Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento

13 Tinieblas

Lo primero que pensé al salir disparada hacia las ramas superiores fue que había perdido los limones tontamente con ese lanzamiento. Mis manos me dolían al apretar con fuerza la corteza irregular. El ternian me perseguía, aunque avanzaba más lento. Mi corazón latía aceleradamente, más que de esfuerzo, de miedo. Viendo que el enmascarado había empezado a subir más rápido y que mis ramas eran cada vez más finas, decidí saltar. Con los ojos dilatados por el miedo y la desesperación, cogí impulso y me tiré hacia el árbol más cercano. Por un momento, sentí una tremenda pena al ver que probablemente moriría… caí sobre una rama gruesa, hundiendo las garras de las manos y los pies en la corteza.

“¿Estás bien?”, preguntó Syu, acongojado.

“¡Estoy viva!”, solté, sin poder creérmelo. “¿Dónde estás?”

“Justo arriba”, contestó el mono.

Levanté la mirada y lo vi colgado en una rama, entre las hojas espesas.

“Te propongo que nos escondamos”, dije, intentando no meter ningún ruido. “Subamos y cambiemos otra vez de árbol.”

“¿Estás segura?”, me preguntó Syu, preocupado. “Yo no soy capaz de saltar esas distancias.”

“Pero yo sí”, sonreí anchamente, los ojos me brillaban de excitación. “¡Ha sido genial!”

“Te recuerdo que casi te matas”, gimió Syu, poco convencido.

Era consciente de que la excitación que me invadía era fruto del miedo, pero no pude remediarlo: estaba convencida de que no era tan difícil saltar de árbol en árbol. Después de todo, estaban cubiertos de ramas gruesas y de hojas que me ocultarían de la vista de los cazademonios. A menos que fuesen unos demonios, me dije, pensativa. Pero desde luego, no eran aliados.

Volví a subir, intentando ser lo más discreta posible. Me envolví en las armonías, ahora que tenía un poco de tiempo para pensar, y me pregunté dónde estaría ahora el ternian que me perseguía. Una vez arriba, salté a una rama de otro árbol bastante cercana y Syu silbó entre dientes, aliviado al ver que el salto no había sido para tanto. Volví a envolverme en armonías, ya que al saltar había perdido mi concentración, y seguí huyendo sigilosamente de mis enemigos.

Lo que me impedía sentirme a salvo era el silencio del bosque. No se oían las voces de nadie. Y en cada momento me imaginaba al ternian observándome como un depredador, enseñando sus dientes blancos amenazantes.

El sol estaba descendiendo y el lado este de la colina se quedó de pronto a oscuras, pese a que el cielo estuviese aún azul.

“¿Los oyes?”, pregunté.

“No”, murmuró Syu, mirando hacia abajo. “¿Crees que se han ido?”

“Ojalá”, suspiré.

“¿Voy a comprobarlo?”

“¡No!”, dije, vivamente. No quería que Syu se acercara a esos dementes que me habían tendido una emboscada traicioneramente. Ayudarme, habían dicho. Resoplé, sarcástica. ¿Pero cómo habían averiguado que yo era una demonio? ¿Acaso los Comunitarios me habían vendido? ¿Acaso esa elfa de la tierra vestida de negro…? Ella me había visto transformarme. Y me había estado siguiendo…

—Hola —me susurró una voz.

Creí morirme del susto. Con la respiración entrecortada, me giré bruscamente y vi una melena violeta.

—¡Spaw! —murmuré, sintiendo que mi tensión me había anudado la garganta. Sacudí la cabeza para quitar los puntos negros que habían empezado a nublarme la vista por el susto—. ¿Qué haces aquí?

—Vine a protegerte, como acordamos —sonrió él—. Tenemos un grave problema.

—¿Cuál?

Enarcó una ceja.

—¿No lo sabes?

—Oh —gruñí—. ¿Te refieres a esos chiflados que me estaban persiguiendo?

Sus ojos negros miraron hacia abajo y volvieron a fijarse en mí enseguida.

—A esos me refiero. Con toda probabilidad… son unos cazademonios.

—¿Cazademonios? —repetí, escudriñando el bosque—. Eso me parecía. Uno me ha llamado demonio.

—Entonces, he acertado —se felicitó Spaw. Pese a su tono de voz, parecía algo nervioso, sentado en su rama.

—Nunca creí que serías capaz de subir a un árbol tan alto —comenté.

—No he llegado trepando —replicó, en voz baja—. ¿Cuántos son?

—Cinco. ¿Cómo que no has llegado trepando?

—No sé trepar como tú. Cinco son muchos. Está claro que tienen miedo de los demonios. Pensarán que tienes poderes maléficos y esas cosas.

Ambos sonreímos, divertidos. Ladeé la cabeza, pensando súbitamente en algo.

—Si no sabes trepar, ¿cómo vas a volver a bajar? —pregunté.

Spaw hizo una mueca.

—Eso es un problema —confesó—. Pero por el momento hay que pensar en cómo vas a salvarte.

Se cogía de la rama con fuerza y, aunque no quisiese mostrarlo, estaba claro que no estaba para nada cómodo sentado en un árbol.

—Spaw, ¿puedo preguntarte algo?

—Por supuesto —sonrió con naturalidad.

—No quiero hacer demasiadas suposiciones, pero me da a mí que no sabes levitar —empecé.

El demonio pareció realmente divertido por mi conclusión.

—Correcto —dijo.

—Y el collar que me diste es una mágara muy poderosa, ¿verdad?

—Algo —coincidió.

—Así que cuando dijiste que el collar me protegería, en realidad eras tú. Has venido aquí…

—Sí, sí —me cortó Spaw, impaciente—. Si tanto deseas saberlo, mi collar me permite teletransportarme donde está el otro collar, el tuyo. Pero ahora escúchame, por el camino están pasando la Niña-Dios y su comitiva, ¿los oyes?

Agudicé el oído y asentí.

—Pues te aconsejo que corras hasta ellos. Con ellos, los cazademonios no se atreverán a hacerte nada.

—De acuerdo.

Spaw carraspeó.

—Y si puedo pedirte un favor… —prosiguió.

Enarqué una ceja, atónita.

—¿Un favor?

—Intenta no irte por ahí sola, ¿vale?

Tuve una media sonrisa.

—Pero si me atacan, aparecerías para salvarme, ¿no?

—No existe ninguna mágara perfecta. Esta no siempre funciona. Sobre todo una vez utilizada…

—Era de suponer —repliqué, tranquila—. Te prometo que intentaré ser prudente. De todas formas, nunca estoy sola —añadí, haciendo un pequeño gesto hacia Syu, que se irguió con aire orgulloso.

—Corre ya, o bien tendré que encontrar otro método para sacarte de aquí —me soltó Spaw.

Junté las dos manos a modo de saludo, me levanté y salté a otra rama para pasar luego a un árbol más cercano al camino. Poco después, aterricé cerca de la procesión y vi a la Niña-Dios en su litera, rodeada de sus guardias y de sus sacerdotisas. Djawurs cerraba la marcha y fue el primero en verme.

—Buenas tardes —dije, con una sonrisa forzada. Aún estaba preguntándome cómo demonios iba Spaw a bajar del árbol y me lo imaginé, de noche, tiritando de frío, rodeado de cazademonios, sin poder dormir ni poder hacer nada.

El humano me miró con cara desconfiada.

—¿Qué haces aquí? ¿No se suponía que tenías que estar en el Santuario?

—Sí —contesté lentamente—. Pero decidí… explorar el bosque. Para meditar —añadí, sonriendo levemente con aire inocente.

La expresión de Djawurs se ensombreció todavía más. Era imposible mentir a ese humano, me desesperé. Sin embargo, tenía que haber decidido que era inútil hablarme, o que no era digno de él, porque no replicó nada. En el camino, recogí el saco de limones y sonreí, vacilante, al ver que Djawurs me miraba fijamente, desaprobando sin duda cualquier tontería que hubiese hecho. Con un rápido vistazo, verifiqué que los limones no estuviesen demasiado abollados y seguí la comitiva con aire formal, junto a Djawurs.

El humano carraspeó cuando llegamos al Santuario, y mientras los portadores llevaban a la Niña-Dios en el interior, se giró hacia mí.

—Creo haber entendido que la Niña-Dios te pidió que no llevases a tu mono a Aefna.

Agrandé los ojos y giré la cabeza hacia el mono, que se había tensado sobre mi hombro, irritado.

—Ejem… ¿se refiere a Syu? No estaba conmigo en el Templo —argumenté.

Djawurs suspiró.

—Aún no entiendo por qué la Niña-Dios te quiere como sirvienta. Me desordenas la biblioteca y ahora quiere hacerte mensajera de sus pequeñas historias, como si fueses su fiel amiga.

Fruncí el ceño.

—Tiene usted razón, yo tampoco entiendo por qué la Niña-Dios se empeñó en ayudarme. Cuando vine aquí, tenía pocas esperanzas de que alguien me hiciera caso.

Djawurs pareció sorprendido por mi respuesta y su rostro se suavizó un poco, pero enseguida volvió a cubrirse de preocupación.

—La Niña-Dios me ha pedido que te dijera que vinieses a cenar esta noche con ella. A las diez, en su cámara.

Reprimí un suspiro y asentí vivamente.

—Estaré ahí.

—Te aconsejo que te cambies de túnica, pareces haber vivido diez años en una jungla —añadió Djawurs, alejándose ya.

Bajé la vista hacia mi túnica y constaté, sorprendida, que mi nueva túnica blanca estaba más sucia que el trapo que había utilizado yo para lavar los suelos.

Llevé los limones a la cocina y saludé a Noysha y a Zalhí antes de volver rápidamente a mi cuarto. Una vez ahí, cerré la puerta e inspeccioné atentamente mi alrededor.

“¿Crees que hay cazademonios por aquí?”, se preocupó Syu, aprensivo.

Procuré tranquilizarme y negué con la cabeza.

“No se atreverían a entrar en el Santuario”, contesté. Pero Syu percibió perfectamente mi vacilación y permaneció sobre mi hombro, alerta.

Cerrando los ojos a mis temores, me vestí con la túnica roja y plegué con delicadeza mi túnica sucia, preguntándome qué querría la Niña-Dios. Djawurs decía que deseaba hacerme su mensajera. Eso no me gustaba nada, me dije. Porque significaba que tendría que salir del Santuario sola…

“Te protegeré”, me dijo Frundis. Lo había cogido con la mano, buscando quizá alguna canción apaciguadora, y el bastón, notando mi desasosiego, intentó animarme. “Al fin y al cabo, soy un bastón de combate”, añadió, con una risita satisfecha.

“Y yo una luchadora”, le repliqué, mordiéndome el labio. “O al menos, se supone que lo soy…”

“Los gawalts no somos luchadores”, replicó suavemente Syu, sentándose sobre mi rodilla. “Pero sabemos defendernos.”

Le despeiné cariñosamente y me tumbé en la cama, meditativa. No vi el tiempo pasar y estaba ya casi durmiéndome cuando de pronto recordé que tenía que ir a ver a la Niña-Dios. Me levanté de un bote, me despedí de Frundis y Syu, asegurándoles que no me iba muy lejos y que volvería corriendo si me atacaban otra vez los cazademonios.

En el pasillo, estaba Lacmin delante de la puerta de las habitaciones de la Niña-Dios. Por primera vez, me reconfortó verlo y lo saludé amigablemente antes de entrar en la habitación. La Niña-Dios estaba sentada en un cojín, leyendo en voz alta un libro de poemas a Eleyha mientras Shaluin ponía la mesa. No había nadie más en la sala. La Niña-Dios pronunciaba con claridad los versos mientras la pequeña elfa oscura la escuchaba con fascinación.

Era como blanca luna
que en la tierra se refleja
y vago recuerdo deja
en la memoria.

Y era bajo el triste cielo
un ópalo de verano
que en el aire avanza en vano,
turbio de historia.

Calló y supuse que había llegado al final del poema. Eleyha sonrió anchamente, encantada.

—Este poema habla de una joven que se transforma en fantasma para salvar a su amado —pronunció la Niña-Dios, sin mirarme—. ¿Te gusta la poesía?

—Oh… Sí, claro —contesté.

—Gracias, Shaluin —dijo entonces la pálida joven, levantando la cabeza para posar sus ojos en mí—. Puedes ir a cenar.

La caita hizo un gesto y me miró, curiosa, antes de salir. La Niña-Dios cerró el poemario y se levantó. En silencio, nos sentamos a la mesa.

—¿Cuál es tu poeta favorito? —preguntó la Niña-Dios, mientras Eleyha destapaba una cazuela que contenía una ensalada de arroz.

Desde luego, no esperaba que me hablase de poetas. Carraspeé.

—Pues…

—Limisur es el mejor —me interrumpió, antes de que pudiera decir nada—. Te recomiendo este libro, Shirel de la montaña. ¿Lo leerás?

Ladeé la cabeza, sorprendida. Parecía empeñada en que lo leyese.

—Lo leeré —asentí. E iba a coger mi cuchara cuando recordé que en el Santuario siempre había que meditar antes de comer.

Mientras la Niña-Dios pronunciaba unas plegarias más breves incluso que Zalhí en la cocina, me puse a pensar de repente en un detalle. ¿Y si los cazademonios pretendían matarme? En ese caso, podían usar todos los medios. Bajé la mirada hacia el arroz y me mordí el labio. Incluso podían intentar envenenarme.

Sacudí la cabeza. Desde el envenenamiento de Taroshi estaba volviéndome demasiado desconfiada, me dije. Así que, sin más reservas, me serví arroz y empecé a comer.

—Esta tarde, he tenido una conversación interesante con Sirseroth Ashar —me dijo la Niña-Dios.

Levanté la mirada hacia ella, en silencio, masticando mi arroz. Eleyha nos miró alternadamente. Estaba claro que la Niña-Dios quería que me mostrase intrigada por saber más de aquella conversación. Pero no me apetecía facilitarle la tarea para que me metiese en sus asuntos.

—Sirseroth es un Ashar muy particular —prosiguió—. Es el único que sabe ser amable y comprensivo. Tiene buen corazón. Por eso quería hablarle.

—¿Para decirle que tenía buen corazón? —pregunté, sin poder resistirme a tomar un tono ligero.

La Niña-Dios entornó los ojos, pero se ruborizó.

—Una Niña-Dios no puede decir ese tipo de cosas —gruñó—. Hablamos de bréjica. Y de su familia. Y de la ceremonia. —De pronto me dedicó una mirada autoritaria—. He decidido qué es lo que vas a hacer esta semana.

—¿Ah? —inquirí, tratando de no transparentar demasiado mi contrariedad.

—Vas a espiar a Sirseroth —declaró.

—¿Es… espiar? —farfullé, incrédula, escupiendo granos de arroz.

—Como lo oyes. Si has sido capaz de matar a un dragón, eres capaz de espiar a un joven celmista, aunque sea Sirseroth Ashar —añadió, con una sonrisilla.

—¿Dragón? —repetí, soltando una carcajada nerviosa—. Yo no maté ningún dragón, simplemente puse nervioso a uno. Además, Sirseroth vive en el Palacio Real.

—Lo sé, pero eso no es un obstáculo para una kal pagodista —replicó, quitándole importancia a mis protestas.

La miré fijamente. ¿Acaso se creía que iba a poder entrar en el palacio, así por las buenas?

—¿Para qué demonios quieres que espíe a Sirseroth? —pregunté, exigiendo la verdad.

La Niña-Dios enarcó una ceja.

—¿Para qué has limpiado los suelos del Santuario? —replicó—. ¿Para qué has ordenado la biblioteca? ¿Para qué me sirves? —añadió.

—Es imposible debatir con esos argumentos insensatos —gruñí.

La Niña-Dios agrandó los ojos, ofendida. Por lo visto, no estaba habituada a que le hablasen de esa forma. Pero lo cierto era que estaba harta ya de sus caprichos.

—Ten cuidado con lo que dices —me avisó con un tono amenazante que me dejó indiferente—. Los dioses pueden venir a castigarte.

—Está claro que los dioses te han pedido que espíes al joven y apuesto Sirseroth —solté con desenfado—. En ese caso, sería un sacrilegio no aceptar tu trabajo. Pero si es un trabajo divino —añadí—, entonces deberías rebajar todavía más el tiempo que debo servirte.

La Niña-Dios resopló, sarcástica.

—No sabes tratar con la gente como yo —replicó—. Yo sólo concedo cuando siento realmente que debo hacerlo. De todas formas, no te pedía que me dijeras sí o no. Simplemente es un trabajo que te encargo, de dueña a sirvienta. No puedes decir que no.

Ella tampoco sabía tratar con la gente como yo, me dije mentalmente, gruñendo. Pero no ganaba nada enfureciéndola, así que procuré tranquilizarme.

—Está bien —repliqué—. ¿Qué debo hacer?

—Quiero que me digas todo lo que hace. Cuáles son sus amigos. Con quién habla. Si es trabajador, si es jugador, si tiene buena reputación, todo lo que interesa.

—Ah. —Fruncí el ceño, pensativa—. ¿Y cómo se supone que debo entrar en el palacio? ¿A escondidas? ¿Y si me pillan?

—Si te pillan, te haces pasar por una sirvienta, o yo qué sé —replicó la Niña-Dios, que no quería preocuparse por esos nimios detalles—. En cuanto a cómo vas a entrar… mañana irás a ver a una amiga mía en el Palacio Real para darle un mensaje. Y después de mañana irás a recoger su respuesta. Y una vez ahí, te las arreglas.

Aquel trabajo no me gustaba nada. No solamente porque, en sí, no tenía ningún interés, sino que además eso suponía que iba a tener que salir del Santuario. Y no quería volver a encontrarme con los cazademonios otra vez.

—Podría acompañarme alguien hasta ahí —insinué—. Por ejemplo, un Arsay.

—¿Para qué? —preguntó, sin entender.

—Todo aquel que vería al Arsay, no advertiría mi presencia —razoné, sabiendo que mi argumento era poco convincente.

—Mm… Me parece realmente superfluo. Los Arsays están para proteger el Santuario, no están para cumplir ese tipo de trabajos.

Su tono dejaba entender que Djawurs le había tenido que repetir más de una vez que los Arsays de la Muerte no estaban a sus órdenes. Y entonces, la Niña-Dios había decidido emplearme a mí.

Eleyha se agitó en la silla. Habíamos acabado de comer y la niña elfa oscura se aburría mortalmente. Así que, poco después, salí al fin al pasillo, con el poemario Shirel de la montaña en las manos. Le dije buenas noches a Lacmin y me fui a mi cuarto, sumida en mis reflexiones. Encontré a Frundis y a Syu en plena discusión filosófica. Según entendí, cada uno pretendía explicar lo que era tener principios.

“Syu no quiere escucharme”, se quejó Frundis.

“Buaj. Le vengo escuchando desde que te fuiste”, replicó Syu, mirándome con los brazos cruzados.

Puse los ojos en blanco y me senté en la cama.

“No hace falta pensar tanto. Se actúa bien, y ya está”, declaré con sencillez.

Syu asintió enérgicamente.

“Eso es cierto, Frundis me hace pensar demasiado”, gruñó. “Siempre con sus reflexiones de bastón saijit. Al final me va a hacer olvidar todo lo que te enseñé, Shaedra. Haces bien en recordarme que somos gawalts.”

Me reí por lo bajo y bostecé.

“Tengo que contaros algo. Imaginad qué me ha pedido la Niña-Dios. Quiere que espíe a alguien para ella. Me siento ridícula aceptando un trabajo así”, suspiré.

Syu y Frundis intentaron consolarme, el uno diciéndome que los saijits tenían ideas muy raras y el otro asegurándome que había tenido un portador que había sido un espía cofrade raenday y buena persona al mismo tiempo. Al de un rato, me dormí, mecida por la música tranquila del bastón.

Soñé que corría de árbol en árbol y que me perseguían unos nadros rojos que pegaban saltos muy altos. Estaba ya pensando que iban a pillarme cuando de pronto apareció Aryes, volando, y me cogió por la cintura, llevándome muy lejos de los malvados monstruos. Y él me sonreía y me decía que nunca había volado tan alto ni tan lejos. Y entonces empezamos a caer, a caer a gran velocidad… ¡Demonios!, me dije. Me desperté con el corazón latiéndome aceleradamente. Oí un ruido en el pasillo y me quedé petrificada, convencida de que algo malo iba a pasar.

Frundis trocó la tranquila melodía de violines por un aire inquietante de flautas precipitadas.

“¿Qué ocurre?”, preguntó Syu, pestañeando, medio dormido.

No sabía qué contestarle. El ruido de los pasos se paró muy cerca de mi puerta. Lívida de terror, cogí a Frundis con firmeza y me levanté con sigilo. Los rayos azules de la Gema iluminaban tenuemente el cuarto y vi, aterrada, que alguien torcía la manilla de la puerta. Dudaba entre salir por la ventana o enfrentarme a mis atacantes y chillar todo lo posible para que los Arsays me ayudasen.

—¿Shaedra? —dijo entonces una voz familiar.

Una pequeña silueta pasó por la puerta, paseando la mirada por el cuarto al no verme en la cama. Sentí que el alivio me invadía como si me hubiesen tirado un cubo de agua.

—Eleyha —murmuré—. Qué susto me has dado.

La pequeña elfa oscura corrió hacia mí y me abrazó.

—He tenido una pesadilla horrible —soltó, con una voz aguda—. Y mi hermana es mala. Siempre me echa de su cama.

Hermana, me repetí, y agrandé levemente los ojos por la sorpresa. ¿Así que Eleyha era la hermana de la Niña-Dios? Pero… ¿no se suponía que la Niña-Dios se apartaba de toda su familia, al ser nombrada? Eso, al menos, era lo que ponía en el libro que me había regalado Wigy.

—¿Qué has soñado? —le pregunté con dulzura.

El rostro pequeño de la elfa apareció, detrás de sus mechas negras desordenadas. Sus grandes ojos verdes estaban llenos de lágrimas.

—Había un enorme monstruo de roca —me contó—. Me perseguía y tenía ojos violetas, ¡era terrible! Y estábamos en un desierto, mi hermana y yo y… nos perseguía —repitió— y ahí me he despertado.

La intenté consolar, le dije que las pesadillas no tenían ni pies ni cabeza y que había que intentar cambiar de sueño cuando se podía. Al cabo, le sugerí que volviera a la cama, pero Eleyha negó con la cabeza enérgicamente, aunque ya más apaciguada.

—No quiero volver a ver el monstruo —afirmó.

Finalmente, le propuse jugar al kiengó. El jardinero, Sakún, me había dado una baraja vieja y la elfa oscura enseguida se animó. Jugamos Syu, ella y yo durante una hora entera, pero el mono y yo estábamos bastante cansados, y además cualquier ruido que oíamos en el Santuario me recordaba que había unos cazademonios que podían estar por ahí rondando.

—La Niña-Dios decía que no estaba segura de que supieras que ella y yo fuésemos hermanas —dijo en un momento Eleyha, esperando a que yo jugara—. Pero yo sabía que ya lo sabías.

La miré con la ceja enarcada por encima de mis cartas.

—¿Y cómo estabas tan segura? —pregunté, echando una carta.

—No te has sorprendido cuando te lo he dicho —explicó sencillamente la niña.

—Oh. Mira, a veces hay que desconfiar de las apariencias —le dije sabiamente—. Pero no te preocupes, no tenía intenciones de decir nada a nadie sobre el tema.

Eleyha sonrió anchamente.

—Me gustaría tener una hermana como tú. Las demás sirvientas apenas me hablan y no juegan conmigo. Jisleya dice que soy una niña mimada.

—¿De veras? —me extrañé.

“Senador negro”, soltó Syu, impaciente, después de echar su carta de senador. “¿Estamos jugando, o no?”

—Te toca. No le hagas mucho caso a Jisleya —continué yo, mientras Eleyha jugaba.

—La odio —gruñó la pequeña elfa oscura—. Mi hermana dice que tiene alma de arpía. ¡Pero no se lo digas a nadie!

Sonreí.

—A nadie. Y, para que no pienses que te estoy mimando… —eché mi última carta— te dejo perder generosamente —declaré. Syu bufó y Eleyha hizo una mueca cómica—. Y ahora a la cama todos.

Guardé las cartas y Eleyha se acercó a la puerta, vacilante, como queriendo añadir algo.

—Buenas noches —dijo sin embargo.

—Buenas noches, Eleyha. No sueñes con monstruos —bromeé. Eleyha se mordió el labio, asintió y volvió a su cuarto.

Estaba a punto de dormirme ya cuando Syu carraspeó.

“Has tenido mucha suerte con las cartas.”

“Ojalá tenga tanta suerte mañana”, repliqué. Ya me veía vagando, aburrida, por los enormes pasillos de un palacio desconocido, sin ver a Sirseroth por ninguna parte.

El mono gawalt vino a enrollarse junto a mí y bostezó:

“Bah. Mientras sigamos juntos, todo irá bien”, me aseguró.

Sonreí, conmovida por su confianza.

“Cierto”, aprobé. Y me dormí, más tranquila, junto a Syu, agarrando a Frundis con la mano.