Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 5: El Corazón de Irsa

19 El Corazón

Bellim levitaba con rapidez, acortando por el aire sin tener que subir o bajar colinas, por lo que pronto Kala y yo nos quedamos atrás. Se detenía de cuando en cuando para esperarnos pero enseguida reanudaba la marcha una vez que lo alcanzábamos. Casi parecía querer evitar mi conversación. Pese a sus intentos por parecer tranquilo, estaba claro que la presencia de extranjeros lo ponía nervioso. Nada de extrañar teniendo en cuenta la vida de ermitaño que llevaban esos milenarios.

Con ganas de demostrar que aquel era también su cuerpo, Kala avanzaba a grandes zancadas. Lo dejé hacer y examiné a Bellim. En su chaleco, corto y abierto, había tres círculos morados dispuestos en triángulo. El mismo símbolo que llevaba Galaka Dra en su túnica. Su pantalón, blanco y holgado, estaba adornado con filigranas de… ¿oro? Enarqué una ceja. Tal ostentación era una descarada provocación para los aventureros ansiosos de riquezas.

Nos aproximábamos ya a las murallas blancas exteriores de la ciudadela, caminando por una avenida empedrada bordeada de flores, cuando pregunté:

«Bellim. ¿No te cansas levitando?»

El demonio enarcó una ceja y ralentizó un poco el ritmo negando con la cabeza.

«No.»

«¿Cómo lo haces?» me interesé. «Nunca he aprendido correctamente a levitar, pero sé que los levitadores gastan bastante energía del tallo simplemente para contrarrestar el peso. Subir a alguien por el Precipicio del Coraje, por ejemplo, debe de ser extenuante.»

Bellim parpadeó, sorprendido. Antes de que me diera la espalda, advertí un leve rubor en sus mejillas.

«No es para tanto,» aseguró. «La verdad es que… no me cansa nada.»

Guardé silencio, intrigado, mientras Kala avanzaba. De ser cierto eso, Bellim era sin duda el mejor levitador que conocía. ¿Tal vez porque era un demonio? ¿O más bien porque sabía combinar su órica con las energías del Jardín?

Las puertas de la ciudadela estaban abiertas de par en par y, por el polvo acumulado en ellas, adiviné que no se habían cerrado en muchísimo tiempo. Llevaban marcas de golpes. ¿Espadas? ¿Hachas? De pronto, me asaltaron imágenes de unos saijits armados vestidos de negro: mientras les caía una lluvia de flechas de fuego, corrían hacia las puertas cerradas gritando: «¡morid, inmortales!». Parpadeé. ¿Por qué diablos pensaba en eso ahora? ¿Era simple imaginación? No. Era claramente un recuerdo. Un recuerdo de aquel lugar.

«¿A quién pertenecía la ciudadela antes de que vinierais?» le pregunté a Bellim.

«¿Antes? Los zads y los nigromantes estuvieron aquí. Pero antes que ellos, hubo un pueblo de elfos,» dijo el muchacho deteniéndose ante las puertas. Alzó la mirada hacia el escudo grabado en la piedra. «¿Ves el círculo con la estrella en medio? Representa a un Eol. Era el símbolo de ese pueblo. El símbolo de la eternidad.»

«¿Un Eol?» repetí. Y me erguí. «¿Un Ojo de Eol?»

Bellim asintió, girándose a medias.

«La caverna está rodeada de roca-eterna, así que algunas raras veces veían Ojos de Eol pasar a través. Cuando llegamos aquí, las paredes ya se habían cubierto de granito y son pocos los lugares donde se ve la roca-eterna. Yo sólo vi a un Eol, una vez, hace…»

Se paró a pensar y supuse que no recordaba cuánto tiempo había pasado desde entonces. Pero… ¡de verdad había visto a uno! Inspiré.

«Me interesa. ¿Cómo era?»

«Oh…» Bellim frunció el ceño. «Bueno… Lo vi de lejos pero lo que vi fue… una esfera brillante.»

«Una esfera brillante,» repetí. Traté de imaginármelo, pero la explicación no era nada precisa. «¿Y nada más? ¿No viste nada más?»

«No se puede ver a un Ojo de Eol como se ve a una criatura con cuerpo,» dijo de pronto una voz. Lústogan estaba arrimado en la entrada. Se apartó de la muralla afirmando: «Son, básicamente, criaturas de energía. Por eso son capaces de atravesar la roca.»

Esbocé una sonrisa al verlo. Por el modo de hablar de mi hermano, imaginé que todo andaba bien. Deteniéndose ante mí, Lústogan añadió:

«Telkemita.»

Ante mi mueca de incomprensión, apuntó el símbolo de Eol encima de las puertas sin mirarlo y afirmó:

«Gano yo.»

Agrandé los ojos, entendiendo al fin. Había olvidado completamente el reto que habíamos hecho durante el camino: el último en encontrar una roca nueva antes de llegar a la ciudadela ganaba. Me detuve en seco. Estaba a punto de cruzar las puertas y, a mi alrededor, no había ninguna roca que no hubiéramos mencionado ya… Le sonreí a mi hermano con burla.

«Lo siento pero la victoria es mía.» Hundí la mano en mi bolsillo soltando: «Diamante de Kron.»

Para sorpresa mía, Lústogan me correspondió con la misma sonrisa.

«Recurrir a un diamante que yo te di… ¿Tan terrible es perder?» Sacó un objeto luminoso de su bolsillo y lo tiró al aire diciendo: «Piedra de luna.»

Ashgavar… Tragué saliva. Había metido la pata. De haber sacado no el diamante sino mi piedra de luna, Lúst no habría podido sacar la suya y yo habría ganado. Pensé en el amuleto de Anuhi, pero estaba hecho de darshablina, una aleación, y no contaba como roca. La piedra de juramento del Templo del Viento era de copadiana, una roca que habíamos mencionado ya de camino a la ciudadela…

Oí un «fufufu» contenido y miré a mi hermano con sorpresa. ¿Se estaba riendo? Mar-háï, últimamente se lo veía más alegre de lo que recordaba. Esbocé una sonrisa y, alzando las manos detrás de la cabeza, crucé el umbral replicando:

«Algunas derrotas merecen la pena. Aunque…» le dediqué una mueca socarrona de soslayo, «tú ya has llegado a la ciudadela desde hace un rato, con lo que, técnicamente, gano yo.» Recibí una burlona ráfaga de órica que me alborotó el cabello y me mofé: «¡Bah! ¿Quién es el mal perdedor aquí? ¿Tanto te asusta que el alumno supere al maestro?»

«Si sueñas con superarme, antes aprende a perder.»

Bellim acababa de pasarnos levitando, adentro de la ciudadela, cuando oí un grito y vi a Jiyari bajar las largas escaleras con rapidez.

«¡Gran Chamán! ¡Estás vivo, gracias a Tatako! ¿Las plantas no t-te han herido?»

Perdió el equilibrio y, dándome cuenta de que no podía parar su caída con órica, me abalancé con el mismo ahínco que Kala, de tal suerte que recibimos al Pixie rubio de pleno y caímos ambos contra el suelo empedrado.

«Aaah,» mascullé, masajeándome el hombro. «Estaba bien hasta ahora, Campeón.»

«¡Lo siento!» se lamentó, mortificado.

«No es nada,» repliqué.

«¿Te encuentras bien?» se preocupó Kala mientras lo ayudaba a levantarse.

«¡Ha! ¡Estoy bien, estoy bien!» rió Jiyari, rascándose el cuello.

Me agaché para recuperar el cuaderno que se le había caído al descalabrarse. Estaba abierto y, al echar un vistazo al dibujo de la página, reconocí el campanario más alto de la ciudadela. El trazado era más basto que de costumbre, como si hubiese estado apretando demasiado el lápiz por nerviosismo. ¿Tan preocupado había estado por el Gran Chamán? Carraspeé y le devolví el cuaderno a Jiyari sin comentar nada. Alcé la mirada. Saoko bajaba las escaleras con más tranquilidad y, llegando al pie de estas, posó desenfadadamente una mano sobre el pomo de su cimitarra, constatando con tono aburrido:

«Así que estás vivo.»

Kala sonrió.

«Pues claro: unas plantas no son nada para el Golem de Acero.»

“Te recuerdo que tú no has hecho absolutamente nada,” le resoplé, divertido. Y fruncí el ceño, echando una mirada a mi alrededor.

«¿Dónde está Yánika?»

«Se fue con Weyna,» explicó Jiyari. «Ha sido la primera en salir de ese laberinto de plantas. Hace un par de horas ha bajado hasta aquí a ver si habías vuelto pero apenas hemos podido hablar con ella porque, al parecer, Weyna quería enseñarle algo especial.»

«¿Y la habéis dejado ir sola?» jadeé, incrédulo.

«Ah… Weyna no quería que la siguiéramos,» carraspeó el Pixie rubio, molesto.

Me giré hacia Lústogan y este replicó:

«Yánika insistió en ir sola.»

«No te preocupes, dudo de que esa Weyna tenga malas intenciones,» aseguró Jiyari. «Yánika dice que, al parecer, Irshae Arunaeh se parecía mucho a ella. Tenía el mismo pelo rosa y los mismos ojos. Y de hecho… es cierto. La he visto,» declaró. «En los recuerdos de este lugar.»

¿Los recuerdos de este lugar? Por un momento, me vino la imagen de la ciudadela, idéntica a ahora, pero con dos grupos de niños enfrentados, los unos adentro, los otros ante la puerta, llevando lanzas y piedras. En este último grupo, todos tenían ojos rojos y marcas negras en el rostro. Eran demonios, entendí. Parpadeé y la imagen se deshilachó…

«Entiendo,» dije dando un paso hacia delante.

«¿Lo entiendes?» repitió Jiyari, perplejo. Y agrandó los ojos. «¿Así que tú también ves esos recuerdos, verdad? No han parado de asaltarme desde que estoy aquí… ¿Tú también los ves?»

Kala asintió. Y tanto que los veíamos: ahora acababa de ver otro recuerdo en el que Irshae entraba en la ciudadela llevando un canasto lleno de flores. Aydjin la saludaba con una ancha sonrisa…

«Curioso,» comentó Lústogan.

«Mm,» asintió Jiyari con el ceño fruncido. «Es como si algo, en nosotros, atrajera los recuerdos de este lugar. ¿Tal vez porque ya estuvimos aquí en el pasado?»

Meneé la cabeza.

«A saber. ¿Dónde está Galaka Dra?» pregunté, girándome hacia Bellim.

El levitador indicó las escaleras.

«Debe de estar arriba. Os guiaré.»

«Pero Yataranka dijo que no nos moviéramos…» objetó Jiyari, nervioso.

Sus ojos, inquietos, se desviaron hacia los tejados de las casas. Enarqué una ceja. ¿Yataranka también era una levitadora? Habíamos empezado a subir las escaleras cuando la vi al fin, de pie, sobre un tejado cercano. No levitaba. Disimulando su rostro, llevaba una capucha y, entre sus manos, percibí el brillo de varios cuchillos. Diablos… No me extrañaba que Jiyari la mirara con aprensión.

«Me ocupo de ellos, Yataranka,» soltó Bellim, alzando la voz. «No te preocupes. No parecen ser mala gente.»

Agradecí las palabras del demonio, aunque Yataranka no se movió ni un milímetro y siguió observándonos con descaro. Estábamos a un cuarto de escaleras cuando eché un vistazo hacia atrás. La encapuchada había desaparecido. ¿Nos habría seguido?

Kala posó una mano sobre el brazo de Jiyari diciendo:

«Estás conmigo: no hay nada que temer.»

Pasó delante con andar de conquistador. Conociéndolo, adiviné la cara de admiración de Jiyari y esbocé una sonrisa ladeada. Ciertamente, el exceso de confianza que tenía Kala en sí mismo era admirable.

Las escaleras se nos hicieron interminables rápidamente. ¿Cuántos peldaños tendría? Por la mitad, empecé a contarlos, aunque a veces un recuerdo de la ciudadela me asaltaba y perdía la cuenta: veía niños en las ventanas, sonrisas, lamentos, miradas de odio… Al llegar completamente arriba, multipliqué por dos el resultado y comenté:

«Mar-háï, ¡unos quinientos peldaños!»

No era tanto como Makabath, pero no dejaba de ser impresionante.

«Quinientos setenta y dos.»

Me giré hacia la expresión seria de Lústogan, sorprendido. ¿Los había contado todos desde el principio?

«Es curioso,» intervino Jiyari. «No me siento cansado.»

Bellim frunció levemente el ceño como entristecido antes de darnos la espalda explicando:

«Si los músculos regeneran su energía, el cansancio desaparece. En el Jardín no podéis cansaros subiendo unas escaleras andando. Haría falta correr.» Lo miramos, anodadados. Este lugar era tan extraño… «Iré a por Galaka Dra. Esperad aquí.»

Se alejó levitando hacia una casa de las que rodeaban la explanada pero volvió a salir enseguida y se dirigió hacia la torre que se alzaba en el centro: el campanario con su campana roja en la cima. Llamó a la puerta y la empujó.

«¿Galaka? ¿Weyna? ¿Estáis ahí?» preguntó.

¿No se atrevía a entrar? Al no recibir respuesta, Bellim llamó:

«¿Delisio?»

El demonio nos miró y, tras una vacilación, desapareció dentro de la torre cerrando la puerta detrás. ¿Estaría Yánika ahí dentro? La inquietud me invadía como una insidiosa serpiente. Saoko, Jiyari, Kala, Lústogan y yo estuvimos aguardando en silencio un rato hasta que dejé escapar:

«Menudo corte, ¿eh, hermano? Que Tchag sea la fundadora de nuestro clan. La ‘criatura hiperactiva’ de la que hablabas esta mañana… es una Arunaeh.»

Solté una risa baja. Lústogan no se inmutó. Y luego comentó:

«Me maravilla cómo la ciudadela permanece en tan buen estado después de tantos miles de años.»

«No cambies de tema,» resoplé por lo bajo, y asentí echando un vistazo al empedrado y a las casas. «Tal vez las energías de este Jardín tengan algo que ver. Attah,» mascullé, impaciente. «¿Qué diablos hacen ahí dentro?» Vacilé. Nada más pensar que Yánika estaba dentro de la torre, sola con cuatro milenarios… «Voy a ver qué pasa.»

Me acerqué a la puerta de la torre. Estaba llegando a ella cuando una sombra pasó ante mis ojos con rapidez y se interpuso en mi camino. Era la encapuchada con los cuchillos… Me detuve, ensombrecido.

«Yataranka, ¿verdad?»

De tan cerca, podía ver su rostro: su aspecto era el de una muchacha de apenas quince años, pelo negro, piel blanca y rasgos finos. Dos viejas cicatrices surcaban su mejilla derecha. Sus ojos me atravesaban como dos dagas y sentí que mi Datsu se desataba ligeramente.

«Lo siento pero… ¿puedo pasar?» pregunté.

Yataranka guardó el silencio. ¿No sería muda, verdad? No, más bien parecía tener carácter huraño…

«Di,» solté. «¿Ya has usado esos cuchillos contra otros saijits?»

La pálida milenaria me enseñó una sonrisa que me dio escalofríos.

«Por supuesto,» dijo.

Detrás de mí, oí la voz trémula de Jiyari:

«G-Gran Chamán, ¡no te acerques demasiado!»

Saoko carraspeó.

«Drey. ¿Necesitas ayuda para abrirte camino?»

Attah… no quería recurrir a la violencia.

«¿Qué me dices si entramos juntos?» propuse.

Yataranka agrandó los ojos, tomada por sorpresa.

«¿Eeeh? ¿Juntos?»

«Sí, así puedes proteger a tus compañeros y yo puedo comprobar que mi hermana se encuentra bien. Si no me dejas verla, acabaré pensando que le habéis hecho algo,» razoné.

Yataranka permaneció en silencio unos instantes. Entonces, asintió.

«De acuerdo.»

«¿Eeeeh?» solté a mi vez, atónito. ¿Había aceptado? ¿Tan fácilmente? Sonreí, aliviado. «Gracias.»

Yataranka hizo un mohín.

«Pero antes contéstame a una pregunta. Esa niña… ¿hasta qué punto la consideras tu hermana?»

La miré, anonadado.

«¿Qué hasta qué punto…? Mar-háï, Yánika es mi hermana desde que nació. Compartimos padres.»

«¿Eso es todo?» murmuró Yataranka. «Entonces… una hermana lo es sólo por compartir padres. Qué grotesco.»

Alzó la mano con sus cuchillos arrojadizos y Saoko deslizó su cimitarra en su funda…

«¡No!» repliqué, nervioso, apartando los brazos. ¿En qué estaban pensando esos brutos? Apreté los dientes. «Es decir, en su sentido primero, una hermana es simplemente eso, pero Yánika es mucho más que una hermana para mí. La cuidé yo desde que era pequeña. Si le llega a pasar algo, no me lo perdonaré en la vida.»

Yataranka me atravesaba con la mirada.

«O sea que no le tienes cariño sino que la proteges por sentido del deber. Grotesco, pero me vale,» dijo, guardando sus cuchillos.

Hice una mueca incrédula.

«¿Cómo que no le tengo cariño?»

Yataranka enarcó una ceja.

«¿La quieres?»

Muy consciente de la presencia de Lústogan, Jiyari y Saoko, resoplé de lado, molesto. Y Kala graznó:

«¡Por supuesto! Menuda pregunta. La amamos de todo corazón. ¿Verdad, Drey?»

Asentí emitiendo una tos divertida.

«Verdad.»

¿Tenía acaso esa milenaria algún trauma relacionado con algún hermano suyo? Dioses… En cualquier caso, Yataranka se mostró satisfecha con mis respuestas y empujó la puerta de la torre.

«Quieren entrar,» anunció al cruzar el umbral. «¿Pueden?»

No oí ninguna respuesta pero entramos de todas formas. La planta baja era una sola y amplia habitación, llena de trastos de todo tipo. Unas escaleras anchas llevaban a los pisos superiores. Sentado entre un gran armatoste metálico y un montón de bártulos, un muchacho elfocano rubio de ojos verdes manipulaba una pequeña caja. Nos observó, nos sonrió y murmuró algo tan bajo que no pillé.

Yataranka asintió, sin embargo.

«Delisio dice que están en el tercer piso. Como toques tus armas, aventurero,» agregó hablándole a Saoko, «usaré las mías.»

Acentuando su expresión fastidiada, el brassareño no replicó. Hundí mis manos en los bolsillos y Kala soltó hinchando el pecho:

«Así que tú eres Delisio. Yo soy Kala.»

«Y yo Drey,» dije con más modestia. «Un placer.»

El elfocano pestañeó y se levantó sin soltar la pequeña caja. Murmuró algo. Hice una mueca adelantándome.

«Lo siento, pero no te oigo.»

«Perdón…» murmuró sin alzar la voz. «Decía que es la primera vez que se me presentan dos en un mismo cuerpo. Me siento verdaderamente entusiástico.»

Esbocé una sonrisa. Hablando en ese tono, no lo parecía.

«Entusiasta, querrás decir,» apunté. «Con permiso, vamos a subir al tercer piso.»

«Me gustaría poder acompañaros,» respondió él con un hilo de voz alzando su pequeña caja, «pero tengo que acabar el trazado o se deshilachará. »

«¿Eres magarista?» preguntó Lústogan.

Me sobresalté al darme cuenta de que mi hermano se había acercado y parado junto a mí. Delisio sonrió, sacó unos anteojos de su bolsillo y se los puso.

«Soy magarista,» confirmó al fin. Señaló todos los bártulos que nos rodeaban en la habitación. «Durante mucho tiempo, creí que se me daba bastante mal, hasta que un aventurero me dijo que era muy hábil. Me gustaría poder enseñaros mis artes como lo hice con él. Son muy interesantes y es divertido.»

Posó una mano sobre mi hombro, como para darle más peso a sus susurradas palabras.

«No lo dudo,» carraspeé. «Y se agradece la oferta, pero pensamos salir de aquí en cuanto podamos. Digamos que andamos con prisas…»

«Me gustaría poder ir con vosotros,» confesó Delisio. Ante mi mueca perpleja, volvió a su sitio y se sentó agregando en voz igual de baja: «Me gustaría andar con prisas. Suena… divertido.»

Tragué saliva. Yataranka y Weyna no eran personas fáciles de lidiar, pero Delisio… estaba en otro nivel.

Viendo que Yataranka ya estaba subiendo las escaleras, la seguimos. La segunda planta estaba llena de cajas, algunas de las cuales formaban la siguiente escalera para subir al tercer piso. Las escaleras de piedra habían sido destruidas hacía tiempo. Precisamente me estaba preguntando cómo había sucedido cuando, de pronto, el sonido de una explosión me impactó con tal fuerza que perdí el equilibrio. La mano de Saoko me volvió a poner recto y Lústogan hizo lo mismo con Jiyari. Por lo visto este había oído la explosión como yo, pero no Saoko ni mi hermano.

«Un… ¿recuerdo?» murmuré. Había sonado tan real… Le dediqué un gesto de cabeza al brassareño. «Gracias, Saoko. Buenos reflejos.»

Saoko respondió con un simple gruñido bajo de fastidio. Reanudé la marcha con el oído aún aturdido por la explosión. ¿Quién había podido querer hacer explotar aquella torre en el pasado?

Al fin llegamos a la tercera planta. Esta no tenía más techo que el de la cima de la torre, rematada con el campanario. Unas escaleras de piedra ascendían a lo largo de las paredes hasta la campana roja. Mi mirada, sin embargo, no se demoró en las alturas y la bajé con rapidez en cuanto percibí el brillo rosa de la cabellera de Yánika: mi hermana estaba de pie, en el centro de la sala, ante un pedestal. Sobre este, se alzaba una bola morada de unos tres palmos de diámetro.

«¡Yánika!» solté.

Galaka Dra y Weyna se encontraban en un borde de la sala, junto con Bellim. ¿Qué hacía Yánika sola en el centro? ¿Y qué eran esas líneas de luz en el suelo? ¿Runas? Mi inquietud creció al ver que mi hermana no se daba la vuelta.

«¡Yánika!» repetí.

Lústogan la llamó a su vez. Nada. Nuestra hermana parecía arrobada por esa sospechosa bola morada. Di un paso hacia delante.

«¡No te acerques, es peligroso!» soltó de pronto la voz de Galaka Dra.

Se adelantaba hacia nosotros junto con Bellim y Weyna, teniendo cuidado con no entrar en los círculos rúnicos. Mi Datsu tembló, apreté los dientes y Kala gruñó:

«¿Qué le estáis haciendo a mi hermana?»

Galaka estaba particularmente pálido. Weyna declaró:

«El Corazón quería testearla.»

Jiyari y yo agrandamos los ojos, confusos.

«¿Testearla?» repetí.

«¿El… Corazón?» murmuró Jiyari.

«Naarashi, la diosa del Jardín,» explicó Yataranka con tono brusco.

«Es el Jardín,» precisó Galaka Dra dando un paso hacia nosotros. «El Corazón crea la energía y la barrera, guarda los recuerdos y nos da la inmortalidad… No nació siendo una persona, pero con el tiempo ha acumulado saber y creado una conciencia. Generalmente, no habla y se contenta con arrancar los recuerdos de los aventureros que abandonan el Jardín o mueren en él, pero hoy…»

«Hoy, el Corazón tiene esperanza de que se cumpla su deseo,» declaró Weyna. La elfa se giró hacia Yánika con ojos penetrantes. «Irsa se lo prometió hace tiempo.»

«¿Su deseo?» preguntó Jiyari. «¿Qué deseo?»

Los cuatro milenarios intercambiaron una mirada. Galaka Dra meneó la cabeza explicando:

«El Jardín desea ser destruido.»

Me quedé petrificado. ¿El Corazón quería autodestruirse?

«Así que, por esa promesa, os habéis atrevido a poner a Yánika en peligro,» declaré con frialdad.

«Ella ha aceptado,» se defendió Weyna.

«Me lo creeré cuando me lo diga ella misma,» repliqué.

«¿Por qué deseáis que el Jardín sea destruido?» intervino Lústogan con impecable calma. Sólo el Datsu ligeramente desatado traicionaba su preocupación.

«Es verdad,» comentó Jiyari. «El Jardín os protege. ¿Por qué destruirlo ahora?»

Los milenarios mostraron expresiones variadas. Weyna estaba como resignada, Galaka Dra determinado, Bellim inseguro. Yataranka permaneció impertérrita cuando dijo:

«Como dices, el Corazón nos ha protegido de la muerte durante mil años. Si no le ayudamos a cumplir su deseo después de todo lo que ha hecho por nosotros, no somos más que escoria.»

De modo que estaban preparados para dejar su vida inmortal… ¿Pero por qué pensaban que Yánika era capaz de destruir ese orbe? ¿No hubiera sido más fácil pedirnos eso a Lústogan y a mí, siendo destructores? ¿Qué clase de entidad era Naarashi?

Weyna apretó los puños.

«Como amigos de Irsa, es nuestro deber ayudarla a cumplir su promesa con Naarashi. Irsa le prometió que la salvaría: eliminaría la barrera del Jardín y sellaría a Naarashi en su mente para que pudiera seguir viviendo en ella.»

«¿Qué?» solté sin entender. ¿Querían destruirla y salvarla al mismo tiempo?

«Salvar a nuestra diosa dándole cobijo,» afirmó Weyna. «Sin embargo, nuestros intentos no funcionaron e Irsa se marchó del Jardín para buscar una solución. En aquella época, no sabíamos todavía que todo aquel que sale pierde los recuerdos de este lugar. Lo sospechábamos, pero no estábamos seguros. Fue un error dejarla ir… o eso siempre he pensado pero…» La elfa echó un vistazo fruncido a Yánika, de pie, ante el pedestal. «Si Irsa fundó un clan de brejistas, sin duda fue en parte porque restos en su memoria le decían que la bréjica era la única forma de salvar a Naarashi. Aun así, ella no consiguió nada personalmente con su bréjica cuando regresó… como yo, nunca fue una gran estudiosa. Al contrario que Lotus Arunaeh, aunque él tampoco obtuvo mejores resultados hace sesenta años, pero nos devolvió la esperanza: le prometió a Irsa que mandaría a un Arunaeh capaz de sellar el Corazón de Naarashi sin destruirlo. Lotus no ha reaparecido desde entonces, pero si fue él quien os guió hasta las mazmorras de Ehilyn, está cumpliendo con su promesa pues…» sus ojos escudriñaron a Yánika, «nos ha mandado nada menos que a una heredera Selladora del clan. Si Naarashi acepta refugiarse en ella, el resto dependerá de las habilidades bréjicas de Yánika para sellarla.»

Escuché las palabras de Weyna con la mente cada vez más confusa y asustada. ¿Los milenarios querían salvar esa bola morada? ¿Incluso sabiendo que ni siquiera era una persona? ¿En serio? ¿En serio querían que una conciencia capaz de crear una energía como la del Jardín se refugiara en la mente de Yánika? ¡¿En serio?!

Y mi hermana había aceptado…

«Yani…» balbuceé.

Esta seguía inmóvil, ante la bola, ajena al mundo. A mis oídos, la conversación se convirtió en un zumbido difuso. Avisté la mirada curiosa de Yataranka. La ignoré y di un paso hacia las runas. Estas despedían una luz azulada iridiscente.

«¡Muchacho, no!» se apresuró a exclamar Galaka Dra. «No pases la línea o puede que muráis los dos. El Corazón es caprichoso y teme lo desconocido…»

¿Esperaba tal vez que iba a quedarme sentado a ver cómo se las arreglaba Yánika lidiando con una “diosa” caprichosa? Resoplé de lado pero vacilé, un pie rozando la línea. No quería meter la pata…

De pronto, algo me golpeó la sien. ¿Un milenario? No, era una presencia mucho más poderosa. Me sentí como si me hubiese convertido en aire y me estuviese aspirando un dragón. No podía huir. ¿Ese era… el poder del Corazón? ¡Pero ni siquiera había pasado la línea! Sólo me había acercado… Sofocaba. Las imágenes fluían en mi mente, una tras otra: elfos, plantas, nigromantes, niños, demonios, sonrisas y sangre y flores, insectos y dolor… Rápidamente estuve saturado de información hasta tal punto que mi mente ardía… Luchaba por respirar. Alguien me agarraba de la cintura. Y otro del brazo. Y otro del pelo. ¿Qué demonios? Al fin había recuperado mi capacidad de movimiento: me agité y me liberé de Lústogan, Jiyari y Saoko sintiendo que iba arrastrando un peso mayor que el habitual. Pestañeé ante la luz. Nos encontrábamos en un gran patio con casas de madera adornadas; enseguida me recordaron a la ciudad termal de Skabra. Me quedé mirando el lugar durante un rato, pasmado. ¿Acaso habíamos pasado el portal para salir del Jardín? Pero… ¿qué hacíamos en la Superficie? Una lluvia fina caía del cielo plomizo. ¿Y Yánika? Me giré teniendo la impresión de tener un pesado saco a mis espaldas. Todo estaba en silencio.

«¡Yánika!» llamé.

«Dudo de que te oiga,» comentó Lústogan, levantándose a su vez. «Este lugar no es real.»

Lo miré, sobrecogido.

«¿No es real? ¿Qué quieres decir?»

Un brillo de sorna pasó en los ojos de Lúst.

«¿No te sientes algo pesado, hermano? ¿Como si estuvieras llevando una carga inútil?»

«¿A quién le llamas inútil?» protestó de pronto una voz detrás de mí.

Sorprendido, me giré, para comprobar que no había nadie. A menos que… Un escalofrío me recorrió entero.

«¿Kala?»

El Golem de Acero estaba pegado a mi espalda. Al ser más bajo que yo, sus piernas colgaban en el aire a unos centímetros del suelo. Con el corazón acelerado, resoplé y convine:

«Esto no es real. Que tenga a un Pixie colgado de la espalda no tiene ningún sentido.»

«Si estoy colgado, es por tu culpa,» gruñó Kala. «¿Puedes dejar de agarrarte a mí?»

«Lo haría si pudiese,» repliqué. «¿Quieres dejar de patear? Voy a perder el equilibrio.»

«No quiero dejar de patear, ¡quiero tocar el suelo!»

«Pues haber crecido más,» suspiré. Me giré hacia Lústogan, Saoko y Jiyari. «¿Se puede saber por qué os habéis agarrado a mí? ¿Queréis morir juntos, o qué?»

«Tú te has acercado a las runas, te recuerdo,» dijo Saoko. «Qué fastidio.»

«Y que lo digas,» murmuró Lústogan, frotándose la barbilla.

Les dediqué un mohín a ambos.

«Oye, ha sido ese Corazón el que me ha aspirado, yo no he pasado la línea, y aunque la hubiese pasado, ni loco voy a dejar a Yánika que se meta a saber qué criatura en la mente. Esto se está yendo fuera de control,» añadí, mirando las casas silenciosas y el patio desierto. Con su propio cuerpo de acero, Kala se inclinó hacia otro lado y mascullé: «¿Por qué diablos tenías que retomar tu cuerpo de acero? Pesa un rowbi.»

«Pesa lo que tu conciencia te dice que pesa,» intervino Jiyari.

Kala pateó, perdí el equilibrio y caímos al suelo. Por suerte, él se llevó la peor parte del golpe. Resopló:

«¿Qué quieres decir, hermano?»

El Pixie rubio estaba absorto. Las gotas de lluvia brillaban sobre su rostro. Inspiró y explicó:

«Si adivino bien, hemos dejado nuestros cuerpos y estamos en la conciencia del Corazón de Naarashi. Eso explica por qué estáis pegados,» razonó, girándose hacia nosotros. «Porque sois dos conciencias en una misma mente.»

Me quedé en silencio un momento. Sus palabras tenían sentido. No sabía muy bien cómo el Corazón había conseguido transportar nuestras conciencias a ese lugar pero estaba claro que lo que veíamos no era físicamente real: era bréjica. De ningún modo el anterior cuerpo de Kala podía seguir existiendo más que en su propia conciencia.

Saoko chasqueó la lengua.

«No me apetece nada investigar este sitio pero dudo mucho de que consigamos volver a nuestros cuerpos si no nos movemos.»

El drow avanzó por el patio con una mano en el pomo de su cimitarra. Si seguía teniendo sus armas incluso en ese plano mental, es que debían de ser realmente importantes para él…

Lústogan se puso en marcha a su vez y Jiyari me tendió una mano con una sonrisa decidida:

«No es hora de descansar, Gran Chamán.»

Asentí y le agarré la mano diciendo:

«Kala, dudo de que el Campeón pueda levantarnos tan fácil, así que pon buena voluntad, ¿quieres? Todavía tenemos que sacar a Yánika de aquí, salir del Jardín sanos y salvos y encontrarnos con los demás Pixies, entre otras cosas.»

Jiyari estiró y conseguimos retomar la posición de pie. Di unos pasos vacilantes hacia Saoko y Lúst. Attah… En ese sitio, ni siquiera podía usar mi órica para aligerar el peso. Jiyari decía que este dependía de nuestras conciencias, pero era Kala el que había elegido aparecer en aquel cuerpo de acero: su peso dependía de él. Y desafortunadamente me daba la impresión de que este se iba haciendo cada vez más pesado. Me inquieté.

«Kala, ¿te encuentras bien?»

Detrás de mí, el Pixie rechinó los dientes emitiendo un sonido estridente. Muy bajito, contestó:

«No. ¿Cómo voy a encontrarme bien en este cuerpo? ¿C-crees que, si empieza a destruirse, mi conciencia se destruirá con él? Di, Drey… ¿voy a desaparecer otra vez?»

Al oír su tono angustiado, mi preocupación se disparó y mi Datsu se desató aún más.

«No digas tonterías,» le repliqué. «Con lo que pesas, ni un huracán te haría desaparecer.»

«¿Soy el único al que le parece sospechoso ese templo?» preguntó entonces Jiyari.

Miraba hacia uno de los lados del patio, donde se alzaba un elegante edificio con numerosas columnas y una gran escalinata en la entrada. En ese ambiente lluvioso y grisáceo, destacaba efectivamente.

«Echémosle un vistazo,» propuse.

Nos acercamos y comenzamos a subir los peldaños. Extrañamente, cada peldaño me parecía más duro que el anterior. ¿Sería debido a Kala? Estaba a punto de pedirle a este que tratase de imaginarse que estaba hecho, no sé, de plumas en vez de acero, cuando de pronto mi hermano se detuvo. Tenía la frente empapada de sudor. ¿Cómo podía sudar si ni siquiera estábamos en nuestros cuerpos? Saoko temblaba de esfuerzo al posar un pie en el siguiente peldaño. El único en no parecer afectado era Jiyari: el Pixie rubio alcanzó la cima con ligereza y siguió avanzando…

«¿Qué diablos pasa?» jadeé, subiendo otro peldaño.

Igual de perplejo, Lústogan no contestó. Saoko chasqueó la lengua, obviamente fastidiado de no entender por qué nos costaba tanto subir aquellas escaleras.

«¡Jiyari!» llamé. «¡No te vayas delante!»

Lo habíamos perdido ya de vista. No oí ninguna respuesta.

«Attah…»

Redoblé de esfuerzos para moverme y subir peldaños, pero cada movimiento me parecía requerir la fuerza de mil demonios. Pronto dejé de poder avanzar del todo. ¿Acaso Naarashi estaba jugando con nosotros?

«¡Muchachos!»

El súbito grito venía de detrás. El tiempo que me girase, Galaka Dra había alcanzado el pie de las escaleras.

«¿Galaka?» me sorprendí. «¿Qué haces aquí?»

«No importa eso: simplemente escuchad. Cuando habéis entrado en el Corazón, Naarashi ha vinculado vuestras conciencias a su mundo mental. Hay aventureros que han caído en su mundo sin poder salir nunca de ahí. De hecho, sólo conozco a un aventurero que volvió a su cuerpo.»

Sentí un escalofrío. ¿Sólo un aventurero? Y esos milenarios habían sido capaces de dejarle entrar a Yánika…

«Si esos aventureros no han salido,» intervino Saoko, «¿por qué no he visto sus cuerpos dentro de los círculos rúnicos?»

«Naarashi es la diosa del Jardín,» nos recordó Galaka Dra. «Aspira la energía que desea y la distribuye donde quiere. Los huesos, la carne… son energía. Ahora que estáis atrapados en este mundo, estáis a merced de los instintos más profundos del Corazón y, si no sois prudentes, no dejaréis rastro en este mundo. Os lo dije: no deberíais haber entrado.»

Hice un mohín. Él mismo había entrado para avisarnos de ello… aunque podría habernos explicado todo eso antes. Con un poco de suerte Saoko, Lúst y Jiyari se lo habrían pensado un poco más antes de abalanzarse hacia mí… Fuera como fuera, yo habría entrado de todas formas. Solté:

«Perdón, Galaka Dra, pero tengo que encontrar a Yánika. Seguramente conocerás este lugar mejor que nosotros: ¿qué tal si nos ayudas?»

«Será un placer pero… es la primera vez que entro aquí,» confesó.

Me atraganté con la saliva. ¿Por qué mis reacciones eran tan realistas? Hasta mis miembros los sentía tan entumecidos.

«No he entrado nunca,» continuó Galaka Dra subiendo los peldaños, «pero conozco a dos personas que recorrieron el Corazón hace muchos siglos y salieron intactas o casi. Uno era el aventurero del que os he hablado. La otra fue Irsa. Recuerdo lo que nos dijo al salir: “el corazón de Naarashi es un lago sin fondo ni orillas. Debes beber todo el agua antes de salir de él y, sobre todo, debes confiar en ti mismo.” La confianza,» repitió. «Insistió en ella como la mejor manera de entender a Naarashi. Estas mismas escaleras funcionan probablemente con confianza. Si no estáis totalmente seguros de que queréis avanzar, no avanzaréis. Por cierto… ¿dónde está vuestro amigo rubio? No me digáis… ¿que ya ha entrado en el templo? ¿Solo?»

Asentí, absorto. Las palabras de Galaka Dra me dejaron un desagradable resabio en la boca. ¿Confianza? ¿Significaba acaso eso que no estaba lo suficientemente seguro de mí mismo? ¿que no estaba seguro de querer seguir avanzando? Eso era absurdo: mi único deseo, en ese momento, era reunirme con Yánika y asegurarme de que no estuviera en peligro. Entonces…

«Confiar,» repitió Kala. «Eso es sencillo. Drey, date la vuelta. Avanzo yo. Por culpa de tu Datsu, tú no sabes lo que es confiar de verdad. Yo lo sé de sobra.»

Agrandé los ojos, impactado. ¿Que no sabía lo que era confiar de verdad? Eso no era cierto pero… por más que quisiera, no lograba ya avanzar ni de un peldaño. Lústogan no estaba en mejor postura. ¿Podía ser que nuestro Datsu nos estuviera impidiendo el avance?

«¿Quieres ver a Yánika, verdad?» refunfuñó Kala. «Pues déjame esto a mí.»

Me resultaba fastidioso tener que dejarle las riendas a Kala pero… tenía razón: no podíamos seguir atascados indefinidamente en esa escalinata. Me di la vuelta, me bajé y traté de cruzar las piernas, dejando el Golem de Acero tomar la iniciativa. Emitió una risita mientras subía los peldaños con humillante facilidad.

«¡Venga, hermano!» le dijo a Lúst con ligera burla. «Tú puedes hacerlo.»

Pese a los ánimos, Lústogan permanecía igual de inmóvil que las columnas del templo. Pegado a las espaldas de Kala, lo vi cerrar los ojos con decisión y hacer un esfuerzo para mover un pie… en vano. Raramente lo había visto tan concentrado. Hasta parecía levemente disgustado. Sentí un impulso de simpatía hacia él. Sin la ayuda de Kala, yo habría estado igual.

Llegábamos a la cima cuando vi con sorpresa a Saoko dar media vuelta y pararse ante mi hermano. Tras un breve intercambio que no logré oír, pasó un brazo por su torso y lo arrastró hacia arriba con él. Me crucé con la mirada de Lúst y esbocé una sonrisa ladeada. Ambos debíamos de sentirnos igual de inútiles en ese momento. Al contrario, Saoko había vencido con facilidad sus pocas ganas de avanzar y Kala caminaba con rapidez hacia el interior del templo. En cuanto a Galaka Dra, nos seguía de cerca con cara preocupada.

Empecé a entender la frustración anterior de Kala cuando, al entrar en el templo a espaldas de este, fui incapaz de ver hacia dónde nos encaminábamos.

«¡Jiyari!» soltó Kala. «¿Dónde se ha metido?»

Fruncí el ceño. ¿No estaba Jiyari ahí? ¿Qué demonios pasaba?

«Esto es…» Galaka Dra nos adelantó, fijando unos ojos intensos en algo que yo no veía. «La primera puerta del Corazón. Según Irsa, la puerta se le abrió cuando le dijo por qué deseaba atravesarla.»

«Huh,» carraspeó Lústogan. «¿Quieres decir que Naarashi elige a quién deja entrar y a quién no? Suena problemático. ¿Y dices que hay más puertas?»

«Irsa habló de tres puertas,» reflexionó Galaka Dra. «La primera para entrar, la segunda para comprender a Naarashi y la tercera para volver a su cuerpo.»

«¿Qué hay después de la primera puerta?» se preocupó Kala. «Si es peligroso ir solo, Jiyari…»

Hubo un silencio.

«El aventurero que entró y salió de aquí mencionó haber sido atraído irresistiblemente por una luz,» comentó Galaka Dra. «Si le ha pasado lo mismo a Jiyari… puede que sea buena señal.»

Con las piernas y los brazos cruzados, colgando en el aire, gruñí para mis adentros. Buena señal o no, si empezábamos a separarnos, no saldríamos de ahí nunca.

«Kala. ¿Cómo es esa puerta?» pregunté.

«Eeh… ¿Tienes ganas de verla, eh?» se burló.

«¡No bromees, esto es serio!» mascullé.

«Lo sé,» replicó Kala con extraña gravedad. «Fue en este cuerpo de golem cuando prometí que protegería a mis hermanos fuera como fuera. Si le llega a pasar algo a Jiyari, juro que destruiré este Corazón hasta que desaparezca del todo.»

Se avanzó sin más dilaciones. Me asusté.

«Espera un momento, Kala, ¿no irás a atravesar la puerta sin siquiera entender cómo funcio… NAAAA! ¡Inconsciente!» grité mientras el Golem de Acero pasaba la «puerta». No pude ver esta más que de reojo justo antes de entrar, pero definitivamente no era una puerta corriente, sino más bien un portal dentro de la conciencia del Corazón. El impacto me sacudió entero. Por un momento, mi mente se llenó de caóticas luces de colores, espasmos e incomprensión. ¿Acaso iba a morir? No, no debía morir, aún no: tenía que salvar a Yánika. Pero ¿por qué sentía como si mi alma se estuviera desgarrando por dentro? De pronto, todo explotó y la calma regresó junto con una profunda sensación de paz. Me encontraba flotando en un mar completamente negro. Kala ya no estaba a mis espaldas: yacía junto a mí, inconsciente. ¿Era eso… el corazón de Naarashi? ¿O bien el mundo de los muertos? Flotaba, inmóvil en ese universo de oscuridad, y ni siquiera podía moverme. Sin duda, debía de haber muerto. La tristeza me envolvió.

«Perdón, Yánika,» murmuré. «No quería dejaros a todos tan pronto pero me temo… que no puedo luchar contra esto.»

El silencio, en aquel lugar, era completo. ¿Tan aburrido era estar muerto? Hasta mis pensamientos parecían hacerse cada vez menos ruidosos y más confusos. ¿Me estaba deshaciendo? ¿Tanto tardaba una vida en dejar de ser? Irónicamente, cuanto más aturdido me sentía, más entendía la verdad: Naarashi sólo dejaba pasar la puerta uno por uno y, naturalmente, había querido separarnos a Kala y a mí. Nos había cortado como un carnicero y, como nuestras mentes habían estado tan unidas, las heridas causadas eran ciertamente mortales. Pronto nuestras mentes se diluirían en Naarashi y dejaríamos de existir para siempre.

En ese momento, lamenté que Kala no estuviera consciente para intercambiar unas últimas palabras con él. Al fin y al cabo, aunque sólo habíamos compartido cuerpo por un corto tiempo, y aunque su carácter estaba lleno de defectos, era un irreemplazable compañero. Al igual que los Ragasakis y mi clan y los destructores. Si tan sólo pudiera ver una última vez la sonrisa cándida y sincera de Livon…

Inspiré.

«Ya-náï. No puedo morir aquí.»

Y, usando mis últimas energías, grité con todo lo que tenía:

«¡YÁNIKA!»

Hermana, susurró mi mente mientras se desvanecía en la nada. Ayuda.