Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 10: La Perdición de las Hadas

19 Confesiones de un muerto

Nos habíamos sentado a la mesa y yo había procurado instalarme lo más lejos posible de Jaixel. El candelabro brillaba con sus velas encendidas.

Márevor Helith hablaba profusamente. Preguntó con indiscreción por todo lo ocurrido desde que se había marchado y no pareció interesarse mucho por los asuntos de los demonios, pero sí por los nixes. Y mientras hablaban los demás, yo observaba a hurtadillas al lich, sintiéndome cada vez más nerviosa. Cuando Márevor preguntó por las tareas que les había pedido a Iharath y a Drakvian, la vampira hizo una mueca.

—¿Y mis gatos? —decía el nakrús—. ¿Cómo están? ¿Habéis ido a visitarlos después de dejarlos en Acaraus?

—¿Cómo quieres que vayamos a visitarlos con todo lo que nos ha pasado? —replicó Iharath. Lo vi intercambiar una mirada rápida con Drakvian.

—Los gatos están perfectamente —aseguró Drakvian—. Y la niña huérfana y ciega recibió el dinero sonriendo de oreja a oreja. Nos pidió que te dijéramos que eras el mejor padre que hubiera podido tener jamás aunque lamentó que tuvieras que ausentarte.

El nakrús pareció muy conmovido.

—Oh. Mi pequeña Stradyna —pronunció—. ¿Sabéis cómo la conocí? —Negamos todos con la cabeza, menos el lich, quien parecía algo aturdido, como si no pudiese abarcar tanta agitación—. Yo estaba caminando por la playa cuando la vi, sentada en una roca, cantando una canción. Parecía una sirena. Todas las mañanas, cuando volvía a la playa, la escuchaba cantar. Y un día, me acerqué, y ella no se inmutó. —Ladeó su cuello esquelético—. Al principio, me extrañó mucho porque no entendí que era ciega. Le hablé y ella me contestó. Era la más hermosa criatura que había visto en mi vida.

No pude evitar sonreír, burlona.

—A lo mejor era una nixe —bromeó la vampira.

—No lo es. Pero tiene el corazón de un hada —afirmó alegremente el nakrús.

—Hablando de cosas más urgentes —intervino Iharath, carraspeando con paciencia—. ¿Qué es esa historia de libros? ¿Y qué pretendes hacer ahora? ¿Que Jaixel recupere su filacteria?

El nakrús asintió, pensativo.

—Sí, básicamente es eso. Jaixel quiere recuperar sus recuerdos.

Resoplé.

—¿Pero entonces por qué demonios me los dejó? —pregunté, evitando la mirada del lich.

Jamás en mi vida hubiera imaginado que estaría un día sentada a la mesa con Jaixel. Aquella situación me superaba, pero como Márevor Helith parecía tan tranquilo, traté de serenarme yo también.

Márevor Helith se había girado hacia Jaixel, como para invitarlo a contestar. El lich posó ambos brazos sobre la mesa y clavó su mirada dorada en la mía como si quisiese leer mi mente.

—Tenías apenas unos meses. —Su voz grave, aunque baja, se oyó en toda la habitación—. No eras hija de nigromantes. Eras… la criatura perfecta —concluyó.

Lo miré, sin entender nada. ¿Qué quería decir con que era la criatura perfecta?

—Te aseguro que no quería que tus padres murieran —prosiguió—. La hidra… Bueno. El Laberinto de Tafosia es peligroso para un saijit. No quería que se metiesen dentro. Pero se metieron porque les robé a su hija. Pensaron tal vez que quería hacerte daño, cuando yo lo único que quería era… volver a ser saijit. —Inclinó levemente la cabeza con cierta tristeza—. Fallé de todas formas.

El significado de las palabras de Jaixel tardó en llegar hasta mi mente. Pero cuando lo entendí, miré al lich con horror. Jaixel no sólo me había raptado para transmitirme unos recuerdos. En realidad… había querido darme todos sus recuerdos.

—Quiso probar la reencarnación —confirmó Márevor Helith—. Un proyecto ambicioso porque es el sortilegio nigromántico más peligroso y difícil de todos. Tanto Ribok como tú podríais haber muerto en el intento. Por suerte, no pasó nada grave.

Su tranquilidad me puso los pelos como escarpias.

—¿Nada… grave? —tartamudeó Aryes, incrédulo. Parecía tan espantado como yo por lo que habría podido ocurrir de haber conseguido Jaixel su propósito.

—¿Y no hubiera sido más sencillo ocupar un cuerpo vacío? —preguntó Iharath. Hice una mueca de asco. Aquella conversación me estaba resultando pero que muy desagradable.

—Hubiera sido todavía más difícil —aseguró Márevor Helith—. Por no decir imposible. Como entenderás, no es lo mismo fusionar un cuerpo con una sombra que con la mente de un muertoviviente lleno de energía mórtica. Es una cuestión de equilibrios entre energías… pero no os aburriré con lecciones de nigromantes. Son muy enrevesadas.

De los dos muertosvivientes, el único que parecía darse cuenta un poco de la gravedad del asunto era Jaixel. Sin embargo, no podía dejar de pensar que, si había sido capaz de proyectar algo tan macabro como abandonar su cuerpo esquelético por el de un recién nacido, tal vez tuviese ahora otro plan todavía más siniestro.

—Diez mil lagartos incendiados —murmuré. ¡Y estaba sentada a la misma mesa que ese engendro! Reaccioné al fin, levantándome de un bote—. No os dejaré meteros en mi mente. A nadie. Ni a ti, ni a ese Mentista, ni a nadie —determiné. Posé violentamente las Trillizas en la mesa y siseé—: Nunca más.

Agarré a Frundis con una mano rápida, caminé hasta la ventana abierta y salí al exterior con un bote ágil. Oí la voz de Aryes llamarme, y la de Iharath, pero no me detuve. Me sumí entre las tinieblas de la noche y me alejé con la impresión de que la filacteria se estaba diluyendo en mi mente. Me imaginé que los recuerdos de Jaixel me apresaban hasta el punto que olvidaba mi propio nombre. ¡Era un pensamiento tan horrible! Mucho más horrible que el de morir. Me adentré en el bosque y caminé sin rumbo. Syu y Frundis trataron de consolarme, pero no les fue fácil. Al cabo, recostada contra un árbol, me pasé una mano por los ojos y meneé la cabeza. Hacía apenas unas horas me sentía feliz, y la aparición de esos dos muertosvivientes había aguado toda mi alegría.

“Marchémonos”, propuso el mono, agitado por mi estado de ánimo. “Alejémonos de ellos. Ellos tienen las Trillizas. Ya no pueden encontrarnos.”

Cierto. Me di cuenta de que, en un rincón de mi mente, esa había sido mi intención: huir para que no me encontrase nadie. Huir para no tener más problemas. Resoplé.

—Qué estupidez —murmuré.

No podía huir y dejar a Aryes en semejante compañía. Me pasé una mano por el cabello y escudriñé la oscuridad del bosque. Tampoco se me había ocurrido, al salir, que podía encontrarme con alguna bestia nocturna de dientes afilados.

“Me tienes a mí”, me recordó amablemente Frundis.

Sonreí y le acaricié el pétalo azul. Una suave melodía de violín me contestó.

Aun así, pasada mi conmoción, no pude abstraerme de los ruidos nocturnos. Syu me sugirió que subiésemos a un árbol e iba a hacerle caso, cuando oí unos chasquidos de lengua.

“¡Zaix!”, exclamé.

“Shaedra”, contestó el Demonio Encadenado. Parecía contrariado. “¿Qué demonios ha pasado? Spaw me ha contado lo que sucedió en la ciénaga. Y ahora… estás en el Bosque de Belyac, ¿verdad?”

Asentí mentalmente con rapidez.

“No estoy muy lejos de Belyac. ¿Qué tal está Spaw?”, inquirí.

“Perfectamente, según me dijo”, suspiró Zaix. “Es curioso. Jamás me preguntas a mí cómo me va.”

Sus palabras me dejaron perpleja.

“Bueno… ¿es que tienes algún problema?”, pregunté, extrañada.

“¿Estar encadenado a las cadenas de Azbhel no te parece un problema?”, replicó él amargamente. Me ruboricé y asentí. Lo cierto era que no me tomaba su encadenamiento tan en serio como parecía hacerlo Spaw. “En fin. Le diré a Spaw que te traiga aquí a la fuerza si hace falta. ¿Es que quieres que los cazademonios te encuentren?”

Me mordí el labio.

“No”, le aseguré.

“Ya sé lo que piensas”, masculló Zaix tras un breve silencio. “Recuerdo lo que le dijiste un día a Spaw. Le dijiste que no querías meterte en un agujero en la tierra como hacen algunos. Y lo entiendo. Si pudiera quitarme esas cadenas, podría disfrutar de los últimos años de mi vida de manera más agradable. Pero sé que no será posible. Y tú deberías saber que tampoco es posible volver a tu vida de antes. Hay cosas que cambian para siempre.”

Alcé una mirada sombría hacia la oscuridad de la noche. Zaix tenía razón. No podía seguir intentando arreglar problemas que no tenían solución. Recordé las palabras que había pronunciado Lénisu: “es la única opción que tenemos para que todo vuelva a ser como antes”. Sólo entonces me di cuenta de que, desde el principio, siempre había sabido que el Mentista no iba a solucionar nada. Simplemente había sido una esperanza para no renunciar a una vida que me había forjado en Ató. Kirlens, Wigy, Laygra, Murri, Galgarrios, Deria… Los quería con todo mi corazón pero, aunque consiguiera convencerlos de que ser un demonio no era algo malo, no podía volver a Ató y vivir como antes.

“Zaix”, murmuré, más tranquila.

Curiosamente, pese a mi largo silencio, el demonio seguía ahí.

“¿Sí?”

“Gracias por cuidar de mí.”

Mis palabras parecieron sorprenderlo.

“¡Ah! Bueno, pequeña demonio, Spaw te protege más que yo. Espero que a él también le des las gracias.”

Sonrió mentalmente y le correspondí, asintiendo.

“Se las daré.”

Noté que Zaix vacilaba antes de soltar:

“Te contó lo de los Droskyns, ¿verdad?”

Asentí de nuevo en silencio.

“Un poco.”

“Él tampoco sabe dejar atrás su pasado”, deploró suavemente el Demonio Encadenado. “Ni tampoco sabe lo que quiere. Me temo que está aún más perdido que tú, Shaedra.” Marcó una pausa y agregó: “¿Puedes prometerme algo?”

Agrandé los ojos, sorprendida.

“¿El qué?”, dije, prudente. Ya me imaginaba que me pedía de nuevo que fuese a verlo y me quedase a vivir con ellos.

Casi tuve la sensación de oír realmente la voz de Zaix cuando dijo con una extraña gravedad:

“No le rompas el corazón.”

Se marchó y me dejó en suspenso. ¿Romperle el corazón a Spaw?, me repetí, agitada.

“¿Y por qué habría de rompérselo?”, les pregunté a Frundis y a Syu. Pero lo cierto era que conocía de sobra la respuesta. Sin embargo, Spaw jamás me había hecho saber que… Bueno. Meneé la cabeza, turbada. Tal vez Zaix se inventase historias. ¿Pero por qué siempre tenía que sacar el tema? Incluso había conseguido que me hiciese sentir culpable por no saber zanjar la cuestión. ¡Como si pudiese yo manejar mis sentimientos al igual que mis energías!

El nerviosismo volvió a apoderarse de mí y me acurruqué junto al tronco, con las lágrimas amenazando de nuevo mis ojos. Estaba cansada, había dos muertosvivientes en la casa, me sentía desgarrada por dentro y deseaba de todo corazón salir de Ajensoldra lo más pronto posible para dejar atrás todas esas historias. Tensé la mandíbula. Aún estaba viva, ¿no? Podía forjarme un nuevo hogar y… y dejar todas las personas a las que amaba en Ató. Como una nerú, hundí mi rostro entre mis manos y sollocé todo lo que pude. Syu gemía, viendo que sus consejos gawalts no surtían efecto. Y Frundis yacía abandonado en el suelo.

Un brusco crujido de hojas me sobresaltó y me levanté de un bote. Me envolví con armonías y recogí a Frundis con gestos febriles.

—¡Shaedra!

Di un respingo y el alivio me invadió al ver a Drakvian aparecer entre dos arbustos iluminados tenuemente por la luz de la Luna. Me pasé una manga por los ojos y traté de sobreponerme antes de deshacer completamente el sortilegio armónico.

—Vaya —dijo al acercarse—. Estás llorando.

Desvié la mirada, molesta.

—Supongo… que os preocupabais por mí —suspiré.

La vampira se cogió un tirabuzón verde, sin contestar, y se giró al oír un ruido cercano. El rostro pálido de Aryes apareció bajo un rayo de Luna.

Al vernos, se precipitó hacia mí. Parecía muy alterado.

—Shaedra… no vuelvas a hacerme esto. —Inspiró hondo, como para controlarse—. Por un instante, creí que te habías marchado para siempre. Te vi tan decidida, tan…

No acabó la frase al no hallar la palabra exacta. Me acerqué y le murmuré:

—Jamás me marcharía sin ti, a menos que me lo pidieras.

Los ojos de Aryes brillaron como dos gemas sonrientes.

—Y yo jamás te abandonaré, aunque me lo pidas —contestó.

Ambos sonreímos, más tranquilos.

—Ejem —intervino Drakvian—. Todo esto es muy enternecedor, pero ¿qué tal si volvemos a la casa y dormimos un poco? —Sonrió con aire macabro cuando añadió—: Jaixel y Márevor Helith velarán sobre nosotros.

* * *

Le hice caso a Drakvian y volvimos a la casa. Aun así, no intercambié ni una palabra ni con Márevor ni con Jaixel. Aryes, Iharath y Drakvian quisieron dejarme la cama con el colchón, “para que durmiese como una reina”, pero yo me negué en rotundo a quedarme sola en la habitación. Finalmente, llevaron todos sus jergones improvisados para hacerme compañía. Parecían realmente preocupados por mi estado de ánimo. Y de hecho, yo misma lo estaba un poco. El contacto con el lich había debilitado inexplicablemente las murallas de la filacteria y se entremezclaban ideas en mi mente que a veces no lograba entender.

“Duerme y deja de pensar”, me aconsejó Syu mientras se acurrucaba junto a mí. Sonreí y asentí.

Y en cuanto cerré los ojos, volví quinientos años atrás.