hablar de Spaw pero… ¡por todos los dioses! Él había sido quien había querido seguirme y protegerme. No tenía que pensarlo más, decidí, e inspiré hondo.

—¿Recuerdas aquel día, en Dathrun, cuando me encontraste en la colina, en verano?

Lénisu enarcó una ceja, extrañado de que remontase tanto en el tiempo. Asintió.

—Lo recuerdo.

Me lancé.

—Aquella noche bebí una poción de mutación creyendo que era zumo míldico. —Traté de no sonrojarme por la vergüenza y cuando vi a Lénisu abrir la boca alcé una mano para que no me interrumpiese—. Escucha. Empecé a sentir un cambio de energías en mi cuerpo, luego vino mi primera transformación pero sólo entendí en qué me transformaba después del ataque del oso sanfuriento, en los Extradios.

Intercambié una mirada con Aryes. Con una voz temblorosa, añadí:

—Esa mutación me transformó en demonio.

Observé la reacción de Lénisu. Se había quedado como petrificado. Yo más bien me había imaginado que se reiría, arguyendo que era imposible transformarse en demonio, diciendo incluso que mi historia era inverosímil… Pero, al contrario, parecía haberse quedado en blanco, como si me creyese seriamente.

—Sé que te va a parecer increíble, pero los demonios no son técnicamente malos —proseguí, intentando adoptar un tono más ligero—. Los demonios saijits simplemente se distinguen del resto por la Sreda. Se despierta y, paf, uno es capaz de transformarse. Y a veces es bastante útil. De hecho, mi forma de demonio me salvó la vida cuando tuve que eliminar la anrenina de mi cuerpo. Drakvian es testigo.

—Tú… —murmuró Lénisu—. Un demonio. Demonios —soltó, incorporándose torpemente—. Necesito beber un poco de vino.

—Tenemos de todo excepto de eso —se excusó Aryes.

—Ya. —Se volvió a sentar. Casi me parecía poder oír sus pensamientos revolotear frenéticamente en su mente.

Mientras Lénisu se reponía, nosotros empezamos a cenar y, de pronto, Lénisu rompió el silencio y empezó a hacer preguntas a las que intenté contestar como pude. Que si la poción, que si los demonios, que si la Sreda, que si por qué no lo había dicho antes… Poco a poco el fuego se fue apagando y tuvimos que alimentarlo otra vez con leña nueva. Cuando Spaw volvió, Lénisu ya se había serenado. Sin embargo, alcancé a ver el cambio de expresión a la luz danzante del pequeño fuego. Saber que aquel joven humano era en realidad un demonio no debía de ser fácil de asimilar, me repetí, intentando entender el punto de vista de Lénisu.

—Bueno, todos los días se aprenden cosas —declaró hablando de pronto más alto—. Voy a dormir. Y mañana, propongo que viajemos hacia el norte. Cortaremos por el oeste de los Extradios.

—¿No sería más prudente rodear las Montañas de Acero? —preguntó Aryes.

—¿Rodear las Montañas de Acero? —repitió él. Estaba totalmente distraído—. No, sería inútil. La última vez que pasé por ahí no tuve ningún problema.

Intercambié una mirada escéptica con Aryes pero no protestamos.

“Conocemos al tío Lénisu”, intervino Syu con un suspiro cansado. “Nunca aprenderá a ser un buen gawalt. Es peligroso pasar por donde dice, ¿verdad?”

“Pues no lo sé”, admití. “Pero hace unos años hubo un terremoto que deformó alguna ladera, por ahí. Y no muy lejos está el Laberinto. De ahí entras y no sales. Yo, desde luego, no me había planteado pasar tan cerca de ese sitio.”

Apagamos el fuego y nos tumbamos debajo del arco que formaban las rocas, después de haber tapado una de las entradas con ramas para que hubiese menos corrientes.

—Hasta mañana —dijo Lénisu, cubriéndose con su manta.

—Buenas noches —le contestamos.

La vampira, para hacerle rabiar a Spaw, se tumbó a su lado y le sonrió para enseñarle sus dos dientes afilados.

—Buenas noches, querido demonio —le soltó.

Spaw me echó una mirada nerviosa y carraspeó, escudriñando a Drakvian con prudencia.

—Ejem, sí, buenas noches.

Reprimí una sonrisa y me dediqué a contemplar el cielo por la abertura del refugio improvisado. El aire, cálido de día, se había enfriado sorprendentemente rápido y soplaba una brisa persistente que me hizo estremecer de frío. Sentí que alguien me cubría con otra manta y vi entonces a Aryes tumbarse de nuevo y cerrar los ojos, bostezando. Sonreí, agradecida. Mecida por una melodía lenta de laúd, concilié el sueño casi enseguida.