Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento

15 Remolino de viento

—¿Y a mí qué me importa que le gusten los peces? —exclamó la Niña-Dios, colérica—. ¡Te pregunto si sabes ya qué amigos tiene y tú me hablas de peces!

Suspiré tranquilamente.

—Parecen detalles, pero que le gusten los peces nos enseña mucho de él —le aseguré.

—¿Qué nos enseña? —preguntó con brusquedad.

Estábamos sentadas en unos cojines en el Altar de los Nueve, al fondo del Santuario, y ni los rezos ni los dioses parecían apaciguar a la joven pálida frente a las informaciones que acababa de soltarle sobre Sirseroth.

—Pues que tiene un carácter apacible, y un corazón sincero y bondadoso —le dije con una sonrisa—. Es evidente.

La Niña-Dios me fulminó con la mirada.

—¿Porque le gustan los peces?

“Deberías haber dicho que le gustaban los plátanos”, suspiró Syu, tumbado en el borde de la ventana. “Generalmente eso inspira confianza.”

“Debiste habérmelo dicho antes”, sonreí, sumamente divertida, y le miré fijamente a la Niña-Dios con toda la seriedad del mundo.

—También le gustan los plátanos y las golosinas —sentencié—. Y eso significa que tiene un espíritu salvaje y rebelde. Por eso es un celmista tan respetado.

“O un gawalt”, se rió Syu. “¿No me estarás retratando a mí en vez de a ese tiyano?”

Ante mis réplicas puerilmente tontas, la Niña-Dios acabó por perder la paciencia.

—Tu comportamiento ha pasado el límite de la infamia. Tus bromas no tienen ninguna gracia. No sabes trabajar para mí —declaró—. Creí que pondrías más empeño en salvar a tus amigos. Estoy por anular mi favor y hacer que tus compañeros se queden diez años exiliados —me previno.

—Va a ser difícil, puesto que han sido indultados —le repliqué.

La Niña-Dios pareció haber recibido un golpe en la cabeza.

—¿Cómo lo sabes? —resopló.

Entorné los ojos, impresionada. ¿Así que la Niña-Dios ya estaba al corriente y no me lo había dicho? ¿Acaso creía que no me iba a enterar algún día u otro?

—Tú ya lo sabías —repuse.

La Niña-Dios adoptó una expresión imperturbable.

—Lógicamente, ya no querrás quedarte al servicio de la Niña-Dios —dijo, retomando un tono oficial que hacía tiempo que no había empleado conmigo.

—Lógicamente —coincidí.

—No has sido muy útil para la Niña-Dios —deploró ella.

—Creo que lo más útil que he hecho han sido las tareas de limpieza —asentí.

—Muy bien. Justo quieres irte cuando la Niña-Dios pensaba que podrías convertirte en una buena amiga y una buena mensajera.

—Espía, querrá decir la Niña-Dios —la corregí educadamente, siguiéndole la corriente.

La joven se irguió en su cojín y miró hacia las estatuas de los dioses.

—La Niña-Dios no ve por qué sigues junto a ella cuando deberías estar ya lejos de este lugar sagrado —pronunció, muy dignamente.

Me levanté, cogí a Frundis y salí sin una palabra, seguida del mono. Pero en el umbral, solté sin girarme:

—Creo que haces bien en quedarte ahí, meditando. Lo necesitas. Aunque en el fondo eres una buena persona.

Me alejé sin esperar a que me contestara. Una vez en mi cuarto, me cambié la túnica del Santuario por la de pagodista de Ató, me ceñí la cinta azul de Wigy, recogí mis efectos personales, es decir mi mochila naranja, y salí al pasillo, donde me encontré con Lacmin.

—Hola, Shaedra —me dijo, como acostumbraba, con un gesto de cabeza.

—Me voy, Lacmin —le informé—. La Niña-Dios ya no requiere mis servicios.

El Arsay de la Muerte enarcó las cejas, sorprendido.

—Una pena —dijo—. ¿Adónde vas a ir?

—Aún no lo sé —contesté, sin querer mentirle—. Voy a despedirme de los demás.

—Pues, que tengas buena suerte.

—Lo mismo digo. La Niña-Dios, a veces, es difícil de aguantar.

Lacmin sonrió a pesar de que mis palabras no fuesen del todo reglamentarias. Me despedí de Noysha, de Zalhí, de Sakún, de Shaluin y de Liturmool e iba a irme ya, lamentando no haber visto a Eleyha, cuando la pequeña elfa oscura apareció corriendo en el patio.

—¡Shaedra! —me llamó.

Se precipitó hacia mí y correspondí a su abrazo, emocionada.

—Intenta llevarle un poco la contraria a tu hermana —le recomendé—. Le vendrá bien. Pero aun así, es una buena hermana.

Sonrió y asintió, con los ojos brillantes. Cuando ya estaba bajando la cuesta, me llamó otra vez:

—¡Te echaré de menos! —me gritó, y yo levanté una mano para despedirme definitivamente de ella y del Santuario.

Lo cierto era que no había previsto decirle nada a la Niña-Dios hasta el día siguiente, y no había pensado que tendría que pasar una noche en Aefna fuera del Santuario. Pero antes de preocuparme por eso, tenía que llegar al Anillo sana y salva, recordé.

Bajé la cuesta corriendo como si me persiguiese un oso sanfuriento, diciéndome que sería la última vez que pasaría por ahí. Me había reunido con la Niña-Dios bastante tarde y ahora el cielo empezaba a oscurecerse.

Estaba casi en el Anillo cuando de pronto Syu exclamó:

“¡A tu derecha!”

En la esquina de un gran muro, advertí la presencia de una persona cubierta de una capa verde. Parecía ser la capa de Spaw. Podía ser él pero también podrían haberle robado la capa. Entrecerré los ojos, desconfiada, sin embargo ralenticé el ritmo, horrorizada al pensar que le hubiera podido pasar algo a Spaw.

La silueta se agitó de pronto y sentí que me hacía signos para que me acercara. Pero, por más que lo intentaba, no conseguía ver su rostro.

“Esto no me gusta”, le dije a Syu. El mono asintió, aprensivo.

“Bah, no os preocupéis”, intervino Frundis. “Si pasa algo malo, os protegeré.” Parecía estar ansioso de ver surgir a diez enemigos para darles una paliza.

Y lo peor fue que aquel pensamiento resultó no estar tan alejado de la realidad, porque, de hecho, aquello no era más que una trampa.

De pronto, sentí un ruido detrás de mí y me giré, agarrando el bastón, con las manos temblorosas. Le di un bastonazo a una mujer que había querido atacarme por detrás. Frundis soltó un aullido exultante.

“Frundis, cálmate, ¿quieres?”, tartamudeé, temblequeando, mientras veía que otros tres arremetían contra mí. Pero Frundis parecía controlar la situación, así que me dejé llevar torpemente por el bastón, cuya música se había vuelto una basta melodía bélica de cuatro notas. Al de un momento, decidí reaccionar un poco más inteligentemente y me rodeé de armonías para dificultarles la tarea.

Le di un buen coscorrón al ternian que me había ido persiguiendo la última vez en el árbol, y acababa de darle una patada a otro cuando, de pronto, sentí una red de cuerda caer sobre mí.

—¡Por Nagray! —exclamé, desesperada—. Sacadme de aquí o lo lamentaréis —gruñí.

Mis palabras no parecieron convencerlos porque se pusieron a atarme otra cuerda alrededor de la red para que no pudiera quitármela. Los fulminé con la mirada, me agité como pude, e iba a gritar con toda la fuerza de mis pulmones para despertar a toda Aefna cuando de pronto sentí que alguien me clavaba un objeto puntiagudo como una aguja en el cuello y me tambaleé. Parpadeé un momento, aturdida, antes de sumirme en la inconsciencia.

* * *

Cuando desperté, lo primero que vi fue a Syu, sentado encima de mí, mirándome con cara preocupada.

“¿Estás bien?”

“Creo que sí”, contesté, enderezándome, aturdida todavía. Masajeé mi cabeza dolorida, la sacudí para despejarme la mente y paseé mi mirada a mi alrededor. Me fijé enseguida en el rostro de Spaw, del otro lado de los barrotes… No, espera, él también estaba en una jaula. Sentado con las piernas cruzadas, con los ojos cerrados, parecía estar meditando tranquilamente pero, al oír mi movimiento, abrió los ojos y me sonrió.

—¿Menuda noche, eh? —me soltó.

Estábamos en una sala iluminada simplemente por una antorcha fijada en la pared de unas escaleras que subían.

—Demonios —resoplé.

—Nunca mejor dicho —se rió Spaw.

—¿Dónde estamos? —pregunté—. ¿En la guarida de los chiflados que me han atacado?

—Me parece que han decidido hospedarnos durante un rato —asintió el demonio.

Iba a contestar cuando de pronto me golpeó un pensamiento como una roca catapultada.

—¡Frundis! —bramé, aterrada.

“Está ahí”, me dijo Syu, señalando una esquina de la habitación. “Antes he ido a verlo. Está bien, aunque se siente indignado porque nos han atacado a traición”, explicó.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Spaw, observándome con sorpresa.

Lo miré y entendí que no podía saber quién era Frundis. Suspiré de alivio al ver al bastón entre la oscuridad de la habitación y carraspeé.

—Me encuentro bastante bien —contesté—. Pero estaría todavía mejor fuera de esta jaula.

—Si pretendes salir de aquí, yo estoy abierto a cualquier propuesta —me aseguró.

Lo miré más detenidamente, pensando de pronto en algo.

—Spaw… ¿puedo preguntarte algo?

El demonio sonrió con todos sus dientes, seguramente porque le había hecho la misma pregunta la última vez que nos habíamos visto.

—Dispara —me dijo. Parecía tomarse su encarcelamiento con filosofía.

—Bien… ¿cómo demonios has acabado aquí? Aunque… estoy contenta de volver a verte, porque me preocupaba que te hubieras caído del árbol —le dije, con sinceridad.

Spaw hizo una mueca.

—Me costó bastante bajar de ese árbol —reconoció—. Era bastante alto. Pero así y todo, cuando puse al fin los pies en el suelo, ahí me estaban esperando los malditos.

—No tienen honor —suspiré—. Syu dice que jamás podrán llegar a ser gawalts. Está claro que tiene razón. ¿Pero qué crees que van a hacer con nosotros?

Spaw me dedicó una gran sonrisa.

—¿Sabes? Llevo todo un día y una noche haciéndome la misma pregunta.