Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 3: La Música del Fuego

17 Cajas fuertes

Nos pasamos dos días en el albergue, ayudándole al dueño a cambio de comida y un lugar donde dormir. Después del tornado, no vimos caer ni una sola gota, y la mujer del dueño aseguraba que era una bendición de los dioses y cuando me enteré de que era sharbí y no eriónica, intenté recordar qué clase de diferencias existían entre ambas religiones, pero sin mucho éxito: nunca me había interesado mucho por esas cuestiones.

No llovía, pero empezó a hacer un calor tan espantoso que al segundo día empecé a preguntarme qué prefería tener, si un Ciclo del Pantano o un Ciclo de la Cabra. Estaba claro que pasarse enterrada varios años bajo la lluvia no era nada agradable, pero alternar varios días de lluvia con borrascas de nieve, olas de calor y terremotos no era tampoco una maravilla. Y Ató, históricamente, en los Ciclos de la Cabra, solía ser afectada por inviernos muy rudos y largos. Kirlens me había contado que el invierno del 5602 casi había suplantado totalmente la primavera y el verano y que la nieve había alcanzado la ventana del segundo piso de las casas y no había empezado a fundirse hasta dos meses después. Eso pasaba en Kaendra muchas veces, según había oído, pero Ató estaba mucho más bajo, era difícil imaginárselo.

Pasamos la noche en la planta baja del albergue, que estaba hecho de piedra maciza y no había sufrido daño alguno. El primer piso, en cambio, prácticamente había desaparecido. Nosotros ayudamos a despejar el lugar como pudimos, arrastrando vigas, tejas y muebles. Encontré la pata de una silla a unos cien metros de la casa así como un fuelle para chimenea. Aryes encontró una almohada cuyo relleno de plumas había desaparecido casi por entero, y Deria trajo un cubo de madera en perfecto estado. Ah, y Syu encontró un tornillo en medio de un matorral. Nos reunimos los tres con nuestro botín y empezamos a comentar lo desastroso que podía llegar a ser un tornado.

“¿Qué es esto?”, preguntó Syu poco después de haber encontrado el tornillo. “Es duro… buej, y sabe mal.”

Me giré hacia el matorral donde se había metido, enarcando una ceja.

“¿De qué color es?”

“Mm”, dijo, pensativo. “Ven aquí, y verás. Creo que es gris, pero no estoy seguro.”

“¿No estás seguro?”, me extrañé, dirigiéndome hacia donde estaba.

—¿Adónde vas? —me preguntó Deria.

—Syu ha encontrado algo —expliqué.

Aryes, Deria y yo nos dirigimos hacia los matorrales. Vimos a Syu subido a un cubo de hierro, esperándonos.

Giré en torno al cubo, con el ceño fruncido.

—¿Qué es eso? —pregunté.

Aryes se puso de cuclillas junto al cubo, inspeccionándolo.

—Syu, ¿puedes bajarte de ahí? —le preguntó—. Creo que ya sé lo que es.

—Syu —le dije al mono. Éste, con un suspiro, se movió, pero en vez de alejarse se puso al lado de Aryes, imitando su expresión concentrada. Sonreí, divertida, y miré a Aryes con curiosidad—. ¿Qué crees que es?

Aryes, sin contestar, giró el cubo y enseñó el lado que hasta ahora había permanecido oculto.

—Una caja fuerte —declaró, en el momento en que la puertecilla se abría, dejando salir todo un río de kétalos.

—¡Caray! —exclamó Deria, cogiendo un puñado de monedas. En su mano negra y bajo los rayos del sol, las monedas relucían.

—Bonita fortuna —repuse—. Esto pesa una tonelada —añadí, intentando levantar la caja fuerte con las manos—. ¿Cómo vamos a llevarlo hasta el albergue?

—Con este dinero podremos comprar otro carruaje —murmuró Deria, abstraída—. Y una vihuela…

—Deria… —solté.

—¡Y un sombrero órico! —exclamó Aryes, después de haber guardado un silencio pensativo.

—Esto… —intervine, mirándolos con incredulidad—. ¿Qué tal si me ayudáis a desplazar esto hasta la casa? Os recuerdo que este dinero no es nuestro.

Aryes me miró con cara perpleja y se encogió de hombros.

—Es verdad, yo no tenía ninguna intención de robarlo. Tienes razón. Te ayudaré a llevarlo…

Como Deria estaba aún sumida en sus sueños de gloria, le estiré del pelo.

—¡Ey! —protestó.

—En marcha —repliqué.

Cuando llegamos al albergue, el propietario, al vernos, corrió hasta nosotros. Casi tenía lágrimas en los ojos al saber que su caja fuerte estaba sana y salva.

—¿Está todo? ¿Está todo? —preguntó, frenético.

Lénisu se unió a nosotros mientras el elfo contaba el dinero, echándonos miradas recelosas.

—¿La caja estaba abierta cuando la encontrasteis? —preguntó mi tío.

—Sí —contesté.

Lénisu enarcó una ceja, echó un vistazo al avaro posadero y luego se inclinó hacia mí, susurrándome:

—¿Cuánto le has cogido?

Lo miré, con los ojos desorbitados.

—¡Lénisu! —protesté—. Yo no he cogido nada.

Él parpadeó un instante, echó la cabeza para atrás y se echó a reír, muerto de risa. Luego me dio la mano para invitarme a levantarme y nos alejamos un poco del grupo antes de pararnos.

—Ahora, seamos sinceros, ¿cuánto le has cogido? —me preguntó.

Solté un suspiro exasperado.

—¿Cuánto debería haber cogido?

Lénisu hizo una mueca, pensativo.

—Bueno… considerando que ahí dentro debe de haber unos… digamos unos dos mil kétalos… yo diría que cien sería un número respetable.

—Un número demasiado redondo para ser creíble —repliqué.

Me sonrió.

—Tienes razón, ciento veintiuno habría sido mejor.

Negué con la cabeza, alucinada.

—¡Lénisu! ¿Qué clase de persona eres?

—¿Ciento cincuenta y uno?

—¡Lénisu! ¿Por quién me has tomado? Yo no he robado nada.

Lénisu frunció el ceño, mirándome detenidamente. Se rascó la barbilla, tomándose el tiempo para contestar.

—Ahá —dijo, con una mueca, y juntó las manos, mirándome a los ojos—. Debí imaginármelo. De todas formas, no necesitamos dinero urgentemente, no te preocupes. Aunque… una ocasión como esta no se presente más que una vez en la vida…

—No lo entiendes, Lénisu —gruñí—. No es que no me haya atrevido a cogerlo. Es que no lo he hecho porque ese dinero no es mío. ¿Es que serías capaz de robarle a un posadero?

Lénisu soltó un suspiro exasperado.

—Ese posadero no me cae del todo bien. Sí, claro que sería capaz de robar a alguien que no me cae bien si realmente vale la pena. Y aquí… valía la pena, querida. Porque cuando lleguemos a Acaraus, nos vamos a quedar sin un cochino kétalo, ¿entiendes?

Lo fulminé con la mirada.

—Y el posadero se ha quedado sin techo. ¿Cuánto dinero crees que necesitará para comprar el material necesario en medio de esta llanura sin árboles?

Mi tío asintió con la cabeza, vencido.

—Está bien, tú ganas. Me gusta tener una sobrina honrada, aunque lo sea sólo un poco. Los dioses te lo pagarán —soltó, socarrón—. Y Srakhi estaría orgulloso de ti, sin duda.

—Srakhi… hablas de él como si estuviera muerto —observé con lentitud, sintiendo un dolor en mi garganta.

—Nooo, ¿qué te hace pensar eso? Srakhi está vivo… Caray. —Frunció el ceño—. Supongo que estarás más tranquila al saberlo.

Le sonreí de oreja a oreja.

—Lo estoy. ¿Así que fuiste a liberarlo? —le pregunté, con aire socarrón.

Lénisu se encogió de hombros.

—Yo también tengo arrebatos de honradez aquí dentro —dijo, dándose golpecitos en el corazón.

—¿Y dónde está ahora?

—Oh, ya te he dicho, los arrebatos de honradez desaparecen tan pronto como han venido…

—Me refería a Srakhi —le interrumpí, poniendo los ojos en blanco.

Lénisu se giró hacia el grupo que se había formado alrededor de la caja fuerte y luego me dedicó una media sonrisa.

—Ya está bien saber que está vivo, ¿no te parece? —Bostezó abiertamente—. Estoy harto de tanto calor. Mañana nos vamos.

Acogí la noticia con un asentimiento de cabeza.

—¿Dijiste que íbamos a Acaraus? ¿Y cómo haremos para encontrarlos a partir de ahí? —le pregunté, mientras regresábamos hacia los demás.

—Bueno, en eso, tendrás que confiar en mí.

Me crucé con su mirada violeta y sonreí.

—Eso me será más fácil que robar a alguien.

* * *

Aquella noche, volví a transformarme, pero esta vez fue distinto. Me desperté en tensión, incapaz de levantarme. Sentía una energía impresionante recorrerme todo el cuerpo.

Se oían las cigarras en la noche y una brisilla que venía a refrescar el aire cálido. También oía la respiración de los demás, echados sobre colchones, y el agua hirviendo en la cocina, levemente iluminada por una vela.

“¿Cómo te llamas?”, me preguntó de pronto una voz suave en mi mente.

Me sobresalté, noté mis dientes afilados bajo mi lengua rasposa y me puse a temblar.

“¿Cómo te llamas tú?”, le repliqué. Al no saber dónde estaba la persona que me hablaba, había proyectado mi pensamiento alrededor de mi mente y sólo supe que me había oído cuando me contestó.

“Mm”, dijo la voz. “Si quieres ser mi nueva protegida, debes decirme tu nombre, como mínimo. ¿Quién eres?”, repitió.

Intenté levantarme y a duras penas conseguí enderezarme. Era como si mi cuerpo ya no me respondiera de lo aterrada que estaba. ¡Alguien me estaba hablando!

“¿Qué me has hecho?”, solté, transpirando.

Empecé a creer que la poción contenía en realidad la mente de una persona. ¿Acaso no estaba claro que los recuerdos de Jaixel ya me bastaban? Al no recibir respuesta alguna, pensé que se había marchado sin más, sin que averiguara yo más cosas, y me entró el pánico.

“Shaedra”, dije entonces. “Me llamo Shaedra.”

“Bien”, soltó la voz, como satisfecha. “Entonces, no me he equivocado.”

“¿De qué estás hablando?”, dije, malhumorada. “¿Quién eres?”

De pronto, mis intentos por levantarme cundieron y tan bien que casi perdí el equilibrio. Evité la caída milagrosamente y salí de la casa a toda prisa, seguida de cerca por Syu.

“¿Qué ocurre?”, preguntó el mono, alarmado.

“No lo sé”, susurré. “Alguien me está hablando, no sé muy bien quién es, no quiere contestarme.”

“¿Con quién estás hablando?”, siseó la voz.

Estaba alejándome de la casa, andando entre la hierba alta, bajo la luz de la Luna, pero la voz seguía persiguiéndome.

“Con un amigo. ¿Cómo te has metido en mi cabeza?”, pregunté. “¿Sabes algo de por qué me transformo en… en esto?”

Durante un minuto entero, el intruso guardó el silencio, pero notaba su presencia. Era un flujo bréjico que me rodeaba la mente…

“Soy Zaix, ¿de veras no me has reconocido?”

“¿Debería?”, repuse, confundida y aterrada a la vez.

La voz reprimió sin conseguirlo una leve carcajada.

“Tal vez no”, admitió. “Por lo que me han dicho, fue una poción lo que te transformó. Como entenderás, no es algo que ocurre todos los días. Tengo curiosidad por conocerte más a fondo.”

Syu se subió a mi hombro, muy agitado.

“No empieces a ponerte nervioso, mantén la calma, ¿vale?”, le dije, temblando.

El mono emitió un gemido de miedo.

“No temas”, quiso apaciguarme el intruso, confundiendo tal vez el terror de Syu con mi aprensión. “Te aseguro que sólo estoy aquí para ayudarte.”

¿Ayudarme?, me repetí, esperanzada. Aunque no dejaba de incomodarme esa presencia bréjica en torno a mi mente, ansiaba hacerle más preguntas, e iba a decidirme, cuando oí surgir dos voces al mismo tiempo: una que provenía de Zaix y otra de detrás de mí.

“Porque, sin duda, vas a necesitar ayuda”, añadió la voz de Zaix.

—¿Shaedra? Shaedra, ¿estás bien?

Esa era la voz de Aryes.

“¡Syu! ¿Qué hago?”, grité mentalmente, con pánico en la voz.

Oí que los pasos se acercaban. Y yo estaba en ese estado…

—Shaedra —repitió Aryes, con un tono preocupado.

—No te acerques —pronuncié, tapándome la cara.

“Lo más urgente es que aprendas a controlar tus transformaciones”, me dijo Zaix, en la lejanía. “Y procura, ante todo, que los saijits no te vean transformada.”

“¿Pero en qué me transformo?”, le pregunté, con apremio.

“Eso averígualo por ti misma”, replicó Zaix con tono juguetón. Y su presencia desapareció como se apaga la llama de una vela.

Entonces me fijé otra vez en el fuerte sonido de las cigarras y en la presencia de Aryes.

—Shaedra… —me dijo mi amigo—. Estás temblando. ¿Tienes… algún problema de insomnio? A mi padre le pasa, no es tan terrible… Oh, er, ¿no es un problema de insomnio, verdad? Em… ¿por qué no quieres mirarme?

Lentamente, me giré hacia él, sintiendo un horrible peso sobre mi corazón…

Nos quedamos paralizados así unos segundos. Yo estaba esperando el momento en que Aryes se pondría a gritar y a preguntarme qué demonios me había pasado, pero no, Aryes se limitó con pronunciar, con voz vacilante:

—¿Qué te has hecho en la cara?

Syu soltó una carcajada y yo me sentía demasiado confundida para soltar una ocurrencia así que tan sólo se me ocurrió sonreír. Aryes se quedó plantado donde estaba, mirándome los dientes afilados bajo la luz de la Luna.

—¿Sha… Shaedra? —farfulló.

—Lo siento —dije—. No pretendía asustarte… Soy… horrible, ¿verdad?

Aryes ladeó la cabeza, mirándome con detenimiento.

—Horrible… No es la palabra que yo usaría. No, esas marcas, y los ojos, y los dientes… Parecen casi dientes de mirol… Vaya, ¡sí que es sublime!

Agrandé los ojos como platos. Se había ido acercando hasta tocar mi mejilla con su mano pero la retiró enseguida, con una mueca.

—Estás helada.

—No puedo creer que te lo tomes tan…

—¿Bien? —propuso Aryes—. Venga, no es para tanto. Parece pintura, pero no lo es, ¿verdad? La última vez que te vi así, estabas durmiendo en El Merendón. Estabas durmiendo como un tronco. Em… ¿sabes… por qué te pasa eso? Quiero decir… ¿desde cuánto tiempo te pasa?

Pasado el primer choc, me repuse rápidamente y me alegré de que se tomara todo tan bien, pero cuando le conté mi aventura con Zoria y Zalén en la academia, noté en algunos momentos cómo su rostro se ensombrecía.

—Quieres decir… ¿que las gemelas te han engañado diciéndote que lo que bebías era zumo míldico?

Nos habíamos sentado junto al camino, en medio de la hierba, y la Luna bañaba nuestros rostros con su luz.

—Sí, pero ellas creían que tan sólo nos transformaría sólo un poco, durante un par de minutos, algo totalmente anodino… se equivocaron de botella… metieron la pata hasta el fondo —acabé por decir.

—Supongo que te habrás enfadado con ellas después de eso, ¿no?

—No exactamente. Más bien se enfadaron ellas conmigo, ya te dije que no eran muy normales y que están un poco chifladas.

—Sí —asintió Aryes, con una media sonrisa.

—Y el día en que desaparecieron, supuse que algo les había pasado.

Aryes sacudió la cabeza.

—Y entonces te diste cuenta de que estabas cambiando tú también.

Solté un sonido de lamento y Syu se sobresaltó.

—¡Por Ruyalé! —dije—. ¿Cómo iba a imaginarme que esto iba realmente en serio? ¿Cómo puede un líquido hacerte cambiar tanto?

Aryes me cogió la mano con dulzura y me la apretó con ambas manos con aire reconfortante.

—No te preocupes, encontraremos un remedio. Además, tampoco me parece que hayas cambiado tanto.

Lo miré con cara escéptica y él sonrió.

—Por lo menos, aquí —dijo, señalándose el pecho.

Suspiré, hice de tripas corazón y confesé:

—Hay algo más. Esta noche, justo antes de que llegaras, me ha hablado alguien.

Frunció el ceño.

—¿Quién era?

—Bueno… ha sido algo muy raro. Yo apenas he tenido que utilizar bréjica para comunicar con él. Era como si hubiese creado una vía bréjica para llegar hasta mí. Funcionaba un poco como… —Estuve a punto de decir «como el kershí», pero me contuve—. Como si estuviese alrededor de mi mente. Él no quería darme su nombre hasta que yo no le diera el mío pero cuando se lo di, me dijo que se llamaba Zaix.

—¿Zaix?

—¡Zaix!

Aryes y yo nos sobresaltamos y nos levantamos de un bote. Syu se subió a mi cabeza, cogiéndome del pelo tan fuerte que parecía querer arrancármelo.

—¡Syu! —protesté.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Aryes.

No hubo respuesta. Intenté notar la presencia de un jaipú escondido entre la hierba, en vano, hasta que percibí una onda de energía que ya había notado antes en la isla de Márevor Helith…

—Drakvian —murmuré con un tono ahogado, sin prestarle más atención al mono, que ahora me estaba estrangulando con su cola.

Oímos un suspiro muy leve, esperamos unos segundos y entonces apareció ella, de cuclillas, mirándonos a través de su pelo verde.

—¿Eres… Drakvian? —preguntó Aryes, levantándose muy lentamente.

La vampira sonrió anchamente.

—Ahá. Buena deducción.

Su voz era pausada y discordante.

—¿Se puede saber por qué nos sigues?

—¿Se puede saber por qué me miras? —replicó ella con un tono mordaz.

“Syu, por favor, deja ya de estrangularme”, le pedí al mono, sintiendo que empezaba a sofocar.

El mono saltó a tierra y desapareció por entre la hierba alta, atemorizado. Al parecer, los vampiros y los gawalts no hacían buenas migas.

—La respuesta es evidente —intervine—. ¿Por qué nos estabas espiando?

Drakvian echó la cabeza hacia atrás y miró fijamente el cielo, luego clavó sus ojos en los míos y sonrió con aire de disculpa.

—¿Tenía otra cosa que hacer?

La pregunta, en sí, sonaba algo rara.

—No es la primera vez que me espías, ¿verdad? ¿En Ató, también trabajaste para Márevor Helith?

La vampira hizo una mueca de desagrado.

—Buaj. Sí. Lo hice. Y te salvé a tu amiguita rubia de un par de listillos que querían matarla —añadió, con un gran rictus.

Se refería a Suminaria… ¡Pues claro!

—La risa aquélla… eras tú —dije—. Y lo de la ventana… ¿también me cerraste la ventana varias veces, verdad? ¿Por qué?

Drakvian me dedicó una amplia sonrisa con sus dos colmillos afilados.

—Bah, más que nada para saber si salías por los tejados. —Y sonrió, añadiendo—: Por cierto, prefiero Ató a estas llanuras. Por aquí, es más difícil encontrar presas para divertirse.

—¿Presas? —articulé.

Aryes y yo intercambiamos unas miradas alarmadas y Drakvian se levantó como si casi no le afectara la gravedad.

—Me encanta la caza —afirmó, riéndose con una risa extraña—. Aunque aquí sólo haya conejos. Tranquilos, a los saijits sólo los desangro cuando realmente lo necesito.

Y observando nuestras miradas pasmadas, soltó una carcajada. Se inclinó hacia nosotros y Aryes y yo retrocedimos de un paso, lívidos.

—Tienen una sangre exquisita —añadió, enderezándose—. Con permiso.

Se abalanzó sobre nosotros y yo apenas tuve tiempo de agacharme. Cuando me di la vuelta, la vampira ya había desaparecido pero seguía oyendo en mi cabeza el eco de su risa.

—Conocía a Zaix —me dijo Aryes, tras un largo silencio.

Asentí con la cabeza.

—Sí. Y algo me dice que el tal Zaix no es saijit.

Él me contempló, boquiabierto.

—¿Crees que es un vampiro?

Me encogí de hombros.

—Bueno, no es lo que quería decir… La verdad, no lo sé… En todo caso yo no me estoy convirtiendo en un vampiro. Sería imposible, sería como si pudiera convertirme en una elfa oscura a pesar de haber nacido ternian.

—Esas pociones existen —razonó Aryes, soñador—. Fiú. ¿Has visto cómo nos ha pasado por encima? Creí que nos iba a atacar.

—Sí —resoplé—, está claro que Drakvian es especial.

Tras un silencio, Aryes carraspeó.

—Em, Shaedra, será mejor que volvamos al albergue, ¿no crees?

Me di cuenta de que llevábamos de pie un buen rato y despabilé.

—Claro… ¡espera! —dije de pronto—. No le dirás nada a nadie, ¿verdad?

Aryes suspiró.

—No. No le diré nada a nadie, te lo prometo. Pero no veo por qué quieres ocultar algo semejante… tampoco se ha caído el mundo. Tan sólo te transformas por las noches, ¿no?

Agrandé los ojos, sorprendida.

—Es verdad, sólo por las noches… por ahora —añadí con una mueca.

—Además, les tendremos que decir que Drakvian nos está siguiendo…

—¡Ni se te ocurra! —salté.

Finalmente, resolvimos no decir nada a nadie de todo lo ocurrido, porque si contábamos lo de Drakvian, quién sabe si no habría acabado hablando de Zaix, y aún no estaba preparada para ello, pese a que Aryes me dijese que no podría mantenerlo en silencio indefinidamente. Agradecí su reacción positiva y su apoyo incondicional y me sorprendí tanto por tanta generosidad que empecé a preguntarme si Aryes no estaría haciéndose demasiado temerario. Comparándolo al Aryes de hacía un año, me sorprendía que aún no se hubiera muerto de un susto por alguna de las malas sorpresas que nos habían esperado en nuestro viaje.

—Bien —dijo Aryes, mientras regresábamos al albergue—. ¿Dónde está Syu?

Puse los ojos en blanco.

—A veces siente la necesidad de tomar un impulso y correr aceleradamente.

Aryes enarcó una ceja.

—¿A eso se le llama orgullo gawalt?

Me eché a reír y él soltó una carcajada. Yo ya había recobrado mi aspecto normal, y pude envolvernos en una burbuja de silencio armónico para no despertar a los demás cuando regresamos a la habitación.