Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 9: Oscuridades
Wanli me guió por las angostas callejuelas de Aefna dando un sinfín de rodeos hasta avistar un gran edificio de varios pisos no muy lejano a la colina del Santuario. Era una pensión para peregrinos y otros viajeros, entendí.
Evitando la entrada principal, subimos por el viejo tejado de los establos. Caminamos prudentemente entre tejas faltantes y parches de metal hasta llegar frente a una ventana que acababa de abrir una silueta en el interior. Con aprensión, me metí dentro y entorné los ojos tratando de acomodarme a la oscuridad.
—Ya habéis tardado —murmuró una voz.
Wanli gruñó y cerró la ventana.
—Al principio creía que nos seguían —se excusó.
Enarqué una ceja y vi al fin perfilarse a la luz de la Luna y la Gema los rostros de Néldaru y de Keyshiem.
—Wanli… ¿qué te ocurre? —preguntó este último, viendo que la elfa avanzaba apretando el brazo contra su vientre.
Me ruboricé e iba explicar lo ocurrido cuando la elfa contestó, enderezándose:
—Me he golpeado contra algo. Nada grave —aseguró.
Estuve a punto de protestar pero Wanli posó una mano sobre mi hombro, significándome silenciosamente que callara. ¿Era acaso tan terrible que le hubiese propinado un bastonazo a una amiga?, me pregunté, roja como un dragón rojo. Afortunadamente, el cuarto estaba demasiado oscuro para ver el color de mi rostro.
—Bueno… Ya veremos si encontramos un curandero —soltó Keyshiem—. Los demás se han salvado todos con apenas un rasguño. Lo del humo ha sido un verdadero milagro. ¿Fuiste tú quien lo invocó, verdad? —me dijo, muy impresionado.
—Er… No era una invocación —confesé—. Eran unas mágaras.
—Mm. En todo caso, has evitado que esta noche derramásemos sangre por las calles —me felicitó—. Habría sido problemático. Supongo que tendrás muchas preguntas que hacernos. Como nosotros a ti.
Los miré a los tres, confusa.
—¿A mí?
Keyshiem asintió y se sentó en el suelo, invitándonos a que lo imitáramos.
—Sabemos que Lénisu trabajaba para desacreditar a los Nohistrás desde dentro. Él lo negaba pero todos sus actos apuntaban a eso. Y, de hecho, algunas pruebas que tiene contra los Nohistrás parecen realmente veraces. Incluso algunos Sombríos están empezando a dudar de la decencia de sus dirigentes. Y otros buscan a Lénisu, pero no para matarlo, como pretende el Nohistrá de Aefna, sino para aprovecharse de esas pruebas que al parecer tiene.
Tragué mal y tosí.
—¿Matarlo? —repetí débilmente.
El humano se encogió de hombros.
—Por el momento, se supone que el único que tiene esas pruebas es Lénisu. Y los hay que quieren destruirlas.
Entorné los ojos.
—¿Se supone? —repetí—. Así que vosotros también conocéis esas pruebas.
Néldaru negó con la cabeza. La Luna bañaba de luz su rostro de esnamro.
—No las conocemos. Lénisu no quiso en ningún momento revelarnos nada.
—Para protegernos, según dijo —suspiró amargamente Wanli.
Hubo un breve silencio. Así que los amigos Sombríos de Lénisu no conocían tampoco sus tan bien guardados secretos. Suspiré. No era de extrañar, viniendo de Lénisu.
Keyshiem carraspeó.
—En cambio, tenemos dudas de si tú sabes algo de todo esto —declaró.
Lo miré, perpleja.
—¿Yo?
Los tres Sombríos clavaron en mí unos ojos escrutadores.
—Yo no sé nada —me defendí—. Lénisu me dejó la carta. Pero yo no la leí.
Noté un leve gesto incrédulo por parte de Keyshiem.
—¿Dónde dejaste esa carta? —inquirió Wanli.
Sus preguntas me estaban poniendo cada vez más nerviosa.
—En… el Ciervo alado —contesté—. En la caja de Lénisu.
Un breve intercambio de miradas me hizo entender que no les revelaba nada.
—¿Cómo explicas que esa carta acabase en manos de Dansk Alguerbad? —preguntó Néldaru.
Tragué saliva con dificultad convencida de que todo lo sucedido con la carta había sido culpa de mi soberana estupidez.
“¿Quién demonios habrá sacado esa carta de la caja?”, me lamenté a Syu.
El mono me cogió una mecha y se puso a trenzármela como para tranquilizarse.
—¿Cómo te las arreglaste para que el Nohistrá de Ató viese esa maldita carta? —insistió Keyshiem al ver que no contestaba.
Sus ojos humanos me fulminaban, exigiendo una respuesta. Desvié la mirada y traté de controlar mi voz.
—No lo sé —admití—. Yo… he estado fuera de Ató desde principios del mes de Saniava.
Y si me hubiese llevado la carta a lo mejor hubiera acabado al fondo del océano, completé para mis adentros. Aunque tal vez hubiera sido mejor que nadie la leyera, dado que el contenido, fuese cual fuese, había levantado tantas pasiones…
—Eso remonta a varios meses —reflexionó Néldaru, interrumpiendo mis pensamientos.
Los tres me observaban, impacientes.
—¿Qué hiciste durante todo ese tiempo? —preguntó Keyshiem.
Entendí lo que insinuaba y sacudí la cabeza.
—Mi ausencia en Ató no tiene nada que ver con los Sombríos —aseguré.
—¿Y entonces con qué? —replicó Wanli—. ¿Cómo quieres que te creamos, Shaedra? —Abrí la boca, sin saber qué decir, y ella prosiguió—: Tienes que decirnos toda la verdad. No sabemos a ciencia cierta qué contiene esa famosa carta, pero Lénisu nos aseguró que en ella ponía todas las pistas para que otra persona pudiera encontrar las pruebas con un poco de esfuerzo. También nos habló de un acuerdo secreto con cofradías asesinas. En ese caso, estaría implicado el Djirash. Y el Djirash vive en Mirleria.
Agrandé los ojos.
—No lo sabía —respondí.
Keyshiem puso los ojos en blanco.
—Tal vez —concedió.
Fruncí el ceño, exasperada por la incredulidad de los tres Sombríos.
—Preguntádselo a Lénisu. Os dirá que yo no sé nada —afirmé.
—Lénisu no está en Aefna —repuso Wanli, sombría—. Apenas tuvimos tiempo de hablar con él. Si se hubiese quedado en Aefna lo habrían encontrado hace tiempo.
Me mordí el labio.
—Creía que vosotros trabajabais con él —solté de pronto.
Un destello de diversión pasó por los ojos de Keyshiem.
—¿Nosotros? Nosotros somos los antiguos Gatos Negros, querida. Claro que trabajábamos con Lénisu: era nuestro capitán. Robamos e hicimos contrabando en las Hordas bajo sus órdenes durante años. Todos éramos jóvenes, entrenados para el robo y el espionaje. Menos Néldaru —sonrió, pero enseguida entornó los ojos—. Lo único que nos faltaban eran principios: tan sólo deseábamos hacernos ricos. Lénisu, en cambio, era diferente. —Sus ojos me miraron fijamente—. Desde que lo conozco, jamás he acabado de entender a ese hombre. Tenía otras pretensiones que iban más allá de los deseos que puede tener cualquier joven. Tal vez se debe a que creció en los Subterráneos y se hizo adulto antes de tiempo. Como digo, Lénisu tenía otras preocupaciones. Otros asuntos de los que no nos hablaba.
—Como buscar pruebas contra los Nohistrás —entendí.
—Por ejemplo —asintió el humano.
—Pero ¿qué Nohistrás? —pregunté, más para mí que para ellos—. ¿Por qué complicarse la vida acusándolos?
—Eso habrá que preguntárselo a él —respondió Wanli—. Pero, por el momento, hablemos de cosas más urgentes. El Nohistrá de Aefna te anda buscando, seguramente porque o cree que eres cómplice de los actos de Lénisu ya que la carta la encontraron en el albergue donde vivías, o cree que tu captura podría atraer a Lénisu. Debes salir de Aefna en breve.
Medité sus palabras y meneé la cabeza.
—¿Y vosotros? También os andan buscando.
—Wanli irá contigo —soltó Keyshiem—. A mí aún no me han pillado y no me pillarán. De todas formas, el Nohistrá de Aefna prefiere hacer creer a todos que Lénisu tiene pocos apoyos, y que la mayoría no son Sombríos. No le conviene excitar los ánimos. En cuanto a Néldaru… Él dirigirá la huida.
Ladeé la boca en una mueca escéptica.
—¿Realmente creéis que el Nohistrá de Aefna está tan empeñado en buscarme a mí? Debería estar más preocupado por Lénisu, ¿no creéis?
—No le cuesta nada mandar a media decena de Sombríos en tu busca —aseguró Keyshiem—. Además… El Nohistrá de Aefna sabe reconocer las habilidades y defectos de cada uno. Y conoce a Lénisu. El año pasado, cuando sucedió todo lo de la espada de Álingar y el acuerdo con los Ashar, el Nohistrá de Aefna le propuso a tu tío que…
—Keyshiem —lo cortó Wanli, con un tono de aviso—. No creo que sea el buen momento para entrar en los detalles.
—No son detalles —replicó el humano.
—¿Qué le propuso el Nohistrá a mi tío? —intervine, preguntándome si realmente quería saberlo.
La elfa de la tierra suspiró y el humano posó ambas manos sobre las rodillas.
—Le dijo que si le dejaba meterte a ti en la cofradía olvidaría todas las traiciones de tu tío contra los Sombríos. Claro que eso lo propuso antes de que se descubriera la carta —agregó con un tono ligero.
Sus palabras me habían dejado helada.
—No tiene sentido —afirmé con voz trémula—. ¿Por qué querría el Nohistrá de Aefna que yo fuese una Sombría?
—Para poder controlar mejor a Lénisu, evidentemente —contestó Néldaru—. Las actuaciones de Lénisu le han otorgado mucha riqueza y poder durante años. Irónicamente, casi podríamos decir que el Nohistrá de Aefna se mantuvo en parte en su puesto gracias a tu tío. Sin embargo, también le ha causado muchas molestias. Muchísimas. Teniéndote a ti bajo su ala, Deybris Lorent pretendía refrenar las investigaciones de Lénisu y acallarlo, por supuesto, mediante promesas.
Asentí con la cabeza, aunque no acababa de entenderlo todo.
—¿Y mis hermanos? —dejé escapar.
Wanli, Keyshiem y Néldaru se miraron, sorprendidos.
—¿Tus hermanos?
—Lénisu también haría cualquier cosa para salvarlos —razoné.
Se quedaron en suspenso unos segundos y entonces Keyshiem se carcajeó.
—Así que entre los que te acompañaban en la diligencia estaban tus hermanos también. Bueno… nada me permite afirmar que el Nohistrá esté al corriente. Por curiosidad, tus hermanos, ¿hasta qué punto conocen las actuaciones de tu tío?
Me encogí de hombros.
—No saben nada —mentí.
—Mm… Tal vez —pronunció Keyshiem, dando a entender que no acababa de creerme.
Pero yo tampoco acababa de fiarme de él.
—Esperemos que se vayan de Aefna sin que se entere el Nohistrá —dijo al fin Wanli—. En todo caso, será mejor que no vuelvas a verlos hasta que todo esto se haya arreglado. ¿No querrás que ellos también se metan en este lío? —añadió, al ver mi cara de protesta.
Resoplé.
—¿Dónde está Lénisu? —pregunté entonces por segunda vez. Y como sabía que no iban a contestarme pasé directamente a la siguiente pregunta—: Al final ¿logró recuperar a Hilo?
—Lénisu está a salvo, vivo y sano —replicó Néldaru—. Eso es todo lo que tienes que saber por el momento.
—Y la espada de Álingar está de nuevo en sus manos después de un épico rescate —completó Keyshiem—. Quién sabe por cuánto tiempo —añadió, burlón.
—Ya va siendo hora de movernos, Keyshiem —declaró Néldaru.
Hizo ademán de levantarse pero el humano lo detuvo con un simple gesto.
—Aún no nos has contado tu plan para sacarlas de Aefna.
El esnamro esbozó lentamente una sonrisa.
—Confiad en mí.
* * *
Tumbada boca arriba en el cuarto de la pensión, me lamenté interiormente durante horas, pensando en lo absurda que era la vida: apenas decidía regresar a Ató para vivir tranquilamente, se torcían las cosas. Amaneció y se fue el sol y me preguntaba de cuando en cuando qué harían Murri y Laygra y Aleria y Akín… Me preguntaba qué haría Spaw. Aún recordaba mi conversación con el templario antes de que se marchara a ver a Lunawin. “No te caigas por ningún pozo”, me había dicho, bromeando. ¿No me había afirmado en Mirleria que los saijits siempre habían complicado la vida de los demonios? Cuánta razón tenías, Spaw, pensé tristemente. Ojalá hubiese seguido mejor los consejos de Zaix.
—Esto es peor que un pozo —mascullé de pronto, suspirando por enésima vez.
—¿Has dicho algo? —preguntó Wanli, tumbada a mi lado.
—No —refunfuñé. Y suspiré de nuevo al darme cuenta de que me estaba dejando llevar por el malhumor—. ¿Qué tal van tus costillas? —pregunté.
La elfa de la tierra parpadeó, como para acabar de despertarse.
—Mejor —aseguró, aunque visto cómo Wanli mentía alegremente no pude saber si tan sólo lo decía para tranquilizarme. Mis labios temblaron.
—Realmente… Wanli…
—Shaedra —me cortó ella con impaciencia—. Ya sé que sientes haberme golpeado. No hace falta que me lo repitas. Además, no ha sido para tanto. Los entrenamientos de los Sombríos no son menos brutales, te lo aseguro.
Se levantó y caminó hasta la ventana. Al menos ahora no avanzaba inclinada por el dolor, pensé, optimista.
—Ya está haciéndose de noche —observó la elfa al apartar levemente las espesas cortinas.
—¿Crees que Néldaru nos sacará esta noche? —inquirí, sentándome sobre la cama.
La elfa de la tierra negó con la cabeza y dejó caer de nuevo las cortinas.
—Lo dudo. Pero mientras nadie sepa que estamos aquí no hay tanta prisa. Seguramente nos sacará dentro de unos días, no te preocupes. Además, dudo de que nos saque de noche. El Lobo a veces sale de día cuando nadie se lo espera —sonrió.
Ladeé la cabeza, curiosa.
—¿Por qué apodáis a Néldaru el Lobo?
Wanli se sentó lentamente sobre la cama y cruzó ambas piernas.
—Bueno. Él mismo nunca me contó la historia, pero se dice que un día, cuando era aún joven, se encontró con un lobezno herido. Lo recogió, lo cuidó y lo adoptó. Se dice que iban juntos a todas partes y que ambos se comprendían… —Marcó una pausa y concluyó—: Por eso le llaman el Lobo.
Sonreí al imaginarme al esnamro paseándose por el campo con un lobo pisándole los talones.
—¿Qué fue del lobo? —pregunté.
Wanli se encogió de hombros.
—Dicen que murió salvando la vida de Néldaru contra un esqueleto ciego. Pero ya te digo, eso sólo son rumores. Néldaru nunca habla de ello. Y será mejor que no le menciones nada al respecto —me previno.
—No lo haré —prometí.
Seguimos charlando por lo bajo, y ella me contó otras historias sobre los Sombríos. Me habló del compañerismo de la cofradía y de las distintas misiones. Por lo visto, trataba de darme una imagen menos negativa de los Sombríos de la que hasta entonces tenía.
—Mi madre fue la que encontró la Perla de Athenrión —me reveló en un momento—. Esa joya valía más de doscientos mil kétalos. El Djirash la vendió para saldar casi todas las deudas que había contraído la cofradía en aquella época. De eso hace unos veinte años. Ahora vuelve a estar tan endeudada como antes —bromeó.
—Supongo que le habrán dado una buena recompensa a tu madre —solté, enarcando las cejas.
Wanli resopló con una sonrisa.
—Y tanto. Mis padres me dejaron al cuidado del Nohistrá de Aefna para que me educara y se fueron al sur. A Ontaisul. No los he vuelto a ver desde entonces.
Agrandé los ojos, atónita.
—¿Te dejaron y se fueron?
La elfa tuvo una mueca divertida ante mi expresión indignada.
—Es casi una costumbre —explicó—. Cuando un Sombrío se hace rico y decide marcharse deja a sus hijos al cuidado del Nohistrá de su ciudad. No es ninguna obligación, claro está, pero muchos lo hacen en honor a la cofradía.
Meneé la cabeza, sin poder creerlo. ¿En honor a la cofradía?, me repetí, alucinada. Wanli soltó una carcajada ligera y se pasó una mano distraída por su pelo gris de mechas violetas.
—Entiendo tu incomprensión. A veces me doy cuenta de lo absurdas que pueden llegar a ser las reglas de los Sombríos. Pero cuando conoces las reglas de otras cofradías ves finalmente que no son tan raras. Los Mentistas son aún más cerrados. Te aseguro que ningún hijo de Mentista podrá salvarse de ser Mentista a su vez a menos de ser un completo garrulo. Así es la vida de los cofrades —sentenció.
Permanecí meditativa unos segundos.
—Los raendays son más libres —apunté.
Wanli resopló, divertida.
—Tal vez. Los raendays viven como nómadas salvajes. Siempre tienen trabajo y ganan bien, pero no creo que exista ese espíritu familiar que hay entre los Sombríos.
Reprimí una mueca. No me parecía que hubiese más espíritu familiar entre los Sombríos que entre los raendays… Carraspeé y me crucé de brazos, mirando a la elfa con sospecha.
—¿Por qué me hablas tan bien de los Sombríos cuando has decidido traicionarlos? —solté.
Wanli entornó los ojos.
—No los traiciono. Simplemente estoy ayudando a un amigo a escapar de ellos.
—Un amigo que pretende traicionarlos acusándolos de no sé qué crímenes —observé.
Ella negó con la cabeza.
—Te equivocas. Tan sólo pretende acusar a algunos Nohistrás. No a todos los Sombríos.
Desvié los ojos de su mirada insistente.
—¿No dijiste que el Nohistrá de Aefna te había educado? —murmuré.
Si el Nohistrá de Aefna era algo así como un padre para ella ¿cómo podía ser que estuviera apoyando a alguien que pretendía acusarlo?, me dije mentalmente, sin entenderlo. La elfa de la tierra no contestó enseguida.
—Yo no condeno ni acuso a ningún Sombrío —dijo al fin—. Pero no quiero que le hagan daño a Lénisu.
Junté las manos y me recosté contra la cama. ¡Qué complicada era la vida de los Sombríos!
—Lo amas, ¿verdad?
Wanli esbozó una sonrisa ante mi pregunta.
—¿Qué sabrás tú de amor? —me replicó. Y antes de que contestara, agregó—: Tal vez antes lo amara. Pero ahora me es imposible —afirmó. Y al ver que la miraba con extrañeza, añadió con dulzura—: Recuerdo que mi padre decía que las flores que se abren demasiado pronto acaban muriendo bajo las primeras ráfagas.
Enarqué una ceja, perpleja.
—¿Lo que significa?
Wanli sonrió.
—Lo que significa que un primer amor no aguanta ningún engaño.
Agrandé los ojos, incrédula.
—¿Lénisu te engañó?
Ella se tumbó en la cama con un suspiro.
—No lo hace queriendo —dijo—. No puede evitarlo.
La miré, asombrada. ¿Lénisu la engañaba pero no podía evitarlo? ¿Acaso Wanli estaba delirando? Ensimismada, parecía haberse olvidado de mí cuando murmuró:
—No puede evitarlo. Pero aun así no puedo amar a quien ama a una mujer muerta desde hace veinte años.
Y diciendo esto, alzó una mano y dibujó un símbolo armónico en el aire antes de cerrar los ojos y sumirse en un profundo sueño. Largo rato me pasé tumbada en la cama con la mirada perdida en un rayo de luna que se infiltraba entre las cortinas.
—Mawer —susurré en la penumbra.