Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 8: Nubes de hielo

6 Maestros y capitanes

Cuando le hube repetido a Nart la misma historia que le soltamos Aryes y yo a la maestra Kima, me despedí de él, me envolví bien en mi capa violeta y salí de la Pagoda sola. Aryes se había escabullido, y con razón: repetir una vez tras otra la misma historia acababa siendo sumamente aburrido.

Afuera, el cielo estaba totalmente nublado y flotaba en el aire una niebla helada. A pesar del frío, Ató rebullía de vida. El mercado estaba lleno, varias personas se paseaban por los tejados con martillos y clavos y vi en la Neria al Dáilerrin soltar su discurso semanal a los habitantes que querían oírlo. Por supuesto, me dije, aquel día era el segundo Lubas de Coralo.

Curiosa, me aproximé a la Neria con la esperanza de que el Dáilerrin declarase que un grupo de mercenarios se había propuesto para ayudar a Daian y rescatar a Aleria… Aunque, como bien había dicho Dol, aquella era una esperanza más bien desesperada.

Oí de pronto una exclamación a mis espaldas.

—¡Shaedra!

Me giré y me quedé boquiabierta.

—¿Galgarrios? —Lo observé durante un breve instante y solté al cabo una carcajada mientras él se detenía ante mí con cara de auténtica felicidad—. ¡Has crecido como una katipalka en primavera!

El caito rubio me dedicó una sonrisa franca pero noté indecisión en su gesto.

—Tú también has cambiado —observó—. Aunque no has crecido mucho —añadió, sonriente.

Me alegró comprobar que Galgarrios, a pesar de su altura, no había cambiado en lo fundamental y sonreí, emocionada.

—Me alegro de verte, Galgarrios.

Le di un fuerte abrazo. Me sacaba bastante más de una cabeza, constaté, impresionada.

—Bueno, ahora que estás en casa, espero que no te vayas otra vez.

Su tono era interrogante. Le dediqué una mueca cómica.

—Yo también lo espero. Pero los vientos a veces giran muy bruscamente —lo avisé.

Entonces se oyó otra exclamación. Como una oleada, llegaron todos mis compañeros har-karistas: Sotkins, Kajert, Revis, Laya y Zahg. Todos se alegraron mucho de verme y me acribillaron a preguntas. Entre los comentarios de Laya y las preguntas inquisitivas de Sotkins, no nos dimos cuenta del ruido que estábamos metiendo hasta que uno de los secretarios del Dáilerrin carraspeó deteniéndose junto a nosotros.

—Por favor, un poco de respeto. Se os oye desde la Neria y el Dáilerrin está en pleno discurso.

Nos ruborizamos todos y pedimos disculpas. Cuando el secretario se hubo alejado, Sotkins suspiró.

—Seguramente nuestro nuevo Dáilerrin estará hablando de lo bien que se está llevando a cabo su política de amistad con la Pagoda de la Lira.

—¿El nuevo Dáilerrin? —repetí, asombrada. Y entorné los ojos para ver el rostro del elfo oscuro que hablaba, vestido con una larga túnica blanca—. ¿Ya se ha ido Eddyl Zasur?

—Sí —afirmó Laya—. Por lo visto, tenía problemas de salud y se marchó a Neiram.

—A respirar el aire del océano Dólico —completó Zahg con un tono levemente burlón—. Ahora tenemos a Keil Zerfskit.

Agrandé los ojos al oír el apellido, pero en ese momento una amplia sonrisa surcó el rostro de Zahg.

—¡Aryes Dómerath! —Me giré y vi al kadaelfo que venía de la Neria y llegaba junto a nosotros—. ¡A ti sí que te veo cambiado!

Dieron todos la bienvenida a Aryes y nos alejamos de la Neria para no molestar más al Dáilerrin y su auditorio.

—Como decía Zahg —encadenó Sotkins—, nuestro nuevo Dáilerrin es nada menos que Keil Zerfskit, el heredero de Fárrigan.

Y el hermanastro del maestro Áynorin, añadí para mis adentros. Se oyeron las campanas del Templo y de pronto Laya se sobresaltó, horrorizada.

—¡Por todos los dioses! Tenemos clase con la maestra Kima. ¡Vamos a llegar tarde!

Angustiada, se precipitó hacia la Pagoda, se paró, se giró y dijo:

—¡Me alegra volver a veros por aquí, Shaedra y Aryes! Revis, Kajert, Galgarrios, daos prisa. Los demás kals seguro que ya habrán llegado.

—La maestra Kima es una fanática de la puntualidad —nos dijo Revis a modo de explicación, antes de dirigirse hacia la Pagoda.

—De alguien ha tenido que sacar Rúnim ese carácter tan perfeccionista —masculló Zahg, divertido, mientras Laya y Galgarrios subían azoradamente las escaleras de la Pagoda Azul seguidos por Revis y Kajert—. Desde luego, prefiero mil veces el maestro Dinyú a esa maestra —prosiguió el elfo oscuro—. Kima ha estudiado tanto har-kar como nosotros o menos. Y de energía bréjica creo que tampoco debe de saber gran cosa —añadió, dirigiéndose a Aryes—. Me temo que no va a durar mucho en su puesto.

La gente que había estado escuchando al Dáilerrin empezó a desperdigarse por toda la plaza, comentando el discurso y volviendo a sus casas y a sus trabajos. Sotkins declaró que aún tenían tiempo libre y nos sentamos en un banco, a charlar, pese al frío.

—¿Así que ya sois cekals? —les pregunté a ambos.

La belarca mostró una sonrisa satisfecha.

—Ajá. Hasta recibí los honores de los maestros de la Pagoda —alardeó, contenta.

—Pero creo que el nuevo Dáilerrin no ha entendido para qué sirven los cekals —refunfuñó Zahg—. Este condenado Zerfskit ha decidido mandarnos con nuestro maestro y unos cuantos cekals más a Yurdas, a la Pagoda de la Lira, según él para que aprendamos a conocernos mejor. —Soltó una risita sarcástica y puso cara de desagrado—. Dicen que esa ciudad es aburridísima.

—Según el Dáilerrin se trata de un intercambio para reforzar los lazos entre las pagodas —explicó Sotkins, resoplando—. Odio las formalidades.

Entonces empezaron a contarnos las novedades de Ató y Aryes y yo los escuchamos con interés, dándonos cuenta de que en unos meses habían pasado muchas cosas. Que si tal zapatería había quebrado, que si Taetheruilín había fabricado una maravillosa espada para un príncipe de Iskamangra, que si el terremoto y los líos que había habido en la fiesta estival de Musarro… Hasta comentamos burlonamente la polémica entre el Dáilorilh y otro orilh sobre si nos venía un Ciclo de la Bondad o un Ciclo del Hielo. Llevábamos quizá media hora charlando cuando apareció por una calle un tiyano que vestía una túnica verde azulada bastante extravagante. Detrás de él andaba, imponente, la terrible Yeysa.

—Nuestro maestro —declaró Sotkins, reprimiendo una mueca burlona.

—Parece simpático —observó Aryes, ladeando la cabeza.

—Si supieseis todas las tonterías que dice… —murmuró Sotkins—. Pero lo peor no es eso —añadió, en voz baja—. Lo peor es que nos han metido a la vaca en nuestro grupo.

Reprimí una sonrisa compasiva y, después de desearles una buena lección, los observé alejarse hacia su maestro y Yeysa. Esta última seguía teniendo la misma cara de bruta de siempre, pensé.

Una vez que estuvimos solos Aryes y yo, dejé escapar un suspiro.

—Es tranquilizante pensar que todos tenemos nuestros pequeños problemas —dije, mientras recogía a Frundis de detrás del banco. Unos sonidos melódicos de acordeón atravesaron mi mente.

—También es tranquilizante oírte decir que los nuestros son problemas pequeños —replicó Aryes con una mueca divertida.

—No te creas —dije, con tono ligero—. Las cosas van mejorando. Tengo noticias de Kyisse: está totalmente curada —anuncié. Aryes resopló, aliviado y contento—. Pero tenemos un problema —agregué antes de que él comentase nada—. El capitán quiere salir mañana para Aefna, pero resulta que Spaw ha salido de Aefna para Ató y quiere que lo esperemos aquí.

Aryes permaneció pensativo unos segundos.

—Y, claro está, no podemos decir nada de todo esto.

—No —suspiré—. No nos creerían. Aunque… —Me golpeé los labios con el dedo índice—. ¿Crees que puedo hacerle creer al capitán que he tenido una visión divina? Al fin y al cabo, somos los Salvadores…

—Una idea maravillosa —aprobó Aryes, burlón—. Y de paso lo convences de que vuelva a los Subterráneos y se olvide de la expedición Klanez —Meneó la cabeza—. Me temo que eso es imposible. Hablando en serio, siempre podemos salir hacia Aefna. Si Spaw ya ha salido de la capital, quizá no está muy lejos y nos lo cruzamos por el camino. Creo que será lo mejor.

Enarqué una ceja socarrona.

—Decir que Spaw está viajando por el camino es mucho suponer —repliqué—. Spaw a veces tiene ideas peregrinas. Sobre todo que al parecer lo están persiguiendo unos demo… —Me interrumpí de golpe e inspiré hondo. La plaza estaba vacía en aquel instante, vale, pero era mejor acostumbrarse a no hablar demasiado, me sermoneé.

Aryes había fruncido el ceño, entendiendo que me refería a los demonios que habían estado cazando a Spaw en Dumblor… antes de que este se teletransportase a la sala de ceremonias del palacio repleta de gente.

—Espero que sepa lo que hace llevándose a Kyisse con esa gente que lo anda buscando —meditó al fin.

—Mm —asentí. E hice una mueca, imaginándome a Spaw, con Kyisse sobre los hombros, corriendo mientras unos demonios vengativos lo perseguían.

—Por cierto —dijo Aryes, devolviéndome a la realidad—, he estado pensando… —Enarqué una ceja falsamente impresionada y él puso los ojos en blanco—. Me pregunto cómo demonios vamos a encontrar a los abuelos de Kyisse. Si viven en una ciudad, a lo mejor es fácil, pero si viven escondidos en las montañas…

Aryes tenía razón. Si Nawmiria y Sib vivían en algún lugar apartado, a lo mejor nos llevaba años encontrarlos, pensé, desanimada. ¿Acaso merecía la pena andar preocupados por dos Klanez que tal vez no encontrásemos nunca?

—Boh —resoplé al cabo, despejando mi mente de todos esos pensamientos—. Fue Lénisu el que prometió que llevaría a Kyisse con sus abuelos, no yo. No voy a estar viajando por toda la Tierra Baya y arrastrando a Kyisse adonde vaya. —Marqué una pausa, mordiéndome el labio pensativa—. Lo ideal sería que el capitán Calbaderca y Lénisu fuesen juntitos en busca de los abuelos. Al fin y al cabo, ambos son capitanes por algo.

De hecho, ¿los Sombríos no le llamaban a Lénisu capitán Botabrisa? Pues que los dos capitanes fuesen a buscar a Nawmiria, a Hilo y lo que se les antojase y dejasen a Kyisse tranquila, pensé.

Aryes se rió.

—Al final nos vamos a hartar de tanta historia y vamos a mandarlos a todos a freír sapos en el río.

—Cualquier día —aprobé—. A la pobre Kyisse ya la han mareado bastante la Fogatina y sus amigos como para que la mareemos también nosotros con unos abuelos que jamás ha visto —argumenté—. Y nosotros llevamos meses fuera de Ató. A veces, hay que serenarse. Recuerdo lo que dijo un día Frundis: cuanto más se corre a todas partes, menos se sabe y menos en cada parte cabe.

“Buena memoria”, dijo Frundis con tono aprobador. Había amainado su música de acordeón, al advertir que hablaban de él.

—Un proverbio bastante enigmático —observó Aryes, entretenido.

—Los proverbios de Frundis son un poco largos —admití.

“Pero suenan bien”, repuso inmediatamente el bastón con aire grave, convencido de que sus proverbios eran cuanto menos más elaborados que los de Syu.

—Hay otra cosa de la que no te he hablado todavía —dije entonces, recordando—. Se trata de Mártida…

Me interrumpí, al ver una figura embozada aparecer por la plaza. Me llamó la atención su andar. Agrandé los ojos. Se dirigía hacia nosotros. Y entonces alcancé a ver los ojos violetas y me levanté de un bote.

—Pero ¿te has vuelto loco? —pregunté, aterrada.

Lénisu hizo una mueca.

—Tal vez. No encuentro la caja de tránmur —contestó por toda explicación.

En ese instante, un copo de nieve cayó del cielo, revoloteando en el aire.