Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 3: La Música del Fuego

19 Acantilados

Cuando el sol desapareció del horizonte, me dije que había tomado la dirección equivocada y que probablemente los demás estuviesen andando detrás de mí.

Si no hubiese seguido el camino, quizá ahora estaría otra vez con Lénisu, Aryes, Dolgy Vranc y Deria. Desanimada pese a la música alegre de Frundis, me dejé caer sobre una piedra que había al lado del camino, y me puse a pensar en lo ridículo que me hubiera parecido mi situación unas horas antes.

“Venga, anímate”, me dijo Frundis, entonando un canto folclórico que se parecía al de los cantantes tuhores que venían de Kaendra.

“¿No decías que no componías cantos folclóricos?”, le repliqué, fijándome en su música.

“No la compongo”, se defendió, ofendido. “Pero a veces, ensayar esas canciones no es tan malo.”

“¿Cuántas voces eres capaz de hacer cantar a la vez?”, pregunté, intrigada.

“Oh, me alegra que me lo preguntes. Unas… quince. Aunque a veces, puedo desdoblar las mismas, para que parezca que haya más.”

“¿Quince?”, repetí, atónita. “Yo no soy capaz ni de imitar una voz con armonías…”

“¡Ah! Que tú no seas capaz de algo no significa nada”, replicó Frundis. “De hecho, nada de nada.”

“De acuerdo, Frundis”, mascullé, mirando hacia el cielo crepuscular. “También sabes soltar armonías de olor, ¿verdad? Antes lo has hecho.”

“Sí. Algunos olores me salen muy bien”, dijo, con mucho amor propio.

“¿De veras?” Me mordí el labio, pensativa. “Ya he visto que eras capaz de hacer ilusiones visuales…”

“Es lo que peor me sale”, contestó con modestia. “Esos lobos apenas tenían profundidad. Si alguien hubiese estado en otro sitio no habría visto nada. ¡Ahá!”, exclamó de pronto. “¿Así que eres celmista?”

“Intento serlo”, dije, sorprendida por su cambio de entonación. “¿Y qué más sabes hacer?”

“¡Ja! ¿Te parece poco? ¿Has visto cómo he arrasado con esos lobos? Pues mira, eso no es nada. Soy un experto luchador.”

Miré el palo inmóvil sobre mi regazo con aire irónico.

“¿No me digas? Pero si dejo de tocarte, ya no podrías moverte, ¿o sí?”

Frundis soltó unas notas burlonas.

“Que no podría moverme, ¿eh? Hazlo, y verás.”

Syu me miró con aire alarmado pero yo hice lo que me pedía Frundis y dejé el bastón en medio del camino.

—¡En guardia! —le dije, riéndome y volviéndome a sentar en mi piedra.

Pero me volví a levantar de un bote al ver que el palo acababa de plegar elásticamente sus extremidades. Movió sus pétalos hacia nosotros y Syu y yo retrocedimos precipitadamente. Utilizaba energía aríkbeta, entendí, asombrada.

Creí notar cierta música de contrabajo y piano y agrandé los ojos. ¿Acaso era posible que pudiese emitir sonido a su alrededor…? Claro que lo era. Lo peor era que Frundis no era una mágara, sino un celmista bastón, o como se le pudiese llamar, y era difícil saber dónde estaban sus límites.

Estuvimos contemplando cómo intentaba levantarse varias veces hasta que me harté y le dije que parara.

“Como dije, un arma luchadora de primera”, declaró, cuando lo hube recogido. Noté que estaba un poco cansado de tanto esfuerzo, pero no dije nada, para no ofenderlo.

Dudaba si tenía que seguir andando o esperar, pero me sentía agotada por todos los acontecimientos del día y finalmente decidí que sería mejor dormir. Y otra vez, me entró una duda: ¿qué era mejor, dormir cerca del camino, para que Lénisu me viera, o esconderse, por si venían bandidos?

Syu pensaba que era mejor esconderse, pero Frundis aseguraba que no podíamos temer nada mientras estuviese él. Finalmente, decidí correr el riesgo y me tumbé no muy lejos del camino, segura de que si alguien pasaba, lo oiría y me despertaría.

Envuelta en mi capa, me alegré de que el sol hubiese secado la tierra tan rápido para evitarme dormir en medio del barro. Syu se tumbó al lado mío y dejé a Frundis un poco apartado, temiendo que quizá se pudiese mover, aunque él aseguró que cuando dormía, dormía a pierna suelta. Otra cosa era imaginarse cómo un bastón podía dormir, pero estaba demasiado cansada para averiguar el misterio.

Bostecé, me estiré e intenté encontrar una posición más cómoda.

—Buenas noches, Syu.

Por toda respuesta, el mono se cubrió con un trozo de mi manta y se tapó la cara con las manos, haciéndose una bolita. Se durmió enseguida. A mí me costó mucho más, porque no paraba de pensar en que nunca volvería a encontrarme con los demás, y estuve admirando el cielo constelado tratando de recordar los nombres de las estrellas. Ya le hubiera gustado al Dailorilh poder ver tan bien las estrellas en Ató como aquí, pensé medio dormida.

* * *

Me desperté en un sobresalto, muy temprano, escuchando una música de trompetas. Syu se agarró a mi camiseta con todas sus fuerzas y me levanté de un bote, mirando nerviosamente a mi alrededor. El sonido de trompetas había desaparecido tan pronto como me había levantado… Eso despertó enseguida mis sospechas y bajé la mirada hacia el bastón. Solté un suspiro. Pues claro.

Recuperé a Frundis con precaución.

“¿Qué ocurre?”, pregunté.

“Buenos días, señorita Háreldin”, contestó Frundis.

“Buenos días, Frundis”, contesté, impaciente. “¿Por qué me despiertas tan de repente?”

“Hay un caballo en el camino”, informó él, soltando otra serie de trompetazos que me acabaron de despertar.

Giré la cabeza, parpadeando bajo los rayos del sol naciente, y sonreí. Era Lénisu montando a Trikos. Me hizo un signo con la mano y le respondí agitando la mano, empuñé mejor a Frundis y nos dirigimos los tres hacia el camino con rapidez.

—¡Shaedra! Ya pensaba que me había quedado solo en este maldito lugar. Er… ¿dónde están los demás?

Lénisu se había apeado y Trikos lo miró con cara exhausta, como si llevase cabalgando ya varias horas. Contemplé a mi tío con aire sorprendido.

—Pues… La verdad es que no tengo ni idea de dónde están los demás. Pero no deben de andar muy lejos —añadí, como Lénisu me observaba con una expresión de decepción—. Al parecer, hemos chocado con un desviador, al salir de la choza, y nos hemos dispersado todos. Ah, Frundis dice que era una especie de círculo desviatorio así que probablemente dentro de poco nos reunamos todos.

—¿Círculo desviatorio? —repitió Lénisu, confundido—. ¿Frundis?

Me miró con cara interrogante.

—Eh, sí, Frundis, el bastón —dije, señalándolo con mi otra mano.

Lénisu me contempló como si me hubiese vuelto loca, se acercó a mí y posó una mano en mi hombro para escrutar mi rostro detenidamente.

—No pareces estar del todo bien, Shaedra. ¿Tienes hambre? ¿Sed? ¿Qué es esa música?

—Ambas cosas —repliqué, con una sonrisa traviesa.

Lénisu ladeó la cabeza, como para agudizar el oído, y luego me miró, sin entender.

—¿Cómo?

—Tengo hambre y sed —dije—. En cuanto a la música, es por Frundis. Es un compositor y un músico, celmista por supuesto. Él mismo te lo puede contar.

Lénisu me observó a mí, luego al bastón y por fin a Syu.

—Mono —le dijo—, ¿tú que opinas de esto? —Syu entornó los ojos y se encogió de hombros—. Mm. Ya veo. Toma, Shaedra.

Me tendió una cantimplora llena de agua, yo le di a Frundis y tomé varios sorbos largos, sintiéndome mucho mejor. Lénisu tenía el ceño fruncido, examinando el bastón de cerca.

—Tiene una textura curiosa —dijo—. ¿Es el bastón que estaba en la choza, verdad?

—Ajá. El mismo. ¿Qué te parece su música?

—¿Su música? Ahora no oigo nada. ¿Seguro que emite ruido?

—A veces emite ruido, pero generalmente lo hace por vía mental…

Dejé de hablar al observar cómo Lénisu se había sobresaltado y había dejado caer el bastón al suelo, retrocediendo precipitadamente.

—¡Mil brujas sagradas! —exclamó.

—Te lo dije, es músico.

—¡Me ha dicho… me ha dicho que era una babosa ultravioleta! ¿Qué clase de bastón es ése?

—¿Una babosa ultravioleta? —repetí, asombrada. Lénisu hizo una mueca cuando me eché a reír. Incluso Syu soltó una carcajada de mono.

Me incliné y recogí el bastón, pero entonces me invadió un sonido estridente y sumamente desagradable y Frundis me soltó: “¡Mosca disecada!” Y su risa demente resonó por todos los resquicios de mi cabeza.

Solté el bastón, y lo dejé caer al suelo como Lénisu.

—Vaya —llegué a pronunciar—. Ayer estaba menos agitado.

—¿Por qué no lo tiras por ahí? —propuso Lénisu—. No es una buena idea llevar objetos mágicos desconocidos. Nunca sabes lo que pueden llegar a hacer.

—No es una mágara —expliqué—. Al menos no una ordinaria. Es un celmista que… —Me detuve en seco y me encogí de hombros.

—¿Que qué?

—Te lo contará él, si quiere, yo no puedo divulgar sus secretos, se lo prometí.

Lénisu me devolvió una mueca gruñona y suspiró.

—De todas formas por ahora, tenemos cosas que hacer más urgentes que hablar de un bastón. Vamos, tenemos que encontrar a los demás.

Asentí y volví a coger el bastón con cautela.

“Si me insultas, te abandono”, le dije con claridad.

Frundis, que había empezado a decir algo, alargó su vocal sin terminar la palabra y se puso a cantar una canción, sin contestarme pero sin proferir más insultos. Una de las cosas buenas era que aprendía rápido, me dije.

Pese a que normalmente el desviador no podía habernos mandado muy lejos los unos de los otros, tardamos toda la mañana y parte de la tarde en reunirnos todos. La última con la que nos topamos fue Deria, que andaba hacia el noreste, porque se había convencido de que el sol se levantaba al oeste y se ponía al este. Esta vez yo creo que se le quedó la lección grabada para siempre en la memoria. La primera cosa que hizo la drayta fue beber toda un largo trago de agua antes de comentar, feliz de estar otra vez con nosotros:

—Demonios. Esta agua es mucho mejor que la de los charcos.

Estuvimos toda la tarde hablando de lo sucedido y de los objetos que habíamos encontrado en la choza. Aryes había guardado un pañuelo azul tornasolado y cada vez que se lo ataba alrededor del cuello, sentía más facilidad para controlar sus sortilegios óricos y dos veces, durante la tarde, soltó un sortilegio de levitación y se puso a levitar ligeramente sobre el camino, sin tocarlo, durante varios minutos. Deria había recuperado la barrita de metal y la tenía metida en el bolsillo sin atreverse a tocarla por miedo a caer dormida por los efectos soporíficos que tenía aquella mágara. Dolgy Vranc y Lénisu eran los únicos que no habían cogido nada. Al menos eso creí hasta que un Dolgy Vranc sonriente y travieso sacara un bote lleno de un líquido negro.

—¿Qué os creíais? ¿Que me había ido sin coger nada de esa choza abandonada? ¡Ja!

—¡Dol! —exclamó Deria, muy animada—. ¿Qué es ese líquido?

—No tengo ni la más remota idea —contestó Dolgy Vranc, riéndose—. Por eso lo he cogido.

Ladeé la cabeza, curiosa.

—Daian no sólo te pagaba con dinero, ¿verdad? —solté, sin previo aviso.

Dolgy Vranc agrandó los ojos y, al cabo de unos segundos, agitó la cabeza.

—No, también me traía algunas pociones —admitió—. Pero eso no es asunto vuestro.

Me fijé en que Lénisu me miraba con una media sonrisa, como burlándose de que Dolgy Vranc pudiera hacerme callar tan fácilmente. Carraspeé, pero no dije nada.

Por segunda vez en la tarde, Aryes se posó en el suelo, eufórico.

—¡Jamás pensé que conseguiría durar tanto tiempo! —exclamó—. ¡Este pañuelo es mi salvación!

Sonreí, divertida al verlo tan animado.

—Tengo que ponerle un nombre… todas las mágaras potentes tienen nombres —explicó.

—¿Qué tal Volador? —propuso Deria.

—O Cisne azul —dije.

—Yo pensaba más en algo como Borrasca —comentó Aryes, pensativo.

—¿De veras quieres ponerle un nombre a un trozo de trapo? —preguntó Lénisu, sin darse media vuelta para mirarnos.

Aryes me miró con cara interrogante y yo me encogí de hombros y pregunté:

—Y tú, Lénisu, ¿no has cogido ningún objeto de la casa encantada?

Andando delante del grupo, con la mano posada sobre el pomo de su espada, Lénisu no contestó y no sé por qué me dio que estaba sonriendo.

—¿Lénisu? —preguntó el semi-orco.

Mi tío se detuvo y nos miró alternadamente con una expresión impasible.

—Ya he tenido suficientes mágaras para el resto de mi vida —declaró—. Y ahora, en marcha, si no os importa, y no habléis tan alto. Estamos llegando al final de las llanuras. Después de este montículo, empieza el bosque de Frenengar.

—¡Lo sabía! —exclamé. Me tapé la boca—. Ups. Perdón.

Retomamos la marcha, en silencio. Aryes seguramente estaría buscando algún nombre apropiado para su mágara, y a mí me costaba concentrarme en otra cosa que en la música con guitarras de Frundis. De hecho, hasta me sorprendí canturreando la canción y cuando Lénisu me miró de reojo callé bruscamente.

—¿Crees que hay bandidos allá donde vamos? —pregunté.

—No es el mejor camino para ir a Acaraus —confesó Lénisu—. El más seguro es el que va por vía marítima.

—Por lo que sé, el mar de Ardel está lleno de piratas —gruñó Dolgy Vranc.

—Es el más seguro… siempre y cuando se coja un barco con escolta —se rectificó Lénisu—. De todas maneras, no suelen atacar barcos con pasajeros de poca monta. Prefieren los barcos comerciales y los pasajeros distinguidos.

—Hablas de ello como si conocieses a esos piratas —dije, con tono inocente.

Lénisu me sonrió.

—Cada día eres más lista, sobrina.

—¿Los conoces? —se emocionó Deria.

—Los conozco. Algunos son más simpáticos que otros.

—¿Cómo es que conoces a tantos forajidos? —preguntó Aryes, saliendo de su ensimismamiento.

—A veces, me hago la misma pregunta —apuntó Lénisu, señalándolo rápidamente con el dedo.

En vez de volver a bajar la mano, hizo un ademán y nos invitó a alcanzarlo. Cuando hubimos dado los últimos pasos de la cuesta, pudimos contemplar lo que en los libros de geografía se marcaba con pequeñas rayas de tinta negra: los acantilados de Acaraus.

La colina que habíamos subido bajaba primero lentamente y luego de manera empinada, hasta que la caída fuera claramente vertical. Abajo, estaba Acaraus. Primero, había árboles tupidos y luego marismas y bruma y más bruma. Estaba convencida de que, si no hubiese habido tanta bruma, habría podido ver el Aprendiz, el río de Acaraus.

—No conozco para nada la zona —comentó Dolgy Vranc—. ¿Hay algún camino para bajar?

Lénisu se giró hacia él y le sonrió.

—Utilizaremos a Borrasca. Levitaremos hasta tocar el suelo. Y si alguien sobrevive, que lo escriba para contarlo.

Me eché a reír al ver las caras de desconcierto que ponían los demás. Aryes parecía pensativo, como considerando seriamente la estrafalaria opción propuesta por Lénisu.

—Si hubiese tenido unos años más de práctica, probablemente podría haberlo hecho —dijo al fin.

Lénisu agrandó los ojos y resopló.

—Venga, en marcha, hay un camino que baja hacia el sur. Dormiremos arriba esta noche y empezaremos la bajada mañana.

Bordeamos el acantilado, dirigiéndonos hacia el sur. Trikos estaba agotado y nosotros también, pero por lo menos teníamos reservas de agua y algo de comida. Y una cuerda de diez metros.

En un momento, me fijé en que el bastón apenas emitía una música tranquila y suave y entendí que estaba durmiendo. Procuré entonces no removerlo mucho y le dije a Syu:

“Frundis ha debido de aburrirse mucho estos dos últimos años. Por eso su música era tan terrible la primera vez que le toqué. Quizá el hecho de que su música sea tranquila ahora significa que está feliz con nosotros, ¿no crees?”

El mono gawalt observó el bastón con detenimiento mientras andábamos y al cabo asintió. Oí un ronquido del lado de Frundis y puse los ojos en blanco mientras Syu contestaba:

“Al menos parece estar contento.”