Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre
Habían pasado más de dos semanas desde que habíamos recibido la carta de Asten y aún no teníamos noticias de nada. Algunos peregrinos de otros pueblos subterráneos habían empezado a llegar para ver a la Flor del Norte y Aryes y yo no parábamos de gastar el tiempo en apariciones públicas. Nos sentábamos en una especie de trono, rodeados de guardias con trajes estrafalarios, mientras iban desfilando por la sala personas de todo tipo. Muchos padecían de alguna enfermedad aunque otros eran simples curiosos que venían a comprobar que lo que se decía era cierto. Tres veces por semana, Kyisse pronunciaba un discurso en tisekwa que dejaba a todos muy impresionados, ya que la mayoría de los dumbloranos no sabía tisekwa. De cuando en cuando, enunciaba alguna frase en abrianés con un acento terrible. En esas ocasiones, raramente le salían bien las “d” ya que se ponía nerviosa frente a tanto público y a veces me entraban ganas de preguntarle a Fladia por qué tenía que imponerle tanto trabajo a la niña. Incluso me había propuesto yo a soltar algún discurso, pero la Fogatina insistía en que los Salvadores no eran nadie sin la Flor del Norte y que la gente quería oírla hablar a ella, no a nosotros. Me había quedado claro, muy a mi pesar, que Aryes y yo tan sólo éramos parte del decorado y que la Fogatina no confiaba aún en nosotros.
Los únicos que nos hacían caso eran Kaota y Kitari. Nos seguían a todas partes. El único momento del día en que nos dejaban tranquilos era durante la clase con el capitán Calbaderca que, satisfecho con su conducta, los mandaba a entrenarse o a descansar según quisieran. Ellos al menos tenían unas tres horas al día libres. Nosotros en cambio teníamos el día entero programado y no podíamos salirnos de ahí. Al levantarnos, teníamos que ir a bañarnos, luego a vestirnos como grandes emperadores, realizábamos una procesión hasta la recién bautizada Sala de Klanez y nos pasábamos ahí horas enteras como bellos muñecos, sentados bien rectos en nuestros tronos. Luego comíamos en las habitaciones del capitán Calbaderca y a la tarde asistíamos a clases de retórica, de tisekwa y de política. Incluso tuve que aprenderme listas enteras de frases de memoria para quedar bien en las comidas que organizaban el Consejo y las demás personas influyentes del palacio.
Era una verdadera tortura. Si no hubiese estado Aryes, seguramente habría huido en cuanto hubiera podido. No solamente Aryes tenía un don para hacer que me olvidara de todas mis contrariedades sino que además era más prudente que yo y sabía infundirme paciencia. Y lograba que a veces considerase que si Lénisu no había mostrado signos de vida quizá era porque todavía no había podido poner en práctica su plan. Sin embargo, como me gustaba pensar en todas las posibilidades, más de una vez me pregunté si Lénisu realmente tenía algún plan para sacarnos de ahí con éxito.
Por no hablar de que, teóricamente, no podíamos abandonar a Spaw y a Drakvian. Sin embargo, no sabíamos dónde estaban. Tal vez Spaw estuviera con Lénisu. Era imposible saber lo que realmente ocurría fuera de las paredes del palacio y lo peor era que a este paso, si no nos decidíamos, íbamos a quedarnos haciendo de títeres hasta que nos salieran canas y arrugas.
Había empezado ya el mes de Osuna cuando finalmente mi paciencia llegó a su límite: esto no podía durar. No podía aguantar más la manera en que nos estaban utilizando. Por eso, a la hora en que todos dormían, me envolví en armonías, puse discretamente unos cojines debajo de mi manta, cogí mi capa violeta y salí por la ventana que había dejado semiabierta a conciencia. La sombra de Kaota, velando por nosotros, no se movió. A la derecha, contra el muro, había un gran espejo y, sabiendo que cada vez que veía mi reflejo perdía la concentración, aparté la vista y me deslicé silenciosamente fuera de la habitación.
Salir del patio por los tejados no fue fácil y me hubiera sido de mucha utilidad saber levitar como Aryes. Sin embargo, yo era una gawalt, recordé. Y una har-karista. Por no hablar de que tenía garras.
“Ya sabemos que eres maravillosa”, se rió Syu, saltando sobre mi hombro. “¿Te ibas sin mí?”
Le estiré la cola, juguetona.
“Ni hablar. Necesito que me guíes. Tengo que hablar con Lénisu.”
Syu apartó su cola, exasperado, y asintió.
“Entonces vayamos a hablar con Lénisu.”
Reforzando mis armonías para que no se deshicieran fácilmente, tomé impulso, di un bote y trepé por el muro hasta llegar a una terraza que pertenecía a otras habitaciones. Fui saltando de terraza en terraza, evitando los lugares donde pasaban guardias o gente trasnochada, hasta que aterricé finalmente cerca de los establos, junto a la enorme plaza que se extendía enfrente del palacio.
Me envolví con una nueva capa de armonías y empecé a recorrer una de las calles contiguas al palacio, rozando los muros con cautela. Pese a ser “de noche”, pasaban patrullas de cuando en cuando y, nada más verlas acercarse, me metía en otra calle o en algún rincón más oscuro para que no me vieran.
“Bien”, dije, cuando me adentré en las calles de Dumblor. “¿Dónde viste a Lénisu por última vez?”
Sentí una onda de energías. Syu, rodeado de armonías, saltó a los adoquines y empezó a correr.
Subimos escaleras, recorrimos callejuelas y cruzamos varias plazas y jardines antes de que el mono gawalt se detuviese sobre un saliente de un muro. Puso cara pensativa.
“Creo que era por aquí”, dijo, señalando con un dedo largo y negro un patio rodeado de una piedra esférica y poblado de estalagmitas. La entrada era una abertura de menos de un metro.
“Da miedo”, confesé. Me escondí para ver pasar una patrulla no muy lejos y luego inspiré hondo. “Qué remedio.” Y crucé la entrada de ese extraño lugar. La única luz provenía de la calle y se difuminaba poco a poco, oscureciéndose.
Aquello no era un patio común y corriente, pensé. Las grandes columnas presentaban formas naturales fascinantes. Oí un ruido agudo y levanté la cabeza, temerosa. Entre el techo y las columnas, vi de pronto pasar una sombra volando. Oí otro chillido y desapareció la sombra voladora.
—Que los dioses te perdonen, tú, ¿qué haces aquí?
Me giré bruscamente y me encontré con que una persona acababa de entrar por la misma rendija que yo. Su rostro a contraluz apenas se veía.
—Sal de aquí —insistió.
—Oh —dije. Y eché un vistazo hacia las columnas, preguntándome si podían ayudarme en caso de huida—. Estoy buscando a una persona.
—¿Quizá me estés buscando a mí? —se burló mi interlocutor, acercándose.
Retrocedí, amedrentada.
—O a mí —dijo una voz a mis espaldas.
Me sobresalté y Syu se escondió debajo de mi cabello y mi capa, aterrado. Por si acaso, fui preparando un sortilegio armónico. A mi izquierda, había un pequeño elfo oscuro de ojos rojos y escrutadores. Y en la entrada la ternian encapuchada se cruzaba de brazos.
—¿Quién eres?
No era una buena idea contestar a esa pregunta. A lo mejor Lénisu no estaba ahí…
—Busco a Lénisu —declaré, sin responder a su pregunta.
La ternian se quitó la capucha, mostrando un rostro fino y muy pálido.
—Eso cambia las cosas —admitió—. Adentro.
Pasó delante de mí, hizo un gesto de saludo al elfo oscuro y desapareció detrás de una ancha columna. El elfo me miró, interrogante. Intenté animarme, en vano, pero seguí así y todo a la ternian y, al verla pasar por una puerta abierta de donde se desprendía una luz tenue, me dije que era más que probable que aquello fuera el antro de los Sombríos.
* * *
—¿Dónde está Lénisu?
—No puedo decírtelo —me contestó la ternian pausadamente mientras entrábamos en un pequeño salón circular—. Espérame aquí.
Me dejó en compañía del elfo oscuro, quien me invitó a sentarme en una de las butacas. Conté las puertas. En aquella habitación había nada menos que siete puertas.
—¿Eres su sobrina, verdad? —preguntó el elfo oscuro al cabo de un silencio.
Su expresión burlona me recordaba un poco a la de Nart cuando se metía con Wigy. Sus ojos sonrientes, sin embargo, me inspiraron desconfianza.
—Sí —contesté.
—Entonces, debes de ser la Salvadora —dedujo, con una leve sonrisa.
—Eso parece —asentí, incómoda. ¿Acaso todos los Sombríos se habían enterado de lo sucedido?
—Es curioso —prosiguió—. Conozco a Lénisu desde hace mucho tiempo. Jamás me mencionó que tuviera una sobrina. ¿De dónde eres?
—De Ató —contesté, lacónica—. ¿Y tú?
Él sonrió.
—De Dumblor de toda la vida.
—¿Y eres un Sombrío de toda la vida también? —inquirí.
—Casi —replicó—. Antaño era un adivino.
Se levantó, se acercó y se sentó en una butaca justo enfrente de mí. Reprimí una sonrisa.
“Un adivino, Syu, esto promete.”
El mono bufó y salió de su escondite, enseñándole los dientes al elfo oscuro. Este último mostró cierta sorpresa al ver al mono pero enseguida recobró una expresión burlona.
—Tiende la mano —me dijo.
—Has dicho que antaño eras adivino —le recordé—. Pero ahora no lo eres, ¿verdad?
—Un don no se pierde, querida —replicó él, con una sonrisa de farsante—. Tiende la mano y te diré si tu vida será larga o corta.
Puse cara aburrida y tendí la mano con las garras bien sacadas. Sonreí al ver su expresión.
—¿Tengo un futuro espinoso, verdad? —pregunté, teatral.
—No debería extrañarme que desprecies mi don —suspiró él, recostándose en su butaca—. Lénisu tampoco me tomaba en serio.
—¿Desde cuándo lo conoces exactamente? —inquirí, interesada.
—Desde que entré a trabajar como Sombrío. El chaval tenía diez años, fíjate tú. Era un muchacho muy espabilado. Y su hermana también. El Nohistrá los consideraba como a unos hijos. Hasta el día en que Lénisu lo traicionó.
Me miró con detenimiento, como intentando averiguar si sabía yo algo del asunto. ¿Cómo no iba a saber que Lénisu había trabajado en contra del Nohistrá para que dejase de estar al mando si él mismo me lo había contado?
—Me dijo que el Nohistrá lo había desterrado.
Los ojos del elfo brillaron de diversión.
—¿Desterrado? En absoluto. Lénisu lo abandonó. Y cuando volvió de la Superficie, ni siquiera se presentó ante el que lo había cuidado como un padre.
De pronto, una terrible idea se infiltró en mi mente.
—Tú… ¿Eres el Nohistrá?
El elfo oscuro se carcajeó.
—Ya me gustaría. Pero no. Yo soy su mano derecha.
Una de las puertas se abrió y salió un humano demacrado cuya piel parecía resumirse a una fina capa que casi dejaba ver sus huesos. Lo envolvía una energía que bailaba entre jaipú y morjás. Sus ojos, de un rojo intenso, brillaban como una linterna. Era una imagen que me resultaba muy familiar, pensé, sintiendo que la sangre me desertaba la cara.
—El Nohistrá Derkot Neebensha —presentó el elfo oscuro con una media sonrisa, mientras se incorporaba.
El Nohistrá era un nakrús. Me levanté lentamente, sin apartar la mirada de aquella silueta escalofriante.
“Es casi como Márevor Helith”, observó Syu.
Casi, aprobé. Y tuve que rectificar. El Nohistrá no era un nakrús como el maestro Helith. Pero estaba en camino de convertirse en uno.
* * *
—¿Buscas a Lénisu Háreldin? —me preguntó el nakrús con una voz mesurada.
—Al mismo —contesté, escudriñándolo detenidamente. ¿Cómo podía un ser así haberse ocupado de Lénisu y de mi madre?
—Eres Shaedra, ¿eh? —El Nohistrá empezó a avanzar por la habitación circular con un andar poco agraciado. En su mano, llevaba un pequeño bastón negro con el que se apoyaba.
—Soy su sobrina. Lénisu está aquí, ¿verdad? —pregunté. Si no lo estaba, ¿qué demonios estaba haciendo yo ahí?, añadí para mis adentros.
—Se ha marchado a cumplir su cometido —contestó el Nohistrá—. Ergert, déjanos solos.
El elfo oscuro con cara de charlatán inclinó brevemente la cabeza y salió por una de las siete puertas. Con cierta inquietud, intenté recordar por qué puerta había pasado yo al entrar. El Nohistrá dio vueltas a su bastón, pensativo.
—¿Sabes? Tu tío es una persona muy habilidosa. Es capaz de salir con éxito del mayor lío posible. Sentémonos. La casa está tranquila a estas horas y no creo que nos importunen. Me gustaría hablar contigo —dijo, sentándose en una butaca—. Cuando le pregunté por ti, Lénisu me dijo que daría su vida por la tuya. Su sinceridad me llamó la atención. El muchacho no suele ser muy franco conmigo —reconoció—. Tuve que aplacar sus iras más de una vez. Siéntate —insistió, al ver que yo permanecía de pie.
Una vez sentados, el Nohistrá de Dumblor me miró con cara paternal.
—¿Nunca habías visto a un hombre como yo, verdad? Bah, al fin y al cabo, no estoy tan lejos de los cánones de belleza, pero quizá me falten unos años para alcanzar la imagen ideal.
Sus ojos, como dos bolas de fuego rojo, fulgían en su rostro escuálido. Me encogí de hombros.
—Según tengo entendido los nakrús tienen una percepción del mundo muy diferente de la de los demás mortales.
El Nohistrá sonrió al constatar que sabía reconocer a un nakrús.
—¿Mortales? —repitió, divertido—. Los nakrús perseguimos la inmortalidad.
—Bueno. Supongo que sabrás que un buen número de nigromantes que quieren convertirse en nakrús mueren después de intentarlo durante unos cuantos años. Una cosa es perseguir la inmortalidad y otra alcanzarla. Además, poder regenerarse no significa que no seas mortal.
Cómo se notaba que aquella tarde había estado ensayando retórica, pensé con ironía. Derkot Neebensha hizo una mueca divertida.
—Se ve que te has interesado mucho por la nigromancia. ¿Por casualidad no querrás aprender artes nigrománticas? Yo mismo podría enseñarte.
—No, gracias —repliqué.
El nakrús soltó una breve carcajada.
—Y ahora me das la misma respuesta que la que me dio Lénisu en su momento.
Me vinieron de muy lejos unas palabras que había dicho Lénisu hacía un año: “Maldigo el día en que me prometí que nunca tocaría la nigromancia”. A lo mejor estaría pensando en su querido Nohistrá al decir eso, me dije.
—¿Dónde está Lénisu? —insistí—. Me gustaría hablar con él.
—Va a ser imposible, querida, no está en Dumblor. Pero volverá, no te preocupes. Simplemente necesitaba que me hiciera un favor. Y le he prometido que velaría por ti —añadió con una sonrisa horrible.
—¿Qué favor? —repliqué.
—Oh. Nada muy complicado —me aseguró—. Te prometo que volverá con vida. Jamás se me ocurriría ponerlo en peligro de muerte. Al fin y al cabo… —Me dirigió una sonrisa—. Lo crié yo.
Me recorrió un escalofrío.
—Eso me ha dicho tu mano derecha.
—¿Mi mano derecha? —se sorprendió él.
—El elfo oscuro que acaba de salir —expliqué, frunciendo el ceño.
—Ah, Ergert. ¿Te ha dicho que era mi mano derecha? —Meneó la cabeza, divertido—. Yo no necesito más manos derechas que la mía —dijo, levantando su mano cubierta de un guante negro—. Pero dime una cosa, ¿quién es esa joven Klanez de la que todos hablan? Tengo mucha información sobre el asunto… pero me gustaría tener tu opinión. ¿De veras crees que es una niña especial o crees que simplemente la han sacado de algún orfanato de Dumblor porque les convenía?
—Kyisse es una niña especial —contesté con sinceridad.
—¿Así que piensas que de veras tiene el poder de entrar en el castillo de Klanez sin que le ocurra nada?
—Puede ser. Es curioso que te interese este asunto —observé.
—Mera curiosidad —afirmó—. Pero otra cosa. No voy a acribillarte a preguntas, pero simplemente te haré dos más y te dejaré ir después de revelarte exactamente el paradero de Lénisu. A menos que no contestes.
Traté de conservar la calma bajo la mirada sobrenatural del Nohistrá.
—Contestaré a las preguntas —dije—. A menos que no pueda.
—Muy bien. Primera pregunta: ¿qué tienes que ver tú con los Hullinrots y por qué te buscan?
Tragué saliva.
—¿Qué? —resoplé, desconcertada—. ¿Los Hullinrots? ¿Qué tienen que ver los Sombríos con los Hullinrots?
—Los Sombríos, nada. Yo en cambio, soy nigromante, por si no lo has notado. Y conozco a los Hullinrots. Por consiguiente, sé que te están buscando. Y sé que hay una historia muy grave ahí escondida que no me ha querido contar Lénisu. Confío en que me la cuentes.
—Espera un segundo. —Inspiré hondo—. ¿Estás diciéndome que los Hullinrots andan buscándome? ¿De verdad? Pero… ¿tienes pruebas?
—Si te fijas, por el momento has hecho más preguntas tú que yo. Y aún no has contestado. Te he dicho que los Hullinrots te están buscando. Al menos uno de ellos. Ahora bien, hablé no hace mucho con esta persona, en esta misma sala, pero no quiso decirme por qué te buscaba. Aun así, he oído rumores. Me llegó hace tiempo la noticia de unos ternians hijos de nakrús que andaban por la Cordillera de las Hordas. Al principio no te relacioné con la historia, hasta que oí el nombre de Jaixel.
—Por lo visto, sabes más de lo que decías en un principio —observé—. Y probablemente más que yo.
—Mira, no es que tenga un gran interés en esta historia, pero podría ayudarte si supiera más del tema. Sé que eres una chica valiente, casi estás hecha una mujer, pero si en esta historia hay un lich de por medio, me da a mí que necesitarás ayuda.
—¿Así que un Hullinrot vino a tu casa expresamente en mi busca? —murmuré, aterrada. Las palabras del maestro Helith nunca habían logrado asustarme realmente e incluso me había preguntado alguna vez si los Hullinrots existían de veras… Pero que el Nohistrá de Dumblor hubiese recibido en su casa a uno en persona cambiaba las cosas. Syu, al notar mi turbación, se agitó, incómodo, y se puso a trenzarme discretamente un mechón.
—Deberías contestar a mi pregunta si realmente quieres volver a ver a Lénisu —me recordó Derkot Neebensha.
—Eso es una amenaza —me alarmé—. Dijiste que volvería sano y salvo.
—Sí. Eso dije. ¿Y bien? ¿Qué tienes que ver con los Hullinrots y Jaixel, joven ternian?
—Si Lénisu no quería contártelo, debe de tener una buena razón —decidí, fulminándolo con la mirada.
El nakrús tuvo un rictus.
—Pero a lo mejor yo consigo que tú tengas una buena razón para decírmelo.
Alzó la palma de su mano enguantada y me estremecí al advertir que los guantes vibraban de energía brúlica.
—No puedes huir de aquí sin mi permiso —me avisó cuando estuve a punto de levantarme y de echar a correr hacia la primera puerta con la que topase—. Recuerda que estás entre Sombríos y que te has buscado el problema tú solita.
El pánico empezaba a invadirme y Syu soltó un bufido amenazante. Apliqué toda la teoría sobre la concentración que me habían enseñado el maestro Dinyú y Kwayat y traté de infundirme valor.
—Liberaste a Lénisu de la cárcel. Porque, según tú, es como tu hijo. Deberías tener más respeto por su sobrina —espeté, nerviosa, la mirada fija en su guante.
—Y tú deberías respetarme y obedecerme ya que soy casi como tu abuelo —replicó, burlón—. Contesta ya, ¿qué andan buscando los Hullinrots? No creo que sea tan terrible como para no decírmelo. No sé qué te habrá contado Lénisu sobre mí, pero que sepas que yo tengo sentido del honor y de la familia.
Me mordí el labio, indecisa. La familia, me repetí, alucinada. ¿Realmente me consideraba como una especie de nieta o me estaba tomando el pelo? Por otra parte, si le contaba lo de la filacteria, ¿qué podía pasar? Nada muy grave, puesto que el Nohistrá era un nakrús. No iba a denunciarme a los Mentistas.
—Jaixel me dejó parte de sus recuerdos —revelé—. Y los Hullinrots creen erróneamente que esos recuerdos podrán ayudarlos a entender mejor a Jaixel y así destruirlo. Al menos es lo que entendí.
—¿Jaixel te inyectó una especie de filacteria en tu mente, eh? —La intensidad de la luz de sus ojos rojos disminuyó—. Interesante. No sabía que se pudiera hacer eso. Pero claro, no estamos hablando de cualquier celmista, sino de un lich. —En su tono advertí un ligero deje de respeto y admiración—. Y, por supuesto, tú no recuerdas cuando sucedió todo eso, ¿verdad? —Negué con la cabeza—. Y seguramente Ayerel y Zueryn no volverán para contarlo —comentó. Agrandé los ojos al oír los nombres de mis padres—. Curiosa historia. Márevor Helith está detrás de todo esto, ¿verdad?
Era una pregunta trampa, entendí. En realidad, lo que quería saber era si yo conocía a Márevor Helith. Me encogí de hombros.
—¿Quién es Márevor Helith? —pregunté inocentemente.
El nakrús carraspeó, escéptico.
—Está bien. Creo que hemos hablado suficiente de este tema. Lo de la filacteria me aclara unas cuantas cosas. Mira que este Lénisu siempre anda con secretos. Segunda pregunta: ¿perteneces tú a alguna cofradía que no sea la de los Sombríos?
Enarqué una ceja.
—No —dije simplemente.
—Pero eres una Sombría.
—Tampoco —negué, pacientemente—. Hace unos meses no tenía ni idea de que mi tío fuese un Sombrío.
—Ah —soltó Derkot, reprimiendo una carcajada incrédula—. Entonces te doy mi bienvenida a la cofradía de los Sombríos. Conozco tu expediente. Har-karista. Celmista. Con historias misteriosas relacionadas con un lich. Por no mencionar tu último éxito: meterte en un palacio como Salvadora de la última Klanez. Deberías pensarlo detenidamente. Te ofrecería un buen sueldo y misiones interesantes.
Me eché a reír y me levanté.
—Creo que esta conversación ha durado lo suficiente —declaré, anhelando ya estar otra vez en mi cuarto—. Ahora te toca a ti. ¿Cuándo va a volver Lénisu? ¿Y dónde lo has mandado?
El Nohistrá se apoyó en su fino bastón negro para levantarse.
—Lo mandé en busca de mandelkinias para que escarmiente —me informó con un tono desenfadado.
—¿Mandelkinias? —repetí, sin entender.
—También las llaman perlas de dragón. Son piedras preciosas. Mandé a tu tío en compañía de un extraño say-guetrán amigo suyo que vino a Dumblor hace un buen rato en su busca y que parecía dispuesto a escarmentar con él.
—¿Srakhi? —exclamé, sintiendo que mi corazón acababa de dar un vuelco.
—Ese mismo. En cambio, no sé cuándo volverán. Pero le he prometido a Lénisu que cuando vuelva con sus perlas de dragón le daré cuatro mil kétalos. Él piensa sin duda que así podréis salir todos de Dumblor. Pero como yo soy muy previsor y sé que eso es poco probable, he ido construyendo otro plan.
Me dedicó una sonrisa blanca y esquelética. De pie, junto a la butaca, lo miré con aprensión.
—¿Qué plan?
—Todo tiene que ver con la historia ésta de los Klanez que tiene emocionado a media Dumblor. No solamente ha aniquilado el intento de sublevación que llevaban unos preparando desde hace meses, sino que además se está preparando una expedición muy interesante al castillo de Klanez para sacar todas sus riquezas. Para muchos aventureros, es un sueño que se hace realidad. Bien. Como los Salvadores no os vais a salvar de esta a menos que se mueran todos los consejeros de aquí a unas semanas, creo que lo mejor va a ser que trabajéis para mí durante esa expedición, ya que por fuerza os van a hacer participar en ella. Y cuando vuelva Lénisu de recoger mandelkinias, haré todo lo posible para que os acompañe.
—¿Quieres que participemos en esa expedición que va a un castillo lleno de trampas, de donde nadie ha conseguido jamás salir en su sano juicio? Quieres matarnos —concluí.
—Ya veremos. Pero tú misma has pensado que la Flor del Norte no es un artificio. Puede ser una verdadera Klanez. Y en ese caso, no creo que el riesgo sea tal como lo pintas. En fin, no voy a discutir más sobre esto porque todavía lo estoy planeando y a lo mejor cambio de idea según me llega la información, pero sinceramente me parece que es la manera más elegante de sacaros del círculo del palacio. Ha sido un verdadero placer conocerte, Shaedra. Será mejor que vuelvas al palacio, o empezarán a sospechar de ti. Esa es la puerta para salir —indicó, significándome que la conversación había acabado.
Junté las manos en un saludo y dije:
—Espero que tu cariño hacia Lénisu sea sincero.
—Lo es. Aunque me traicionase cinco veces, seguiría queriéndolo —afirmó—. Sé que no me odia a mí, sino al Nohistrá.
Enarqué una ceja.
—¿Acaso no es lo mismo?
Los ojos rojos del Nohistrá brillaron más intensamente durante unos segundos pero no contestó.
—Buenas noches —añadí, antes de salir por la puerta que él había indicado.