Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento

28 Tres tristes picos

—Esto… Creo que ya nos vale —dije, contemplando nuestras pertenencias.

Habíamos comprado víveres para llenar tres sacos enteros y me daba la impresión de que podíamos alimentar una tribu entera de anefáins.

Cargados con nuestros sacos, subimos la cuesta hasta la casa de Sinen Minantur, dejamos las llaves de la Sombra verde y nos encaminamos hacia las murallas. Hacía un día precioso, con nubes blancas que se deslizaban lentamente en el cielo. La brisa era fresca y determiné que era un buen día para viajar.

Una vez afuera, pensé que ser har-karista, a fin de cuentas, no era algo que fuera tan inútil. Había podido pelear contra unos ashro-nyns, recordé, algo orgullosa. Oí una nota de violín más alta que las demás.

“¿Quién quiere oír una nueva composición?”, preguntó Frundis. Aquel día estaba de muy buen humor. Hacía rato que yo había adivinado que algo se traía entre manos y sonreí al adivinar que había compuesto una nueva canción.

Syu y yo lo animamos a que compartiese con nosotros su creación y, mientras Spaw y Aryes charlaban sobre la vida pagodista en Ató, me dediqué a escuchar al bastón con sumo deleite.

Estaba casi acabando su composición, o eso me parecía, cuando Spaw se giró hacia mí:

—¿En qué estás pensando, Shaedra? ¿No me digas que piensas en Darosh?

—No… —empecé. Callé al oír una ráfaga de notas discordantes.

“¡Atrás, atrás!”, exclamó Frundis, ultrajado. “Me corta justo en la traca final, ¿qué ser es capaz de hacer eso? Yo no…”

Solté un resoplido.

“Tranquilo, Frundis, tranquilo”, lo apacigüé.

—Frundis me estaba enseñando su última composición —les expliqué—. Es una verdadera maravilla. Seguramente se dignará a enseñárosla a vosotros también —añadí, acariciando suavemente el pétalo azul del bastón.

“Siempre me rascas el pétalo azul como si sirviese para tranquilizarme”, me reprochó el bastón.

“¿No funciona?”, le repliqué, burlona.

“Mmpf. Ya que estás, el pétalo rojo tiene envidia”, sugirió Frundis.

Sonreí y pasé a rascar el pétalo rojo.

—Sería un honor escuchar su composición —contestó Spaw con sinceridad.

—¡Hoho! —solté, divertida, en voz alta—. ¿A que le perdonas su insultante atrevimiento al interrumpirte, Frundis?

El bastón encadenó con otra de sus composiciones sin contestar. Se notaba claramente que ya no estaba enfadado.

—Resulta extraño saber que hablas con el bastón y que no lo oigamos —comentó Aryes—. Y, al mismo tiempo, él sí que nos oye.

—Yo que lo llevo continuamente, a veces me sorprende no oírlo cuando lo dejo un rato —confesé y añadí, divertida—: Frundis me tortura musicalmente.

—Sin duda es la peor de las torturas —afirmó Spaw, burlón.

Un carruaje lleno de pasajeros nos adelantó poco después y tuvimos que echarnos a un lado para que no nos atropellase. Arriba de la carreta iban sentados dos hombres armados.

—¿Cuánto creéis que cobran por viajar en carruaje? —pregunté.

—Me temo que con los víveres ya le hemos cogido suficiente dinero a Darosh —contestó Aryes—. Viajar en carruaje no debe de ser barato.

—Darosh… —repetí—. Me estaba preguntando, ¿creéis que Flan y Dekela aún están vivos? Se me hace raro preguntar algo así, pero a lo mejor están muertos.

Spaw soltó una enorme carcajada que me hizo mirarlo de hito en hito.

—No puedo saberlo con certeza. Apostaría a que Flan, si lo han cogido a tiempo, se salvará. En cambio, dudo de que el Nohistrá se haya preocupado mucho por Dekela.

Palidecí, recordando la escena.

—Además de clavarle la daga —pronuncié lentamente—, le hiciste respirar algo en un pañuelo blanco. ¿Qué era? ¿Evandrelina?

Sabía que la evandrelina era capaz de dormir a un orco negro, pero la evandrelina era muy cara, por no comentar que era totalmente ilegal.

—Se le parece —aprobó Spaw—. Pero no era evandrelina. Actúa demasiado lento. Lo que utilicé se llama sansil. Una receta inventada de Lu.

—¿Quién es esa Lu de la que habláis? —inquirió Aryes, curioso.

—Arr —carraspeó Spaw, incómodo—. Espero que seas un buen tipo, porque no cuento mi vida a cualquiera. Lu es mi abuela.

—¡Ah! —entendió Aryes—. La que os recogió después de lo de los… —Calló de pronto, ruborizado—. Perdón, yo no quería…

Mientras yo me mordía el labio para reprimir una sonrisa, Spaw se giró hacia mí, alucinado.

—No me lo creo. ¿Le cuentas todas las historias de los demonios y también el episodio de los cazademonios? ¿Y se traga todo tranquilamente sin pensar que somos unos monstruos aterradores y traicioneros? No lo entiendo.

—¿Monstruos aterradores y traicioneros? —repitió Aryes, antes de que pudiera contestar yo—. No tengo mucha idea de lo que es un demonio, pero me parece que Shaedra está lejos de ser eso que tú dices.

—Yo nunca he dicho que los demonios fuéramos monstruos —replicó Spaw—. Simplemente digo que los saijits estáis convencidos de que lo somos.

Habíamos entrado en una conversación algo peliaguda, adiviné.

—Me parece natural que le haya contado todo a Aryes —intervine—. Al fin y al cabo, ¿no te parecería traicionero, precisamente, si de pronto descubriese, días después, que está rodeado de demonios?

—Exageras con lo de rodeado —dijo Spaw—. Pero en cierta forma tienes razón, no lo niego. Aunque estoy seguro de que Kwayat te ha avisado del peligro. Con lo meticuloso que es, no dudo de que si en vez de yo hubiese sido él le habría dejado a Aryes con un puñal entre las costillas.

—Deja de ser tan macabro —protesté—. Además, a Kwayat lo conocimos Aryes y yo al mismo tiempo.

—Y aunque Kwayat no estuviese del todo convencido, al final se avino a razones —añadió Aryes.

Spaw nos miró alternadamente y se encogió de hombros.

—Haced lo que queráis pero, Shaedra, no vayas contando todo a todos que al final voy a tener que sellarme la boca para no hablar.

Resoplé.

—Aryes no es “todos”, ¿vale? Ni siquiera Lénisu sabe nada.

Spaw enarcó una ceja y miró a Aryes fijamente.

—¿Ni siquiera después de lo de las minas?

El kadaelfo lo fulminó con la mirada.

—Sé guardar un secreto, no me insultes.

—De acuerdo, no he dicho nada. Mientras entendáis que los saijits normalmente no tienen a los demonios en gran estima, no me quejo. Por cierto, Aryes, tengo curiosidad, ¿por qué razón siempre vas encapuchado? ¿Problemas de piel sensible? ¿O manías psicológicas?

Hice una mueca. Spaw, desde luego, era todo menos diplomático. Y podía pasar de una extrema gravedad a un tono mordaz o burlón.

—No soporto la luz del sol —contestó Aryes—. Y cuando hay demasiada luz, mis ojos toman un tono rojizo.

Agrandé los ojos. Eso no lo sabía.

—¿No serás un demonio de las nieves? —preguntó Spaw.

—¿Un demonio de las nieves?

—¿No me digas que nunca has oído hablar de los demonios de las nieves? Son seres muy blancos, de ojos rojos llenos de sangre, con pelo blanco y palmas en los pies. Dicen que cantan como las sirenas y que tienen dos filas de dientes afilados con los que mastican a sus presas… —Spaw se carcajeó ante la mirada escéptica de Aryes—. De acuerdo, no tengo ni idea de si existen esas criaturas. Es una desgracia que la palabra “demonio” haya bajado tanto y haya llegado a designar cualquier monstruo estéticamente repulsivo para los saijits.

—¿Y por qué utilizáis los idiomas saijits, si os parecen tan poco rigurosos? —sonrió Aryes.

—Porque el idioma de los demonios, el tajal, es intragable.

Aprobé con la cabeza. Kwayat me había enseñado a hablarlo, pero ese idioma no se parecía en nada a nada. A partir de ahí, empezamos a hablar animadamente de lingüística y nos olvidamos de los demonios.

Aquella noche, me costó dormir. Me imaginaba que unos nadros rojos nos espiaban, a la sombra de unos árboles. Y que desde otro bosquecillo salían unos ashro-nyns con ánimo de venganza. Pero llegó la mañana y comprobé que todavía nadie nos había comido vivos.

Los pájaros cantaban alegremente mientras se aclaraba el aire, en la sombra del valle. El sol aún permanecía detrás de los montes y no llegarían hasta nosotros sus rayos hasta pasadas varias horas.

—Buenos días —le dije a Aryes, desperezándome.

Mientras Spaw seguía en su “Quinta Esfera”, Aryes ya había puesto a calentar agua en el fuego para el desayuno y tomamos una infusión con galletas compradas en una tienda especializada de Kaendra. Estaba comiendo mi tercera galleta cuando sentí que había algo dentro. Hice una mueca y saqué algo parecido a…

—¡Un papel! —exclamé.

—Vaya —Aryes frunció el ceño—. Ahora que lo pienso, hemos comprado galletas de la fortuna. Algunas llevan mensajes.

Aún sorprendida, limpié el papel para intentar leer. Resoplé.

—Lo sabía. Debe de ser maudense, el dialecto de Kaendra. No entiendo nada. Dice: «Lanek inelo djan mur daperrá litsesura shi». Demonios, y yo que ayer despotricaba contra el tajal.

Inelo significa “viento” —dijo Aryes.

Lo contemplé, boquiabierta.

—¿Sabes hablar maudense?

—No. Pero en las minas había gente que era de Kaendra y había uno que cada vez que salía de ahí decía “¡Inelo, kost, méligo!”, que significa “Viento, por fin, aire”.

—¿Os habéis pasado toda la noche hablando de idiomas? —soltó Spaw, acercándose a nosotros, medio dormido. Se frotó la cara y bostezó—. Taú kras —añadió, sonriente.

—Eso significa “buenos días” en tajal —le expliqué a Aryes, que miraba al demonio interrogante—. Bueno, voy a comer otra galleta… a ver si tiene un mensaje también.

—¡Me apunto! —exclamó Aryes.

No encontramos más mensajes, en cambio Spaw sacó un pelo largo de su galleta y comentó su descubrimiento burlonamente. No tardamos en reanudar la marcha. Echando un vistazo al cielo, vaticiné que aquel día sería más caluroso que el anterior. Aryes pudo caminar sin capucha hasta que el sol empezó a asomar sus rayos; entonces, lo observé que se cubría cuidadosamente. Su pelo blanco me recordaba al de Kwayat, aunque el de este último tenía reflejos plateados, al contrario que el de Aryes.

Las últimas horas de la tarde fueron pesadas. Hacía calor, estábamos aburridos de andar y Frundis se había quedado dormido así que no podía ni pedirle que me animara un poco. Desde luego, no era el mejor día para andar. Junto al camino apenas había bosquecillos y los espacios a la sombra eran escasos, por no hablar de que caminábamos hacia el sol y andábamos medio cegados por sus rayos.

—Se acercan unas nubes oscuras desde el sur —constató Aryes en un momento.

Giré con esperanza mi mirada hacia la izquierda. En ese instante vi un relámpago cruzar el cielo en la lejanía.

—Hoho —dije, mordiéndome el labio—. Tormenta. ¿Creéis que hay refugios por aquí…? ¡Demonios! —No había acabado de hablar cuando resonó un trueno lejano pero estruendoso.

Nos detuvimos en el camino e intercambiamos unas miradas interrogantes. ¿Qué hacíamos? ¿Seguíamos o nos metíamos entre las rocas? Syu abogaba por la segunda opción y todos nos habíamos puesto de acuerdo para abandonar el camino cuando, de pronto, entre dos truenos, oímos un grito.

Nos giramos al unísono.

En ciertas ocasiones, había sentido mi corazón a punto de entrar en erupción por algún choc emocional. Cuando vi a mi tío Lénisu correr hacia nosotros desde la lejanía, gritando entrecortadamente para que nos detuviésemos, sentí algo muy parecido, como una explosión de alegría y asombro.

—Creo que me va a dar un mal —comenté, resoplando—. ¿Qué demonios hace Lénisu ahí? ¿Eh, podéis explicármelo? ¿O es que estoy alucinando?

—No, no, creo que todos vemos lo mismo —aseguró Aryes, anonadado.

—¿Ese es tu tío el Sombrío? —preguntó Spaw retóricamente, entornando los ojos para ver mejor—. Parece estar cansado.

Y que lo digas, pensé, empezando a andar hacia mi tío. A pesar de la distancia, casi podía oír los resoplidos de Lénisu que, ahora que sabía que lo aguardábamos, había dejado de correr para andar a grandes zancadas.

Mientras nos acercábamos, una retahíla de preguntas empezó a agolparse en mi mente. ¿Qué hacía Lénisu en Kaendra? Se suponía que estaba en los Subterráneos… ¿Acaso se había quedado escondido en la ciudad? ¿O en los montes? En cualquier caso, no estaba actuando como se suponía que los Sombríos querían que actuase, ¿verdad?

Notando mi estado de ánimo, Frundis se había desperezado y había empezado una melodía rápida de violines. No había un alma en el camino y lo cierto era que hacía varias horas que no nos cruzábamos con nadie. Y de pronto aparecía la persona que menos esperaba…

Lénisu estaba ya a menos de doscientos metros cuando, de pronto, salió de un bosquecillo no muy lejano una silueta con una melena verde que se abalanzaba hacia nosotros, pegando saltos alegres. Me detuve en seco.

—Eso no es un saijit… —murmuró Spaw, tenso.

—Es Drakvian —expliqué, sonriente, al ver el aire aprensivo del demonio. Entonces recordé unas palabras que había pronunciado una vez Márevor Helith y añadí—: Es testaruda y rebelde. Congeniarás enseguida con ella.

Aryes, que se había quedado atónito ante tanta novedad, sonrió al oírme. En cambio, Spaw empezó a retroceder con los ojos abiertos como platos.

—¡Es… una… vampira! —exclamó entrecortadamente, aterrado—. No puedo creerlo…

Drakvian realizó un último salto y aterrizó junto a nosotros.

—¡Wuw, cuánto tiempo! Me alegro de verte, Shaedra. Aryes, a ver si lo adivino, has levitado demasiado y por eso se te ha quedado el pelo nevado.

—Más o menos —aprobó éste.

Drakvian nos abrazó a los dos efusivamente y luego posó sus ojos azules sobre Spaw.

—Vuestro compañero no parece estar muy cómodo —observó tranquilamente—. Buenos días, ¿quién eres?

—Spaw —resopló éste—. Me llaman Spaw Tay-Shual. Esto es increíble. ¡Estoy hablando con un vampiro!

Y Drakvian estaba hablando con un demonio, agregué para mí misma, poniendo los ojos en blanco. No veía por qué razón Spaw estaba tan conmocionado. Me parecía más increíble el hecho de encontrarnos inopinadamente con Drakvian y Lénisu.

—Y yo estoy hablando con un saijit —replicó Drakvian con ligereza—. Es sobrecogedor. Y casi me causas tanto espanto como yo a ti.

—Lo que es sobrecogedor es veros a Lénisu y a ti aparecer tan de repente —intervine—. ¿Cómo puede ser…? —Callé—. Bueno, lo cierto es que no entiendo nada de nada.

—Te lo explicaré —carraspeó la vampira, echando una ojeada hacia Lénisu que se acercaba—. A tu tío casi lo mata mi clan de vampiros. Es decir, cuando me lo encontré, estaba viajando solo en las montañas, hace como diez días y…

—¿Qué es eso del clan de vampiros? —interrumpió Aryes, sin entender—. Creía que nunca habías conocido a otros vampiros.

Mientras Drakvian le contaba su encuentro con los vampiros, observé que a Spaw le estaba costando un gran esfuerzo no salir de ahí corriendo.

—Y ya está —terminó Drakvian, sombría—. Me expulsaron del clan simplemente porque quise ayudar a Lénisu. Ellos que me decían: sí, sí, no bebemos sangre saijit, ¡venga ya! Van y atacan a cuantos saijits se encuentran perdidos por las montañas. Al de un tiempo, me dije que ya les valía y cuando vi que querían atacarle a tu tío, Shaedra, tomé la decisión de acabar con ese modo de vida. Prefiero mil veces la vida en Dathrun que la vida salvaje. Ellos dirán que he sido pervertida por los saijits. —Se encogió de hombros, resoplando—. ¿Te imaginas? Les pido que no se beban a Lénisu y ni caso, no me tenían ningún respeto. Al diablo con los vampiros —afirmó, vehemente.

Su discurso me dejó atónita durante unos segundos y luego solté una carcajada.

—Eres una auténtica amiga, Drakvian. Aunque creo que simplemente caíste mal. Supongo que debe de haber otros vampiros como tú.

Drakvian suspiró.

—No me importa. En realidad, mi antiguo clan tenía razón, he recibido demasiada influencia saijit por parte del maestro Helith. Al fin y al cabo, él fue quien me crió.

Enarqué una ceja. Ver a una vampira que se consideraba más saijit que vampira por la influencia de un nakrús ex-nigromante era algo inolvidable.

—Menuda tormenta —añadió ella, tras oír el trueno que acababa de resonar.

En ese instante, Lénisu estaba ya llegando a nosotros y posé el saco en el camino para correr hacia él.

—Tío Lénisu —dije, con los labios temblorosos.

Lénisu me cogió los hombros con las dos manos y sonrió.

—Buenos días, sobrina.

Me dio un fuerte abrazo y, al cabo, le pregunté:

—¿Por qué siempre apareces en el momento en que yo ya me he resignado a no buscarte?

—Ya sabes que me encanta tener problemas —contestó Lénisu, mientras nos reuníamos con los demás—. Pero al fin estamos otra vez juntos.

—Sin la espada —observé.

Lénisu soltó un inmenso suspiro y asintió. Por un breve instante, vi pasar por su rostro una expresión próxima al dolor, pero enseguida desapareció, remplazada por un aire burlón.

—Pero yo aún sigo vivo. Y eso que los amigos de Drakvian me lo pusieron complicado.

—No alardees tanto —lo previno la vampira, cruzándose de brazos—. Yo te salvé de ellos. Si no hubiese estado ahí, no te habría quedado ni una gota de sangre en el cuerpo.

Lénisu hizo un mohín. Sabiendo que la sangre era una de las cosas que le causaban más náuseas, intenté cambiar de tema.

—¡Bueno! Creo que a Spaw no lo conocías. —Indiqué al joven humano con un breve gesto—. Es un amigo de Aefna.

—Oh. —Lénisu frunció el ceño, pensativo, sin quitarle la vista de encima a Spaw—. Veo que no está del todo tranquilo. No le habías contado nada sobre los vampiros, ¿verdad?

Carraspeé y negué con la cabeza.

—Hablando de vampiros —dijo Drakvian—, creo que debería salir del camino, no sea que de pronto aparezca algún comerciante y me lo tenga que zampar para proteger mi intimidad.

Al pronunciar estas palabras, no dejó de observarle fijamente a Spaw y éste puso los ojos en blanco.

—Está bien —declaró. Su rostro iba retomando poco a poco sus colores naturales—. Perdona mi reacción, es que siempre me han enseñado que los vampiros sois… Bueno, ya sabes, no del todo vivos.

Drakvian soltó una carcajada malévola.

—¿No del todo vivos? —repitió indignada, y empezó a dar vueltas alrededor de él enérgicamente haciéndolo palidecer de nuevo. Sentí pena por él—. ¿Qué te parece? ¿Que soy un espíritu sin cuerpo? ¿Un esqueleto? —La vampira, con las manos a la cintura, agregó—: Creo que estoy lo suficientemente viva, humano.

—Ya… pero hay grados de vida y los vampiros… —Spaw se interrumpió y resopló bajo la mirada interrogante de Drakvian—. Será mejor que me calle —concluyó.

—Drakvian, déjalo en paz —intervine—, está en estado de choc.

—No, qué va —protestó el demonio—. Estoy perfectamente.

Le solté una mirada escéptica. Sabía que los demonios, por tradición, veneraban la vida y, como los vampiros vivían de manera muy distinta a los saijits, tenía lógica que los menospreciasen. Pero no era el momento de hablar de demonios ni de creencias así que me giré hacia Lénisu. Mi tío desvió la mirada hacia las nubes oscuras, como para evitar que hiciera preguntas.

—¿Y bien? —inquirí—. ¿No se suponía que estabas en los Subterráneos, tío?

—No te fíes nunca de las suposiciones —contestó Lénisu—. Esta tormenta no viene hacia nosotros, es un alivio. Pero propongo que busquemos un lugar tranquilo para pasar la noche, esta carrera me ha matado.

Levanté los ojos al cielo, exasperada. Parecía que Lénisu lo hacía queriendo para impacientarme, pero me contuve y aprobé. Salimos del camino y nos instalamos finalmente entre dos rocas enormes que formaban un pequeño refugio en medio de arbustos y hierba amarilla.

—Me alegra que hayáis comprado comida para todo un ejército —comentó Lénisu, viendo cómo nos descargábamos de nuestros pesados sacos.

—No teníamos mucha idea de las cantidades ni de la duración del viaje —protestó Aryes—. Mejor ser precavido.

—Desde luego. Voy a por leña. Vosotros haced el agujero para el fuego.

La verdad, no pensábamos hacer ningún fuego: la comida que habíamos llevado se podía tomar sin calentarla.

—No es sólo para cocinar —me replicó éste, sin embargo, cuando se lo comenté—. Si se acercan lobos, es una buena manera de ahuyentarlos.

Me quedé boquiabierta un instante. Había pensado en los nadros rojos, en los ashro-nyns, en los osos sanfurientos… pero no en los lobos. Al ver a mi tío alejarse, exclamé precipitadamente:

—¡Te acompaño!

Si algo tenía que decirme Lénisu que no quería que oyesen los demás, era el momento ideal. Dejé a Frundis con los demás y nos alejamos del grupo para adentrarnos en un bosquecillo cercano. El cielo se estaba oscureciendo, pero no por la tormenta, que se alejaba hacia el este, sino porque la noche se nos venía encima. Syu se puso a curiosear y saltar de árbol en árbol alegremente. Mientras recogíamos ramas secas le conté brevemente a Lénisu mi estancia en Aefna y mi viaje a Kaendra. Estaba comentándole nuestro encuentro con Naura la Manzanona cuando él se paró en seco y me escuchó, pasmado.

—¿Dices que esa dragona es huérfana? ¿Cómo lo sabes? —preguntó, tras permanecer callado un instante.

—Lo sé —repliqué—. Ya la había visto antes, en las Hordas. Te lo contaré después, es una historia un poco larga.

—Y una historia que no me contaste ni en Ató ni en Aefna cuando nos vimos —observó Lénisu.

Resoplé, burlona.

—Si te crees que se puede hablar tranquilamente con alguien al que arrestan cada dos por tres…

El carraspeo incómodo de Lénisu me divirtió aún más.

—Te contaré lo que me pasó —le prometí—, si me cuentas tú por qué te fuiste de Kaendra cuando sabías que yo estaba a punto de llegar.

El rostro de Lénisu se ensombreció.

—Sé que mi excusa te sonará fatal, pero me fui de Kaendra para no atraerte más problemas. Te podrá parecer curioso, pero jamás presté ningún juramento hacia los Sombríos de Aefna. Ellos se inventaron que era uno de ellos ya que trabajaba… y trabajo para ellos. En cualquier caso… en ningún momento tuve planeado aceptar marcharme a los Subterráneos. Sé que es un trauma que algún día tendré que superar. Al fin y al cabo, ahí tengo a amigos a los que echo de menos…

—¿Y Manchow? —inquirí, al ver que se estaba perdiendo en sus recuerdos.

—¿Manchow Lorent? El Nohistrá de Aefna ha tenido mala suerte con su hijo. Es el mismo imbécil que el que te robó la mochila naranja, si lo recuerdas. Creo que fue él quien me vendió a los guardias —comentó, pensativo.

Me mordí el labio.

—En Aefna hablé con unos Sombríos. Un tal Keyshiem me dijo que el Nohistrá lo había planeado todo para venderle la espada a un Ashar y que el Nohistrá de Dumblor tenía una misión para ti y para Manchow —expliqué.

Lénisu hizo una mueca.

—Sí. Lo sé. Me encontré con Keyshiem en Ató y me lo contó todo. En serio —dijo, al ver mi cara interrogante—. Dejé a Manchow con Sinen Minantur, el Nohistrá, y a Aryes con Darosh. —Posó sobre mí una mirada atenta y añadió—: Me marché y me dirigí a Ató buscando algo que me pertenece y que dejé a tu cuidado hace más de un año.

Me puse lívida, entendiendo. Ese “algo” no podía ser más que…

—¿De qué se trata? —alcancé a preguntar.

Los ojos violetas de Lénisu brillaron intensamente.

—La caja de tránmur. Drakvian me confesó que se la prestaste.