Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 9: Oscuridades

11 Luna ahogada

Néldaru volvió la tercera noche para avisarnos de que saldríamos al día siguiente, muy de mañana. Durante toda aquella espera había estado tentada de salir de aquel escondrijo para asegurarme de que mis hermanos estaban bien. Incluso se me ocurrió la loca idea de ir a presentarme voluntariamente a casa del Nohistrá de Aefna y decirle que dejara a Lénisu en paz. Cuando le explicaba todas mis dudas a Wanli, ella ponía los ojos en blanco y a duras penas no se reía de mí abiertamente.

—Paciencia —me decía—. Si sigues el plan de Néldaru, todo se arreglará.

Tras pasarme tres días y tres noches aguardando, reprimiendo las ganas de hacerme las garras en las sillas y comiendo frío, la visita nocturna de Néldaru avivó mis esperanzas y me precipité hacia él con avidez, acribillándolo a preguntas. Pero el Lobo era parco en palabras cuando quería. No dijo ni adónde nos llevaría ni cómo ni nada. Tan sólo nos pidió que saliéramos antes de que amaneciera y que luego aguardáramos antes de encaminarnos hacia la Plaza de Laya.

—Dirigíos hacia el mercado de relojes —nos dictó simplemente.

Aun así, lo presioné tanto que acabé por enterarme de que mis hermanos habían salido el día anterior de Aefna para Ató. Al parecer, los había engañado Dashlari diciéndoles que debían abandonar la ciudad. Al oír a Néldaru mencionar al enano de los Subterráneos se me había pasado de pronto por la cabeza la idea de que él también era un Sombrío. Pero el esnamro enseguida me desengañó.

—Simplemente es un amigo de Lénisu —explicó—. Como Miyuki. Según nos dijo, son amigos de infancia.

Asentí con la cabeza, pensativa. Mis hermanos debían de haber recordado que al narrarles yo todo lo ocurrido en los Subterráneos les había hablado de ese enano apodado el Martillo de la Muerte. Esperé que Dash supiese calmarlos. No era plan que intentaran ayudarnos a mi tío y a mí y lo complicaran todo aún más…

Poco antes de marcharse, Néldaru me soltó:

—Por cierto, supongo que lo habrás pensado, pero tendrás que dejar ese bastón y ese mono atrás. De lo contrario, te reconocerán enseguida. Bueno, el mono a lo mejor cabe en un saco pero…

—Imposible —articulé, categórica. Casi pude sentir que Frundis, de pie contra el muro, se estremecía, tan ultrajado como yo—. No me voy sin el bastón.

Néldaru clavó su mirada en la mía.

—No juegues con el fuego, muchacha —me avisó—. Piensa que si te reconocen y te pillan, a lo mejor Lénisu muere. Por un simple palo. Si vas con ese bastón, yo me lavo las manos y te digo: adiós.

Me estremecí bajo su tono acusador pero permanecí inflexible. No podía dejar a Frundis de esa manera, sin saber cuándo podría recuperarlo. Prefería mil veces salir por mi cuenta, de noche, y sin la ayuda de los Sombríos. Si no quería decirme Néldaru adónde me llevaba ni dónde estaba Lénisu, iría a otra parte. A Ató. O adonde fuese. Pero con Syu y Frundis siempre, decidí.

—Espero que te hayan quedado claras las cosas, Shaedra —retomó Néldaru, al ver que yo no respondía—. Estaos preparadas y vestíos con esto. Así pareceréis campesinas.

Nos dejó el saco que llevaba al hombro, saludó a Wanli y se marchó.

—¿Por qué te cuesta tanto separarte de ese bastón? —preguntó la elfa de la tierra, mientras fisgoneaba en el saco—. Podrías dejarlo en algún lugar de Aefna y recuperarlo después, ¿no crees que sería más prudente?

Por lo visto, veía mi negativa ante Néldaru como un simple capricho.

Me encogí de hombros y no le contesté. Tanto Wanli como Néldaru sabían que Frundis no era un bastón cualquiera. Pero no debían de creerse realmente que allá dentro había un saijit. Tal vez pensaban que era una simple mágara que repetiría siempre las mismas canciones hasta que se le deshilachase el encantamiento… Suspiré y miré las dos túnicas usadas y el par de pantalones embarrados que sostenía la elfa de la tierra entre sus manos.

—A saber de dónde saca esto Néldaru —murmuró ésta—. En fin, aún quedan horas para que amanezca. Podemos dormir un poco más todavía —declaró.

Dejó el saco a un lado y fue a acostarse bostezando. La miré dibujar en el aire aquel extraño símbolo que siempre dibujaba antes de dormir. Solté un suspiro y me tumbé junto a ella con los pensamientos agitados. Era cierto que Frundis tenía una forma peculiar, reconocible fácilmente para quien lo hubiese visto… Pero, ¿quién, durante la batalla, se habría fijado en los pétalos del bastón? Me mordí el labio, pensativa. Si tan sólo pudiese darle un toque que lo diferenciase de su aspecto normal. Una capa, por ejemplo, pensé. Y meneé la cabeza, divertida, recordando que Frundis había envidiado más de una vez la capa verde de Syu.

La respiración de Wanli se hizo regular y tranquila. Esperé unos minutos más y entonces me levanté envolviéndome con armonías de silencio y de sombras.

“¿Vamos a huir?”, preguntó el mono, curioso, mientras se acomodaba sobre mi hombro.

“Es una posibilidad”, confesé. Y sonreí mentalmente. “Pero tengo una idea mejor.”

Syu ladeó la cabeza, mirándome con aire suspicaz.

* * *

Minutos después cruzaba el Anillo con sigilo y me agazapaba contra un muro, junto al camino que llevaba al Santuario. Frente a mí se alzaba una casa de dos plantas con buhardilla que llevaba el símbolo de los herreros fijado en la puerta principal. Hacía más de un año que no la veía, pero parecía no haber cambiado.

Levanté una mirada mohína hacia el cielo. La noche era silenciosa y tranquila, pero demasiado luminosa y poco propicia para los que pretendían pasar desapercibidos. La Luna y la Gema fulgían en el firmamento, como señalando acusadoras a los delincuentes temerarios.

A pesar de ello, tenía que moverme pues a este paso Wanli se despertaría antes de que volviera. Crucé la calle y salté por encima del muro hasta el jardín de la herrería. Ahí estaba el mismo gran árbol junto al que había esperado a los Comunitarios la pasada primavera. Forcejeé una cerradura y me metí en el edificio preguntándome si sería mejor despertar al herrero demonio o ir a buscar yo misma lo que necesitaba.

“Podrías explicarnos tu plan”, masculló Frundis. “Sobre todo si tiene que ver conmigo.”

Hice una mueca culpable y confesé:

“Es que… sé que no te va a gustar.”

Enseguida sonaron en mi mente unas notas de contrabajo desconfiadas.

“Me estás preocupando. ¿Qué hacemos en una herrería?”, inquirió el bastón.

“Pues… Mira. Todo el problema consiste en que eres demasiado visible para los Sombríos que nos andan buscando. Así que he pensado… que si te disfrazo podría llevarte sin problemas y escapar con Néldaru y Wanli”, concluí.

“¿Si me disfrazas?”, repitió Frundis. Y entonces lo entendió y se agitó. “Oh. No, no, no. ¿De qué quieres disfrazarme? ¿De guadaña?”

Se lo veía indignado. Syu soltó una risita y me mordí el labio.

“Yo pensaba más bien en una horca.”

“¡Una horca!”, exclamó él, ofuscado.

“Frundis, no seas exagerado. Wanli y yo vamos a hacernos pasar por campesinas”, dije con paciencia. “Y es de lo más común ver a un campesino salir de Aefna con una nueva horca en la mano. ¿Qué te parece?”

El bastón gruñía.

“Los gajos de la horca, hay que fijarlos. No quiero que me estropees mis pétalos.”

“Tranquilo. Lo importante es que parezca una horca. No te estropearé nada. Pero antes tengo que buscar el material.”

Me pareció que Frundis se sosegaba un poco ante mis explicaciones. Invoqué una esfera de luz armónica y me dediqué a deambular por el establecimiento, entre espadas, herraduras, cascos, machetes y un sinfín de utensilios a medio fabricar. Y al fin encontré lo que buscaba: varias piezas con tres o cuatro dientes de madera sin asta. Ansiando salir ya de la herrería, cogí lo primero que encontré y lo coloqué sobre Frundis. Se me escapó un resoplido y me tapé la boca para ahogar una carcajada.

“Muy gracioso”, suspiró Frundis. “Ahora tengo pinta de compositor de campo, ¿verdad?”

Reí por la nariz e inspiré hondo para calmarme.

“Sólo falta buscar algo para fijarte los gajos. Tal vez con un poco de cuerda…”

“Buaj, encima quieres hacer una chapuza”, se lamentó Frundis. “Con la cuerda se caerá enseguida.”

“Necesitaría ese líquido pegajoso que usan para las atrapadoras”, medité.

De pronto, vi cómo los pétalos de Frundis, normalmente siempre abiertos, se levantaban para rodear los gajos y sostenerlos.

“¿Así será suficiente?”, preguntó.

Me quedé maravillada pese a saber el esfuerzo que hacía para conseguir eso.

“Suficiente…” Resoplé. “Sí. Si puedes aguantar durante el trayecto de la pensión hasta la Plaza de Laya…”

“Pues claro que puedo”, replicó el bastón.

De pronto oí un ruido metálico y me sobresalté, alerta. Syu, que se había metido debajo de un gran casco, se apresuró a saltar hasta mi hombro.

“¿Has sido tú?”, pregunté, frunciendo el ceño.

“No”, aseguró el gawalt.

Deshice prestamente la esfera de luz y la sala se sumió en la oscuridad… hasta que una luz más vívida la iluminó de nuevo. Un mirol alto y ágil de pelo dorado apareció por una puerta, con una antorcha en una mano y una daga en la otra.

—¿Quién anda ahí?

Solté un inmenso suspiro, dejé unos kétalos sobre la mesa más cercana y fui retrocediendo lentamente hasta una ventana. El demonio se giró bruscamente hacia mí y agrandó los ojos, amedrentado.

—Perdón por entrar en tu casa —dije, tratando de infundirle tranquilidad—. No quería molestarte. Soy Shaedra. Creo que no nos conocemos. Pero estuve aquí hace un año, en la buhardilla. Seguro que se acuerda de quién soy…

Hubo un silencio. Yo ya tendía la mano para abrir la ventana y salir de ahí cuando el herrero contestó:

—Lo recuerdo. Pero ¿qué haces hoy en mi herrería?

Parecía confuso.

—Oh… Venía a buscar esto para hacer una horca —dije con una sonrisa forzada, enseñándole la pieza—. Le he dejado todos los kétalos que tengo en esa mesa. Espero que sean suficientes. —Vacilé—. Por cierto, si me pudiera hacer el favor de darle un mensaje a…

El herrero se había acercado hasta la mesa para constatar que efectivamente había dejado ahí los pocos kétalos que tenía su mísera cliente. Alzó la mirada, intrigado.

—¿A?

Me removí, indecisa, preguntándome si debía avisarle a Spaw de lo ocurrido.

—A Spaw Tay-Shual —solté—. ¿Lo conoce?

El herrero asintió con la cabeza.

—Todo el mundo lo conoce. ¿Qué tengo que decirle?

De hecho, ¿qué quería decirle a Spaw?, me pregunté, súbitamente nerviosa. Por un lado, quería que supiese que estaba viva y decirle que no se preocupase. Y por otro, sabía que si le daba demasiadas pistas me encontraría y yo no quería atraerle más problemas… El herrero de pelo dorado me miraba con curiosidad. Carraspeé, tendí una mano hacia el pomo de la ventana y la abrí.

—Dígale que no se preocupe y que procuro no caerme en ningún pozo… —Ya en el borde de la ventana, agregué—: Y dígale que si de veras quiere ayudarme que cuide de mis hermanos.

El herrero asintió.

—Se lo diré si consigo encontrarlo.

Incliné la cabeza, agradecida y realicé el saludo de los demonios, llevándome la mano derecha al hombro izquierdo.

“Mawsahiyn” —pronuncié, dándole las gracias en tajal.

Y con un salto desaparecí por el jardín con mi nueva horca compositora en la mano.

Cuando volví a la habitación de la pensión, Wanli acababa de despertarse y de percatarse de mi ausencia. Me acogió con las manos en jarras y una mirada asesina.

—¿Estás loca? ¿Y si te hubiesen seguido? ¿Qué demonios te pasa por la cabeza?

Me contenté con enseñarle los gajos de madera y decirle:

—Ya sé cómo hacer para llevar mi bastón.

La elfa se quedó un momento suspensa y entonces resopló.

—¿Me estás diciendo que has salido para robar un trozo de horca y poder llevar a tu bastón? Dioses, Shaedra. Realmente no pensaba que fueses tan irresponsable. ¿Y si te han visto? Todo lo que hemos hecho no habrá servido de nada. ¿Te das cuenta?

—He sido discreta —retruqué, algo exasperada por su reacción.

—Discreta, por supuesto. —Me lanzó el pantalón y la túnica de campesinos—. Vístete y salgamos de aquí.

Por lo visto, esperaba que en cualquier momento apareciesen varios Sombríos por la ventana para llevarnos hasta el Nohistrá… Me encogí de hombros y me dediqué a vestir la amplia túnica por encima de la mía. De paso, comprobé que aún guardaba las Trillizas y la concha azul, regalo de Saylen. Cuando estuvimos disfrazadas y hubimos dejado el cuarto como nuevo, empuñé a Frundis, cogí la horca, Wanli agarró el saco de comida y salimos por la ventana en silencio. Unos minutos más tarde aterrizamos en una especie de patio totalmente desierto.

La elfa se sentó en un bordecillo de piedra y echó una mirada al cielo que empezaba a azularse. Acto seguido, me soltó otra mirada exasperada.

—Nadie me ha visto —insistí, irritada—. O eso creo —añadí.

—Mmpf. Un Sombrío no puede basarse en una impresión —me espetó.

Puse los ojos en blanco.

—No soy una Sombría.

—Pues espérate a que te coja el Nohistrá y ya verás como acabarás siéndolo —siseó.

Parecía tan convencida de que alguien me había visto que empecé a dudar seriamente. No podía estar segura de nada, me dije. Pero no me arrepentía de lo que había hecho. Y menos de haber podido avisar a Spaw.

—¿Y cómo piensas fijar ese cacharro encima del bastón? —preguntó Wanli al cabo de un rato.

—Oh. No te preocupes por eso. Lo tengo todo preparado —le aseguré con una sonrisa inocente.

La elfa enarcó una ceja pero no insistió. Ladeó su viejo sombrero de ala ancha y echó otra ojeada impaciente hacia el cielo que clareaba.

—¿Adónde nos lleva Néldaru? —murmuré.

Wanli se encogió de hombros.

—No sé adónde te llevará. Seguramente a algún lugar donde nadie pueda encontrarte hasta que se aclare todo esto.

Fruncí el ceño.

—¿Tú no vienes conmigo?

Wanli negó con la cabeza.

—Tengo asuntos que atender fuera de Aefna.

Por supuesto. Reprimí una sonrisa. ¿Había acaso algún Sombrío sin asuntos a los que atender en algún sitio? Esperamos unos minutos más antes de que Wanli declarase que era hora de movernos.

“Ánimo, Frundis”, solté.

Le coloqué los gajos y el bastón las agarró curvando los pétalos con cierta resignación.

“¿No tienes ninguna canción sobre una horca?”, inquirió Syu, como si de nada.

Una ráfaga de violines nos atacó la mente y el mono soltó un gruñido antes de esconderse en la capucha de mi túnica.

“¡No seas tan susceptible!”, se quejó.

Frundis se contentó con calmar sus violines dándoles un compás lento y agobiante.

Cuando alcé los ojos, vi a Wanli que miraba el bastón con cierto asombro. Pero en vez de preguntar nada sobre el extraño fenómeno, me señaló la salida del corral.

—Adelante.

Nos internamos en las calles más anchas. Los rayos de sol ya iluminaban los tejados de las casas y las tiendas abrían una tras otra, animando la ciudad. Nos dirigimos hacia la Plaza de Laya. Cuando llegamos al lugar acordado, Wanli saludó a un pequeño humano negro al que yo nunca había visto. Hicieron un poco de teatro antes de que el Sombrío nos hiciera montar en una vieja carreta tirada por un poni robusto. Nos instalamos entre dos barriles vacíos y posé a un Frundis exhausto junto a mí.

—¿Preparadas para el viaje? —soltó el humano negro con una sonrisa.

Asentí con la cabeza y, sin más dilaciones, él arreó el caballo. Todo parecía desarrollarse como previsto, pensé, aliviada. Sin embargo…

—No me convence para nada esto de salir así, de día —mascullé por lo bajo.

Wanli levantó los ojos al cielo.

—Te aseguro que de noche están más atentos.

—Si lo dices…

Bajé la mirada hacia mis botas, escondiéndome mejor bajo mi sombrero. Y fruncí el ceño al percatarme de un detalle.

—¿Vamos a salir de Aefna por la ruta norte? —susurré, mientras el poni avanzaba por el medio del mercado.

—Mm —asintió Wanli.

No parecía extrañarse, lo cual significaba que, aunque tal vez no conociera mi destino exacto, sabía que Néldaru quería mandarme al norte. ¿A Neiram, tal vez? ¿O a algún lugar escondido entre los campos y las colinas que poblaban aquella región? Quién podía saberlo. En aquel momento me volví a preguntar si no hubiera sido mejor idea huir por mi cuenta en vez de escuchar a unos Sombríos a los que apenas conocía.

Nos cruzamos con varias carretas y pasamos delante de un imponente albergue antes de salir de la ciudad. Sobre nosotros, tan sólo se deslizaban algunas amables nubes blancas pero por el norte se acercaban cúmulos grisáceos.

—Dahey —soltó de pronto Wanli, mientras la capital iba perdiéndose entre las colinas. Se levantó y fue a sentarse en el banco, junto al Sombrío—. ¿Tienes noticias de Lénisu?

El Sombrío giró levemente su rostro y negó con la cabeza. Bajé la mirada, desilusionada, aunque escuché con atención sus palabras.

—¿Cómo quieres que tenga noticias suyas? Néldaru no me dijo nada. Pero… supongo que estará bien. De lo contrario, no estaríamos complicándonos la vida.

—¿Crees de veras… que lo matarían si lo encontrasen? —preguntó Wanli tras un silencio.

Dahey se encogió de hombros.

—No lo creo. Es decir, no lo sé, pero supongo que si Lénisu se encontrase en posición de elegir entre morir o revelar dónde se encuentra esa caja… elegiría la segunda opción.

Levanté bruscamente la cabeza.

—¿De qué caja habláis? —pregunté.

Dahey me echó un vistazo y volvió a mirar el camino.

—¿De qué caja hablo? —Pareció divertirle mi pregunta—. Pues de la que contiene todas las pruebas que ha ido acumulando Lénisu, evidentemente. De cuál, si no. La que andan buscando los Nohistrás de Agrilia, Neiram y Aefna con tanto anhelo.

Lo miré, confusa. Obviamente, no estaba hablando de la caja de tránmur que me había dejado Lénisu, sino de otra caja. Wanli suspiró.

—La carta que descubrió Dansk Alguerbad, el Nohistrá de Ató, iba dirigida a una persona que Lénisu asegura no haber nombrado. A esa persona, también la andan buscando, porque al parecer es la única aparte de Lénisu en conocer el paradero de esa caja.

—Al parecer —añadió Dahey y nos dedicó una sonrisilla—. ¿Eso significa que ninguna de las dos sabéis dónde está?

Me rasqué la mejilla, aturdida por la pregunta.

—¿Esa persona de la que habla la carta eres tú? —le repliqué.

Dahey enarcó una ceja y soltó una carcajada, volviendo a posar los ojos en su caballo.

—No —respondió—. Me temo que el asunto es más complicado de lo que parece. Nadie sabe quién es esa persona aunque todos sospechamos que es alguien al que conocemos. Y vista tu buena relación con él, Wanli, pensé que serías tú.

Wanli giró su rostro hacia él y lo fulminó con la mirada.

—¿Dada mi buena relación con él? ¿Qué insinúas? —gruñó.

Dahey resopló, burlón.

—¿No me digas que aún sigues sin haberle…?

Wanli le dio un empujón, hundiéndole el sombrero en la cabeza. Dahey rió pero ante la mirada asesina de la elfa enseguida se puso serio.

—Francamente, no sé dónde estará esa caja —admitió—. Y al parecer su propia sobrina lo ignora —añadió, echándome una ojeada interrogante.

Sacudí la cabeza.

—Lénisu guarda muy bien sus secretos —prosiguió Dahey.

—Y tú los tuyos —retrucó Wanli.

El Sombrío aprobó con la cabeza y agitó las riendas para alentar al caballo.

—Y yo los míos.

Apenas unos minutos después empezó a llover.

—Esas nubes tienen mala pinta —me lamenté en voz alta.

No me equivoqué. La lluvia fue arreciando y acabó retumbando contra la ruta empedrada como una inmensa manada de antílopes despavoridos… El camino se convirtió pronto en un verdadero río.

En un momento en que cruzábamos una zona algo boscosa, Syu asomó su cabeza mojada de mi capucha. Sus bigotes caían sobre los lados, descontentos.

“Ya no hay manera de escapar del agua”, se quejó.

De hecho, yo estaba completamente empapada y la capucha en la que se había metido Syu parecía un trapo hundido.

“Seamos positivos”, solté. “Wanli dijo que lo que nos viene ahora no es un Ciclo del Pantano, sino un Ciclo del Ruido. Recuerdo algún tiempo no muy lejano en que te gustaba chapotear en los cubos de agua”, apunté, sonriente.

El mono, posando la barbilla sobre sus manos, resopló, harto de la lluvia, y le di unas palmaditas sobre la cabeza para animarlo. Apenas transcurrieron unos instantes cuando Dahey soltó un repentino:

—¡So!

El caballo y la carreta frenaron bruscamente y me así al borde con todas las garras sacadas. ¿Qué demonios…? Como un relámpago, divisé a unas figuras armadas.

—¡Bajad de la carreta! —tronó una voz en medio del aguacero.

Instintivamente, me agazapé. Syu soltó un gemido de dolor cuando le aplasté la cola.

“Lo siento…”, solté, con los ojos dilatados. Atrapé a Frundis y, tras un instante de vacilación, cogí también los gajos con la otra mano. Siempre podían servirme de proyectil…

Vi apearse primero a Dahey y luego a Wanli y entonces entendí que no iba a arreglar nada quedándome en la carreta: en cuestión de segundos vendría alguien a sacarme de ahí.

“Agárrate bien, Syu”, lo previne.

Desparramando mi jaipú por todo el cuerpo, tomé impulso y realicé un salto que me llevó fuera del camino. Me incorporé con una voltereta apoyándome en Frundis y, sin darme la vuelta, eché a correr entre los árboles.