Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 3: La Música del Fuego

4 Planes

—No —dijo categóricamente Lénisu.

Lo miré, atónita. Acababa de exponerles lo que había ocurrido durante los exámenes y les había dicho que tenía la intención de ir a ver a Márevor Helith. Pero a Lénisu no parecía gustarle la idea.

—¿Por qué no? —dijo Murri.

—Porque Shaedra no sabe ni quién le ha hablado. Podría ser una trampa —añadió.

Lo observé atentamente y negué con la cabeza.

—No es una trampa, y tú lo sabes, tío Lénisu.

Lénisu hizo una mueca.

—Muy bien, supongamos que no es una trampa. ¿Para qué quieres hablar con ese nakrús?

—Él sabe muchas cosas que nosotros no sabemos —intervino Laygra—. Nos contó muchas historias…

—Yo no me fiaría mucho de las palabras de un nakrús —advirtió Lénisu.

—¿Qué es lo que pretendes? —preguntó Murri de pronto, observándolo con atención—. Nos escondes cosas que deberíamos saber. Lo sé desde el principio. Si realmente quieres que nos fiemos de ti, ¿por qué no nos dices la verdad?

Lénisu frunció el ceño, contrariado.

—Murri, no desviemos la conversación, ¿quieres?

—Murri tiene razón —dijo de pronto Dolgy Vranc—. Ya estamos metidos hasta el fondo en este asunto de nakrús y liches, así que ¿por qué no eres sincero y explicas a tus sobrinos la verdad?

Por lo visto, la intervención del semi-orco acabó por exasperar a Lénisu. Llevábamos sentados en la playa desde hacía más de una hora y el sol estaba desapareciendo por el horizonte. Mi tío, tumbado en la arena con las manos detrás de la cabeza, gruñó.

—Muy bien. De todas formas, qué importa. Esta noche, iremos todos ahí y hablaremos tranquilamente con ese maldito nakrús.

—¿Todos juntos? —preguntó Deria, emocionada.

—Todos juntos —confirmó Lénisu, levantándose de un bote—. Y ahora, si me permitís, voy a dar una vuelta.

Lo observé alejarse por la playa y suspiré.

—Sigue sin decirnos lo que le preocupa —advirtió Laygra.

—¿Qué crees que le ocurre, Dol? —pregunté al semi-orco.

Dolgy Vranc carraspeó y agitó la cabeza.

—No lo sé.

Entonces Srakhi se levantó sin una palabra y se alejó, dirigiéndose hacia donde caminaba Lénisu. Lo observamos, curiosos y sorprendidos. ¿Acaso pensaba que podría sonsacarle algo a nuestro tío? ¿O es que él ya estaba al corriente de todo? Cuando llegó a su altura, se le puso a hablar.

—Ese say-guetrán —gruñó Dol, al de un rato—. Creo que Lénisu se habrá arrepentido ya cien veces de haberle salvado la vida.

Nos sonreímos todos y sentí, como otras veces, un profundo sentimiento de felicidad al saberme rodeada de amigos que conocía.

* * *

El sol había desaparecido hacía ya varias horas cuando por fin embarcamos en el bote de un hombre que parecía familiarizado con el contrabando y que, cómo no, conocía a Lénisu. No por ello se mostró muy agradable ni muy hablador. Más bien parecía fastidiado de que lo hubiesen molestado. Ignoraba qué le había prometido a cambio Lénisu, pero considerando que no tenía más que unos kétalos en el bolsillo, no podía haberle pagado el servicio antes.

Sin embargo, en eso no me entrometí. Después de todo, Lénisu era muy hábil negociando y yo, si no hubiese sido por él, habría atravesado el trecho de agua nadando.

Todo estaba silencioso en la bahía. La noche era oscura y cálida, el oleaje era regular y tranquilo y yo era la que estaba más intranquila de todos. El propietario de la barca, Trevan, tocó los bajos fondos con una percha y empujó la embarcación hasta que nos deslizáramos sobre las aguas de Dathrun.

Todo estaba oscuro. No habíamos encendido ninguna luz y, sentados en las bancadas, guardábamos un silencio profundo. Tan sólo se oía la espadilla embestir contra el agua.

El cielo estaba cubierto de estrellas y me entretuve mirándolas, escuchando el chapoteo del agua en el silencio. Pasamos los enormes muros de la academia y nos acercamos a lo que en teoría era la isla donde vivía Márevor Helith. Miré la sombra compacta entornando los ojos. ¿Estaría el nakrús esperándonos? ¿Estaría aquella persona desconocida que me había hablado aquella tarde? Apostaba a que sí, en ambos casos. A Márevor Helith, nada se le escapaba. Parecía tenerlo todo controlado. Pero yo tenía guardadas tantas preguntas que esta vez hasta lo dejaría sorprendido. Y me contestaría, pensé testaruda.

Cuando ya estábamos llegando, Deria soltó en un murmullo:

—Igual está durmiendo.

Reprimí una risa.

—No creo que duerma mucho, Deria —le contestó Lénisu.

—Oh —dijo la joven drayta, entendiendo.

La verdad era que tenía que ser terrible no dormir, pensé. ¿Realmente no dormía nada un nakrús? Y me dije que podía ser una pregunta interesante para hacerle a Márevor. Si así era, viviría el tiempo como una línea recta e interminable. Ningún saijit era capaz de vivir sin dormir. Hasta los miroles, que a veces se contentaban con cuatro o cinco horas de sueño, necesitaban cerrar los ojos y reposar. Y no dormir, significaba no soñar, lo cual era bastante terrible, decidí.

De pronto se notó un brusco bandazo. El barco había tocado fondo. El desembarco se hizo entre chapuzones, salpicones y murmullos. Cuando llegué a la playa, tenía el pantalón completamente hundido y me felicité por no haberme puesto las botas.

—Bien —dijo Lénisu al de un rato—. ¿Estamos todos?

—Me parece que sí —contestó el semi-orco.

—Entonces, adelante. Trevan, ten la amabilidad de esperarnos aquí. Todo se hará como convenimos.

Tan sólo le respondió el hosco gruñido del marinero. Nos pusimos en camino.

Recordaba que la isla era pequeña, pero estaba todo tan oscuro que bien pudiera haber estado andando sobre todo un continente que no lo hubiera visto. Tan sólo el contacto con la arena templada y el perfume de la hierba y los ruidos apagados de nuestros pasos atestiguaban que estábamos aún vivos.

—¡Ay! —dijo una voz.

—¿Murri? —soltó Laygra.

—¿Dónde estáis? —dijo la voz amedrentada de Deria.

—Será mejor que nos cojamos de la mano —propuso Dolgy Vranc.

—Una idea estupenda —dijo Lénisu.

—Sí —apoyé—. No vaya a ser que nos perdamos para siempre, como le pasa a Shakel Borris en uno de los episodios. ¿Ninguno se ha leído Las aventuras de Shakel Borris? Pues en el libro, cuenta que en una noche cerrada como ésta todos los aventureros de su compañía acababan perdidos y solos, muy muy lejos de donde deberían haber estado normalmente…

—¡Shaedra! —dijo la voz sorprendida de Aryes—. ¿No estarás volviéndote una devoradora de libros como Aleria?

Solté una risa.

—¡Aún no he llegado a tal extremo! —protesté—. Además, Aleria no lee libros de aventuras. Prefiere leer… —Solté un grito agudo al notar de pronto algo peludo que me rozó la pierna.

—¿Qué ocurre ahora? —soltó Lénisu con tono exasperado.

Espiré brutalmente y solté una risita.

—No, nada. Creo que un gato se ha chocado contra mí.

—¿Un gato? —replicó Deria, atónita.

—Bueno, un animal peludo. ¿No habéis oído como un maullido apagado? … —Tendí una mano y agarré la punta de una camisa—. ¿Eres tú, Aryes?

—No, yo soy Murri —dijo mi hermano soltando un suspiro—. Dame la mano.

—¿Estamos todos? —preguntó Lénisu.

Todos contestamos sí uno a uno.

—Que nadie se pierda —advirtió Dol.

Avanzamos en la oscuridad completa, penetrando en un terreno cubierto de hojarasca. Íbamos soltando leves comentarios sobre el camino que estábamos siguiendo pero en general nos envolvía un silencio absoluto.

Entonces oí otro maullido, más fuerte y claro. Y otro que venía del lado opuesto. Giré la cabeza bruscamente, intentando seguir el orden de los maullidos.

—Menudo concierto —comentó Lénisu.

—¿Estáis seguros de que ésta es la isla donde vive el dicho nakrús? —preguntó Deria con un tono aprensivo.

—Al menos eso es lo que nos dijo —replicó Laygra.

Continuamos, y pronto nos dimos cuenta de que el aire era cada vez menos oscuro. Pude al fin distinguir las siluetas de mis amigos pero en vano intenté buscar la fuente de luz. Era como si cada partícula del aire se hubiese convertido en una lámpara de luz tenue y apagada.

—¿Dónde estamos? —preguntó Deria, las manos sobre las caderas, mirando enérgicamente hacia todos los lados.

—Este es el edificio que se ve desde la torre del maestro Helith —dijo de pronto Murri.

Nos giramos todos hacia donde miraba y vimos, escondido entre las tinieblas de la noche, una torre de forma extrañamente esférica, ligeramente ovalada, que se alzaba entre los árboles enormes de la isla. De pronto vi una sombra fugaz pasar junto a Aryes.

—¡Otro gato! —le dije, precipitándome hacia él.

Aryes entornó los ojos, como intentando divisar el felino. Por mi parte, crucé la mirada verde del animal de pelo negro con cierta inquietud. ¿Qué clase de gato podía mantener esa inmovilidad?

—No sabía que ese chiflado les tuviese tanto aprecio a los gatos —carraspeó Lénisu, refiriéndose claramente a Márevor Helith.

Divisé dos gatos, además del de los ojos verdes, que nos observaban mientras nos dirigíamos hacia la puerta del edificio. Intenté utilizar el kershí para hablarles, pero fracasé lamentablemente en mi intento: parecía que mi kershí había decidido funcionar solamente con Syu, los dioses sabían por qué. Y los gatos seguían merodeando en los límites de la oscuridad, soltando maullidos ruidosos. Desde luego no eran gatos discretos.

—¿Crees que podrían ser peligrosos? —me preguntó Aryes, al verme tan inquieta.

Me encogí de hombros.

—Una vez leí que existían felinos parecidos a los gatos comunes que tenían sangre bersérker en las venas.

—Eso… ¿no lo sacarás de Shakel Borris? —aventuró Aryes con escepticismo.

Le sonreí anchamente.

—No. Esto es verdad, lo leí en un libro científico. Uno que me recomendó leer Rúnim —añadí—. Pero, si fuesen catraíndes, como los llaman, creo que en este momento no estaríamos hablando.

—Vaya —se contentó con decir Aryes, echando una mirada pensativa hacia los gatos.

Uno, atigrado, se había sentado y se lamía la pata delantera con aire arrogante. Me había puesto a pensar en una anécdota que me había contado el doctor Bazundir cuando unos golpes dados a la puerta me devolvieron a la realidad.

La puerta se abrió y salió una luz resplandeciente que nos cegó a todos durante unos instantes.

—Bienvenidos a la casa del maestro Helith —dijo una voz enérgica.

—Hola, Iharath —soltó Murri con desenfado.

Me sobresalté al oír el nombre. ¿Iharath? ¿El semi-elfo pelirrojo amigo de Murri? Pero… ¿qué tenía que ver él con Márevor Helith? Entorné los ojos, intentando detallar los rasgos de la silueta que se había echado a un lado para dejarnos pasar.

—¿Os conocéis? —interrumpió Lénisu con una expresión interrogante.

—Por supuesto, estamos en la misma clase —contestó el semi-elfo, sonriente; hizo una pausa y añadió—: ¿Vais a entrar o no?

Pasamos el umbral en fila india.

—¿Qué tal los exámenes? —le preguntó Iharath a mi hermano cuando éste pasó junto a él estrechándole la mano.

Éste se encogió de hombros con una cara cómica.

—Creo que podría haberlo hecho peor.

Iharath puso los ojos en blanco.

—Bah, seguro que no ha sido tan desastroso. Hola Laygra, hola Shaedra.

Mi hermana lo observaba con los ojos agrandados por la estupefacción y supuse que, al contrario que Murri, no estaba al corriente de que Iharath era más que un simple estudiante en la academia de Dathrun.

En el interior de la sala circular, una especie de alfombra enorme con innumerables arabescas coloridas cubría casi toda la superficie. Los muros de piedra blanca se inclinaban ligeramente hacia dentro y en un lugar vi unas escaleras anchas que bajaban. Todo en la sala resplandecía de luz y de colores. Desde luego, a Márevor Helith le gustaban las tonalidades vivas. Sobre la alfombra se acumulaban sillas de tapicería mullidas, cojines, sábanas, mantas y pequeños cuadrados de piedra llenos de velas y lámparas.

—Vaya —soltó Lénisu. Observé con cierta sorpresa que había palidecido, como si hubiese visto algún fantasma.

Enarqué una ceja.

—¿Qué pasa?

Mi tío me miró de reojo e hizo una mueca pensativa.

—Una vez soñé con un lugar muy parecido a éste.

—¿Lo soñaste? —repitió una voz, en algún lugar de la sala—. Y yo recuerdo haber soñado que estuviste aquí hablando conmigo hace un tiempo, sí.

Sobresaltada, paseé la mirada por mi alrededor, en busca de la silueta del maestro Helith, en vano, y sólo lo alcancé a ver cuando se levantó de una butaca que nos daba la espalda y que se camuflaba con la pared del fondo. Aun sabiendo que el tipo era un poco excéntrico, me sorprendió su larga túnica adornada con orlas doradas, de color verde, rojo y negro. Mostraba su habitual sonrisa, poco estética para quien no se había habituado aún a tratar con nakrús.

—No mientas, Lénisu Háreldin —añadió paseando sus largos dedos esqueléticos sobre el respaldo de su sillón—. Últimamente, he perdido el gusto por la mentira.

Lénisu enarcó una ceja con tranquilidad pero me fijé en que observaba a su interlocutor con aire ligeramente suspicaz.

—¿De veras? —se contentó con replicar.

Así que Lénisu y el maestro Helith se conocían. Claro, pensé con un suspiro resignado. Después de esto, ¿qué podía sorprenderme?

El maestro Helith se contentó con hacer un gesto de la cabeza y nos miró alternadamente a todos.

—Bienvenidos a mi morada —declaró amigablemente—. Sentaos. Iharath, ¿puedes decirle a Drakvian que vigile al marinero? —El semi-elfo asintió y salió diligentemente por la puerta sin una palabra.

—¿Quién es Drakvian? —preguntó Laygra, mordiéndose el labio, con los ojos clavados sobre su hermano.

Murri carraspeó, molesto.

—La vi sólo una vez. Bueno, más bien la oí. Es una… er…

—Drakvian es una vampira —explicó el maestro Helith como si de nada—. Es joven, testaruda y muy rebelde, seguro que si os la presento congeniáis enseguida con ella.

Laygra y yo intercambiamos una mirada elocuente. Definitivamente el maestro Helith no estaba cerca de entender la repugnancia que sentían los saijits ante la idea de trabar amistades con muertos-vivientes.

Lénisu, Dol, Aryes, mis hermanos, Deria, Srakhi y yo nos instalamos en un amasijo de cojines, formando un pequeño semi círculo. El maestro Helith se sentó frente a nosotros, con las piernas cruzadas, evocándome la imagen de un pájaro exótico lleno de huesos y plumas coloradas. Nos observó un momento como si estuviese realmente contento de vernos.

—¿Qué tal os van los estudios? —preguntó tranquilamente.

—Oh, er… —dijo Murri echándonos una ojeada con cara perdida—, bien. Bueno, más o menos.

—¿Viste la última varita del laboratorio? —preguntó de pronto el nakrús con en los ojos un brillo extraño.

Vi que Murri se sonrojaba, como abochornado de ser el centro de atención, y asintió con la cabeza bajo nuestras miradas curiosas.

—Sí. Iharath no acaba de entenderla.

—Yo tampoco —admitió el nakrús—. Tendré que pasar un poco más de tiempo con ese artefacto. Quizá sea peligroso, después de todo.

Murri abrió los ojos como platos.

—¿Peligroso?

—Sí. Nunca se sabe. Una vez me encontré con una varita que al activarse explotaba. —Sonrió, tal vez recordando la escena.

—¿De qué diablos estáis hablando? —pregunté.

Murri se giró hacia mí, diciendo:

—Hablamos de una varita que encontró Iharath hace poco en un lugar abandonado de la academia. Es una vara de unos treinta centímetros, con una especie de gema en la punta que brilla por intermitencias. No he podido identificar la madera, no se parece a ningún árbol que conozca…

—No es madera —explicó Márevor Helith con entusiasmo—. Es hueso trabajado de araña gigante.

No pude más que hacer una mueca de asco.

—Ah —dijo Lénisu con aire falsamente impresionado—. Vaya. Así que ahora te has aficionado a identificar varitas y les dejas a mis sobrinos mágaras que ni tú sabes lo que pueden llegar a hacer. Inteligente.

El maestro Helith lo miró fijamente con sus ojos azules y brillantes y me estremecí al darme cuenta de que en realidad aquel con el que estábamos hablando era un nakrús muy poderoso capaz, por ejemplo, de construir un monolito. Y no pude más que preguntarme por milésima vez: ¿por qué alguien así había decidido prestar atención a unos mortales débiles que no hacían más que dar vueltas y vueltas a problemas que no podían resolver?

—No pretendo poneros en peligro inútilmente —replicó el nakrús—. Te conozco, sigues tan receloso como siempre, pero tus sobrinos no tienen por qué desconfiar de mí. Al fin y al cabo, intento ayudaros.

—Me pregunto por qué —masculló Lénisu.

—Mi plan no es tan frío como pareces creerlo —dijo Márevor Helith—. Tengo muchos años y los malos sentimientos no me atañen tanto como antes. Soy la bondad en persona —añadió con una gran sonrisa que no invitaba mucho a la confianza.

—Tengo varias preguntas —intervine antes de que el tema de la conversación derivara a algún otro asunto.

El nakrús me miró con aire divertido.

—Yo también las tengo, y muchas. Pero me temo que voy a tener que imponer un límite a tus preguntas. Haremos un trato, me haréis cada uno una pregunta, y luego os haré a cada uno otra pregunta. Y contestaremos cada uno con la máxima atención. Así, no nos perderemos en cuestiones superficiales.

Definitivamente, al maestro Helith le gustaba jugar. Nos removimos, molestos, porque, al fin, el maestro Helith, con este trato, parecía poner de manifiesto el hecho de que, para él, toda esta historia no era nada más que un juego. Enseguida empecé a preguntarme con cierto pánico qué pregunta de las tantas que tenía en la cabeza era la que más me atormentaba, al tiempo que sentía crecer en mí un sentimiento de injusticia y de cólera. ¡No podía pedirnos esto!, me dije, cada vez más estupefacta por lo que proponía el nakrús.

Sonriendo, continuó dirigiéndose a Dolgy Vranc:

—Empezaremos por ti. ¿Serías tan amable de preguntarme alguna cosa interesante?

El semi-orco lo observó, sorprendido, y luego se puso a pensar, como todos nosotros. No esperó mucho sin embargo.

—¿Qué relación tienes con Jaixel? Por lo que me han contado, lo conocías desde que era muchacho. Sabes lo que le ha ocurrido. ¿Acaso quieres destruirlo ahora?

—¡Una pregunta! —protestó Márevor Helith con una ancha sonrisa.

—Muy bien, te haré la pregunta con más claridad: ¿quieres destruir a Jaixel a pesar de que has sido su maestro?

—Mm. Eso son dos preguntas en una, pero contestaré. No pretendo destruir a Jaixel, no sé de dónde sacáis ideas tan raras. Sólo pretendo volver a ponerlo en el camino derecho. El haber sido su maestro sin duda influye en esta historia. Si no lo hubiera sido ni me habría molestado en conocerlo como lich. Pero ahora que lo conozco, estoy casi seguro de que podría mejorarlo. —Hizo una pausa y se encogió de hombros—. No veo qué añadir. Ahora me toca a mí. ¿Alguna vez te has puesto el amuleto alrededor del cuello?

Su pregunta causó un profundo silencio. Al parecer, no había nada que pudiese escapar a la mirada alerta del nakrús. El semi-orco agrandó mucho los ojos y negó al fin con la cabeza.

—No. Nunca me lo he puesto. Aunque he sentido muchas veces una curiosa atracción… no es natural. Me da a mí que este amuleto es peligroso aun sin tenerlo puesto.

Márevor Helith lo miró con aire sagaz y asintió, como si se estuviese divirtiendo mucho con el juego, y se giró hacia el siguiente.

—Tú nombre es… —dijo Márevor Helith, frunciendo las cejas.

—Srakhi Léndor Mid —contestó el gnomo con aire tosco.

—Soy todo oídos.

—Bien —dijo Srakhi, rumiando sus pensamientos. Desde que había entrado, no había dejado de mirar al nakrús con cara prudente y desconfiada—. Quisiera saber si hasta ahora has seguido en tu vida el camino de la rectitud y la bondad.

Agrandé los ojos. Oí la risa sofocada de Aryes y la risita de Deria. Márevor Helith se tomó la pregunta con seriedad, sin embargo, y contestó:

—No siempre fui buena persona. Generalmente las personas que se convierten en nakrús no son gente muy normal. Pero espero no equivocarme al creer que ahora soy alguien más fiable y honesto que muchos saijits. ¿Era lo que querías saber?

Srakhi lo observó un momento, como sondeando su corazón, y luego asintió. Ahora, le tocaba a Deria, y sentí curiosidad por saber lo que preguntaría.

—Tan sólo una pregunta, querida —le animó el maestro Helith.

Deria se mordió el labio. Su rostro pequeño y negro reflejaba una gran concentración.

—¿Por qué no le ayudas a Shaedra para que esos nadros rojos no la ataquen más? —preguntó.

El maestro Helith entornó los ojos y asintió, pensando largo rato en la respuesta.

—No tengo el poder suficiente como para destruir todo lo que es peligroso en este mundo, pequeña. Y además, quién sabe si esa tropa de nadros rojos que os atacó fue realmente mandada por alguien o no. —Se encogió de hombros—. Podría ser, y podría ser que no. Pero dejadme deciros algo —dijo levantando el dedo índice—. Hace unos meses, cuando estabais en Ató, me enteré de que las cosas empezaban a complicarse, se me ocurrió una idea y decidí actuar. —Advertí que en ese punto Lénisu enarcaba una ceja, burlón—. Drakvian me iba dando informaciones sobre ti, Shaedra, y me ayudó a construir un monolito para llevarte a Dathrun, pero el caso es que finalmente la historia salió un poco torcida y atravesasteis otros monolitos cuyo origen ignoro totalmente y aparecisteis en el valle de Éwensin. Os perdí durante un rato, pero luego os volví a encontrar… gracias al amuleto. —Sonrió levemente—. Así que decidí darme prisas antes de que ellos también la encontrasen. Entonces, Drakvian sonó la alarma y tuve que utilizar mi creación anterior antes de lo previsto. Os hice desaparecer, y os dispersasteis.

—Ha dicho “ellos también”, pero ¿de quién está hablando? ¿Quién está buscando a Shaedra? —preguntó Aryes, inmediatamente después de que el maestro Helith acabase su larga explicación.

—¡Ah! Otra pregunta. Hablo de los miembros de una cofradía de nigromantes que se instaló hace siglos en una población subterránea llamada Neermat. La cofradía de los Hullinrots controla naturalmente la pequeña y hermosa ciudad y está eminentemente harta de que sus esqueletos invocados y minuciosamente apostados en las periferias para proteger la ciudad desaparezcan misteriosamente cada vez que un lich aficionado a las masacres de esqueletos aparece por ahí con ansia de loca venganza. De modo que los Hullinrots temen que otras terribles criaturas aprovechen el paso libre para atacar el poblado, y no sin razón —añadió con aire filosófico.

Lo miramos todos asombrados al oír esas palabras. Lénisu había fruncido el ceño, meditativo.

—¿Pero entonces… por qué le buscan a Shaedra y no a Jaixel? —preguntó Aryes.

El nakrús rió por lo bajo.

—Lo siento, no puedes hacer más preguntas.

—Espera un momento —intervino Murri—. ¿No irás a decirnos que sólo esos Hullinrots andan buscando a Shaedra? ¿Qué pasa con Jaixel? ¿No la está buscando?

—Me alegra saber que no es tu turno, porque no sabría contestarte —le replicó con una risita divertida. Su afirmación nos dejó atónitos a todos.

—De modo que Jaixel no la anda buscando —gruñó Lénisu, pensativo—. Me alegra saberlo. Las historias sobre ese lich siempre me han parecido estrafalarias. Aunque admito que no tengo ni idea de liches. Si eres tan amable de explicarnos…

—¡Oh! Dejad de interrumpirme —se impacientó el nakrús con una mueca contrariada—. Ya os lo he dicho, no lo sé todo. Tal vez sí la busque, tal vez no, ¡quién sabe! —suspiró, con un aire dramático—. Eso de todas formas no es lo más interesante por el momento: estamos con las preguntas —nos recordó, animado—. Ahora me toca a mí preguntar. Jovencita —dijo, dirigiéndose a Deria—, ¿te apetecería entrar en la academia de Dathrun?

Agrandé los ojos y miré a Deria. El rostro oscuro de la drayta reflejaba una profunda sorpresa.

—Yo… ¿que si me apetece entrar en la academia de Dathrun? Pero… ¿para qué? ¿Para estudiar? Me encantaría pero… Yo… no es posible. Yo no sé nada sobre la magia.

—Precisamente. A mí no me serviría de mucho inscribirme en el primer año de la academia —dijo el nakrús con una gran sonrisa—. Muchacho —dijo entonces, girándose hacia Aryes—. Conozco a alguien que te enseñaría con mucho gusto más cosas sobre la energía órica. Sé que darías mucho por aprenderla. Si te enseño dónde puedes encontrar a esa persona, ¿me podrás prometer una cosa?

Aryes enarcó una ceja, turbado.

—¿Qué cosa?

—No puedes hacerme más preguntas —le recordó el nakrús, mirándolo con sus ojos azules.

Aryes abrió la boca, la cerró, nos miró y luego frunció el ceño y asintió.

—Si no es una promesa que vaya en contra de mis principios, sí.

El nakrús lo miró fijamente, sus ojos brillando intensamente.

—Perfecto. Ahora, voy a pasar a… —Márevor Helith nos observó con aire calculador y pronunció—: Háreldin Botabrisa.

—Hace tiempo que no me llaman por ese apodo —notó Lénisu con una leve sonrisa. Su rostro sin embargo estaba tenso—. Bien, una pregunta. ¿Qué pretendes hacer con la parte de la filacteria de Jaixel que lleva Shaedra?

Márevor Helith sonrió, como si al fin le hubiesen preguntado lo que esperaba desde el principio.

—Lo que pretendo es extraer esa parte de su mente sin que ella misma lo note y devolvérsela a Jaixel.

Lénisu pareció atragantarse con su saliva.

—Me parece estupendo, pero Jaixel ¿crees que cambiaría? —soltó mi tío.

—Creo que si recobrase esa parte de su mente, Jaixel se volvería más tratable —explicó el nakrús—. Y ahora, dime querido Botabrisa, ¿volverás algún día junto con los demás eshayríes?

Lénisu gruñó.

—No veo en qué te incumbe esa cuestión. —Hizo una pausa y se encogió de hombros—. No, no pienso hacerlo. Me han traído más problemas de los que me han resuelto.

¿Eshayríes?, me dije, perpleja. ¿Quiénes eran los eshayríes? Lénisu y sus misterios, suspiré.

—Lo suponía —dijo simplemente el nakrús mirándolo como si estuviese leyendo sus pensamientos.

Lénisu, con las manos en el cinturón, sostuvo su mirada un momento y luego puso los ojos en blanco y se giró hacia mí, como para decirme que Márevor Helith no estaba del todo en su sano juicio.

—Shaedra —dijo entonces el nakrús. Enseguida me puse nerviosa al oír mi nombre, pero sin duda hacía rato que había elegido cuál sería mi pregunta.

—Yo tengo muchas preguntas —dije—, pero como sólo quieres una… —tomé una inspiración y me lancé—: ¿Dónde están Aleria y Akín?

Márevor Helith, por lo visto, no esperaba esa pregunta. Sin duda esperaba que le preguntase algo sobre la filacteria que tenía en mi cabeza. Al parecer no había contado con que podía estar más preocupada por mis amigos que por mí misma.

—Aleria y Akín, ¿eh? —dijo Márevor Helith, mirándome fijamente a los ojos—. Bueno, sinceramente no sé dónde están, aunque podría saberlo…

—¿Podrías saberlo, y ni siquiera lo intentas? —me indigné, casi sofocando—. Aleria y Akín podrían estar en peligro, ¡podrías haberlos mandado directos a algo horrible! Si hay una cosa que me gustaría saber es dónde se encuentran —confesé, con los ojos humedecidos pero con determinación.

El nakrús me observó en silencio y entonces se encogió de hombros.

—Podría saberlo —repitió—. Y el método más seguro será el de rastrear el monolito. Eso me llevará tiempo, pero será lo mejor. No puedo cargar más a Iharath y a Drakvian, trabajan ya demasiado. Son unos chicos excelentes —dijo con una sonrisa paternal—. Así que seguiré la pista, pero os aviso: después de tanto tiempo, las cosas pueden cambiar mucho, depende de si ha habido muchas mutaciones energéticas o no donde apareció el monolito, ya sabéis de lo que hablo.

Asentí, ignorando si podía confiar en él para que investigase dónde habían acabado Aleria y Akín. Sin embargo, si Murri y Laygra confiaban en el maestro Helith, yo, que era más joven, podía también confiar en él, ¿verdad? Traté de convencerme de ello y suspiré.

—Entonces, ¿vas a intentar encontrarlos?

El maestro Helith pareció a punto de decirme que no tenía derecho a hacerle otra pregunta pero al cabo asintió.

—Sí. Pero déjame buscarlos a mi manera, y eso significa que tendrás que esperar. Yo no actúo precipitadamente. Bien, ahora me toca a mí hacerte una pregunta. —Lo miré con desconfianza y asentí. ¿Qué podía querer preguntarme? El nakrús juntó sus dos manos y dijo—: ¿Qué pasó exactamente el día en que atacaste al dragón de tierra?

Agrandé mucho los ojos. No se me habría podido ocurrir que me preguntaría algo sobre el dragón de tierra. De reojo, vi que el rostro de Deria se había ensombrecido y que Aryes contemplaba al nakrús con el ceño fruncido. Abrí la boca y dije:

—Aquel día… —Paseé la mirada a mi alrededor y tragué saliva—. Aquel día quise echarle al dragón un relámpago. Pero resultó que lo que hice realmente fue un sortilegio diferente. El dragón sufrió algo así como un ataque de nervios, como si tuviese cosquillas. No me preguntéis por qué, no lo sé. Se agitó con más fuerza y destrozó el túnel…

Mi voz se quebró y Lénisu me puso una mano sobre el hombro e intervino diciendo:

—El dragón ya estaba mal de la cabeza antes de que llegase a Tauruith-jur siquiera.

—Y yo eché un sortilegio para que el veneno que soltaba el dragón rebotase y lo cegase un momento. —Me giré hacia Aryes, sorprendida de que hubiese hablado—. Shaedra no tiene la culpa de que el dragón cayese en la gran sala.

—No —dijo el maestro Helith—, por supuesto que no la tiene. Precisamente por eso he preguntado. Soltar un sortilegio interno a un dragón es muy difícil y requiere muchísima precisión y práctica además de muchísima suerte. Por eso cuando me contó la historia Murri sentí curiosidad. —Se giró hacia mí y pensé por primera vez que sus ojos se parecían a dos gemas mágicas—. Laygra —pronunció—, ¿alguna pregunta?

—Sí —dijo mi hermana con tono de desafío—. ¿Cómo es que Lénisu y tú os conocéis? ¿Y por qué te fuiste tanto tiempo de Dathrun y adónde fuiste? ¿Por qué nos mandaste a ver a Amrit Daverg Mauhilver a recoger un libro que no tenía? ¿Por qué nunca me dijeron que Iharath trabajaba para ti? ¿Es que no tengo derecho a saber lo que pasa a mi alrededor? —Si sus ojos coléricos hubieran podido echar chispas, lo habrían hecho, pensé impresionada.

—Vaya, ¿alguna pregunta más? —replicó Márevor Helith, mirándola con amable curiosidad.

Laygra soltó un bufido y sacudió la cabeza.

—Me parecería injusto que no contestases a mis preguntas. Esto no es un juego —añadió como regañándolo.

En cierto modo, a veces Laygra me recordaba a Wigy, pues ambas consideraban que todo aquel que no se comportaba bien debía ser castigado y sermoneado. Cuando la vi que miraba al nakrús con una expresión implacable, no pude reprimir una leve sonrisa a pesar de la gravedad de la situación.

Lénisu carraspeó.

—Creo que puedo contestarte a al menos dos de tus preguntas —dijo nuestro tío—. A Márevor lo conozco desde hace muchos años, incluso trabajé para él durante un tiempo. Hasta que ciertos acontecimientos me obligaron a dejar mi vida de antaño, y desde entonces me dediqué plenamente a mi honrado trabajo que conocéis todos.

—El contrabando —dijo Murri, con una mueca de desagrado—. ¿No podías haber encontrado un trabajo mejor?

—Para alguien como yo es difícil encontrar un trabajo adecuado —replicó Lénisu, ignorando el tono insultante de Murri—. Además, hay contrabandistas y contrabandistas, no todos tenemos las mismas costumbres. Y todos no tienen las mismas ambiciones. Amrit es particularmente ambicioso. Fue en su día un joven noble inocente, pero con un inmenso talento. Además, para mí que lleva en la sangre el hada de la suerte. A este buen muchacho lo conocí hace años, en Dathrun. Un buen tipo, aunque a veces demasiado impetuoso. Le hablé de él a Márevor poco después, porque necesitaba que le hiciese un… recado, del que yo no me podía encargar. Por eso Márevor os mandó hablar con Amrit, porque al marcharse, os dejaba solos y sin guardián. —Hizo una mueca—. Aunque yo hubiera elegido a un guardián más seguro.

—¿Así que definitivamente la historia del libro era una estafa? —gruñó Laygra.

Márevor Helith sonrió.

—Uno trata de pensar en la seguridad de los demás y le tratan de estafador.

Laygra se sonrojó y se encogió de hombros.

—No has contestado a mi pregunta. ¿Por qué tuviste que irte de Dathrun?

—Ah, sí, entiendo tu curiosidad, aunque no entiendo cómo puedes preocuparte más por lo que hago yo que por el plan que tengo previsto para tu hermana.

Laygra agrandó los ojos y me miró, perpleja.

—¿Mi hermana? ¿De qué plan estás hablando? —replicó.

Reprimí una sonrisa observando cómo Márevor Helith desviaba la pregunta anterior sin discreción.

—Me parece obvio que empecéis a preguntaros qué papel vais a desempeñar vosotros en este plan —dijo.

—¿Por qué no nos lo cuentas ya y acabamos con esto? —soltó Murri.

—Buena pregunta —aprobó Márevor Helith, con aire divertido—. Pero hay un problema, y es que aún no tengo las cosas muy claras.

—Genial —exclamó Aryes—, un nakrús que no tiene las cosas claras, ¿cómo puede ser…?

Calló inmediatamente, sonrojándose al darse cuenta de que el nakrús en cuestión estaba delante de él, hablándonos. Solté una risita nerviosa.

—¿Cuál es tu plan? —insistió Lénisu con un tono receloso.

El nakrús se levantó de un bote.

—¡El plan! —exclamó—, lo olvidaba, no os lo he explicado…

En este punto, se abrió la puerta y entró Iharath, respirando entrecortadamente. Al parecer, había corrido para llegar hasta aquí.

—¿Qué sucede? —preguntó Murri.

—El marinero —dijo Iharath—, se ha paseado por la playa y se ha encontrado con algún gato. Creo que le han asustado. Y me temo que va a zarpar sin vosotros si no os dais prisa.

—¿Qué? —exclamé, horrorizada.

—¡Menudo cobarde! —soltó Aryes.

—Tranquilos —dijo el maestro Helith—, os estaba contando mi plan.

Lo miramos con cara atónita. El marinero se iba a ir sin nosotros, dejándonos en esta playa perdida y de noche, ¿y el maestro Helith quería contarnos su plan?

—Tranquilos —dijo esta vez Lénisu—. Conozco a Trevan. Tiene alma de contrabandista. Mientras no vea que realmente está en peligro, no se irá. Continúa, amigo mío, estabas hablando del plan.

Vi que Murri e Iharath intercambiaban una mirada y se encogían de hombros y suspiré, imaginándome que volvíamos a Dathrun nadando en la oscuridad. Bah, tampoco sería tan desastroso, me dije, pero hubiera preferido nadar de día.

Iharath iba a volver a salir por la puerta pero el maestro Helith le hizo un gesto para que se quedara y el semi-elfo se adosó al muro, cruzándose de brazos, sin poder reprimir su curiosidad.

—Bien, mi plan es el siguiente —dijo el maestro Helith—. En realidad son varios planes posibles —añadió—. Pero el principio es el mismo: hay que reunir entera la filacteria de Jaixel, y para eso, hay que quitarle a Shaedra la parte del lich. De este modo, Shaedra no sería ya una diana potencial de los Hullinrots o de Jaixel, y además le libraría de recuerdos que no le pertenecen. El problema es que Shaedra tiene la filacteria desde que era una recién nacida y quitarle esa parte podría resultarle doloroso. Pero no tendría ni la más remota idea de cómo hacerlo yo mismo.

Hubo un silencio y luego intervino Murri:

—¿Podría resultar peligroso para ella?

El maestro Helith asintió como a regañadientes.

—Sí. De hecho, no sé si es posible dividir una mente que lleva unida desde hace tantos años. Pero no hay más remedio que intentarlo.

Agrandé los ojos, mirándolos alternadamente como en un sueño. Estaban hablando de mi mente, es decir, de mí, de lo que era, ¿cómo podían estar hablando de ello tan tranquilamente?

—¿No sería mejor que aprendiese a esconder su mente? —terció Dolgy Vranc—. Eso sí que es posible y no sería tan difícil…

—Un sortilegio de protección de la mente es sencillo —asintió el nakrús—, pero se trata aquí de poner un remedio definitivo al problema. ¿Es que acaso conoces a alguien que sea capaz de hacer un sortilegio que dure unos cien años para proteger su mente? Na, es imposible. Existen mágaras que podrían hacerlo. Pero siempre te quedaría la duda de si funciona o no. Además, eso no remediaría el hecho de que Jaixel siga atosigando Neermat. No resolvería el problema.

—¿Realmente te importa lo que les pasa a los de Neermat? —replicó Lénisu.

—Sí —contestó Márevor Helith, mirándolo fijamente.

Lénisu puso los ojos en blanco y asintió.

—De acuerdo, pero mientras encuentras el maravilloso método de extraer la filacteria, te recomiendo que protejas a Shaedra de esos Hullinrots, no vaya a ser que te encuentres inopinadamente con que Dathrun es asediada por una banda de nadros rojos, ¿mm? —soltó con una sonrisilla.

—Esas bestias no están tan majaras como para atacar una ciudad —replicó Márevor Helith—. Además, ya hemos dicho que los nadros rojos quizá no tengan nada que ver con los Hullinrots. —Fruncí el ceño. No salía de mi asombro al ver que lo que habíamos pensado hasta entonces quizá no fuese verdad. Al fin y al cabo, quizá no tenía tantos problemas, me alegré—. Lo que he procurado hacer estos últimos años —prosiguió el nakrús—, ha sido precisamente proteger a Shaedra, por si acaso más que nada. El amuleto que llevas, Dolgy Vranc, no es más que un objeto que creé hace tiempo para impedir a sus portadores que sean localizados por ciertos sortilegios y para dejarme, así y todo, a mí localizarlos.

Dolgy Vranc agrandó los ojos, estupefacto. Todo lo dicho anteriormente no parecía haberle trastornado tanto como la revelación de que el objeto que había identificado tenía poderes que ignoraba.

—Pero entonces… ¿no se trata del Amuleto de la Muerte? —masculló, molesto, sacando el amuleto de su bolsillo. Hacía tiempo que no veía su hoja de acebo y su fina cadena de plata y lo contemplé en la distancia con cierta fascinación.

El nakrús hizo un gesto con la cabeza.

—Originalmente, estaba diseñada para matar a aquel que la llevaba. Es una mágara bastante poderosa. Cuando la encontré, la trabajé con otros objetivos y los efectos anteriores están neutralizados. Pero, nunca se sabe, a veces cometo errores —añadió, divertido.

—¿Quieres decir que Shaedra pudo haber muerto? —exclamó Murri, con la voz ronca.

Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo al recordar cuán inocente había sido al ponerme el collar aquel día, hacía cinco años.

—La posibilidad de que le pasara algo era mínima —contestó Márevor Helith—. Además, dado que el dueño anterior estaba tan próximo a Shaedra, y a él no le ocurrió nada, no había ninguna razón para pensar que el collar reaccionaría de manera diferente con Shaedra.

—¿Cómo que el dueño anterior era tan próximo a mí? —dije, frunciendo el ceño.

—¿A quién perteneció antes de que lo encontrara? —preguntó Aryes.

Márevor Helith y Lénisu intercambiaron una mirada y Lénisu agrandó mucho los ojos, como entendiendo algo de pronto.

—A Zueryn Tins Úcrinalm —contestó nuestro tío, medio incrédulo medio sorprendido, girándose hacia mí y mis hermanos—. Vuestro padre.

Espiré cuanto aire tenía en los pulmones, habiéndome olvidado totalmente del marinero y su barca.