Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 10: La Perdición de las Hadas

21 El Gran Grimorio

Cuando desperté, todos habían salido de la habitación y por un momento me dije que empezaba a convertirme en un oso lebrín incorregible. Claro que no había pasado una noche particularmente agradable, repasando trozos diseminados de la vida de Jaixel. Y sólo pensar que ese mismo Ribok que me atormentaba tanto con sus recuerdos estaba ahora sentado a la mesa del comedor…

Cuando, al salir del cuarto, lo vi girarse para mirarme con esos ojos dorados y apagados, me estremecí.

—¡Buenos días! —dijo alegremente Márevor Helith—. Aryes te ha preparado los últimos granos de arroz que quedaban, sólo para ti —declaró.

Enarqué una ceja y el kadaelfo sonrió enseñándome el plato.

—Ya sé que no sueles desayunar arroz, pero como te gusta tanto y no quedaba más que para una persona he pensado que te haría ilusión.

Sonreí, más animada, y me senté con apetito.

—Te ha salido tan bueno como a Lénisu —observé, tras engullir varios bocados. Los miré a todos y los vi tan atentos que me ruboricé—. Veo que me cuidáis como una reina pero… ¿seguro que no queréis un poco?

Todos negaron con la cabeza y entendí que no me miraban por envidia, sino por alguna otra razón. El único en no hacerme tanto caso era Márevor Helith: el nakrús estaba examinando ahora un objeto posado sobre la mesa. Algo así como una placa metálica circular. La observé unos segundos. Y entonces caí en la cuenta y dejé de masticar.

—El corazón de Álingar —farfullé con la boca llena. Tragué—. ¿Qué demonios hace eso aquí?

—Lo tenía Lénisu en su saco —carraspeó Iharath—. El maestro Helith notó una presencia energética y…

—Soy muy curioso, no me lo tengáis en cuenta —apuntó el nakrús con tono desenfadado—. Un objeto de gran valor. Por el nombre que le has dado deduzco que algo tiene que ver con la espada de Álingar. —Recogió el objeto y lo llevó a la altura de su rostro—. Qué maravilla —murmuró. Apartó sus ojos mágicos de la mágara y me miró—. ¿Para qué sirve?

Entorné los ojos.

—Para reencarnarse en trucha —retruqué.

Drakvian soltó una carcajada ruidosa; Iharath y Aryes palidecieron; y Jaixel se levantó, echó una ojeada a Márevor Helith y se dirigió hacia la puerta sin una palabra.

—¡Ribok! —lo llamó el nakrús, sorprendido. Suspiró cuando el lich salió—. Perfecto, ya lo has enfurruñado.

Dejó el corazón de Álingar sobre la mesa y partió en busca del lich. Sacudí la cabeza, alucinada. ¡Enfurruñado, había dicho!

—A lo mejor le falta humor —comentó la vampira.

—Drakvian —suspiró Iharath—. Piensa que el lich se ha pasado quinientos años viviendo casi en solitario. No debe de ser fácil interactuar con otros seres vivos después de tanto tiempo.

La vampira hizo un mohín pero no replicó. Seguí comiendo en silencio, sin poder creer que estuviesen hablando del lich como si fuera una especie de paciente convaleciente.

—Lo que me gustaría saber —prosiguió el semi-elfo con aire intrigado— es cómo demonios Márevor Helith ha conseguido convencer a Jaixel de salir del Laberinto de Tafosia hasta la Superficie.

Drakvian y Aryes se encogieron de hombros.

—Tal vez Jaixel quisiese ver las estrellas como Nawmiria Klanez —sugirió Aryes.

Sonreí nada más considerar esa posibilidad pero enseguida adopté una expresión más sombría cuando dije:

—O bien quiere acabar con su famosa reencarnación. Ya va bien encaminado. He pasado toda la noche convencida de que no era otra que Ribok. —Los vi agrandar los ojos a los tres y antes de que preguntasen nada, agregué—: Si de verdad queréis ayudarme, impedid a Jaixel que vuelva a acercarse a mí. Ayer, tuve la impresión de que…

Carraspeé, molesta, y callé, preguntándome si era una buena idea hablar de esto a los pupilos de Márevor Helith. Sí, eran amigos míos… pero Márevor Helith les había salvado la vida y los había criado como a unos hijos. Y si yo les decía que creía poder acordarme de casi todos los detalles de la vida anterior de Ribok, eso habría confirmado las sospechas del maestro Helith: que yo recordaba lo que contenían esos antiguos grimorios de los liches. Incluso me había pillado, en un momento de la noche, recitándolo mentalmente, como tantas veces se lo había repetido Ribok. Sin embargo, ahora mismo, no recordaba nada específico del contenido: era como si una barrera se hubiera vuelto a instalar durante mis pocas horas de sueño y en aquel momento ni me atrevía a investigar más a fondo por qué había sufrido tal caótico derrame de recuerdos. Al contrario que el olvido sufrido por las nixes, aquel olvido era del todo voluntario: lógicamente, no quería saber nada sobre cómo Ribok se había transformado en Jaixel. La idea de la transformación en lich era ya lo suficientemente escalofriante en sí.

—¿Shaedra?

Me di cuenta de que había cerrado los ojos y los volví a abrir. Con la mirada inquieta, Aryes me observaba con atención.

—¿Estás bien? —Se giró hacia Iharath antes de que me diera tiempo a contestar—. ¿Estás realmente seguro de que ese lich no pudo soltarle ningún sortilegio ayer, cuando la tocó?

El semi-elfo puso cara de que no tenía ni idea y Aryes resopló ruidosamente.

—Estoy bien —intervine al fin. Y lo cierto era que, técnicamente, estaba en plena forma—. He tomado una decisión —solté de pronto, más animada—. Voy a marcharme y el que quiera acompañarme que me acompañe. Esperaré a que regrese Lénisu. Y le diré a ese Alal que estoy muy bien como estoy con mi Sreda. Y Jaixel… —solté una risita— que intente capturarme ahora, si es que puede.

Me percaté de que estaba hablando sin pensar y callé. Mis compañeros me observaban con cierta cautela. En cambio, a Syu enseguida le gustó mi plan.

—Es decir que no piensas volver a Ató —adivinó Iharath.

—¿Y adónde quieres marcharte? —preguntó Drakvian.

Me encogí de hombros.

—Adonde sea. Lejos. Al Bosque de Tres Pisos.

—¿Al Bosque de Tres Pisos? —repitió Aryes, confuso.

Me sonrojé y oí la risita de Syu.

—Es… un bosque mítico en la cultura gawalt —expliqué. Los observé a los tres, sintiéndome al fin liberada de un enorme peso—. ¿Os parece una locura?

Iharath y Drakvian se encogieron de hombros. Miré a Aryes casi con timidez y tragué saliva.

—Lo que me dijiste ayer… Bueno. Eran sólo unas palabras. Tienes una familia en Ató. Lo entendería si…

—¿Sólo unas palabras? —bufó Aryes. Me miró de hito en hito—. Shaedra, yo, cuando digo algo, lo digo porque lo pienso de veras y no cambio de opinión fácilmente.

Me sorprendió su vehemencia pero enseguida una sonrisa me estiró los labios.

—Yo también pienso lo que digo —afirmé—. En la mayoría de los casos —me corregí—. Porque a veces, digo cosas sin pensarlas —bromeé.

Aryes sonrió y frunció rápidamente el ceño.

—Entonces, no piensas ir a esconderte donde vive Zaix.

Negué con la cabeza.

—Con la suerte que tengo, sería capaz de atraerle problemas y desvelar su guarida al mundo entero. —Resoplé—. Pero de todas formas, antes que nada, tengo que sobrevivir y escapar de ese lich.

—No temas —intervino Iharath—. No va a atacarte. Márevor Helith dice que, en su interior, sigue siendo Ribok. Y según él es hasta algo más sabio que antaño.

—Sabio —repetí, incrédula. Después de las locuras que había cometido ese ternian, me resultaba estrictamente imposible calificarlo de sabio.

De pronto, la voz de Márevor Helith sonó no muy lejana.

—¡Que los demonios de Ithruil me descuarticen si no lo consigues! Claro que eres capaz, Ribok. Sólo entra e inténtalo. No le pasará nada.

—Vibra de energía mórtica, Márevor. Y ayer nuestro contacto tan sólo duró unos segundos.

—¿Energía mórtica? —repitió el nakrús mientras mis compañeros agrandaban los ojos, alarmados.

—Tú tal vez no lo notes —replicó el lich—. Pero yo sí.

Aparecieron en el umbral y entraron en la casa. Sólo entonces se percataron de que habíamos oído el final de su conversación, pero no pareció molestarles mayormente. El primero en tomar la palabra fue el nakrús, quien se quitó el sombrero rojo para darle más teatralidad a su discurso.

—Si no os importa, hablemos de cosas importantes: de esa dichosa filacteria. Sé que no quieres que Ribok se meta en tu mente —asintió, aplacando mi protesta—. Y no te forzaremos a nada… —un destello bailó en sus ojos de nakrús—. Pero te aseguro que si no colaboras, tu conciencia llevará para siempre la muerte de alguien que no debería morir.

Me quedé sin aliento, anonadada.

—¿Es una amenaza?

—No. Es una constatación —replicó simplemente con tranquilidad.

—Maestro Helith —suspiró Iharath, con suma paciencia—. ¿De qué diablos estás hablando?

—De mí. Y de mi muerte próxima. —Nuestras expresiones atónitas parecieron divertirlo—. En realidad, todo es relativo. Pero, echando cálculos, si no consigo acordarme de algunos detalles importantes que contenía uno de esos malditos grimorios, moriré dentro de unos doscientos años. Mis huesos empiezan a estar muy desgastados y sé que existe una manera para inyectar morjás de hueso a un hueso usado y así regenerar la energía mórtica. Y sin tu ayuda, Shaedra, moriré.

Me había quedado boquiabierta.

—Morirás cien años después de que todos nosotros estemos muertos —masculló Iharath—. Y eso si no nos ocurre nada malo por el camino. Maestro Helith —parecía apurado—, ¿realmente merece la pena tanta complicación?

El nakrús encogió sus hombros esqueléticos.

—¿Y qué es lo que merece la pena en esta vida? —replicó—. Me gustan las complicaciones. Y, además, cuanto más se vive, más duro es morir —admitió—. Pero no os alarméis. Soy un nakrús honrado y si Shaedra se niega a que Ribok lea la filacteria, que sólo la lea —insistió—, entonces esperaré el día de mi muerte con toda la calma del mundo.

Sus palabras me sumían en la más completa confusión. Márevor Helith deseaba sacar de mi filacteria unas simples informaciones para recomponer sus huesos. Había guardado el secreto hasta entonces, los diablos sabían por qué. Y ahora… Inspiré hondo.

—¿Por qué no haber intentado tú mismo sacar esas informaciones de mi cabeza? —pregunté con cierta sequedad. Estaba tensa, lista para pegar un bote y echar a correr si se le ocurría a uno de los dos muertosvivientes dar un paso hacia mí.

—Nunca fui un gran bréjico —explicó con paciencia el nakrús—. Y además, hace ya algún tiempo que tengo la certeza de que nadie más que Ribok es capaz de leer realmente todo lo que hay en esa filacteria. Y si la Hullinrot que fue a visitarte sacó algo en claro… Bueno, visto que me he llevado a su lich, no creo que los Hullinrots quieran ya cerrar ningún acuerdo conmigo para desvelarme nada. En fin, ya os he explicado mis problemas. Ahora, os toca decidir.

El silencio cayó en la habitación. Yo estaba ya a punto de decirle amablemente que, después de vivir más de dos mil años, no era cosa mala aceptar morir con dignidad, cuando Jaixel habló con su voz chirriante.

—Ya estamos muertos, maestro. En cambio, la joven ternian tiene una vida. Tú y yo ya no la tenemos. Es demasiado peligroso. Y no arriesgaré ninguna vida para salvar a un nigromante.

Márevor Helith suspiró.

—Un nigromante. Qué ideas. Hace muchísimos años que ya no lo soy.

El lich lo miró a los ojos con su postura hierática y negó con la cabeza.

—Tampoco ayudo a los muertos.

Por una vez, el nakrús pareció quedarse en suspenso. Incluso distinguí un brillo de aceptación en sus ojos. Iba a capitular, entendí. E iba a aceptar su muerte. Suspiré interiormente, aliviada sobre todo al entender que ni el lich ni el nakrús pretendían utilizar la fuerza para obligarme a nada. A pesar de que ambos tenían sin lugar a dudas el poder suficiente para persuadirme. Aun así… una imagen me turbó. La de Márevor Helith apareciendo años después, desesperado, para sacarme la mente de cuajo.

Y de pronto, tuve una idea. No quería que nadie se metiese en mi mente, pero yo ya estaba en ella. Sin pensármelo dos veces, cerré los ojos y sentí una ligera vibración ahí donde se escondía la filacteria. Tras las murallas que ahora empezaban a desmoronarse, estaban los recuerdos, claros como el agua. Me zambullí en ellos sin reflexionar, arrastrada por su corriente. Oí la voz preocupada de Syu pero apenas la distinguí entre la avalancha de palabras que invadían ahora mi mente. Oí voces, sentí una sonrisa flotar sobre mis labios, y vi una caverna hermosa, hecha de rocas rojas y centelleantes… Me concentré y fui a buscar todavía más profundo, ahí donde se guardaban los secretos más hondos. Y al fin, abrí los ojos.

—Te ayudaré yo misma con una sola condición —pronuncié. Iharath acababa de soltar algún comentario y calló de golpe, pasmado. Tratando de no mezclarlo todo en mi cabeza, declaré—: Olvida mi filacteria.

El nakrús se acercó a la mesa, asombrado. Abrió la boca, la cerró, y entonces asintió.

—La olvidaré para siempre.

—No entiendo nada —siseó Aryes, asustado.

—Yo tampoco —intervino la vampira, intrigada.

Les dediqué una sonrisa apaciguadora.

—Ya lo vais a entender.

Tomé una inspiración y traté de poner orden en mis pensamientos, aunque eso era un poco como intentar ordenar un campo de karolas. Y entonces, en voz alta y clara, me puse a recitar de memoria y en un idioma extrañísimo las primeras palabras del Gran Grimorio de los Liches ante un lich, un nakrús, una vampira, una sombra y un kadaelfo atónitos.