Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 5: El Corazón de Irsa

21 Banquete en un laberinto

«Cayó dormida la alondra en su nido roncando sonrisas.»

Yánika Arunaeh

* * *

«Es natural que me dejes los lazos rojos,» gruñí. «Los compré yo.»

Kala resopló de lado.

«Los llevaba este cuerpo, no el tuyo de ahora. Ya te has quedado con la ropa de destructor, no me vas a quitar los lazos del pelo, ladrón saijit. A Yánika le gustan.»

«Ya sé que a Yánika le gustan: por eso mismo, devuélvemelos, Pixie ladrón,» le espeté.

«¿Podéis dejar de discutir como dos viejos anobos?» nos recriminó Yánika.

Me sobresalté, me percaté de que aquella era la cuarta o quinta discusión que tenía con Kala desde el desayuno y hundí las manos en mis bolsillos, mascullando:

«Perdón. No estoy enfadado.»

«¡Mentiroso!» exclamó Kala. «Estás claramente enfadado. Pero no te daré mis lazos rojos.»

«No has cambiado nada: te comportas como un niño,» repliqué. «Haz lo que quieras con tus lazos, ya no me importa, pero deja de meterte conmigo.»

«¿Quién se mete con quién? Claramente tú te metes conmigo.»

Suspiré.

«De acuerdo, me callo. Toda la culpa la tiene este laberinto maldito. Acabaríamos más rápido cavando un túnel hasta la Superficie.»

«Ah, cierto,» aprobó Galaka Dra, girándose a medias. «Si es que no nos topamos con roca-eterna en medio, claro está. Es imposible pasar a través la roca-eterna. O casi.»

Alcé la cabeza, extrañado.

«¿O casi?» repitió Lústogan.

Ante nuestras miradas intrigadas, Galaka Dra se encogió de hombros.

«Bueno… En el Jardín, había una roca especial capaz de apartar la roca-eterna como un imán. Una roca negra igual de irrompible.»

¿Una roca negra? Con una ceja enarcada, me giré hacia Kala.

«¿Me pasas el diamante de Kron?»

Tras dedicarme una ojeada burlona, el Pixie hundió la mano en su bolsillo y me lo pasó. Se lo enseñé a Galaka.

«¿Te refieres a algo así?» Ante los ojos sorprendidos de los milenarios, añadí: «Por los Pueblos del Agua, lo llamamos diamante de Kron. Hasta hace poco, no conocía los efectos de este sobre la roca-eterna. Esas dos rocas actúan como dos imanes que se repelen. ¿Así que teníais diamantes de Kron en el Jardín?»

«Bueno… Sólo una pieza.» Galaka Dra sacó un colgante de debajo de su túnica: era un diamante de Kron de un tamaño parecido al mío. «Irsa usó esta piedra para salir por segunda vez del Jardín. Había una brecha en la roca-eterna que rodeaba la caverna y usó ese… diamante de Kron para ensanchar la entrada temporalmente. Su nuevo cuerpo era tan pequeño que consiguió seguir por la brecha sin problemas.»

De pronto, recordé cómo Tchag me había robado el diamante en dos ocasiones: primero la había tirado contra una roca cualquiera, y luego contra la roca-eterna en la isla de Daguettra… Así que no lo había hecho por nada. Tal vez ya en aquel entonces Tchag recordara algo sobre el Jardín y su identidad. A saber.

Galaka Dra echó una mirada meditativa hacia su diamante.

«Creía que esta roca era una reliquia mágica pero por lo visto es simplemente una roca.»

«¿Simplemente una roca?» resoplé. «El diamante de Kron es una roca rara y difícil de encontrar. No lo vayas enseñando por ahí si no quieres tener problemas.»

«Dicen que un rey de Temedia vendió un pequeño palacio a cambio de un diamante de Kron,» intervino Yánika.

Con súbita incomodidad, Galaka Dra escondió el colgante debajo de su túnica. Jiyari ladeó la cabeza, pensando en voz alta:

«Si Irsa salió por ese agujero, entonces ¿por qué perdió los recuerdos del Jardín?»

«La barrera del Jardín,» explicó Bellim, sentado sobre los hombros de Delisio. «Creímos que podría huir de ella si pasaba por la roca-eterna, pero por lo visto nos equivocamos. Cuando Irsa se alejó demasiado por el agujero… por lo visto nos olvidó y no regresó.»

«No lo entiendo,» admitió Kala. «¿No se supone que Tchag es Irshae Arunaeh, una brejista? ¿Por qué no protegió su mente como lo hizo Lotus? ¿Y por qué no pasó por el portal de la ciudadela o por el portal que usaba Lotus para ir al laboratorio? Así no os habría olvidado y habría traído a la Selladora Arunaeh mucho antes. ¿No?»

Parecía que a veces Kala sabía reflexionar… Galaka Dra sacudió la cabeza.

«El portal que iba hacia el laboratorio ya no existía. Lo destruímos con la ayuda de Naarashi cuando llegaron unos mercenarios del Gremio de las Sombras al Jardín. Por otro lado, Irsa nunca fue una brejista tan dotada como Lotus y su Datsu no es tan eficaz: cuando su esposo Aydal, vuestro primer Sellador, inventó el Datsu, este no era tan perfeccionado como el que lleváis vosotros hoy en día o como el que llevaba Lotus. Además, después de que Lotus transvasara la mente de Irsa a su nuevo cuerpo, su Datsu sufrió alteraciones. Por todo eso, Irsa pensó que sería menos arriesgado pasar por la brecha que por el portal por el que hemos pasado para llegar a este laberinto.»

Pero al final había perdido los recuerdos igual al salir de la barrera del Jardín, completé para mis adentros.

«Sea como sea,» intervino Weyna, «por lo que contáis parece que Irsa no solamente ha olvidado el Jardín sino también su vida pasada como Irshae Arunaeh y su vida con la bruja Lul. Es muy extraño. Me pregunto qué le habrá pasado.»

«Los efectos de la barrera del Jardín son imprevisibles,» meditó Bellim, tamborileando con cara ausente sobre la cabeza rubia de Delisio. «O más bien ‘eran’, puesto que ya está destruida…»

Y gracias a ello nosotros lo recordábamos todo.

«¿Y Naarashi?» pregunté. La aludida bola de pelos estaba instalada sobre mi cabeza: parecía que, como creadora mía, me había tomado cariño. «¿No es la que controlaba la barrera?»

Galaka Dra meneó la cabeza.

«No realmente. Tenía cierto control sobre el Jardín, pero la barrera era el límite del array creado por el orbe.»

«¿Array?» repetí.

«Una formación de runas,» explicó Galaka Dra con entusiasmo. «Naarashi, en realidad, nació de ese array.»

«El otro día,» intervino Jiyari con tono ligero, «Galaka Dra nos explicó que ese array rúnico fue creado hace unos cuatro mil años por los mismos elfos que vivieron aquí. Su objetivo era la creación de un verdadero dios capaz de albergar los espíritus de todos sus fieles y poseedor de un tremendo poder.»

«Mm,» aprobó Galaka. «Su sociedad estaba basada en el aprendizaje de las energías. Por eso, en la biblioteca de la ciudadela, la mitad de los libros estaban dedicados a las artes celmistas.»

«Todavía no puedo creer que no vaya a volver a ver mis tratados de órica,» suspiró Bellim. «La órica es lo mejor.»

«Bienvenido al club,» me alegré.

Bellim se ensombreció.

«Pero sigo sin poder levitar. Realmente la energía del Jardín era distinta a la de estos túneles. ¡Una suerte que a Delisio no le importe cargar conmigo!»

El elfocano rubio daba todo menos la impresión de estar aguantando su carga con comodidad. Dio un paso vacilante hacia delante y murmuró, jadeante:

«Yo seré tus piernas hasta que quieras, Bellim.»

«¡Gracias, Delisio!»

«No te esfuerces demasiado, Delisio,» se inquietó Galaka Dra.

Hice una mueca al ver la expresión del magarista: el pobre estaba deseando que alguien lo relevara pero no se atrevía a defraudar a Bellim… Puse los ojos en blanco. Después de vivir mil años con él, ¿esos milenarios no eran capaces de entenderlo?

«Pásamelo,» dijo de pronto Kala para sorpresa mía. «A este ritmo, no llegaremos nunca al final del túnel.»

La propuesta arrancó a Delisio una gran sonrisa agradecida. Bellim se sonrojó.

«No seas tímido,» lo chanceó Weyna. «¿No querrás que Delisio se derrumbe por tu culpa?»

El pequeño levitador cambió de montura, temblando un poco. El contacto con los extranjeros realmente no era lo suyo.

Continuamos así horas, recorriendo túneles, llegando a encrucijadas y haciendo contadas pausas. La vida era escasa en ese Laberinto de la Muerte: vimos arañas, hormigas, alguna serpiente y un roedor que, al avistarnos, salió disparado hacia una brecha y desapareció. Se me hizo la boca agua nada más verlo y, con la sombría perspectiva de no tener nada para cenar, se me ocurrió destruir la roca para cazarlo. Por suerte, la brecha era un callejón sin salida y, ayudándome de mi órica, agarré al gálpata de tierra aterrado. Jiyari y Yánika soltaron un «¡oh!» impresionado y sonreí triunfante.

«Cocido de gálpata con tugrines para la cena. ¿Crees que sabrás cocinarlo, Jiyari?»

«Todo es empezar,» aseguró el Pixie rubio. «Pero será a la plancha y sin tugrines.»

Siempre era mejor que nada… Galaka Dra protestó:

«¡E-Esperad! ¿Vais a matarlo?»

Me giré hacia él, sorprendido.

«Ah… ¿Eres vegetariano?»

Galaka Dra hizo una mueca de incomprensión y me rasqué el cuello recordando que esos tipos llevaban mil años sin comer carne ni verduras porque la energía del Jardín les proveía ya todo lo que necesitaban. Ciertamente, todavía me quedaban muchos Ojos de Sheyra que compartir para saciar el hambre pero no quería que Yánika se satisfaciera con eso…

«Galaka Dra,» dijo de pronto Weyna. «Esto no es como el Jardín: la vida está llena de muerte. Piénsalo,» insistió. «Si viniera ahora una bestia más fuerte que tú y te comiera, no se lo echarías en cara, ¿verdad? Es la ley de la vida. De pequeña, me criaron los lobos: sé de lo que hablo.»

La elfa mordisqueaba uno de sus mechones azules, hambrienta. Galaka Dra se agitó, nervioso.

«Pero…»

Apliqué una fuerza en el cuello del gálpata y este murió del golpe ante los ojos horrorizados de Galaka Dra, Bellim y Delisio. Apunté con calma:

«Weyna tiene razón. Es uno de los principios de Sheyra, nuestra diosa warí del Equilibrio: matar para vivir no es ningún exceso, sino una necesidad más en la balanza.» Hasta Yánika, pese a su sensibilidad para con los seres vivos, había entendido eso desde su tierna infancia. Esos milenarios, siendo hijos de la guerra entre saijits y demonios, ¿no deberían saberlo mejor que ninguno? Me burlé: «Está bien: si no queréis comerlo, que así sea. La mitad será para Yánika, de todas formas.»

«¿Qué?» protestó Yánika, sonrojándose.

«Estamos todos aquí gracias a ti: seguro que los milenarios estarán de acuerdo. Además, todavía tienes que crecer, hermana.»

Y reponerse del consumo de su tallo energético, completé para mí mismo. Me inquietaba que no fuera capaz aún de usar su bréjica para hablar conmigo mentalmente. Y, de momento, sólo comiendo y durmiendo lo suficiente podía restablecerse.

Nos instalamos para cenar y Jiyari puso toda su voluntad en cocinar nuestra caza. Lástima que no hubiese encontrado más gálpatas: olía de maravilla. Cuando estuvo listo, Yánika se llevó la mejor parte y tuvo que comérsela entera bajo amenazas. Ni siquiera su aura irritada me ablandó. En cuanto al resto del gálpata, se lo comieron Jiyari, Weyna, Yataranka, Delisio y Bellim. Galaka Dra los miró tragar, preso por lo visto de grandes dudas existenciales. Le palmeé el hombro y le pasé un Ojo de Sheyra.

«No sabe bien, pero aplacará tu hambre.»

«Oh…» aceptó. «¿Es común comer estas píldoras?»

«No. Para nada,» negué. «Aunque algunos Arunaeh las usan comúnmente.»

«Ah… Entiendo. ¿Es porque no sabe bien? Entonces, hoy en día, si la gente mata para comer, es sólo porque…»

«Ya-náï,» lo interrumpí antes de que dijera tonterías. «No sé muy bien cómo se fabrican estas píldoras, pero en la isla las hacen a partir de verduras y animales vivos y coleantes. Es sólo que está todo condensado. Lo siento, amigo, pero no hay milagros.»

«Los hay,» rebuznó Kala, tragando un Ojo de Sheyra con un mohín de asco. «El milagro de convertir comida en algo incomestible.»

Puse los ojos en blanco.

«Exageras, como siempre. Mira Lúst y Saoko: no ponen esa cara de asco. Y Galaka se lo acaba de comer y no hace tanto aspaviento, mira, mira. Toma ejemplo de nuestros mayores. Además, Kala, apuesto a que, con un poco de sal, no harías la diferencia con un buen plato. Tal es tu paladar.»

«¡¿Qué quieres decir, saijit?!»

Sonreí mientras me enzarzaba de nuevo con él. Ahora que lo tenía delante y podía ver sus muecas, me divertía incluso más.

Aquel o-rianshu, Naarashi volvió a arrebujarse contra mí y su sortilegio relajante me arrastró casi enseguida hacia un sueño profundo.

Al día siguiente, no vimos nada más que túneles, insectos y roca. Ni siquiera encontramos más gálpatas. A la hora de la cena, sin embargo, Lústogan se alejó con Saoko un momento y regresó con un cuenco lleno de arañas. Ante nuestras expresiones anonadadas, mi hermano afirmó:

«He quitado las venenosas y las que no conocía. Estas son comestibles.»

Tragué saliva. ¿Hablaba en serio? ¿Arañas?

«¡Haré lo que pueda!» prometió Jiyari encendiendo la calentadora.

Cuando las arañas estuvieron listas, Lústogan insistió en que Yánika y yo comiéramos.

«He dicho que son comestibles,» repitió.

«Aaah, si tú lo dices, hermano,» carraspeé. Y me esforcé en comer una. Ante la mueca interrogante de Yani, aprobé, gratamente sorprendido. «No está nada mal. En serio, Yani,» prometí, cogiendo otra araña. «Es increíble, Lúst. ¿Aprendiste a reconocerlas en tus viajes?»

Lústogan asintió en silencio y tragó un Ojo de Sheyra sin tocar las arañas. ¿Sería porque no le gustaban o porque quería dejárnoslas a nosotros? Como adivinando mi pregunta tácita, mi hermano me palmeó la cabeza, evitando a Naarashi, y, agarrando su manta para irse a dormir, soltó con tono serio:

«Dicen que las arañas son buenas para desarrollar el intelecto.»

Resoplé de golpe mientras él se tumbaba y envolvía en su manta. Eché un vistazo a la segunda araña que tenía en las manos, advertí la sonrisa guasona de Kala y, con un refunfuñido bajo, empecé a masticar una pata diciendo:

«Ya lo has oído, Kala. Aprovechemos esta oportunidad.»

El Pixie gruñó por toda respuesta, cogió tres arañas con su puño y se las metió en la boca al mismo tiempo. Mar-háï, ¿no se habría creído las palabras de Lúst? Se atragantó y le sacudí la espalda a palmadas riendo:

«No te he dejado mi cuerpo para que te atragantes tan pronto, Kala. ¿Qué pasa con tu intelecto aún por descubrir?»

«¡Apenas me he atragantado! ¿Cómo te atreves a pegarle así a tu antiguo cuerpo?» protestó Kala.

«Mejor comer despacio,» murmuró Delisio.

«¡Están ricas de verdad!» se emocionó Bellim, masticando.

«¡Hey, Yataranka! ¡Esa araña gorda era mía!» gruñó Weyna tendiendo una mano. «¡Devuélvemela!»

«¿Mm? No puedo, ya me la he comido,» repuso la muchacha con la boca llena.

Sonriente, Jiyari tendió una araña hacia Galaka Dra y otra hacia Saoko:

«No os cortéis. Comed cuantas queráis, hay muchas.»

Caray. Todos parecían estar disfrutando bien de la cena.

«¿Me has tomado por una barandilla, maldito saijit?» me gruñó entonces Kala.

Me di cuenta de que me estaba apoyando sobre el hombro del Pixie y sonreí.

«Es mi cuerpo, Kala, normal que lo use de apoyo.»

«¿Eeeeeh?» exclamó Kala, incrédulo.

Me carcajeé, agarré las patas de dos arañas, le pasé una a Kala y alcé la mía diciendo:

«Brindemos, Kala.» Ante la mirada confusa del Golem de Acero, crucé mi brazo con el suyo como había visto hacer a Livon y Staykel alguna vez para beber con solemnidad a la moda rosehackiana, y brindé: «Por nuestros cuerpos.»

Kala mudó rápidamente su expresión suspensa, sonrió y asintió.

«¡Por los Pixies, los Arunaeh y nuestros cuerpos!»

Engullimos nuestras arañas. Mientras las voces de nuestros compañeros llenaban el túnel, mi órica percibió el resoplido divertido de Lústogan. El aura de Yánika reía.