Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento

14 Un ramillete de desconfianza

Al día siguiente, bajé el camino que llevaba a Aefna a toda velocidad, utilizando el jaipú para acelerar mis movimientos. Estaba convencida de que en cualquier momento unas capas negras cazademonios surgirían del bosque oscuro para atacarme. Se me ocurrió ir a verificar que Spaw ya no estaba colgado en una rama, pero la idea me pareció tan disparatada en el momento que aceleré todavía más. La música agitada de Frundis acompañaba mi ritmo rápido y sólo se calmó cuando hube cruzado el Anillo.

“¡La suerte me acompaña!”, jadeé, exultante, mientras el mono, resoplando, dejaba de agarrarse tanto a mi hombro.

“Pff, qué carrera, eres una exagerada”, se quejó. Aunque sabía que en el fondo él habría corrido igual.

Atravesé la ciudad a la hora en que todos empezaban ya a trabajar. Los mercados se llenaban poco a poco y cuando llegué al Palacio Real entraban y salían carretas y trabajadores. Me presenté a los dos hombres que guardaban las puertas, diciéndoles que iba a entregar un mensaje a una persona que vivía en el palacio. Al verme con el hábito del Santuario, hicieron aparente caso omiso de mi bastón y de Syu y asintieron con la cabeza.

—Ten cuidado con no perderte por el palacio —me aconsejó el más joven de ellos, sonriente—. Yo que tú le preguntaría a algún sirviente, de lo contrario puede que te pases varios días para encontrar a la persona que buscas.

—Gracias —dije, agrandando los ojos por la aprensión, antes de entrar por las puertas.

Primero, me encontré con una gran plaza blanca muy limpia y, al cruzarla, me pregunté cuánto tiempo se necesitaría para dejarla así de inmaculada. Las puertas principales eran enormes, pero estaban cerradas y supuse que tan sólo se abrirían en las grandes ocasiones. Siguiendo a las demás personas del palacio, pasé por varias verandas y por pasillos, dándome rápidamente cuenta de que el joven guardia no me había aconsejado vanamente: ahí debían de vivir muchísimas personas, porque había pasillos y escaleras por todas partes.

Puse los ojos en blanco. “Si se cree la Niña-Dios que por ser pagodista puedo encontrar a Sirseroth en un laberinto como este…”

Pero primero tenía que buscar a una tal Adorina Waraiser que, según la Niña-Dios, era amiga suya desde que había llegado a Aefna para encerrarse en el Santuario. Así que me acerqué a una joven humana que estaba regando unas plantas y le pregunté educadamente si podía indicarme el camino. La humana, con una sonrisa que le dio de pronto un aire cómico, replicó:

—Ni idea. ¿Aquella Adorina, es una sirvienta o una huésped del palacio?

—Supongo que una huésped.

—¿Lo supones? —Hizo una mueca—. Pues mira, te aconsejo que vayas a las cocinas y preguntes por Chako Wak, el jefe de los cocineros. Conoce a todo el mundo.

—Gracias. Por curiosidad, ¿cuánta gente vive en este palacio? —pregunté.

—Ni idea —volvió a repetir, continuando con su tarea de regar plantas—. Pero varios cientos. Las cocinas, las encontrarás del otro lado, por ahí, y cuando veas el patio de geranios de luz gira a la derecha. De todas formas, lo olerás: a estas horas están haciendo los últimos panes para los que se levantan tarde.

Le di las gracias otra vez, sin decirle que en mi vida había visto geranios de luz, ya que no crecían en Ató, y me alejé, tomando la vía indicada. Encontré las cocinas sin problemas, más por el olor a pan que por los geranios.

Chako Wak era un tiyano extrañamente alto, de rostro risueño y carácter hablador, que se propuso enseguida para guiarme por el complicado entramado de pasillos.

—Deberíamos tener guías —me dijo, mientras salía de las cocinas—. Cada vez que tenemos a un nuevo sirviente, se pierde todos los días y no consigue realmente estar a gusto hasta pasados unos meses. Adorina Waraiser… ¿la conoces? —Negué con la cabeza—. Es una gran amiga de los pájaros. Tiene en su cuarto muchísimos dibujos de pájaros, algunos la llamamos la Dama Pájaro…

Siguió hablándome tranquilamente pero ininterrumpidamente de Adorina, del palacio, y de todo lo que se le ocurría hasta que llegamos delante de una puerta.

—Ya hemos llegado. Esta es la puerta que da a las habitaciones de los Waraiser.

Enarqué una ceja.

—¿Así que está toda la familia? ¿Pero no dijiste que Adorina no estaba casada?

—No, pero tiene otras dos hermanas —me explicó, abriendo la puerta sin llamar. Y entonces advertí que la puerta daba a otro pasillo, con cuatro puertas.

Chako Wak sonrió al ver mi expresión.

—Su puerta es aquella —dijo, señalándomela.

Le di las gracias y él partió otra vez rumbo a su cocina. Sin más vacilaciones, llamé a la puerta indicada y pronto me abrió una señora, de pelo rojo elegantemente peinado y de vestido blanco y sencillo, cuyo rostro me pareció ser el de un felino.

—¿Qué quieres? —preguntó.

Apenas hablé con ella, pero no me dejó una mala impresión. Le entregué el mensaje de la Niña-Dios, me dio las gracias y me preguntó si el mono sabía obedecerme. Syu, por supuesto, no pudo evitar enseñarle los dientes y yo hice una mueca.

—El mono es un amigo y los amigos no obedecen —le expliqué con toda la sencillez del mundo.

—Oh —contestó la caita y le sonrió al mono—. De acuerdo. Como los pájaros. Ellos tampoco obedecen a nadie.

Puse los ojos en blanco al oírla comparar a Syu con un pájaro. Frundis y yo tratamos de tranquilizar al mono mientras salíamos de las habitaciones de Adorina Waraiser, en busca de Sirseroth. Llevaba ya una hora paseándome por los pasillos, aburrida, cruzándome con todo tipo de gente vestida muy elegantemente, cuando me topé con él y con una tiyana de ojos violáceos que se quedó pasmada al verme.

Nos quedamos las dos mirándonos, atónitas, y tan sólo cuando Sirseroth le sacudió a Suminaria y Frundis me soltó una ráfaga musical pudimos reaccionar.

—¡Shaedra! —exclamó ella.

—Suminaria —jadeé.

—¡Es imposible!

—Querida prima, a mí me parece que es más que probable —sonrió pacientemente Sirseroth—. Precisamente te iba a contar que me había encontrado con una amiga tuya, ayer.

Los miré alternadamente, pestañeando.

—¿Sois… primos?

—Sí, bueno, primos lejanos —contestó Sirseroth—. Parece como si hubieseis visto a un fantasma en vez de a una amiga —observó.

Suminaria sacudió con la cabeza y carraspeó.

—Perdón. Es que no esperaba encontrarme contigo en el Palacio Real. Y con esa túnica. Creía que te irías una vez acabado el Torneo… ¿Qué te ha pasado?

Hinché los mofletes, con una expresión elocuente.

—Esta primavera está siendo muy movida —le aseguré.

Suminaria agrandó los ojos y luego soltó una risita y se abalanzó hacia mí para darme un abrazo. Me alegré al ver que no guardaba las distancias como antaño.

—No has cambiado —me dijo, con los ojos brillantes de alegría.

Sentí una dulce llama recorrerme el corazón al ver que me había echado de menos. Hacía más de un mes que no había visto a un amigo de verdad. Exceptuando a Syu y a Frundis, claro.

—Tú en cambio sí que has cambiado —le repliqué, burlona—. Nunca te he visto en Ató con una túnica tan florida.

—Costumbres de por aquí —contestó, con un suspiro—. Pero dime, esa túnica ¿es realmente del servicio de la Niña-Dios? —Asentí—. No puedo creérmelo. Tienes que contarme qué te ha pasado.

Reprimí una mueca al pensar que la historia estaba tan ligada a Lénisu que quizá Suminaria recordase el fracaso de la expedición del año anterior. Sin embargo, asentí, animada. Sentía que necesitaba hablarle. Quizá me diese algún consejo útil, después de todo.

—¡Por supuesto! —dije entonces—. Pero es una larga historia.

Suminaria asintió, entendiendo.

—Entonces busquemos un lugar donde sentarnos.

—Vayamos al parque del palacio —sugirió Sirseroth.

Ambas lo miramos, sorprendidas. Desde luego, no se me había ocurrido que Sirseroth quisiera oír mi historia.

—¿Qué? —replicó sin embargo, con desenfado—. Yo también tengo curiosidad por saber cómo una pagodista de Ató con un mono gawalt ha acabado sirviendo a la Niña-Dios.

Visto así, entendí que hubiera despertado un poco su interés. Sin embargo, carraspeé.

—Si quieres escuchar mi historia, tendrás que hacerme un favor —declaré.

El tiyano rubio enarcó una ceja.

—¿Qué tipo de favor?

—Tendrás que contestarme a unas cuantas preguntas, para que no vuelva junto a la Niña-Dios con las manos vacías.

Sirseroth pestañeó.

—No lo entiendo. ¿Qué preguntas?

Sonreí a medias. Después de todo, la Niña-Dios no me había pedido que guardase ningún secreto. Y lo del espionaje era tan ridículo que no conseguía tomármelo en serio.

—La Niña-Dios me ha encomendado una misión divina. Y quiere que le lleve las respuestas a preguntas del estilo… ¿qué amigos tienes? ¿Cómo te vistes? ¿Eres simpático? ¿egoísta? ¿filantrópico? —Sonreí anchamente al ver a los dos tiyanos mirarme de hito en hito—. Así que si quieres saber por qué una célebre matadragón como yo ha acabado trabajando para la Niña-Dios, tendrás que echarme una mano, no me apetece inventarme sola las respuestas que le puedo dar.

Sirseroth soltó al cabo una carcajada.

—La Niña-Dios es incorregible —resopló—. Ya sabía yo que se traía algo entre manos. Pero no te creas que ha sucumbido a mis encantos y esas cosas: esta Niña-Dios sólo aspira a consolidar su posición para cuando nombren a otra en su lugar y se quede sin nada. Lo cual, se entiende muy bien. Al fin y al cabo, tan sólo le queda un año antes de la ceremonia con el Niño-Dios. Me parece un buen trato —dijo entonces—, yo te doy las respuestas a tus preguntas y tú nos cuentas toda tu historia. Me encantan las historias.

Me condujeron al parque del palacio y constaté que no se trataba de un pequeño jardín, sino de un bosquecillo con caminos sinuosos y arbustos floridos. Tranquilizado por el entorno tan familiar, Syu enseguida se despegó de mí. Suminaria, Sirseroth y yo fuimos a sentarnos en el pretil de una fuente.

Les conté lo que me había sucedido con Lénisu, sin detallar demasiado. No escondí sin embargo que alguien había querido robar la espada de mi tío y que Lénisu y Aryes habían acabado siendo exiliados para diez años.

—No encontré otra solución que pedirle ayuda a la Niña-Dios, ya que me debía un favor —les explicaba—. Accedió a hacer un trato conmigo: yo acepté trabajar para ella durante el tiempo en que estuviesen exiliados Lénisu y Aryes y ella me prometió que haría todo lo posible para rebajar la duración del exilio pero resulta que tan sólo ha podido reducirla a cinco años. Y aquí se acaba la cosa —suspiré, algo desanimada—, llevo más de un mes en el Santuario, y me pregunto si realmente ha servido de gran cosa.

—Deberías habérmelo dicho antes —se lamentó Suminaria—. Los Ashar tenemos mucho poder. Podríamos haber anulado el exilio.

—Prima —gruñó Sirseroth, levantando los ojos al cielo—, ¿te acuerdas de lo que te dije? no eres los Ashar. Y dudo de que tus padres se molesten en salvar a una desconocida.

—Podría convencerlos —protestó Suminaria.

—Imposible —replicó él—. Parece que no los conoces.

—No importa —les aseguré, antes de que empezasen ninguna disputa—. Como dice Lénisu, cada uno tiene que saber resolver sus problemas a su manera.

“Bien dicho”, aprobó Syu, apareciendo junto a mí.

A partir de ahí, Suminaria no abordó más el tema y Sirseroth contestó pacientemente a mis preguntas, insertando en su relato algunas mentiras lo suficientemente creíbles como para satisfacer todavía más a la Niña-Dios. Al cabo, tuve que despedirme de ellos, prometiéndole a Suminaria que pasaría por su casa al día siguiente.

Salí del palacio sin demasiada dificultad y emprendí el camino de vuelta. Al llegar al Anillo, me acordé de los cazademonios y ralenticé el ritmo, temerosa. No me apetecía para nada subir el camino desierto que llevaba al Santuario…

En aquel instante, oí pronunciar mi nombre y me giré bruscamente, sobresaltada. Busqué a la persona que me había llamado, alarmada.

“¿Habéis visto a alguien?”, les pregunté a Syu y a Frundis.

El mono gawalt soltó una risita irónica.

“¿Que si he visto a alguien? Con toda esta gente, es difícil que no vea a nadie. Pero al que buscas no lo he visto. Yo que tú no me pararía mucho. Este asunto me da mala espina. Es la típica situación en la que pasa algo malo”, me avisó, tomando un tono de sabio.

—Shaedra —me llamó de nuevo una voz.

Giré la cabeza y vi a Srakhi Léndor Mid que avanzaba rápidamente hacia mí.

“¡Por una vez te equivocas, Syu!”, exclamé, sonriente.

Me precipité hacia el gnomo.

—¡Srakhi!

—Buenos días, Shaedra. Sígueme. Hay… novedades.

—No sabes cuánto me alegro de verte, Srakhi —le aseguré, y él me correspondió con una pequeña sonrisa—. ¿Sabes algo de Lénisu y de Aryes? —pregunté, ansiosa.

Srakhi levantó una mano para imponerme silencio y, callada, lo seguí, muy a pesar mío. Las preguntas se me arremolinaban en la mente y Syu, aunque no decía nada, daba a entender claramente que aquello no auguraba nada bueno. El gnomo se paró en una callejuela y empujó una puerta.

“¿Acaso esperas que nos acoja un escama-nefando detrás de esa puerta?”, le solté al mono, intentando tomar un aire ligero.

“No soy adivino”, gruñó él. “Quizá nos espere un cuenco lleno de plátanos, pero lo dudo”, me aseguró muy gravemente.

Con aprensión, entré delante de Srakhi. La habitación estaba llena de muebles viejos cubiertos de polvo. Tendido en una silla, nos observaba fijamente un gato que maulló inquietantemente. Sentí cómo se tensaba Syu.

“Sólo es un gato”, le dije para tranquilizarlo.

“Ya, ya, sólo, como si no tuviera garras”, replicó Syu, receloso.

“Yo tengo garras”, apunté, burlona.

“No es lo mismo”, me explicó pacientemente. “Tú tienes espíritu gawalt. Ahí está toda la diferencia.”

“Me alegro de que encuentres al menos una diferencia”, resoplé mentalmente, divertida, desviando la mirada del gato.

—Por aquí —me dijo Srakhi, interrumpiendo nuestra conversación.

—¿Me puedes explicar un poco adónde me llevas? —le pregunté, cada vez más aprensiva.

¿Acaso me estaría llevando a algún clan de say-guetranes?, me pregunté. Se me ocurrían mil posibilidades. ¿Y si Lénisu había conseguido salir de Kaendra y se hallaba ahora en Aefna otra vez? Pero aquel pensamiento era demasiado bonito para ser verdad. ¿Y si Syu tenía razón y había ocurrido alguna catástrofe? Al fin y al cabo, Srakhi no parecía estar del todo tranquilo. Todo podía ser.

Al entrar en la nueva habitación, mis pensamientos se desvanecieron y retrocedí, impresionada. En los dos sofás, estaban sentadas cinco personas. Y dos de ellas ya las conocía: una era Wanli, la elfa de la tierra de pelo gris y mechas violetas, y el otro era Néldaru Farbins, apodado el Lobo, cuyo rostro extrañísimo era el resultado de una mezcla de varias razas. Ambos habían sido miembros de los antiguos Gatos Negros, junto a Lénisu. Y, por mi conversación con el maestro Dinyú, inferí que todos los presentes estaban relacionados estrechamente con la cofradía de los Sombríos.

“Te lo dije”, gimió Syu, incómodo al ver que todas las miradas se habían posado sobre nosotros.

—Buenos días, Shaedra —me dijo Wanli, sonriente. Su rostro denotaba sin embargo que llevaba tiempo sin dormir lo suficiente. Se levantó ágilmente para realizar el saludo de bienvenida y yo le contesté, intentando pensar en algo coherente—. Queríamos hablarte —añadió.

—Vaya —solté, sin saber qué decir.

Me invitaron a sentarme y me coloqué en una butaca, convencida de que jamás me había sentido tan confusa. ¿Por qué Srakhi me había traído ahí, a una reunión de Sombríos?

Una vez que estuvimos todos sentados, incluido el gnomo, empezó a hablar con suma tranquilidad un humano de cara simpática y cabello negro, rizado y revuelto.

—Bien, ahora que estás aquí, quisiera informarte de varios acontecimientos que probablemente se te hayan escapado. —Lo miré, prestándole suma atención—. Primero, querrás saber quiénes somos, aunque quizá ya lo sepas. Somos Sombríos, y de ahora en adelante me gustaría que borraras de tu memoria todos los rumores que corren por ahí sobre nosotros porque en su mayoría son falsos.

—¿Ya sabías que éramos Sombríos, verdad? —preguntó Wanli, al ver mi reacción.

—Lo sabía —asentí—. En realidad, hace poco que lo sé.

—Bien —dijo el humano—. A partir de esto, debes saber que tu tío Lénisu era también un Sombrío.

Me puse lívida.

—¿Era? —repetí, con la garganta seca.

—Es —se precipitó en rectificarse el humano.

Una elfa oscura algo anciana soltó una risita.

—Keyshiem, no metas la pata, ¿vale? Si sigues así, te vas a liar y a la muchacha le va a dar un pasmo.

—Está bien. Lénisu es un Sombrío desde hace mucho tiempo —prosiguió el humano, retomando su serenidad—. Pero últimamente ha tenido problemas.

—¿Sus problemas tienen relación con los Sombríos? —me extrañé. Fruncí el ceño. ¿Qué tenía que ver la espada de Álingar con los Sombríos?

—En cierto modo —contestó Néldaru, con la mirada fija en el suelo.

—Pero… ¿sigue encarcelado o no? —pregunté, ansiosa por saber si estaban ahí para darme buenas o malas noticias.

—Su exilio a Kaendra acaba de ser invalidado —dijo Keyshiem—. Pero sigue sin poder acercarse a Aefna.

Sentí que mi corazón daba un vuelco.

—Está libre —murmuré, anonadada—. Así que todo lo que he hecho no ha servido para nada…

Keyshiem carraspeó, molesto, y la elfa oscura anciana me sonrió amigablemente.

—Te equivocas. Que te sacrificases para Lénisu nos ha demostrado a nosotros que podíamos confiar en ti.

—¿Dónde está Lénisu ahora? —me apresuré a preguntar.

—Vamos a contarte la historia desde el principio, para que luego se la puedas contar a Lénisu —me explicó Keyshiem—. Sabes que Lénisu lleva un objeto muy valioso.

—La espada de Álingar —afirmé.

—Exacto. Nadie sabe muy bien de dónde la sacó Lénisu, pero varias historias cuentan que fue el Nohistrá de Agrilia el que se la regaló, por algún servicio realmente extraordinario. —Recordé que los Nohistrás eran los capataces de los Sombríos y suspiré interiormente preguntándome por qué demonios Lénisu tenía que meterse en tantos líos.

“Tú no eres muy diferente”, me aseguró Syu. “¿O es que no recuerdas aquella poción que bebiste…?”

“¡Syu!”, protesté, interrumpiéndolo. Y Syu soltó una risita sarcástica en mi mente.

—En fin —prosiguió Keyshiem, sacudiendo la cabeza—, sea verdad o no, esa espada lleva causándole problemas desde hace muchos años porque cada vez que alguien se entera de que su espada es una reliquia, se la quieren quitar de las manos.

Entonces, hubo un silencio en el que los Sombríos se miraron, dubitativos. Parecía como si les costase decirme algo y me preocupé.

—¿Si lo liberan, eso significa que ya tienen la espada y que ya no necesitan a Lénisu? —pregunté, al ver que no se decidían a hablar.

—No —intervino Néldaru, girando de pronto sus ojos hacia mí—. El que lo hayan soltado, no tiene nada que ver con eso. El Nohistrá ha pedido al Mahir que lo libere, junto a su hijo.

Agrandé los ojos.

—¿Su hijo? ¿El hijo de quién? —exclamé, alarmada.

—Del Nohistrá de Aefna, por supuesto —me dijo pacientemente Keyshiem—. Su nombre es Manchow Lorent. Lénisu no tiene hijos, que yo sepa.

—Ah —inspiré—. Entonces, el Nohistrá ha salvado a Lénisu, ¿pero por qué?

—Porque es un Sombrío. Y para encomendarle una misión —contestó sencillamente el humano—. En los Subterráneos.

—¡Los Subterráneos! —repetí, aterrada—. Pero eso lo va a matar. Es un acto cruel. Lénisu no quería volver nunca más a los Subterráneos…

—Ya lo sabemos —gruñó el elfo oscuro que todavía no había hablado—. Nos lo ha repetido varias veces cuando estaba aquí, en Aefna.

—Su situación era delicada —explicó Keyshiem—. Si no aceptaba el trato, el Mahir no le habría liberado. De todas formas, él no tuvo mucha elección.

Resoplé, algo perdida.

—¿Y Aryes? —pregunté.

Keyshiem frunció el ceño y se encogió de hombros.

—Los tres han sido indultados. Manchow incluido. Él nunca debería haber sido encarcelado de todas formas.

—Hay demasiadas cosas que no logro entender —me desesperé—. ¿Por qué Lénisu dijo que se encarceló voluntariamente? ¿Por qué había unos cazarrecompensas buscando la espada de Álingar? ¿Y qué tiene que ver el Nohistrá de Aefna en todo esto? No quisiera ser una entrometida —añadí, mordiéndome el labio—. Pero no entiendo por qué…

—Ya lo vas a entender —me interrumpió Keyshiem—. Pero lo que vamos a decirte no debe salir de esta habitación. Quiero que sepas que todos nosotros somos Sombríos, pero somos viejos amigos de Lénisu, y todo lo ocurrido nos ha pillado por sorpresa cuando… —carraspeó— cuando en realidad todo este asunto ha sido causado por los propios Sombríos, es decir, por el Nohistrá de Aefna.

—Pero esto no se lo digas a nadie —insistió Wanli, mirándome con seriedad—. Si el Nohistrá descubriese que estamos revelando sus acciones…

—No se lo diré a nadie —les aseguré, con una mueca. Siempre tenían que meterme en sus asuntos.

—Salvo a Lénisu —intervino la anciana elfa oscura—. Necesitamos que vayas a buscarlo y que le digas la verdad, para que sepa que el Nohistrá lo está utilizando de manera poco honorable. La misión de los Subterráneos sólo pretende…

—Alejarlo —entendí.

—Y ponerlo en peligro —añadió Wanli, con una mueca.

—No creo que el Nohistrá quiera que le ocurra nada malo —razonó Néldaru—. Sobre todo considerando que Manchow va a ir con él. Simplemente quiere que pasen un tiempo lejos de aquí. Pero tenemos un problema.

—¿Cuál? —me alarmé.

Keyshiem y Néldaru intercambiaron una mirada y el humano sacudió la cabeza.

—El problema —dijo— es que Lénisu no querrá marcharse a los Subterráneos si sabe que estás en Aefna. Por eso queremos que te marches de aquí.

Mi corazón se había puesto a latir más rápido.

—¿Yo? ¿Pero cuándo? ¿Y adónde? ¿A los Subterráneos? —pregunté atropelladamente.

—Eso es —aprobó la elfa anciana—. Queremos que lo tranquilices un poco y que le digas también que el Nohistrá de Aefna no es tan miserable, como podría creerlo Lénisu si le cuentas que ha sido él quien le ha vendido la espada a un miembro de los Ashar.

Palidecí. ¿Así que el Nohistrá había planeado robarle la espada a Lénisu y dársela a un… Ashar?

—Pero lo hizo para liberar a unos cuantos Sombríos de los trabajos forzados —explicó Keyshiem, antes de que yo pudiese reaccionar—. Y no le salió del todo bien a la primera ya que ese idiota de Manchow también fue encarcelado. —Tuvo una sonrisa torva y la vieja elfa le soltó una mirada de aviso—. En todo caso, esos son detalles que no deberían preocuparte. Lénisu tan sólo ha perdido una espada, no la vida, pero consideramos así y todo insultante que el Nohistrá nos haya alejado de Aefna mientras él se ocupaba de cerrar el trato con el viejo Ashar tratando así a uno de nuestros miembros.

—Ha sido un comportamiento cobarde —asintió Wanli, y percibí en su voz una fuerte indignación.

—No liemos a la joven —intervino la anciana—. Ella tan sólo le tiene que decir a Lénisu que no vuelva a pisar Ajensoldra durante un buen rato y que lleve a cabo su trabajo lo mejor que pueda. Al fin y al cabo, sigue siendo un Sombrío.

—Pero… —carraspeé—. Si le cuento todo lo que me habéis contado… yo en su lugar no me volvería a meter en historias de Sombríos, con todos mis respetos —añadí, nerviosa.

Vi que intercambiaban rápidas ojeadas.

—Bueno —dijo Wanli, molesta—. Eso ya depende de él. Entonces, ¿cuándo te marcharás de Aefna?

Me sorprendí al ver que me pedía mi opinión y fruncí el ceño, pensativa. Tenía que ir a ver a Suminaria al día siguiente, aunque… ahora mismo, meterme en la casa de los Ashar sabiendo que uno de ellos por lo menos había causado la desgracia de Lénisu me inspiraba cierta repugnancia. Y salir de Aefna iba a ser para mí una liberación, no solamente porque empezaba a hartarme de la Niña-Dios, sino que además no quería acabar en manos de los cazademonios que al parecer se habían aficionado a mí.

—Deberías salir ahora —reflexionó el elfo oscuro, al ver que no contestaba.

Negué con la cabeza.

—Me iré mañana. Pero no puedo irme sola.

—Yo te acompañaré —intervino Srakhi—. Me temo que este último mes no he cumplido con la palabra que le di a Lénisu de protegerte.

Keyshiem se levantó, diciendo:

—Eso ya lo arregláis entre vosotros. Simplemente quisiera darte esta carta para Lénisu. ¿Se la darás?

Sus ojos oscuros brillaron con una intensidad extraña. Asentí con solemnidad.

—Se la daré.

Supuse que no iba a olvidármela tan fácilmente como me había olvidado de la carta de Yrasiuth… Estábamos ya todos levantándonos cuando me atreví a preguntar:

—Y ese trabajo que le ha dado el Nohistrá a Lénisu… ¿en qué consiste exactamente?

—Ni idea —contestó Néldaru Farbins posando sobre mí sus ojos casi fijos—. Seguramente ni Lénisu lo sepa todavía.

—No te preocupes por eso —me dijo la anciana, sonriente—. Seguro que no es más que un pretexto para alejarlo de aquí. Tu tío Lénisu siempre ha tenido una habilidad sorprendente para exasperar a Nohistrás.

Empezaron a salir uno a uno de la habitación e iba a seguirlos cuando Wanli me retuvo.

—Espera —murmuró—. También yo tengo una carta para Lénisu. Es importante.

Cogí el sobre y sonreí.

—Si no me pasa nada en el camino, llegará a sus manos, te lo prometo.

“Odio hacer tantas promesas”, suspiré mentalmente. Y Syu sonrió con burla, diciéndome con total serenidad:

“Pues no las hagas.”