Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 1: La llama de Ató

7 Identificación

Se habían instalado en el parque de la Neria, lejos de los oídos indiscretos. Shaedra había decidido contarles todo, porque al fin y al cabo eran sus amigos desde hacía cuatro años y sabía que si no se lo contaba a ellos, no se lo contaría a nadie. Así que empezó la pequeña historia comenzando por lo ocurrido hacía cuatro años. Hablaba y sus palabras le parecían muy ligeras en comparación con la significación que tenían para ella. No se extendió con detalles, sobre todo en lo concerniente a su vida pasada, antes del ataque de los nadros rojos. Fue al grano y dijo todo lo que tenía que ver con ella en el presente. Acabó su relato con el sentimiento de que se había deshecho de una pesada carga.

Hubo un largo silencio. Ni Akín ni Aleria le habían interrumpido en ningún momento. La habían escuchado atentamente hasta el final, porque para eso servían los amigos, y ahora Shaedra notaba claramente que no sabían qué decir.

—¿Un lich? —articuló Akín al cabo, perplejo.

Como si hubiese sido la señal, Aleria se lanzó:

—Aunque sé que dices toda la verdad, tu historia no tiene sentido. ¿Por qué vuestros padres iban a abandonaros en un pueblo de humanos? Habría sido más lógico que fueran ternians. Y luego, ¿cómo el tal Jaixel se enteró de que existíais? ¿Y por qué no volvió a intentar atacaros? Si es verdad que ha perdido su filacteria…

—Parte de su filacteria —la corrigió Shaedra.

—Eso, si ha perdido parte de su filacteria, ¿por qué se cree que atacándoos va a poder recuperarla? Si he entendido bien, son tus padres los que tienen esa parte de la filacteria, y ellos no creo que si… que si murierais fuesen a sentir ninguna emoción, puesto que son…

Ahí, Aleria se quedó sin habla, como ahogada por lo que iba a decir.

—Nakrús —terminó Shaedra—. Sí, entiendo tu duda. Y ayer creía tener la respuesta, pero ahora no estoy tan segura.

Agarró el collar que llevaba desde hacía cuatro años, sin separarse de él, y se lo quitó pasándoselo por encima de la cabeza. Sintió entonces como una leve descarga. Su movimiento quedó un momento en suspenso al tiempo que se preguntaba si podía tratarse de un collar mágico. Por lo visto, tenía todas las probabilidades de serlo.

—¿Cómo no me he dado cuenta antes? —soltó, irritada por su ceguera.

Sus dos amigos se habían acercado, mirando el collar, curiosos. Ambos sabían que su amiga lo llevaba desde que había llegado a Ató, y debían de preguntarse en aquel instante qué demonios tenía que ver ese colgante con su rocambolesca historia.

—¿El qué? —la animó Akín.

Shaedra se sintió un poco abochornada y dejó caer el collar en la hierba. El dije en forma de acebo cayó sobre una vellorita que se dobló bajo su peso.

—Este colgante lo encontré en el pueblo, cuando tenía ocho años. Cuando me lo puse me apareció una criatura horrible y luego no me lo he vuelto a quitar desde entonces. Pero ahora se me acaba de ocurrir que quizá este collar sea peligroso y que esté encantado.

—¿Encantado? —repitió Akín, frunciendo el ceño.

Shaedra se encogió de hombros.

—Estoy casi segura. Cuando me lo he quitado, ahora, he recibido como una descarga.

—Mientras no te ataque realmente esta criatura horrible que habías visto —dijo Akín, bromeando.

Shaedra sonrió ante su tono ligero pero Aleria estaba horrorizada.

—¡Un objeto mágico, Shaedra! Esto es muy peligroso.

—Ozwil ya lleva botas encantadas —replicó— y no me he muerto en estos cuatro años.

—Afortunadamente —siseó Aleria—, pero te prohíbo que te lo vuelvas a poner.

—Mm, yo me digo, ¿y si este objeto es precisamente la parte de la filacteria que anda buscando el lich?

Aleria la fulminó con la mirada.

—¿En eso estabas pensando? ¡Menuda tontería! No tiene lógica. Ninguna lógica. —Se detuvo en seco y preguntó con una vocecita—. ¿Lo piensas realmente?

—Lo pensaba esta mañana —contestó Shaedra—, pero ahora creo que me estaba equivocando. Lo que vi, al ponerme este collar, fue un nakrús, no un lich.

—Ambos se pueden parecer mucho —intervino Akín.

—Cierto —concedió Aleria—, pero por el momento prefiero creer que ese collar no es más que un objeto mágico desconocido. Y lo mejor es que nadie se lo ponga al cuello. —Entornó los ojos y la miró a Shaedra un poco como a veces la miraba Wigy—. ¿No te lo pondrás, verdad?

Shaedra suspiró, vencida.

—¿Quieres que el colgante se quede metido en mi mochila hasta el fin de mis días?

Aleria reflexionó unos instantes. Su rostro se iluminó y luego se ensombreció y declaró:

—Hay una manera de saber qué es exactamente ese colgante.

Shaedra se animó enseguida.

—¿En serio? ¿Cuál?

Aleria gruñó.

—No te hagas demasiadas ilusiones. Estaba pensando en Dolgy Vranc.

—¿Dolgy Vranc? —dijeron Akín y Shaedra al mismo tiempo.

Aleria alternó su mirada entre los dos, atónita.

—¿No conocéis a Dolgy Vranc? Es un celmista que se dedica a vender chapucillas encantadas a los niños.

Shaedra estalló de una risa nerviosa.

—¿Un collar que te muestra la cara de un nakrús es una chapucilla encantada para niños?

La mirada fulminante que recibió la hizo callar.

—Dolgy Vranc también se encarga de identificar objetos mágicos. Él fue quien identificó la Armadura de los Muertos después de que un aventurero se la trajese diciendo que su antiguo propietario había muerto. Dicen que si te pones esa armadura…

—Eso ya lo sabemos —dijo Akín, poniendo los ojos en blanco—. Que poniéndote esa armadura mueres fatalmente al cabo de unas horas.

Shaedra se estremeció. Una armadura podía matar, pero un collar también. ¿Por qué cuando uno está desesperado puede llegar a creerse que un collar desconocido puede hacerle feliz? Sandeces de niña insensata.

Resopló.

—Suerte que este collar no me haya matado —ignorando la expresión de Aleria, añadió—: ¿Y piensas que Dolgy Vranc va a poder identificar mi collar?

Esa idea le daba casi más miedo que meter el collar en un rincón y olvidarlo. Pero Aleria parecía decidida a saber qué había estado llevando su amiga durante cuatro años.

—Dolgy Vranc podrá, Shaedra. Es un excelente identificador. Sólo hay un problema.

Shaedra sonrió ampliamente.

—¿Uno solo? Y yo que pensaba que había unos cuantos más. ¿Qué problema?

Aleria hizo una mueca.

—Necesitaremos algo con que pagarle la identificación.

Entonces, Akín soltó una exclamación.

—De eso me encargo yo. Sacaré el dinero y regatearé. Para algo tengo sangre de mercante en mis venas.

Era cierto, sus abuelos habían sido comerciantes antes de que su padre se convirtiese en un orilh poderoso.

—¿Es muy cara una identificación? —preguntó Shaedra, recogiendo el collar y poniéndolo en el bolsillo de su túnica.

—Puede costarte unos cincuenta kétalos para algo simple y hasta más de mil para cosas complicadas —contestó Aleria.

Shaedra se quedó sin habla. Mil kétalos era casi lo que ganaba Kirlens en medio año, y eso que la taberna del Ciervo alado no era de las más pobres. Pero estaban los gastos de la comida, de los impuestos de la ciudad, el sueldo de Satme… Ese Dolgy Vranc le pareció un ladrón.

—¿Por una simple identificación?

Aleria carraspeó.

—Podrías pedírselo a un orilh, pero dudo de que te devuelva el collar si realmente lo que viste fue un nakrús. Dolgy Vranc es discreto.

Shaedra la observó un momento con atención.

—¿Y tú cómo lo conoces tan bien?

Su amiga hizo una mueca.

—Mi madre tuvo que entregarle unos cuantos productos para pagarle una deuda. Cuando era pequeña, solía acompañarla.

Shaedra asintió con lentitud. Era mejor no preguntarle de qué deuda se trataba.

—Lo pagaré yo, Akín. No puedo meteros en esto tan alegremente.

Akín sonrió con aire socarrón.

—Pero qué dices, Shaedra, si ya nos has metido hasta el fondo. Y esto es nuestra primera gran aventura. Y tiene consistencia.

Y tanto que tenía consistencia, pensó Shaedra. Sin embargo, el buen humor de su amigo la contagió.

—Si este collar es de Jaixel —les dijo—, entonces me iré a buscar a Murri para que me ayude a destruirlo.

Akín asintió fervorosamente pero Aleria se golpeó la frente con la mano.

—¡Dioses, Shaedra! ¿Es que no sabes ni siquiera lo que es un lich?

Como ambos la miraban, perplejos, Aleria explicó con exasperación:

—Los liches son criaturas llenas de energía mórtica. Son celmistas muy poderosos, no se matan tan fácilmente. No me leí aquel fragmento muy atentamente pero lo repasaré —dijo con seriedad—. Tendréis que echarme una mano, ese libro es muy largo.

—¡Por fin encontraste un libro que sea largo para ti! —la felicitó Akín riendo.

Shaedra la miraba, interrogante.

—Ese libro, ¿no será el libro de hierro peludo ése que llevabas ayer? —Aleria se ruborizó delicadamente—. ¿Un libro de monstruos? —Aleria se encogió de hombros.

—No es exactamente un libro de monstruos —replicó—. Es un libro de leyendas. Pero es que sobre los bichos de los Subterráneos es muy difícil encontrar estudios claros y verídicos, y los que había ya me los he leído todos.

—Enhorabuena —dijo Shaedra estallando de risa—. ¿Así que piensas convertirte en una experta de los Subterráneos, eh?

Aleria la fulminó con la mirada.

—¿Vamos a ver a Dolgy Vranc o no?

Shaedra se levantó de un bote haciendo una pirueta para atrás para darse ánimo y para impresionar a sus amigos.

—Yo ya estoy lista, te sigo.

* * *

Cuando llegaron ante la casa de Dolgy Vranc, Shaedra tuvo la impresión de haber cambiado de mundo. Se encontraban a las afueras de la ciudad, en un lugar por el que no recordaba haber pasado jamás. Ahí, las casas eran grandes y estaban bordeadas de jardines. La de Dolgy Vranc tenía una avenida bordeada de una hilera de arbustos enormes que ocultaba lo que había a ambos lados. Tan sólo se veía el portal, el caminito de guijarros y la puerta, al fondo, cerrada y oscura.

—Este sitio es algo lúgubre —observó Akín—. Jamás me fijé en esta casa.

Era cierto que las casas vecinas, en comparación parecían mucho más alegres.

—¿Y consigue vender esas chapucillas para niños? —se extrañó Shaedra.

—Tiene un puestecillo en el mercado donde vende sus objetos —contestó Aleria—. Pero para las identificaciones hay que ir directamente a su casa.

Parecía nerviosa, como si no quisiese entrar. Shaedra entendió su problema: ir a casa de tu acreedor no debía de ser agradable.

—Si quieres, puedes quedarte afuera —le propuso—. Si entramos los tres al mismo tiempo se creerá que lo estamos invadiendo.

—No, es mejor que vaya con vosotros. Al menos él me conoce y sabrá que puede confiar en nosotros.

Iban a abrir el portal cuando Shaedra los detuvo.

—Esperad, amigos, antes de aceptar nada, preguntaremos el precio.

Asintieron y entraron, cerrando detrás de ellos el portal. Anduvieron por la avenida con aprensión.

—Esto parece un cuento de terror —murmuró Akín—. Como si estuviésemos entrando en la casa de un ogro.

Shaedra imitó su tono y dijo en voz baja:

—Akín, si nos intenta secuestrar, tú lo coges de la pata izquierda.

—De acuerdo. ¿Y tú?

—Aleria, tú le cantarás una nana.

Akín entornó los ojos y una sonrisa empezó a flotar en sus labios.

—¿Y tú? —repitió.

—¿Yo? Yo sacaré mis garras —dijo Shaedra, haciendo lo que decía—, y echaré a correr.

Akín y Shaedra se echaron a reír mientras Aleria ponía los ojos en blanco y daba un suspiro.

—¿Seguro que no queréis esperarme afuera, vosotros dos? A Dolgy Vranc no le gustan los niños.

—¿Ah, no? Y entonces, ¿por qué les vende a ellos las cosas que hace? —replicó Shaedra.

—Porque de algo hay que vivir.

Recorrió los últimos metros y llamó a la puerta. Shaedra y Akín se apresuraron a alcanzarla, invadidos por un sentimiento de aprensión.

En el momento en que Dolgy Vranc abrió, Shaedra se dio cuenta de que había olvidado preguntarle a Aleria un detalle, y es que, cuando apareció y vio a un enorme semi-orco de piel oscura y ojos negros, fue incapaz de contener una clara expresión de susto y horror. Empezaban mal sus tratos con el identificador, pensó, intentando poner una cara más cordial.

—¿Qué quieren? —preguntó el semi-orco con una voz ronca.

—Buenos días, señor Vranc —dijo Aleria—. Mi amiga querría identificar algo que tiene desde pequeña…

—¿Qué amiga? —la interrumpió secamente.

—Mi amiga, Shaedra, ella —dijo, señalando con el pulgar.

Shaedra le dedicó una sonrisa dubitativa e hizo un breve gesto de saludo. Dolgy Vranc la examinó con unos ojos que le recordaron inexplicablemente a los de la arpïeta que le había intentado atacar cuatro años atrás.

—¿Y lo llevas encima?

Entendió que se refería al objeto encantado. Sacó el collar del bolsillo y se lo tendió.

El semi-orco, sin embargo, no lo cogió. Prudente, sólo escudriñó la superficie para cerciorarse de que era un objeto encantado. Entonces dijo:

—Pasad y cerrad la puerta.

Dio media vuelta, dejando libre el paso. Aleria entró de un paso firme. Shaedra y Akín intercambiaron una mirada.

—Vaya —dijo Akín—, menos mal que no nos esperábamos a una ninfa.

Shaedra se tapó la boca para no reír y cuando entraron cerraron la puerta y siguieron los pasos de Aleria en silencio. El pasillo estaba oscuro y el salón en el que entraron también. El semi-orco tenía que tener sangre de orco de las cavernas porque no parecía agradarle mucho el sol.

Les invitó a sentarse en un sofá que debía de tener más años que el mundo y en el que se hundieron profundamente.

—Deja el collar en la mesilla.

Mientras Shaedra obedecía, Dolgy Vranc cogió una barra de hierro. Shaedra se quedó paralizada mientras lo veía acercarla a la mesilla.

Utilizó la barra como un gancho para coger el collar y se sentó en su butaca. Largo rato estuvo observándolo. Tanto que Shaedra notó que Akín empezaba a agitarse, nervioso. Entonces, Shaedra recordó: el precio. Pero temió enfurecerlo si hablaba en aquel momento y le cortaba alguna conexión energética con el colgante, así que calló. El silencio se hacía pesado.

Poco a poco Shaedra se fue habituando a la oscuridad del salón y fue divisando los diversos objetos que había en las mesillas pegadas contra los muros. Había un mortero, una máquina extraña con cristales verdes, pequeños objetos, trozos de metal, y un hacha, colgada sobre la chimenea apagada. En las estanterías había bandejas con plantas, redomas vacías o llenas de un líquido oscuro.

—¿De dónde has sacado esto?

La voz profunda del semi-orco le recordó que no había venido a esa casa para curiosear.

Cuando Shaedra se giró hacia él, se estremeció ligeramente bajo su mirada intensa. Tragó saliva y trató de pensar. Si le decía lo del nakrús estaba segura de que al día siguiente la expulsarían de Ató por maldita.

—Lo encontré cuando tenía ocho años.

—Mientes.

Shaedra agrandó los ojos, sorprendida.

—No, no mientes —dijo entonces.

Dolgy Vranc volvió a examinar el colgante y luego lo dejó en la mesilla. Aún no lo había tocado ni una sola vez.

—¿Te lo has puesto?

Shaedra pensó mentir pero como sabía perfectamente que era una de esas personas que ni en caso de vida o muerte saben mentir con convicción, dijo simplemente:

—Sí. ¿Tiene un encantamiento, verdad?

—¿Acaso lo dudas?

Shaedra iba a recoger el collar cuando la barra de metal le golpeó la mano.

—¡Au!

Al lado, notó que Akín daba un respingo.

—¡No lo toques! Lo he puesto a reposar. Dentro de media hora la puerta que he hecho se abrirá y podré entender el encantamiento.

—Así que por el momento no sabe lo que hace ese collar —dijo Aleria.

El semi-orco giró sus ojos hacia ella y sólo en aquel instante pareció reconocerla.

—¿Eres la hija de Daian?

—Sí.

Por primera vez, Dolgy Vranc esbozó una sonrisa. Cuando Shaedra vio sus dientes asomar por esa boca enorme sin labios, tuvo ganas de chillar. Se masajeó la mano dolorida y vio que iba naciendo un moratón. Maldito semi-orco, pensó.

—¿Qué tal le va todo? —preguntaba el identificador.

Aleria parecía estar tranquila, aunque el tema de la conversación no debía de gustarle mucho.

—Bien. Sigue con sus experiencias.

—Ah, sí, sus experiencias. Tu madre es una gran alquimista, y de buena familia encima. Sigo sin entender por qué eligió a tu padre.

Shaedra sintió que todos los músculos de su cuerpo se tensaban. ¿Su padre, había dicho? Aleria se había vuelto lívida.

—¿Qué sabe usted de mi padre?

Dolgy Vranc sonrió tristemente.

—Poca cosa, la verdad. Desapareció poco después de que ambos se casaran. ¿De veras nunca te ha contado nada sobre él? Debe de sentir vergüenza, quizá. Pero mejor no te hablo más de él o Daian me va a rociar con ardivo perpetuo.

Shaedra tuvo que reconocer que prefería que hablase de algo a que cayese sobre ellos el silencio. Al menos cuando hablaba Dolgy Vranc no parecía tan espantoso. Ante su fealdad, su aire ligero compensaba un poco y Shaedra pensó que en el fondo igual fuese una persona honrada y amable.

—¿Queréis un poco de té? Os veo un poco nerviosos.

Después de haber visto los líquidos extraños de las pociones de las estanterías, Shaedra no tenía ganas de beber nada. Además, con esa oscuridad, ¿quién podría ver si había bichos en la infusión?

Todos declinaron la oferta.

—¿Tortas?

—No gracias —dijo Akín intentando sonreír.

Tuvo que adivinar que no aceptarían nada de comer porque entonces se encogió de hombros y se levantó.

—Voy a buscar unas cuantas cosas que quizá me harán falta para identificar tu objeto, pequeña. No toquéis nada.

—¿Y no tiene ni idea de qué es lo que hace? —preguntó Shaedra—. El colgante, digo.

El semi-orco la miró y soltó un gruñido.

—Lo único que he aprendido de ese collar es que no es un simple objeto mágico de los que se encuentran en los mercados de Ajensoldra. No toquéis nada —repitió, y salió de la habitación sin una palabra más.

Shaedra guardó su mirada clavada en el colgante, lo mismo que Akín y Aleria.

¿Qué quería decir con que no era “un simple objeto mágico de los que se encuentran en los mercados de Ajensoldra”?

—¿Y si realmente es del lich? —preguntó en voz baja—, ¿qué podemos decirle?

Reflexionaron un momento, y como siempre, fue Aleria quien tuvo la respuesta:

—Si es así, entonces tendremos que convencerle de que no lo diga a nadie.

De pronto, Shaedra se dio cuenta de la situación comprometida en la que había metido a sus amigos y se sintió culpable.

—De veras, lo siento muchísimo —dijo, abatida.

Akín y Aleria la miraron sin entender.

—¿El qué?

—Jamás debí deciros todo esto. Debí ser fuerte y no decir nada. Soy una bocazas que no sabe dejar en paz a sus amigos.

Cuando Aleria se echó a reír, Shaedra la contempló, sorprendida.

—Ay, Shaedra. No me digas que aún estás con esas. Pero tú, ¿cuándo nos has dejado tranquilos? ¡Por todos los dioses! —decía— si eres la persona que más líos se atrae en toda Ató, y lo mejor es que no te das cuenta de ello. Eres una amiga formidable, Shaedra.

—Yo diría, admirable —reforzó Akín, asintiendo enérgicamente con la cabeza.

Shaedra se mordió el labio, con las lágrimas en los ojos, y volvió a mirar el collar.

—Claro, eso lo decís porque sois mis amigos.

Aleria soltó un gruñido exasperado.

—¡Precisamente! —exclamó—. Venga, deja de decir tonterías, que pareces Galgarrios.

—¡No es cierto! —replicó, dándole un ligero empellón, pero se rió. Le aliviaba asegurarse otra vez de que Akín y Aleria eran verdaderos amigos.

En aquel instante, volvió Dolgy Vranc con una caja en las manos.

—Bien. Mientras trabaje, no metáis ruido, ¿de acuerdo? La identificación pide una importante concentración.

Con curiosidad, Shaedra lo observó abrir su caja y hurgar entre diversos instrumentos extraños. Había un pedazo de cristal, un trozo de materia blanda que no logró identificar, unos tornillos, ¿para qué demonios necesitaría unos tornillos? Pero Dolgy Vranc ni los tocó. De la caja sólo sacó una aguja, una planta desecada y un martillo. Shaedra agrandó los ojos. ¿No le iría a romper su collar, verdad?

Lo observó con detenimiento. El semi-orco se había sumido en una profunda somnolencia, o eso parecía. Había metido la aguja en el martillo e iba pronunciando palabras inaudibles. ¿Acaso era necesario hablarle al objeto mágico para identificarlo? La verdad, no tenía ni idea, y lamentó no haberle preguntado sus dudas a Aleria antes de todo. Ella seguro que sabía.

Dolgy Vranc estuvo en esa posición durante quizá unos diez minutos. Luego abrió los ojos, pero pareció que no veía nada a su alrededor. Cogió el collar con las manos y volvió a cerrar los ojos. Como el rostro semi-orco no es precisamente muy expresivo, Shaedra no pudo adivinar su reacción.

Y así pasó un tiempo. Aleria tamborileaba sobre su rodilla. Akín parecía fascinado por el identificador. Al cabo de un rato, Shaedra se pilló haciéndose las uñas en la mesilla y paró de inmediato, temiendo que Dolgy Vranc la hubiese visto. Maldiciendo su manía, se intentó convencer de que mientras no se inundase el salón con la luz del día, la marca que había dejado no se vería.

De pronto, Dolgy Vranc abrió los ojos y soltó el collar, que vino a caer en el suelo. Shaedra lo recogió y lo puso en la mesilla antes de que el semi-orco le gritase:

—¡No!

Su exclamación murió apenas hubo cruzado sus labios, y adoptó una expresión de sorpresa.

—¿No has notado nada al tocarlo?

Shaedra, en tensión y asustada por el grito, negó lentamente con la cabeza. Se había levantado a medias, lista para escapar. Se volvió a sentar intentando serenarse.

—Antes de que nos diga lo que es, señor Vranc, tenemos que decirle que no tenemos con qué pagarle —dijo Shaedra—, porque según ha dicho mi amiga es usted muy exigente.

Oyó un pequeño suspiro de Aleria y se dio cuenta de que se podría haber ahorrado la última parte de la frase. O en realidad, se podría haber ahorrado toda la frase. ¡Qué ridículo quedaría que saliesen ahora de la casa sin saber lo que representaba realmente aquel amuleto!

Obviamente, el semi-orco debió de adivinar sus pensamientos porque echó la cabeza para atrás y soltó una tremenda risotada.

—Miren, jóvenes snorís, hay muchas maneras de pagar a alguien como yo. No solamente se vive de oro y plata, y de esos colgantes como el que tienes, joven ternian, no se ven todos los días, créeme.

Y añadió para sí:

—Cualquier identificador no lo habría entendido, pero yo sí.

Aleria carraspeó.

—Señor Vranc —dijo con toda la cortesía del mundo—, ¿qué propone para que le paguemos la identificación?

—¿Qué podrían darme tres snorís sin dinero que me dicen que no me pueden pagar después de que identifique un objeto sumamente interesante? —replicó el semi-orco.

Su tono era duro y los tres se estremecieron bajo sus ojos acusadores. Y sorpresivamente sonrió.

—Tendréis que prometerme cada uno tres cosas.

—Como en los cuentos, ¿eh? —dijo Akín.

—¿Cada uno? —saltó Shaedra—, pero si la única responsable de este collar soy yo.

—Sí, querida, pero habéis venido los tres aquí. Pensadlo bien. Un pacto es un pacto y no se hace a la ligera. Os dejo tres días para pensarlo.

Tres días, se repitió Shaedra. Y recordó lo que había dicho hablando del collar: “un objeto sumamente interesante”. ¿De veras era tan interesante?

—¿Usted se ha abonado al tres, verdad? —replicó Shaedra—. Tengo que añadir una condición: no podrá hablar de este collar con nadie más que nosotros.

El semi-orco estuvo cavilando un rato y Shaedra tuvo la impresión de que le costaba aceptar esa condición, cuando dijo:

—De acuerdo. No saldrá una sola palabra de mi boca sobre ese collar.

Shaedra inspiró hondo.

—Pues yo, por mi parte, ya he decidido. ¿Cuáles son esas tres promesas?

—Eh, no te apresures. Te las diré a medida que las vayas cumpliendo. A menos que tus amigos se hayan serenado y hayan decidido abandonarte.

—Me molesta prometer tres cosas sin saber lo que son —confesó Akín—, pero si Shaedra promete, yo también.

Aleria soltó un inmenso suspiro cuando dijo:

—Y yo. Pero… Dolgy Vranc —pronunció con tono de amenaza—, ni se le ocurra hacernos una mala jugada o se lo diré a mi madre.

—¿A Daian? —Sus dientes feos aparecieron, con destellos blancos entre un color roñado y oscuro—. Dudo que se lo digas, Aleria, a menos que prefieras perder a una amiga, lo que sería una lástima.

Y diciendo esto, recogió el collar con el ganchillo y lo balanceó delante de sus ojos.

—Esto, queridos amigos, es el Amuleto de la Muerte.