Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 5: El Corazón de Irsa

20 Una nueva vida

El firmamento estaba lleno de estrellas fugaces. Las veía pasar a tal velocidad que parecían líneas en vez de estrellas. No pensaba, no sentía: tan sólo observaba. El cielo era infinito. Y yo no era más que una gota de agua en su universo… Algo me decía que había estado intentando luchar contra él. Pero el intento era inútil. Aquel infinito no era siquiera mi enemigo: no podía ni aceptar ni rechazar el camino que me trazaba porque él me arrastraba hacia donde quería. Era como un grano de arena en un huracán: ni la voluntad de caer tenía fuerza alguna contra ese poder incomprensible.

La voluntad, las decisiones, los vínculos… eran tan importantes para los saijits, pero ahí no representaban más que unos trazados bréjicos que, por más fuertes que fueran, se deshilachaban al instante. Parecían inútiles. Y sin embargo… no quería dejarlos atrás. Quería regresar. ¿Pero adónde? ¿De dónde era? ¿Quién era?

Por más que lo intentase, no recordaba. Había sido saijit y había compartido mi vida con otros saijits. Era todo lo que sabía y me bastaba para querer regresar. Aunque ese firmamento de estrellas destruyera mi deseo, sólo tenía que volver a crearlo sin pausa, sin perder paciencia.

Que nadie subestimase la voluntad saijit.

* * *

Un zumbido en mi cabeza. Calor. Crujidos y bandazos.

«Otra encrucijada que no aparece en los mapas,» resoplaba una voz. «¿Por qué las cosas cambian tanto en unos pocos miles de años?»

«Bueno, el maestro Jok me dijo una vez que un solo dragón de tierra puede cavar un kilómetro de roca en unos meses.»

«¿Crees que todo esto lo han hecho los dragones de tierra?»

«No lo parece,» intervino una tercera voz. «Las paredes han sido talladas, y no desde hace muchos años, tal vez unas décadas. Sea como sea, el aire que viene del túnel izquierdo está más agitado. Iremos por ahí. Yánika,» añadió. «¿Qué tal está?»

Hubo un silencio. Sentí una mano sobre mi frente. Y una brusca inspiración.

«¡Es… Está despertando!»

Una oleada de emoción y alivio me golpeó. ¿El aura de Yánika? Entreabrí los ojos. Vi el techo de roca rojiza impregnada de agua, vi la luz cálida de una linterna y destellos vívidos en los ojos que me miraban. Aspiré lentamente. Estaba tendido en una camilla, postrado debajo de varias mantas. Por eso tenía calor.

«¡Hermano! ¿Cómo te encuentras?»

Yánika. ¿No había estado buscándola en el Corazón de Naarashi? ¿Qué hacíamos ahí, en ese túnel? ¿Acaso… ya habíamos salido del Jardín?

Me sacudí débilmente para apartar las mantas.

«Ya-ni…»

Mis palabras sonaron roncas. Su mano apretó la mía con inquietud.

«Dime, ¿no te duele nada, verdad? ¿Recuerdas quién eres, verdad?»

¿Si recordaba quién era? Me aclaré la garganta y miré los demás rostros. Galaka Dra y Saoko habían posado la camilla, Yánika y Lústogan se habían arrodillado a ambos lados de esta. Jiyari se encontraba de pie junto a una silueta encapuchada. ¿Sería uno de los prisioneros de Makabath? Reconocí también a Weyna, Yataranka, Delisio y Bellim. ¿Qué hacían los cinco milenarios fuera del Jardín? A no ser que este hubiera sido destruido y…

«¿Qué ha pasado?» pregunté.

«Has estado inconsciente durante cinco días,» explicó Lústogan. «¿Cómo te sientes?»

Era raro verlo con el Datsu tan desatado. Me incorporé, masajeándome las sienes. Attah… ¿Cinco días?

«Lo último que recuerdo es que estaba en el Corazón de Naarashi y me estaba muriendo y… ¡ya sé! Yánika,» la urgí. «Naarashi… Los milenarios querían que te sacrificaras por esa diosa. ¿No habrás hecho algo tan absurdo, verdad?»

La escudriñé con intensidad, buscando cualquier señal sospechosa que traicionara la presencia de esa diosa en el cuerpo de mi hermana. Yani sonrió levemente.

«Estoy bien, hermano. Salvé a Naarashi, rompimos las runas protectoras y, por si acaso, Lústogan destruyó el orbe. La barrera cayó y creó una ola energética tan potente que tuvimos que salir por el portal a toda prisa antes de que se desmoronara y nos encerrara para siempre. Estamos todos bien. Tranquilo.»

Apenas me tranquilicé.

«¿Cómo has salvado a Naarashi? Y cómo… ¿me has salvado? Estaba muriendo. Kala y yo estábamos muriendo y…» Agrandé los ojos como platos. «¡Kala! No… No está. ¡No está en mi cabeza! ¿Qué…?»

Lústogan me agarró de los hombros.

«Cálmate. Todo va bien. Al fin eres libre.»

Lo miré, pasmado. ¿Libre?

«Est-tá… ¿muerto?» tartamudeé.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. ¿Kala estaba muerto?

«¡No!» exclamó Yánika. «Está… vivo. En serio. Está…»

Se giró hacia la silueta encapuchada. Su aura vibraba de inquietud y… ¿culpa? Jiyari empujó suavemente al encapuchado y este gruñó:

«No tiene Datsu: si le da un mal al verme, no es culpa mía.»

Su voz era masculina y cantarina… ¿De quién era esa voz? Se quitó al fin la capucha y pude ver su rostro. Era un joven kadaelfo con piel gris, pelo negro alocado y ojos rojos sobre fondo negro que le daban un aire ligeramente demoníaco. El tatuaje rojo y negro en su rostro se parecía mucho al Datsu. Porque era el Datsu. Mi corazón dio un bote. Por un momento, no acerté a decir palabra. Entonces, solté:

«Ya veo.»

Me tumbé de nuevo en la camilla espirando suavemente.

«He muerto, ¿verdad? En realidad, esto es una ilusión. Está bien hecha. El mundo de los muertos es increíble… »

«¡Te equivocas, hermano!» se apresuró a decir Yánika. «Estamos todos vivos. Cuando te oí pedirme ayuda, encontré vuestras mentes tan dispersas que, sin la ayuda de Naarashi, no habría podido volver a juntarlas. Vuestras mentes ya estaban separadas, y Naarashi no podía devolveros al mismo cuerpo, así que… con buena parte de la energía que le quedaba, c-creó un clon de tu cuerpo y… m-mandó a Kala en el original,» balbuceó. «No pude controlar nada, hermano. N-Ni siquiera he podido salvar tu Datsu. Está casi completamente destruido y ahora que Naarashi se ha quedado sin energía, sin el Sello de Taey, no podré reconstruirlo.»

Las lágrimas corrían sobre sus mejillas. Su aura era tan fuerte que los milenarios y Jiyari empezaron a sollozar a su vez. Desprovisto de Datsu, lloré a moco tendido sin poder evitarlo. En medio de los lamentos, Saoko carraspeó:

«¿De qué te culpas? Has salvado a tu hermano, a Kala y a Naarashi. Sus mentes están enteras, ¿no? Y tienen ahora cada uno su propio cuerpo. Es lo que llamaría un final feliz. Realmente no hay necesidad de llorar.»

Asentí para mí. Todavía no había asimilado la historia del clon pero… Saoko tenía razón: Yánika era la última persona a la que había que culpar. Sorbiendo las lágrimas, me enderecé, le limpié las mejillas empapadas a mi hermana y le besé la frente con dulzura.

«Yani. Gracias por salvarme la vida.» Le sonreí y, viendo que su aura se calmaba, comenté alegremente: «Oye, si una diosa ha creado mi cuerpo, ¿eso no me convierte en un dios a mí también?»

Weyna resopló.

«Ni en sueños: eres un simple mortal.»

«Como nosotros ahora,» aprobó Galaka Dra. Parecía feliz de haber perdido su inmortalidad… «Encontraremos a Irsa aunque tengamos de atravesar medio mundo. Nos quedarán tal vez sólo ochenta o cien años de vida, o incluso puede que muramos mañana… pero el no saberlo precisamente hace que la vida sea más apasionante, ¿verdad, Bellim, verdad, Weyna?»

«No hables como si cien años o diez fueran lo mismo,» se atragantó Jiyari.

Kala se rió con las manos en jarras.

«¡Yo viviré mucho más! Aprenderé a construir clones como Naarashi y los Pixies no moriremos nunca.»

Huh… Aunque había ganado su independencia, por lo visto Kala seguía con las mismas fijaciones de siempre.

«Kala, no uses mi boca para soltar sinsentidos.» le espeté.

«¿Tu boca? ¿Qué dices? ¡Ahora es la mía!»

«De segunda mano,» convine con sorna, «pero, ahora que la tienes tú, sé buen heredero y trátala bien. Y ni se te ocurra crear más clones de mi cuerpo.»

Kala refunfuñó y, divertida, Yánika apuntó:

«Naarashi es un caso único. Construir un clon así… dudo de que ningún saijit sea capaz de hacerlo con tanta precisión en los varios miles de años venideros. Además, la mayoría de su conocimiento ha desaparecido en el Jardín. Ahora ya sólo queda su conciencia.»

Se giró y tendió una mano hacia… Pegué un respingo al ver a la pequeña criatura peluda que se encontraba junto a la camilla. Era del tamaño de la palma de una mano. ¿Una ardilla? No realmente, pero tampoco era un ratón ni un cachorro. Yánika la acarició y el roedor emitió un ameno ronroneo. Lo miré con fijeza.

«Yánika… ¿Qué es eso?»

«¿Ella?» Alzó la bola peluda con ambas manos para enseñármela mejor. «Te presento a Naarashi.»

¿Bromeaba? No, su aura era sincera. Crucé los ojillos negros y redondos de la diosa, medio escondidos por su melena clara. Naarashi, la diosa del Jardín, se había transferido… ¿en esa criatura? Bueno, siempre era mejor que en Yánika. Tendí una mano. Mar-háï, su pelaje era tan…

«Tan suave,» dejé escapar, fascinado. Y me sobreexcité: «Me recuerda a los conejos de Taey, pero es tan pequeña, es adorable… Parece un pompón, er… qué estoy diciendo… ¿Qué come?»

El aura de Yánika se cubrió de sorpresa.

«Er… Bueno, ayer le di los últimos zorfos secos que quedaban. Le han gustado, creo, aunque no estoy segura porque su cuerpo no emite bréjica… un poco como Madre.»

«¿No emite bréjica?» Contemplé a Naarashi con viva curiosidad y le sonreí con todos mis dientes. «Una amante de los zorfos como yo. ¡No esperaba menos de mi creadora!»

Lústogan resopló. Yánika se inquietó:

«Ajem… ¿Te encuentras bien, hermano?»

Asentí enérgicamente.

«Claro. Difícilmente voy a estar mejor: estamos todos bien, Naarashi no te ha cambiado la mente y se ha convertido en una preciosa bola de pelos, Kala tiene su propio cuerpo y me siento lleno de energía. ¿Puedo… Puedo cogerla?»

Yánika me pasó a Naarashi. ¡Era tan ligera! Por culpa suya, casi había muerto… pero también era gracias a ella que seguía ahí vivo y con un nuevo cuerpo sólo para mí. Aún no podía creerlo. Bajé la mirada hacia mis brazos. Todo era como antes, no había cambiado nada aparte de… mi piel. Esta había vuelto a su tez azul clara de kadaelfo. Verla de nuevo normal me hizo un efecto raro. Me había acostumbrado a mis pintas de demonio. Sonreí mientras acariciaba a Naarashi.

«Parece que nos preocupábamos por nada,» comentó Weyna.

Me sorprendí.

«¿Preocuparos?»

«Bueno… Temíamos que rechazaras el cuerpo,» confesó Yánika. «Existen esos casos. Ya sabes, cuando uno rechaza un miembro artificial.»

Puse los ojos en blanco.

«Este cuerpo… Si no tuviera a Kala delante, ni siquiera me habría enterado de que ha cambiado. Se siente igualito que el otro. ¿Por qué iba a rechazarlo? Pero dime… podrías haberle pedido que me hiciera un cuerpo más resistente. Seguro que una diosa como Naarashi habría sabido cómo hacerlo, ¿verdad?» le sonreí, medio-bromista, a la pequeña ardilla, que no paraba de ronronear.

Yánika resopló.

«Date por contento de tener la mente entera. De haber tardado un poco más, habría sido demasiado tarde. Realmente podría haber salido todo mal.»

Sentí su aura ensombrecerse y mi corazón se apretó. Me imaginé lo que había tenido que pasar Yánika estos días. Primero, había recogido la mente de Kala y la mía y colaborado con el poder de Naarashi, luego había ayudado a esta a reencarnarse en una ardilla y había pasado los cinco días siguientes dudando de si su hermano despertaría algún día y en qué estado. En comparación, yo había pasado las poderosas runas del Corazón para salvar a Yánika sin saber dónde me metía, tan sólo para acabar llamándola a ella a voces pidiéndole ayuda…

«Soy una vergüenza de hermano, » solté.

Yánika me miró con sorpresa, y pareció entenderlo.

«¿Qué dices?» sonrió. «¿No nos prometimos en Donaportella que nos protegeríamos mutuamente? No hay ninguna vergüenza en pedirle ayuda a tu hermana pequeña. También le he ayudado a Lúst a salir del Corazón.»

Enarqué una ceja temblorosa girándome hacia el aludido, quien desvió la mirada como quien no quiere la cosa.

«Oh. Entonces me siento mejor,» mentí.

Y me levanté. Pese a no haber comido nada aquellos días, me sentía en plena forma. ¿Tal vez las energías remanentes del Jardín me habían estado alimentando?

«Si puedes andar, deberíamos seguir avanzando,» opinó Weyna.

Eso hicimos. Mientras retomábamos la marcha, Galaka Dra me explicó que, al pasar el portal, habíamos aterrizado en esos túneles.

«Bueno, al principio yo también estaba inconsciente,» confesó para sorpresa mía. «Para activar el portal del Jardín, uso tanta energía que me desmayo y no me despierto hasta pasado un buen tiempo. Según tu hermano, han pasado cinco días desde que hemos llegado aquí. Estoy casi seguro de que es una de las Salas de las Mazmorras de Ehilyn, más concretamente el Laberinto Rimbell. En nuestra biblioteca, había un libro élfico que trataba del tema pero… ni los mapas ni el libro parecen sernos de mucha ayuda. Sólo sé que Rimbell, en viejo élfico, significa… muerte.»

Hice una mueca e intercambié una mirada con Kala. Observé su expresión fruncida con curiosidad. ¿En serio me veían así los demás? Daba una impresión ligeramente arrogante, burlona y tozuda.

«¿Qué miras?» refunfuñó Kala.

Sonreí, bromista.

«¿No puedo mirarme a mí mismo?» Más serio, pregunté: «¿Cuándo te has despertado?»

«Mmpf. Hace tres días. No soy tan frágil como tú.»

«Huh. Dice el que se desmayó enseguida tras pasar el portal del Corazón. No sabes lo extraño que es sentir cómo tu mente se va destruyendo poco a poco.»

La expresión de Kala se cerró.

«Lo sé perfectamente.»

Me turbé. Vaya… Es verdad. Si se refería a los experimentos del laboratorio…

«Lo siento. Supongo que sabes más que yo sobre el tema.»

«Beh,» gruñó él, y se volvió pensativo cuando admitió: «Es extraño, pero desde que me he despertado tengo la impresión de que no recuerdo bien… el sufrimiento de mi cuerpo anterior. Incluso intentando recordarlo… ¿Crees que, después de esto, nuestras mentes no están del todo completas?» preguntó en voz baja.

Le eché un vistazo a Yánika, que andaba justo detrás. Su aura, culpable y algo frustrada, mostraba claramente que nos había oído. Carraspeé.

«¿No eras el que quería olvidar ese sufrimiento? Deberías agradecérselo a mi hermana en vez de echárselo en cara.»

«¡No le echo nada en cara!» protestó Kala. «Yánika es la mejor hermana del mundo. Y es mi hermana, no lo olvides. Pase lo que pase, sigo siendo un Arunaeh.»

Su usurpación de identidad, que antes sólo me molestaba un poco, me arrancó esta vez un tic nervioso.

«Ahora que lo pienso, ¿por qué sigues teniendo esas marcas del Datsu en la cara si no tienes Datsu?»

«Eso me lo ha explicado Yani: por lo del sello que me puso nuestra madre, estaba vinculado a este cuerpo incluso más que tú y también al Datsu, aunque no me afectaba, así que, de alguna forma, se han quedado las marcas,» explicó con tono de fanfarrón. «¿Te molesta saber que tus marcas apenas se ven, eh? ¿Será que no eres tan Arunaeh como yo?» rió.

Resoplé. Ese maldito Pixie… ¿Buscaba pelea? Me giré hacia Yánika.

«¿Es cierto que mi Datsu casi no se ve? Puedo sentir su presencia, pero ahora mismo estoy más exasperado de lo que suelo en una situación como esta, y no se desata. Supongo que realmente no funciona.» Yánika se mordió un labio y me apresuré a decir: «¡Ah, pero me siento perfectamente! Es cuestión de acostumbrarse hasta que… volvamos a la isla de Taey.»

«Lo llevas mejor que cuando Yodah te bloqueó el Datsu,» comentó Lústogan.

«Es verdad. ¿Será porque estoy madurando?» bromeé.

Mi hermano esbozó una sonrisa ladeada.

«No lo creo.»

¿Qué quería decir con eso?

«Hermano.» Yánika me agarró de la manga y clavó sus ojos negros en los míos con gravedad. «Si pierdes el control de tus sentimientos, avísame y te ayudaré. Aunque…» vaciló y confesó: «ahora mismo no puedo porque mi tallo todavía no está recuperado.»

Tragué saliva. Después de cinco días, ¿su tallo energético no estaba recuperado? Su obvia falta de sueño sin duda no había ayudado… Le pasé una mano por sus trenzas rosas, sonriente.

«Estoy bien, hermana. Deja de preocuparte. Cuéntame qué ha pasado estos días.»

Mientras avanzábamos por el túnel rojizo de darganita, Yánika me contó en más detalle lo ocurrido en el Corazón. No entendí bien sus explicaciones más precisas sobre la bréjica, pero comprendí lo arduo que había sido solamente salvar nuestras mentes y curar nuestras heridas. Naarashi no nos había separado a Kala y a mí adrede, pero nos había salvado por voluntad propia. Quién hubiera imaginado que Kala y yo nos separaríamos un día, y tan pronto… Yo ya me había hecho a la idea de vivir con él hasta mi muerte.

Yataranka, Saoko y Weyna abrían la marcha. Delisio llevaba a Bellim a cuestas: al parecer, las piernas del muchacho mirol estaban lisiadas y su órica tal y como la usaba no le permitía levitar fuera del Jardín. Cuando hicimos la siguiente pausa, aún no habíamos visto ninguna otra encrucijada: el túnel seguía, bajando y subiendo, casi todo recto; las paredes, aunque erosionadas por el agua, mostraban claros rastros de labrado y figuras medio reconocibles de criaturas extrañas y saijits armados. ¿Estábamos acaso en las ruinas de algún mausoleo? ¿Pero por qué hacer de un mausoleo un laberinto? De haber estado Zélif con nosotros, con su perceptismo podríamos haber localizado otros túneles y tal vez encontrado el portal de salida: así, Lústogan y yo podríamos habernos abierto un camino. Por desgracia, los Ragasakis estaban muy lejos de ahí.

«Esta es la última ración de comida que nos queda,» anunció Jiyari mientras removía la baparya en la cazuela.

La noticia nos preocupó a todos. Los milenarios, poco acostumbrados a pensar en comida y supervivencia, parecían como niños descubriendo un mundo nuevo. La caminata los tenía rendidos; nada de extrañar, teniendo en cuenta que en el Jardín raramente experimentaban cansancio.

«¿Y el agua?» preguntó Galaka Dra. «También es necesario para vivir aquí afuera, ¿verdad? Hoy no nos hemos cruzado con ningún riachuelo para rellenar las cantimploras. ¡Es un problema serio! Leí que, en un ambiente cálido, uno puede morir de deshidratación en unas horas.»

Más que preocupado, ese humano parecía entusiasta…

«Las paredes están cubiertas de gotas de agua,» intervino Saoko. Recostado contra el túnel, el drow afilaba sus cuchillos. Afirmó con hastío: «No moriremos de sed.»

Repartimos la baparya igualitariamente y comimos con hambre. Por curiosidad, le tendí un grano de cereal a Naarashi, y la bola de pelo sacó su lengua rasposa, lamió el grano y se lo tragó con evidente deleite. Sonreí. Mi creadora tenía buen apetito. Un súbito pensamiento me atravesó la mente y dejé mi bol vacío soltando:

«¿El cuerpo de Tchag también fue creado por Naarashi?»

Galaka Dra y Weyna intercambiaron una mirada. La segunda asintió, tragando su bocado.

«Irsa tiene un vínculo especial con Naarashi. Construyeron el cuerpo juntas: un cuerpo que no envejeciera, pequeño, ágil y capaz de esconderse.»

Delisio añadió algo tan bajo que no se le oyó. Yataranka tradujo:

«Delisio también ayudó a diseñar el cuerpo.»

«Delisio es un genio fabricante,» afirmó Bellim.

El aludido se sonrojó de placer y murmuró:

«Quiero conocer a más genios y poder hablar con ellos.»

Sus amigos sonrieron. La expectativa de descubrir el mundo los tenía entusiasmados. Aunque cansado, Galaka Dra insistió en seguir conversando, haciéndonos preguntas sobre las novedades del mundo y Yánika, Kala, Jiyari y yo acabamos contando nuestras aventuras con los Ragasakis, mencionando los dokohis y los vampiros pero también las maravillas de la vida moderna como el teleférico, las termas de Skabra, la biblioteca de Donaportela y los pasteles de Kali. Los milenarios se fascinaban con cualquier detalle e innovación, porque las novedades para ellos habían sido tan raras en el Jardín…

El sueño se apoderó poco a poco del grupo y nos preparamos todos para dormir. Yataranka montaba el primer turno de guardia. Exhausta por cinco días de inquietudes, Yánika había caído dormida la primera y la cubrí cuidadosamente con una manta antes de tenderme a su lado con los brazos cruzados detrás de la cabeza. Pese al sueño, no conseguía dormir. ¿Tal vez porque mi Datsu no funcionaba y mis pensamientos le daban demasiadas vueltas a todo lo ocurrido? ¿O tal vez porque no me sentía del todo a gusto con mi nuevo cuerpo? Los demás dormían desde hacía rato cuando sentí una bola de pelos trepar sobre mi brazo y bajé los ojos hacia Naarashi. No sabía por qué, cada vez que la miraba, mi corazón se llenaba de afecto y fascinación. La acaricié, sabiendo que le gustaba. Ronroneando, Naarashi se arrebujó contra mi pecho sin temor. ¿Tan confiada era? De pronto, sentí sus pequeños dientes en mi piel y me tensé. ¿Qué diablos…? Un agradable calor me recorrió entero y me relajé casi de inmediato. ¿Un… sortilegio? ¿Naarashi no había dejado atrás todo su poder? Cerré los ojos, invadido por una profunda paz.

Con una diosa tan suave como ella, ¿cómo podía rechazar el cuerpo que me había creado? Una sonrisa burlona estiró mis labios. Cuando le contase a Livon todo lo ocurrido en el Jardín, iba a estar sorprendido.