Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 2: El Relámpago de la Rabia

10 El clérigo gnomo

Esperamos varios días en Tenap antes de reanudar nuestro viaje, principalmente porque no atraía a ninguno la idea de salir afuera con el tiempo que hacía, pues desde el día siguiente de nuestra llegada que se puso a llover a cántaros no había parado exceptuando escasos momentos de descanso en los que se oía pasar por la calle gente chapoteando entre el barro. Se oyeron noticias de inundaciones en una zona de la ciudad por el que pasaba un riachuelo que en diez años casi se había secado por completo y que ahora resurgía como antaño, según contaba un viejo parroquiano de la taberna.

Aprovechando esos días de reposo, me dispuse a erigir un programa para enseñar lo que sabía a Deria, que no solamente estaba tan animada como antes por aprender sino que ahora quería volverse «aventurera» como yo, dejando a un lado su proyecto inicial de acróbata.

—Bien —le dije el primer día en el desayuno—. He pensado que podíamos empezar desde ya tu aprendizaje seriamente y tal. ¿Te parece bien?

—¡Uau! —gritó Deria, encantada, dando un bote sobre su silla y atrayendo hacia nosotros unas miradas medio dormidas y casi gruñonas.

—Tomaré tu respuesta por un sí —repliqué con una ancha sonrisa. Y entrecerré los ojos mirando a los demás—. No quiero espectadores.

Akín puso cara inocente.

—Yo sólo pensaba ver cómo te las arreglabas.

—Y a mí, la verdad, me interesaría asistir a tus clases, Shaedra —intervino Aleria con aire experto.

—¡Aleria! —protesté—. ¿No querías ir a visitar la ciudad?

—Se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo —dijo—. Además, según he oído decir, el maestro que niega a otro maestro el permiso de asistir a sus clases suele ser por temor a ser juzgado inapto para el oficio.

Puse los ojos en blanco, exasperada y divertida a la vez.

—Últimamente te gusta mucho aquel libro de El terremoto de las sensaciones, me temo.

Aleria gruñó, enojada.

—Eso no viene de ese libro sino de uno de Malanvárs. Llamadas artificiosas de la mente, se llama. No me lo leí entero —admitió como culpable—, pero lo que dije lo decía en el prólogo, si mal no recuerdo…

El carraspeo de Lénisu interrumpió sus pensamientos y nuestra conversación y levanté la cabeza para posar la mirada sobre mi tío, de pie, con la cabeza ladeada y burlona.

—Si no os importa, os dejo con Dolgy Vranc. Si vais a visitar la ciudad, os advierto que los semi-orcos nunca tuvieron un sentido de la orientación muy desarrollado así que cuidad bien de él y que no se nos extravíe por ahí, llevando lo que lleva.

—¿Adónde vas? —pregunté, curiosa, al tiempo que Dolgy Vranc, que parecía antes medio dormido, vociferaba algo en defensa de los semi-orcos y que Aryes soltaba:

—¿Llevando lo que lleva? ¿Qué quieres decir?

Lénisu pareció considerar menos peligrosa la segunda pregunta, pues contestó:

—Llevando los años que lleva y qué sé yo. Bueno, os dejo, que tengáis un buen día, ah, y, vosotros, no os olvidéis de la promesa, ¿eh?

Miró fijamente a Aleria, Akín y Aryes sucesivamente, con una mirada elocuente, me sonrió y, con un saludo cordial de la mano, se despidió y salió de la taberna, bajo mi mirada llena de extrañeza.

—¿Qué quería decir con eso de la promesa?

Aleria y Akín intercambiaron una mirada y alzaron los ojos hacia el techo.

—Bah, reflexiones suyas, ya sabes cómo es… —dijo Aleria.

No aparté la vista de ambos y Akín acabó por reconocer:

—Bueno, en realidad, nos pidió que te protegiéramos porque… ya sabes… con lo del lich y eso…

Aleria le dio un codazo violento que le hizo soltar una exclamación de dolor y, al tiempo, vi la expresión de asombro e incredulidad de Aryes que nos miraba alternadamente y parecía estar pensando frenéticamente. Debí haberle informado mucho antes, pensé en aquel momento, invadida por los remordimientos. ¿Por qué siempre lo dejaba a un lado, apartándolo de mis confidencias? El daño ya estaba hecho. Y en aquel momento tenía que estar furioso contra mí. Lo observé de reojo mientras soltaba:

—Lénisu es un exagerado, por supuesto. Ni contra una mantícora necesitaría yo ayuda. Ya me conocéis: “matadragona soy, y con coraje voy”. —Sonreí—. ¿A que no te leíste esa obra de teatro, Aleria?

Aleria volvió a dirigirle a Akín una mirada asesina y luego sacudió la cabeza.

—No me suena.

Di una palmada y me levanté de un bote soltando:

—Pues aquí empieza el dragón, defendiendo su guarida —dije, enseñando mis garras con alma teatral. Y me dispuse a recitar.

—¿Quién se atreve a guardarme,
prohibiéndome la entrada?
—Yo, dragón fiero, cata
que aquí vengo a matarte.
Por tu maldad yo vengo
a aniquilar espantos
y a vengar estos llantos
que oyes y trae el viento.
—¿Pues tú, saijit, tan flaco,
tan desarmado vienes
a estrangular mis sienes,
tú, pícaro y osado?
—Yo vengo y a vengarme;
matadragona soy,
y con coraje voy
a donde el bien me llame.

Unos viajeros que entendían abrianés y que habían estado oyendo mi prestación aplaudieron burlonamente y les hice una reverencia de actriz profesional con no menos burla, mientras Deria, Dol y Akín se reían a carcajadas por mis mímicas exageradas. Al cabo, me tropecé con la pata de un banco y me di en el dedo pequeño del pie con lo que mis amigos redoblaron la risa mientras Aleria soltaba un suspiro.

—Creo que por una vez Lénisu tenía razón, realmente necesitas a algún protector que te vaya sujetando mientras vas matando dragones, no vaya a ser que te vayas descalabrando por ahí.

Me reí.

—Bah, por ahora sigo viva. —En aquel momento crucé la mirada pensativa de Aryes e inspiré hondo—. Bien, ¿vamos ya?

Dolgy Vranc aprobó con la cabeza, se terminó su segunda copa de vino, y se levantó. Cada vez que lo hacía, me maravillaba lo alto que era y sin duda, mientras estuvimos dando la vuelta a la ciudad, atrajo la mirada de la gente al pasar, pues no era común encontrarse con un semi-orco, y además tan grandote.

Mientras visitábamos las fuentes, las plazas, el mercado y no sé cuántos barrios de Tenap, empecé a enseñarle a Deria las nociones básicas del jaipú y del morjás; le hablé de las energías, citándole el nombre de todas; le hice un recorrido histórico muy rápido sobre el descubrimiento y estudio de las energías y, finalmente, cuando hube aburrido a todos los demás y cuando ya estábamos regresando a la taberna después de unas cuantas horas de vagabundeo, comencé a darle consignas sobre cómo utilizar el jaipú según diversas situaciones; Deria se maravilló cuando le dije que se podía utilizar el jaipú hasta para cocinar.

—¿Pero eso es verdad? —dijo Deria, sin poder creerlo.

—Yo no paraba de hacerlo —le aseguré—. Vivía en una taberna, así que me entretenía utilizando el jaipú en cuanto podía. Para servir, por ejemplo, llevaba la bandeja en equilibrio sobre la mano y conseguía calcular el momento preciso en el que podía quedarse quieta sin caerse, aunque estuviese haciendo malabarismos, cosa que no solía pasar porque mi hermana, Wigy, no lo toleraba.

—¡Tienes una hermana! —exclamó Deria, sorprendida.

—Er… sí, bueno, sólo somos hermanas por haber crecido juntas, claro que yo la considero como una hermana de todas formas. Lo que te prohíbo que hagas, retomando el hilo, es utilizar el jaipú en el exterior, porque eso puede ser peligroso. Hay gente que ha muerto trastornada por haber perdido el jaipú. Tienes que saber que el jaipú no eres tú y que tiene una conciencia propia que tienes que aprender a conocer. Ningún jaipú es igual, pero creo que todos, si les das demasiada rienda suelta, tienden a querer recuperar su libertad, si algún día la tuvieron, claro, lo que es discutible. En fin, que yo sepa, ni los más doctos saben de dónde viene el jaipú, dicen que es la única energía viva con el morjás y el pairás, aunque no veo por qué las otras energías no van a estar vivas —reflexioné, pensativa—. ¿Ya te he dicho cómo se llamaban las energías del jaipú y del morjás?

—Las energías dársicas —asintió Deria.

—Exacto. Con el pairás, son las tres energías que llamamos dársicas. Bueno, no sé cómo se dirá dársicas en naidrasio o en nailtés, pero como no sé lo que significa ni en abrianés, no te puedo decir.

—No importa, ya me he habituado a que me saques palabras raras en abrianés —aseguró Deria con seriedad.

Sonreí.

—Bueno, por el momento ya hemos trabajado bastante, a la tarde seguimos un poco si te apetece, ahora tengo hambre —dije, entrando en la taberna detrás de los demás.

Cuando pasé la puerta de la taberna, lo primero que vi fue a Lénisu sentado en compañía de un gnomo con hábito de clérigo, hablándole con suma locuacidad. El gnomo parecía, en cambio, más reservado y suspiraba y sonreía misteriosamente.

—¡Lénisu! ¿Siempre tramando algo, eh?

Dolgy Vranc sonreía con su sonrisa de semi-orco y Lénisu le correspondió con una mueca inocente.

—¿Ah? Bah, ¿yo, tramando algo? Ni se me ocurriría. ¡Shaedra! Sobrina mía, acércate, tengo algo para ti.

En cuanto me había visto se había girado hacia una bolsa de esparto que guardaba debajo de la mesa y me acerqué con curiosidad hasta que vi a mi tío sacar un par de botas de un color pardo claro. Los ojos de Lénisu chispeaban alegremente.

—Creo que te irán de maravilla. Pero… lávate los pies antes de ponértelas, ¿eh?

Bajé mi mirada hacia mis pies cubiertos de barro e hice una mueca divertida.

—Gracias, Lénisu, es… todo un detalle.

Su sonrisa se ensanchó y me tendió el regalo. Cogí las botas y las inspeccioné minuciosamente mientras mi tío añadía hablando en general:

—He pensado que querríais cambiar de ropa, ya que la que llevamos no conviene precisamente a un grupo tan celebrado como el nuestro. Srakhi Léndor Mid, aquí presente, es un viejo amigo mío y dice que nos va a proporcionar lo que necesitemos, ¿verdad?

El gnomo clérigo no había dejado de mirarnos con sus ojos globulosos y pardos. Tras un momento de silencio, carraspeó y asintió.

—Exacto. Os pasaré la ropa a la tarde —dijo al levantarse—. Ahora, si me permitís, me esperan para comer.

—Por supuesto —replicó Lénisu, levantándose también con la misma caballerosidad que Srakhi.

El gnomo saludó con la cabeza. Parco pero simpático, pensé, al seguir con la mirada su silueta algo regordeta y de andar enérgico.

—Un curioso personaje —comentó Dolgy Vranc—. ¿Por casualidad no compartirá el mismo oficio que tú, antaño, amigo mío?

Lénisu negó con la cabeza, jugueteando con una piedrita azul.

—No, qué va… es un hombre honrado. Lo que ocurre es que es un hombre original, por eso somos amigos.

—Oh, entiendo —masculló Dolgy Vranc, sentándose a la mesa.

—¿Qué tal el paseo? —preguntó Lénisu—. Supongo que tendréis hambre, voy a hablar con el tabernero y luego me contáis cómo os ha parecido Tenap.

Akín gruñó.

—Shaedra y Deria no han parado de hablar. ¡Me daba la impresión de haber vuelto a la Pagoda!

Lénisu sonrió y se alejó.

—Afortunadamente os habéis librado de los deberes —repliqué y añadí—: Al menos por esta vez, ¿verdad, Deria?

Le guiñé el ojo a Akín y ambos soltamos una risotada ante la expresión atónita de Deria.

—¿Deberes? —repitió.

Hice un gesto vago con la mano, restándole importancia al asunto.

—Bah, no serán demasiados, no te preocupes. Los suficientes como para que te hartes.

—Por cierto —intervino Aryes—. ¿Dónde está Stalius?

Aleria, Akín y yo paseamos la mirada por la taberna en un mismo movimiento, pero no había ni rastro de Stalius. Fruncí el ceño e intercambié una mirada con Aleria.

—No tengo ni idea de adónde habrá ido —me dijo, adivinando mi pregunta silenciosa.

* * *

Stalius no apareció hasta la hora de la comida, cuando hacía tiempo ya que habíamos dado las gracias al gnomo por la ropa que nos había traído. Eran ropas simples, pero prácticas, de las más comunes que se encontraban por toda la Tierra Baya: calzas, túnica y capa de viaje, sin adornos pero de buena calidad y calientes. Los demás se calzaron con unas botas de cuero rígido y oscuro y yo con las botas que Lénisu me había regalado. Me iban perfectamente y aunque no estaba acostumbrada a andar con algo en los pies estas botas fueron las primeras que me parecieron realmente cómodas.

En los días sucesivos, Deria se mostró muy atenta y animada para aprender y llegué a pensar que en tenacidad no tenía nada que envidiarle a Aleria. En total, nos quedamos ocho días en Tenap, mucho más tiempo de lo que esperábamos, y Stalius cada día estaba más nervioso y, aunque no acostumbraba hablar mucho, aquellos días estuvo repitiendo incansablemente que Aleria no podía esperar, que la Hija del Viento tenía que llegar a su tierra cuanto antes. Y con cierta sorpresa vi que Aleria también estaba impaciente. ¿Es que acaso pensaba que lo que decía Stalius sobre la Hija del Viento tenía un fundamento más complejo que el de una creencia local?

Estaba andando en la calle con Deria, y mientras ella probaba el ejercicio mental que le había mandado, avanzaba yo sumida en mis pensamientos, con lo que no vi la mujer más que cuando colisioné con ella. El caso es que era mucho más grande que yo, era una elfocana de unos veintitantos años, rubia y bien vestida y, al chocarnos, bajó sus ojos sobre mí con el mismo aire sorprendido con que la miré yo. Pestañeó varias veces, con sus ojos azules y clarísimos.

—Ups —solté esforzándome por sonreír pese al susto que me había llevado—, ya lo siento, señora.

Visiblemente era de buena familia. Llevaba un vestido pajizo y una cestilla vacía que había dejado caer torpemente. Se le quedó la cara embobada y aturdida durante un buen rato, pero finalmente me sonrió vagamente, como dándose cuenta de pronto de que estaba delante de ella, y continuó su marcha rodeándome y hablando para sí con murmullos ininteligibles. Intercambié una mirada rápida con Deria y recogí la cesta para devolvérsela a la damilla que parecía estar totalmente en las nubes.

La perseguí llamándola pero no se giró hacia nosotras y tuve que estirarle de la manga para que me mirase otra vez.

—Esto… creo que se ha dejado esto —le dije, enseñándole la cesta y chapuceando el nailtés.

La elfocana parpadeó y agitó la cabeza, como para despertarse de un sueño y cuando me volvió a mirar parecía más despejada.

—¿Me estabas hablando, pequeña?

—Ahm… esto… Tome, lo dejó caer en la calle y es suyo creo.

Miró la cesta y frunció el ceño.

—No necesito ninguna cesta, gracias. Pero ¿qué hacéis aquí? ¿No deberíais estar en clase?

Intercambié una mirada inquieta con Deria. Definitivamente, aquella elfocana deliraba.

—Vámonos —me murmuró Deria a la oreja.

Pero yo, que tenía todavía la cesta en la mano, no podía creer que aquella mujer que la había dejado caer no quisiese recuperarla.

—Pero si es suya, señora, la dejó caer ahí, en la calle, nos chocamos…

—¿Me choqué? ¿Con quién? ¿En un lugar tan llano como éste y tan desierto? ¡Qué cosas dices, hija!

Fruncí el ceño y me encogí de hombros, decidiendo que quizá podría convencerla de que me cogiese la cesta.

—Creo que tiene usted un problema de percepción. Estamos en Tenap, esto que está subiendo es una cuesta. Y hay gente que pasa al lado, ¿cómo va a estar desierta una ciudad?

—Cierto, si estamos en una ciudad, puede que haya gente, pero… —y me sonrió como con compasión— esa gente son sólo fantasmas. Es una pena que no lo veas.

—Ah. —Callé un rato y suspiré echando una mirada acusadora hacia la cesta—. ¿Seguro que no quiere recuperar la cesta?

En ese momento apareció un elfocano de unos sesenta años corriendo hacia nosotras y llamando a voces:

—¡Ládori! ¡Ládori!

El hombre era casi tan grande como la joven mujer, y por sus rasgos entendí que tenía que pertenecer a la misma familia. De rostro pálido y alargado, sus ojos azules agrandados, llegó el hombre hasta nosotras con la respiración entrecortada. Desde luego no parecía habituado a semejantes carreras.

—¡Válgame el cielo! —soltó—. ¿En qué estabas pensando, querida? Te dije que me esperaras.

Ládori no contestó nada pero al verle una sonrisa se había puesto a flotar en sus labios rosáceos.

—Padre. Claro que te espero. ¿Por qué no te esperaría? —Frunció el ceño—. ¿Pero a qué quieres esperar?

Ladeó la cabeza y pestañeó como si alguna luz intensa le molestara. De pronto un rayo de luz me iluminó la conciencia. ¡Ládori había sufrido una crisis de apatismo! Y por lo visto parecía un mal incurable. Con mi jaipú, indagué discretamente el suyo y lo descubrí tan deshilachado como el del viejo Jenbralios, pero de una manera distinta, era más homogéneo, como aceite incapaz de reconstruirse.

De pronto recibí algo así como un empujón y al cruzarme con la mirada del padre de Ládori me entró algo de timidez entendiendo que había percibido mis pesquisas con el jaipú.

—Me gustaría saber quiénes sois vosotras —pronunció con el ceño fruncido.

Intercambié una mirada rápida y aprensiva con Deria y carraspeé.

—Estábamos andando tranquilamente cuando me choqué con su hija y como dejó caer su cesta la recogí para devolvérsela pero dice que no la necesita así que, ya ve, no sabía qué hacer…

—Ya —me interrumpió, cogiéndome la cesta de las manos—. Gracias por la cesta. Vayámonos, Ládori, o llegaremos tarde.

Se marcharon sin una mirada atrás y no pude más que quedarme sorprendida por la sequedad repentina del padre. ¿Acaso el hecho de que yo supiera que su hija era apática le podía haber avinagrado su conducta? Podía ser.

En el camino de vuelta a la taberna le di a Deria todos los avisos posibles contra el consumo del tallo y el apatismo hasta que ella me echase miradas claramente aburridas. Al cabo, con un suspiro, dejé de marearla pero, definitivamente, ver a una persona tan joven y apática había estremecido hondamente mis ideas.

Finalmente, llegó el momento de salir de Tenap y nos sorprendimos todos cuando, a la mañana de aquel día, apareció Srakhi Léndor Mid por la puerta de la taberna. El gnomo seguía llevando su mismo hábito de clérigo pero tenía colgada a la espalda una bolsa de viaje.

Nos giramos todos hacia Lénisu con las cejas enarcadas pero éste ni nos miró.

—Bien —soltó alegremente—. ¿Estamos todos? ¿Sí? Pues adelante, que después de un buen desayuno se agradece una buena marcha. Srakhi, amigo mío, abramos la marcha.

Salimos de la taberna en silencio. Estábamos ya saliendo de la ciudad, cuando Aleria murmuró como contrariada:

—Lénisu siempre nos reserva sorpresas.

—Tu tío tiene extrañas amistades —apuntó Akín, asintiendo con la cabeza—. Pasa de amigos contrabandistas a amigos clérigos.

—Y quién sabe si no es las dos cosas a la vez —suspiré, la mirada posada sobre la punta de la espada que despuntaba de la túnica de Srakhi.

Aquel gnomo desconocido, fuera quien fuera, nos había dado ropa. Con lo cual no era imposible que Lénisu le hubiera hecho algún favor algún día… o que pensaba hacérselo en el futuro. Pero bah, quién podía saber lo que Lénisu había hecho en su vida. Tras pasar varios años en los subterráneos, sin duda tenía que tener amistades todavía más extrañas que ésa. Sin embargo, algo en Srakhi atraía mi atención. Un aura extraña le envolvía, como si el morjás estuviese intentando entrar en su jaipú… ¡qué idea más extraña!

—Aryes —dije de pronto, mientras andábamos—. Tú que sabes cosas sobre la energía órica… ¿sabes si es posible hacer levitar varias cosas a la vez y chocarlas entre sí sin que reboten?

Akín y Aleria me echaron una mirada extraña mientras Aryes parecía absorbido por las consecuencias de la pregunta.

—Bueno —contestó al fin—. Si guardas una fuerza igual para los dos objetos, creo que sería posible, claro, sin que reboten. Pero eso pide mucha más energía que hacer levitar un sólo objeto. No es cuestión de habilidad, sino de concentración.

—¿Y para qué querías saber eso, así de repente, Shaedra? —preguntó Aleria, curiosa.

—Sí, ¿para qué? —dijo Akín con sumo interés.

—Oh —dije, con aire misterioso—. ¿Seguro que queréis saberlo? —Sus expresiones me valieron—. Bien —proseguí, bajando la voz—. Observad el jaipú del gnomo. ¿No notáis algo extraño?

Ambos miraron al gnomo intentando percibir lo que yo había percibido. Aryes, el ceño fruncido, sumido en sus pensamientos, se había olvidado totalmente de lo que lo rodeaba, y su pie iba directo hacia una enorme boñiga de vaca que las lluvias habían dejado esparcida pero aún bien visible.

—¡Ey! —le dije, apartándole de un tirón, mientras Akín sacudía la cabeza sin dejar de mirar al gnomo.

Aryes, sorprendido, se tambaleó y los diablos sabrán cómo acabamos perdiendo el equilibrio los dos. El barro salpicó por todas partes cuando dimos con nuestros huesos en el camino.

Mientras tanto, Dolgy Vranc, Lénisu y Srakhi hablaban animadamente delante y Stalius cerraba la marcha con su habitual silencio de legendario poco hablador. Solté un gemido al sentir que toda mi ropa iba absorbiendo el agua.

—Lo siento —dijo Aryes, sonrojado, levantándose y prestándome una mano para ayudarme a levantarme.

—Supongo que me lo merecía —dije con optimismo, sacudiendo los brazos para deshacerme del barro—. Después de todo —añadí carraspeando— te debo unas cuantas explicaciones. Estuve pensándolo y he llegado a la conclusión que fue un error no decirte nada acerca de todo esto.

Aryes me miró estupefacto y tras un leve momento de incertidumbre asintió con la cabeza.

—De hecho, me preguntaba si algún día confiarías en mí. Empieza desde el principio porque creo que ignoro más cosas de las que tú crees…

En ese momento, Akín y Aleria nos señalaron, riendo a carcajadas, y Lénisu, al girarse la cabeza y vernos a mí y a Aryes cubiertos de barro, me dirigió una gran sonrisa sorprendida.

—Por Éladar, sobrina, no dejarás de sorprenderme. Basta con que deje de vigilarte un instante para que te conviertas…

—¡En un elemento de tierra! —exclamó Deria, muy divertida.

Los miré con cara de pocos amigos y alcé orgullosamente la cabeza esperando que no se me notase el rubor.

—Sigamos. La lluvia nos limpiará —sentencié.

Y de hecho, la lluvia nos limpió y nos hundió cuando empezó poco tiempo después a caer a cántaros. Realmente parecía que nos esperaba un Ciclo del Pantano. En aquel instante eché profundamente de menos el sólido techo del Ciervo alado. La lluvia nos permitió hablar tranquilamente sin que pudiésemos ser oídos de Srakhi y los demás, y así procedí a explicar a Aryes y a Deria, con la ayuda de Akín y Aleria, todo lo que les faltaba para comprender cómo Lénisu había aparecido en mi vida y cómo Dolgy Vranc formaba parte de nuestro variopinto grupo. Aryes escuchaba todo con gran serenidad y finalmente lo aceptó todo con una normalidad que curiosamente me tranquilizó. Me había imaginado que Aryes se enfadaría conmigo o se lamentaría de haber cruzado el monolito, pero su falta de reacción más que sorprenderme me hizo pensar que nada de lo que había sucedido era irreparable y que quizá bastaba guardar la calma para encontrar a Murri y Laygra y al fin poder volver a Ató todos sanos y salvos.