Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 1: La llama de Ató

8 El ocaso del camino

—¿El Amuleto del qué? —exclamó Shaedra, dudando de si tenía que estar entusiasmada o aterrada por haber poseído durante cuatro años un collar con un nombre tan truculento.

—El Amuleto de la Muerte —susurró Aleria con un hilo de voz—. Es uno de los Amuletos Malditos.

Parecía realmente asustada. Shaedra sintió que todo el entusiasmo se le venía abajo.

—Leí en un libro que en total se conocen veinticinco Amuletos Malditos —explicó Aleria como en un sueño—. Y de entre ellos, hay nueve que son particularmente poderosos.

Iba a añadir algo, pero calló, como sofocada. Shaedra intercambió una mirada con Akín y vio que él estaba tan perdido como ella, lo que la reconfortó un poco.

—¿Y el Amuleto de la Muerte es uno de esos nueve?

—Ahá —contestó Dolgy Vranc—. El Amuleto de la Muerte es uno de los más potentes. Y la leyenda dice, corrígeme Aleria si me equivoco, dice que cada Amuleto Maldito… —hizo una pausa como para dar más suspense a lo que iba a decir— echa una maldición eterna al que lo lleva.

—Una… ¿maldición? —repitió Shaedra, sintiendo que su rostro se iba cubriendo progresivamente de una lividez enfermiza—. ¿Y qué maldición?

Hubo un silencio. Aleria y Dolgy Vranc intercambiaron una mirada. Shaedra se imaginó muriendo al de unos segundos. Venga ya, no seas catastrofista, se sermoneó.

—¿No tendrá efectos parecidos a los de la Armadura de los Muertos, verdad? —articuló mientras sentía que el corazón se le aceleraba.

—Diste en el blanco, querida —replicó Dolgy Vranc—. Pero hay algo que no entiendo.

Aleria asintió y se giró hacia Shaedra.

—Sí, hay algo que no tiene lógica en la leyenda. Porque según la leyenda el que se ponga ese amuleto muere o se convierte en un muertoviviente. En eso consiste la maldición.

—Según la leyenda —repitió Shaedra, sintiendo la boca seca.

—Sí —farfulló Aleria con la voz aguda—. Según la leyenda deberías haber muerto.

Pero no lo estoy, pensó Shaedra. Y, triunfante, sonrió ampliamente.

—Eso quiere decir que afortunadamente las leyendas no siempre son ciertas —soltó.

Pero el ambiente estaba demasiado pesado como para que alguien sonriese ante su optimismo. Hasta Akín se había vuelto pálido como la muerte. Aleria temblaba y el semi-orco tenía la mirada fija en el amuleto, fascinado, como fascina la muerte a los locos.

Shaedra soltó un gruñido.

—¡Pero si parecéis más afectados que yo, por Ruyalé! —se quejó.

Se levantó, cogió el collar y lo metió en el bolsillo antes de que el semi-orco hubiera podido mover el dedito.

—Tengo que irme o llegaré tarde —dijo.

Akín y Aleria se levantaron de un bote.

—¿Adónde tienes que ir? —preguntó Akín, aturdido por el cambio. Parecía despertarse de un sueño lleno de aventuras.

—Quedé con Suminaria para que me enseñase cosas sobre las energías. Seguramente estará encantada de enseñaros a vosotros también. ¿Venís?

—¿Y las promesas? —intervino entonces Aleria.

Shaedra se detuvo en seco y se giró hacia Dolgy Vranc. Este se había levantado y guardaba sus instrumentos en su caja. ¿Para qué diablos le habrían servido? ¿Acaso había sido sólo una mascarada? Y entonces entornó los ojos. ¿Y si Dolgy Vranc mentía? ¿Y si no fuese realmente el Amuleto de la Muerte?

—Venid los tres mañana a las seis —dijo Dolgy Vranc—. Os diré en qué me podréis ayudar. Ahora marchaos y no habléis de esto con nadie por vuestra propia seguridad. Sé lo que he visto: este collar tiene una potencia monstruosa y podría matar a un dragón si se lo pudiese pasar al cuello. El hecho de que no hayas muerto, Shaedra, extrañaría a la gente todavía más que saber que estabas en posesión del Amuleto de la Muerte.

Su expresión seria e intensa le hizo impresión. Shaedra apretó los dientes. Dolgy Vranc parecía sincero, pero no podía fiarse. Aun así, si decía la verdad, entonces… Shaedra odiaba hacerse la pregunta pero… ¿por qué no estaba muerta?

—Mañana estaré aquí —afirmó, decidida.

Salió de la casa de Dolgy Vranc y suspiró de alivio al ver el sol. Pasaron la avenida y cerraron el portal detrás de ellos, sin una palabra. Anduvieron un rato más en silencio, sumidos en sus pensamientos. El día parecía haber cambiado. Parecía haber pasado mucho tiempo desde que Shaedra le había ganado a Suminaria en la carrera.

—¿Así que Suminaria te ha propuesto enseñarte lo que enseñan en la Gran pagoda? —preguntó Akín.

Shaedra hizo una mueca y sonrió.

—En realidad, se lo he propuesto yo. Creo que en el fondo es una buena persona.

—Un poco rara.

—Un poco rara —concedió ella—, pero seré tolerante.

Aleria suspiró.

—¡Rara, dice! No creo que ella tenga en su bolsillo algo capaz de matar a una persona.

—No había pensado en eso desde ese ángulo —reconoció Shaedra—. ¿Crees que debería tirarlo al agua?

—¡No! —se horrorizó Aleria—. Imagínate que lo encuentra cualquiera. No puedes hacer eso…

—Vale, vale. Sólo era una propuesta. Lo guardaré en el bolsillo… —soltó una risita después de un silencio—. ¡Y yo que pensaba, de pequeña, que la hoja de acebo era la hoja de la felicidad!

Caminaron en silencio hasta la biblioteca. Cuando iban a entrar, Shaedra los detuvo con el brazo.

—Ahora que lo pienso…

—¿Qué? —dijo Aleria con impaciencia.

—¿Y si Murri se equivoca? ¿Y si lo que Jaixel busca no es una parte de su filacteria sino el Amuleto de la Muerte? Eso explicaría muchas cosas.

Sus dos amigos reflexionaron un momento y al cabo Akín preguntó:

—¿Y qué explicaría?

Shaedra abrió la boca, frunció el ceño y la volvió a cerrar. Les dedicó una sonrisa payasa.

—Se me ha olvidado lo que quería decir.

Ellos gruñeron, exasperados, y ella hizo una mueca pensativa.

—A decir verdad, dije eso porque me ha parecido que quedaba bien. —Shaedra carraspeó ante la mirada fulminante de Aleria, Akín ya se estaba riendo—. ¿De verdad nunca se os ha antojado hablar como los aventureros? Por cierto, ¿habéis oído lo de los nadros rojos que se están acercando a Ató?

* * *

—¿Tampoco sabéis cómo se realiza una fusión de hilos? —preguntó Suminaria, atónita.

Estaba perpleja. Shaedra y sus dos amigos negaban con la cabeza otra vez.

—¿Pero qué habéis aprendido durante estos años? —soltó Suminaria, desesperada.

Akín fue enumerando:

—Historia, literatura…

—Matemáticas, biología… —siguió Shaedra.

—Y mucha teoría sobre las energías —terminó Aleria.

—Pero de práctica no gran cosa —añadió Akín.

Suminaria los observó sin una palabra. Intentó ponerse en su lugar, pero le fue difícil. ¿Cómo iban a saber en qué consistía una fusión de hilos y no saber realizarla? Ya sabía que el nivel en la Gran Pagoda era mucho mayor, y que no cogían a cualquiera, pero ignoraba que el abismo fuese tan grande.

—Veamos, ¿por dónde empezar? —dijo como para sí—. Sabéis lo que es la fusión de hilos.

—Sí —asintió Shaedra—. Lo aprendimos hace tiempo sin embargo…

—¿Qué?

—Sin embargo yo, personalmente, no sabía qué eran exactamente esos hilos antes de hoy.

Miró interrogante a Akín y Aleria y ambos asintieron. Ellos también habían aprendido lo que era un hilo aquella mañana. No era la primera vez que habían oído hablar de hilos pero nunca se habían molestado en averiguar lo que era.

—Perfecto —dijo Suminaria con la voz neutra y apagada. ¿Cómo podían esperar convertirse en orilhs? Que la ternian fuese mucho más rápida corriendo no la ayudaba en nada para ser una orilh. Aleria parecía saber mucha teoría pero no sabía hacer más cosas que los demás y Akín tenía pinta de estar totalmente perdido hasta en la teoría. ¿Qué hacer? ¿Realmente quería enseñarles a mejorar?

Pensó en los demás snorís y luego recordó que una cosa que le había intrigado en Shaedra era su humor y su carácter salvaje. Apostaría a que era la única ternian de toda Ató. Y su ansia de aprender le subía un poco el ánimo, que últimamente tenía bastante bajo. Y al menos, cuando no estaban haciéndose bromas, tenían una conversación interesante.

Así que apretó los dientes y empezaron la lección. Estaban metidos en una de las salitas de la biblioteca, sin libros, porque a Suminaria no le hacían falta para enseñarles a sus compañeros unas cosas tan básicas que hasta un nerú sabía en Aefna.

Era consciente de que para ellos debía de comportarse un poco con arrogancia, pero es que ¡era imposible no exasperarse ante tanta ignorancia! Claro que la culpa no sólo la tenían ellos, sino el hecho de que todos los mejores maestros se fuesen a Aefna, o a Neiram. ¿Quién querría meterse en Ató, pequeña ciudad perdida en un valle peligroso por donde bajaban todos los bichos y monstruos de la Insarida?

Tío Garvel, pensó, conteniendo un suspiro, mientras miraba los esfuerzos de sus nuevos y primeros discípulos por fusionar hilos. Akín, por su sonrisa, parecía todavía enganchado a la euforia de su jaipú y si no la superaba se quedaría ahí hasta que le diesen una buena bofetada. Shaedra tenía cara concentrada y parecía estar parlamentando con su jaipú. Aleria, en cambio, le dio la impresión de estar revisando mentalmente los recuerdos de algún libro que se había leído para intentar controlar su jaipú y fusionar los hilos mediante el arma que intentaba controlar, es decir que estaba metida en un inútil círculo vicioso.

Esta vez, dejó escapar un suspiro. No lo iban a conseguir. Al menos no aquel día. Tenía que encontrar algo más fácil. Buscó en sus recuerdos. ¿Qué había aprendido ella en sus primeras lecciones sobre el jaipú?

* * *

Cuando Shaedra abrió los ojos y vio la mirada decepcionada de Suminaria, carraspeó, molesta.

Akín y Aleria aún estaban metidos en su jaipú.

—¿Somos tan malos alumnos? —preguntó, ruborizándose.

La tiyana adoptó una expresión más suavizada y meneó la cabeza, hizo una pausa, y se encogió de hombros.

—La verdad es que nunca había hecho de maestra —admitió—, así que no puedo comparar.

—Somos malos alumnos —suspiró Shaedra, confirmando. Echó una ojeada hacia Akín que seguía sonriendo y a Aleria, que parecía emerger de un profundo sueño.

—Tengo una idea —dijo de pronto Suminaria—. Creo que ya sé cómo vamos a empezar. Ya que no os sabéis las bases os tendré que enseñar desde el principio, como a los nerús.

Shaedra entendió que no pretendía burlarse de ellos, sólo ayudarlos. No hacía falta ponerse de mal humor ni nada de eso. Asintió con firmeza, contenta.

—Me alegro de que no te hayamos desesperado todavía.

—Ya se desesperará —pronunció Aleria, abriendo sus ojos rojos—, ¿cuál es el siguiente paso?

Suminaria echó una mirada hacia Akín.

—Darle una bofetada a vuestro amigo. Me temo que, si no, no se va a despertar.

Aleria y Shaedra se giraron de golpe hacia Akín. Efectivamente, parecía totalmente sumido en su jaipú. Las comisuras de sus labios se levantaban de manera pronunciada.

—¿Otra vez se ha dejado atrapar? —soltó Aleria.

Shaedra se echó a reír, pero Aleria parecía irritada y se levantó para estirarle de las orejas al elfo oscuro, quien sonrió todavía más. La risa de Shaedra redobló.

—¡Estira más fuerte! —le dijo, partiéndose de risa.

—¡Ay! —se quejó entonces Akín, volviendo a la realidad—, ¡traidoras! —gritó.

De pronto, la puerta se abrió en volandas y el Archivista Mayor apareció en el marco. Sus ojos pálidos lanzaban relámpagos llameantes.

—¡Silencio! —tonó.

Inmediatamente, hubo silencio. Shaedra intentó poner cara de buena alumna, y fue borrando progresivamente su sonrisa, adoptando una mueca seria y responsable. ¿Los castigaría? ¡Esperaba que no coincidiese con la cita del identificador!

—Lo siento mucho, señor —soltó Aleria.

—Y yo —reforzó Akín.

—Todos nosotros lo sentimos mucho —indicó finalmente Shaedra.

Aleria la fulminó con ojos amenazantes y le dijo al Archivista Mayor con suavidad:

—Estábamos trabajando cuando…

—Callaos todos —los interrumpió—. Y salid de aquí. Si oigo una sola palabra más, podéis estar seguros de que no volveréis a entrar en mi casa sin contribuir a llenar las arcas de Ató.

Aleria iba a responder cuando una mirada del archivista la dejó petrificada. Recogieron sus mochilas y salieron de la biblioteca en un silencio de muerte.

A Shaedra le gustaba volver a encontrarse con el cielo arriba.

—Al menos no nos ha castigado —suspiró, aliviada.

Aleria debía de estar conteniendo toda su tensión porque en aquel momento explotó como un nadro rojo:

—¡¿Que no nos ha castigado?! ¡Nos ha echado de la biblioteca! Nos ha fichado, Shaedra. La próxima vez que entremos, es decir mañana, ¡nos mirará como a enemigos! ¡Oh! —se quejó, desesperada—. Él fue quien me permitió llevarme Energías dársicas de las criaturas. ¿Qué puedo hacer ahora? Jamás me dejará llevarme más libros.

Shaedra levantó los ojos al cielo.

—Aleria, no creo que…

—¡No confiará en mí! —la cortó. Parecía realmente afectada. Estaba en uno de esos típicos estados suyos que sólo arreglaba el tiempo. Shaedra suspiró.

—Lo que tú digas. Pero, aun así, creo que no ha sido para tanto.

—¡Eso lo dices tú, Shaedra! —protestó Akín—. Me habéis estrujado las orejas.

—Ha sido Aleria —la delató Shaedra.

—Tú te estabas riendo —la culpó.

—Y tú has gritado como si te estuviesen tirando un cubo de agua helada… —Puso una cara pensativa—. Aunque eso no habría sido mala idea…

Akín le dio un empellón y Shaedra le contestó estirándole el pelo. La lucha se había iniciado. Akín intentó cogerle el brazo pero Shaedra fue más rápida y pegó un salto, llegando al parque dando vueltas y vueltas, y luego Akín la tiró al suelo y ambos se quedaron riendo en la hierba mientras Aleria humeaba ensimismada y Suminaria los miraba, curiosa, como si estuviese mirando dos pajarillos exóticos.

Shaedra sintió su jaipú brotar por todas partes y cerró los ojos. Al de un rato, volvió a abrirlos, animadísima.

—¡Suminaria! Lo he conseguido. ¡He conseguido fusionar dos hilos!

Suminaria puso los ojos en blanco.

—Me alegro. Dejaremos esta lección para otro día. ¿Qué me dices si cumples tu parte del trato y vamos a dar una vuelta por Ató?

Shaedra se levantó de un bote, dejando a Akín enderezarse con más lentitud.

—¡Excelente idea! Te voy a enseñar el altar, a menos que lo hayas visto ya. Y luego te enseñaré Roca Grande… no espera, también tengo que enseñarte Tres Piedras, es el lugar más bello de toda Ató, a menos que prefieras ver la casa del orilh Lahries, es la casa más hermosa de toda la ciudad…

Suminaria sonreía, divertida.