Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 8: Nubes de hielo

26 La llamada de la muerte

—Venga, ayúdame un poco —gruñí, mientras avanzábamos a pasos de tortuga iskamangresa. Akín arrastraba los pies y se tambaleaba cada dos segundos: estaba muy débil y una parte de mí, viéndolo así destrozado, se paralizaba de terror. Pero no podía dejarme dominar por el miedo. No ahora.

Llevándolo casi en vilo por los pasillos desiertos, tenía la terrible impresión de que no íbamos a conseguir salir de la torre vivos. El cuervo, negro como nuestro futuro, nos seguía, batiendo las alas en silencio.

Cuando empecé a oír clamor en las escaleras, me detuve en seco, con los ojos muy agrandados.

—Oh no —dejé escapar, aterrada—. Ya vienen.

Habíamos bajado un piso, y hasta habíamos conseguido pasar desapercibidos delante de un par de guardias, pero pronto entendí que para encontrar a Aleria en ese mar de puertas iba a necesitar otro golpe de suerte. Por no comentar que tal vez ni siquiera consiguiese salvar a Akín: aún quedaban demasiadas plantas para llegar hasta abajo y no era concebible subir por la cuerda élfica con Akín.

Empujé a mi amigo detrás de una figura de piedra que representaba el cuerpo de una diosa sharbí. Los ruidos se acercaban. Y ese maldito cuervo acababa de posarse sobre la cabeza de la diosa. Me entraron ganas de soltarle un relámpago fulminante pero me contenté con espantarlo con Frundis. ¡Que se encontrase otra presa que Akín!

—Deja en paz a mi amigo —siseé, viendo que el ave insistía en quedarse junto a nosotros.

Una luz fulgente comenzó a invadir el pasillo y dejé de preocuparme por el cuervo.

Entonces se empezaron a oír choques de espadas y gritos.

—¡Por Numren! —gritaba uno, en medio del alboroto que se estaba formando.

—¡Vete al infierno! —exclamaba otro.

Ocultándome lo mejor que podía, eché un vistazo por encima del pedestal para ver pasar corriendo a unos saijits armados. Minutos después, justo delante de la estatua, dos elfos oscuros se enzarzaron en una pelea. El más alto llevaba una enorme pica mientras que su adversario, vestido con una cota de malla, manejaba una espada demasiado pesada. Este último no duró mucho. Realizó un ataque demasiado lento y el de la pica lo atravesó violentamente con su arma, como si hubiese estado cavando roca. Me tapé la boca con las manos horrorizada al ver caer al adversario, muerto. Akín seguía balanceándose, inconsciente de todo lo que ocurría a su alrededor. ¿Qué le habrían hecho?, me pregunté pasándome la manga por los ojos húmedos.

La batalla seguía su curso, cruenta y horrible. Cada vez que un saijit entraba en una de las habitaciones, se oían gritos y luego un terrible silencio. Los asesinos ya pasaban a la siguiente planta cuando oí una voz conocida que se desgañitaba:

—¡No los matéis si no se resisten! ¡No los matéis! ¿Me habéis oído, panda de asesinos? ¡No actuéis como ellos!

Era Askaldo. Me levanté de un bote y casi me choqué contra el codo de la diosa. Me precipité fuera del escondite y vi al elfocano, con su larga capa roja, empuñando una espada. Y también vi, a su espalda, a un ternian que, con una sonrisa torva, sacaba un puñal.

—Draven —dijo Askaldo sin mirarlo—. Controla a nuestros hombres de las plantas de abajo. Y yo que creía que esos mineros no serían capaces de enfrentarse a los hombres de Driik. Mawer. Temo que estén perpetrando una matanza.

—Enseguida, mi señor —contestó el ternian con una voz melosa.

Draven alzó su puñal contra el cuello de Askaldo. Pero no llegó a asestar el golpe porque en ese momento me abalancé sobre él, bastón en mano. El ternian se apartó en el último instante para evitar el bastonazo y gritó:

—¡Nos atacan!

Se precipitó hacia mí, dando la impresión de que estaba protegiendo a Askaldo. Con una mueca de asco, posicioné el bastón. Las notas bélicas y macabras de Frundis me invadieron la mente.

—¡Askaldo! —exclamé—. ¡Este granuja ha intentado asesinarte!

Con el rabillo del ojo, percibí la expresión confusa del elfocano. Entonces vi otra sombra acercarse peligrosamente a su espalda y desesperé.

—¡Detrás de ti! —chillé.

El segundo asesino le dio un tajo que desgarró su capa, pero el elfocano se había apartado lo suficiente como para no ser herido de muerte y levantó su espada, listo para luchar. Desconcentrada por aquella escena, no me había dado cuenta de que Draven había sacado su propia espada y di un bote hacia atrás para evitar su estocada. Syu subió temblando sobre mi cabeza para dedicarle al ternian un ademán insultante.

“Frundis, ¡adelante!”, solté.

Ataqué, pero Draven resultó ser un buen luchador. Tenía mucha más fuerza que yo pero yo era más rápida. Tras una serie de golpes relámpago contra sus brazos y sus piernas, lo oí sisear una maldición. Por lo visto, no se esperaba a que una ternian tan joven le supusiera tantos problemas. Sus ojos relampaguearon de ira y embistió ferozmente contra mí, blandiendo su espada, con la clara intención de acabar conmigo una vez por todas. La lucha se reanudó. En mi interior, estaba paralizada de horror. Pero mis músculos respondían prestamente, siguiendo las lecciones del maestro Dinyú. No podía flaquear. Y, con ese constante pensamiento en mente, paraba cada una de las estocadas mortales, devolvía los golpes y saltaba tan ágilmente como me lo permitía la anchura del pasillo.

Mi Sreda decidió desestabilizarse en aquel momento y mi visión se cegó parcialmente. Resoplé y di un salto para atrás, parando un ataque a ciegas. Parpadeé, azorada, haciendo danzar el bastón entre mis manos. Alcancé a divisar la sombra borrosa de mi adversario. Entonces, con la brutalidad de un troll y la rapidez de una serpiente, el traidor agarró a Frundis. Me lo habría quitado de las manos si en aquel instante este no hubiese multiplicado su ataque musical por cien, llenándonos a ambos la mente con una música atronadora. Nos tambaleamos y soltamos el bastón, jadeantes.

—Brujería —vociferó Draven.

Me repuse enseguida, conteniendo la Sreda como pude, pero el ternian ya había dado una patada al bastón para dejarlo fuera de mi alcance. Syu soltó un gemido y Draven se carcajeó incrédulo al verme tomar una posición de har-kar.

—¿Realmente crees que vas a poder luchar sin armas?

Puso los ojos en blanco y avanzó hacia mí. Por un momento, pensé utilizar las armonías, pero la desesperación me convenció de que unas ilusiones no me servirían de nada contra una espada real. Entonces recordé que, escondida en una bota, tenía la daga que me había dado Maoleth… Traté de no pensar en lo ridícula que era mi arma en comparación con la espada larga de mi adversario y, con un gesto rápido, la empuñé. Retrocedí precipitadamente, lejos del ternian… Y choqué contra el cadáver de un demonio.

—¡Askaldo! —exploté—. ¡Ayuda! ¡Akín!

Pero el elfocano seguía luchando con el otro traidor. Y Akín, escondido detrás de la estatua, no parecía enterarse de nada. Pestañeé, apartando el velo oscuro que se me formaba otra vez en los ojos. Intenté calmar la Sreda con suma dificultad. Toda esperanza me había desertado.

De pronto, un cuervo graznó. Cruzó el pasillo a gran velocidad y bajó en picado sobre el ternian, atacándolo a picotazos.

—¡Brujería! —repitió Draven con una exclamación, cubriéndose el rostro con un brazo y agitando torpemente la espada para acabar con el ave.

Pero el cuervo resultó actuar con inteligencia, atacando al ternian de manera que este retrocedió, distanciándose de mí. Sin pensarlo dos veces, me envolví en armonías y eché a correr hasta alcanzar a Frundis. Me acerqué demasiado a Draven… El ternian acababa de dar un puñetazo al cuervo, quien soltó un graznido de dolor, alejándose y dejando un rastro de plumas negras por el suelo. El asesino me sonrió con fiereza, cortándome el paso. Tenía varias heridas en la cabeza, de las que corrían hileras de sangre.

—Vas a pagármelo.

Entorné los ojos, asiendo el pequeño saco lleno de polvo de sueño. Lo abrí y se lo lancé con todas mis fuerzas. Lo recibió en plena cara. Una expresión de sorpresa pasó fugitivamente por su rostro. Reponiéndose, intentó abalanzarse sobre mí, creyendo probablemente que le acababa de soltar algún hechizo. Pero antes de que me alcanzase, sus ojos se volvieron vidriosos.

—No… —pronunció.

Resonó un restallido metálico cuando la espada se deslizó de su mano y fue a caer en el suelo. Suspiré de alivio al ver al gran ternian desplomarse ante mí y retrocedí unos pasos, prudente. Me agachaba para recoger a Frundis cuando sentí un dolor lancinante atravesarme todo el cuerpo y remontar hasta mi mente como una explosión repentina. Confusa, asombrada, bajé lentamente los ojos hacia mi vientre y tanteé mi espalda con una mano torpe. Un virote de ballesta. Un virote se había clavado en mi costado. Oí un ruido gutural y levanté unos ojos pasmados hacia Askaldo, quien acababa de resurgir después de su combate. Me miró un segundo, horrorizado, antes de precipitarse hacia mí. Siguió corriendo una vez que me hubo alcanzado. Muda y boquiabierta, dejé caer mi daga y me apoyé sobre Frundis. Lentamente, me giré para ver al elfocano entablar una lucha a muerte contra un orco negro que acababa de soltar su ballesta y blandía su hacha. Jamás había visto a un orco tan grande, pensé, aturdida.

Me fui deslizando poco a poco sobre la piedra fría. Una niebla espesa y cada vez más oscura velaba mis ojos. Syu se aferraba a mi cuello, sin poder pronunciar palabra. Frundis estaba silencioso como una tumba.

“Frundis, lo siento”, dije, con las lágrimas en los ojos. “Creo que vas a necesitar a otro portador.”

“Jamás”, contestó él con una negativa rotunda de violines precipitados. “Te curaré yo con mi música.”

Me tumbé, con la mente anegada por el dolor. Sentí en mi boca el sabor de las lágrimas y respiré entrecortadamente, rehuyendo instintivamente de las olas de oscuridad que amenazaban con ahogarme. Empuñé más firmemente a Frundis para que no se me escapara y me dejé llevar por su música tranquila y apacible. Con un último esfuerzo mental, comuniqué estos pensamientos a mis leales compañeros:

“Gracias, Frundis. Gracias, Syu.”

Lo último que vi, antes de sumirme en la inconsciencia, fueron los ojos negros del cuervo y las pupilas rojas de Akín. Ambas miradas reflejaban una profunda tristeza.

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Nota del Autor: ¡Fin del tomo 8! Espero que hayas disfrutado con la lectura. Para mantenerte al corriente de las nuevas publicaciones, puedes seguirme en amazon o echar un vistazo al sitio web del proyecto donde podrás encontrar mapas, imágenes de personajes y más documentación.