Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 3: La Música del Fuego

5 Repaso

—Imposible —resopló Murri tras un silencio—. Nuestro padre murió mucho antes de que los nadros rojos atacasen nuestro pueblo. No pudo llegar hasta ahí y dejar ese… amuleto.

—Cierto —dijo Márevor Helith—. En realidad, fui yo quien quiso darle el shuamir a un viejo amigo de vuestros padres, en vuestro pueblo. Pero cuando llegué, olía a chamuscado, el pueblo estaba todo destruido y cuando vi los nadros rojos, no me quedé ahí a discurrir.

—¡Así que eres tú quien tiró el collar en el barro! —exclamé.

Márevor Helith me miró y asintió con una mueca.

—Exacto, eso es. Bueno, er, más o menos. No lo tiré a posta, tenía otras preocupaciones en ese momento. Pero el resultado fue el mismo ya que, afortunadamente, recogiste el collar —añadió, con una sonrisa aprobadora.

Lo miré, pasmada.

—Podría no haberlo recogido —dije.

Márevor Helith carraspeó, molesto.

—Era una posibilidad —admitió, e hizo un ademán para cambiar de tema— ¡Pero bueno! Lénisu dice la verdad. Entregué este shuamir a Zueryn años atrás para protegerle. En aquella época le andaba buscando una cofradía de celmistas poco aconsejables que querían condenarlo a la hoguera por ser un yedray. Además, empeoró las cosas cuando robó algo en casa de un alcalde con métodos poco caballerescos —explicó, con una sonrisa irónica—. Con el shuamir, él y Ayerel lograron huir hasta Asdrumgar sin que los celmistas los localizasen.

Me sentí otra vez paralizada por sus palabras.

—Un yedray —murmuraron Murri y Laygra, atónitos.

¡Yedray! ¿Había dicho yedray? ¡Yedray!, me repetí, aturdida, recordando lo que había dicho Bazundir de la mala fama que tenían los yedrays y lo que había oído sobre los problemas que creaban los yedrays en Éshingra. Y sin quererlo desgarré un cojín con mis uñas y me ruboricé enseguida, avergonzada, mirando el cojín roto con aire culpable.

—No te preocupes, todo se repara —me dijo el nakrús con una sonrisa cadavérica.

Hice una mueca y asentí.

—Lo siento. Entonces, ¿recuperaste el collar cuando nuestros padres murieron?

—No lo saqué de sus tumbas, si es lo que te preocupa —replicó Márevor Helith—. Pero sigamos. Ahora voy a exponeros mi teoría. —Nos miró fijamente con sus ojos azules—. Me parece que hace poco que los Hullinrots se han enterado de que Jaixel dejó una parte de su filacteria a alguien. Es muy posible que intenten apoderarse de ella, pero no creo que les sea de gran ayuda. Honestamente, no sé qué piensan hacer con ella, pero, de todas formas, puedes estar más o menos tranquila: seguro que tienen otros asuntos más urgentes.

—Qué alivio —mascullé, poniendo los ojos en blanco.

—Me gustaría ahora saber si el shuamir ha sido llevado por otra persona que Zueryn y Shaedra. Tengo que rastrearlo. ¿Serías tan amable de pasarme el amuleto? —preguntó al semi-orco.

A Dolgy Vranc le costó reaccionar, pero luego se levantó y se lo puso en la mano con suma precaución.

—Mi shuamir no es de porcelana —observó el nakrús con una sonrisa divertida—. En mi vida utilizaría una materia tan poco resistente para gente tan poco paciente como los saijits.

Enarqué una ceja. Así que Márevor Helith no se consideraba ya como un saijit. Naturalmente, me dije. ¿Cómo, después de miles de años, podía considerarse un saijit? Tal vez no recordase siquiera su vida de cuando era un ser vivo de veras y, en tal caso, era difícil asimilarse a la gente normal. Dejé tales cavilaciones al darme cuenta de que la conversación seguía su curso, y por nada del mundo me quería perder un detalle. Por un instante, lamenté la ausencia de Syu, pensando que al menos podría haber comentado con él las nuevas. Generalmente las conversaciones con Syu solían serenarme, o al menos hacían que mis preocupaciones se relativizasen y adoptasen un matiz distinto y menos dramático.

—Este colgante lo hice con un material muy resistente —decía el maestro Helith—, es cristal azboïrio, del mismo que fue usado para la Armadura Blanca del caballero de las Rondakuas, si recordáis.

Deria y yo intercambiamos una mirada burlona. En nuestra vida habíamos oído hablar del caballero de las Rondakuas, pero al parecer era alguien histórico y no pude menos que admirar con mayor amplitud el amuleto que sostenía el nakrús en las manos.

—Se parece a la plata de Majir —observó Dol.

—De hecho, a veces se realizan réplicas falsas con plata de Majir —aprobó el maestro Helith, con su tono de profesor—. Pero un experto sabe diferenciarlas muy bien. —El semi-orco carraspeó pero no comentó nada e intenté reprimir una sonrisa sin conseguirlo—. Esto es azboïrio encantado. Ya lo estaba cuando yo me puse a trabajar el artefacto. Primero hice un collar de invisibilidad, pero me funcionaba realmente cuando le daba la gana y parcialmente, de modo que era completamente imposible prever lo que iba a hacer, así que lo transformé en shuamir cuando tuve un poco de tiempo y luego se me ocurrió reutilizarlo para hacer una mágara de protección a ciertos sortilegios de localización. Es un azboïrio muy trabajado, pero creo que podría pulirlo un poco más.

Asentí con la cabeza como una buena alumna y luego bostecé.

—Ahora bien —continuó—, si otra persona que no fuera Zueryn se puso este amuleto, lo sabremos inmediatamente: sería capaz de verlo con los ojos cerrados —añadió, apagando teatralmente la luz de sus ojos.

Esperamos unos instantes, en los cuales observé por primera vez sin ser vista el rostro del nakrús. Tenía que ser curioso ser parte esqueleto parte magia viva, pensé. Era casi más inquietante con los ojos apagados que encendidos. Su vestimenta, sin embargo, le quitaba un tanto el aspecto esquelético del personaje, otorgándole toda una gama de colores exagerados, como acostumbraba ser por lo visto.

Cuando volvió la luz de sus ojos, sus dos perlas azules se posaron sobre mí y sostuvo el colgante a la altura de mis ojos.

—El colgante que recogiste tal como es ahora sólo se lo puso Zueryn —comentó—. Pero es curioso. Siento otra presencia en este collar que no recuerdo que tuviese antes. No sé si es una presencia saijit o una presencia energética o de alguna otra cosa. ¿No intentaste encantarlo, Dolgy Vranc, verdad?

—No se me ocurriría —replicó el semi-orco, poniendo los ojos en blanco—. Cuando pienso que yo estaba convencido de que era el Amuleto de la Muerte…

El nakrús enarcó las cejas, lo miró un instante y luego volvió a observar el amuleto.

—Como he dicho, este shuamir tenía todas las características de un Amuleto de la Muerte antes de que lo trabajara. Pero no se puede ya llamarlo así. Y además, el Amuleto de la Muerte, el supuestamente auténtico, recibió ese nombre simplemente por sus consecuencias históricas. En fin, digo históricas, pero no es tan remoto. —Sonrió—. Aunque ya no me acuerdo muy bien de los detalles.

Lénisu se rebulló en su sitio y carraspeó.

—Me temo que nos vamos a quedar aquí durante toda la noche analizando lingüística e históricamente las diferentes palabras para designar las mágaras y los encantamientos —comentó.

El nakrús suspiró.

—Tan impaciente como siempre, Lénisu, pero vayamos al grano y hablemos de lo que importa por el momento. Bien, lo que vamos a hacer es lo siguiente: me quedaré con el amuleto, reforzaré los lazos de la mágara y Shaedra se lo volverá a poner temporalmente antes de que encuentre una manera de quitarle los recuerdos de Ribok.

Agrandé los ojos durante un instante, sorprendida. Así que Márevor Helith sabía perfectamente de qué trataba la parte de la filacteria que albergaba yo en mi mente. Al parecer no había ningún secreto que se le pudiera esconder. Bueno, no era que fuese realmente un secreto, pero me repugnaba hablar de los recuerdos que a veces invadían mi mente. Esos recuerdos no me pertenecían y me sentía como si alguien quisiera instalarse en mi mente, sin ningún tipo de cortesía.

—Me temo que no me voy a quedar aquí mucho tiempo, tengo asuntos que requieren mi atención, pero podéis estar seguros de que de aquí a un mes vuelvo, os doy el shuamir y por supuesto —dijo, girándose hacia mí— os digo dónde están Aleria y Akín, si aún siguen vivos.

Su última reflexión me dejó como si me estuviese atragantando con algo. El nakrús se levantó de un bote, sin más dilación.

—Me alegra que hayáis venido. Iharath me dijo que había tenido problemas para haceros entender que había vuelto.

Iharath, arrimado al muro, hizo una mueca.

—Estaba en un examen escrito de invocación, y el profesor Erkaloth casi me pilla soltando el sortilegio bréjico —explicó.

—¡Ah! —dijo Murri, entendiendo de pronto, y soltó con aire burlón—: Así que por eso tenías una cara tan concentrada. Porque el examen en sí sería fácil para ti, ¿verdad?

—Creo que me salió bien —replicó Iharath, con una sonrisa, y mi hermano resopló, sacudiendo la cabeza. Por lo visto, a él no le había parecido un examen tan fácil. El semi-elfo continuó, diciendo—: Al principio, había pensado avisaros después, porque se supone que no puedo soltar sortilegios durante un examen, pero, como acabé con tiempo… pues, envié un mensaje a Shaedra. Vi que había entendido, así que supuse que vendríais esta noche.

—Y así lo hemos hecho —dijo Lénisu, levantándose—. ¡Bueno! Esta conversación ha sido muy interesante. Entonces, nos veremos dentro de un mes, Márevor, suponiendo que todo funcione bien. Y ahora esperemos que este condenado de Trevan no sea tan cobarde como para no cumplir su palabra de contrabandista.

Aryes y yo intercambiamos una mirada escéptica, preguntándonos qué podía valer la palabra de un contrabandista para la mayoría de la gente.

Nos despedimos rápidamente y salimos de la extraña casa del maestro Helith. Iharath nos ayudó a recorrer el camino de regreso a la barca y al llegar a la playa se separó de nosotros, no sin decirme en voz baja:

—Puedes estar segura de que el maestro Helith volverá dentro de un mes, Shaedra. Es un nakrús que cumple con su palabra y con su corazón.

Su silueta oscura ladeó la cabeza y adiviné que me sonreía. Lo observé desaparecer entre las tinieblas, preguntándome si un nakrús tenía realmente corazón. Aunque algo tenía que tener para permanecer en vida, ¿verdad? Estaba segura de que Aleria habría podido contestar a mi pregunta. Por supuesto, entendía que Iharath había hablado en sentido figurado, pero en realidad resultaba ser el mismo problema: ¿qué perdía exactamente un saijit al convertirse en un nakrús? La apariencia, desde luego, me dije irónicamente, con la imagen de Márevor Helith en mente.

Oí un maullido y luego vi una sombra pasar rápidamente por entre los árboles. Entorné los ojos hasta que lo vi desaparecer completamente. Era un bulto demasiado grande para ser el de un gato. Con una mueca de miedo, me dije que lo más probable era que se tratase de Drakvian, la vampira sirvienta de Márevor Helith. Entonces oí una risa mental que me dejó paralizada. Esa risa… era la misma que había oído en Ató, durante una de las pruebas prácticas… La risa de una vampira.

—Shaedra —me murmuró Murri, cogiéndome del brazo para que siguiese avanzando.

—¡Buenas, buenas, Trevan! —dijo alegremente Lénisu, junto a la barca—. Es increíble cómo nos conocemos tú y yo, ¿eh? ¡A bordo, todos!

El rostro de Trevan estaba demasiado escondido por la oscuridad, pero percibí perfectamente su zafio gruñido. Subimos a la barca, Dolgy y Lénisu la empujaron al agua y el silencio cayó entre nosotros otra vez. Aposté a que todos estábamos pensando en la conversación y los «planes» del maestro Helith, aunque yo no podía dejar de pensar en que Drakvian había estado en Ató. Ella me había avisado diciéndome que el papel que sostenía Suminaria era una trampa real. Y quizá hubiese sentido su presencia otras veces aunque no lo recordaba ya. No niego que estaba algo atemorizada. Por su parte, Trevan iba remando con la espadilla, silencioso, sumido él también en sus pensamientos.

Cuando desembarcamos, Lénisu y Trevan se alejaron un poco, obviamente para acabar de cumplir el trato, y entretanto nos pusimos a caminar lentamente por el muelle desierto y oscuro. A lo lejos, las luces de los faroles de Dathrun brillaban tenuemente.

—Nos hemos olvidado de preguntar algo —dijo de pronto Aryes.

Me giré hacia él con la ceja enarcada.

—¿El qué?

Aryes, con el ceño fruncido, agitó la cabeza.

—Bueno, pues… ¿tú ya sabes por qué tienes una parte de Jaixel en ti?

—Oh —dije, sorprendida—. Pues no lo sé. Se lo preguntaremos la próxima vez.

—Dentro de un mes —se lamentó Laygra—. El maestro Helith no se toma su trabajo de profesor como los demás. No sé qué tanto hace fuera de Dathrun, no quiso ni contestarme cuando se lo pregunté.

—Bah, de todas formas, qué importa saber más cosas sobre Jaixel si el maestro Helith me quita su filacteria —pronuncié con filosofía—. Después de eso, todo estará arreglado. Iremos en busca de Aleria y Akín, y luego volveremos a Ató, ¿qué te parece, Aryes?

—¡Estupendo! —exclamó, con una gran sonrisa.

Murri y Laygra no contestaron y me di cuenta de pronto de su silencio.

—Creo que por ahora nos quedaremos aquí de todas formas —intervino Dolgy Vranc—. Según dice la gente, se han redoblado los flujos de monstruos por el portal funesto de Kaendra. Este no es el mejor momento para viajar al otro lado de las Hordas.

Lo observé y asentí. Entonces, me acordé de algo.

—Dol, cuando el maestro Helith te preguntó por el amuleto, dijiste que nunca te lo pusiste pero que sentías una extraña atracción hacia ese objeto… ¿tú crees que yo también la sentía sin darme cuenta?

El semi-orco se encogió de hombros.

—Hay tantas preguntas que no tienen respuestas… generalmente, cuando se trata de un objeto encantado tan poderoso como aquel, es muy difícil entender los por qué de sus efectos. El mismo creador se sorprenderá seguramente de su propia creación —añadió, con una sonrisa torva—. A veces, cuando uno cree saber mucho sobre una cosa, se da cuenta de que no era tan talentoso como pensaba.

Obviamente, esa última reflexión la decía más refiriéndose a sí mismo que a Márevor Helith. Cuando Lénisu se reunió con nosotros, emprendimos el camino hasta el Puerto y luego mis hermanos y yo nos separamos de ellos y continuamos, escoltados por Lénisu que, desde que nos había vuelto a encontrar, no se atrevía a alejarse de nosotros. En un tácito acuerdo, decidimos no hablar de liches ni de amuletos y anduvimos charlando tranquilamente hasta el Puente Frío.

—¿Por cierto, cómo avanza tu aprendizaje, Shaedra? —preguntó Laygra cuando estábamos ya bajando la avenida principal.

Palidecí y se me aceleró el pulso.

—¡Estrellas andantes! —exclamé, horrorizada—, ¡tenía clase con él esta noche, a las tres!

—¿De qué aprendizaje habláis? —preguntó Lénisu con el ceño fruncido.

—Shaedra da clases de armonía con Daelgar, el tipo que…

No acabé de oír la frase de Murri. Me había lanzado a toda pastilla por una callejuela perpendicular, sintiendo el jaipú agilizar cada uno de mis movimientos. Oí un gruñido a mis espaldas pero no me detuve. Me imaginé a Daelgar esperando en la torre, defraudado por mi retraso, y redoblé mis esfuerzos. ¿Cómo se me podía haber pasado?

Cuando ya las casas se habían transformado en jardines y caserones, oí unas campanadas. Las tres. No podía creer que iba a llegar casi puntual. Resoplé y me reí interiormente de mi reacción. ¿Por qué me importaba tanto que Daelgar viese en mí una alumna ejemplar, atenta e interesada por aprender? Quizá porque en cierto modo admiraba a ese humano manco que había contestado a unas preguntas que yo siempre, en algún momento, me había hecho y cuyas respuestas él daba con una serenidad casi sagrada. Porque Daelgar no sólo me había enseñado las armonías, sino también un modo de pensar y criticar, un modo de ver las cosas bajo diferentes puntos de vista, y eso era, me di cuenta, lo que me hacía considerarlo como a un joven sabio.

Caminé hasta arriba de la calle, y empecé a andar por el camino que conducía a la torre, cubierto de hierbas altas y flores de todos los colores, que en la oscuridad parecían iguales.

—Shaedra —dijo de pronto una voz entrecortada detrás de mí.

Me sobresalté y miré hacia atrás. Lénisu me había seguido, corriendo, y estaba ahora respirando precipitadamente, la mano en el corazón.

—Caray —dijo, resoplando e inspirando hondo—, ¿quién te ha enseñado a correr tan rápido?

Sonreí anchamente.

—En gran parte se lo debo a Áynorin y a Suminaria.

Lénisu agitó la cabeza y se enderezó un poco, la respiración más regular.

—¿Adónde ibas?

—A mis clases con Daelgar. Me enseña las armonías. Damos clase en la Torre del Brujo.

Lénisu me observó detenidamente.

—¿Ha sido idea de Amrit, verdad? —dijo, tras una pausa.

—Lo propuso él —asentí—. Daelgar es un profesor increíble, ya te conté que había soltado un sortilegio de miedo a toda una banda que los perseguía, ¿verdad? Pues también es un muy buen armónico.

“Y espero que además sea un hombre paciente porque llegas tarde”, dijo de pronto Syu, apareciendo junto a mí como una sombra alargada y pequeña.

—¡Syu! —exclamé alegremente.

Subió hasta mi hombro y soltó un pequeño bufido. “¿Dónde estabas?”

“Casi se me olvida que teníamos clase con Daelgar. Hemos ido todos a hablar con Márevor Helith, el nakrús, ya te hablé de él.”

“¿Ah? No me acuerdo”, dijo, pegando un salto hasta el suelo.

—Syu también asiste a las clases —añadí con una gran sonrisa.

—Ya no sé qué puede sorprenderme —dijo Lénisu, riendo—, aunque… —Se puso más serio y agitó la cabeza—. Voy a tener que hablar con Amrit… y con ese Daelgar. ¿No te parece que ya haces bastante yendo a las clases de la academia?

Lo miré con cara de pocos amigos.

—Por nada del mundo renunciaría a las clases de Daelgar —repliqué—. Además, llego tarde. Si quieres, puedes acompañarme y hablar con Daelgar.

Lénisu echó un vistazo a la torre y casi inmediatamente negó con la cabeza.

—No, pero hablaré con Amrit. Ten en cuenta que Amrit no es de los que dan y no piden nada. No deberías haber aceptado ese aprendizaje. ¿Sabes lo que se paga a un preceptor celmista en las buenas familias? Si Daelgar es tan bueno como dices, no quiero ni pensar lo que pretende hacer Amrit contigo. Pero vete ya a tus clases, lo arreglaré todo. ¿Normalmente Daelgar te acompaña otra vez hasta el puente, verdad?

Agrandé los ojos y resoplé, divertida.

—No, qué va. ¿Por qué me iba a acompañar? No me va a atacar ningún lich por las calles de Dathrun.

Lénisu gruñó pero se contentó con mascullar:

—Menudos inconscientes.

Syu balanceó su cola y preguntó: “¿Subimos?”

Asentí mentalmente y subí las escaleras de fuera hasta la puerta bajo la mirada de un Lénisu inquieto.

—No te preocupes tanto, Lénisu —le dije, y levanté una mano a modo de saludo—. ¡Hasta luego!

Lénisu me correspondió y dio media vuelta como si hubiese decidido hacer algo. Esperé con todo mi corazón que no fuese a hablar con Amrit para decirle que su sobrina no podía continuar con el aprendizaje, no habría sido justo.

Daelgar estaba sentado delante del tablero de Erlun, moviendo fichas.

—Hola —dijo simplemente.

—Hola, siento llegar tarde —contesté—, mi tío se acaba de enterar de que me dabas clases y… no parece haberle gustado la idea.

Daelgar, la mirada fija en el tablero, movió finalmente otra ficha y levantó la cabeza.

—Siéntate y observa bien el tablero. Puedes ganar en dos jugadas.

Me senté y me dispuse a analizar la posición de las fichas con sumo cuidado, oyendo claramente a Syu filosofar sobre cómo los saijits sabían a veces razonar en tableros y nunca en la vida real.

“Bah, ¿dices que los gawalts sabéis razonar en tableros?”, repliqué, burlona.

“Por supuesto, pero no se dejan engañar. Lo que pasa es que un gawalt no necesita juegos fabricados para pasárselo bien. Nosotros jugamos a juegos parecidos, pero a varios, en las ramas, y cambiamos de posiciones, y es todo mucho más divertido. Estas fichas están muertas y sólo las controlas tú, en cambio en nuestros juegos, todo está mucho más vivo y más imprevisible, porque es la vida real.”

Las explicaciones de Syu se prosiguieron largo rato, y mientras trataba de pensar en cómo ganar en dos movimientos, me contó historias de su “anterior vida”, sobre sus juegos y su manera de pensar. No era la primera vez que me intentaba explicar la manera de pensar de los gawalts, como intentando convencerme de que la de los saijits estaba llena de fallos, y en esos momentos yo me divertía criticando a los gawalts y su altivez, al que Syu llamaba “orgullo gawalt”.

Resolví finalmente el enigma y Daelgar me propuso algunos más, los cuales resolví cada vez más rápido, dándome cuenta de que se parecían mucho.

—Está bien, ahora me parece bien que repasemos lo que hemos visto hasta ahora —dijo Daelgar, enderezándose y apoyando su brazo en el borde de una ventana.

—¿Todo lo que hemos visto hasta ahora? —pregunté, boquiabierta.

—Rápidamente, para que no se te olvide. Las cosas hay que repetirlas, si no uno las olvida. Cuanto más practiques, mejor te saldrá.

Pasamos las dos horas siguientes repasando todas los trucos armónicos que me había enseñado. Al mismo tiempo, me contaba anécdotas, tranquilamente apoyado junto a la ventana, y aprobando el resultado de mis sortilegios.

En cierto modo, me dio la impresión de pasar el último examen de la semana. Mi sortilegio de oscuridad me salió bastante bien, y el de invocación de imágenes también, el sortilegio de sonido hubiera podido ser peor, y luego conseguí crear un olor a madera y sopa de arroz que me recordó dolorosamente al Ciervo alado.

—¡Muy bien! —me dijo mi profesor—. Creo que será suficiente para hoy, me parece que te vendrá bien dormir un poco.

Sentados cada uno sobre una manta, acabábamos de repasar los sortilegios de aturdimiento y de absorción del calor. Y mientras tanto, no había parado de bostezar discretamente.

—Lo siento —dije bostezando esta vez abiertamente—, no he dormido nada esta noche.

—Lo sé. Por cierto, no hace falta que lo escondas más tiempo. Sé que está aquí.

Me pilló boquiabierta en pleno bostezo y cerré la boca con un ruido de dientes.

—¿Qué? —solté, y sin pensarlo me giré hacia donde se escondía Syu, aturdida—. ¿Cómo…?

—Le he oído hace un par de días. ¿Es un mono, verdad? ¿El mismo que se pasea contigo normalmente?

Suspiré y asentí, resignada.

“Apuesto a que fue la vez que te pusiste a reír tontamente porque enseñé la imagen de una vaca paciendo en vez de soltar un mugido”, le dije, gruñendo mentalmente.

Syu no contestó pero noté que sonreía al recordarlo y de pronto me dijo:

“No te olvides de hablarme como dijo el Viejo.”

“Vaya, haces bien en recordármelo”, reconocí, proyectando un leve hilo de energía bréjica para que Daelgar pensase que comunicaba con el mono con ella. “Syu, puedes venir, de todas formas ya te ha descubierto.”

Syu asomó la cabeza por la ventana, me miró con aire malicioso, dio un salto y aterrizó a mi lado. Dio una vuelta sobre sí mismo y se detuvo, medio sentado medio de pie, con los dos ojos clavados en el rostro de Daelgar.

Carraspeé.

—Er, te presento a Syu —dije—, es un mono gawalt. Quiso asistir a las lecciones, no me dejó otra.

Syu y yo bostezamos al mismo tiempo. Daelgar nos miró fijamente a los dos durante un buen rato, las comisuras de los labios levantadas y de pronto soltó una carcajada, nos volvió a mirar y se echó a reír abiertamente.

Al reír, se le veían dos dientes postizos plateados. Su cabello desordenado caía sobre su rostro curiosamente distendido. Estaba segura de que no lo había visto reír tan abiertamente como ahora, y me pregunté qué podía haberle hecho tanta gracia.

—Venga, idos a dormir ya —dijo simplemente, carraspeando y levantándose—. Ya que se han acabado los exámenes y tienes varias semanas de vacaciones, trabajaremos de día cuando pueda. Es hora de que aprendas a utilizar las armonías con discreción. Ven mañana a las cinco, delante de la taberna El diamante heráldico, junto a la Plaza del Rebdel. Y esta vez no llegues tarde, por favor.

Me ruboricé y negué con la cabeza enérgicamente, levantándome a mi vez.

—No llegaré tarde —le prometí—. Llegaré al minuto exacto.

—Lo digo porque es mejor no quedarse mucho tiempo ahí plantado para no llamar la atención.

Asentí, pensativa, y le hice una pregunta que llevaba tiempo rondándome:

—Daelgar… ¿por qué vives de incógnito?

El humano enarcó una ceja y agitó la cabeza.

—No vivo de incógnito. Soy el sirviente mayor del señor Mauhilver. Que no diga a los cuatro vientos que soy celmista no tiene nada que ver.

Lo observé un momento con atención.

—No consideras al señor Mauhilver como a tu señor. Aquella noche en que bajé a su escritorio secreto… lo tratabas como a un joven acelerado…

Pero Daelgar me interrumpió:

—Que lo sirva no significa que tenga que ver en él a un hombre lleno de virtudes y sin defectos. —Se encogió de hombros—. Supongo que lo trato como dices porque en realidad no es más que un muchacho… que debe cargar con muchas responsabilidades. Eso es todo.

—Quiero saber una cosa —dije, molesta—, ¿por qué el señor Mauhilver quiso que me enseñaras las armonías?

—¡Ah! —Daelgar se llevó las manos a las sienes, masajeándolas, como reflexionando él mismo a una posible contestación—. Supongo que Lénisu te ha contado algunas historias sobre Amrit y ahora estás dudando de su buena fe, ¿eh? —Ladeé la cabeza de un lado para otro, turbada—. Bueno, pensaba que estaba claro. Amrit tiene mucho trabajo y está harto de mis consejos y mis reflexiones que le añaden más preocupaciones. No es que sea perezoso, pero creo que ha llegado a su límite y la verdad es que yo sería incapaz de aguantar tantos bailes y cenas y meriendas… prefiero quedarme a recoger informaciones con más discreción… así que no me extraña que te haya convertido en mi aprendiz. Bueno, eso es una de las razones. Pero además, eres la sobrina de Lénisu, y supongo que Amrit no quería perderte de vista. Y bueno, me he dado cuenta de que aprendes rápido y pienso que si sigues así, podrías encontrar trabajo fácilmente a nuestro lado, o en cualquier grupo de espías o de exploradores.

Lo observé con los ojos agrandados. ¿Yo, trabajar como espía? No tenía la menor intención de ser una espía. Siempre me había caído mal la gente que actuaba de manera encubierta… bueno, Daelgar no me caía mal, pero él no era un espía, ¿verdad? Fruncí el ceño.

“¿Tú crees que es un espía?”, le pregunté a Syu sin dejar aparentar en mi rostro que comunicaba con el mono.

“Bah, ¿y eso qué es? Daelgar es un buen tipo para ser un saijit. Seguramente tiene sangre gawalt en las venas. Algún ancestro lejano…”

“No digas bobadas”, le corté, exasperada. “Claro que Daelgar me cae bien, pero no sé muy bien qué hace de su vida.”

“Ah, esas preguntas son realmente poco útiles”, replicó Syu, creyendo que me refería a alguna cuestión filosófica. “Pero si realmente quieres saber mi opinión, creo que Daelgar es un…”

Esperé un segundo y enarqué una ceja sin querer.

“¿Un?”, le animé, curiosa.

“Bah, no me sale la palabra.”

Me giré hacia él y lo cogí con las manos como a un gato, riéndome interiormente.

—Creo que esa carrera no me va —le contesté a Daelgar—. Soy demasiado… desastrosa cuando se trata de ser silenciosa y esas cosas.

Daelgar puso cara sorprendida.

—Pero si sabes andar muy silenciosamente, hasta a mí me cuesta oírte cuando subes la Torre del Brujo, y eso que utilizo las armonías para mejorar mi oído.

—¿De veras? —dije, sorprendida.

—De veras, sí. Bueno, ya veo que esta conversación te ha despertado un poco, ya no pareces estar tan cansada.

Hice una mueca de protesta.

—Simplemente decía que yo no tengo alma de espía. Er… entonces, ¿quieres decir que tú y el señor Mauhilver sois espías?

Daelgar empezó a bajar las escaleras y lo seguí con prudencia, mirando cómo abajo brillaban las tenues y nocturnas luces de la ciudad.

—No —contestó sencillamente mi maestro—. Trabajamos para algo más que recolectar informaciones.

—¿Y en qué consiste vuestro trabajo? —pregunté, dándome cuenta perfectamente de que me estaba entrometiendo demasiado.

—Bueno… Lénisu te lo podrá decir. Él sabe perfectamente lo que hacemos.

—¿Mi tío? —dije, sin saber si podía aún sorprenderme con lo que iba aprendiendo de Lénisu. Al parecer, estaba metido en el ajo de todos los asuntos ocultos de la Tierra Baya. Me faltaba saber quiénes eran realmente los eshayríes y ya habría tenido bastantes novedades por hoy. Dejé escapar un suspiro—. ¿Cómo lo conociste? —pregunté, al de un rato, cuando ya estábamos bajando las escaleras interiores.

—¿A Lénisu? Bueno, yo no lo conocía personalmente. Amrit me habló mucho de él. Me lo pintó como alguien lleno de secretos, hábil en retórica y con amistades cuantiosas y poco fiables, pero me dijo que es “un hombre admirable que sabe salir de las peores catástrofes”, me lo dijo con esas palabras. Ya sabes que tu tío le salvó la vida al muchacho, y éste me lo recuerda todos los días desde que llegó a Dathrun. Se obsesiona queriendo ayudar a Lénisu. Y su primera acción ha sido la de convertirte en mi aprendiz.

Me sonreí, contenta.

—Eres un buen profesor.

—Y yo tengo a dos alumnos muy atentos —replicó Daelgar, atrancando la puerta una vez que hubimos salido.

“¡Varios de los movimientos en el Erlun los hice yo!”, nos comentó de pronto Syu a ambos.

Daelgar enarcó una ceja, sorprendido, y se giró hacia el mono.

—¿Es eso cierto?

“¿Por qué iba a mentir?”

“¿No puedes aguantar tu “orgullo gawalt” un momento?”, le retruqué, poniendo los ojos en blanco.

—Lo siento —dije—, pero es que a veces es un impaciente y me dice que mueva tal o tal ficha antes de dejarme pensar, y cuando no le hago caso siempre acabo peor y se ríe de mí descaradamente. Es un mono gawalt —añadí, como si eso lo explicase todo.

—Mm, ya, sinceramente creo que es la primera vez que veo a un mono gawalt solo, en compañía de una saijit.

Sentí como una bola en la garganta y carraspeé.

—No está solo, está conmigo. Es como si perteneciese a mi familia.

“¿Como si?”, repitió el mono, sin entenderlo.

“Quiero decir que eres de mi familia, ¿o no?”

“Por supuesto, ¿de qué familia iba a ser si no? Oye, ¿y si a la vuelta pasamos por la calle de los barriles?”

Puse los ojos en blanco: “la calle de los barriles” era una calle situada detrás de una calle llena de tabernas y fondas, donde se iban dejando los barriles vacíos y otros trastos que no cabían ya en el interior. A Syu le encantaba pasar por ahí, y asentí mentalmente mientras me despedía de Daelgar prometiéndole otra vez que no llegaríamos tarde a la lección del día siguiente.

—Eres un chivato, Syu —le gruñí por lo bajo, mientras me encaminaba hacia el centro de Dathrun.

El mono iba corriendo por la calle oscura y contestó sin darse la vuelta, con un tono burlón:

“¿No es verdad que te he ayudado a jugar al Erlun?”

“Bueno, sí… pero más de una vez me has hecho mover una ficha que no debería haber movido”, contesté con una mueca.

“Bah, quién puede saber lo que es mejor o peor en esta vida”, replicó Syu con filosofía.

Pegué un salto sobre un barril y aterricé junto al mono.

“¡Apuesto un zumo de naranja a que te gano en una carrera hasta el puente!”, le dije.

“¡Trato hecho! Y luego me cuentas quién es Márevor Helith, que no recuerdo quién es.”

“Trato hecho”, le contesté. “A la de tres… Uno, dos… ¡Tres!”

Salimos disparados por la calle, saltando, y sintiendo sobre nuestro rostro una fina y cálida llovizna que olía a tierra. Al principio, Syu iba el primero, pero al bajar por la avenida principal conseguí alcanzarlo; así y todo la carrera no estaba aún ganada. Quedaban unos cincuenta metros para llegar al puente y redoblamos esfuerzos.

“¡Gané!”, anuncié, alegremente, mientras Syu frenaba frenéticamente, chocándose contra mi pierna.

—Cuidado, Syu —dije, resoplando.

El mono gawalt no parecía de buen humor y, con las manos en la espalda, soltó unos gruñidos de protesta, caminando de un modo gracioso.

“Venga, no te vas a enfadar por haber perdido una vez, ¿verdad?”, le dije, poniendo los ojos en blanco.

Me reí y él, girando la cabeza, me miró con los ojos entornados.

“Si hubiésemos estado en un bosque, te habría ganado”, aseguró.

“Excusas”, gruñí, respirando aún entrecortadamente por el esfuerzo de la carrera. Y bostecé abiertamente. “Vamos a dormir, Syu. Mañana compartimos el zumo de naranja y te cuento todo lo que ha pasado en casa del maestro Helith. ¿Qué te parece?”

Syu se subió a mi hombro y se estiró perezosamente.

“Adelante, pues”, se contentó con replicar, cómodamente sentado.

Observé con sorna su pereza pero no dije nada y me dirigí hacia la academia pensando que aquella noche no sería la única que habría dormido poco: la mayoría de los estudiantes también habían acabado los exámenes aquel día y, por lo que me dijo Murri, solían festejarlo hasta muy entrada la noche.