Página principal. Ciclo de Dashvara, Tomo 1: El Príncipe de la Arena

11 El deber de un hijo

Me has defraudado, hijo.

La voz profunda fluía lentamente, gélida y frustrada.

¿No te llamaron acaso tus compañeros de patrulla el Príncipe de la Arena? Te dejé con vida para que cumplieras con tu deber. Te han herido ¡y tú mueres como un perro, perdido en medio de la estepa! ¿Es eso acaso todo lo que podía hacer mi hijo heredero? ¿Matar a un hombre enfermo para proteger a una zorra de los Shalussis y luego dejarse matar como un miserable?

Dashvara bajaba la cabeza, contrito. Estaba furioso contra sí mismo. Furioso contra su impotencia. Oía voces a su alrededor, pero la de su padre, envuelta en la niebla, era la más fuerte.

Lo intenté, padre.

El rostro brumoso del señor de los Xalyas se acercó y su mueca decepcionada le dolió más a Dashvara que cualquier otra herida.

Levántate —le exigió el señor Vifkan—. Te prohíbo morir mientras no hayas cumplido con tu deber. Levántate.

Dashvara tosió y un dolor agudo recorrió toda su mente hasta hacerla estallar. Quería levantarse, pero no podía. Sólo había muerte. Sólo muerte…

Maldita sea, levántate tú, pensó, irritado. Su respiración silbante lo asustó. Tenía la impresión de haber caído en un pozo de agua ardiente.

—¿Vivirá? —preguntó una voz.

—Ha perdido mucha sangre y se le está infectando la herida —decía otra.

Dashvara aún veía el rostro de su padre, observándolo, imperioso, con el destello de la venganza en sus ojos.

Los mataré, padre. Los mataré —repitió Dashvara. Gimió y su respiración se aceleró—. No he olvidado mi deber.

Como un relámpago, la oscuridad desgarró la niebla y el rostro de su padre se deshizo como un recuerdo. Como el humo. Como la vida.